Continuando con la serie de conversaciones entre amigos sobre temas de apologética, les comparto un diálogo ficticio sobre el controvertido tema del Purgatorio, cuya noción es generalmente rechazada en el protestantismo por ser vista como una segunda oportunidad para salvarse después de la muerte, o como una contradicción con el sacrificio de Cristo en la cruz. Como de costumbre los argumentos los he recogido de algunas conversaciones con algunos amigos evangélicos. Los nombres de quien participan en la conversación, por supuesto, no son reales.
Miguel: Me gustaría que por favor nos explicaras su creencia sobre el purgatorio. ¿podrías profundizar algo más sobre esto?, porque yo tengo bien claro que la Biblia habla del cielo, para los salvos, y el infierno, para los condenados, pero en ningún lugar hay nada que mencione ningún purgatorio.
Marlene: Yo, si también creo que el purgatorio no existe y no hay ni rastro de él en la Biblia.
José: Ok, me parece muy oportuno tratar este tema porque ya hemos aclarado algunos puntos sin los cuales no se podría explicar que entendemos los católicos por el purgatorio.
Miguel: Adelante.
José: ¿Recuerdan que acabamos de hablar de que no todos los pecados son de igual gravedad? ¿Que nosotros los católicos creemos que hay pecados veniales y pecados mortales?
Miguel, Marlene: Lo recordamos.
José: ¿Recuerdan además que en otra conversación hablamos del tema de la salvación y decíamos que aunque el hombre se justifica por la fe, luego también debe obrar conforme a la voluntad de Dios y cumplir los mandamientos para salvarse, no como una moneda de pago por la salvación que es gracia, pero si como un requisito para alcanzarla?.
Miguel, Marlene: Si.
José: ¿Qué sucede entonces si una persona que ya está justificada por la fe muere, pero aun conserva imperfecciones y ha cometido algunos pecados que no son solo veniales?
Marlene: Va al cielo en virtud de los méritos de Cristo. Cristo ha pagado por nuestros pecados y no queda nada que pagar.
Miguel: Según tu propia forma de razonar, sé que me dirás que como no eran pecados mortales, se salvarán de todas maneras.
José: En este caso, nosotros no creemos que así mismo como estén entrarán directamente a la presencia de Dios, pues dice la Biblia que “nada manchado entrará en ella” (Apocalipsis 21,27), creemos que antes tendrán que purificarse. ¿Recuerdan cuando en la Biblia el apóstol exige: “Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12,14)
Miguel: Yo sí.
José: Observen en primer lugar que allí se está hablando a creyentes. Ellos ya están en estado de gracia de Dios, ya han sido justificados por la fe, pero aún así deben procurar la santidad[1] y la paz con todos, antes de poder ver al Señor.
Recalco y enfatizo de nuevo esto porque es importante. Si se habla aquí de la santidad que se “procura” entonces no solo se refiere a aquella santidad inicial producto de la justificación por la fe que ya poseen. Recuerden como comienza el texto: “PROCURAD”. Pero es común que un creyente al momento de su muerte no la haya alcanzado todavía, tal como reconocía San Pablo: “No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús.” (Filipenses 3,12). Si con esas imperfecciones no puede gozar de la visión de Dios, como dice el apóstol, y tampoco son pecados de muerte, se entiende por qué tienen que purificarse, y a ese proceso de purificación previa a la visión beatífica, es a lo que llamamos purgatorio.
Marlene: Entiendo, tu supones que porque al morir no han alcanzado la perfección y no son completamente santos, tienen que purificarse y lo hacen en ese lugar que llamas purgatorio. ¿Pero no se trata solo de una suposición?, pues esos textos no dicen que se purifican en un lugar como ese.
