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San Agustín y “Babilonia”

Babilonia

Recientemente estaba platicando con un pastor evangélico (Fernando García Sotomayor quien es rector del Seminario Teológico Rhema Internacional de Colombia) y el tema bifurcó en la típica apología fundamentalista donde se acusa a la Iglesia Católica (y a las iglesias evangélicas que participan del movimiento ecuménico) de ser la “ramera de Babilonia”. Entre los comentarios que salieron a resucir mi amigo pastor me comentó que esto lo reconocían inclusive los padres de la Iglesia, entre ellos San Agustín, para lo cual escribió:

“San Agustín en su libro La Ciudad de Dios llama a Roma una segunda Babilonia “Babilonia, es una Roma anterior y Roma una Babilonia posterior. Roma es Hija de babilonia””

Ahora bien, San Agustín efectivamente vio en la Roma pagana (no la cristiana) una segunda Babilonia, y así se lo hice notar al pastor, y por eso enfaticé la pregunta y le pedí especificar si creía que cuando San Agustín hablaba de Roma se refería a la Iglesia Católica. Entre otras cosas respondió:

“La diferencia entre la Roma pagana y la Roma cristiana la haces tu. No estos insignes hombres de fe”

Suministró también la siguiente fuente: Frank M Boyd. La biblia a su alcance. Ed. Vida. Pags. 200-229.

En este estudio haré un breve análisis de la obra de San Agustín Ciudad de Dios, así como de algunos de sus otros escritos, para así dilucidar si es “cosa mía” y no del insigne San Agustín el diferenciar entre la Roma pagana y la Iglesia Católica Romana. Esto permitirá conocer mejor el pensamiento Agustiniano y evitar que para futuras ocasiones este pueda ser descontextualizado de esta manera.

Los textos de la obra Ciudad de Dios se tomarán íntegramente del sitio protestante:

http://www.iglesiareformada.com/Agustin_Ciudad.html

Contexto y finalidad de la obra.

En el proemio del libro I San Agustín habla de la finalidad por la cual la ha escrito. En resumen las razones son dos:

1) Para defender la gloria de la ciudad de Dios. Respecto a esto escribe:

“En esta obra, que va dirigida a ti, y te es debida mediante mi palabra, Marcelino, hijo carísimo, pretendo defender la gloriosa Ciudad de Dios” Proemio. Libro I

2) Para denunciar el destino de la ciudad terrena. “Y así, tampoco pasaremos en silencio acerca de la Ciudad terrena (que mientras más ambiciosamente pretende reinar con despotismo; por, más que las naciones oprimidas con su insoportable yugo la rindan obediencia y vasallaje, el mismo apetito de dominar viene a reinar sobre ella) nada de cuanto pide la naturaleza de esta obra, y lo que yo penetro con mis luces intelectuales.” Proemio, Libro I

¿Pero que eran para San Agustín la ciudad de Dios y la ciudad terrena?. El mismo lo explica en el libro decimoquinto (XV) de la obra.

“Sin embargo, soy de sentir que quedan plenamente satisfechas y comprobadas las cuestiones más arduas, espinosas y dificultosas que se citan acerca del principio o fin del mundo o del alma, o del mismo linaje humano, al cual hemos distribuido en dos géneros: el uno de los que viven según el hombre, y el otro, según, Dios; y a esto llamamos también místicamente dos ciudades, es decir, dos sociedades o congregaciones de hombres de las cuales la una está predestinada para reinar eternamente con Dios, y la otra para padecer eterno tormento con el demonio

En el pensamiento de Agustín, conviven en la tierra dos ciudades, una terrena, y la otra celestial que es la Iglesia peregrina compuesta por los cristianos.

Parte de aquí para hacer frente a los partidarios del paganismo que atribuían a ellos y al nombre de Cristo las calamidades acaecidas a Roma. San Agustín para quien la Iglesia es la ciudad de Dios sobre la tierra, realiza esta defensa apologética para combatir estas acusaciones y en virtud de eso titula el primer libro de la obra “La devastación de Roma no fue castigo de los dioses debido al cristianismo”.

