¿Cuál Biblia es más confiable? ¿Porqué se omiten versículos?
Un lector nos envía la siguiente interesante pregunta:
“Hola, me llamo J. F. y me he encontrado con algo que me ha hecho tambalear mucho en mi fe cristiana: versículos omitidos de la traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras o Biblia de los Testigos de Jehová, como son:
- Mateo 17:21; 18:11; 23:14
- Marcos 7:16; 9:44; 9:46; 11:26; 15:28
- Lucas 17:36; 23:17
- Juan 5:4
- Hechos 8:37; 15:34; 24:7; 28:29
Me encontré con la sorpresa de que también faltan en la versión Dios habla hoy; y Hechos 28:29 falta en la versión Latinoamericana (católica)… Hay maldiciones sobre los que añaden o quitan alga de la Biblia; entonces ¿sobre quién recaen las maldiciones? ¿Cual es la Biblia mas confiable y por que? ¿Qué pasa con 1 Juan 5:7 de la versión Reina – Valera? ¿es que acaso no aparece en ninguna otra?
Att: J. F. V. – Iglesia Misión Cristiana al Mundo
Comunidad Carismática de Amor
Seccional Cali Colombia – Ministerio Punta de Lanza”
Estimado J.F.V.: creo que su pregunta es muy interesante, pues nos da pie para explicar cómo apareció el texto bíblico, o mejor dicho, de dónde sacamos nosotros hoy, en el siglo XXI, el texto de las Sagradas Escrituras. Creo que su pregunta se la hacen muchas otras personas que leen la Biblia, de modo que trataré de explicar la situación lo mejor posible, aunque brevemente y con un lenguaje sencillo.
Usted ha comprobado que las distintas versiones de la Biblia no concuerdan totalmente en cuanto a incluir o no determinados versículos. (Dicho sea de paso, tampoco concuerdan en el número de libros que contienen, ya que la Iglesia Católica acepta como canónicos algunos libros que los Protestantes llaman “apócrifos”; pero no podemos detenernos ahora en ese asunto: vamos directamente al tema que nos toca.)
La Biblia “original”
Como sabemos, los libros de las Escrituras fueron inspirados por Dios a los autores sagrados, de tal modo que nosotros llamamos a todas y cada una de las palabras de la Biblia: “Palabra de Dios”.
Pero no fue Dios quien escribió el Libro de los Libros directamente: Dios les inspiró a determinados hombres, de un modo misterioso, aquello que Él quería que ellos pusiesen por escrito. La Biblia es, pues, un libro “teándrico”, palabra griega que significa “hecho por Dios y por el hombre”. El escritor sagrado no perdía su conciencia ni entraba en éxtasis cuando escribía: él obraba en pleno control de sus facultades intelectuales, físicas, emocionales; pero de un modo misterioso era Dios el que le inspiraba lo que debían escribir.
Los libros de la Biblia fueron escritos durante un período de más de mil años, por muchos y muy diferentes autores, en los idiomas hebreo, griego y algunos pocos trozos en arameo, que es muy parecido al hebreo. La raíz de la cuestión que nos ocupa ahora está en el hecho – del cual no cabe duda – que los originales del texto no existen más. Es decir: el documento escrito de puño y letra por los autores sagrados no se conserva; ni siquiera una parte, nada.
Cuando los autores compusieron sus libros (y algunos de ellos, sobre todo en el Antiguo Testamento, tuvieron varias ediciones antes de llegar al texto como lo conocemos nosotros) más o menos inmediatamente se comenzó acopiar ese texto, pues se lo consideraba muy útil, o profecía, o apostólico, etc. Recuerde que no existía nada parecido a la imprenta, e incluso eran pocos los que podían escribir o leer.