José: Yo no te he dicho que el purgatorio sea propiamente un lugar, y ya llegaremos a eso, lo que trato de decir es que el purgatorio es otra de las doctrinas que se encuentran en la Biblia pero de forma implícita. No encontrarás la palabra purgatorio, así como tampoco encontrarás la palabra Trinidad, pero eso no significa que no tengan sustento bíblico. Pero volvamos ahora sobre el tema de los pecados. Ya hemos visto que para la doctrina católica hay pecados mortales y veniales, y que si alguien muere en estado de gracia con solo pecados veniales se salva, ¿no?
Miguel: Si.
José: ¿Podrían esos pecados ser perdonados en la vida venidera?
Marlene: Yo solo he visto en la Biblia que solo se pueden perdonar pecados mientras estemos con vida. Después ya no hay oportunidad.
José: Pero observa que Jesús cuando habla con los fariseos y les advierte sobre el pecado contra el Espíritu Santo les dice: “Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este vida ni en la siguiente” (Mateo 12,32)
Marlene: ¿Y qué?
José: Pues que aunque el pecado contra el Espíritu Santo no se perdonará en esta vida ni en la siguiente, deja implícito que hay OTROS pecados que si se pueden perdonar, ya sea en esta vida, o en la SUGUIENTE. De lo contrario hubiera bastado decir que no se le perdonará, o que no se le perdonará en esta vida. Ahora, en el cielo no podrían perdonarse pecados, porque allí ya no habrá. Ve como aquí tienes otra vez implícita la figura del purgatorio, como un estado previo de purificación de la vida venidera donde se podrán perdonar algunos pecados veniales, antes de comenzar a gozar del cielo .
Marlene: Es una posible interpretación de ese texto, pero no recuerdo que existan otros textos que confirmen esa interpretación.
José: Te coloco otros ejemplos. Anteriormente comentábamos un texto donde Jesús habla de que hay quienes de acuerdo a su conocimiento de la verdad, tendrán más responsabilidad que otros: “Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.” (Lucas 12,47-48). Observa que allí no se habla de un castigo sin fin (que sería el castigo de los condenados). Lo mismo se ve en otros textos similares: “Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.” (Mateo 5,5-26, también en Lucas 12,58-59). Allí se ilustra personas que sufrirán un castigo por sus acciones pero que podrían salir luego de haber pagado toda su deuda “hasta el último céntimo”, lo cual no sería una figura muy apropiada si Jesús hubiese querido indicar que nunca saldrían de allí (el caso de los condenados).
Miguel: Pero no olvides que bajo esa forma de interpretar la Biblia, tu asumes que es cada quien el que paga por sus propios pecados, en cambio sabemos que ha sido Cristo quien ha pagado por ellos. Cristo, en la cruz ha sufrido el castigo por ellos y nos ha librado de sufrirlo nosotros.
José: Lo que sucede es que hay que distinguir entre el perdón del pecado y la consecuencia, que nosotros en teología llamamos reato de la pena. Cristo nos ha conseguido el perdón de los pecados, pero el reato de nuestro pecado permanece.
Miguel: Explícate.
José: En el pecado, como explica Santo Tomás, se pueden considerar dos cosas, a saber: el acto culpable y la mancha consiguiente. Cuando nosotros cometemos el pecado, incluso una vez perdonado perdura lo que llamamos reato, pues el acto pecaminoso le hace a uno reo de pena, en cuanto que traspasa el orden de la justicia divina, al cual no vuelve sino por cierta compensación de la pena, que restablece la igualdad de la justicia.
Marlene: Es algo confuso, explícamelo por favor con la Biblia.
José: La existencia del reato del pecado las vemos a diario, e incluso la padecemos. Observa por ejemplo que aunque Cristo ha muerto por nosotros y ha cancelado la deuda incluso del pecado original, todavía sufrimos enfermedades, tenemos que morir, sufrimos la concupiscencia de la carne, tenemos que ganar el pan con el sudor de nuestra frente, e incluso las mujeres siguen dando a luz con dolores de parto. Todas esas son consecuencias del pecado original que permanecen (Génesis 3,15-19). ¿Qué Cristo no ha muerto por nosotros y pagado por el pecado?. Eso no quita que todavía tengamos que padecer sus consecuencias…
Te pongo otro ejemplo tomado también de la Biblia. ¿Recuerdas cuando el Rey David comete un pecado grave ante Dios al cometer adulterio con la esposa de Urías el hitita y luego causa su muerte mandándolo a una misión suicida?.