San Agustín habla de como los paganos se refugiaron en los sagrados Templos Católicos durante la destrucción de Roma.

En el capítulo I del libro I San Agustín comienza por hablar como estos enemigos de la Iglesia Católica deberían estar agradecidos, ya que muchos salvaron sus vidas en la destrucción de la ciudad al guarecerse en los templos católicos de la ciudad de Roma. Así, titula el capítulo primero “de los enemigos del nombre cristiano; y de cómo éstos fueron perdonados por los bárbaros, por reverencia de Cristo, después de haber sido vencidos, en el saqueo y, destrucción de la ciudad”.

A este respecto escribe:

“…muchos, abjurando sus errores, vienen a ser buenos ciudadanos; pero la mayor parte la manifiestan un odio inexorable y eficaz, mostrándose tan ingratos y desconocidos a los evidentes beneficios del Redentor, que en la actualidad no podrían mover contra ella sus maldicientes lenguas si cuando huían el cuello de la segura vengadora de su contrario no hallaran la vida, con que tanto se ensoberbecen, en sus sagrados templos. Por ventura, ¿no persiguen el nombre de Cristo los mismos romanos a quienes, por respeto y reverencia a este gran Dios, perdonaron la vida los bárbaros? Testigos son de esta verdad las capillas de los mártires y las basílicas de los Apóstoles, que en la devastación de Roma acogieron dentro, de sí, a los que precipitadamente, y temerosos de perder sus vidas, en la fuga ponían sus esperanzas, en cuyo numero se compren dieron no sólo los gentiles, sino también los cristianos: Hasta estos lugares sagrados venía ejecutando su furor el enemigo, pero allí mismos amortiguaba o apagaba el furor de encarnizado asesino, y, al fin, a esto sagrados lugares conducían los piadosos enemigos a los que, hallados fuera de los santos asilos, habían perdonado las vidas, para que no cayese en las manos de los que no usaba ejercitar semejante piedad, por lo que es muy digno de notar que una nación tan feroz, que en todas parte se manifestaba cruel y sanguinaria, haciendo crueles estragos, luego que se aproximó a los templos y capillas, donde la estaba prohibida su profanación, así como el ejercer las violencias que en otras partes la fuera permitido por derecho de la guerra, refrenaba del todo el ímpetu furioso de su espada, desprendiéndose, igualmente del afecto de codicia que la poseía de hacer una gran presa en ciudad tan rica y abastecida. De esta manera libertaron sus vidas muchos que al presente infaman y murmuran de los tiempos cristianos, imputando a Cristo los trabajos y penalidades que Roma padeció, y no atribuyendo a este gran Dios el beneficio incomparable que consiguieron por respeto a su santo nombre de conservarles las vidas;” Libro I Capítulo I

Ya cualquiera que hubiera aunque sea leído el comienzo de la obra podido notar “curioso” que San Agustín se refiriera a la Iglesia Católica como “la ramera” mientras se refería a sus templos en Roma y a “las capillas de los mártires y basílicas de los apóstoles” como “lugares sagrados“. Más adelante continúa.

“Deberían, por la misma causa, estos vanos impugnadores atribuir a los tiempos en que florecía el dogma católico la particular gracia de haberles hecho merced de sus vidas los bárbaros, contra el estilo observado en la guerra, sin otro, respeto que por indicar su, sumisión y reverencia a Jesucristo, concediéndoles este singular favor en cualquier lugar que los hallaban, y con especialidad a los que se acogían al sagrado de los templos, dedicados al augusto nombre de nuestro Dios” Libro I Capítulo I

Finaliza echándoles en cara como muchos de los que en ese momento atacaban a la Iglesia, habían llegado al extremo de fingir abrazar la fe católica. Sin embargo, una vez salvados ahora se comportaban con desagradecimiento atacando a la Iglesia, y demostrando que su confesión de fe no fue de corazón:

