La imposición de manos como gesto de “ordenación” Los grados jerárquicos del sacerdocio.
Capítulo VIII: LA TRANSMISIÓN DEL SACERDOCIO Y LA JERARQUÍA EN LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES Y EN LAS CARTAS DE SAN PABLO.
La gracia… conferida a través de la imposición de manos.
En los libros del NT se encuentran muy a menudo alusiones a las imposiciones de las manos. Respecto al contenido, este rito tiene diversos significados. En Mt.10, 13-16, por ejemplo, expresa la bendición dada a alguno a través de este gesto. Muy a menudo, sobre todo en las descripciones de curaciones milagrosas, se trata de Cristo que impone las manos. (Mt.9, 18; Mc.6, 5; 8,23-25; Lc.4, 40; 13,13). Los apóstoles a veces han presentado recurso también ellos a aquel gesto para conceder la curación (Hech.28, 8). Pablo mismo recobra la vista cuando Ananás impone las manos sobre él (Hech.9, 12-17).
Pero hay textos en los cuales la imposición de las manos es un signo exterior de la transmisión de un cierto poder o de una función. Así por ejemplo, la elección de los diáconos se realiza a través de la oración y la imposición de las manos de parte del colegio de los apóstoles sobre los siete candidatos que les son presentados (Hech.6, 6). Del mismo modo, imponiendo las manos, Pablo y Bernabé han instituido ancianos en todas las comunidades (14, 13); con el mismo rito fueron instituidos los presbíteros y los obispos en Éfeso; así viene descrito el envío a la misión de Pablo y Bernabé entre los paganos: «Entonces, después de haber rezado y ayunado, impusieron las manos sobre ellos y los abandonaron a su misión» (13,3).[1]
Sobre la base de estos textos, se puede creer que el poder de ejercitar el apostolado desde el tiempo de Pablo era transmitido mediante la imposición de las manos y una no mejor especificada oración. Los textos 13,13 y 14,23 de los Hechos lo demuestran claramente. Merecen un atento examen tres declinaciones de Pedro en las cartas a Timoteo: 1Tim. 4,14; 5,22; 2Tim. 1,6.
Para resolver mas cómodamente una dificultad de estos textos conviene analizar juntos 1Tim.4,14 y 2Tim.1,6: «no descuides el don espiritual que hay en ti, que te ha sido conferido mediante una intervención profética acompañado por la imposición de las manos de parte del colegio de los presbíteros» (1Tim.4,14); «es por esto que te exhorto a reavivar el don que Dios ha depositado en ti a través de la imposición de las manos». (2Tim.1,6). Aquí es Pablo mismo el que ha impuesto las manos sobre el discípulo, mientras el texto de 1.Tim 4,14 habla de una no demasiado precisada comunidad sacerdotal. Bastantes datos parecen indicar por tanto que aquella comunidad acompañaba a Pablo y que él era el actor principal del recordado rito: de hecho en los dos textos han sido usadas dos preposiciones diversas. La participación de la comunidad sacerdotal en la ceremonia de la imposición de las manos está expresada en la preposición metá, que casi siempre designa las circunstancias que acompañan una acción. En el texto de 2Tim.1,6, al contrario, la frase que habla de la imposición de las manos de parte de Pablo lleva la preposición diá, que en general expresa la idea de causalidad instrumental.
No se trata de una simple particularidad gramatical, sino que parece una invitación a considerar que en ambos casos es Pablo el que impone las manos a Timoteo. Pablo está citado solo en el segundo texto, mientras que el primero habla de la participación de la comunidad de los ancianos.
El contexto no permite asimilar esta imposición de las manos a cualquier bendición y menos todavía a la narración de una curación. El contenido teológico del texto recibe todo su significado en virtud de los paralelos veterotestamentarios, en los cuales la imposición de manos subraya la solidaridad entre aquel que bendecía y aquel que recibía la bendición, y recibía así un cierto bien. (Lv.1, 4; 16,21; Num.8, 10; 27,15; Dt.34, 9) Se está pues en presencia de un rito bíblico que confiere el Espíritu y transmite un oficio, como se ve en Num.27, 18-23, donde Moisés confiere la sucesión a Josué.
El significado del rito de la imposición de manos es también el siguiente: el ministerio de la nueva alianza se transmite, para que la misión y sacerdocio de Cristo no sean comunicados sólo a los apóstoles sino también a sus sucesores, hasta el fin de los tiempos, como sugiere 1Cor11, 26: «cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, vosotros anunciáis la muerte del Señor, hasta que vuelva».
