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¿Puede uno salvarse perteneciendo a cualquier iglesia?

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¿Son todas las iglesias iguales para la salvación?

Respuesta a un lector

Elías, de 21 años, nos escribe desde México con inquietudes sobre este importante tema. He aquí la respuesta que le enviamos, y que creemos puede ser de provecho para todos los que se cuestionan sobre este asunto.

Estimado Elías

Ahora que Dios me da tiempo y las circunstancias me lo permiten contesto con gusto y con cierta extensión a tu pregunta, por cierto interesantísima:

“¿Qué piensas al respecto de que la religión salve o no? ¿Piensas que debería ser católico para ser salvo o que la salvación me la puede dar Cristo viviendo una vida santa (“sin santidad nadie vera al Señor”) aun en mi denominación?”

Parecería una pregunta un tanto obvia, sin embargo da pie a tratar un tema de suma importancia. No me dices de qué denominación eres, pero supongo que eres cristiano, es decir, que aceptas la doctrina de la Trinidad (un Dios en tres Personas) y que crees en Jesucristo como el Hijo de Dios hecho hombre, único mediador entre Dios y los hombres.

La salvación es un regalo que Dios da a quien quiere, pero es también un compromiso.

La salvación es un don gratuito que recibimos de parte de Dios por Jesucristo en el Espíritu Santo: ver Hechos 4:12, 2Tes 2:13, 2Tim 2:10, entre otros muchos pasajes. La salvación no es un premio a nuestras buenas obras, sino un don de Dios misericordioso.

Ahora bien, en lo que está de nuestra parte, sin duda que debemos recibir esa salvación, estar dispuestos y totalmente abiertos a ella, buscarla, luchar por ella, estar atentos a las asechanzas del diablo que, “como león rugiente, ronda buscando a quien devorar” (1Pe 5:8), no creer – como muy lamentablemente creen algunos hermanos cristianos – que se trata de algo que, una vez recibido, no se puede perder más, hagamos lo que hagamos, contra lo que enseña toda la Sagrada Escritura, por ejemplo en los siguientes textos:

Fil 2:12 “De modo que, amados míos, así como habéis obedecido siempre (…) ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (si la salvación no pudiese perderse por nuestra negligencia, el mandamiento de “ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor” sería superfluo, ¿no te parece?).

1Cor 9:27 “Más bien, pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo hago obedecer; no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo venga a ser descalificado” (¡el mismo San Pablo veía que era posible que él fuese “ser descalificado”! ¿O se puede pensar que estaba bromeando?).

Gal 3:3 “¿Tan insensatos sois? Habiendo comenzado en el Espíritu, ¿ahora terminaréis en la carne?” (los que han comenzado en el Espíritu deben procurar con todas sus fuerzas no venir a terminar en la carne, pues la salvación que recibieron puede abandonarlos, si ellos no trabajan por su salvación con temor y temblor).

2 Pe 1:10 “Por eso, hermanos, procurad aun con mayor empeño hacer firme vuestro llamamiento y elección, porque haciendo estas cosas no tropezaréis jamás” (es decir que no haciéndolas – se está refiriendo al dominio de sí mismo, la perseverancia, el amor al prójimo, etc, según el contexto- tropezaremos).

1 Cor 10:12 “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”

Con respecto a estas últimas palabras del Apóstol, déjame decirte que lamentablemente son muchos los que piensan que ellos están de tal modo firmes en la fe y en la salvación que no es posible que puedan caer en condenación; esto es contrario a las Sagradas Escrituras y ciertamente de prudencia satánica (Santiago 3:11), por las consecuencias que acarrea. Los que así piensan suelen basarse en aquello del Apóstol en Rom 8:1 “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”: claro que no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, pero … ¡mientras están en Cristo Jesús! Todas las advertencias que he citado anteriormente – hechas a los creyentes, no a los paganos – son precisamente para que permanezcamos en Cristo Jesús, pues la posibilidad de condenarse es real: Heb 3:14 lo dice de un modo inmejorable: “Porque hemos llegado a ser participantes de Cristo, si de veras retenemos el principio de nuestra confianza hasta el fin”.