Pongamos un ejemplo: Pablo escribe una carta a los cristianos de Roma. Se trata de una carta física, de determinado material, tamaño, etc. Esa carta llega a Roma, se lee, se re-lee, va de una comunidad a otra… y desaparece, como desaparecen tantas cosas con el tiempo, los accidentes, el uso, etc. El hecho es que esa carta no se conserva. Pero antes que se perdiera se hicieron copias de la misma: tal vez los mismos romanos la copiaban para leerla en comunidades nuevas, o se la enviaban a sus parientes, o los que estaban de paso por Roma la copiaban para llevarlas consigo de regreso a su tierra, etc. etc. etc. Y atención, que ya podemos hablar de “copia de una copia”: no se copiaba todo del original (es decir, de la carta física y concreta que envió Pablo), sino también de las copias que ya circulaban. Exactamente así se fue trasmitiendo no sólo la carta a los Romanos, sino todo el resto de los escritos del Nuevo Testamento. Con el Antiguo Testamento sucedió algo similar.
Otra cosa que se fue haciendo al inicio de la vida de la Iglesia fue traducir las cartas apostólicas, los evangelios, etc a las lenguas de las nuevas comunidades cristianas: siríaco, aramaico, etc. Traducciones que se hacían o bien de algún original, o bien – en la mayoría de los casos – de las copias que circulaban de los textos sagrados.
Los leccionarios y códices: aparecen las “variantes del texto”.
Estando así las cosas, poco a poco fueron apareciendo colecciones de cartas apostólicas, evangelios y demás literatura sagrada. Son los llamados códices. También surgieron colecciones de textos para la lectura en las asambleas de los cristianos: son los llamados leccionarios, como son de uso aún hoy en las iglesias católicas y ortodoxas.
Tanto las copias “sueltas”, como los “códices” y los “leccionarios” son obras de copistas, es decir, gente que sabía leer y escribir y que quería trasmitir el texto sagrado para su lectura comunitaria, y también personal.
Dios inspiró al autor sagrado para escribir el texto, como sabemos, pero no inspiró al copista para que copiara sin error… “Pero cómo – dirá alguno; ¿no habrá inspirado Dios también al copista para que trasmitiera su Palabra sin error?” Respondemos con un claro NO. ¿Cómo se sabe esto? Simplemente porque hoy en día existen centenares de copias de los primeros siglos que no son iguales, es decir, que traen el texto de las Escrituras con más o menos diferencias. Sin duda que Dios asistió el proceso de trasmisión del texto de la Biblia, ya que es un hecho demostrado que las diferencias (entre esas copias) que llevan a significados distintos son pocas. Sí hay muchísimas diferencias sin importancia para el sentido del texto, mientras varias diferencias cambian el sentido del texto, aunque sin tener importancia para el contenido.
Dicho sea de paso, de otras obras antiguas (como las obras de Homero) tampoco tenemos originales, y las copias que nos han llegado son muy posteriores (¡por siglos!) al escrito original, mientras que del Nuevo Testamento tenemos fragmentos del siglo II, textos enteros del III, códices enteros del IV… La Biblia es, sin duda alguna, el libro mejor trasmitido de la antigüedad.
Las diferencias entre las copias del texto sagrado, entre un códice y otro, o entre los leccionarios, etc, se llaman técnicamente “variantes”.
Así las cosas, tenemos que a los cristianos del siglo XXI no nos ha llegado el texto “original” de las Escrituras, sino “copias, con muchas variantes” -aunque con una altísima fidelidad-, trasmitidas en códices, leccionarios, traducciones, etc.
Los manuscritos y códices se pueden ver en las bibliotecas y museos donde se conservan (Vaticano, Londres, Paris, S. Petersburgo, etc. etc. etc), aunque el acceso a ellos se permite sólo a los estudiosos. En general se trabaja con las foto-copias hechas en microfilm y otros métodos, para no arruinar el manuscrito.
Las ediciones críticas de la Biblia
Esta es la situación real, actual. Ahora bien, cuando alguien traduce una Biblia, por ejemplo, al español (como en el caso de la Biblia del Nuevo Mundo, Dios Habla Hoy, Biblia Latinoamericana, etc, que usted me menciona en su pregunta), lo primero que tiene que hacer el traductor es preguntarse: ¿de dónde saco el texto “original”?
