Una carta para reflexionar.
Al tener que reeditar nuestro librito “El Adventismo del Séptimo Día”, hemos juzgado de sumo interés incluir íntegras, como capítulo definitivo, estas páginas del P. Ernesto Bravo, Director del Secretariado Nacional de Fe y Ecumenismo en su patria sudamericana -Ecuador-. Esta carta fue escrita a un católico de su país, sintetizando y refutando de forma delicada, pero nítida y contundente, los puntos fundamentales de la doctrina adventista.
No dudamos de que nuestros hermanos católicos, ante estas páginas llenas de profundidad bíblica, admirarán una vez más la belleza y solidez de nuestra Fe, y se sentirán animados a una vida cada día más cristiana de verdad, en total consonancia con las enseñanzas de Cristo y su Iglesia.
Estimado amigo:
Voy a contestar su última carta. La extensión de mi respuesta le mostrará bien el tiempo y el interés grande que he puesto en satisfacer cuidadosamente a sus interrogaciones y dudas.
En mi carta, de un modo general, voy a tratarle los siguientes puntos:
l. La existencia de la Iglesia de Cristo, sólo desde Cristo.
2. Los mandamientos y la Ley frente al cristiano.
3. La abolición del Sábado.
En su carta se concreta usted a referirme las objeciones y dudas que le ha planteado un amigo suyo que frecuenta su casa, “adventista del séptimo día”‘, claro está. No creo muy provechoso tal contacto, hablando francamente, pero ya que usted lo tiene y quizá no lo puede ya eludir, le diré algo sobre ellos.
l. Los adventistas y la Iglesia de Cristo.
Los adventistas datan sólo del siglo pasado, cuando Guillermo Miller (1782-1849) empezó su predicación y sus fracasadas profecías que anunciaban el fin del mundo para 1843 y luego para 1844. Los seguidores de él, en vez de acordarse del texto de Deuteronomio 18, 22:
“Cuando el profeta hablare en nombre de Yahvéh y no sucediese la tal cosa, es palabra que Yahvéh no ha hablado; con presunción ha hablado el tal profeta: no le debes tú tener en honor”,
siguieron ellos creyendo en sus doctrinas y, para colmo de daño, se acogieron a otra Profetisa, igualmente equivocada, Hellen G. White (1827-1915). Fue ella quien dio a sus seguidores este nombre, tan extraño y tan del Antiguo Testamento, de “Adventistas del Séptimo Día”; mientras otros grupos de “adventistas” que habían estado con Miller se separaban por parecerles que esto era poco cristiano.
Afirman ellos que la verdadera Iglesia de Jesucristo existe desde el principio del mundo por la guarda de los mandamientos. Ahora bien, ellos, con sus doctrinas características, no existen sino desde hace un siglo, luego no son la Verdadera Iglesia de Cristo.
Jesús nuestro Señor, hablando como de cosa futura, dijo a San Pedro: “Tú eres Roca [=Cefas: Jn 1, 42] y sobre esta Roca EDIFICARE mi Iglesia”.
¿Cómo pueden ellos decir que la Iglesia de Cristo existía antes de Cristo? Esto por lo menos no dice ninguno de los pasajes alegados por su amigo Ap 14, 12; Ap 22, 14 -, 1 Jn 2, 4. En el segundo texto incluso encuentro que en las mejores ediciones dice:
“Bienaventurados los que lavan sus vestidos”, en vez de la otra lectura de “los que guardan sus mandamientos” (nota: Es característico de los Adventistas del Séptimo Día su obsesión por los mandamientos y por la Ley. Obsesión interesada, para poder sacar adelante el sábado. Por esto, son y se les llama legalistas o sabatistas.).
Así la edición crítica del original griego preparada por el sabio protestante Nestle; y la novísima de K. Aland, Black y Metzger; así la Vulgata latina; así Bover; así Nácar-Colunga; así AFEBE; así la Biblia de Jerusalén; así la Versión Moderna (protestante). Incluso veo que lo tiene así la revisión protestante de Reina-Valera de 1960.
Pero, en fin, aun suponiendo que aquí leyéramos “Bienaventurados los que guardan sus mandamientos” -como tiene la vieja y anticuada traducción de Cipriano de Valera- y desde luego, respecto de los otros dos textos citados, mi respuesta en la siguiente.
