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Cátaros

cataros

Del griego kazaros (puro), se usó la palabra c. para designar grupos heréticos desde la Antigüedad, pero, a partir de la Edad Media, se reserva el término para una particular forma de herejía dualista que, con raíces orientales, se desarrolló en Occidente en los s. XII-XIII. Historia. El fenómeno c. surge en Occidente en el s. XII como resultado de la incidencia de las ideas dualistas procedentes de los balcanes (v. BOGOMILAS; BULGARIA III y v) sobre los movimientos evangélicos y antijerárquicos populares preexistentes (v. APOSTÓLICOS; VALDENSES; POBRES LOMBARDOS; BEGUINAS Y BEGARDOS; ARNALDO DE BRESCIA) que pedían una Iglesia pobre e itinerante poseída de un desprecio radical del mundo. En especial Pedro de Bruis, antiguo clérigo provenzal, que a partir de 1105 predicaba «la inutilidad de los templos, de las indulgencias, de los sufragios por los difuntos, del Bautismo y de la Eucaristía, así como la obligación de odiar la Cruz», puede considerarse «un antecedente importante, un verdadero precursor y desbrozador del terreno del catarismo» (L. Cencillo, o. c. en bibl., 533). En el desarrollo histórico de los c. podemos distinguir tres periodos: inicio, radicalismo y decadencia, que coinciden con el predominio sucesivo de los tres credos bogomilas: búlgaro (dualismo mitigado), dragovita (dualismo radical) y bosnio (intermedio y contemporizador). El periodo inicial comienza con la llegada a Occidente de las primeras ideas bogomilas (de la rama búlgara). Hacia 1143 se establecen en Colonia y poco después existen focos organizados en Lieja y Champaña, desde donde se extienden por toda Francia, recibiendo el nombre de albigenses (v.). Sus propagadores son preferentemente los tejedores y comerciantes de tejidos junto con un buen número de clérigos apóstatas y algunos nobles (especialmente damas de la nobleza provenzal). En Francia se organizan jerárquicamente y envían misiones al norte de Italia y valle del Rin, llegando hasta Inglaterra y España. A finales de esta época inicial hay dos zonas principales cátaras: Provenza, donde la herejía prende en todas las clases sociales, y Lombardía. En 1167 el obispo dragovita de Constantinopla, Niketas, viaja por el norte de Italia y sur de Francia, donde, tras convocar el primer concilio c., consigue la aceptación del credo dragovita (dualista radical). Desde este momento los c., que a los ojos de muchos estaban considerados como otro más de los numerosos movimientos populares de reforma coetáneos, se perfilan como una religión independiente, opuesta en todo a la Iglesia cristiana. Al mismo tiempo aumenta su organización, se complican jurídicamente y emprenden actividades económicas, industriales y comerciales de envergadura que les dan una fisonomía específica distinta de sus predecesores orientales, los bogomilas. La decadencia, que comienza a fines del s. XII, se apoya en el aumento de estas tendencias de creciente aburguesamiento y se consolida con las persecuciones del s. XIII. En Francia, la floreciente comunidad provenzal queda reducida a una vida subterránea por la cruzada aprobada por Inocencio III (v.) y ejecutada por Simón de Monfort (v. ALBIGENSES) y acaba desapareciendo por completo a principios del s. XIV. En Italia, las leyes represivas de Federico lI (v.) y la creación de la Inquisición por Gregorio IX (v.) reducen el fenómeno, circunscribiéndolo primero a las grandes ciudades, donde los c. podrían pasar más fácilmente desapercibidos, hasta que sus huellas se extinguen ca. 1320.

Doctrina.