“…porque, muchos de estos que veis que con, tanta libertad y desacato hacen escarnio de los siervos de Jesucristo no hubieran huido de su ruina y muerte si no fingiesen que eran católicos; y ahora su desagradecimiento, soberbia y sacrílega demencia, con dañado corazón se opone a aquel santo nombre; que, en el tiempo de sus infortunios le sirvió de antemural, irritando de este modo la divina justicia y dando motivo a que su ingratitud sea castigada con aquel abismo de males y dolores, que están preparados perpetuamente a los malos, pues su confesión, creencia y gratitud fue no de corazón, sino con la boca, por poder disfrutar más tiempo de las felicidades momentáneas y caducas de esta vida.”

Posteriormente en el capítulo III del mismo libro habla de “Cuán imprudentes fueron los romanos en creer que los dioses Penates, que no pudieron guardar a Troya, les habían de aprovechar a ellos”. Cuestionaba así no a la Iglesia de Roma, quien no fue precisamente quien encomendó el cuidado la ciudad a los dioses de Troya, sino a los partidarios paganos enemigos de la Iglesia en la ciudad.

Como se refiere San Agustín a quienes abandonan la Iglesia Católica

En el capítulo XXV del libro XXI, habla de como los herejes y hereciarcas pertinaces que abandonan la Iglesia Católica no se librarán del tormento eterno aunque hayan sido bautizados en ella y recibieron el sacramento de la Eucaristía, ya que su estado de apostasía le hace ser peor que un infiel.

“Por otra parte, tampoco éstos, que entienden bien que no debe decir que come el cuerpo de Cristo el que no está en el cuerpo de Cristo, prometen erróneamente a los que de la unidad de aquel cuerpo caen en la herejía o en la superstición de los gentiles, la liberación del fuego eterno. Lo primero, porque deben considerar cuán intolerable cosa sea y cuán por extremo ajena y descaminada de la doctrina sana que los más o casi todos los que salen del gremio de la Iglesia católica siendo autores de herejías y haciéndose heresiarcas sean mejores que los que nunca fueron católicos o cayeron en los lazos de elloscasó de que a los tales heresiarcas se les librara del tormento eterno porque fueron bautizados en la Iglesia católica y recibieron al principio, estando en la unión del verdadero cuerpo de Cristo, el Sacramento del sacrosanto cuerpo de Cristo; pues sin duda es peor el que apostató y desamparó la fe, y de apóstata se hizo cruel combatidor de la fe, que a que que no dejó ni desamparó la que nunca tuvo; Lo segundo, porque también a éstos los ataja el Apóstol, después de haber insinuado las obras de la carne, amenazándoles con la misma verdad: «que los que hacen semejantes obras no poseerán el reino de Dios»” Libro XXI Capítulo XXV

Sin embargo en el capítulo segundo del libro decimo sexto agrega que el surgimiento de herejías fortalece la fe católica, ya que da ocasión de predicar la verdad con mayor vigor y da la oportunidad para aprender:

“Aunque todo esto, viene a redundar en utilidad de los proficientes, conforme a la expresión del Apóstol: «Que conviene que haya herejías para que los buenos se echen de ver entre vosotros»; y por eso mismo dice la Escritura: «El hijo atribulado y ejercitado en las penalidades será sabio, y del Imprudente y malo se servirá como de ministro y siervo. »

Porque muchas cosas que pertenecen a la fe católica, cuando los herejes, con su cautelosa y astuta inquietud, las turban y desasosiegan, entonces, para poderlas defender de ellos, se consideran con más escrupulosidad y atención, se perciben con mayor claridad, se predican con mayor vigor y constancia, y la duda o controversia que excita el contrario sirve de ocasión propicia para aprender.” Capítulo II Libro XVI

Así mismo en el capítulo LI del libro XVII criatura y los sacramentos con sus continuas divisiones y disensiones son causa de que se blasfeme el nombre de Cristo.