2. Los mandamientos y el cristiano.
Resulta curioso ver cómo los Adventistas, obsesionados por la observancia de su sábado -que para ellos es nada menos que “la señal” del pueblo de Dios- se imaginan que dondequiera que aparece la Biblia la palabra “mandamiento” quiere decir el decálogo con sábado y todo. Ahora bien ¿es esto verdad? Por desgracia, o mejor, gracias a Dios, no.
He tenido la paciencia de recorrer todos los casos en que el Nuevo Testamento emplea esta palabra “mandamiento ” (en griego: ‘entolé’) y, para gran sorpresa de su amigo, puedo comunicarle los resultados de mis investigaciones. La palabra mandamiento en la Biblia no quiere decir siempre “uno de los diez del Decálogo”.
Veámoslo de cerca. Pongámonos por un momento en la posición adventista: “cuando se habla, en la Biblia, de mandamientos, forzosamente se alude a los Diez del Decálogo”. Entonces, ¿Qué hacemos con textos como el siguiente de Ef 2, 14-15 que nos dice que Cristo ha anulado la Ley de los mandamientos? Claro está que la traducción de Cipriano de Valera, traducción vieja y pasada ya, como le he dicho, restringe arbitrariamente el texto a “ritos”; pero en las traducciones de los sabios modernos no encontramos tal cosa: Versión Moderna (protestante); versión hispanoamericana, protestante también; AFEBE; Nácar-Colunga; Bover; y hasta la de Reina-Valera en la recensión de 1960.
Hay también otro pasaje que nos dice:
“Así pues, se encuentra abolido el mandamiento anterior, por su ineficacia e inutilidad; porque la Ley nada ha perfeccionado, sino que sirvió tan sólo para prepararnos a una esperanza mejor por medio de la cual nos acercamos a Dios” (Hbr 7, 18-19).
Aquí hasta Cipriano de Valera antiguo tiene también “mandamiento”, igual que la Versión Moderna.
Es este un texto de capital importancia, porque nos muestra el contraste que hay entre el Antiguo Testamento con la antigua Ley por un lado y el Nuevo Testamento por otro. Entonces queda un dilema: o nos quedamos con la vieja Ley en el Antiguo Testamento o avanzamos hacia el cristianismo que ostenta otros valores, y entramos en el Nuevo Testamento. De hecho los Adventistas del Séptimo Día en esto casi no se diferencian de los judaizantes.
Recuerdo de una señora que logró salir de los Adventistas hacia la luz del Nuevo Testamento y, al ver este maravilloso texto que le acabo de citar de la Carta a los Hebreos, me decía que con letras muy grandes lo iba a hacer copiar para ponerlo en el sitio más visible de su casa.
3. La gran novedad del Cristianismo.
La verdad es que nosotros los cristianos tenemos nuestros mandamientos propios, y que para nosotros la Ley Antigua ya no es autoridad.
Esto es lo que se resisten a admitir los Adventistas, ciegamente aferrados al Antiguo Testamento, como si con Cristo no se hubiera inaugurado ya un nuevo orden de cosas : Nuevo Testamento o Nueva Alianza (Lc 22, 20; 1 Cor 11, 25; 2 Cor 3, 6): “y al decir “nueva” da por abolida la Antigua”, como nota la misma Escritura (Hbr 8, 13); enseñanza nueva (Mc 1, 27), con mandamientos nuevos (Jn 13, 34; 15, 12-17; 1 Jn 2, 8-11; 3, 23); todo esto constituye como el vino nuevo que no cabe ya en los estrechos y anticuados odres del Viejo Testamento (Mt 9, 17; Mc 2, 22; Lc 5, 37-38).
Tenemos nosotros que “caminar en novedad de vida” (Rom 6, 4), guiados, ya no por la Ley Antigua, “por la vejez de la letra”, precisa San Pablo, sino por “la novedad del Espíritu” (Rom 7, 6), porque precisamente el Espíritu es para nosotros la Ley y “la Ley del Espíritu nos liberta de la otra Ley” (Rom 8, 2) y “si nos dejamos conducir del Espíritu, entonces no estamos ya bajo la Ley” (Gál 5, 18).
