Si Dios fundó una Iglesia, ésta no puede errar en doctrina.
Jesucristo, confirió a San Pedro y a los demás apóstoles el poder de la Iglesia: poder del magisterio, de gobierno y sacerdotal. Es decir, puso en las manos de Pedro el destino de la Iglesia. Pero para esta misión, sobre las fuerzas del hombre necesita el Papa una ayuda del todo sobrenatural y sobrehumana. Porque si el Papa no tuviera la asistencia del Espíritu Santo, si al indicar a la Iglesia de Cristo los caminos del dogma y de la moral pudiera errar, entonces sería imposible evitar del todo, que en el cuerpo de la Iglesia se abrieran llagas, que un día u otro le causarían la muerte.
Pero Cristo dice que su Iglesia ha de permanecer hasta el fin del mundo. Y aún más, que “ni las puertas del infierno” han de prevalecer contra ella. Por lo tanto si la Iglesia de Cristo no ha de terminar ni ha de equivocarse, lo mismo debemos de decir respecto de su cabeza así como diríamos que si falla o se engaña el encargado del timón en un barco, por fuerza ha de perecer el barco entre los escollos. El timonel de la Iglesia, que es el Papa, sucesor de Pedro, ha de ser infalible en las cuestiones de fe y de moral.
Primeramente veremos porqué es absolutamente necesaria la infalibilidad de la Iglesia. Luego, por qué es que, naturalmente, no sólo es “necesaria”, sino que en realidad existe, y de eso estamos totalmente seguros.
La Infalibilidad, aparte de que existe porque es don de Cristo, es necesaria. Sí, es totalmente necesaria, ya que se deriva del mismo fin de la Iglesia.
Al examinar la misión confiada por el Señor a su Iglesia, hemos de afirmar que esta misma misión y el fin mismo de la Iglesia exigen la Infalibilidad del Papa. La exigen: a) así la pureza de la fe, b) como la unidad de la misma.
a) La pureza de la fe exige la infalibilidad del Papa. ¿De qué habría servido el vivir Cristo en la tierra, enseñarnos el conocimiento de Dios y su adoración, morir por nosotros y alcanzarnos la gracia redentora, si pudieran ser adulteradas sus divinas enseñanzas en el correr de los siglos, añadiendo los hombres o quitando cuanto les agradara, es decir, si no les hubiera concedido a Pedro y a sus sucesores el don de preservarles de todo error en cuestiones de fe y moral?
La pureza de la fe reclama que el magisterio viviente de la Iglesia y su Cabeza estén exentos de la posibilidad de errar, y que, al definir algo como enseñanza de Cristo, no quepa en ello ni la más ligera sombra de incertidumbre.
El mundo católico sabe muy bien que Pedro y sus sucesores son maestros infalibles de la fe. Por tanto todas las veces que se dudó si algún punto estaba o no en consonancia con la doctrina del Evangelio, los sabios y doctores más eximios de la Iglesia acudieron a Roma. Esto ocurrió en Corinto, aún en vida de San Juan Apóstol. Los fieles no acudieron al Apóstol San Juan, que vivía cerca de ahí, en Éfeso, para que hablara del asunto, sino al sucesor de San Pedro que tenía su sede en Roma, mucho más lejos. Acudieron al Obispo Romano San Clemente. Y es que sabían que el divino Maestro había orado por Pedro y sus sucesores para que se vieran libres de todo error al explicar y propagar su doctrina.
b) También la unidad de la fe reclama la infalibilidad del Papa. Si Cristo quiso que su doctrina durara hasta el fin del mundo, fue necesario fundar este magisterio infalible. Porque ¿de qué habría servido toda la Sagrada Escritura sin una autoridad oficial que la explicara?? Se ve muy bien, y de una forma muy dolorosa por cierto, en la lucha de las muchas confesiones religiosas que existen hoy, que se apoyan todas en al Sagrada Escritura para sostener su doctrina, que todas exponen de diferente manera un mismo pasaje de la Biblia.