La imposición de las manos estaba acompañada por una oración, de la cual no se conservó la fórmula. Esta debía expresar la voluntad de Dios sobre el elegido, invocar sobre él el Espíritu de Dios. De esto se puede tener una idea, considerando el especial carisma producido por la imposición de las manos y de la oración pronunciada en aquella ocasión, carisma del cual se habla solo en los textos que aluden a aquel rito: anunciar el evangelio con verdadera autoridad doctrinal; cumplir bien la obra apostólica (1Tim.4, 12-16); recibir «un Espíritu de fortaleza, de amor y de dominio de sí» (2Tim.1,7). En gracia de este «don (chárisma) que Dios ha depositado» en él, el apóstol puede mostrarse fuerte por la gracia de Dios, no avergonzarse por el evangelio y proclamarlo en el mundo entero.
Pablo, entonces ha transmitido su poder ( que el mismo había recibido de Dios: 2Tim.1,11) a Timoteo. Éste a su vez, podrá comunicarlo a otros. De hecho 1Tim.5,22 pone en guardia contra la prisa de imponer las manos sobre quienquiera. Algunos exégetas querrían distinguir allí alguna traza de rito penitencial. Se trata mas bien del mismo rito del cual 1Tim.4,14 y 2Tim.1,6; la alusión a los presbíteros inmediatamente precedente (v.17-21) da sostén a esta interpretación.[2]
Estos textos muestran que el oficio de los ministros del sacerdocio de Cristo se transmite a través de la imposición de las manos y la oración que lo acompaña. Es poco probable que aquí se refiera a un rito instituido como tal por Jesús mismo; y tampoco se puede hacer valer la idea de un origen judeo-rabínico[3]. Los apóstoles, consientes de empeñar el futuro, se refirieron a un rito significativo practicado por los responsables del viejo Israel (Num.27, 18-23); en el nuevo pueblo de Dios, mediante el mismo rito que comunica el Espíritu, los jefes aseguraron la perennidad de su sucesión.
Autor: Casimir Romaniuk
Casimir Romaniuk Il sacerdozio del Nuovo Testamento. Esegesi e Tradizione Bologna (1976), 213-226.
Tradujo la Hermana María de las Virtudes, SSVM Convento de Contemplativas, Pontina, Italia
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Los grados jerárquicos del sacerdocio en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas de San Pablo.[4]
Discípulos y apóstoles
Hay algunas diferencias de terminología respecto al uso del término «discípulo» en los evangelios y en los Hechos de los apóstoles. En los evangelios son indicados como discípulos hombres que habían unido su suerte a la de Jesús, o por un consentimiento tácito o por un deseo explícito. Ellos constituían sin duda un grupo consistente, pero no al punto de confundirse con la multitud de gente.
El autor del tercer evangelio, usa frecuentemente el término «discípulo» también en los Hechos de los apóstoles: esta vez, él indica simplemente los fieles, los miembros de las diversas iglesias: «en aquellos días, porque el número de los discípulos aumentaba, surgieron algunos murmuradores entre los helenistas contra los hebreos… Los doce convocaron entonces la asamblea de los discípulos y dijeron: … » (Hech.6, 1-2; cf. también Hech.6, 7; 9,25; 9,38; 11,26-29; 13,52; 14,20.22.28; 15,10; 16,1; 18,23-27; 19,1-30; 20,1-30; 21,4-16).
Las formas de organización de la iglesia se fueron desarrollando desde cuando el Cristo eligió a los doce. Los Hechos de los apóstoles dejan entrever que la jerarquía en la iglesia se fue constituyendo propiamente a partir de este grupo. Los Hechos les dan el nombre de apóstoles sin reservarlo exclusivamente a ellos ya que es atribuido también a Pablo y a aquellos que los doce y Pablo han llamado a formar parte del grupo, como José llamado Bernabé, originario de Chipre (Hech.4, 36). Santiago, el hermano del maestro, jefe de la comunidad de Jerusalén, fue también él, al menos según algunos exegetas, un apóstol instituido no por Cristo, sino por los hombres. Contrariamente a Bernabé, apóstol itinerante, Santiago permanece en Jerusalén hasta el final de su vida. El primero representa una jerarquía ambulante y el segundo el tipo de un poder residencial. Ambos eran plenipotenciarios del Colegio de los Apóstoles, es decir de aquellos que han acompañado al Señor Jesús todo el tiempo que Él vivió entre ellos (Hech.1, 21) y que lo han visto resucitado.
