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El Papado, regalo de Dios a su Iglesia

san pedro 5

Reflexiones sobre un tema debatido

Quiero comenzar contando una historia. Es la historia de un rey sabio y bueno que vivió hace 3.000 años en el Medio Este. Si bien este rey cometió errores -algunos muy serios y por los que fue castigado- continuó siendo el rey piadoso y devoto que la Biblia describe como un hombre ‘según el corazón de Dios’ (1Sam 13,14).

El Rey David agradó tanto a Dios que logró hacer un pacto especial con El. Dios prometió que le sucedería una gran dinastía después de él. Incluso le daría un descendiente -un hijo- quien se convertiría en el gran libertador del pueblo de Israel, el tan esperado Mesías que Dios había prometido algún tiempo atrás y que sería el grande y glorioso Hijo de David, el mismo que crearía un gran reino que llegaría a impresionar al propio David.

El Rey David, como todos los reyes -especialmente los buenos- era un hombre de muchas ocupaciones. El tenía la responsabilidad de incrementar los fondos del reino, publicar proyectos de trabajo, tenía que castigar crímenes y dirimir casos legales, tenía que pelear guerras con otros paises y atender asuntos de diplomacia exterior; todo esto aún por encima de las tareas cotidianas de un hombre ordinario, como el comer, dormir y convivir con la familia.

Tenía su agenda llena, y simplemente no había forma de administrar personalmente su propia casa, que incluía más de un millar de personas entre familiares y sirvientes. Había que hacer compras, cocinar, atender a los pequeños, educar a los estudiantes, amparar a las viudas, reemplazar sirvientes, limpiar cuartos, pulir pisos, levantar muros, balancear cuentas, saldar deudas, y cientos de tareas más.

David no podía supervisar personalmente todas estas tareas, ni había forma de dar instrucciones personalmente a cada uno de los sirvientes o familiares, ni tampoco podía premiar o castigar los resultados de esas instrucciones. Entonces David comisionó un grupo de ministros que se hicieran cargo de la supervisión de su casa. Dichos ministros tendrían que atender a la coordinación y disciplina de todos los miembros.

Pero era una casa tan grande, con tantos miembros y tantas tareas que supervisar, que fueron muchos también los ministros que designar, y siempre que se tiene un gran número de personas supervisando algo, existe el riesgo de que surjan desacuerdos y conflictos. Miembros de un departamento interfieren en las cosas del otro departamento, y viceversa. Algunos opinan que los niños deben ser educados de una forma, y los demás opinan de manera diferente. Algunos querrán el horario de una forma, los demás de otra. Y es imprescindible encontrar una forma de hacer trabajar al grupo de forma armoniosa y coordinada.

Entonces el sabio Rey David ideó un método. Designó a un ministro en particular para que sirviera de mayordomo en jefe de la casa; así como el presidente de los Estados Unidos tiene un jefe de funcionarios en la Casa Blanca. Este ministro, quien estaba en contacto continuo con el Rey David, tenía la tarea de solucionar las diferencias, mantener en línea a los ministros, y mantener a toda la casa trabajando unida.

Esto quería decir que cuando el Rey estuviese fuera, el Mayordomo en Jefe tendría la casa completamente a su cargo. Era la cabeza de la casa mientras el rey estaba ausente, y el segundo a cargo cuando estaba presente.

Este arreglo de tener un ministro que tuviera la función de jefe y que dirigiera a los demás, manteniéndolos alejados de conflictos y desacuerdos, posteriormente continuó siendo utilizado por los reyes que sucedieron al trono de la Casa de David, y aún por los reyes de la Casa de Israel cuando esta rompió tratos con el Reino del Sur, después de la muerte de Salomón.

Desafortunadamente, no todos los tesoreros llegaban dignamente a ocupar su posición. Dios despojó a algunos de ellos de sus cargos. Se puede leer a este respecto en Isaías 22. Ahí se describe cómo un mayordomo en jefe llamado Shebna es despojado de su cargo, el cual le había sido otorgado por un hombre llamado Eliakim.