Para conservar la unidad de la fe, es absolutamente necesario que haya un tribunal cuyo fallo sea inapelable. ¿Pero quién ha de ser este juez infalible? ¿Un obispo? No. Hubo obispos eximios que erraron y hubieron de ser amonestados por el Papa. ¿El conjunto de los obispos? Tampoco, porque si el individuo no es infalible, tampoco puede serlo el conjunto. Por otra parte cabe destacar que no era conveniente fundar la Iglesia de esta manera,…aún por razones de origen meramente práctico. ¿Cómo podría ser posible convocar a los obispos de todo el mundo cuantas veces se requiriera su fallo inapelable?? Sólo queda pues, como única y suprema instancia, la del Papa, infalible e inapelable.
¡Qué alegría pensar que es el Papa infalible quien tiene en sus manos el gobierno de la Iglesia! No solemos pensar mucho en eso; nos hemos acostumbrado a caminar tranquilamente en el barco de la Iglesia con rumbo a la vida eterna, sin acordarnos, más que de vez en cuando, de la gratitud inmensa que debemos a nuestro Dios y al timonel vigoroso que con tanto cuidado y con tanto amor la gobierna.
Bien podríamos afirmarlo nosotros, cuando lo dijo hasta el mismo padre de la filosofía positivista, Augusto Comte: “La infalibilidad del Papa, que con tanta hiel se escupió en el rostro del catolicismo, significa un grado altísimo de progreso en el campo intelectual y social.”
Así es: es absolutamente necesario el don de la Infalibilidad en la Iglesia. Jesucristo entregó a su Iglesia el depósito de la revelación, para que ella lo transmitiera en toda su integridad a todas las generaciones. Pero ella no lo podría transmitir intacto a los pueblos si estuviera expuesta a engañarse. Y no negando jamás Dios los auxilios necesarios para el cumplimiento de un deber, da a la Iglesia la Infalibilidad, que es la gracia de estado indispensable para que pueda ser siempre fiel custodia del sagrado depósito de la revelación. Luego, la Iglesia es Infalible.
Toda autoridad, para enseñar, juzgar y gobernar, se atribuye una infalibilidad, supuesta o real. Así por ejemplo, no hay autoridad en la familia sin la supuesta infalibilidad del padre; no hay autoridad en la escuela sin la supuesta infalibilidad del maestro; no hay autoridad en los tribunales sin la supuesta autoridad de los magistrados; no hay autoridad en la sociedad civil sin la supuesta infalibilidad del legislador. Tal es la base esencial y fundamental del orden social: todo poder es necesariamente considerado como infalible.
Ahora bien, la Iglesia no es una academia que expone, emite opiniones: es un soberano que dicta sentencias. Ella manda a la conciencia, exige la aprobación interior del espíritu. Una infalibilidad supuesta, suficiente para obtener actos exteriores, no basta a la Iglesia, sociedad religiosa y sobrenatural; para someter las inteligencias le es necesaria la Infalibilidad real. La conciencia no puede someterse sino a la verdad cierta. Para tener el derecho de imponer la fe en su palabra, so pena de condenación eterna, un poder debe estar cierto de que no se equivoca; de otro modo ejercería una tiranía estúpida. La infalibilidad real es una necesidad lógica para toda autoridad que habla en nombre de Dios. Malebranche lo dice con mucha razón: “Una autoridad divinamente instituida no se concibe sin la Infalibilidad”.
“Así (añade Lacordaire), toda religión que no se declare infalible, queda por eso mismo convicta de error; porque confiesa que se puede engañar, lo que es el colmo a la vez, del absurdo y del deshonor en una autoridad que enseña en nombre de Dios”.