“Los que en la Iglesia de Cristo están imbuidos en algún contagioso error, habiéndoles corregido y advertido para que sepan lo que es sano y recto, sin embargo, resisten vigorosamente y no quieren enmendar sus pestilentes y mortíferas opiniones, sino que obstinada mente las defienden, éstos se hacen herejes, y saliendo del gremio de la Iglesia son tenidos en el número de lo enemigos que la ejercitan y afligen. Porque aun de este modo con su mal aprovechan también a los verdaderos católicos que son miembros de Cristo, usando Dios bien aun de los malos…”

pues por ellos se desacredita y blasfema el nombre cristiano y católico; el cual, cuanto más le aman y estiman los que quieren vivir santamente en Cristo, tanto más les duele lo que practican los malos que están dentro y que no sea tan amado y apreciado como desean de las almas pías. Los mismos herejes, cuando se considera que tienen el nombre cristiano, los Sacramentos cristianos, las Escrituras y profesión, causan gran dolor en los corazones de los piadosos, porque a muchos que quieren ser también cristianos estas discordias y disensiones les obligan a dudar, y muchos maldicientes hallan también en ellos materia proporcionada y ocasión para blasfemar el nombre cristiano, puesto que se llaman cristianos, cualquiera que sea la denominación que quiera dárseles.” Capítulo I Libro XVI

También habla de como los profetas vaticinaron a Cristo y a su Iglesia, la cual ya no está cautiva sino que ahora pueden todas las gentes acogerse a la protección de la fe católica:

“Réstanos, pues, tres profetas de los doce menores que profetizaron en lo últimos años de la cautividad: Ageo. Zacarías y Malaquías. Entre éstos, Ageo con toda claridad, nos vaticina a Cristo y a su Iglesia en estas breves y compendiosas palabras.: «Esto dice el Señor de los ejércitos: de aquí a poco tiempo moveré el cielo y la tierra, el mar y la tierra firme; moveré todas las naciones y vendrá el deseado por todas las gentes.» Esta profecía en parte la vemos cumplida, y lo que de ella resta esperamos ha de cumplirse al fin del mundo. Porque ya movió el cielo con el testimonio de los ángeles y de las estrellas cuando encarnó Cristo; movió la tierra con el estupendo milagro del mismo parto de la Virgen; movió el mar y la tierra firme, puesto que en las islas y en todo el mundo se predica el nombre de Jesucristo, y así vemos venir todas las gentes a acogerse bajo la protección de la fe católica.” Libro XVIII Capítulo XXXV

Roma, una segunda Babilonia, bajo su verdadero contexto.

En varias ocasiones de la obra San Agustín se refiere a la Roma pagana (no cristiana) como una segunda Babilonia, veamos las una por una para analizar su verdadero contexto. Una de ellas es en el capítulo XVII del libro XVI.

“En Asia prevaleció imperio y dominio de la ciudad impía, cuya cabeza era Babilonia, nombre muy acomodado a esta ciudad terrena, porque Babilonia es lo mismo que confusión. En ella reinaba Nino después de la muerte de su padre Belo, que fue el primero que allí reinó sesenta y cinco años; y su hijo Nino, que, muerto el padre, sucedió en el reino, reinó cincuenta y dos años, y corría el año 43 de su reinado cuando nació Abraham, que seria el año de 1200, poco más o menos, antes de la fundación de Roma, que fue como otra segunda Babilonia en el Occidente.” Capítulo XVII Libro XVI

Aquí Agustín habla de Roma en “pasado” como una segunda Babilonia, cuando esta fue fundada y vino a ser en el pasado como una segunda Babilonia. Nótese que se refiere a la Ciudad de Roma, no a la Iglesia cristiana que ni siquiera existía en ese entonces.