Fíjate que en todos estos textos se expresa claramente la “condicionalidad” de la salvación: “Nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve no es esperanza, pues ¿Cómo esperar algo que se ve?” (Rom 8:24). Te aseguro que textos semejantes, que nos advierten sobre la posibilidad de perder la salvación, hay muchísimos.

Quien después de esto siga creyendo que él o ella está salvo sin posibilidad ninguna de ser condenado, es decir, al margen de lo que haga o no haga con su fe, sepa bien claro que está en un grave error por no conocer las Escrituras.

Me parece que alguno puede decirme aún: “los que se condenan, se condenan por su falta de fe, pero el que tiene fe ya no puede condenarse”. “Está bien – le contesto con San Pablo -; por su incredulidad fueron desgajados (está hablando de los israelitas que no aceptaron a Cristo). Pero tú por tu fe estás firme. No te ensoberbezcas, sino teme, porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará.” (Rom 11:20-21)

Dejamos asentado, pues, la gratuidad de la salvación, por un lado, y la obligación de “obrar con temor y temblor” por esa salvación, por otro, ya que es un don que debemos proteger, con el cual debemos producir fruto y sobre el que deberemos rendir cuentas en el día del misericordioso juicio del Señor.

La religión como medio para alcanzar la salvación

Pasando a la segunda parte de tu pregunta, a saber, si puedes salvarte aún fuera de la Iglesia Católica, me parece que lo mejor que puedo hacer para iluminarte sobre esto es citarte algunos textos del Catecismo de la Iglesia Católica – que, por otro lado, te aconsejo vivamente tener y meditar -. He aquí lo que nos enseña el Catecismo (números 846 y 847):

“Fuera de la Iglesia no hay salvación”. ¿Cómo entender esta afirmación tantas veces repetida por los Padres de la Iglesia? Formulada de modo positivo significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su Cuerpo:

El santo Sínodo (Concilio Vaticano II)… basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación que se nos hace presente en su Cuerpo, en la Iglesia. El, al inculcar con palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por el bautismo como por una puerta. Por eso, no podrían salvarse los que, sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella.

Esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia:

Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna (Concilio Vaticano II).

Como ves, la Iglesia enseña que no sólo los cristianos, sino aún los que no conocen a Cristo, pueden alcanzar la Salvación, pues como dice el mismo Catecismo un poco más adelante:

“Dios, por caminos conocidos sólo por El, puede llevar a la fe, “sin la que es imposible agradarle” (Heb 11, 6), a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia; corresponde, sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado de evangelizar” (número 848).

Creo que el texto es claro. Con esto queda respondida tu pregunta: ciertamente se puede alcanzar la salvación no perteneciendo visiblemente a la Iglesia Católica (San Pedro decía: “De veras, me doy cuenta de que Dios no hace distinción de personas, sino que en toda nación le es acepto el que le teme y obra justicia” – Hech 10:34-35).

Sin embargo, la enseñanza de la Iglesia también habla de un segundo aspecto, tan importante como el primero, y sin el cual la doctrina queda dañada. Se nos dice en efecto que

“los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna”.

Es decir, se salva aquel que busca la verdad, busca la salvación, se preocupa por ella y vive según lo que le dicta su conciencia.

Este punto es importantísimo, pues de lo contrario caemos en el relativismo, para el que “todo da lo mismo, todas las religiones son iguales, cada uno haga lo que le parezca”. Esta doctrina, a no dudarlo, viene del “mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8:44), y por lo tanto causa mucho daño. En efecto, no es lo mismo una religión que otra.