Hoy en día existen varios trabajos de gente que “se pasó la vida” estudiando esos manuscritos de códices, leccionarios, fragmentos de papiro, etc, para compararlos, analizarlos, y darles un valor. No puedo ahora extenderme mucho sobre el tema, pues sería de nunca acabar. La cuestión es que existen hoy en día ediciones del texto bíblico, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento en hebreo y en griego, hecho por estudiosos serios, en las cuales aparece, por ejemplo, la carta a los Romanos según los códices y papiros más antiguos y serios, mientras que las “variantes” con respecto a ese texto aparecen mencionadas al pie de la página. Es lo que se llama una “edición crítica de la Biblia” (tanto para el Antiguo como para el Nuevo Testamento, pero por razones de tiempo daremos como ejemplo solo el Nuevo).
De modo que el traductor, para hacer su trabajo, debe en primer lugar adquirir una buena edición crítica del Nuevo Testamento, de la cual pueda él traducir al español, ya que es imposible que cada traductor consiga y lea todos los manuscritos que existen en el mundo (más de cinco mil, dispersos por los cinco continentes en museos, bibliotecas, etc). Ese trabajo ya lo ha hecho otra gente, a saber, la que preparó la edición crítica. Hoy en día existen varias ediciones críticas. Para el Antiguo Testamento la más conocida es la llamada Biblia Stuttgartensia, aunque no es la única. Para el Nuevo Testamento hay varias; las más conocidas son Nestle-Aland, Merk, y otras.
Una cuestión de confianza
Los traductores, con la edición crítica ante sus ojos, leen el texto que los editores de la obra proponen como texto más seguro, pero también comparan con las variantes al pie de página… y deben tomar una decisión: ¿conservo el texto así como lo trasmite tal o cual código, o en este caso sigo lo que dice tal otro? Obviamente no se trata de un juicio meramente subjetivo, como quien dice “me gusta más si dice esto o aquello”. Hay reglas, y las decisiones deben basarse en estas reglas científicas. Esta es una de las grandes diferencias entre todas las traducciones que existen hoy en día, y al lector de una traducción no le queda sino confiar en quien hizo la traducción. Por eso es acertada su pregunta “¿cual es la Biblia más confiable y porqué?”.
En realidad, todos debemos confiar en que los autores de las ediciones críticas hayan hecho un buen trabajo… Y los que no conocen las lenguas originales deben confiar en que los traductores no haya querido “llevar agua a su molino” haciendo una traducción tendenciosa… Es por eso que en la Iglesia Católica existe el “nihil obstat”, que es una aprobación oficial que da la Iglesia a una determinada traducción, después de serio examen de la misma, y que le permite al lector sencillo estar tranquilo en cuanto a que la traducción es sustancialmente correcta. Quién no confía en la Iglesia en este campo, tendrá que confiar en su propio olfato, o a la comunidad cristiana que le recomienda tal o cual Biblia, o en el traductor a quien probablemente no conoce, etc.
Y aquí cabe otra observación: ¿Cómo se yo si los así llamados “deuterocanónicos” que los católicos admiten como Palabra de Dios son o no son Palabra de Dios? Finalmente, debo confiar en que lo son, o que no lo son… Puedo ir a ver la historia del canon bíblico, claro está, pero… ¿tendré todos los datos para decidir yo solo si el libro tal fue o no inspirado por Dios? ¿Es el olfato personal el criterio último?
¡Qué importante es saber en quién confiar!
¿Falta versículos… o sobran?
Después de esta muy sucinta y necesaria explicación, volvemos al tema de su pregunta, para responderla más concretamente. He consultado una edición crítica del Nuevo Testamento (Nestle-Aland, 1999) con respecto a cada uno de los versículos sobre los que usted llama la atención. En todos ellos, efectivamente, hay un problema de trasmisión del texto. Me explico.
La ciencia de la crítica textual ha hecho muchos descubrimientos y avances durante el siglo pasado: en estos momentos estamos en mejores condiciones para reconocer lo que podría ser el texto “original” de la Biblia, que lo que estaban nuestros hermanos del siglo X, o XV, o XVII. ¿Porqué? Porque se han descubierto códices (de toda la Biblia, o casi toda), leccionarios y papiros (de toda una carta, o de parte) ¡mucho más antiguos de los que se tenían hace unos siglos atrás! De este modo, hoy podemos decir, por ejemplo, que tal versículo, que hasta el momento aparecía en las mayorías de las biblias, o en la Biblia Vulgata, etc, en realidad no aparece en los manuscritos más confiables o más antiguos… O bien podemos tomar decisiones ante las variantes de los textos basados en una cantidad más grande o de más calidad de “copias” antiquísimas.