Naturalmente no es sólo “necesaria” sino que en realidad existe. Expongo los pasajes del Evangelio que demuestran la Infalibilidad:
Jesucristo dice a San Pedro: “Todo lo que atareis en la tierra será atado en el cielo; todo lo que desatareis en la tierra será desatado en el cielo”. ¿Puede concederse una autoridad más ilimitada?? Pues atar y desatar, en la fraseología, no solamente judía, sino del oriente, significaba aún mucho más que lo que literalmente pudiera entenderse. Significaba permitir o prohibir; condenar o absolver; dictar leyes; en una palabra, dar sentencia jurídica definitiva. Porque los procesos se entregaban al juez en rollo de pergamino: si el juez los cerraba y los ataba, la sentencia era condenatoria; si los desataba, y desenrollaba, era absolutoria; además, “todo lo que” ¿indica alguna limitación?…. Conforme a esta promesa las sentencias de la Iglesia deben ser aprobadas en el cielo. Es así que Dios no puede aprobar el engaño, luego las sentencias de la Iglesia son Infalibles.
Obviamente por “todo lo que”, no se puede entender ABSOLUTAMENTE todo; sino “TODO lo que ATEREIS” y “TODO lo que DESATAREIS”. Cuando se ATA o se DESATA algo en la tierra es cuando se trata de algo en lo que se exige la adhesión de toda la Iglesia en cuestiones definitivas (irrevocables), a las cuales estamos obligados a creer u observar.
Estamos obligados a escuchar a la Iglesia como a Jesucristo mismo. Así es: obligados a escuchar a la Iglesia como a Jesucristo mismo, ya que El mismo lo dijo. Él dio completa autoridad a los Apóstoles cuando les dijo: “Quien a vosotros os escucha, a Mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a Mí me rechaza; y quien me rechaza a Mí, rechaza al que me ha enviado.” Como se ve aquí, esta frase tan directa nos dice que nosotros escuchamos Sus palabras a través de Su Iglesia. Por lo tanto estas palabras tienen que aplicarse también a la Iglesia, por eso dice con toda la razón de la que era poseedor: “quien a vosotros rechaza, a Mi me rechaza”…..Sinceramente, esto no puede estar más claro…. ¿Cómo puede ser posible que Dios nos obligue a escuchar a la Iglesia como a Jesucristo mismo, si esa Iglesia puede enseñar errores? Eso nadie lo puede decir. Siendo imposible que Dios nos obligue a escuchar a una autoridad que pueda engañarse, es necesario que la Iglesia sea Infalible.
Jesucristo añade: “Yo os enviaré el Espíritu Santo, Él les enseñará toda la verdad”. Es así que el Espíritu Santo no puede enseñar a la Iglesia “toda la verdad” sin preservarla de todo error; luego la Iglesia es Infalible. Cualquier inconformista diría que el Espíritu Santo sí enseña toda la verdad, pero los hombres que forman el magisterio son los que enseñan las mentiras… Pues bien, en ese caso sería como si el Espíritu Santo no enseñara la verdad, puesto que ¿de qué serviría?… Si todo buen maestro hace todo lo posible para que sus discípulos no caigan en errores, ¿Qué más no hará el Espíritu Santo por Su Iglesia?… Él no es cualquier buen maestro… ¿De qué serviría que el Espíritu Santo “enseñara toda la verdad” a su Iglesia si permitiera que el magisterio la distorsionara y hasta enseñara completos errores… ¿Qué clase de tarea estaría haciendo el Espíritu Santo? ¿Enseñando la verdad? ¿De qué serviría que la enseñara? Sería como si no la enseñara. Por eso el Espíritu Santo preserva de todo error la doctrina de la Iglesia para así enseñar realmente toda la verdad… ¿Enseñaría la verdad un maestro que permitiera que sus discípulos cayeran en errores?
