Por qué creemos… en algo
Me encontraba en el reservado de un restaurante en San Diego, esperando al equivalente religioso de una cita a ciegas. Unas semanas antes, unos amigos católicos me habían pedido que me viese con su hijo al volver del instituto. Querían que hablase con él, porque les había dicho que iba a dejar de acompañarlos a la iglesia, ya que era ateo. «¿Podrías hacerle ver que tiene que volver a la parroquia? ¿Puedes ayudarle a dejar atrás todo ese rollo del ateísmo?», me dijeron.
Su hijo, al que llamaré Vincent, apareció por la puerta. Le saludé con la mano y él hizo un esfuerzo por esbozar media sonrisa.
«¿Qué tal?», me preguntó.
«Muy bien. Soy Tent».
«Ya, ya lo sé».
Yo no tenía mucha confianza en que la cosa fuese a ir bien y, para ser sincero, comprendía la falta de entusiasmo que le producía comer conmigo. Por eso decidí hablarle con total claridad.
«¿Crees que estoy aquí para convencerte de que vuelvas a ser católico?».
«Claro, por eso mis padres me han insistido en que venga a hablar contigo».
«Mira, no creo que haya nada que pueda decir que te haga cambiar tus creencias. Estoy convencido de que, si crees en algo, tiene que ser porque te parece que es verdad, no porque te venga bien. ¿Estás de acuerdo?».
Asintió.
«¿Quieres empezar tú, contándome por qué eres ateo?».
«Sé que has escrito un libro sobre el ateísmo, así que no voy a debatir contigo», me replicó.
«No tengo ganas de debatir con este plato de palitos de mozzarella delante, la verdad», respondí. «Lo único que quiero averiguar es en qué crees».
Y así, durante los siguientes veinte minutos, fui haciéndole preguntas. ¿Qué quiere decir para ti la palabra «ateo»? ¿Cuáles son los mejores argumentos a favor de Dios? ¿Y en contra? ¿Qué crees que es lo bueno y lo malo de la Iglesia católica?
Para cuando llegaron los entrantes, ya estábamos teniendo una conversación fluida. Puse en duda con delicadeza algunas de sus creencias ateas pero, sinceramente, no fue un debate. Éramos dos conocidos charlando sobre temas profundos.
Mientras mojaba una quesadilla en salsa, le dije a Vincent: «Me parece que he entendido bastante bien por qué eres ateo, y me encanta hablar con personas como tú. Le has dedicado mucha reflexión al asunto y, si no estoy en lo cierto sobre el ateísmo, me gustaría que alguien como tú me explicase lo que no he comprendido bien».
«Gracias», me dijo.
«Pero esto es una carretera de dos sentidos, Vincent. Sé sincero. Si estuvieses equivocado sobre la Iglesia, ¿querrías que alguien como yo te señalase en qué te confundes?».
Le dio un sorbo a su refresco mientras sopesaba la respuesta, y al final asintió: «Sí, no tendría inconveniente».
«Entonces bien; he estado un buen rato haciéndote preguntas, así que ahora te toca a ti. ¿Por qué no me preguntas lo que piensan los católicos, y te diré por qué creemos en lo que creemos? Puedes aceptar mis motivos o no, pero creo que tus padres se conformarán al menos con que hayamos hablado de esto». Vincent accedió, y estuvimos una hora más charlando.
Cuando llegó la cuenta, me dijo. «Te agradezco todo lo que me has dicho y, por supuesto, voy a pensármelo».
«Yo pensaré también en lo que me has dicho tú», respondí. «Recuerda: es una carretera de dos sentidos».
Un deseo compartido
Para mí, las personas que abandonan la Iglesia o no son católicas no se convierten en «clientes» potenciales. Son solo personas, que aman unas cosas y odian otras. Puede que sean muy distintas a mí en muchos aspectos, pero casi con seguridad tenemos una cosa en común: no quieren ser ignorantes, y quieren ser felices. Me convertí al catolicismo en el instituto porque: 1) estaba convencido de que era verdadero, y 2) me hizo feliz hallar respuesta a mis preguntas más profundas sobre la existencia y el sentido.
