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El Cardenal Ratzinger sobre Dominus Iesus

El documento responde al relativismo religioso en el dialogo ecuménico, señala el Cardenal Ratzinger

VATICANO, 6 Set. 00 (ACI).- Al presentar en la Oficina de Prensa de la Santa Sede la declaración “Dominus Iesus” sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, el Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe señaló que el documento publicado por el Dicasterio es una necesaria respuesta al relativismo religioso que equipara otras religiones al cristianismo.

En la presentación de “El Señor Jesús” intervinieron el Cardenal Joseph Ratzinger, el Arzobispo Tarcisio Bertone, S.D.B., Mons. Fernando Ocáriz y el P. Angelo Amato, S.D.B., respectivamente prefecto, secretario y consultores de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Durante su iluminadora presentación, el Cardenal Ratzinger señaló que en el animado debate contemporáneo sobre la relación del Cristianismo y las otras religiones, se difunde cada vez más la idea que todas las religiones son para sus seguidores vías igualmente validas de salvación”.

“Se trata -dijo el Purpurado- de una opinión sumamente difundida non sólo en ambientes teológicos, sino también en sectores cada vez más amplios de la opinión pública católica y no católica, especialmente aquella más influenciada por la orientación cultural hoy prevalente en Occidente, que se puede definir, sin temor a equivocarnos, con la palabra: relativismo”.

El Cardenal se preguntó: ¿Cuál es la consecuencia fundamentalmente de este modo de pensar y sentir en relación el centro y al núcleo de la fe cristiana? Es el sustancial rechazo de la identificación de la singular figura histórica, Jesús de Nazaret, con la realidad misma de Dios, del Dios viviente”. “De esta manera, objetivamente hablando, se introduce la idea errada de que las religiones del mundo son complementarias a la revelación cristiana”, agregó.

En base a tales concepciones, el Cardenal Ratzinger advirtió que actualmente afirmar que exista una verdad universal que se cumple en la figura de Jesucristo y es transmitida por la fe de la Iglesia, “es considerado una especie de fundamentalismo que constituiría un atentado contra el espíritu moderno y representaría una amenaza contra la tolerancia y la libertad”.

El “dogma” del diálogo

“El mismo concepto de diálogo asume un significado radicalmente diverso de aquel utilizado en el Concilio Vaticano II”, dijo el Cardenal Ratzinger; y agregó que “el diálogo, o mejor, la ideología del diálogo, sustituye a la misión y a la urgencia del llamado a la conversión: el diálogo no es más el camino para descubrir la verdad, el proceso a través del cual se desvela al otro la profundidad escondida de aquello que él ha experimentado en su experiencia religiosa, y que espera ser completado y purificado en el encuentro con la revelación definitiva y completa de Dios en Jesucristo”.

“El diálogo en las nuevas concepciones ideológicas, introducidas lamentablemente, al interno del mundo católico y de ciertos ambientes teológicos y culturales, es más bien la esencia del ‘dogma’ relativista y lo opuesto a la ‘conversión’ y a la ‘misión’”, señaló.

Así, la disolución de la cristología y por tanto de la eclesiología “se convierte en la conclusión lógica de tal filosofía relativista, que paradójicamente se encuentra en la base tanto del pensamiento post-metafísico de Occidente como de la teología negativa del Asia”.

El relativismo

“El resultado -dijo el Cardenal- es que la figura de Jesucristo pierde su carácter de unicidad y de universalidad salvífica. El hecho de que el relativismo se presente, como bandera del encuentro con las culturas, como la verdadera filosofía de la humanidad, en grado de garantizar la tolerancia y la democracia, conduce a marginar ulteriormente a quien se empeña en la defensa de la identidad cristiana y en su deseo de difundir la verdad universal y salvífica de Jesucristo”.

“En realidad la crítica a la pretensión de ser absoluta y definitiva la revelación de Jesucristo reivindicada por la fe cristiana, viene acompañada por un falso concepto de tolerancia. El principio de la tolerancia como expresión del respeto a la libertad de conciencia, de pensamiento y de religión, defendido y promovido por el Concilio Vaticano II, y nuevamente propuesto por la Declaración, es una posición ética fundamental, presente en la esencia del Credo cristiano, puesto que se toma en serio la libertad de la decisión de fe”; dijo el Purpurado; pero señaló que “este principio de tolerancia y respeto de la libertad es hoy manipulado e indebidamente sobrepasado, cuando se le extiende a la valoración de los contenidos, como si todos los contenidos de las diversas religiones e incluso de las concepciones arreligiosas de la vida fueran a ser puestas sobre el mismo plano, y no existiese más una verdad objetiva y universal, dado que Dios o el Absoluto se revelaría sobre innumerables nombres, siendo todos verdaderos”.