Leyendo el pasaje nos percatamos que Shebna enfadó a Dios a causa de la pompa y finura de sus oficinas, sus relucientes y espléndidos carruajes y demás lujos innecesarios; de forma por demás arrogante había mandado a esculpir una caprichosa tumba para él en Jerusalén, cuando en realidad habría de ser exiliado y muerto en tierras lejanas. Dios declaró que Shebna sería sacado de su puesto como tesorero del rey y que éste sería dado a otro hombre. Dios describe este cambio de poder de forma muy vivida y visual. El dice: “21 Le vestiré de tu túnica, con tu fajín le sujetaré, tu autoridad pondré en su mano, y será él un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. 22 Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá, y nadie cerrará, cerrará y nadie abrirá. 23 Le hincaré como clavija en lugar seguro, y será trono de gloria para la casa de su padre”. (Is 22,21-23). Típico de las profecías hebreas, aquí se muestra un gran uso de figuras poderosas, dos de las cuales -la llave de la casa de David y el hecho de que el tesorero actúe como padre del pueblo de Jerusalén y de la casa de Judá- son de gran significado para nosotros. Para simbolizar su autoridad, el mayordomo en jefe tenía una llave especial que cargaba en un saco bajo su hombro. Esta llave simbolizaba la diferencia entre él y los demás ministros bajo su supervisión. Los demás ministros también podían atar y desatar -permitir y prohibir las actividades en la casa- pero el mayordomo en jefe, o tesorero, podía atar y desatar en un mayor rango, entonces nadie podía pasar por alto sus juicios. Nadie, excepto el rey. Debido a su gran autoridad, él servía como figura paterna para el reino. Un padre, en cultura bíblica e imagen bíblica, es alguien que es capaz de defender y proveer de lo necesario a quien no tiene amparo. Esta es la base de las fuertes declaraciones del Antiguo Testamento en cuanto se refiere a la defensa de los huérfanos a quienes les han sido violados sus derechos. Es su deber defenderlos porque no tienen padre, porque no tienen a nadie que pueda defenderlos ni velar por sus necesidades. Cualquiera que se pusiera en la posición de defensor y proveedor era visto como figura paterna -incluyendo al tesorero del rey. Si los derechos de alguien estaban siendo violados o si estaba en gran necesidad, podía dirigirse al tesorero y obtener de él protección y provisiones, ya fuera inmediatamente y por su propia autoridad o acudiendo al rey para pedir en su nombre lo que necesitaba. Ésta es la forma cómo el tesorero adquiría la figura paterna para el pueblo de Israel.

¿Por que son ahora esas lecciones importantes para nosotros? Porque hoy, para nosotros, también hay un tesorero para el pueblo de Dios. Cuando llegó el tiempo en que el Mesías tenía que aparecer – el gran hijo de David, el que cumplió la promesa hecha por Dios a David, siendo él mismo el nuevo y perfecto David – hizo algo muy similar al instaurar su reino. El nuevo reino no podía ser meramente empresa nacional, como el reino anterior, sino que debía tener carácter internacional para poder incluir a personas de todas las naciones. Esto hizo crecer la organización, y por lo mismo fue necesaria una estructura mayor que la anterior. Así fue como el gobernante de los miembros de esta casa, el Nuevo David, tal como el primero, designó ministros. Nosotros les llamamos apóstoles, obispos, sacerdotes y diáconos, pero a final de cuentas son ministros -ministros de Cristo- que supervisan su reino. Y como antes, siempre que se tiene un número grande de ministros, habrá algún conflicto que resolver. Para ello se cuenta también con una autoridad central, un jefe que esté a cargo de los demás. Si no se contara con esta autoridad central para resolver los problemas y desacuerdos, todo sería un tremendo caos y la casa se desintegraría en múltiples sectas, compitiendo entre ellas. Por eso cuando Jesús, hijo de David, instaló su reino y designó a los primeros ministros, inteligentemente designó al ministro en jefe.

