Por tanto, que nadie os critique por cuestiones de comida o bebida, o a propósito de fiestas, de novilunios o sábados (Colosenses 2,16)
Algunas denominaciones protestantes de corte adventista sostienen que la Iglesia cristiana se hizo apóstata al sustituir como día del Señor el sábado por el domingo. Según ellos, los primeros cristianos guardaban el sábado, pero a raíz de la conversión del Emperador Constantino en el siglo IV, este cambió el día de reposo del sábado a domingo para hacer el cristianismo más aceptable para los paganos, que en dicho día adoraban al Dios sol.
Un ejemplo de este tipo de argumentaciones la encontré en la Web sabadobiblico.com en su artículo Cómo fue cambiado el sábado. Allí sostienen:
“Tanto en el antiguo como en el nuevo testamento no existe una sombra de variación en la doctrina del sábado… Jesús no sólo fue un ejemplo perfecto en observar el séptimo día de reposo, también todos sus discípulos siguieron el mismo patrón después de que Jesús había regresado al cielo.”
Posteriormente también afirman:
“Para que fuera más conveniente para ellos [los paganos ]hacer el cambio a la nueva religión, Constantino aceptó su día de culto, el domingo, en lugar del sábado de los cristianos, que había sido observado por Jesús y sus discípulos… Por lo tanto, es más fácil de comprender cómo el cambio se impuso sobre el cristianismo a través de una ley civil fuerte, expedida por Constantino como el emperador de Roma”.
La observancia del sábado en el Nuevo Testamento
El día de la resurrección de Cristo (el domingo) fue para los primeros cristianos el cumplimiento de la palabra profética del Salmo del Antiguo Testamento, en donde el Mesías, luego de ser rechazado por su propio pueblo, se convertiría en la piedra angular de la Iglesia y nos traería la liberación sobre el pecado y la muerte:
“La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido; esta ha sido la obra de Yahveh, una maravilla a nuestros ojos. ¡Este es el día que Yahveh ha hecho, exultemos y gocémonos en él!”[1]
A raíz de eso vemos como los primeros cristianos comienzan a reunirse y a celebrar la Eucaristía el domingo, primer día de semana, tal como se observa en Hechos 20,7; 1 Corintios 10,2. No se menciona ni una sola vez en todo el Nuevo Testamento que los primeros cristianos luego de la resurrección de Cristo guardaran el sábado[2].
Otro dato importante lo encontramos en el capítulo 15 del libro de los Hechos de los apóstoles donde se narra el primer gran conflicto que tuvo la Iglesia primitiva. Este ocurre cuando llegaron judíos creyentes a la comunidad de Antioquía, que se escandalizaron al ver que los miembros conversos no habían sido circuncidados ni cumplían otros preceptos de las leyes judías. Estas personas comenzaron a predicar que era necesaria la circuncisión y la asunción de toda la Torá, causando un gran estupor entre los primeros creyentes griegos. Por esta razón, se realiza lo que se conoce como el Concilio de Jerusalén, en el cual los apóstoles se reúnen para tratar el asunto y finalmente toman las siguientes decisiones disciplinarias:
“Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza. Haréis bien en guardaros de estas cosas. Adiós”[3]
No hubo ninguna mención a mantener el sábado como día de reposo, ni encontramos ninguna otra orden en todo el Nuevo Testamento que reitere que es necesario seguir guardándolo, más bien ocurre todo lo contrario, ya que al parecer la insistencia de los judíos cristianos conversos no desapareció inmediatamente y San Pablo tiene que insistir:
“Por tanto, que nadie os critique por cuestiones de comida o bebida, o a propósito de fiestas, de novilunios o sábados”[4]
“Este da preferencia a un día sobre todo; aquél los considera todos iguales. ¡Aténgase cada cual a su conciencia!”[5]
La observancia del sábado en la Iglesia primitiva
La Epístola de Bernabé (96 – 98 d.C.)