Este es “el Hombre nuevo, creado según Dios para justicia y santidad” de que Pablo nos exhorta a revestirnos (Ef 4, 24).
Para nosotros, todo ha cambiado con el advenimiento de Cristo, y en El nosotros somos como “nueva criatura” o “nueva creación” (2 Cor 5, 17; Gál 6, 15).
Y los cristianos, “después de haber lanzado fuera la levadura vieja, tenemos que ser una masa nueva ” (1 Cor 5, 7).
Resumiendo todo, Pablo, con un grito de triunfo, puede proclamar: “Mirad, (todas las cosas se han hecho nuevas!” (2 Cor 5, 17).
Esta es la gran novedad, de todos los órdenes, aportada por el cristianismo. ¿No es muy de sentir que los hermanos adventistas estén ciegos para ver todo esto y vivan con los ojos vueltos al pasado caduco y abolido del antiguo orden, del Antiguo Testamento?
Como usted ve, esto es decisivo y de capital importancia. Por eso da pena ver que, mientras Cristo a los suyos promete “un nombre nuevo” (Ap 2, 17), ellos se hayan acogido a un nombre viejo, del Antiguo Testamento, y se llamen “Adventistas del Séptimo Día”.
4. Las razones del sábado.
-Así, a los predicantes adventistas que quieren obligarnos a observar el sábado, alegando que es como el sello de la Alianza entre Dios y su pueblo (Éxodo 31, 13.16.17; Ez 20, 12.20), les podemos contestar que nosotros ya no estamos bajo la Alianza Antigua, sino bajo “la Nueva, que es mejor y está concebida sobre otros términos y sobre mejores promesas” (Hbr 8, 9).
– Si pretenden que la observancia del sábado pertenece a los mandamientos, les responderemos que nosotros tenemos mandamientos propios, los de Cristo, que forman una Nueva Ley, la Ley del Espíritu (Rom 8, 2) o bien la “Ley de la Fe” cristiana (Rom 3, 27) o simplemente la “Ley de Cristo” (Gál 6, 2). Así “no estamos sin Ley de Dios, sino bajo esta Ley de Cristo” (1 Cor 9, 21).
-Si ellos afirman que el sábado es el recuerdo de la Creación terminada, para nosotros cristianos, la Resurrección de Cristo ha inaugurado una “nueva creación” (2 Cor 5, 17 ; Gál 6, 15).
Y para terminar les exhortaremos a ser levadura nueva y no viejo fermento y a no poner sus energías cristianas -vino nuevo- en los viejos odres del judaísmo.
5. Los mandamientos cristianos.
Pero vengamos a los mandamientos del cristiano. Cristo Nuestro Señor claramente nos dice:
“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Jn 14, 151).
“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Jn 15, 10).
No habla del Decálogo; bien claro dice: “mis” mandamientos, o sea, las normas y prescripciones específicamente suyas. A continuación, El mismo concreta más:
“Este es mi mandamiento, que os améis los unos a los otros como Yo os he amado” (Jn 15, 12).
Y el mejor comentario para los textos del Apocalipsis y para los de las cartas de San Juan, nos lo da el mismo autor sagrado cuando dice: “Amados míos, si el corazón no nos condena tenemos confianza en Dios, y lo que le pedimos lo recibimos de El, pues observamos sus mandamientos y hacemos lo que es grato a. sus ojos. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y nos amemos los unos a los otros, según que nos dio mandamiento de ello. Y el que observa sus mandamientos, En Dios permanece y Dios en él ” (1 Jn 3, 21-24).
En resumen, lo que se nos pide es Fe cristiana y caridad cristiana.
Me dirá usted que quizás este enfoque constituye para usted mismo, católico, una como revolución en los conceptos comúnmente admitidos, incluso por muchos católicos. No tengo dificultad en reconocerlo. Pero usted ha visto cómo todo lo que le he dicho va con el respaldo de la Escritura.
La verdad es que el católico, de la mano de la Iglesia, camina seguro y sabe estas cosas, aunque no sepa quizás explicarlas ni formularlas. Por eso no guarda el sábado, y en el Decálogo ha admitido las modificaciones cristianas que le diferencian del judaísmo. En este sentido los catecismos y devocionarios siguen conservando el esquema de los diez mandamientos, pero si se mira más de cerca, se ve cómo están llenos ahora del nuevo contenido cristiano como corresponde a discípulos de Cristo.
