Preguntas frecuentes sobre las Imágenes.
Canon III del Concilio IV de Constantinopla (869-870) y Conciliábulo de Hieria
En algunas páginas web evangélicas utilizan el Canon III del Concilio IV de Constantinopla (869-870) para “demostrar” que la Iglesia Católica “adora” imágenes, desvirtuando lo que la Iglesia Católica enseña sobre la veneración de las imágenes.
Dice el Canon III:
“Si alguno, pues, no adora la imagen de Cristo Salvador, no vea su forma en su segundo advenimiento. Así mismo honramos y adoramos la imagen de la Inmaculada Madre suya, y las imágenes de los santos…los que así no sientan, sean anatema”
Estas son las preguntas protestantes más frecuentes:
“No es que no se debe “adorar” las imágenes? No enseña eso la doctrina católica de que la adoración es solo a Dios?
Como pues el concilio de Constantinopla dice Adoramos la imagen de la Inmaculada Madre suya y de los santos? Como se aclara esta contradicción?”
Aquí hay que aclarar que es un problema terminológico y no dogmático; “venerar” y “adorar” tienen el mismo significado en griego: “proskyneo” (se sabe que todos los evangelios fueron escritos en griego).
Debiera hablarse de que si bien el concepto está claro, la Iglesia va comprendiendo más y mejor el dato revelado a lo largo de los siglos. Es lo que Newman ha llamado Desarrollo de la doctrina Cristiana. El dato no cambia, la Iglesia crece en su comprensión y con ello va precisando su terminología.
Es bueno aclarar estos puntos:
1. El verbo griego que se empleaba para adorar es el mismo que para venerar.
2. Este verbo es proskyneo. El diccionario de la lengua griega Montanari que es uno de los más completos que se han publicado recientemente, elenca las siguientes acepciones para este verbo: (1) saludar con afecto, abrazar; (2) adorar, venerar; (3) postrarse, considerar con respeto o veneración; (4) conjurar, tratar de aplacar suplicando; etc… Con ello queda claro que un mismo verbo griego que es el que usa en Constantinopla IV- se emplea para adorar y para venerar.
3. Con todo, el IV concilio de Constantinopla, a pesar de echar mano de proskyneo para la adoración de la imagen Cristo y de la Virgen y de los ángeles y santos, establece una clara y sutil distinción entre los cuatro. En el caso de Cristo se dice que esa adoración es similar a la adoración de los evangelios y eso no se dice de la Virgen, de los ángeles ni de los santos; por otro lado, en el caso de Cristo se emplea el verbo proskyneo, venerará de modo fuerte, absoluto. En los otros tres casos se echa mano de dos verbos y no solamente de adorar, sino que se dice: honramos y adoramos; a este honrar y adorar se le llama hoy venerar. La gradación de estos cuatro grupos tampoco es casual: el culto reservado a María es privilegiado respecto de los otros dos; por ello figura antes que ellos y el concilio da el motivo: es Madre de Dios, cosa que no encarnan los ángeles ni los santos.
4. Para el año 869-870 no había una terminología clara o neta para designar el culto reservado a la Virgen y a los santos (alguna distinción había establecido el II concilio de Nicea, pero no se había comprendido bien, por contar con una mala traducción, a la que se sumaban rivalidades entre los dos imperios romanos de oriente y occidente); por eso es que el verbo venerar no figura. Venerar en griego se decía también proskyneo, y adorar en griego se decía también proskyneo como ha señalado el diccionario de Montanari. La Iglesia a lo largo de los siglos ha ido precisando esta terminología, de manera que hoy el catecismo establece una clara distinción entre adorar y venerar. Algo semejante ocurrió con el término persona. Antes de Calcedonia, no había una clara distinción entre persona y naturaleza. Fue mérito de Calcedonia precisar el concepto de persona. Algo semejante se puede decir de la infalibilidad: si bien en varias ocasiones se promulgaban en la Iglesia decretos infalibles, la precisión del término en cuanto tal se declaró en 1870. Hoy sabemos que la infalibilidad es un don de Cristo a su Iglesia: así es infalible el Papa cuando expresamente compromete su magisterio de modo definitivo, solemne y universal en cuestiones de fe y costumbres; lo son los obispos reunidos en concilio ecuménico presidido por el Papa, los cuales en ejercicio del magisterio supremo, proponen una verdad como contenida en la revelación, y lo es todo el pueblo de Dios, cuando se une indefectiblemente a la fe bajo la guía del magisterio vivo de la Iglesia.