La Epístola de Bernabé es un tratado cristiano de 22 capítulos[6], escrito en griego, con algunas características de epístola. Tradicionalmente es atribuida a San Bernabé, que aparece en el libro de Hechos de los Apóstoles como colaborador y compañero de San Pablo de Tarso. Fue conservada en un códice del Antiguo y Nuevo Testamento (el Sinaítico) lo que hace constar que fue muy apreciada en la antigüedad cristiana al igual que escritos como la Didaché o el Pastor de Hermas, llegando a estar en el grupo de los libros que rondaron el canon de los divinamente inspirados antes que fuera definitivamente fijado[7]. La datación varía entre los años 96-98 y el 130-134[8].
En esta epístola encontramos una explicación detallada de la visión cristiana primitiva de como para los cristianos el día del Señor era el domingo, por ser el día de la resurrección de Cristo.
“Por último, les dice [El Señor]: «Vuestros novilunios y vuestros sábados no los aguanto» (Isaías 1,13). Mirád cómo dice: No me son aceptos vuestros sábados de ahora, sino el que yo he hecho, aquel en que, haciendo descansar todas las cosas, haré el principio de un día octavo, es decir, el principio de otro mundo. Por eso justamente nosotros celebramos también el día octavo con regocijo, por ser día en que Jesús resucitó de entre los muertos, y después de manifestado, subió a los cielos”[9]
La Didaché o doctrina de los doce apóstoles (65 – 80 d.C.)
Es uno de los más antiguos escritos cristianos no-canónicos del grupo de los padres apostólicos, considerado anterior a muchos escritos del Nuevo Testamento. Fue escrito entre el año 65 y 80 de la era cristiana[10]. Encontramos en él una breve mención a la celebración continua de la Eucaristía durante cada día del Señor, como el sacrificio perpetuo agradable a Dios profetizado por el profeta Malaquías:
“Reunidos cada día del Señor, romped el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro.
Todo aquel, empero, que tenga contienda con su compañero, no se junte con vosotros hasta tanto no se hayan reconciliado, a fin de que no se profane vuestro sacrificio.
Porque este es el sacrificio del que dijo el Señor: En todo lugar y en todo tiempo se me ofrece un sacrificio puro, porque yo soy rey grande, dice el Señor, y Mi nombre es admirable entre las naciones (Malaquías 1,11)”[11]
Ignacio de Antioquía (107 d.C.)
Discípulo de Pedro y Pablo, segundo obispo de Antioquia y mártir durante el reinado de Trajano aproximadamente en el año 107 d.C. Cuando fue condenado a muerte se le ordenó trasladarse desde Siria a Roma para ser martirizado. De camino a Roma escribió siete epístolas dirigidas a las iglesias de Éfeso, Magnesia, Tralia, Filadelfia, Esmirna, Roma y una carta a San Policarpo. Cuando escribe a los magnesios da testimonio de como los cristianos no guardaban el sábado sino el domingo:
“Ahora bien, si los que se habían criado en el antiguo orden de cosas vinieron a la novedad de esperanza, no guardando ya el sábado, sino viviendo según el domingo, día en que también amaneció nuestra vida por gracia del Señor y mérito de su muerte, misterio que algunos niegan, siendo así que por él recibimos la gracia de creer y por él sufrimos, a fin de ser hallados discípulos de Jesucristo, nuestro solo Maestro, ¿Cómo podemos nosotros vivir fuera de Aquel a quien los mismos profetas, discípulos suyos que eran ya espíritu, le esperaban como su Maestro?. Y por eso, el mismo a quien justamente esperaban, venido que fue, los resucitó de entre los muertos…Absurda cosa es llevar a Jesucristo entre vosotros y vivir judaicamente. Porque no fue el cristianismo el que creyó en el judaísmo, sino el judaísmo en el cristianismo, en el que se ha congregado toda lengua que cree en Dios”[12]
Justino Mártir (100 – 165 d.C.)
Mártir de la fe cristiana hacia el año 165 (decapitado), es considerado el mayor apologeta del Siglo II.
Con San Justino quedó también firmemente atestiguado como para los cristianos era el domingo era el día en que se reunían los cristianos a celebrar la eucaristía. Uno de estos testimonios se encuentra en su apología primera[13], carta dirigida al emperador romano de su tiempo, en defensa de los cristianos que eran perseguidos.