Todos los versículos que usted me cita han sido excluidos del texto de la edición crítica de Nestle-Aland, motivo por el cual muchas traducciones los omiten también; al pie de página de la edición crítica, sin embargo, aparece el texto que “falta”, para conocimiento del traductor. ¿Porqué se decidió sacar ese versículo del texto y ponerlo sólo al pie de página? Porque los manuscritos (las “copias”) que no traen ese versículo son más importantes o más antiguas que aquellos manuscritos que lo traen. El traductor, sin embargo, puede aún decidir si poner ese texto o no, o poner una parte. Pero como le dije antes, hay leyes bastante seguras y científicas que no nos permiten poner o sacar a gusto, sino respetando las leyes de la transmisión del texto: cuando vemos que una traducción excluye o incluye esos versículos por motivos ideológicos, esa traducción pierde valor entre los estudiosos, y por ende entre las iglesias. Aunque ese es otro tema, muy interesante pero que no podemos abarcar aquí.
Usted me menciona la Biblia de los Testigos de Jehová: con respecto a la “omisión” de esos versículos, no hay problema, como quedó claro en los párrafos precedentes. La cuestión con esa Biblia está en que en muchísimos otros lugares ellos han traducido de modo parcial, llevando sin duda “agua a su molino”. Los seguidores de la Atalaya confían en que sus traductores han traducido bien… Pero excepto ellos, NADIE MÁS acepta esa traducción como confiable, porque es una manipulación total del texto. ¿Y cómo puede darse cuenta el cristiano sencillo que no conoce los idiomas originales?
En conclusión, que esas versiones que usted me dice no tengan esos versículos no es nada raro, ni digno de ninguna “maldición”, ni nada parecido. Simplemente, el versículo en cuestión parece más bien que había sido “agregado” por el copista, por un motivo u otro. Cuando la Biblia se dividió en versículos, la edición más importante era la Vulgata (en latín, del siglo IV). Hoy en día podemos decir que tal o cual versículo que traía la Vulgata, en realidad, no pertenece a las Escrituras: como no podemos cambiar toda la numeración de un libro o carta de la Biblia cada vez que decidimos omitir un versículo (quédese tranquilo que eso no pasa todos los días), entonces se pone el número del versículo omitido entre paréntesis (y a veces las biblias aclaran abajo qué versículo “falta” y porqué, aunque no siempre).
Digamos también que los descubrimientos continúan, y no sería raro que se descubriesen otros manuscritos tan o más antiguos que los que tenemos (como sucedió en el desierto del Mar Muerto, en las cuevas de Qumran, hace algunos años), y tengamos que seguir cambiando, adaptando, quitando o tal vez agregando alguna que otra palabra o versículo; no se trata de “cambiar la Biblia”, sino al contrario, de irla purificando de los errores de los copistas o de las aclaraciones que ellos mismos agregaban, etc.
Espero le haya podido aclarar un poco el tema. Se que puede parecer un poco complicado, pero en realidad es sencillo: los hombres, al copiar el texto bíblico, lo hicieron con errores, voluntarios a veces, involuntarios la mayoría de las veces. La ciencia así llamada “crítica textual” nos ayuda a purificar el texto bíblico para acercarnos lo más posible al “original”.
Si quiere mi consejo, la Biblia de Jerusalén le puede ayudar en su estudio, ya que sigue los manuscritos más recientes, y lleva muchas notas explicativas, además de paralelos, índice temático, etc. Pero hay otras ediciones confiables en español. Yo le puedo garantizar aquellas que llevan el “nihil obstat” de la Iglesia: las demás, corren por cuenta de quién en ellas quiera confiar.
Con gusto responderé a cualquier duda, aclaración o pregunta que usted, o cualquier lector, me envíe sobre este tema (Apologetica@IVE.org).
Dios lo bendiga,
Autor: Pbro. Juan Carlos Sack
Fuente: Apologetica.org