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La existencia de Dios

Dios Padre

¿Podemos de algún modo comprobar que Dios existe?

Parece necesario tener lucidez sobre la existencia de Dios y su conocimiento por parte del hombre, pues se dan actualmente muchas ideas que oscurecen, e incluso niegan este hecho. De las certezas que da el conocimiento natural, los testimonios o las experiencias personales, hasta las reflexiones metafísicas. como las vías tomistas, son extremos que se tocan en este artículo.

El conocimiento de Dios

“Dios nuestro Señor quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4).

Para alcanzar esta salvación es necesario que los hombres conozcan a Dios: creer en la existencia de Dios, que premia a los buenos y castiga a los malos, pues

“sin fe es imposible agradar a Dios; por lo cual, quien se acerca a El debe creer que Dios existe y que remunera a los que le buscan” (Hebr 11, 6).

La historia de la salvación es la historia misma del camino según el cual el Dios único y verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres y los reconcilia y une a El, restaurando la escisión producida por el pecado.

A lo largo de la historia humana, Dios ha podido ser entendido de modos muy diferentes; incluso no han faltado quienes niegan su existencia. Sin embargo, el conocimiento de la existencia divina es una convicción viva y con valor universal a lo largo de todos los tiempos; es, asimismo, una idea-fuerza que ha configurado profundamente tanto la vida individual como la actitud del hombre ante el mundo que le rodea.

El hombre puede llegar al conocimiento de Dios de muchas maneras. Todas ellas responden bien a la capacidad natural de la inteligencia humana de conocer la existencia de Dios, bien a la Revelación divina que nos ofrece de El un conocimiento sobrenatural.

Conocimiento natural de Dios

La existencia real de Dios, como ser Supremo, Principio y Fin del hombre y del universo creado y esencialmente distinto de las criaturas, puede ser conocida con certeza por la razón natural, pues la inteligencia del hombre goza de capacidad natural para elevarse al conocimiento de su Creador.

Quiso el Señor que todas las criaturas llevaran como impresas sus huellas y dieran testimonio de su existencia. De ahí que sea posible llegar al conocimiento de Dios por medio del conocimiento de las cosas creadas

Testimonio de la Sagrada Escritura

a) Conocimiento de Dios por medio de la creación

La Sagrada Escritura nos da testimonio de esa capacidad natural del hombre; éste con la reflexión de su inteligencia ha buscado a Dios y mostrado su existencia. Veámoslo.

La Sagrada Escritura atestigua este principio: la razón humana puede conocer a Dios por medio de la creación, pues las cosas creadas son testimonio permanente de su Autor y llevan a su Conocimiento con alcance universal.

En el Libro de la Sabiduría encontramos dos motivos a través de los cuales el hombre puede alcanzar el conocimiento de Dios. Uno es la belleza que hay en las criaturas: por la contemplación de las diversas bellezas creadas, el hombre puede alcanzar el conocimiento de Aquel que es la fuente de toda belleza, Dios, Belleza suprema. El otro motivo es el poder y la fuerza que existe en la naturaleza creada: las fuerzas de la naturaleza son un reflejo de la omnipotencia de Aquel a quien se someten todas las potencias.

“Vanos son por naturaleza todos los hombres que ignoran a y no alcanzan a conocer por los bienes visibles a Aquel-que-es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice; sino que al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo los consideraron como dioses, rectores del universo. Si, seducidos por su belleza, los tuvieron como dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de todos ellos, pues es el Autor mismo de la belleza quien los creó. Y si se admiraron de su poder y de su fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su Creador; pues, de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se llega por razonamiento al claro conocimiento de su Autor. Con todo, no merecen éstos tan grave reprensión, pues tal vez caminan desorientados buscando a Dios y queriéndole hallar. Ocupados en sus obras, se esfuerzan en conocerlas, y se dejan seducir por lo que ven. ¡Tan bellas se presentan a sus ojos! Pero, por otra parte, tampoco son éstos excusables; porque, si llegaron a adquirir tanta ciencia y fueron capaces de investigar el universo, ¿Cómo no llegaron más fácilmente a descubrir a su Señor?” (Sabiduría, 13, 1-9).

b) Conocimiento de Dios por los grados de perfección

Más duras son las palabras de San Pablo en la Epístola a los Romanos. En ella pone de manifiesto que la incredulidad produce la degradación del hombre, cosa evidente, por cuanto que el que no quiere reconocer a Dios cae en una vida inmoral. Esta recriminación sería injusta si el hombre no fuese capaz de conocer a Dios con su inteligencia. Pero no es así, porque las perfecciones divinas se hacen visibles a la inteligencia humana por el conocimiento que de las mismas nos dan las cosas creadas. Los grados de perfección que el hombre conoce en la naturaleza reflejan la perfección absoluta de un Dios único y personal, al que todos los hombres son llamados a adorar y a seguir.