“Esta falsa idea de tolerancia está unida con la pérdida y la renuncia a la cuestión de la verdad, que de hecho hoy es considerada por muchos como una cuestión irrelevante o de segundo orden. Salta así a la vista la debilidad intelectual de la cultura actual: llegando a faltar la pregunta por la verdad, la esencia de la religión ya no se distingue de su “no esencia”, la fe no se distingue de la superstición, la experiencia de la ilusión. En fin, sin una seria pretensión de verdad, también la valoración de las otras religiones se convierte en un absurdo y una contradicción, dado que no se posee el criterio para constatar aquello que es positivo en una religión, distinguiéndolo de aquello que es negativo o fruto de la superstición y el engaño”, agregó el Cardenal.

El deber de evangelizar

“La estima y el respeto por las religiones del mundo, así como por las culturas que han dado un objetivo enriquecimiento a la promoción de la dignidad del hombre y al desarrollo de la civilización, no disminuye la originalidad y la unicidad de la revelación de Jesucristo y no limita en modo alguno la tarea misional de la Iglesia”, explicó el Cardenal Prefecto, y señaló que “la Iglesia se siente llamada, constitutivamente, a la evangelización de los pueblos”, incluso “en el contexto actual, marcado por la pluralidad de las religiones y las exigencias de libertad de decisión y de pensamiento”.

Para aclarar esta realidad, concluyó el Purpurado, la “Dominus Iesus” desarrolla “una doble tarea: por un lado se presenta como un renovado testimonio autorizado para mostrar al mundo ‘el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo’ (2Cor 4,4); por otro lado, indica como vinculante para todos los fieles la base doctrinal irrenunciable que debe guiar, inspirar y orientar tanto la reflexión teológica como la acción pastoral y misionaria de todas las comunidades católicas esparcidas en el mundo”.

Autoridad doctrinal

Por su parte, Mons. Bertone se refirió extensamente y con firme precisión respecto de la autoridad magisterial del documento. Al respecto, recordó que al estar aprobado expresamente por el Sumo Pontífice, “tiene naturaleza magisterial universal”, derivada “del hecho de que la Congregación para la Doctrina de la Fe es el organismo auxiliar próximo del Romano Pontífice, con el mandato específico y único recibido de Él de promover y tutelar en todo el orbe católico la doctrina de la fe y las costumbres”.

“Si se negase que las decisiones doctrinales de la Congregación, aprobadas expresamente por el Papa, son de naturaleza magisterial universal, se seguiría que tales decisiones tendrían un valor meramente orientado y disciplinar o incluso equivalente al valor de una opinión teológica, por más respetable. Esto, sin embargo, contradice la Tradición eclesial y la voluntad y el mandato del mismo Sumo Pontífice”, señaló el Secretario del Dicasterio.

El Arzobispo explicó además que la fórmula de aprobación empleada por el Pontífice que se encuentra al final del Documento, “es de autoridad especial y elevada: certa scientia et apostólica Sua auctoritate. Esto corresponde a la importancia y esencialidad de los contenidos doctrinales enseñados en la Declaración: se trata de verdades de fe divina y católica (que pertenecen al 1er apartado de la Fórmula de la Profesión de Fe) o de verdades de la doctrina católica a ser creídas firmemente (que pertenecen al 2do apartado de la misma Fórmula). El asentimiento pedido por lo tanto a los fieles es de tipo definitivo e irrevocable”.
Mons. Bertone explicó que “una sencilla, pero necesaria puntualización sobre el grado de autoridad de la Declaración ‘Dominus Iesus’ se impone, especialmente considerando la insistencia con la cual —también recientemente— intervenciones y publicaciones de ciertos teólogos han hecho críticas al Motu proprio del Santo Padre ‘Ad tuendam fidem’ y a la Nota doctrinal ilustrativa de la Formula de la Profesión de fe, publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1998”.

La objeción de tales teólogos pretende establecer una distinción entre la infalibilidad de la enseñanza y la definitividad de la doctrina. Según algunos, la Nota doctrinal de la Congregación sostiene que el Magisterio puede proponer como definitivas doctrinas que no se enseñan infaliblemente. Tales teólogos concluyen que, dado que no son infalibles, esas doctrinas podrían ser consideradas provisorias o revisables y por lo tanto discutibles por parte de los teólogos.

“Esta objeción con la conclusión relativa, son totalmente infundadas e inmotivadas. Si una doctrina es enseñada como definitiva, y por lo tanto irreformable, esto presupone que sea enseñada por el Magisterio con un acto infalible, aunque sea de diversa tipología”, explicó el Arzobispo.

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