Lo hace en el capítulo II del libro XVIII:

“Pero los asuntos que hubiéramos de insertar en esta obra, para comparar entre sí ambas Ciudades, es a saber, la terrena y la celestial, los iremos tornando mejor de los griegos y latinos, entre los cuales se halla la misma Roma como otra segunda Babilonia. ” Capítulo II, Libro XVIII

Y en el capítulo XXII del libro XVIII:

“Por no detenerme demasiado, diré que se fundó la ciudad de Roma como otra segunda Babilonia, y como una hija de la primera Babilonia, por medio de la cual fue Dios servido conquistar todo el ámbito de la tierra, y ponerle en paz, reduciéndole todo bajo el gobierno de una sola república y bajo unas mismas leyes. ” Capítulo XXII libro XVIII

En estas tres ocasiones San Agustín no habla de la Iglesia de allí, sino de la ciudad que luego de su fundación llegó a ser una segunda Babilonia. En todos estos textos hace referencia a la Roma pagana y no cristiana. Esto concuerda perfectamente con la interpretación tradicional católica donde la Roma pagana perseguidora y opresora de los cristianos vendría representando lo que en otros tiempos representó Babilonia para el pueblo judío. Nosotros los católicos creemos inclusive que cuando San Pedro en su epístola saluda desde “Babilonia” lo hace en clave para indicar que está en Roma, más sería absurdo pensar que creía que la Iglesia de Roma (para la cual el mismo apóstol Pablo no escatima elogios en sus epístolas) como “la ramera”.

Es por eso que asumir de buenas a primeras ignorando el contexto que San Agustín se refería a la Iglesia de Roma más que simplista es una descontextualización tremenda de su pensamiento, el cual si conociera aunque fuera un poco podría haber deducido que este razonamiento no es coherente ni tiene sentido. Pero para profundizar sobre esto pasemos al siguiente punto:

¿Cuál era la posición de San Agustín respecto a la Iglesia de Roma?

Para San Agustín en Roma también está la sede de Pedro confirmada por la sucesión de obispos, por eso se refiere a ella frecuentemente como la “Sede apostólica”. Así, a los maniqueos que se habían apartado de la Iglesia Católica escribe:

“Aún prescindiendo de la sincera y genuina sabiduría…, que en vuestra opinión no se halla en la Iglesia Católica, muchas otras razones me mantienen en su seno: el consentimiento de los pueblos y de las gentes; la autoridad, erigida con milagros, nutrida con la esperanza, aumentada con la caridad, confirmada por la antigüedad; la sucesión de los obispos desde la sede misma del apóstol Pedro, a quien el Señor encomendó, después de la resurrección, apacentar sus ovejas, hasta el episcopado de hoy; y en fin, el apelativo mismo de Católica, que son sin razón sólo la Iglesia ha alcanzado….Estos vínculos del nombre cristiano – tantos, tan grandes y dulcísimos- mantienen al creyente en el seno de la Iglesia católica, a pesar de que la verdad, a causa de la torpeza de nuestra mente e indignidad de nuestra vida, aún no se muestra”. San Agustín. C. ep. Man. 4,5.

En su epístola 53 escribe:

Si la sucesión de obispos es tomada en cuenta, cuanto más cierta y beneficiosa la Iglesia que nosotros reconocemos llega hasta Pedro mismo, aquel quien portó la figura de la Iglesia entera, el Señor le dijo: “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella!”. El sucesor de Pedro fue Linus, y sus sucesores en orden de sucesión ininterrumpida fueron estos: Clemente, Anacleto, Evaristo, Alejandro, Sixto, Telesforo, Higinio, Aniceto, Pío, Sotero, Eleuterio, Víctor, Ceferino, Calixto, Urbano, Ponciano, Antero, Fabián, Cornelio, Licio, Esteban, Sixto, Dionisio, Felix, Eutiquiano, Cayo, Marcelino, Marcelo, Eusebio, Miltiades, Silvestre, Marcos, Julio, Liberio, Damaso, y Siricius, cuyo sucesor es el presente obispo Anastasio. En esta orden de sucesión, ningún obispo donatista es encontrado”. San Agustín. Ep. 53,2

En esta epístola San Agustín es particularmente claro porque refiriéndose a la Iglesia de Roma la señala como la que llega hasta Pedro mismo y menciona uno por uno los obispos de Roma.