Miguel: Si.
José: Pues bien, él a pesar de pedir perdón a Dios, y que este le perdona, todavía tiene que pagar la consecuencia de su pecado (reato): “¿Por qué has menospreciado a Yahveh haciendo lo malo a sus ojos, matando a espada a Urías el hitita, tomando a su mujer por mujer tuya y matándole por la espada de los ammonitas? Pues bien, nunca se apartará la espada de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado la mujer de Urías el hitita para mujer tuya. Así habla Yahveh: Haré que de tu propia casa se alce el mal contra ti. Tomaré tus mujeres ante tus ojos y se las daré a otro que se acostará con tus mujeres a la luz de este sol. Pues tú has obrado en lo oculto, pero yo cumpliré esta palabra ante todo Israel y a la luz del sol.» David dijo a Natán: «He pecado contra Yahveh.» Respondió Natán a David: «También Yahveh perdona tu pecado; no morirás. Pero por haber ultrajado a Yahveh con ese hecho, el hijo que te ha nacido morirá sin remedio.» Y Natán se fue a su casa. Hirió Yahveh al niño que había engendrado a David la mujer de Urías y enfermó gravemente” (2 Samuel 12,9-15). Observa como el profeta dice que efectivamente Dios ha perdonado a David y no se condena, igualmente sufre la pena temporal como consecuencia de su pecado.
Otro ejemplo lo tenemos cuando Moisés peca contra Dios al desobedecerle y aunque Dios le perdona, le castiga negándole la entrada a él a la tierra prometida: “Dijo Yahveh a Moisés y Aarón: «Por no haber confiado en mí, honrándome ante los israelitas, os aseguro que no guiaréis a esta asamblea hasta la tierra que les he dado.»” (Números 20,12).
Miguel: Entiendo lo de la consecuencia del pecado, o reato, pero me gustaría ver un texto en la Biblia que hable del purgatorio.
José: Ahora si podemos ir a ello. Leamos con cuidado este texto:
“Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo. Y si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquél, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Mas aquél, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. ÉL, NO OBSTENTE, QUEDARÁ A SALVO, PERO COMO QUIEN PASA A TRAVÉS DEL FUEGO.” (1 Corintios 3,11-15)
Allí San Pablo habla de cómo los creyentes edificamos el reino de Dios con nuestras obras, y al final la naturaleza de esas obras quedará al descubierto por el juicio de Dios. Cada una de nuestras obras será examinada, y habrá algunas que pasarán la prueba, pero otras que no fueron buenas no lo harán, pero ahora detengámonos en lo que dice después: algunos de esos creyentes aún así se salvarán, pero “como quien pasa a través del fuego”. Es precisamente en esta figura donde nosotros vemos la purificación de aquel que aun salvándose se limpia de las manchas restantes de sus pecados e imperfecciones. Tu le puedes llamar de cualquier modo, nosotros le llamamos purgatorio.
Miguel: ¿Pero entonces el purgatorio es para ustedes como una especie de segunda oportunidad donde los justos obtienen el perdón de los pecados menos graves y se purifican de sus restantes imperfecciones?
José: No, no es una segunda oportunidad, porque independientemente de que el purgatorio sea un lugar, o un estado, el que se purifica ya está salvado. El no necesita ninguna oportunidad porque ya ha vencido, y le espera la gloria del cielo. Tampoco puede allí rectificar nada de lo que en vida no pudo hacer, y ese sufrimiento, le purifica.