“La cólera de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad e injusticia de los hombres, que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque las perfecciones invisibles de Dios, su poder eterno y su divinidad, se han hecho visibles después de la creación del mundo por el conocimiento que de ellas nos dan las criaturas, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en vanos razonamientos, y su insensato corazón se llenó de tinieblas: jactándose de sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles. Por eso, Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén” (Rom 1, 18-25; cfr Hech 14, 14-18; 17, 22-30).

Según este texto, el que no reconoce a Dios lo hace por su culpa, pues no se trata sólo de no percibir lo invisible de Dios en las cosas visibles, sino de una rebelión del corazón que no reconoce a Dios como Señor, y le niega el dominio sobre el hombre y sobre las cosas. Con tal actitud, el hombre se degrada, no es capaz de reconocer su puesto en un mundo que se ha convertido en desordenado y caótico, y no acierta a descubrir la dimensión divina que aflora en todas las cosas.

c) El testimonio de la conciencia

También en la Sagrada Escritura encontramos otro medio a través del cual el hombre puede conocer a Dios: se trata de su conciencia, la cual atestigua tanto la existencia de Dios como la ley natural que Dios escribió en el corazón de todo hombre.

“Cuando los gentiles, que no tienen Ley, cumplen las prescripciones de la Ley guiados por la razón natural, sin tener Ley son para sí mismos Ley -es decir, obran según su conciencia-. Y con esto muestran que los preceptos de la Ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia con los juicios que, alternativamente, ya les acusan o bien les defienden (Rom 2. 14-15).

Los que no han recibido la Revelación de Dios conocen por su razón natural los principios esenciales que informan la ley natural. En la intimidad de su corazón, todo hombre tiene grabada una ley moral natural. que participa de la ley eterna de Dios.

Pruebas de la existencia de Dios

Es una sentencia próxima a la fe la que afirma la posibilidad de demostrar la existencia de Dios por medio del principio de causalidad (cfr Pío X, «Juramento antimodernista», DS 3538 [2145]).

Ya desde la misma época patrística, los teólogos han elaborado una diversidad de argumentos demostrativos de la existencia de Dios. Esto es así porque la proposición «Dios existe», desde el punto de vista del conocimiento humano, es una proposición mediata, que necesita de demostración racional, aunque tal proposición es en sí misma inmediata por hacer referencia al Ser absoluto e incausado.

Como se ve, las argumentaciones demostrativas de la existencia de Dios, desde la dimensión de su conocimiento racional o natural, caen en el área filosófica, y, más concretamente, en aquella parte de la metafísica llamada metafísica teológica o teología natural; ésta tiene como objeto el conocimiento del Ser absoluto, de la Causa Incausada de todos los seres existentes o posibles.

Experiencia personal de Dios

Pero no todos los hombres, en concreto, necesitan acudir a una reflexión intelectual para llegar a la convicción de que Dios existe como ser Supremo y diferente al mundo, al que se le debe sumisión y adoración.

Por tratarse de un presupuesto que ilumina la vida entera del hombre y el sentido del mundo, es lógico que la inmensa mayoría no se plantee reflexivamente cómo se puede demostrar la existencia de ese Dios en el que ya creen. Para el hombre es tan natural la convicción de la existencia de Dios como la luz del día o las estrellas de la noche, pues no en vano ha salido el hombre de las manos divinas. Como imagen de Dios, el hombre conserva esa convicción divina no como algo extraño y añadido por la presión de la cultura, sino como algo propio, como el fundamento radical de su ser, como la luz que explica el dinamismo de su vida, y como el amor en el que encuentra su plenitud. Se trata de algo vivido como por instinto; es, además, algo tan sublime y tan íntimo, que resulta difícil explicarlo con propiedad.

A esto hay que añadir la experiencia personal de Dios que han tenido muchos hombres a lo largo de la historia. Ellos mismos han descrito con tal precisión sus experiencias, que no cabe atribuirlas a pura ficción o a invención poética, sino a un verdadero encuentro personal con Dios.