Habría sido egoísta por mi parte guardarme la paz y la alegría que recibí al convertirme, así que comparto esta «buena noticia» con los demás. Mi objetivo con este libro es sencillo: explicar por qué los católicos creemos en lo que creemos. No he expuesto todas las razones que se me han ocurrido, porque casi nadie se va a abalanzar sobre un libro tan grueso que podría servir de taburete. En su lugar, he elegido los argumentos que más me impactaron durante mi proceso de conversión a la fe católica.
Si ya eres creyente, este libro puede darte un buen punto de arranque para los debates con tus amigos y familiares no católicos. Si no lo eres, espero que al menos estés dispuesto a escucharme, como hizo Vincent. Incluso si no te convence lo que digo, al menos puede ayudarte a tener conversaciones más profundas con tus amigos y familiares católicos, porque entenderás mejor sus puntos de vista.
Seas quien seas, seas creyente, escéptico o, simplemente, alguien que no está muy seguro de lo que cree, confío en que, como mínimo, este libro te anime a seguir este antiguo consejo: «Examínalo todo y quédate con lo bueno»
La Verdad y Dios
1.Por qué creemos en la Verdad
Cuando alguien se dirige hacia ti con los puños apretados, es normal que te pongas nervioso. Cuando vi a un estudiante acercarse a mí de ese modo en una universidad de Texas, me temí lo peor. Por suerte, solo quería golpearme con sus palabras.
Cuando terminé mi charla titulada «¿Por qué ser católico?», se me acercó y dijo: «Eres una de las personas más arrogantes que he conocido nunca. Te crees que tienes razón y que todos los demás están equivocados». Me sorprendió lo enfadado que parecía y, cuando empecé a responderle, se congregó un pequeño grupo de alumnos para ver qué pasaba.
«¿Quieres decir que es arrogante por mi parte creer que tengo razón sobre una verdad religiosa y que todo el que no está de acuerdo conmigo se equivoca?», respondí.
«Sí».
«Vale», continué. «Creo que algunos de los presentes no estarán de acuerdo contigo en que soy arrogante. ¿Tienes razón tú, y los que discrepan se equivocan?».
El joven se quedó confundido durante unos segundos, antes de preguntarme: «¿Adónde quieres ir a parar?».
Para entonces, los pocos estudiantes que nos observaban se habían convertido en una multitud de varias decenas. Le expliqué lo que quería decir.
«Tienes razón. Es malo ser arrogante, pero no es malo ser preciso. Si conocemos la verdad sobre algo, entonces los que no estén de acuerdo con nosotros estarán equivocados. Eso no nos hace mejores que ellos, sino que significa que tenemos que estar dispuestos a escucharnos los unos a los otros para evitar el error y encontrar la verdad».
«¡Pero no hay una verdad absoluta!», disparó. «Cada uno decide lo que es verdad para él».
El novelista francés del XIX Gustave Flaubert dijo en una ocasión: «No hay verdad. Solo hay percepción».
¿Era verdad, o solo una percepción de Flaubert? |
¿Qué es la Verdad?
El problema de decir que no hay una verdad absoluta es que esa sentencia es una verdad absoluta. Se afirma: «Es verdad en todo tiempo y en todo lugar que ninguna afirmación es verdad en todo tiempo y en todo lugar», lo que resulta tan contradictorio como decir: «No sé hablar». No tiene sentido sostener que es verdad que no hay verdades.’
Pero ¿Qué es la verdad? Cuando afirmamos que algo es cierto, queremos decir que se corresponde con la realidad. Estamos describiendo la forma en la que es el mundo. Cualquier afirmación que describa el mundo contiene o una verdad subjetiva o una verdad objetiva2. Una verdad es subjetiva si lo es solo para la persona que la afirma. Si yo digo que el helado de chocolate y menta sabe muy bien, estoy diciendo una verdad subjetiva. Cuando alguien no está de acuerdo con una verdad de este tipo, suele responder: «Eso es verdad para ti, pero no para mí». Puede ser verdad para Trent Horn que ese helado está muy rico, pero alguien alérgico a la lactosa puede decir que, para él, no es verdad. No es una contradicción, porque las verdades subjetivas describen sobre todo los sentimientos hacia el mundo, y no los hechos sobre el mundo.