“El día que se llama del sol [domingo] se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos. Seguidamente nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y éstas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y acciones de gracias, y todo el pueblo exclama diciendo “amen”. Ahora viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío por medio de los diáconos a los ausentes”[14]
Otra de sus obras, Diálogo con Trifón, recopila uno de sus debates con uno de los sabios judíos de la época, y en ella éste le echa en cara que los cristianos no guardaban ni la circuncisión ni el sábado: “ni guardáis las fiestas y sábados ni practicáis la circuncisión”[15], y aconseja seguido obedecer la ley judía:
“Si quieres, pues, escuchar mi consejo, pues ya te tengo por amigo mío, en primer lugar circuncídate, luego observa, como es costumbre nuestra, el sábado, las fiestas y los novilunios de Dios y cumple en una palabra, cuanto está escrito en la ley, y entonces, tal vez, alcances misericordia de parte de Dios”[16]
San Justino reconoce que los cristianos no guardan el sábado y explica por qué:“¿Hay alguna cosa más que nos reprochéis, amigos, o sólo se trata de que no vivimos conforme a vuestra ley, ni circuncidamos nuestra carne, como vuestros antepasados, ni guardamos los sábados como vosotros?”[17]
“Necesaria es ya la segunda circuncisión, y vosotros seguís con vuestro orgullo de la carne. La nueva ley quiere que guardéis el sábado continuamente, y vosotros con pasar un día sin hacer nada, ya os parece que sois religiosos…”[18]
“Porque también nosotros observaríamos esa circuncisión carnal y guardaríamos el sábado y absolutamente todas vuestras fiestas, si no supiéramos la causa por la que os fueron ordenadas…No los observamos porque esa circuncisión no es necesaria para todos, sino sólo para vosotros.. Y sin sábado también agradaron a Dios todos los justos anteriormente nombrados, y después de ellos Abraham y los hijos todos de Abraham hasta Moisés… También, pues, el sábado os lo ordenó Dios para que tuvierais memoria de El”[19]
“Porque si antes de Abraham no había necesidad de circuncisión, ni antes de Moisés del sábado, de las fiestas ni de los sacrificios, tampoco la hay ahora, después de Jesucristo, Hijo de Dios, nacido sin pecado de María Virgen del linaje de Abraham”[20]
No queda pues duda, en base a este antiguo diálogo entre un cristiano y un judío del siglo II, como ya para ese entonces, los judíos conocían perfectamente que los cristianos no guardaban el sábado y los cristianos reconocían que no lo hacían.
Tertuliano (160 – 220 d.C.)
Nació aproximadamente en el año 160 y falleció hacia el 220 d.C. Tertuliano no es considerado un padre de la Iglesia, sino un apologeta y escritor eclesiástico de gran erudición. Al final de su vida cae en herejía abrazando el montanismo, pero fue muy leído antes de abandonar la Iglesia Católica. Menciona expresamente el descanso dominical:
“Nosotros, sin embargo, (según nos ha enseñado la tradición) en el día de la Resurrección del Señor debemos tratar no sólo de arrodillarnos, sino que debemos dejar todos los afanes y preocupaciones, posponiendo incluso nuestros negocios, a menos que queramos dar lugar al diablo”[21].
Cipriano de Cartago (200-? d.C.)
Obispo de Cartago nacido hacia el año 200, probablemente en Cartago, de familia rica y culta. Se dedicó en su juventud a la retórica. El disgusto que sentía ante la inmoralidad de los ambientes paganos, contrastado con la pureza de costumbres de los cristianos, le indujo a abrazar el cristianismo hacia el año 246. Poco después, en 248, fue elegido obispo. Al arreciar la persecución de Decio, en 250, juzgó mejor retirarse a un lugar apartado, para poder seguir ocupándose de su grey.
