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Los Santos

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Ser santo es participar de la santidad de Dios. Jesucristo es el Santo de los Santos y el Espíritu Santo es el Santificador. Dios, Nuestro Padre, nos creó para ser santos. (Ver: Santidad). Se le llama santo a los que está al servicio de Dios en forma particular, sea persona, cosa, lugar, tiempo.

Dios ha llamado a todos los hombres a ser santos: “Sean santos… porque Yo, el Señor, soy santo” (Lev 19,2; Mt 5, 48). Cristo vino al mundo para hacer posible nuestra santidad. Es por eso que en el Nuevo Testamento se le llama “santos” a los cristianos (1Cor 1, 12; Rm 1, 5; 1Pe 1, 15-16). Claro que son santos tan solo si viven su fe (Apoc 21, 2.10).

La Biblia nos exhorta a seguir el ejemplo de los santos (CF. Dan 7, 22-25; Sab 5, 5). La Iglesia continúa esa tradición y reconoce la santidad después de un largo y cuidadoso proceso en el que examina las vidas de los candidatos.

Hasta el siglo IV, los santos eran reconocidos por su martirio o por su extraordinaria “confesión” (vida cristiana ejemplar). El punto de referencia siempre es Jesucristo.

A partir del siglo V los santos eran aceptados por unanimidad en sus comunidades bajo la presidencia de sus pastores. Paulatinamente los Papas fueron tomando mayor participación en la declaración de santidad, hasta en 1625, el Papa Urbano VIII reservó la canonización exclusivamente al Sumo Pontífice.

La Iglesia es una gran familia en la que Dios es Padre, Jesús el Hermano Mayor, María nuestra madre. El Espíritu Santo comunica amor entre los miembros de tal manera que, aunque no los hemos visto, podemos llegar a conocer y amar mucho a los santos. Ellos nos enseñan, guían e interceden por nosotros.

Santos patronos

Un santo puede ser declarado patrón de un país, diócesis o institución religiosa. También hay santos patronos de diferentes gremios y causas. Además, todos podemos elegir un santo patrón de nuestra devoción como modelo e intercesor.

Santos Doctores de la Iglesia

Título reconocido por la Iglesia a los santos que por su gran sabiduría doctrinal han tenido gran influencia en la tradición eclesial.

Santos Padres

Los Padres son pastores (generalmente, pero no siempre obispos) de la Iglesia de los primeros siglos, cuyas enseñanzas, en sentido colectivo, son consideradas por la Iglesia como el fundamental para la doctrina ortodoxa cristiana porque son la correcta interpretación de las Sagradas Escrituras. Los cuatro principales criterios esta designación son: antigüedad, ortodoxia, santidad, aprobación de la Iglesia. No todos los escritos de los Padres son ortodoxos sino solo aquellos en los que hay común acuerdo entre ellos. (Orígenes y Tertuliano cayeron en serios errores pero no se niega el valor de sus obras anteriores.)

Todos fuimos creados por Dios para ser santos. La santidad comienza en la tierra y llega a su plenitud en el cielo. Los hombres perdimos la vida de gracia por el pecado, pero Jesucristo nos reconcilió con el Padre muriendo por nosotros en la Cruz. Por el bautismo recibimos los méritos de ese sacrificio de Cristo, somos liberados del pecado e injertados en Cristo para ser Hijos de Dios y participar de su santidad. San Pablo usa la palabra “santos” para referirse a los fieles que viven la nueva vida en el Espíritu Santo. (2 Cor. 13,12; Ef. 1,1)

Perseverar en la santidad es mantenerse en comunión con Cristo quien salva y da vida eterna. Dios quiere que todos se salven (1Tm 2,4), pero no todos se abren a la gracia que santifica. Para salvarse es necesario renunciar al pecado y seguir a Cristo con fe. Por eso San Pablo nos exhorta: “Hermanos: Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie verá al Señor” (Hb. 12,14). Al final no importara otra cosa, la única verdadera desgracia es no ser santos.

¿Por qué no hay mas santos?

Podemos constatar con tristeza que pocos buscan la santidad. ¿Cuántos entre las multitudes de seres humanos buscan primero el Reino de Dios?. Mas importante, me debo preguntar: ¿Por que no soy YO santo?. Hace mucho comprendí, intelectualmente, la razón: Requiere un amor hecho sacrificio. Pero, ¡que poco lo vivo! La realidad es que muchos profesamos amor a Dios pero en realidad hay en nosotros una fuerza mayor: la auto-preservación de nuestro ego y el deseo de evitar el sufrimiento aunque este sea necesario para ser fiel.

Es posible envolverse en el servicio a Cristo y hasta sacrificarnos por la misión, pero al mismo tiempo no renunciar al control de nuestro ego sobre lo que hacemos. Seguimos por lo tanto actuando en gran parte según la carne y lo hacemos porque encontramos en la religión lo que todo hombre busca en el mundo: su interés y satisfacción. Para continuar esta “vida de bien” nos cuidamos de no caer en pecado grave, de mantener los compromisos según sean provechosos para nuestra imagen. PERO….. cuando viene la prueba que requiere morir a nosotros mismos y sufrir…. POCOS se abrazan a la cruz.