Por otra parte, una verdad es objetiva cuando no se limita a describir cómo se siente alguien, sino que describe un hecho sobre la realidad que es cierto para todos los demás. Nos guste o no el helado, por ejemplo, es una verdad objetiva que se empieza a derretir si lo dejamos a temperatura ambiente (a no ser que estemos en un iglú). Las verdades objetivas no pueden serlo solo para algunas personas. Son falsas o verdaderas para todos, porque describen la realidad, y la realidad es algo que todos debemos aceptar, nos guste o no.
¿Y qué tiene que ver todo esto con la religión, o con ser católico?
¿La verdad del helado o la verdad de la medicina?
Hay personas que piensan que elegir una religión o una iglesia determinada es como escoger un par de zapatos o el sabor de un helado. Mientras sepa bien o te guste, no importa por cuál te decantes. Piensan que las verdades religiosas son subjetivas, y por lo tanto no son verdaderas para todos, lo que significa que, si algo te parece bien, entonces es tan bueno como cualquier otro conjunto de creencias.
Es por eso por lo que puede parecer arrogante que alguien diga que su religión es la verdadera, y que todos deberían pertenecer a ella. Sería como sostener que todos deberían calzar sandalias o tomar helado de chocolate y menta (que, reconozco, es una opción deliciosa a media tarde). En ambos casos, se podría decir: «Eso será cierto para ti, pero no lo es para mí». Sin embargo, las verdades religiosas describen aspectos básicos e importantes de la realidad, lo que las convierte en objetivas, más que en subjetivas. Las afirmaciones sobre la religión se parecen más a la «verdad de la medicina» que a la «verdad del helado».
¿Qué pasaría si eligiésemos los medicamentos como lo hacemos con el helado? Diríamos: «Mmm, esta pastilla sabe a fresa… me voy a tomar tres» y, al hacerlo, podríamos sufrir daños o morir. También podrías seguir enfermo o empeorar por no haber tomado la medicación adecuada. En este caso, lo que importa no es la verdad subjetiva ni el sabor del medicamento, sino la verdad objetiva de lo que esta provocará en tu cuerpo.
Religión, Rajás y Elefantes
¿Conoces la historia de los tres ciegos y el elefante? El primer ciego le toca la cola, y dice que es una cuerda. El segundo le toca las orejas, y dice que es un abanico. El tercer ciego le toca el enorme lomo, y dice que es una muralla. Entonces un rey sabio, un rajá, les explica a los tres: «El elefante es un animal muy grande. Cada uno de vosotros tiene una parte de la verdad, pero hay que unir las tres para descubrirla por completo. Lo mismo ocurre con vuestras religiones. Cada una tiene una parte de verdad, pero hay que juntarlas todas para encontrar la verdad absoluta». Sin embargo, combinar religiones falsas y contradictorias no suma una religión verdadera, igual que unir una cuerda, un abanico y una muralla no nos da una descripción verdadera de lo que es un elefante. Esta parábola también da por sentado que alguien tiene toda la verdad (el rajá). ¿Cómo saben los escépticos, que niegan que haya una sola religión verdadera, que son como el rajá, y no como uno de los ciegos? ¿Es posible que algunas religiones contengan más verdad que otras, y que Dios le haya dado a una en particular la plenitud de la verdad? |
Lo mismo ocurre con la religión. Incluso aunque no creas, esa creencia debería basarse en hechos sobre la realidad, y no en tus sentimientos hacia la fe. La clave está en que hay que escoger una fe no por cómo nos haga sentir, sino porque sea objetivamente verdadera y buena para nosotros.