Hay una anécdota de un querido sacerdote[2] que me ayudó mejor a entender la doctrina del purgatorio. El estaba viajando en jeep al desierto para orar, y llevaba dos mantas porque sabía que en el desierto de noche hace mucho frío. De camino encontró un habitante de uno de los pueblos donde hacía escala temblando, por lo que sintió el impulso de darle una de las mantas. Sabría qué con solo una manta pasaría frío el también, pero que valía la pena por un hermano. Al final se distrajo de la idea y siguió su camino para acampar debajo de una gran roca. Al recordar el hecho el remordimiento no le permitió usar ambas mantas, y la otra la dejó enrollada cerca de su alcance antes de acostarse a dormir. De pronto sintió que despertó y vio que la gran roca se le había venido encima y lo había aplastado del pecho para abajo. Sintió todos sus huesos aplastados pero no sintió ningún dolor. Allí tuvo la visión del hermano sufriendo por la inclemencia del frío a punto de morir, y trató de agarrar la manta restante para dársela, pero la piedra que lo tenía aprisionado se lo impedía. Por más que intentaba no lograba alcanzarla. Fue allí que despertó del sueño y entendió que tipo de purificación sufren aquellos que están en el purgatorio. Pueden contemplar su vida y ver todo el bien que pudieron hacer y no hicieron, y aunque ahora desean hacerlo, ya es tarde, el tiempo ha pasado y su oportunidad la han perdido[3]. ese sufrimiento producto del amor, y en el amor, les purifica y les transforma.
Y esto es en esencia lo mismo que dice San Pablo, respecto al creyente que ve como algunas de sus obras no pasan la prueba y son consumidas. Para él, aunque salvado, es como un pasar a través del fuego.
Miguel: Entiendo, pero ¿por qué entonces en la Iglesia Católica se representa a aquellos que están en el purgatorio sufriendo tormento de manera parecida a quienes están condenados? ¿Es o no es un lugar?
José: No sabemos si es exactamente un lugar como lo conocemos, o si ellos incluso se purifican inmediatamente en la presencia de Dios pero sin gozar de la visión beatífica, lo que enseña la Iglesia es que aquellos que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo[4].
Las distintas obras de arte intentan solo representar que aquellos que se purifican experimentan algún sufrimiento, lo que es natural. Recuerda que “es necesario que todos nosotros seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal” (2 Corintios 5,10). Además, está el sufrimiento del que sabe que pudo haber amado más, dado más, servido más, aprovechado más, y no lo hizo. El tiempo de merecer pasó y luego solo se desea que hubiera sido mejor aprovechado pero no es posible.
Imaginen finalizar su vida y contemplar todas las veces que hicieron sufrir a los demás, cuando las hirieron y lastimaron, cuantas veces ni siquiera se dieron cuenta y andaban como dice la canción: ciegos, sordos y mudos. ¿No sufrirían al darse cuenta de todo ello y saber que no pueden repararlo? Allí estará nuestro purgatorio, y de allí la importancia de aprovechar todo el tiempo que tengamos en vida para amar y hacer el bien, para permitir que la gracia de Dios fluya a través de nosotros hacia nuestros hermanos y ser testimonio vivo de la presencia de Dios. Como dice el Señor, es ahora que podemos ser sal de la tierra y luz del mundo.
Autor: José Miguel Arráiz
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NOTAS
[1] El proceso que sigue a la justificación y donde el creyente justificado con ayuda de la gracia se purifica y se acerca a la perfección y a la santidad completa lo llamamos SANTIFICACION.
[2] Me refiero al padre Carlos Carreto, al cual aunque nunca conocí le guardo un enorme cariño y agradecimiento por lo mucho que aprendí a través de sus libros de espiritualidad católica.
[3] La anécdota completa se puede encontrar en su libro Cartas del desierto, Editorial San Pablo, p. 13-17.
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, 1030