Dentro del protestantismo de orientación calvinista, las iglesias congregacionalistas se caracterizan por la total autonomía religiosa y jurídica de las iglesias o congregaciones locales en las cuales ven plenamente realizada la iglesia.
El congregacionalismo floreció en Inglaterra a fines del siglo XVI y principios del XVII dentro del marco general del movimiento puritano. Tras la muerte, en 1658, de Oliver Cromwell, que puso fin al poder de los puritanos, la separación de las iglesias congregacionalistas respecto al anglicanismo oficial -por lo que fueron llamadas iglesias independientes- motivó su prohibición e hizo que muchos de sus miembros marcharan al exilio. De esta forma, el congregacionalismo arraigó en el norte de Europa y en todas las colonias británicas, sobre todo en los Estados Unidos.
Aunque las iglesias congregacionalistas, al igual que otras disidentes, fueron admitidas de nuevo en Inglaterra a fines del siglo XVII, tardarían casi un siglo en recuperar su vigor. En 1832 se creó la Unión Congregacional de Inglaterra y Gales, que publicó un decreto de fe y orden que no pretendía “ser una imposición a nadie”, sino un servicio para formular los puntos de vista doctrinales y facilitar el buen gobierno de las iglesias. Después de la segunda guerra mundial se produjo un movimiento general de unión entre las iglesias reformadas. Así, en 1961 se creó en los Estados Unidos la Iglesia Unida de Cristo, que incluía a evangelistas y congregacionalistas, y éstos se unieron en el Reino Unido a la iglesia presbiteriana para formar, en 1972, la Iglesia Reformada Unida.
De cualquier forma, los congregacionalistas mantienen su énfasis en la “particularidad” de cada iglesia local. Las congregaciones eligen sus propios ministros, ancianos y diáconos, y administran los sacramentos dominicales, aun cuando se fomentan las confederaciones con otras congregaciones locales para mutuo consejo o para actividades asistenciales o misioneras.
Fuente: Enciclopedia Hispánica