5. Un grave y frecuente error de nuestros hermanos separados consiste en aislar las citas de la Sagrada Escritura y como en este caso, de los documentos de la Iglesia- de su contexto histórico y doctrinal, e interpretarlas con los conceptos de hoy día, como si no mediaran siglos de distancia y comprensión de los mismos. Con ello se cae en los anacronismos más aberrantes. Me pregunto qué sucedería si se hiciera eso con la Divina Comedia de Dante, o el Quijote. Seria sin duda una grave injusticia. Desafortunadamente esto hacen ellos con los documentos más dignos de respeto que tenemos. A veces, cuando se leen documentos de la Iglesia de los primeros siglos, se puede llevar uno la impresión de parcialidad; sin embargo no se proponen ofrecer una síntesis de la fe católica en todos sus pormenores, sino que constatan las manipulaciones que, dentro de sus contextos históricos particulares, han amenazado a la verdadera comprensión del dato revelado.
Otra pregunta frecuente es sobre el Conciliábulo de Hieria:
“En el Concilio de Hieria, convocado por Constantino V en el año 754 y al que asistieron mas de 300 obispos, se condenó el culto a las imágenes y a los que apoyaban dicho culto se les llamó iconólatras.
Y esto? como se aclara también ?”
Aquí hay que aclarar también estos puntos:
1. No es Concilio de Hieria sino Conciliábulo de Hieria. Conciliábulo es una reunión. NO ES INFALIBLE porque ningún Papa lo aprobó, sino muchos obispos engañados o amedrentados por Constatino Coprónimo.
2. El que se opuso a las imágenes fue un tirano y despiadado Emperador que pretendió dominar a la Iglesia. Todo el que se oponía a él era salvajemente castigado.
3. Los monjes se opusieron al tirano Constantino V y fueron martirizados. A muchos les sacaron los ojos, se les cortaban las orejas, o la nariz o las manos o les untaban la barba con pez (alquitrán) para prenderles fuego.
4. En el Concilio Ecuménico II de Nicea del 24 de setiembre del 787 se condenó esta iconoclastia. Este Concilio SI ES INFALIBLE.
A la muerte de León Isáurico el año 740 y la ascensión al trono de Constantino Coprónimo se abre un nuevo capítulo en la persecución iconoclasta. Los inicios del reinado de Coprónimo fueron poco felices, ya que su cuñado Artabasdo le disputó la corona, se apoderó de Constantinopla y restableció el culto a las imágenes. El patriarca Atanasio respaldó a Artabasdo. Constantino volvió del Asia Menor con un fuerte ejército y reconquistó el trono. Arrancó los ojos a Artabasdo y a sus hijos, a Atanasio lo hizo pasear en un asno por la ciudad tras ser azotado, aunque no perdió la sede patriarcal.
Los doce primeros años de Coprónimo significaron una continua devastación de Iglesias: se encalaban paredes decoradas con imágenes, se profanaban vasos sagrados con iconos, se perseguía a los monjes y se les hacía emigrar. Como Isáurico, fue buen administrador y militar, mas le superaba en el sectarismo, saña y crueldad para imponer a sangre y fuego las ideas iconoclastas. Para él sólo el pan y el vino eucarístico son imagen de Cristo; ni siquiera las reliquias de los santos debían venerarse; hablaba de las dos naturalezas de Cristo con términos cercanos al monofisismo. Rechazaba la doctrina de la intercesión de la Virgen y de los santos. Repudiaba el crucifijo, pero sí admitía la imagen de la cruz, repitiendo en falso sentido las palabras de Pablo en Gal 6,14.
