Pocas cosas producen posiciones encontradas tanto entre católicos como protestantes como el ecumenismo. Algunos lo rechazan como un sincretismo religioso en donde cada uno renuncia a parte de lo que considera es la verdadera doctrina cristiana, mientras que otros consideran un movimiento inspirado por el Espíritu Santo que busca restaurar la unidad de los cristianos, conforme a la voluntad del Señor: “Que todos sean uno” (Juan 17,21)
Personalmente estoy en parte de acuerdo con ambos: con los primeros, en rechazar aquello que ellos entienden por ecumenismo, pues un ecumenismo en donde se renuncia a la unidad sacrificando la verdad no puede provenir del Espíritu Santo[1].
Y con los segundos, en que es voluntad de Dios que los cristianos estemos unidos. San Pablo nos exhortó a poner “empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Efesios 4,3-5)
Sería incapaz de dudar de la recta intención de muchos de mis hermanos separados que son capaces incluso de dar la vida por Cristo, siendo ese un testimonio inobjetable de la fuerza de su fe. Y personalmente sí estoy a favor del ecumenismo, pero de un ecumenismo con las características que exige el evangelio, que busca la unidad no sólo en apariencia, sino formando parte de un solo cuerpo y compartiendo una misma fe.
Enfoques ecuménicos a lo largo de la historia
Si bien el ecumenismo busca “restaurar” la unidad de los cristianos, el enfoque que se ha dado a lo largo de la historia ha variado, cosa completamente comprensible dado que se trata de un elemento “prudencial” no dogmático, que puede variar de acuerdo al momento y condiciones de cada período. No se pone en duda aquí si se debe o no se debe buscar restaurar la unidad entre cristianos, sino que se busca la mejor manera de hacerlo.
Papa Pio XI y la Encíclica Mortalium Animos
El Papa Pio XI publicó en 1928 la Encíclica “Mortalium Animos” acerca de “cómo se ha de fomentar la verdadera unidad religiosa”. En ella el Papa desarrolla un enfoque conocido como “ecumenismo de retorno”, que fue el que tuvo la Iglesia hasta ese entonces, en el cual se busca restaurar la unidad entre cristianos por medio de la reincorporación de los cristianos no católicos a la unidad plena de la Iglesia Católica abandonando su antigua fe.
Se rechaza cualquier participación o cooperación de los católicos en encuentros ecuménicos, por considerarlos un resbaladero al indiferentismo y el modernismo[2].
Ecumenismo a partir del Concilio Vaticano II
Luego del Concilio Vaticano II se produce una apertura y un cambio de enfoque en el ecumenismo. Ya no se busca solo un ecumenismo de retorno, pues no se pide a los demás que renieguen de su propia historia de fe, tampoco implica buscar uniformidad en todas las expresiones de la teología de la espiritualidad, en las formas litúrgicas y en la disciplina[3].
El más importante exponente de este enfoque del ecumenismo es el Decreto sobre el ecumenismo, Unitatis Redintegratio, del Concilio Vaticano II, y en él se exhorta a que en el diálogo ecuménico se exponga con claridad toda la doctrina evitando un “falso irenismo” que pueda “desvirtuar la pureza de la doctrina católica y obscurecer su genuino y verdadero sentido”[4].
Se trata de exponer la verdad con caridad, respeto pero a la vez sin atenuaciones en busca de la unidad en la diversidad: unidad en lo fundamental (una misma fe y doctrina) pero con diversidad en las expresiones de la misma.
Un ejemplo de esto lo encontramos en la masiva conversión de anglicanos que optaron por regresar a la comunión plena de la Iglesia Católica, aceptando formalmente la Constitución Apostólica “Anglicanorum coetibus”. Por medio de la institución de ordinariatos personales las comunidades de conversos conservaron elementos de espiritualidad, liturgia, teología e historia, y disciplina, que forman parte del patrimonio anglicano, pero a su vez aceptaron la fe y doctrina católica en su integridad, reconociendo la primacía jurisdiccional del Papa se sujetaron a la Congregación para la doctrina de la fe y a los demás dicasterios de la Curia romana según sus competencias.
¿Enfoques excluyentes?
Aunque ambos enfoques son distintos, siempre he pensado que ambos no son necesariamente incompatibles en lo fundamental, porque no habría por qué ver como excluyente la búsqueda de conversiones individuales mientras caminamos juntos aprendiendo a comprendernos y respetarnos, cooperando en aquellas causas que nos son comunes y permaneciendo juntos en oración.
Se trata de aceptar que tenemos diferencias que de momento no podemos resolver, pues esa unidad será una gracia del Espíritu Santo, pero mientras tanto compartir en aquello que tenemos en común, y por medio del diálogo, explorar y discernir en qué otras cosas compartimos una misma fe aunque nuestra forma de expresarla sea distinta.
P.D: En mi próxima entrega trato lo que considero errores y desviaciones en la praxis ecuménica actual. Advierto que será un artículo principalmente crítico, por lo que aquellas personas que tienen una idea de catolicismo que involucra estar de acuerdo en todo con este pontificado incluyendo aquellas cosas que son opinables, mejor absténganse de leerlo. Hago esta última observación, porque la última vez que escribí un artículo crítico, hubo algunas personas que me acusaron de “cismático” y “simpatizante de lefebvristas”, lo cual les aseguro, no es el caso.
Autor: José Miguel Arráiz
NOTAS
[1] Unitatis Redintegratio 11
[2] Mortalium Animos 15
[3] Benedicto XVI, La revolución de Dios, pág. 23