6. La Ley y el cristiano.
Su amigo adventista le ha citado también -como va uno podía esperarse- el texto famoso, tan traído y llevado por los adventistas, y que ellos creen definitivo en este orden de ideas que estamos examinando. Dice Cristo nuestro Señor:
“Yo no he venido a destruir la Ley o los Profetas. no he venido a destruir sino a perfeccionar ” (Mt 5, 17).
Aquí, de nuevo, la obsesión del Decálogo y del sábado les hace creer a los adventistas que cuando Cristo, dice “Ley “, no puede referirse sino a los Diez de las dos viejas tablas sinaíticas. (¿Y “los Profetas”?)
Hagamos aquí también lo mismo que hicimos antes. Adoptemos la posición adventista que nos dice que, puesto que habla de Ley, tiene forzosamente que referirse al Decálogo. Transcribamos otros textos bíblicos y veamos el resultado, un resultado que tiene que dar al traste con la posición adventista y abrirnos los nuevos horizontes cristianos.
“La Ley y los Profetas terminan en Juan, desde entonces se anuncia la Buena Nueva del Reino de Dios” (Lc 16, 16).
“Ya no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia” (Rom 6, 14).
No crea usted que éstos sean los únicos textos. Tengo recogida una buena porción de pasajes bíblicos que afirman que para el cristiano la Ley del Sinaí ha dejado de tener vigor. Claro está que esto puede dar lugar a interpretaciones falseadas, podría inducir a sacar consecuencias torcidas y absurdas; pero para evitar este inconveniente ya le he transcrito el texto de San Pablo en que, después de afirmar que no está sujeto a la Ley, explica que no está por eso sin Ley, puesto que tiene otra Ley, la de Cristo (1 Cor 9, 20-21). Y a la “Ley de Cristo” se remite también en otros pasajes (Gál 6, 2).
En cuanto a la otra Ley, la de Moisés, nos dice
-“Yo ya estoy muerto a la Ley” (Gál 2, 9).
-Y nosotros estamos, según el mismo San Pablo, “tan libres de la Ley, como la mujer queda libre una vez muerto el marido” (Rom 7, 1-4).
– Cristo abolió la Ley de los mandamientos formulados como edictos (Ef 2, 14-15).
-La Ley era “ministerio de muerte, Pablo ya no es predicador de esa Ley, sino de la Ley del Espíritu” (2 Cor 3, 6-7).
-“La Ley era imperfecta y nada perfeccionó y sólo sirvió para introducirnos a una esperanza mejor” (Hbr 7, 8).
-“La Ley no contenía sino la sombra de los bienes venideros de la época mesiánica” (Hbr 10, l).
-“Cristo nos ha rescatado de la maldición de la Ley” (Gál 3, 13).
-“Dios envió a su propio Hijo, hecho hijo de mujer, sometido a la Ley, para rescatar a los que estaban sometidos a la Ley” (Gál 4, 4).
-“Bien sabemos que todo cuanto dice la Ley es para aquellos que están dentro de la Ley” (Rom 3, 19).
Pero “vosotros, hermanos, no estáis bajo la Ley sino bajo la gracia ” (Rom 6, 14).
“Guiados por el Espíritu [esa es la Ley propia del cristiano, y el Espíritu actúa en la Iglesia], ya no estáis bajo la Ley” (Gál 5, 18).
Le ruego que lea y relea cada texto meditándolo bien, ya que el tema es tan serio.
Frente a este cúmulo aplastante de textos, no nos queda más remedio que admitir la definitiva abolición de la Antigua Ley.
Respecto del texto evangélico, Mt 5, 17, tenemos que darnos cuenta que Cristo dice que, si bien “no vino a destruir, sí vino para perfeccionar”, y al perfeccionar una cosa, forzosamente quedan a un lado muchos elementos caducos e inútiles. Eso ha pasado con la Ley Antigua.
No olvide en ese mismo texto a “los Profetas”. No rara vez los Adventistas se olvidan oportunamente de ese término, siendo así que “Ley y Profetas” no quiere decir Decálogo, sino “la Biblia en su conjunto”, “el orden todo del Antiguo Testamento”. Véalo en las siguientes citas que usted debe buscar en su Biblia; yo le doy tan sólo el equivalente libre pero exacto:
-Hch 13, 15: “después de la lectura del Antiguo Testamento”.