Por cuanto son menos conocidos, también Andrónico y Junia eran, según el mismo Pablo, auténticos apóstoles instituidos por los hombres (Rom.16, 7).
Por tanto así son llamados apóstoles, hombres que se consagran a un trabajo apostólico, cualquiera sea. Pablo los distingue claramente del cuerpo de los doce, no los pone nunca al mismo nivel y no dice nunca que ellos son instituidos como apóstoles de Jesucristo.
Él tiene conciencia de que la presencia de algo incomunicable en la experiencia de los doce y en la suya.
Los diáconos
Con el pasar del tiempo, la Iglesia se separa siempre más de la sinagoga, y por los empeños de carácter social que va asumiendo, tiene necesidad de nuevas fuerzas. Se llega así a la institución del diaconado (Hech. 6, 1-7), cuya existencia señala una etapa en la historia de la organización de la Iglesia primitiva. Los diáconos tienen principalmente la tarea de organizar la obra caritativa de la Iglesia (Hech.6, 3)[5]. Ellos pueden también enseñar, como prueba la actividad de San Esteban (6,8-51) y de Felipe (8,5 ss); tienen también el derecho de bautizar (8,38). Y más arriba hemos visto que ellos son instituidos diáconos por medio de la imposición de las manos. Participan muy de cerca en el ministerio de los apóstoles.
En Fil.1, 1 ellos son recordados como personajes particularmente dignos. Le son impuestas algunas exigencias morales importantes: cf. 1Tim.3,8-10,12,13.
Vale la pena notar que en 1Tim.3,11 se hace alusión a algunas mujeres, las diaconizas. Parece que una de ellas sea Febea, una piadosa mujer recordada en Rom.16, 1 que prestaba servicio en Cencreas. Documentos sucesivos atribuyen a esas mujeres el deber de enseñar a otras mujeres las verdades de la fe, de asistir a los ritos de bautismo de otras mujeres y visitar los enfermos. Los textos del NT no dicen nada acerca del modo en que se las recluta y no conocemos los detalles de su actividad apostólica.
Los diáconos por tanto no tenían el poder de gobernar las diversas iglesias locales. Así también no se dice nunca que hayan impuesto las manos a alguno. La comunidad estaba unida a la persona del apóstol que era su jefe efectivo y ejercitaba su poder, o personalmente con visitas periódicas a las Iglesias que había fundado, o por correspondencia, o también por medio de enviados especiales.
Los presbíteros-obispos
Con el pasar del tiempo, junto a esta jerarquía itinerante se instala una jerarquía local, particularmente en las comunidades palestinas y sobre el modelo de las administraciones civiles.
Pensamos señaladamente en la institución de los ancianos (presbyteroi). Era un colegio compuesto generalmente por siete hombres experimentados y respetados por todos. Tenían un poder administrativo y judicial y debían preocuparse de las cuestiones financieras de la comunidad. Por tanto, parece que no hayan nunca desempeñado funciones sacerdotales.[6] En las sociedades no cristianas, los ancianos formaban, con los expertos en las Escrituras, la clase de los jefes del pueblo; en Jerusalén eran miembros del Sanedrín (Flavio Josefo, Antiq. IX, 3,15; XIV, 5,4). Ahora algunos textos de los Hechos de los Apóstoles nos hacen pensar en un similar sistema administrativo también entre los cristianos. Por ejemplo, Pablo y Bernabé entregan los dones para la Iglesia de Antioquía propiamente en manos de los ancianos. (Hech.11, 30) Además algunos deberes de los ancianos necesitan las funciones de los diáconos. Según Hechos 15,6 los ancianos tomaron parte activa del «concilio» de Jerusalén: no solo tomaron allí la palabra, sino también ciertas decisiones: «entonces los apóstoles y los ancianos, de acuerdo con la Iglesia entera, decidieron elegir algunos entre ellos y enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé.» (Hech.15, 22). La fórmula «los apóstoles y los ancianos» se repite más veces en los Hechos de los Apóstoles (15,2-4.22) lo que hace pensar en que los presbíteros tenían no solamente un cierto poder administrativo, sino también la posibilidad de pronunciarse en las cuestiones que implicaban la vida y el futuro de la Iglesia. Sobre el modelo de la sociedad palestina existen colegios de ancianos también en las comunidades fundadas por Pablo y Bernabé en Asia Menor y en Grecia. Como hemos ya visto, ellos reciben su oficio mediante la imposición de manos. (Hech14, 23)[7].