Desde el principio de su interacción con este hombre que habría de ser elegido, Jesús lo señaló de forma muy especial dándole un nombre también especial, un nombre personal. El hace esto en Juan 1,42, en donde podemos leer de Andrés: ” Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él le dijo: ‘Tu eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas’ (que quiere decir, ‘Piedra’)”. Entonces, cuando Jesús conoció al hombre que él mismo designaría como mayordomo en jefe -un hombre conocido como Simón bar-Jonah o Simón hijo de Juan- le dió un nuevo nombre para marcarlo de forma especial -la palabra aramea “Cefas”, o más propiamente “Kepha”, y que después, cuando la Iglesia comenzó a ser difundida a los gentiles, que hablaban el Griego, fue traducida como “Pedro”. Este nombre no era un nombre ordinario, sino que guardaba un gran significado. La gente en este tiempo no usaba el nombre “Kepha”. Esta palabra significa “Piedra” y sin duda debió ser un poco extraño para Pedro ser llamado así, naturalmente se preguntaría “¿Por qué este hombre al que apenas conozco me ha nombrado ‘Piedra’? ¿Por qué dice que éste será mi nombre a partir de hoy? ¿Qué tendrá deparado para mi?” Pedro eventualmente encontraría respuesta a sus dudas. Ya que Jesús había formado un grupo de discípulos a su alrededor, Pedro sería el líder natural del grupo, y eventualmente Jesús formalizaría esta relación haciendo a Pedro el líder oficial de los discípulos. Leemos en Mateo 16, el famoso pasaje donde Cristo pregunta a sus discípulos quién dice la gente que es El. Ellos responden que la gente no está segura acerca de la identidad de Cristo. Entonces Jesús les pregunta a ellos -los discípulos- quién creen que es El, y Pedro responde correctamente: “17 Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Replicando Jesús dijo: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. 18 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. 19 A tí te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los Cielos; y lo que desates en la tierra quedará desatado en los Cielos.” (Mt 16,17-19).

Este pasaje fue de gran importancia para mi conversión. Por años me dije a mí mismo, como cualquier protestante, que la Roca a la que Jesús se refería en el pasaje no se refería a Pedro sino a la revelación de que Jesús era el Mesías. Con todo y esto, un día estaba leyendo este mismo pasaje y algo de lo que no me había percatado antes, llamó mi atención. Eventualmente noté muchas cosas acerca de este texto que señalan que Pedro era la Roca de la que hablaba Jesús, por hoy quiero compartir solamente un par de ellas.

Observando la estructura en que Jesús habla, él hace tres declaraciones, todas ellas dirigidas a Pedro.

La primera da inicio diciendo “Bienaventurado Tú”.
La segunda comienza, “Tú eres Pedro”.
Y la tercera dice: “A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos”.

Lo primero que noté es que en este pasaje Jesús bendice a Pedro. Observemos la primera y tercera oraciones que él hace: “Bienaventurado seas”, dice Jesús, “A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos”. Yo me sentiría grandemente bendecido si Jesús me dijera algo semejante, y sé que cualquiera se sentiría de la misma forma. Esto es significativo porque, si en la primera y la tercera oración Jesús hace beatificaciones a Pedro, entonces la oración del centro -la segunda- también es una beatitud hacia Pedro. Esto quiere decir que cuando Jesús dice: “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella…”, El está diciendo algo que magnifica o engrandece a Pedro.

Esto es muy importante en sí porque, tratando de decir que la Roca es otra y no Pedro, las personas que se disputan el papado tratan de decir que Jesús se opone a la bendición de Pedro en este pasaje y que en realidad pretende rebajarlo. Ellos aseguran, y yo mismo lo hice en un tiempo antes de convertirme al Catolicismo, que lo que en realidad dice Jesús en este pasaje es: Te digo ciertamente, Pedro, que tú eres una pequeña piedra, tan pequeña e insignificante que no se compara a la Gran Piedra de la Revelación que Soy Yo, y yo mismo construiré mi Iglesia…
Pero cuando ponemos esta frase en el contexto de la dos beatitudes pronunciadas por Jesús hacia Pedro, antes y después de citar la frase en cuestión, dicha interpretación carece de sentido. Jesús pudo haber dicho: Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás (tú, pequeña cosa), aquí están las llaves del Reino de los Cielos… Entonces no tendríamos que buscar más y sería claro que Pedro es la Roca sobre la que construiría su Iglesia.

Otra de las cosas de que me percaté acerca de este pasaje, es que cada una de las tres declaraciones que Jesús hace a Pedro tiene dos partes, la segunda explicando la primera. De tal manera de que cuando Jesús hace su primer declaración diciendo “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás”, el significado -la razón por la que es bendecido- es explicada en la segunda parte de la oración, donde dice “porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi padre que está en los cielos”. De forma similar, cuando Jesús hace su tercer declaración y dice “A tí te daré las llaves del Reino de los Cielos” el significado -parte de lo que implica tener las llaves- queda claro en la segunda parte de la oración donde dice “y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos; y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”. Esto quiere decir que cuando hace la segunda declaración comenzando “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro” su significado -lo que implica ser Pedro- se encuentra en la segunda parte que dice “y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.