-Jn 1, 45 : “el anunciado por las Escrituras”.
-Mt 7, 12: “todas las Escrituras se resumen en la caridad”.
-Hch 24, 14; Rom 3, 21 ; Mt 20, 40, nos dan la misma equivalencia (nota: Sabido es cómo los judíos consideraban su Biblia (es decir, el Antiguo Testamento) como formado por tres colecciones: a) la Ley o Toráh; b) los Profetas (o Nebüm), y c) los otros Escritos o Hagiógrafos (Ketubim). RefIejo de esta división tripartita es el texto de Lc 24, 44 o también el Prólogo del Eclesiástico que la trae hasta tres veces. Pero a veces se contentaban con una mención biparta : “la Ley y los Profetas” para designar todo el Antiguo Testamento, como se ve por los casos que citamos arriba en el texto. Incluso a veces sólo el primer elemento, “la Ley” podía designar todo el Antiguo Testamento como se ve en Jn 10, 34 y 15, 25.).
Por lo tanto, cuando el Señor habla de “la Ley y los Profetas” se está refiriendo a toda la Escritura en su conjunto, es decir, Jesús designa aquí el conjunto completo del Antiguo Testamento.
Ahora bien, los hermanos Adventistas saben de sobra que muchas cosas del Antiguo Testamento están ya anuladas. Como por ejemplo, la circuncisión, los sacrificios sangrientos, la adoración exclusiva en el Templo de Jerusalén, y tantas otras cosas. No deberán, pues, urgir mucho ese texto, o, citándolo completo: “Ley y Profetas”, verán que no hay que entenderlo en la forma rigorista que pretenden, sino en la forma atemperada que exige el contexto. De otro modo “la Ley y los Profetas”, es decir, el Antiguo Testamento completo, nos obligarían a los cristianos con todas las observancias del más rígido judaísmo.
7. El sábado y el cristiano.
Sé muy bien que mi posición puede parecer vulnerable desde un punto de vista muy generalizado, que no suelen descuidar sino antes explotar mucho, los Adventistas. Dicen y repiten que el Decálogo contiene de hecho las normas de la Ley natural y que, por este motivo, aunque fue dado a los israelitas en el Sinaí, en realidad estaba dirigido a la Humanidad en cuanto tal; por tanto, a todo hombre.
¿Qué podríamos contestar a todo esto? ¿El Decálogo se identifica con la Ley natural? Yo creo que en conjunto es verdad. El Decálogo, dicho de un modo general, representa la expresión más clara y precisa de las normas de exigencia de la naturaleza humana, y, en ese sentido, es Ley eterna e indestructible.
Pero esto ¿es aplicable, de verdad, a todos los mandamientos del Decálogo mosaico? No.
Fíjese cómo, por deficiencia, no contiene el Decálogo (Ex 20, 1-17; Dt 5, 6-21) una prohibición sobre la mentira, aunque, fuera del Decálogo sí estuviera en Lv 19, 11. La Iglesia Católica lo ha añadido al octavo mandamiento, porque hacía falta.
Además, el sexto mandamiento mosaico (o, según la división protestante, el séptimo) prohíbe tan sólo el adulterio, y no los otros actos externos de impureza. También aquí la Iglesia ha completado y perfeccionado, como nos lo enseñó Cristo (Mt 5, 27-30) y los Apóstoles, y se puede ver en cualquier catecismo católico.