Te doy un ejemplo: Jesús dijo: “quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6:54). Pues bien, la Iglesia Católica enseña que cuando un sacerdote consagra el pan eucarístico, éste se vuelve verdaderamente el cuerpo y la sangre del Señor, que el fiel debe recibir dignamente y, recibiéndolo, recibe vida eterna; las denominaciones evangélicas, por el contrario, dicen que Jesús no se refería a eso, y de hecho, aunque celebran la cena del Señor, sin embargo no creen en la presencia verdadera, real y sustancial de Jesús en la Eucaristía: ¿te parece que el lo mismo una doctrina que la otra? ¿Quién podría decir que comiendo o no comiendo la carne del Señor se tiene vida eterna de todos modos?

Como este, podría mencionarte muchísimos otros ejemplos. Pero no es necesario, creo que podemos estar de acuerdo en afirmar que NO ES LO MISMO decir blanco que decir negro, sobre todo en materia religiosa.

Por ello, sabiendo que “la verdad os hará libres” (Jn 8:32), y que no es lo mismo la verdad que el error, la Iglesia proclama que todo hombre o mujer, para salvarse, debe buscar la verdad; buscar la verdad es una obligación absoluta: el que no busca la verdad no se puede salvar, ya que no le importa la salvación, y, como bien lo dijo San Agustín, “el que te creó sin tí, no te salvará sin tí”. He aquí las palabras de la Iglesia en otro lugar del Catecismo, que me parecen acertadísimas: (número 2467):

“Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas…, se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa. Están obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias”

Es decir: tú y yo tenemos la OBLIGACIÓN de buscar la verdad, y una vez descubierta debemos abrazarla. Si hacemos así Dios no nos ocultará su rostro, y nos dará a cada uno los medios necesarios para nuestra salvación.

En este sentido hay un texto de San Pablo, muy a propósito para lo que venimos hablando, que creo puede ser de gran provecho espiritual para todos; es de la segunda a los Tesalonicenses 2:9 y siguientes:

“La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos, y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado. Por eso Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira, para que sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad”.

El amor a la verdad…

En verdad que es un texto sin desperdicios, digno de ser leído y releído mil veces, y, sobre todo, digno de ser hecho carne. ¡Debemos amar la verdad! ¡Buscarla con todas nuestras fuerzas, y una vez encontrada abrazarla, cueste lo que cueste!

Recuerdo en estos momentos la oración de aquel gran predicador y pastor presbiteriano norteamericano que rezaba así: “Señor, quiero estar donde tú estas, (y a regañadientes y no sin humor agregaba) ¡aunque estuvieses en la Iglesia Católica!”. Dios escuchó su sincera oración…

Así pues, cuando la Iglesia nos enseña que tenemos la obligación moral de buscar la verdad, no está haciendo otra cosa que sacando las conclusiones de aquello que nos enseña San Pablo en el texto citado.

¡Con cuanta facilidad las personas son “crédulas” ante cualquiera que viene a predicarles citándole pasajes de la Biblia!, siendo que el apóstol ya advertía al comienzo de historia de la Iglesia: (I Jn 4:1) “Queridos, no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo”.

Retomando tu pregunta: Dios es el que salva, pero es el mismo Dios el que quiere que seamos su pueblo, su Iglesia. No en vano Cristo fundó una Iglesia, ante la cual fracasan los poderes infernales (Mt 16:18). No es lo mismo una iglesia que otra, no es lo mismo creer en Cristo-Dios que decir que Cristo no es Dios, etc. (ver Mt 5:19). Debemos buscar la verdad, orar a Dios para que nos ilumine y vivir en consecuencia. Obrando así podemos estar seguros que le seremos agradables.

Estimado amigo Elías: espero que, después de todo, algo te haya podido ayudar con estas reflexiones. Tómate tu tiempo para meditarlas, ya que las enseñanzas evangélicas son como una semilla, que necesita de tiempo y cuidado para madurar.

Autor: Pbro. Juan Carlos Sack

Tomado de Apologetica.org

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