Los ancianos están unidos personalmente a la comunidad de origen; por esto se dice comúnmente: «Los ancianos de ésta o aquella iglesia». Pero nada indica que uno de ellos haya usurpado el privilegio del primado, ni que haya estado por jefe de la Iglesia local. El poder supremo está siempre en manos de los apóstoles en persona, por cuanto los ancianos ejercitaban un cierto poder de dirección (1Tim.5,17). Contrariamente al procedimiento de elección observado en las comunidades palestinas no cristianas. Pablo en las iglesias por él fundadas, elige él solo a los ancianos y les impone las manos. Se tiene aquí una nueva indicación sobre la naturaleza del sacerdocio ministerial: la mediación viene de Dios, ésta es transmitida por tradición.
El término «anciano», visto el uso frecuente que de él hacen los Hechos de los Apóstoles, parece remontarse muy lejanamente, lo que hace pensar que la misma función haya comenzado a existir en las costumbres de la Iglesia primitiva antes de la del episcopado[8].
Con el pasar del tiempo aparece en las mismas comunidades un nuevo título: «custodio», «epíscopos», y los titulares de este oficio tienen un cierto poder sobre los diáconos y sobre los fieles. La comunidad sobre la cual se encuentran como guías se llama la iglesia de Dios (1Tim.3,5) y en la vida de estas comunidades, a oración litúrgica ocupa el primer puesto. El «gobierno» (proistámenoi, 1Tim.3,4) es uno de los principales deberes del obispo. Él debe también saber dirigir y sobre el ejemplo de Cristo debe ser un pastor (poimén). Pero principalmente él vela sobre la comunidad, la «vigila».
Así es sobre todo en las iglesias de Asia Menor, en el tiempo de Ignacio de Antioquía, es decir, entre el 1° y 2° siglo. Dan fe de esto los escritos de Ignacio de Antioquía, las cartas de Clemente de Roma y la «enseñanza de los doce apóstoles»[9]. Pero el término epíscopos aparecía ya en los Hechos de los apóstoles y en las cartas de San Pablo, donde indica, a veces, las mismas personas que en otro lugar son llamados «ancianos». Por ejemplo, en Hechos 20,17, Pablo convoca en Mileto a los ancianos de Éfeso y les recuerda la responsabilidad que ellos tienen en virtud de su institución en el oficio de obispos, de parte del Espíritu Santo. Ellos son obispos para velar por la iglesia de Dios: «tened cura de vosotros mismos y de toda la grey de la cual el Espíritu Santo os ha instituido como custodios». (Hechos 20, 28).
En la introducción de la carta a los filipenses, Pablo, saluda a los obispos y a los diáconos. El hecho de que él deje a los ancianos podría explicarse admitiendo que el término epíscopoi designe a un mismo tiempo sea a los obispos como a los ancianos. Es probable que el término epíscopoi sea usado en modo análogo en 1Tim. 3,2. No se podría comprender de otro modo el brusco cambio con el cual el texto se pasa de los obispos a los diáconos. Aún más: la alusión a los obispos (en plural) de la ciudad de Filipos o de Éfeso estaría en plena contradicción con la tradición de la Iglesia: es notable de hecho que el uso prohíbe a dos obispos de residir en una misma ciudad[10]. El texto de Tito 1, 5-7 es todavía más iluminador sobre el significado de los términos epíscopos y presbyteros: «te he dejado en Grecia para que tu lleves a término la organización y para que tu instituyas a los presbíteros en cada ciudad, conforme a mis instrucciones…»
El obispo, de hecho, en su cualidad (deî gár tòn epíscopon eînai). Se trata aquí de las mismas personas, si bien al inicio sean llamadas «obispos» y después «ancianos».
Estos términos, epíscopos y presbyteros, no son sin embargo sinónimos. El segundo, designa un estado, mientras que el primero expresa la idea de una vigilancia e indica una determinada función[11].