Así, por ejemplo, en su afán de profundizar en la vida interior, Newman se convierte al catolicismo por la oración y el estudio. Claudel se siente conmovido en su espíritu al oír el canto del Magníficat en una tarde de Navidad; y confiesa:

“Qué dichosas son las personas que creen! Pero… si fuera verdad… ¡Es verdad! ¡Dios existe, está ahí! ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! Me ama. Me llama» (Lessort, P.: «Claudel visto por sí mismo», p. 54).

También se dan otras experiencias personales de Dios, que se manifiestan como una acción propia y sobrenatural de Dios en el interior del hombre. En la Sagrada Escritura encontramos, por ejemplo, este tipo de intervención divina en la conversión de San Pablo:

«Oyó una voz que le decía: -Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El respondió: ¿Quién eres, Señor? Y El: -Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer’ (Hech 9, 4-6; cfr 22, 5-8; 26, 10-18; Gál 1, 12-17).

También en la vida de muchos santos se encuentran estas intervenciones divinas, que atestiguan no sólo la existencia de Dios, sino también su amor a los hombres, a quienes llama a Sí. Valga como ejemplo la experiencia de San Agustín:

“Y he aquí que oigo de la casa vecina una voz, no sé si de un niño o de una niña, que decía cantando, y repetía muchas veces: ¡Toma, lee; toma, lee! Y al punto, inmutado el semblante, me puse con toda atención a pensar, si acaso habría alguna manera de juego, en que los niños usasen canturrear algo parecido; y no recordaba haberlo jamás oído en parte alguna. Y reprimido el ímpetu de las lágrimas, me levanté, interpretando que no otra cosa se me mandaba de parte de Dios, sino que abriese el libro y leyese el primer capítulo que encontrase. Porque había oído decir de Antonio, que por la lección evangélica, a la cual llegó casualmente, había sido amonestado, como si se dijese para él lo que se leía: “Ve, vende todo cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; y ven y sígueme” (Mt 19, 31); y con este oráculo, luego se convirtió a Vos. Así que volví a toda prisa al lugar donde estaba sentado Alipio, pues allí había puesto el códice del Apóstol al levantarme de allí; lo arrebaté, lo abrí y leí en silencio el primer capítulo que se me vino a los ojos: ‘No en comilonas ni embriagueces; no en fornicaciones y deshonestidades; no en rivalidad y envidia; sino vestíos de nuestro Señor Jesucristo, y no hagáis caso de la carne para satisfacer sus concupiscencias’ (Rom 13, 13-14). No quise leer más, ni fue menester; pues apenas leída esta sentencia, como si una luz de seguridad se hubiera difundido en mi corazón. todas las tinieblas de la duda se desvanecieron” (San Agustín, “Confesiones”, VIII, 12 [29]).

Las cinco vías

La reflexión metafísica sobre el conocimiento de Dios, en cuanto fundamento o causa primera de los seres finitos, va de lo conocido a lo desconocido, de lo sensible a lo espiritual, de los efectos a la causa suprema. Por eso se llama conocimiento derivado o a posteriori. Este modo de conocer coincide con el testimonio de la Sagrada Escritura, que hemos visto anteriormente.

El conocimiento derivado o a posteriori responde a la estructura de la inteligencia humana. El hombre conoce con facilidad las cosas sensibles y concretas, que percibe de modo inmediato: esta piedra, aquel árbol; asimismo, el viento que arrastra esta piedra y el crecimiento de aquel árbol. A partir de este conocimiento inmediato, la inteligencia del hombre es capaz de abstraer mentalmente las esencias de esas cosas sensibles: los conceptos de piedra, árbol, movimiento, vida, etc., y adquirir un nuevo conocimiento de valor universal.

Fundamentándose en este conocimiento derivado, Santo Tomás de Aquino sistematizó las clásicas “cinco vías” para demostrar la existencia de Dios. Estas pruebas constituyen la demostración más sencilla, a la vez que profunda, de la existencia divina y han alcanzado gran prestigio. No haremos referencia a las otras pruebas filosóficas.

La estructura de cada una de las cinco vías es la siguiente (cfr « Suma Teol.», 1, q2, a3):

1) Punto de partida: consiste en consignar un hecho de experiencia cierto: la existencia del movimiento, la subordinación de las causas eficientes, la contingencia de los seres sensibles, los diversos grados de perfección que hay en los seres y la ordenación de los mismos a un fin.