Pero si todavía quedasen dudas sobre el pensamiento de Agustín nada más claro que las siguientes palabras:

No puede creerse que guardáis la fe católica los que no enseñáis que se debe guardar la fe romana. San Agustín, Serm.120 n.13

Para San Agustín, la primacía de la cátedra apostólica residió siempre en la Iglesia de Roma:

“…Veínan que Ceciliano estaba unido por cartas de comunión a la Iglesia romana, en la que siempre residió la primacía de la cátedra apostólica….” “San Agustín, Ep 43,3,7

Adicionalmente a esto, no hay que pasar por alto que en los conflictos con los pelagianos San Agustín recurre a la autoridad de la sede apostólica (Roma) para confirmar los concilios de Cártago y Milevis (411, 412 y 416) condenando el pelagianismo. Anexo un extracto de la carta que enviaron 61 obispos (incluyendo a San Agustín) al Papa Inocencio:

Dado que Dios por un don especial de Su gracia lo ha colocado a usted en la Sede Apostólica, y nos ha dado alguien como usted en nuestros tiempos, para que pueda mas bien ser imputada a nosotros como una falta de negligencia si fallamos en mostrar a su Reverencia lo que se sugiere para la Iglesia, que a usted haber podido recibir las mismas con desprecio o negligencia le rogamos que involucre su diligencia pastoral hacia el gran peligro de los miembros débiles de Cristo.”

Al insinuar estas cosas a su pecho Apostólico no necesitamos decir mucho, y apilar palabras acerca de esta impiedad, debido a que sin duda moverá en usted tal sabiduría que no podrá abstenerse de corregirlas, para que no puedan seguir infiltrándose más…Se dice que los autores de esta perniciosa herejía son Pelagio y Celestino, quienes en verdad, deberían preferir ser curados con la Iglesia, en lugar de ser separados de la Iglesia sin necesidad. Se dice que uno de ellos, Celestino, incluso ha llegado al sacerdocio en Asia. Su Santidad esta mejor informado por el Concilio de Cartago acerca de lo que se hizo en contra suya hace algunos años. Pelagio, nos informan las cartas de algunos de nuestros hermanos, está en Jerusalén, y se dice que ha engañado a muchos allí. Muchos más, sin embargo, que han podido examinar más de cerca sus puntos de vista, están combatiéndolo en nombre de la Fe Católica, pero específicamente su santo hijo, nuestro hermano y compañero sacerdote, Jerónimo. Pero nosotros consideramos que con la ayuda de la misericordia de nuestro Dios, a quien rezamos para que lo aconseje y que escuche sus plegarias, aquellos que mantienen estas perversas y banales opiniones cederán más fácilmente a la autoridad de su Santidad, que ha sido tomada de la autoridad de las Santas Escrituras (auctoritati sanctitatis tuae, de sanctarum scripturarum auctoritate depromptae facilius….esse cessuros), para que podamos regocijarnos en su corrección en lugar de entristecernos por su destrucción. Pero sea lo que sea que ellos mismos escojan, su Reverencia percibe que al menos se debe cuidar a esos muchos que pueden ser enredados en sus redes si ellos no se someten honradamente. Escribimos esto a su Santidad desde el Concilio de Numidia, imitando a nuestros compañeros obispos de la Iglesia y provincia de Cartago, que entendemos han escrito acerca de este tema a la Sede Apostólica que su Gracia adorna.” Concilo de Milevis al Papa Inocencio I

Aquí fue donde el Papa Inocencio confirmó las decisiones de los concilios reservándose el deber de citar a Pelagio y Celestio, y de reformar, si era necesario, la sentencia de Dióspolis, donde condenó la doctrina incriminada en una carta conocida como “In requirendis” dirigida a los obispos que se reunieron en Cartago y de Milevi.

San Agustín escribe entonces para dar finalizada la causa ya que se ha pronunciado la “sede apostólica”

“Iam de hac causa duo concilia missa sunt ad sedem apostolicam: inde etiam rescripta venerunt. Causa finita est, utinam aliquando finiatur error”

La cual podría traducirse como:

“Ya por este motivo se han enviado dos misivas a la sede apostólica y también de allí han venido dos rescriptos. La causa ha terminado para que finalmente termine el error” . Sermo 131,10,10; Ep 1507.