Hay también muchas otras razones por las que Pedro debe ser la Roca a la que Jesús se refiere.
Por ejemplo, notemos que este pasaje muestra a Jesús separado de la Iglesia que construye, no siendo parte de ella, y en esto no puede estar su fundamento -punto que descubrí leyendo un comentario Evangélico Protestante acerca de este mismo pasaje.

Las dos razones que he mostrado aquí han sido instrumento de mi conversión, y son también la razón por la que he querido compartirlas. Cuando me di cuenta de que Jesús estaba haciendo de Pedro la Roca sobre la que construiría la Iglesia, esto significaba que Pedro estaría a cargo de ella cuando Jesús ascendiera al Cielo. El sería la cabeza de los apóstoles, el líder de la Iglesia terrena y, como percibí, el líder de la Iglesia en la tierra era una muy buena descripción de la función del Papa. Al percatarme de que sin duda era Pedro la Roca de la que se habla en este pasaje, tuve que reconocer que los católicos estaban en lo correcto y que Pedro realmente era el primer Papa.

Yo no sabía si Jesús se refería también a los demás Papas, pero sabía bien que los católicos estaban en lo correcto al describir a Pedro como Papa. Esto es algo que se hizo aún más claro cuando comencé a estudiar la estructura de este pasaje en el Antiguo Testamento y de donde Jesús toma el importante símbolo de las llaves.

Leyendo el Antiguo Testamento encontramos dos lugares en donde se hace mención a las llaves.
-El primero es Jueces 3 y no es de gran importancia teológica ya que sólo trata del tiempo después en que un juez de Israel mató a un rey de otro lugar, los sirvientes del rey tomaron una llave y abrieron la puerta del cuarto en el que su amo cayó muerto.
-El otro pasaje donde se menciona la llave es en aquel que vimos anteriormente -Isaías 22- donde la llave es el símbolo de la autoridad del primer ministro de la casa de David. Dado que es el único pasaje del Antiguo Testamento donde la llave es usada como un símbolo, Isaías 22 debe ser la estructura simbólica en la que está basado Mateo 16, lo que significa que Jesús, el nuevo David, estaba haciendo a Pedro el tesorero de la casa del nuevo David. Pedro sería entonces el mayordomo en jefe, bajo el rey Jesús.

Esto es lo que este pasaje dice en realidad. Esto es algo que yo solamente he mostrado en términos católicos y que ciertamente no había comprendido desde el punto de vista protestante.

Quisiera compartir este breve extracto de uno de los escritos de F.F. Bruce, quien es reconocido como uno de los más importantes escolásticos de la Biblia Evangélica Protestante del siglo veinte. En esta sección del libro, “Las Difíciles Expresiones de Jesús”, Bruce comenta y escribe:

“¿Y qué acerca de las ‘Llaves del Reino’? Las llaves de un real y digno establecimiento serían confiadas a un mayordomo en jefe o empleado. En otros tiempos, era este personaje quien las cargaba en su hombro como insignia de la autoridad que se le había confiado. Cerca del año 700 a.c. un oráculo del Señor anunció que esta autoridad del palacio real en Jerusalén sería conferida a un hombre llamado Eliakim: ‘Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá, y nadie cerrará, cerrará, y nadie abrirá’ (Is 22,22). Entonces en la nueva comunidad que Jesús construiría, Pedro sería, por así decirlo, el mayordomo en jefe. En los primeros capítulos de Hechos, Pedro es visto ejerciendo esta responsabilidad en la Iglesia primitiva. Él actúa como líder del grupo de discípulos en Jerusalén aún antes de la llegada del Espíritu en Pentecostés (Hech 1,15-26); en el día de Pentecostés es él quien predica el Evangelio de forma tan efectiva que hay trescientos escuchas que creen el mensaje y se incorporan a la Iglesia (Hech 2,14-41); algún tiempo después sería él quien primero predicara el Evangelio a los gentiles, momento en que se abre la puerta de la fe tanto a los gentiles como a los judíos (Hech 10,34-38).”