En una carta dirigida a Fido sobre trata el tema del bautismo de niños, menciona el domingo como día del Señor por ser el día en que resucitó Cristo: “Como el día octavo, esto es, el inmediato al sábado era el día en que había de resucitar el Señor, y nos había de dar la vida con la espiritual circuncisión, por eso en la ley antigua se observó dicho día”[22]
Adicionalmente a estos y otros testimonios se suma el Concilio Local de Elvira celebrado en el año 300 que en su canon 21 demuestra que el día en que la Iglesia se reunía era el domingo: “Si alguien en la ciudad deja de venir a la iglesia por tres domingos, que sea excomulgado por un corto tiempo para que se corrija”
Conclusiones
El emperador Constantino decretó la libertad de culto en el Edicto de Milán en el año 313, pero ya se han visto testimonios de más de 250 años antes de que los cristianos celebraban la Eucaristía el domingo y no guardaban el sábado. Los adventistas y otras comunidades protestantes similares simplemente omiten esta información a sus lectores presentándoles así información sesgada. Podría suponerse que la desconocen, pero en el caso del artículo analizado tomado de la Web protestante se puede observar que no es el caso, dado que citan la Enciclopedia Católica que no solo menciona todo esto, sino que afirma que “el domingo era el primer día de la semana según el método de conteo de los judíos, pero para los cristianos comenzó a tomar el lugar del Sabbath judío en los tiempos apostólicos como el día separado para el culto público y solemne a Dios”. De hecho, la cita que atribuyen a la Enciclopedia Católica fue imposible encontrarla.
Se trata nuevamente en este caso, de una historia alternativa fabricada por estas denominaciones protestantes para justificar sus propias doctrinas. El problema que trae a la causa del cristianismo es evidente. Lo más doloso es el problema moral en que se incurre, usando información inexacta para avalar las propias doctrinas. En segundo lugar la historia alternativa presenta a aquel que no es cristiano un panorama de desacuerdo y confusión que no favorece su aceptación del Evangelio. Con el tiempo, los diversos revisionismos han difundido esta versión errónea de la historia que ha promovido las divisiones entre los creyentes y el escándalo entre los que no son creyentes resultando en la ruina de muchas almas. El cristiano debe “permanecer en la verdad” tal como nos lo ha ordenado Jesús como condición ineludible para nuestra salvación, porque ¿qué consorcio tienen la luz y la oscuridad, la verdad y la mentira?[23] Quienes se sirven de la historia alternativa para afirmar doctrinas propias o para derribar las doctrinas originales de la fe, dejan en evidencia su propio error poniendo en peligro su propia salvación y la de otros.
Autor: Por José Miguel Arráiz
NOTAS
[1] Salmo 118,22-24
[2] Frecuentemente se observa a San Pablo entrar en las sinagogas los sábados, pero para evangelizar a los judíos que si guardaban el día sábado y se congregaban ese día (Cf. Hechos 13,14.44; 15,21; 18,4).
[3] Hechos 15,28-29
[4] Colosenses 2,16
[5] Romanos 14,5
[6] Puede leer esta carta en la Web en http://escrituras.tripod.com/Textos/EpBernabe.htm
[7] Daniel Ruiz Bueno, Padres Apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos 65, Madrid 1985, p. 731
[8] Ibid., p. 753
[9] Carta a Bernabé, XVI, 8 Ibid., p. 803
[10] Puede leer la traducción protestante de esta carta en la Web en http://escrituras.tripod.com/Textos/Didache.htm
[11] Didaché, XIV,1-3 Ibid., 91
[12] Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios, IX; X,3. Ibid., p. 464-465
[13] Puede leer esta carta en la Web en http://multimedios.org/docs/d002610/
[14] Justino Mártir, Apología I, 67. Daniel Ruiz Bueno, Padres Apologetas Griegos, Biblioteca de Autores Cristianos 166, Madrid 1996, p.258
[15] Justino Mártir, Apología I, 10,3. Ibid. p. 318
[16] Justino Mártir, Diálogo con Trifón, 8,4. Ibid., p. 315-316
[17] Justino Mártir, Diálogo con Trifón, 10,1. Ibid., p. 317
[18] Justino Mártir, Diálogo con Trifón, 12,3. Ibid., p. 321
[19] Justino Mártir, Diálogo con Trifón, 18,2; 19,2.4. Ibid., p. 331-333
[20] Justino Mártir, Diálogo con Trifón, 23,4. Ibid., p. 340
[21] De orat., XXIII; cf. “Ad nation.”, I, XIII; “apology.”, XVI. Enciclopedia Católica, Domingo
[22] Cipriano de Cartago, Carta LVIII, A Fido sobre el bautismo de niños. Obras de San Cipriano Obispo y Mártir, Tomo I, Arámburu y Roldán, Valladolid 1807, p. 262
[23] 2 Corintios 6, 14