2) Primer grado de la vía: consiste en demostrar que los hechos consignados son necesariamente efectos; es decir, algo causado. Asegurado el carácter de efecto, la razón se eleva a demostrar la existencia de una causa en virtud del principio de causalidad.

3) Segundo grado de la vía: consiste en la afirmación de que en una subordinación de causas del ser no se puede dar un proceso al infinito, sino que es absolutamente necesario llegar a una primera causa, de la cual dependen todas las demás. Pensar en una serie infinita de causas, lo único que hace es aplazar indefinidamente el problema, pero no buscar su solución; viene a ser como prolongar el cauce del río, pero no llegar nunca a su fuente. Si la fuente no existe, no se da el agua del río.

4) Término final de la vía: esa causa primera es lo que nosotros denominamos Dios. Luego Dios existe.

a) Primera vía: Se funda en el movimiento

1) Es innegable, y consta a nuestros sentidos, que hay cosas que se mueven, es decir, que cambian. No se trata sólo del movimiento en sentido físico (locomoción), sino en sentido metafísico, es decir, como paso de la potencia al acto (cambios de una condición a otra, de un ser a otro, etcétera).

2) Pues bien, todo lo que se mueve, cambia, muda o transforma es movido por otro, ya que nada se mueve más que cuando está en potencia respecto a aquello para lo que se mueve. En cambio, mover requiere estar en acto, ya que mover no es otra cosa que hacer pasar algo de la potencia al acto, y esto no puede hacerlo más que lo que está en acto. Por ejemplo, el fuego hace que un leño -que está caliente sólo en potencia- pase a estar caliente en acto. Pero no es posible que una misma cosa esté, a la vez, en potencia y en acto respecto a lo mismo, sino en orden a cosas diversas. Es imposible que una misma cosa sea, por lo mismo y de la misma manera, motor y móvil, como también lo es que se mueva a sí misma. Por consiguiente, todo lo que se mueve es movido por otro.

3) Pero, si lo que mueve a otro es, a su vez, movido, es necesario que lo mueva un tercero, y a éste otro. Mas no se puede seguir indefinidamente, porque así no habría un primer motor, y, por consiguiente, no habría motor alguno, pues los motores intermedios no mueven más que en virtud del movimiento que reciben del primero, lo mismo que un bastón nada mueve si no lo impulsa la mano.

Por consiguiente, es necesario llegar a un primer motor que no sea movido por nadie.

4) Este primer motor que no es movido por nadie es el que todos entienden por Dios. Luego Dios existe.

b) Segunda vía: Se basa en la causalidad eficiente

1) Nos consta por experiencia que hay en el mundo sensible un orden determinado entre las causas eficientes, pues están subordinadas esencialmente entre sí para la producción de un efecto común.

2) Pero no se da, ni es tampoco posible, que una cosa sea causa de si misma, ni en el orden del ser ni en el de la operación, pues en tal caso habría de ser anterior a sí misma, y esto es imposible.

3) Ahora bien: esa serie de causas eficientes, subordinadas esencialmente entre sí, no se puede prolongar indefinidamente, porque siempre que hay causas eficientes subordinadas, la primera es causa de la intermedia, y ésta causa de la última. Cada una de estas causas actúa por influjo de las causas que la preceden. Y así tenemos que, suprimida una causa se suprime su efecto. Por consiguiente, si no existiese una causa primera, tampoco existiría la intermedia, ni la última. Si, pues, se prolongase indefinidamente la serie de causas eficientes, no habría causa eficiente primera y, por tanto, no habría efecto último, ni causa eficiente intermedia, cosa falsa a todas luces.

Por consiguiente, es necesario que exista una causa eficiente primera.

4) Esta causa eficiente primera, que no es causada por ninguna otra, a la que están subordinadas todas las demás causas; es decir, esta causa eficiente Incausada es llamada por todos Dios. Luego Dios existe.

c) Tercera vía: Se fundamenta en la contingencia de los seres

1) Es evidente que hallamos en la naturaleza seres que pueden existir o no existir, pues vemos seres que vienen a la existencia por generación y seres que se destruyen por corrupción; es decir, seres que no tienen en sí mismos la razón de su existencia, sino que están condicionados por otros seres, y, por tanto, hay posibilidad de que existan y de que no existan. Estos seres reciben el nombre de seres contingentes.

2) Ahora bien: es imposible que los seres contingentes hayan existido siempre, ya que lo que tiene la posibilidad de no ser, hubo un tiempo en que no fue. Es decir, los seres contingentes, que tienen la posibilidad de existir y de no existir, reciben la existencia, no por sí mismos, sino por otro ser que ya existe. Así, pues, los seres contingentes son, por esencia, efecto, seres que piden causa, seres que alguna vez han comenzado a existir causados por otro.