Aquí podemos darnos cuenta de que, una persona que no es católica y que no cree en el papado, alguien que es considerado como uno de los grandes escolásticos de este siglo, respetado aún por los críticos de la Biblia liberal, quienes despreciaron su fe evangélica, fue capaz de admitir que en este pasaje Jesús está comisionando a Pedro el ser jefe de la casa del nuevo David, significando que mientras Jesús el rey esté lejos en el Cielo, Pedro estará a cargo de la Iglesia en la tierra. En otras palabras, Pedro es el Papa. Debido a que él es el primer ministro de la casa del Nuevo David, puesto que posee las llaves del Nuevo Reino, también es nuestro padre en la Iglesia. El no infringe de manera alguna la Paternidad de Dios -porque Dios es el personaje fundamental que nos defiende y nos provee-, pero siguiendo el paralelismo del Viejo Testamento, podemos decir que el tesorero de la casa de Cristo es “el padre de aquellos en Jerusalén y Judá.” El es aquel a quien -dentro de la Iglesia- acudimos para la defensa de nuestros derechos eclesiales y que nos provee del alimento espiritual. El Papa es un grande y especial regalo a la Iglesia porque él está capacitado para intervenir cuando surgen los problemas. Cualquier grupo necesita de un líder. Esto se aplica tanto a grupos religiosos como a grupos en iglesias no católicas. Una típica congregación Protestante puede estar regida por un consejo de diáconos o por un consejo de ancianos, pero aún así contará con una persona -el pastor- que pueda intervenir y poner fin a las disputas. En las Iglesias Ortodoxas Orientales es el obispo quien asume este importante papel. Y como lo que es cierto en pequeña escala lo es en gran escala, podemos poner como ejemplo la elección del presidente de la Convención Bautista del Sur. De forma similar la Iglesia Ortodoxa cuenta con patriarcas que resuelven las disputas entre los obispos de sus áreas. Lo que estos hombres reconocen -de forma acertada- es la necesidad que todo grupo tiene de contar con un líder que intervenga cuando surjan situaciones de crisis o conflicto. Y es entonces que se da reconocimiento a la designación de Pedro, a través de Cristo, como sede de la Iglesia en su totalidad. Sin embargo, aún no es reconocido el poder que ese hombre debe tener. Aún en el caso de ser una persona nominalmente asignada al cargo, si es solamente un modelo o si tiene muy poca autoridad real, simplemente no estará apto para actuar de forma efectiva y lograr así mantener la unidad del grupo. Sin pretender desacreditar a nuestros hermanos no católicos, bastará con observar las razones por las que la comunión Ortodoxa Oriental está tan dividida y fragmentada en iglesias autónomas y con una gran cantidad de conflictos. El sistema de patriarcas no está capacitado para mantener una unión efectiva entre ellos, ya que los patriarcas no cuentan con suficiente autoridad para resolver disputas, y también porque los patriarcas tienen disputas entre ellos mismos y no son capaces de resolverlas. Esta es otra razón, nuevamente sin tratar de desacreditar de forma alguna a nuestros hermanos no católicos, por la que hay literalmente miles de denominaciones Protestantes. Sin la influencia de los patriarcas para mantener al grupo unido, la comunión Protestante se ha fragmentado hasta llegar a unidades administrativas en donde, lamentablemente, prevalecen los conflictos de unos contra otros.

Algunas veces las congregaciones hacen gran alboroto de insignificancias. Recuerdo un grupo al cual asistí en un momento de crisis, en ese entonces alguien del grupo pensaba que los fondos de la institución estaban siendo mal administrados. Regresé en otra ocasión y entonces el pastor comentaba que, al estrenarse las nuevas instalaciones, algunas personas dejaron de asistir debido a que no les gustaba el color de la alfombra que habían elegido. Estas son sólo cosas menores entre las que suelen ocasionar la división de una iglesia, pero pasan con regularidad. En las librerías Evangélicas, específicamente en la sección para pastores, se pueden encontrar numerosos libros sobre cómo prevenir, manejar y superar estas divisiones en la iglesia. Cosas como estas nunca suceden en una comunidad católica. Seguro que la gente puede molestarse por el color de la alfombra o por el modo cómo los fondos son manejados, pero la parroquia nunca se fragmenta en dos iglesias. Esto nunca sucede en una comunidad católica porque los líderes cuentan con una autoridad efectiva y pueden prevenir que estas pequeñas cosas se tornen verdaderas crisis. Esta es también la razón por la que las comunidades católicas son mucho más numerosas que las protestantes. La típica iglesia Protestante consta de menos de un centenar de personas; mientras la típica comunidad católica consta de cientos de familias en ella. ¿Por qué? Porque las iglesias católicas no se fragmentan.