Como consecuencia, cuando estos mismos personajes constituían el colegio dirigente de las iglesias locales eran llamados ancianos; y cuando, con el pasar del tiempo algunas de sus funciones se fueron precisando mejor, se comenzó a llamarlos obispos[12].
Los resultados de las exégesis más recientes no permiten sostener mas la tesis, según la cual los epíscopoi del NT serían los verdaderos predecesores de los sacerdotes ministeriales, mientras los presbyteroi habrían sido laicos, sin voz en el capítulo en lo que respecta a la enseñanza y al culto, con actividad limitada a la administración puramente exterior de las iglesias. Muchos textos escriturísticos permanecen en contradicción con tal interpretación. En Hechos 5, 24 viene dicho, en efecto que se imponían las manos tanto a los ancianos como a los obispos; y de la carta de Stgo. 5, 14 se puede concluir que eran propiamente los ancianos los que cumplían con la unción de los enfermos, la cual, muy en verdad, tenía un carácter sacramental. Parece entonces que tengan razón aquellos que sostiene que los ancianos tenían el mismo poder sacerdotal que los obispos. Estos últimos, en ciertas circunstancias, formaban un comité ejecutivo especial creado por el colegio de los ancianos. El régimen de organización de las comunidades no cristianas, judías y helenistas, nos dan muchos ejemplos que sostienen esta hipótesis[13]. En la Iglesia primitiva existían por una parte ancianos-obispos que tenían el deber de presidir las asambleas litúrgicas, ofrecer la eucaristía, enseñar en el sentido estricto de la palabra y administrar los bienes materiales de la iglesia; por otra parte, los ancianos que no eran obispos, si bien habían recibido todos los poderes requeridos para cumplir los hechos recién mencionados, no ejercitaban este poder; o si lo ejercitaban, lo hacían en turnos, llegando a ser así, obispos[14].
Pero esta regla admite demasiadas excepciones. Hemos tenido ya ocasión de constatar como, en el espacio de algún verso, los autores inspirados, incluso dirigiéndose a los mismos destinatarios, se servían de dos términos queriendo así atraer la atención sobre la diversidad y amplitud de las funciones del jefe de la comunidad.
Esta observación asume todo su significado cuando se recuerdan los otros títulos atribuidos a los responsables. Se trata de palabras corrientes que en los ambientes judíos o griegos, designan a los funcionarios y a los jefes. Pablo habla de «antepuestos a la asistencia y al gobierno de a Iglesia» (1Cor 12,38). Término usado también en Rom. 12,8 «aquel que preside» y en 1 Tim 5,17. No se trata de un puesto honorífico, sino de una grave carga de gobierno. Los nombres hegeúmenoi (Hebreos 13,7-17-24) y poiménes (Ef. 4,11-12; 1Pe. 5,1-4) expresan la idea que en la comunidad cristiana el jefe-guía, conduce, nutre a su grey: «los pastores (están) encargados de organizar a los santos para la obra del ministerio en vista a la construcción del cuerpo de Cristo que es la iglesia» (Ef. 4,11-12). En fin , la palabra epimeletés evoca la función del curator romano, que convoca a la asamblea para las fiestas y para los juegos o vigilaba los trabajos ordenados por los organismos públicos.
El estudio de los grados jerárquicos del sacerdocio nos conduce a sacar las siguientes conclusiones:
1- En los libros del NT y sobre todo en las cartas de San Pablo, los términos «obispo» y «anciano» son usados en modo de poder ser intercambiables, aunque no se deban minimizar ciertas diferencias de significado.
2- El uso de definir al jefe de la comunidad con el nombre de «anciano» es de origen judío. Pone en resalto la seriedad, la dignidad, la madurez personal del responsable de la Iglesia.
3- El término epíscopos y la función que él designa son más bien de origen helenista. Indica la función más que la dignidad de la persona.
4- Así la situación que se refleja en las cartas de Pablo, a causa de la imprecisión y de la fluidez de las expresiones, se aparta del estado de cosas que observamos en la vida de la Iglesia del segundo y tercer siglo.
5- El vocabulario subraya que la función de los apóstoles y de la jerarquía por ellos instituida es antes que nada de gobierno, de responsabilidad hacia el nuevo pueblo de Dios. Este deber se realiza por una parte en la evangelización, y por otra en la asamblea litúrgica. El ministro de Jesús anuncia a los hombres la palabra y hace subir a Dios la ofrenda del pueblo santo reunido en torno al sacrificio de su Señor.