Pero, como ya se demostró antes (segunda vía), es imposible y absurdo que haya una serie infinita de seres contingentes, es decir, de causas subordinadas, ya que es imposible que sólo existan efectos.

Por consiguiente, los seres contingentes exigen la existencia de un ser que no haya comenzado a existir; un ser no causado, que exista por sí mismo; un ser que ha existido siempre. A este ser se le llama ser necesario.

3) Pero el ser necesario, o tiene la existencia por sí mismo, o la ha recibido de otro ser necesario superior. En esta segunda hipótesis, si el ser necesario ha recibido su existencia de otro ser necesario superior, es imposible aceptar una serie indefinida de seres necesarios. Es forzoso, por tanto, admitir la existencia de un ser necesario que exista por sí mismo y que no tenga fuera de sí la causa de su necesidad, sino que sea causa de los demás seres.

4) A este ser necesario, que no tiene la existencia recibida de otro, sino que existe por sí mismo, en virtud de su propia naturaleza, es al que todos llaman Dios. Luego Dios existe.

d) Cuarta vía: Considera los grados de perfección que hay en los seres

1) Vemos en los seres que unos son más o menos buenos, más o menos verdaderos y nobles que otros; y lo mismo ocurre con las diversas cualidades. Así, por ejemplo, nadie duda que el hombre es más perfecto que el animal; el animal, más perfecto que el vegetal; y éste más perfecto que el mineral. Lo propio se ha de decir de la bondad, de la verdad, de la nobleza y de otras perfecciones semejantes, las cuales están realizadas en todos los seres según una diversidad de grados, en virtud de la cual unos seres son más perfectos que otros.

2) Pero la diversidad de grados que se da en esas perfecciones, es decir, las cosas más o menos buenas, más o menos verdaderas, más o menos bellas, etc., suponen la existencia de lo máximo; están reclamando un ser óptimo, verdaderísimo, bellísimo, etc. En otras palabras, esos grados dc perfección son algo causado por otro, el cual, si posee esas perfecciones en grado limitado, las tendrá, a su vez, causadas por otro.

3) Pero como es imposible admitir una serie infinita de causas limitadas, causadas, en este proceso de ascensión, llegamos a una primera causa en donde todas esas perfecciones se encuentran en grado sumo y en toda su plenitud. Por lo tanto, ha de existir algo que sea verísimo, nobilísirno, bellísimo y óptimo, y por ello ente o ser supremo, pues lo que es verdad máxima es máxima entidad.

Ahora bien: quien tiene una perfección pura en grado máximo, o por esencia, es causa de esta perfección en todos aquellos que la poseen en grado inferior, o por participación. Además, no puede ser más que un único ser, una única perfección subsistente en sí misma, una única perfección en toda su plenitud y totalidad.

4) Por consiguiente, existe algo que es para todas las cosas causa de su ser, de su bondad, de su belleza y de todas sus perfecciones, porque se trata del Ser sumo, de la Verdad suma, de la suma Bondad; y a este ser todos lo llamamos Dios. Luego Dios existe.

e) Quinta vía: Se toma del gobierno del mundo

1) Vemos que cosas que carecen de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, como se comprueba observando que siempre, o casi siempre, obran de la misma manera para conseguir lo que más les conviene, es decir, su plena evolución y desarrollo, o la conservación de su especie, o el orden dinámico del cosmos, etc., por lo que se comprende que no van a su fin obrando al azar, sin rumbo ni orientación, sino intencionadamente.

2) Ahora bien: los seres que carecen de conocimiento no pueden tender a sus respectivos fines si no los dirige un ser inteligente que conozca dicho fin, a la manera como el arquero dirige la flecha.

3) Esta inteligencia ordenadora no puede estar ordenada por una serie indefinida de inteligencias, sino que es preciso llegar a un ser inteligente supremo, que consiste en su mismo acto de entender, un entender infinito, subsistente y único; es decir, que es el origen y el fundamento de todas las demás inteligencias que conocen y dirigen las cosas carentes de conocimiento a sus propios fines.

4) Luego existe un Ser inteligente supremo que dirige todas las cosas naturales a sus respectivos fines, y a este Ser lo llamamos Dios. Luego Dios existe.

Fuente: Revista Arbil

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