Jesucristo promete que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (la Iglesia)”. Pero si ella al indicar los caminos del dogma y de la moral pudiera errar, entonces el infierno podría prevalecer contra ella; lo que se opondría a la promesa de su divino Fundador. ¿Acaso no creen nuestros hermanos separados que el infierno prevalece contra la Iglesia Católica debido a tantos errores que ellos creen que tiene? Pues bien, eso, como se ve, no puede suceder con la verdadera Iglesia de Jesucristo.
Nuestro Señor Jesucristo dijo a Pedro y a los apóstoles: “Id enseñad a todas las naciones…Yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos”. Con estas palabras Jesucristo prometió a sus apóstoles, hasta el fin del mundo, su asistencia particular en el ejercicio de su enseñanza. Esta expresión es muy familiar en Dios. Dice Dios a Isaac: “Quédate en este país. Yo estaré contigo”, y a Jacob: “Vuélvete a la casa de tus padres, Yo estaré contigo”. En el libro del Éxodo, Dios ordena a Moisés que se presente ante el faraón. Moisés teme; Dios le contesta: Yo estaré contigo, etc. Esta expresión familiar de Dios revela su presencia y su protección. En estos ejemplos, como en todos los que vienen en la Biblia, se ve sin lugar a dudas que Dios promete a una persona su asistencia, extiende su mano protectora sobre ella, y le asegura el éxito…(“No temas, yo estaré contigo”). El éxito, se comprueba en la Biblia al concluir con la misión encomendada por Dios. Ahora bien, en el caso de Jesucristo y los Apóstoles Él les promete estar con ellos todos los días, asistiéndolos de esa manera especial en el ejercicio de la enseñanza. Es evidente cómo la responsabilidad de Dios se compromete en este pasaje. Si la Infalibilidad no fuera necesaria en el ejercicio de la enseñanza, entonces este pasaje no probaría nada, pero como es absolutamente inherente a esta misión divinamente confiada, y no depende de los hombres (que son falibles por naturaleza) sino únicamente de Dios, es claro que esta asistencia divina trae consigo la infalibilidad; de otro modo, Jesucristo sería el responsable del error… Si no, entonces ¿para que les dice que estará con ellos? ¿Para estar con ellos sin ayudarlos? Estas palabras significan que Dios extiende su mano protectora sobre la Iglesia, que vela por Ella, que le presta sus asistencia y que le asegura el éxito. Por lo tanto ellos no pueden engañarse, y la Iglesia es Infalible. Por eso los protestantes que dicen que la Iglesia que Jesucristo fundó se alejó de la verdad o apostató, (algunos dicen que fue después de la muerte del último Apóstol) le dicen mentiroso a Jesús por esta promesa, ya que Él prometió su asistencia diaria en la Iglesia (sin lapsos de 1500 años, ni siquiera de un día,) y hasta el fin del mundo.
Jesús le confirió a Pedro el cuidado de su rebaño. Le dio esa misión. Le dijo que apacentara sus ovejas, es decir, que las guiara por el camino recto para que no se descarriaran. Ahora bien, yo no creo que algún creyente piense que Dios es tan torpe (perdón por la palabra) como para no proveer de la ayuda INDISPENSABLE para el cumplimiento de un deber, (para el cumplimiento de una misión encargada por Él mismo). No creo que algún cristiano crea que Dios no sea lo suficientemente sabio como para no hacer eso. Su voluntad es que Pedro guíe por el camino recto a la Iglesia, por lo tanto, sin la asistencia especial de Dios, sin el don de la Infalibilidad, que es indispensable para cumplir con esta misión, Pedro y los demás Papas no podrían cumplir bien con ella por muy buenas intenciones que tuvieran, ya que si pudieran errar, sería imposible evitar del todo, que en el cuerpo de la Iglesia se abrieran llagas, que un día u otro le causarían la muerte. Y obviamente no se estaría apacentando a las ovejas correctamente, como Dios quiere. Si Él, no hubiera dado el don de la Infalibilidad a Pedro, entonces con mucha razón San Pedro le podría reclamar a Dios el hecho de que Él le hubiera confiado esta misión, (lo que es inconcebible), y le podría decir “¿Cómo quieres Dios mío, que yo cumpla con esa misión si NO PUEDO desempeñarla como tú quieres, ya que como hombre que soy, puedo enseñarles errores a tus ovejas. ¡En lugar de apacentarlas puedo descarriarlas!”…. Evidentemente que es absolutamente necesario este don en la Iglesia, por lo tanto, Dios, no negando jamás los auxilios necesarios para el cumplimiento de un deber, da a la Iglesia la Infalibilidad, que es la gracia de estado indispensable para que pueda ser siempre fiel custodia del sagrado depósito de la revelación.