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Notas
[1] El libro de los Números nos muestra un ejemplo análogo en el Antiguo Testamento: «Moisés hizo como Yahvé le había ordenado. Tomo a Josué, lo hizo ir ante Eleazar, sacerdote, y ante toda la comunidad, aquél impuso las manos sobre él y le dio sus órdenes, como había dicho Yahvé a través de Moisés» (27,22-23).
[2] Sobre este tema, cf. N.ADLER, Die Handauflegung im NT bereits ein Bussritus? Zur Auslegung von 1 Tim 5,22 (Neutestamentliche Aufsätze-Festschrift für J. Schmid), Regensburg, 1963,pp.1-6.
[3] Cf. J. LECUYER, Il sacerdozio di Cristo e della Chiesa, Bologna 1964, p. 319 s.
[4] Aquellos que rechazan admitir la autenticidad paulina de las cartas pastorales apilan, entre otras cosas, al hecho de que los grados jerárquicos del sacerdocio citados en estos textos no se encuentran confirmados más que en las fuentes históricas no bíblicas del 2° e inicio del 3° siglo. Según estos autores, las cartas pastorales provendrían de aquella época y no serían por eso de San Pablo. Otros, que tampoco reconocen la autenticidad de las cartas pastorales, piensan que se pueda hablar de interpolaciones ulteriores, por lo menos para los fragmentos en los cuales se trata de grados jerárquicos ya determinados. Cf, A. HARNACK, Entstehung und Ent wicklung der Kirchenverfassung und des Kirchen rechts, Leipzig 1910, p. 50 ss; H. LIETZMANN, Zur altchristlichen Verfassungsgeschichte, Wwiss Th 55, 1913, pp. 97-152.
[5] «El servicio de la mesa», aunque tal sea el sentido exacto del verbo diakonéin, no es ciertamente el único motivo por el cual los siete diáconos han sido llamados. Cf. J. COLSON, Les ecclésiales aux premiers siècles, París, 1956, p. 30 ss; K.THIEME, Diaconie primordiale, remède au schisme primordial, «Dieu vivant» 26, 1954, pp. 101-123.
[6] Cf. W. MICHELIS, Das Altesamt der christlichen Gemeinde im Lichte der Heiligen Schrift, Bern, 1953, p. 9 ss; E. SCHURER, Geschichte des jüdischen Volkes, Leipzig, 1907, II, pp. 241-258; J. B. FREY, Les Communautés juives aux prèmiers siècles de l’Églis, RSR 19, 1931, pp. 137-139.
[7] La elección de los zeqenim, es decir de los ancianos, ya en el AT se hacía en modo análogo. ( cf. Num. 11,16; 28,18).
[8] Pero los textos de Cubran podrían sugerir que al título de obispo en la forma hebraica mebbaqqer, podría llegar a tan alto cuanto aquel de anciano.
[9] Es ya usado por los setenta (Num. 4,16), en el cual expresa también la dignidad de la persona que lo lleva. En el NT, este título se aplica una vez a Cristo en persona ( 1Pe. 2,25).
[10] Cf. P. BENOIT, Les origines apostoliques de l’épiscopat, in «L’Evêque dans l’ Eglise du Christ». Trabajo del Symposium de L’Abresle, 1960, recogido y editado por H. BUESSÈ y A. MANDUOZE, París, 1963, p. 16 ss. Se podrá referir también al artículo traducido en lengua italiana: BENOIT, Le origini dell’episcopato nel NT, «Benoit, Esegesi e teologia», Roma, 1964, p. 461-487 (n.d.E.).
[11] Esta diferenciación en el uso de dos términos es ya visible en los traductores de los 70 y en la literatura griega no bíblica. Cf. P. BENOIT Les origines apostoliques de l’épiscopat, pp. 18-32.
[12] Ibidem, p. 36.
[13] Ibidem, p. 44, notas 1-2.
[14] Cf. P. BENOIT, Les origines apostoliques de l’épiscopat, pp. 44-45. La hipótesis avanzada de J. COLSON, el cual retiene que los términos episcopos y presbyteros sean sinónimos, es menos verosímil y simplifica demasiado el problema: se habría hecho uso del primero sobre todo en el ambiente helenístico y del segundo en las comunidades formadas principalmente por los judíos-cristianos. (Les fonctions ecclésiales aux deux premiers siècles, p. 108 ss).