Este es el liderazgo efectivo que ha permitido a la Iglesia católica permanecer unida y creciendo en cantidad. Ahora mismo, la Iglesia católica incluye el 18% de la raza humana. Una de cada seis personas es católica, y la razón fundamental es el Papa. El es el centro ecuménico de la Iglesia, el punto de arranque que la mantiene unida y a salvo de divisiones. Esto sólo muestra la sabiduría de Cristo al dotar a la Iglesia de un líder que ejerciera su función durante su ausencia. El papado es un gran regalo a la Iglesia, y es la razón por la que ha prosperado como lo ha hecho hasta ahora, convirtiéndose en el más grande grupo cristiano de la tierra, más grande aún que todos los grupos cristianos juntos. Si Dios no hubiese elegido bendecirnos con un líder con efectiva autoridad administrativa, alguien con la suficiente jurisdicción administrativa como para solventar las diferentes crisis en toda la Iglesia, esto nunca hubiese sido posible. Para lograr que la Iglesia de Cristo llegara a realizarse, debía haber alguien, que en ausencia de Cristo, fungiera con primacía papal.

Pero no todas las disputas en la Iglesia son meramente administrativas. Algunas son de carácter doctrinal, que son precisamente las más serias, no sólo porque las materias doctrinales son más graves que las materias de práctica y administración, sino porque también son la causa más común de división entre personas. Cuando se tiene un arraigado y fundamental desacuerdo acerca de la doctrina, las divisiones son a otro nivel. Esto significa que el Papa verdaderamente realiza, de forma efectiva, su labor de mantener unida la Iglesia, ya que debe haber un mecanismo por el cual las disputas doctrinales queden resueltas. Desde luego, este es el sentido de un concilio ecuménico. Este es el modelo bíblico aplicado para mantener la unión del Espíritu: el concilio descrito por Hechos 15, donde está decidido que los gentiles pueden convertirse al Cristianismo sin tener que apegarse a la Ley Mosaica. Pero algunas veces un concilio no es suficientemente oportuno, ya sea porque físicamente no es nombrado -como fue el caso durante la persecuciones romanas- o porque el concilio pudo haber estado profundamente dividido en alguna cuestión, o simplemente porque la solución a una crisis debía ser dada de forma inmediata y no se contaba con el tiempo suficiente para que el concilio pudiera reunirse. En estos casos, cuando un concilio ecuménico no es práctico, Dios ha regalado la persona del Papa que cuenta con la facultad definitiva para solucionar estos conflictos. Con esto le ha sido dado al Papa el regalo de la infalibilidad. Este regalo es frecuentemente confundido. Se suele inferir que esto quiere decir que el Papa no comete pecados, pero éste no fue el caso ni siquiera para el propio Pedro. En la misma Escritura se muestran de forma clara sus pecados, así como los pecados de todas las figuras se encuentran a través de esas páginas. Pero esto no le impidió a Pedro actuar de forma infalible al escribir los libros de las Escrituras: las dos epístolas que llevan su nombre, Primera y Segunda Cartas de Pedro.

El regalo de la infalibilidad suele ser entendido también como que el Papa es infalible en todo lo que hace, en todo lo que dice. Esto tampoco es cierto. El objeto de la infalibilidad del Papa se refiere a cuestiones de fe y de moral. El no puede hablar de forma infalible a menos que se refiera a las enseñanzas de fe y de moral, esto es lo que los teólogos llaman objeto secundario de infalibilidad. Pero el Papa no es infalible cuando se refiere a temas de ciencia, historia, matemáticas, decoración de interiores o cualquier otro tema que no tenga que ver con la defensa de la fe y moral cristianas.

No solamente es limitada su infalibilidad en estos términos, sino que también lo es en términos del tiempo en que se aplica. La abrumadora mayoría de las cosas que el Papa dice no son infalibles. El único momento en que el Papa cuenta con infalibilidad al hablar es, definitivamente, durante la declaración de la doctrina que deberá ser adoptada por todos, cuando él mismo indica que es una decisión definitiva y que no hay lugar a dudas, debates o interpretaciones al respecto. Este es el final de la línea y todos deben apegarse a ella. Esto sólo sucede ocasionalmente. Algunas veces habrá Papas elegidos que prefieran nunca emitir un juicio de infalibilidad en encíclicas, libros o cartas apostólicas que escriban a lo largo de su oficio. Normalmente, estos juicios se reservan sólo para ciertas épocas de crisis, cuando alguna enseñanza peligrosa está siendo diseminada en la Iglesia.