Conclusión

Cualquier vestigio de sentido común debería hacer preguntarse a los fundamentalistas partidarios de este argumento como podría ser posible que San Agustín -de considerar a la Iglesia de Roma como “Babilonia”- iba a apelar a ella en cuestiones tan importantes en materia de fe. ¿Estaría demente quizá? ¿Cómo dice entonces que sobre la Iglesia de Roma siempre residió el principado de la cátedra apostólica, y que no guarda la fe católica quien no guarda la fe romana? ¿Está recomendando acaso guardar la fe babilónica y abrazar el paganismo? ¿Por qué no solo él, sino el resto de obispos de los concilios africanos apelan al Papa con un lenguaje tan sumiso y obediente? Por qué escribe a los donatistas invitándolos a volver a la Iglesia Católica lo siguiente?

Vengan, hermanos donatistas, si desean ser unidos a la vid. Es penoso cuando les vemos así cortados. Numere a sacerdotes incluso desde la silla de Pedro. Y en ese orden de padres vea quien les sucedió: Esa es a roca en la cual las puertas del infierno no pueden conquistar. Todos los que se regocijan en la paz solo juzgan verdaderamente”. San Agustín, Psalm against the Donatist Party, 2 (A.D. 393), in GILES, 182

Por qué luego de que los decretos de la Iglesia de Roma sobre los pelagianos fueron emitidos no perdía oportunidad San Agustín de recordar a los pelagianos y a los fieles los decretos emanados de esta autoridad?

“[Celestio] debería mantener su asentimiento al decreto de la silla apostólica el cual había publicado por su predecesor de sagrada memoria. El acusado, sin embargo, rechazó condenar las objeciones realizadas por el diácono, con todo él no se atrevió a sostener abiertamente la carta del bendito Papa Inocencio” San Agustín, On Original Sin,7:8(A.D. 418),in NPNF1,V:239

“…él contestó que él consintió a las letras de papa Inocencio de bendita memoria, en quien toda la duda sobre esta materia fue removida” San Agustín, Against Two Letter of the Pelagians, 3:5 (A.D. 420), in NPNF1, V:393

¿Por qué las letras de Papa Inocencio según San Agustín removieron toda duda entre los herejes, cuando estos ya habían sido condenados por varios concilios africanos repletos de obispos? De ver San Agustín a la Iglesia Romana como Babilonia ¿Será que tenían más autoridad los decretos de Babilonia que el de todos los obispos reunidos en los concilios de Milevis y Cártago?

“Las palabras del venerable obispo Inocencio referentes a esta materia al Concilio Cartaginense. ¿Qué podría ser más claro o manifiesto que el juicio de la silla apostólica?” San Agustín, Against Two Letter of the Pelagians, 4:6 (A.D. 420), in NPNF1, V:394

He allí los interrogantes que deben responder honestamente quienes no pretenden dar su brazo a torcer.

Espero con estas breves reflexiones haber contribuido a conocer el verdadero contexto de las palabras de San Agustín, y demostrar que cuando se refería a Roma como una segunda Babilonia se refería a la ciudad Roma (la Roma pagana) y no a la Iglesia Católica Romana. Presentar fragmentos aislados de su pensamiento sin el texto en su contexto para insinuar que tenía posturas que jamás tuvo, no puede ser menos que caracterizado de deshonesto. Sin embargo a pesar de haber presentado estas pruebas al pastor en detalle, no quiso reconocer su error, y escuché un:

“En fin si mi respuesta sobre San Agustín y su obra no te satisfizo, discúlpame. Por eso es que me he especializado en la Biblia y no en la patrística, porque no baso mi fe en lo que otros eminentes cristianos han dicho”

Aquí es donde uno tiene que resistir la tentación de contestar: ¿¿Entonces pa’ que abres la boca??

Autor: José Miguel Arráiz

Puede leerlo en EspañolInglés y Portugués.

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