Reunió y explicó estos errores en un libro que hizo leer a los obispos.
Cuando cayó en la cuenta de que muchos estaban de su parte, por convicción o debilidad, convocó un concilio de “aspiraciones ecuménicas”. De hecho, no revistió tal carácter, pues aunque se componía de 338 obispos, ni el Papa ni los patriarcados orientales de Antioquía, Jerusalén, Alejandría y Constantinopla estuvieron allí representados. El patriarcado de Constantinopla estaba vacante por la muerte de Atanasio. El arzobispo de Éfeso fue quien lo presidió en el palacio de Hieria hacia el 10 de febrero del 754. Los obispos no aprobaron otras herejías del emperador, pero sí cedieron en el tema de las imágenes.
El concilio decretó que toda imagen material o pintura de las iglesias debe ser arrancada como cosa abominable, que en adelante nadie podía atreverse a fabricar un icono o adorarlo, a colocarlo en ningún templo, a esconderlo en domicilio ninguno, so pena de ser depuesto, tratándose de un obispo y de ser excomulgado si se trataba de un monje o laico. El último anatema iba nominalmente contra los tres grandes iconófilos: Germán de Constantinopla, Jorge de Chipre, ermitaño del monte Taurus, y sobre todo Mansur, nombre familiar de san Juan Damasceno.
Con el apoyo de tales decretos conciliares que declaraban a los iconófilos de enemigos de Dios y de la santa fe, Coprónimo se propuso exterminar lo que llamaba idolatría y obra de santanás. Dio orden de destruir y lanzar a las llamas las imágenes sagradas, los manuscritos iluminados; o bien al mar, como las reliquias de los santos; los mosaicos y las pinturas de las basílicas fueron cubiertos por una capa de cal, pintándose encima mensajes, frutas, animales de suerte que las iglesias parecían jaulas de pájaros o mercados de fruta, según comenta la Vida I de san Stephani Iunioris.
La mayor parte de los obispos se doblegaron cobardemente ante el tirano, mas los monjes resistieron tenazmente, afrontando la muerte o el destierro. En mayo del 764 es martirizado Pedro el Calibita, Juan de Monagría muere un mes más tarde, cosido en un saco y echado al mar: Esteban el Joven es arrojado en prisión, donde da con 342 monjes, casi todos fueron objeto de mutilaciones. Le siguen en el martirio Andrés de Creta y otros. A fin de humillar y escarnecer a los monjes ante el pueblo, hizo que un buen número compareciesen en el hipódromo, llevado cada uno de la mano de una mujer; así los obligó a desfilar entre las risotadas y salivazos del populacho. Los monasterios eran destruidos o convertidos en cuarteles, al tiempo que se ofrecía todo tipo de honores y riquezas a los que apostatasen o se uniesen en matrimonio. A los recalcitrantes se les sacaban los ojos, se les cortaban las orejas, o la nariz o las manos o les untaban la barba con pez (alquitrán) para prenderles fuego. Unos son desterrados, otros huyen a Chipre, al mar Negro y sobre todo a la Italia Meridional. En su locura el emperador llegó a exigir a todos los habitantes de la capital un juramento por el que se obligaban a combatir las imágenes como ídolos y a no tratar con monje alguno. El mismo nombre de “monje” le era tan odioso como el de “santo”. La persecución cesó a la muerte de Coprónimo, en 775.
La condena de esta iconoclastia llegó el 24 de septiembre del 787 con la reunión de más de 300 obispos en el VII Concilio Ecuménico de la Iglesia, el II de Nicea.
Consultar el volumen II de la Historia de la Iglesia católica de Llorca, G. Villoslada, Laboa (BAC 2003)
Fuente: Catholic.net