Entonces, aún cuando la expresión ‘infalible’ es usada con poca frecuencia, sigue siendo una herramienta de gran valor y muy necesaria en estos tiempos de creciente crisis doctrinal. Para esto es que Cristo la dio a la Iglesia, porque él prometió que la Iglesia nunca enseñaría herejías dogmáticas. Recordemos, Cristo hizo una promesa a Pedro: “Edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.” Si alguna vez la Iglesia dogmáticamente enseñara alguna herejía, uniendo la conciencia de los creyentes en algo equivocado, entonces dejaría de ser la Iglesia de Jesús y las puertas del infierno habrán prevalecido contra ella. Entonces no hay forma en que la Iglesia enseñe dogmas erróneos. Si lo hace, las puertas del infierno habrán prevalecido contra ella y habrá dejado de ser la Iglesia de Jesús. El mismo prometió que esto nunca sucedería. De aquí se infiere pues que, cuando la Iglesia enseña un dogma y dice “Verdaderamente deben creer esto. Ésta es la verdad de Dios”, entonces ese dogma es cierto. Por eso Pablo, en 1Tim 3,15, se refiere a la Iglesia como “columna y fundamento de la verdad.” Es la Iglesia quien reafirma la verdad de Dios en el mundo. Y así como el Papa es el pastor de la Iglesia -el foco de la autoridad pastoral- así también es el maestro de la Iglesia -el foco de la autoridad doctrinal- y es capaz de hacer afirmaciones infalibles.

Esto de ninguna manera es nuevo en la historia del pueblo de Dios. Si vemos a los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento, por ejemplo, tenían un carisma revelatorio similar, aunque no idéntico.
-Leyendo Éxodo 28,30, por ejemplo, encontramos que el sumo sacerdote debía utilizar un pectoral especial, conocido como el Pectoral del Juicio, el cual constaba de dos objetos llamados ‘Urim’ y ‘Tummim’. El sumo sacerdote debía colocarse en el corazón el Urim y el Tummim y pedir a Dios una solución para las disputas, obteniendo entonces las direcciones que debía seguir el pueblo de Dios.
-En Números 27,21, por ejemplo, Moisés es enviado a tomar a Josué y colocarlo frente al sacerdote para que éste consulte según el rito de Urim y Tummim sobre cuándo y dónde debían entrar y salir los israelitas.
-En 1 Samuel 14,41, Saúl pidió al sacerdote que usara el Urim y el Tummim para saber en qué había consistido la falta en una situación particular.
-Después del exilio, en Esdras 2,63 y en Nehemias 7,65, el gobernador decidió que ciertos hombres que decían ser sacerdotes y que no pudieron probar que eran dignos de comer de los alimentos sagrados en el templo, debían esperar hasta que un sumo sacerdote consultara con el Urim y el Tummim y entonces estuvieran seguros de que realmente eran sacerdotes.
Por tanto, no hay nada nuevo en pensar que un líder religioso del pueblo de Dios debe tener un carisma especial venido de Dios que le permita resolver conflictos. Y desde luego, cuando Dios opera a través de este carisma, los resultados son infalibles, implicando así que en ciertas situaciones los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento tienen, en cierta forma, el carisma de infalibilidad.

Este carisma también opera en lo concerniente a si el sumo sacerdote es un santo o un bribón. Por ejemplo, en Juan 11,49-52 leemos: “49 Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: ‘Vosotros no sabéis nada, 50 ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno sólo por el pueblo y no perezca toda la nación.’ 51 Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación 52 y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos.” Aquí tenemos al sumo sacerdote que envió al Mesías a la muerte -ciertamente no era un hombre santo- sin haber creído en él, cumpliendo con una profecía. Y no hizo esto porque fuera una buena persona y estuviera del lado de Dios -puesto que estaba enviando a la muerte al Hijo de Dios- pero Juan dice que lo hizo porque era el sacerdote ese año. Por el simple hecho de estar en el puesto de sumo sacerdote, es que él logra cumplir la profecía. Esto fue muy significativo para mí cuando era protestante. Reconocí que el Sumo Sacerdote tiene un carisma especial venido de Dios que opera independientemente de la calidad de la persona, simplemente por su posición. Yo me decía a mi mismo que, “es bueno que los católicos estén equivocados al comparar a Pedro con la roca, porque si el hubiese sido la roca, entonces esta roca podría ser equivalente, en el Nuevo Testamento, al sumo sacerdote como líder -en la tierra- del pueblo de Dios, y podríamos esperar que su posición le diera la investidura de algún carisma similar, significando que los católicos tendrían un gran punto en la infalibilidad del Papa”.