“La Iglesia es columna y baluarte de la verdad”. (1 Tim. 3,15). Me pregunto por qué no creerán esto nuestros hermanos separados, si lo dice la misma palabra de Dios.
Estos son algunos de los pasajes que demuestran la Infalibilidad de la Iglesia.
Una autoridad con la cual Jesucristo está siempre, no puede engañarse sin que se engañe el mismo Jesucristo; un poder cuyos actos debe confirmar el cielo, no puede caer en error sin comprometer la responsabilidad de Dios.
Es de mucho interés el pasaje del Evangelio sobre el primer encuentro de Jesucristo con Pedro. Este hecho tuvo lugar en los principios de la actividad pública del Redentor. El Señor se dirigió a San Juan Bautista, y éste, al verle, exclamó con entusiasmo: “He aquí el Cordero de Dios”. Con el Bautista se encontraban dos de sus discípulos: Andrés y Juan, que más tarde serían apóstoles y que entonces pudieron ver al Señor y se entusiasmaron. Andrés, fuera de sí, corrió a llevar a su hermano Simón Pedro, esta noticia: “Hemos hallado al Mesías. Sus palabras conmovieron a Pedro. “¿Cómo? ¿Habéis hallado al Mesías? ¿Dónde está?…”, y Pedro fue con su hermano a visitar a Jesús.
Hay algo muy digno de atención en este relato del Evangelio. Cuando los dos discípulos del Bautista, Andrés y Juan, fueron a ver a Jesús, nada de especial nos dice el Evangelio. Y, sin embargo, ciertamente que Jesús miraría con profundo amor los ojos puros, virginales, de San Juan, cuya mirada se había de posar un día sobre el divino cuerpo pendiente de la cruz. También miraría con profundo amor los ojos de Andrés, llenos de ardor y de entusiasmo, y que un día habrían de cerrarse para siempre en el suplicio de la cruz por amor a su Maestro. Sin embargo nada dice el Evangelio de estas miradas profundas de Jesús.
Pero ahora, cuando es Simón quien viene a verle, nos dice explícitamente el Evangelio: “Jesús fijó sus ojos en él”. Las palabras del texto griego como del latino, significan una mirada penetrante que llega hasta el alma. “Intuitum autem eum Jesus”. No es “aspexit” ni “vidit”, (que significan simplemente mirar), sino “intuitus”, que significa fijar la mirada en una persona con mucha consideración y de una forma muy atenta. El Señor miró profundamente en el alma de Simón y le dio un nuevo nombre: “Tu eres Simón, hijo de Jonás: Tu serás llamado Cefas: que quiere decir Pedro, o piedra”
¡Cristo da a Simón un nuevo nombre! Y cuando Dios pone un nuevo nombre, es que da las cualidades que son necesarias para realizarlo. Los hombres no son capaces de semejante cosa. Podemos llamar Blanca a una persona que nunca lo será; Rosa, y no ser bella; Constancia sin tener ni de lejos esa cualidad. Esto no pasa con Dios. Si a Abram le dio el nombre de Abraham, hizo que en él se cumpliera el significado de este nombre: que se volviera padre de todos los creyentes, padre del pueblo hebreo. Y si a Simón quiso darle este nombre de “Pedro”, es decir, “Piedra”, es que entonces le dio la fuerza necesaria para ser piedra, para ser roca. “¡Tu serás la piedra!” ¿Puede conmoverse el fundamento de piedra??? Si el fundamento es débil, se derrumbaría el edificio.