 La preocupación originaria y fundamental es hallar una explicación convincente al problema del Mal. Para solucionarlo recurren al dualismo (v.). Hay dos principios: uno bueno (Dios) y otro malo (Satanás). Para los dualistas mitigados (búlgaros) Satanás es Hijo de Dios, mientras que para los radicales (dragovitas) es un dios independiente y todopoderoso. Aunque no queda suficientemente claro, parece que admitían una cierta divinidad del Hijo y del Espíritu Santo. Las doctrinas no son homogéneas en las diversas sectas y sufren evoluciones notables con el tiempo. Sin embargo, hay algunos puntos que, en líneas generales, se pueden considerar constantes: «el mundo procede del demonio; rechazo de los Sacramentos; condena del Matrimonio; negación de la resurrección de la carne; prohibición de comer carne, huevos y lacticinios; rechazo del juramento; prohibición a la autoridad temporal de castigar a los herejes; negación del purgatorio; imposibilidad de la salvación fuera de su iglesia» (P. Brezzi, o. c. en bibl., 1088). En el hombre se unen el bien y el mal (espíritu y materia); el alma es un ángel caído que va transmigrando de unas existencias en otras hasta que, iniciada en la secta, es redimida; el cuerpo es cárcel del alma y ésta debe liberarse por medio de una dura ascesis. Cristo no era Dios ni tampoco hombre: era un ángel adoptado por Dios que tomó un cuerpo aparente (v. DOCETISMO); su misión era enseñar la existencia de un principio espiritual bueno que habita en el cielo y dentro de cada uno; la muerte de cruz no tiene sentido. Rechazan el A. T. como obra de Satanás.

Ascética, organización y ritos.

El pecado por antonomasia es la caída angélica, la apostasía del Cielo, y todos los demás pecados están encadenados física y necesariamente a éste. En esta vida el único pecado consiste en la sujeción del mundo y el principio moral básico es la abstención del mundo. Las obras carecen de todo valor; sólo la iluminación interior salva. «Como en el gnosticismo y maniqueísmo, también entre los cátaros salvación y perfección se confunden: sin una vida perfecta, de extremo rigor ascético y de absoluta renuncia al mundo no cabe moralidad, ya que todas las acciones afectadas bajo el yugo del mundo están envenenadas en su raíz» (L. Cencillo, o. c., 544). Se distinguen dos grupos de adeptos: creyentes y perfectos. Los primeros llevaban una vida relajada e inmoral esperando ser salvados in articulo mortis por la aplicación del consolamentum. No estaban iniciados en los dogmas c. y en el culto ocupaban un papel pasivo. Su principal obligación era el cuidado, albergue y alimento de los perfectos, así como su defensa y ocultamiento. Los perfectos se constituían por la imposición de manos o consolamentum de un perfecto anterior; llevaban una vida peregrinante, y estaban obligados al celibato y al ayuno riguroso o endura. Las perfectas solían vivir en comunidad. Los obispos, elegidos por los perfectos, contaban con dos auxiliares: el filius maior (con derecho a sucesión) y el filius minor. Las parroquias eran regidas por diáconos. Aunque no practicaban ningún sacrificio ritual tenían otros ritos: a) oración, especialmente el Padre nuestro, que repetían unas 250 veces al día, y en el que cambiaron panem quotidianum por panem supersubstantialem; b) consolamentum, o rito de entrada en la secta por imposición de manos que convertía a un creyente en perfecto; melioramentum o invocación de los creyentes a los perfectos pidiendo su intercesión ante Dios; servitium, o asamblea con lectura del Evangelio y sermón de un perfecto; fracción del pan, y aparellamentum, o confesión pública de los pecados. Conclusión. Como afirma Cencillo, «desaparecido el movimiento cátaro quedaron sus huellas en la transformación de la fisonomía medieval de Occidente, y ello en tres direcciones. En primer lugar, con su práctica bancaria contribuyó a la desintegración de la ética económica cristiana en el sentido deshumanizado y religiosamente neutro del capitalismo moderno. En segundo lugar, fue la primera cuña de indiferentismo religioso institucionalizado, a causa de su espiritualidad deísta y fisicalista, introducida en eJ Occidente cristiano. En tercer lugar arrojó el primer germen de naturalismo legalista que fructificará plenamente en la Ilustración» (ib., 552). V. t.: ALBIGENSES; BOGOMILAS.

BIBL.: Fuentes: A. DONDAINE, Le «Liber de duobus principüsn suivi d’un fragment de Rituel Cathare, Roma 1939; E. CUNITZ, Ein Katrisches Ritual, Jena 1852; PEDRO EL VENERABLE, Tractatus adversus Petrobrusianos, en PL 189,719-850; E. SCHONAUGIENSIS, Sermones XIII contra Catharos en PL 195,11-102; BONACURSUS, Manifestatio Haeresis Catharorum, en PL 204,775-792.

Autor: José María Revuelta

Fuente: Gran Enciclopedia Rialp

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