Después, cuando encontré que Pedro era la Roca, me fue mucho más fácil aceptar la infalibilidad del Papa. Aún apuntando a Scott Hahn encontré que también él lo utiliza en su comentario sobre el evangelio de Juan. Esto provee de un excelente paralelismo respecto a la infalibilidad del Papa. Debido a que vivían en la época en la que la revelación aún se estaba realizando, los sumos sacerdotes estaban a tiempo de recibir nuevas revelaciones, mientras ahora que la época de la revelación ha concluido, el Papa no tiene que continuar con esta labor, sino que tiene que apaciguar las controversias dogmáticas que surgen después de que la revelación ha sido dada, con la investidura de sumo sacerdote a través de este carisma. De hecho, si los sumos sacerdotes judíos eran más emprendedores al usar este carisma pidiendo a Dios la verdad, el mundo judío del tiempo de Jesús pudo no haber estado tan teológicamente dividido, aún con algunos judíos -como los Fariseos- asegurando la existencia de almas, ángeles y del Mesías, y otros judíos -como los Saduceos- negándolo. Entonces Dios proveyó excelentemente a la Iglesia al escoger un hombre que sirviera como lider mientras Cristo está en el cielo, dotando a este hombre con la autoridad necesaria para dar fin a las controversias dentro de la Iglesia, concediéndole la habilidad de hablar con autoridad en temas de doctrina y hacer definiciones solemnes; el cristiano puede saber que lo que él dice es la verdad. En todas estas cosas Cristo satisfizo las necesidades de la Iglesia de forma excelente, permitiendo que la Iglesia católica crezca y progrese a través de la historia.

Los Papas han usado todo su poder para apoyar a la Iglesia desde el principio. Aún en los tiempos de las persecuciones romanas, tiempo en que la Iglesia era una organización oculta y los Papas se veían impedidos de realizar sus labores de forma tan completa, rápida y eficiente como pudieron hacerlo una vez que la Iglesia operó libremente. Ellos hicieron todo cuanto les fue posible. Un ejemplo de esto se remonta al siglo primero, en los años 90 D.C. El Papa Clemente I escribió una carta a los Corintios -en la lejana Grecia- para ayudarles a resolver una disputa interna en sus iglesias. De hecho, leyendo la carta de Clemente a los Corintios, encontramos que ellos le escribieron para pedir su intervención. Inferimos esto porque al principio de la carta Clemente se disculpa por no haber podido responder antes debido a la persecución romana. Clemente fue un hombre de inmenso poder en la primitiva Iglesia, y algunos pensaron que su epístola a los Corintios debía ser incluida en el canon del Nuevo Testamento. Esto por supuesto, le causó un difícil comportamiento a seguir, y no cualquier Papa viviría de acuerdo a las más altas exigencias de santidad personal y buen juicio, pero aún cuando papas de aquel tiempo cometieron errores, les vemos comportándose bajo la insignia de papas aún bajo las persecuciones romanas.
Por ejemplo, un siglo después de Clemente, alrededor del año 190 D.C., la Iglesia se vio envuelta en una controversia sobre temas a los cuáles hoy no les daríamos la misma importancia. Es concerniente a la fecha más apropiada para la celebración de la Pascua. Algunos cristianos eran de la opinión de que la Pascua debía celebrarse el mismo día del mes cada año, mientras otros pensaban que debía celebrarse el mismo día de la semana de cada año (domingo). El problema era que el mismo día del mes no caía necesariamente en el mismo día de la semana, entonces la controversia era si la Pascua debía celebrarse como una fiesta establecida o variante en el calendario. Los cristianos en la provincia del Asia Menor pensaban que debía ser una fiesta establecida, mientras en otra parte Pascua era considerada como una fiesta que debía ser siempre celebrada (como la resurrección de Cristo) en el Dia del Señor, en el día de la semana en que ocurrió su resurrección. La controversia creció tan acaloradamente que el Papa Víctor I excomulgó por un tiempo a la provincia del Asia Menor.

J.N.D. Kelly, historiador protestante de la primera Iglesia, explica la situación: “A petición suya, las asambleas se realizaban en Roma y en algún otro centro, de Gaul a Mesopotamia, y la mayoría de las opiniones se inclinaban hacia él.

Autor: James Akin

Tomado de Apologetica.org 
Traducido por: Oscar y Liliana Pons

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