“Intuitum eum Jesus”, el Señor “fijó los ojos en Pedro”, más que Miguel Angel cuando fijó su mirada sobre el bloque de mármol del que sacó su “Moisés”. Esta profunda y penetrante mirada de Jesucristo fue el primer martillazo que dio a la estatua de este Moisés del Nuevo Testamento. Porque Pedro había de ser como Moisés, el que, sin desviarse del camino recto, condujera por los desiertos de la vida al pueblo de la Nueva Ley.
Se cuenta que al terminar Miguel Ángel su magnífica estatua y verla tan sublime se enardeció, y cogiendo el martillo dio un golpe en la rodilla de la estatua, diciendo: “¡Parla, Mose!”, “¡Habla Moisés!”. La magnífica estatua, a pesar de la vida que aparentó, no pudo hablar. El Señor triunfó de verdad en su “Moisés”. Dijo a Pedro: “¡Habla Pedro!”, y ha venido diciendo: “¡Habla, Lino!”, “¡Habla, Cleto!”, “¡Habla, Benedicto!”, ¡”Habla, Juan Pablo!”…., y ellos hablan y enseñan y muestran el camino, y son infalibles, porque siguen siendo la piedra, la roca firme de la Iglesia.
Después de su primer encuentro con Jesús, Pedro debió reflexionar mucho probablemente sobre las intenciones del Señor al darle un nombre tan inesperado, Cristo no quiso por entonces darle la explicación. Dejó que el alma del Apóstol madurara. Esperó dos años.
Y un día, pasados ya los dos años, en una conversación que tuvieron cerca de Cesárea, preguntó Jesús a sus discípulos qué pensaban de El los hombres. Ellos contestaron “Unos creen que eres Elías; otros dicen que Juan el Bautista, o quizás otro profeta”. – “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” – les preguntó el Señor . En nombre de todos, contestó Pedro, y esta contestación de Pedro, fue recompensada por estas palabras del Señor: “Y yo te digo que tu eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti de daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares sobre la tierra, será también atado en los cielos; y todo lo que desatareis sobre la tierra, será también desatado en los cielos”.
Entonces comprendió Pedro aquel nombre recibido dos años antes de labios del Señor. Y comprendemos también nosotros la relación existente: “Tu eres Simón; tu serás llamado Cefas”; “Tu eres Joaquín Pecci; tu serás llamado León XIII”; “Tu eres José Sarto; tu serás llamado Pío X”; “Tu eres Eugenio Pacelli; tu serás llamado Pío XII; “Tu eres Karol Woytila; tu serás llamado Juan Pablo II”. Y “las puertas de infierno no prevalecerán contra la Iglesia, cuya piedra fundamental serás tú”. “Si pudieras errar, por cierto prevalecerían; pero no prevalecerán porque ¡no errarás!”
Y “todo lo que atareis sobre la tierra, será también atado en los cielos”. –“Si pudieras equivocarte, si enseñaras una doctrina falsa, si obligaras a los hombres a creer mandatos erróneos, entonces el mismo Dios ratificaría un error; pero ¡no errarás!”.
Y “todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los cielos”. –”Si pudieras errar y dar juicios equivocadamente en materias de fe y de moral, entonces el mismo Dios tendría que ratificar tu equivocación; pero ¡no errarás!”
El Señor dijo a San Pedro después de la Resurrección: “Apacienta mis ovejas”.
Es la investidura solemne del supremo poder pastoral. Apacentar significa guiar. “Apacienta”, es decir “guía por el camino recto; te los confío a ti para que no se descarríen”.- “Si tu mismo pudieras desviarte, ellos se descarriarían; pero ¡no te desviarás!”