Por exceso, en cambio, o mejor, por razones de orden circunstancial y transitorio, prohíbe hacer imágenes. Esto no es de Ley natural. Note usted bien que no digo la idolatría, que ésta sí es contra la Ley natural; digo simplemente el hacer representaciones, ya sea para adorno, ya sea para instrucción, ya sea incluso para el culto -no digo adoración-: esto evidentemente, no es contra la Ley natural y, sin embargo, Dios a los israelitas por las circunstancias especiales en que estaban, rodeados de pueblos idólatras, recién salidos de otro pueblo terriblemente idólatra, ellos mismos, pueblo rudo y materialista, creyó necesario imponerles esta prohibición (nota: Si fuera exigencia de la ley natural la prohibición de hacer imágenes, Dios no hubiera autorizado a los israelitas a hacer imágenes, como lo hizo con los querubines que adornaban el Arca de la Alianza (orden divina : Ex 26, 18-22; realización : Ex 37, 7) con adornos de varias clases que había en el Templo de Salomón (1 Re 6, 27; 7, 25; 10, 19-20; cfr. Ez 41, 18-20). Y hasta una imagen de bronce dotada de una virtud maravillosa, hecha por orden de Dios (Núm 21, 6-9). Cristo nuestro Señor no tuvo reparo en compararse con esta imagen salvadora (Jn 3, 14).).
Cosa igual podemos decir del sábado. Hay que dedicar para el culto y adoración especial de Dios algún día: es claro y natural, pero ¿el sábado precisamente?
También aquí, es ésta una prescripción particular dada a los hebreos, precisión de la Ley natural, que luego San Pablo se encarga de decirnos que ya ha pasado y que para nosotros no tiene validez.
Vea usted los textos, que son bien claros.
Gál 4, 9-11: Para San Pablo en este pasaje, el observar el sábado, una vez que ha venido Cristo una vez que se ha aceptado el Evangelio, es como volverse atrás y renegar de la Fe cristiana, es volver inútil la predicación.
Lea el texto paulino y note bien la enumeración: “días”: el sábado semanal; “los meses”: la celebración de los novilunios, o neomenías o, dígase, lunas nuevas: tres palabras sinónimas para designar la misma cosa; “los tiempos” o “estaciones”, las fiestas agrícolas que venían con ellas, como Pascua, Pentecostés y Tabernáculos; “los años”, finalmente, son los años sabáticos jubilares.
Col 2, 16-17: Estas fiestas judaicas no son sino la sombra de lo que había de venir. Nadie tiene derecho de condenarnos o criticarnos porque no las guardemos. Cristo era la realidad. que ellas prefiguraban.
Cuando ya ha venido esta realidad, (qué lamentable es seguir apegados a las sombras! Observe usted aquí el orden inverso de la enumeración: “las fiestas” (anuales), “neomenías” o “novilunios” (mensuales), “sábados” (semanales). Así verá, de paso, lo baladí que es, e infundado, querer aplicar estos sábados meramente a los años sabáticos, como a veces pretenden los adventistas, para salir del paso frente a un texto tan claro y que echa por tierra una de las bases fundamentales de su organización religiosa.
No cabe duda: según San Pablo, el sábado judaico está definitivamente abolido, y el haberlo resucitado constituye, en los adventistas, una regresión al judaísmo y una negación del verdadero cristianismo.
8. El sabatismo de Hbr 4, 9.
Una vez que San Pablo nos dice claramente que el sábado no está en vigencia para el cristiano, ¿que falta hacía ocuparse de este texto? Sin embargo, ve usted la imperdonable superficialidad en que han venido a dar nuestros hermanos adventistas que no dejan de alegar tal pasaje, a primera vista decisivo: “Queda, pues un reposo sabático para el pueblo de Dios” (Hbr 4, 9). Y por eso ellos -el “Pueblo adventista”, como se llaman- por observar el sábado creen ser el único “pueblo de Dios” legítimo.
En efecto, basta examinar el contexto para darse cuenta de lo que quiere decir el Autor sagrado. Lea usted desde Hbr 3, 7 hasta 4, 11 y verá que allí se habla de tres reposos o descansos, como de otras tantas oportunidades que puso Dios al alcance de los hijos de Israel:
1. El del sábado, o reposo semanal, como recuerdo de la creación terminada (Hbr 4, 4-5). Esta fue como la primera oportunidad, pero los israelitas la desaprovecharon. Pasó ya ésta definitivamente.
2. El reposo de la Tierra de promisión, adonde los introdujo Josué (Hbr 4, 5-8). Esta fue como la segunda, pero también ésta quedó fallida; por eso, David sigue exhortando en el Salmo (95, 7-11), que da pie al Autor para el comentario.