¿Y no sería arrogante por mi parte afirmar que formo parte de la «religión verdadera», y que los demás están equivocados? Si hubiese nacido en la India, ¿no habría escrito un libro titulado Por qué somos hindúes, en lugar de Por qué somos católicos? Puede ser. Y si hubiese nacido en la antigua China, podría haber escrito Por qué creemos que la tierra es plana. Haber nacido en un lugar o en un tiempo alejados de la verdad no demuestra la inexistencia de esa verdad.
Cuando hablamos de creer en una religión, o en otra verdad fundamental cualquiera (como la forma de la tierra), todos defendemos que estamos en lo cierto, y que los que no piensan igual se equivocan. Incluso los que ignoran la religión piensan que aciertan al decir que no hay que hacer caso de las creencias. También están seguros de que los que les dicen que se conviertan están equivocados. Esto no es un síntoma de arrogancia; es un signo de su deseo genuino por hallar la verdad.
Una persona, incluso una multitud de ellas, pueden ser amables y buenas, y al mismo tiempo equivocarse sobre la religión. La actitud que nace del amor no consiste en dejar a alguien en la ignorancia, sino en ayudarle a encontrar la verdad. De hecho, alguien tiene que estar en lo cierto acerca de las verdades religiosas, porque en muchos casos no hay alternativa. Por ejemplo: o los creyentes aciertan y Dios existe, o lo hacen los ateos y Dios no existe. No hay una tercera opción, y ambos no pueden tener razón, porque eso nos llevaría a la contradicción de que Dios existiese y no existiese al mismo tiempo.
Como católico, no sostengo que todas las demás religiones sean falsas al 100%. Empezando por las cuestiones más básicas acerca del mundo (las que tratan con la verdad objetiva), intento averiguar qué religión responde mejor a mis preguntas: ¿Hay un Dios? ¿Podemos saber algo de Él mediante la razón? ¿Se ha revelado como ser humano? ¿Qué religión tiene mejor motivación histórica para erigirse como receptora de la revelación de Dios? ¿Esa religión sigue existiendo?
Hay más de una fe capaz de solventar algunas de estas preguntas. Por ejemplo, cristianos, judíos y musulmanes responderían correctamente a la cuestión de si hay un solo Dios. Sobre si Dios se ha hecho hombre, sin embargo, solo una tiene la verdad. Según vamos respondiendo a los interrogantes, vemos que, aunque muchos sistemas de creencias atajan algunos, solo hay una religión que puede resolverlos todos de forma correcta y coherente. Si nos importa la verdad, ¿no deberíamos averiguar qué religión es la que puede responder?
Proponer una verdad y no imponerla
En un vídeo publicado en internet, el ateo y mago Penn Jillette describió la forma en la que le abordó un cristiano al terminar uno de sus espectáculos, dándole una Biblia. En lugar de molestarse, Penn reconoció que era «una buena persona». «Si los cristianos creen que su fe es la verdadera», proseguía, «deberían compartirla con todo el mundo». «¿Cuánto debes odiar a alguien para no evangelizarle? ¿Cuánto tienes que odiar a alguien para creer que existe la vida eterna, y no decírselo?»
Por qué Creemos: la Verdad
- Afirmar que es verdad que no existe la verdad es una contradicción.
- Una verdad objetiva describe la realidad, y por lo tanto es verdadera o falsa para todo el mundo.
- Dado que la religión describe la realidad, sus afirmaciones principales son objetivas, y se pueden investigar.
Una referencia que el librito completo puede ser adquirido por Amazon y/o Ediciones Palabra (www.palabra.es)
Fuente: Extracto del libro de Trent Horn
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Publicado en ApologeticaCatolica.org con permiso expreso y por escrito por Catholic Answers en colaboración con José Rivera-Santander y Alfredo Bayon Landa.
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Nihil Obstat:
Concluyo que este texto está sin errores doctrinales o morales.
Bernadeane Carr
Censor Librorum
July 30, 1997
lmprimatur:
Según el canon 827 §3 del Código del Derecho Canónico de 1983, permiso para publicar esta obra está otorgado por:
XRobert H. Brom
Obispo de San Diego
August 6, 1997