Si el pastor se pierde, ¿Qué será de las ovejas?? Si el Papa se equivocara al señalar cuestiones de fe y de moral, ¿¿Cómo podrían realizarse las palabras de San Pablo, que aseguran que la Iglesia es “columna y apoyo de la verdad”?????
Si aún queda alguna duda respecto de si Cristo quiso o no conferir la infalibilidad al Papa, la disiparán por completo otras palabras del Señor, claras y terminantes:
“Simón, Simón….” –dijo Cristo mirando a Pedro.
¿Qué nueva promesa iría a ser esta que así comienza? ¿Acaso el que jamás se verá expuesto a la tentación? ¿Es que va a prometerle una vida siempre triunfal y gozosa en este mundo? No; nada de eso, porque precisamente le dice:
“Cuando te conviertas,…..” ¿Qué quiere decir esto sino que también tú caerás?
¿Cuál es pues la promesa que se hace a Pedro?
“Simón , Simón, mira que Satanás va tras de ustedes para zarandearos como el trigo, Mas yo he rogado por ti, para que tu fe no perezca; y tu cuando te conviertas, confirma a tus hermanos”. Yo he rogado para que tu fe no perezca. Para que tu fe permanezca tan recta y verdadera, que, aún cuando tú mismo puedas llegar a caer, puedas confirmar en esta fe recta y verdadera a tus hermanos.
Y esto ¿Qué es, en fin de cuentas, sino la promesa clara y terminante de la infalibilidad pontificia, hecha por Jesucristo a San Pedro el primero de los Papas?
Naturalmente que con esto no quiero decir que confirmar en la fe a los demás signifique infalibilidad. Lo importante es que SOLAMENTE a Pedro le dijo Jesús que confirmara en la fe a sus hermanos. Hay que notar que Jesús dice “mira que Satanás va tras de ustedes para zarandearos como el trigo”. Dijo “ustedes” (en plural). Y a continuación dice “Mas yo he rogado por ti”. Dijo “por ti” (en singular). “para que tu fe no perezca; y tu cuando te conviertas, confirma a tus hermanos”… Pedro y solamente Pedro es al que le encarga Jesús que confirme en la fe a sus hermanos. A todos los Apóstoles los va a zarandear Satanás como el trigo, y Jesús ruega por Pedro, para que su fe no perezca, y así, él, confirme a los demás en su fe. ¿Cómo va a confirmar Pedro en la fe a los demás si pudiera enseñarles errores? Jesús no ruega solamente para que la fe de Pedro no muriera en esa prueba importante que iba a tener y en la que lo negó tres veces. Ruega para que él confirme en la fe a los demás… En este pasaje, Jesús no promete a Pedro libertad de error (libertad absoluta de error no lo afirma el dogma de la Infalibilidad), sino gracia para perseverar en la fe hasta el fin, para verdaderamente confirmar en la fe a los demás.
Esto obviamente no quiere decir que algunos Papas no puedan caer en herejías, pues por mucho que ruegue Jesús por ellos, la rebeldía o hasta negligencia del hombre es capaz, debido a la libertad que tenemos, de hacer que hasta los Papas caigan en herejías. Las palabras de Jesús significan que aún cuando el Papa ande mal, va a confirmar en la verdadera fe a sus hermanos. Y si es hereje, por lo menos no va a declarar sus herejías como parte de la doctrina del magisterio, es decir, cosas a las que estamos obligados a creer y a observar. Esto el Espíritu Santo nunca lo ha permitido. Y es que la Infalibilidad, por más hereje que sea un Papa, no la puede negar Cristo. Pues la Iglesia lo tiene no por sus méritos, sino porque Jesús se lo prometió debido a que es una prerrogativa inherente a sus poderes y a su misión.
Autores: T. Toth, A. Hillaire y A.L. Rascón
Fuente: Apologetica.org