3. Es el reposo del Reino de Dios en el que se nos exhorta a entrar (Hbr 4, 9-11). Es la oportunidad nueva que Dios ofrece, visto que han fracasado las dos anteriores. Es el reposo de entrar en la Iglesia de Cristo y es también el reposo definitivo del Cielo una vez acabadas las obras todas de esta vida. Pero de ningún modo se refiere a la observancia del sábado semanal. Es la esperanza definitiva del reposo que se nos muestra, no un mandamiento que se nos imponga.
Da lástima ver cómo se abusa de los textos aislados de la Escritura para probar cosas absurdas, cuando encuadrados en su contexto, a lo mejor enseñan precisamente lo contrario.
9. Resumen final.
No puedo extenderme más. Aun así, la carta ya está larga. De todos modos, hagamos un breve resumen de lo expuesto.
Hemos visto que los Adventistas proceden de Miller y de Hellen White, y tan solo desde 1843. Que no pretenden que la esperanza de la venida de Cristo los une con todos los que desde Adán la han deseado, porque no es este el único punto de su doctrina, sino que hay otros muchos que sólo se deben a Guillermo Miller y a la hermana White y a sus visiones.
La Iglesia de Cristo, con su doctrina propia y sus mandamientos propios y su organización tal como El quiso establecerla, sólo existe desde Cristo Señor nuestro. Este hecho inaugura un orden nuevo de realidades que, perfeccionando las antiguas, las anula y vuelve definitivamente caducas.
Concretamente, la Ley mosaica está anulada, sustituida por una Ley superior, “la Ley de Cristo”, el Legislador de la Nueva Ley, que repetidamente nos dijo: “Habéis oído que se dijo a los antiguos, Yo en cambio o digo”… (Mt 5, 21 ; 5, 33).
El sábado, de un modo particular -que de ningún modo pertenece a la Ley natural- ha sido declarado inútil y pasado porque sólo era sombra destinada a desaparecer al manifestarse la Luz fulgurante de Cristo.
El sábado, a los hebreos se les dio como una oportunidad de acercamiento a Dios. A nosotros, en cambio, se nos pone delante la Iglesia o Reino de Dios en la tierra para que mostremos nuestra adhesión a Dios adhiriendonos a ella: así lograremos el supremo y último reposo.
Quedaría por explicar por qué la Iglesia Católica y todas las iglesias cristianas -menos los Adventistas guardan el domingo. La razón fundamental es porque fue en domingo cuando Cristo resucitó; nosotros, en efecto, no somos ya la sinagoga, que depende de Moisés sino el Nuevo Israel que tiene por punto de partida no la liberación de Egipto, sino la Redención de Jesucristo que sale vencedor del sepulcro (nota: Resulta muy hermoso y significativo el nombre que tiene el “domingo” en las lenguas eslavas, como el ruso, en que le, llaman “Voskrecienie”, a la letra, “resurrección”.).
En vez de conmemorar la primera creación, conmemoramos la nueva creación inaugurada precisamente con la Resurrección de Cristo.
El día de triunfo de Cristo ha sido recogido por los Apóstoles y ha recibido el nombre de día domingo que, derivado del latín “dies dominicus” quiere decir el “día de Cristo” o día del Señor Jesús. Tal como en griego desde los Apóstoles (cfr. Ap 1, 10) hasta nuestros días se llama kyriaké hémera, o sea, día del Kyrios o Señor resucitado.
El día domingo (o “primer día de la semana”, como se le llamaba al principio, hasta que se le dio el nombre propio que ha conservado hasta ahora) es también el día de las reuniones cristianas, el día de la Eucaristía (Hch 20, 7 y probablemente también 1 Cor 16, 1-2).
Debería alargarme más para exponerle con plenitud las razones cristianas del domingo. Pero tendría que escribirle otra carta tan larga como ésta.
Creo, con esto, haber dado amplia respuesta a sus preguntas. Esté usted persuadido, mi querido amigo, que la doctrina de la Santa Madre Iglesia Católica, tal como le enseñaron, y tal como la profesa usted, es la verdadera doctrina de Cristo. “El que a vosotros oye a Mí me oye” (Lc 10, 16). Con razón ella puede decir como San Pablo:
“Si alguno os predicare otro Evangelio, distinto del que habéis recibido, (sea anatema!”(Gál. 1, 9).
Todo suyo en el Señor,
Autor: P. Ernesto Bravo, SJ
Fuente: Apologetica.org