Hemos de recordar que no hay sino un camino a la unión con Dios: La Cruz. Quien anda con Jesús va a Jerusalén, va a inmolarse. Esta purificación es necesaria para pasar, por obra del Espíritu Santo, de ser autosuficientes, egocéntricos, carnales al hombre nuevo en Cristo que es todo para el Padre, dócil, obediente y amoroso. Es necesario que los miembros del cuerpo estén unidos a la Cabeza. Si posponemos la entrega posponemos la victoria y, Dios no lo quiera, podríamos perderla.

No hay mas santos por la resistencia que presentamos cuando Dios da la gracia de la conversión. ¿Qué ocurre cuando la prueba amenaza en derrumbar aquello que esta muy cerca de mi corazón?, ¿me siento justificado para “defenderme” y actúo pensando que es justo lo que hago y lo que digo, o busco la voluntad de Dios aunque me sea abrazar la cruz de la renuncia?. Veamos la actitud de los Apóstoles camino a Jerusalén y después, dormidos en el huerto, y por fin huyendo. No hay por que dudar de que estaban, según sus capacidades humanas, comprometidos con Jesús a seguirle. Soñaban con el reino mesiánico, pero no entendían que necesitaban el Espíritu Santo para ser hombres nuevos, hombres de la Cruz. Confiaban mas bien en sus propias fuerzas. Por eso, no sabían lo que pedían. Ni siquiera Pedro, que con ideas de “cuidar” a Jesús, le quiso evitar su ascenso a Jerusalén.

La clave de la santidad es entrar en el Corazón Traspasado de Jesús, siempre dándose sin reclamar para si; Lejos de evitar el sufrimiento, lo asume por amor. El santo es otro Cristo en su Cuerpo Místico. Es por eso que la santidad requiere ser Iglesia. Es ella la madre que nos alimenta con la Vida de Cristo para la santidad, es en su seno que crecen los santos. La Iglesia no remplaza la lucha personal mas bien nos da la fuerza de la gracia para vencer. Los sacramentos, la Palabra, el magisterio, la comunión con la Virgen, con los santos, con el Santo Padre, en fin, la Comunión de los Santos, es la tierra fértil necesaria para que crezca la semilla de la santidad. Quien se ha unido a Cristo necesariamente vive en comunión con los hermanos, su vida es amor y servicio para edificar el cuerpo.

Una meditación de la Vida de la Virgen Dolorosa, ¡Cuánto nos ayuda a entender su maternal ayuda para nuestra santidad! ¡Toda su vida nos enseña lo que es ser Iglesia, amar y ser santo, culminando al pie de la cruz! Quien se consagra a ella sin duda asciende mas rápido por la senda de la santidad. ¡Que fácil es hablar de esto y hasta llegar a entenderlo, tan solo para seguir cayendo en nuestra acostumbrada auto-preservación. Sin embargo los niños pequeños pueden lograr la santidad heroica, como lo hicieron, con la ayuda de la Virgen, los beatos Francisco y Jacinta.

Veneración de los santos

Los primeros santos venerados fueron los discípulos de Jesús y los mártires (los que murieron por Cristo). Mas tarde también se incluyó a los confesores (se les llama así porque con su vida “confesaron” su fe), las vírgenes y otros cristianos que demostraron amor y fidelidad a Cristo y a su Iglesia y vivieron con virtud heroica.

Con el tiempo creció el número de los reconocidos como santos y se dieron abusos y exageraciones, por lo que la Iglesia instituyó un proceso para estudiar cuidadosamente la santidad. Este proceso, que culmina con la “canonización”, es guiado por el Espíritu Santo según la promesa de Jesucristo a la Iglesia de guiarla siempre (Cf. Jn 14:26, Mt 16:18). Podemos estar seguros que quien es canonizado es verdaderamente santo.

La Iglesia no puede contar la cantidad de santos en el cielo ya son innumerables (por eso celebra la fiesta de todos los santos). Solo se consideran para canonización unos pocos que han vivido la santidad en grado heroico. La canonización es para el bien de nosotros en la tierra y en nada beneficia a los santos que ya gozan de la visión beatífica (ven a Dios cara a cara). Los santos en el cielo son nuestros hermanos mayores que nos ayudan con su ejemplo e intercesión hasta llegar a reunirnos con ellos.

La devoción a los santos es una expresión de la doctrina de la Comunión de los Santos que enseña que la muerte no rompe los lazos que unen a los cristianos en Cristo. Los Protestantes rechazaron la devoción a los santos por no comprender la doctrina de la comunión de los santos. El Concilio de Trento (1545-63) reafirmó la doctrina católica.

Los santos interceden por nosotros. En virtud de que están en Cristo y gozan de sus bienes espirituales, los santos pueden interceder por nosotros. La intercesión nunca reemplaza la oración directa a Dios, quién puede conceder nuestros ruegos sin la mediación de los santos. Pero, como Padre, se complace en que sus hijos se ayuden y así participen de su amor. Dios ha querido constituirnos una gran familia, cada miembro haciendo el bien a su prójimo. Los bienes proceden de Dios pero los santos los comparten.

Los santos son modelos. Debemos imitar la virtud heroica de los santos. Ellos nos enseñan a interpretar el Evangelio evitando así acomodarlo a nuestra mediocridad y a las desviaciones de la cultura. Por ejemplo, al ver como los santos aman la Eucaristía, a la Virgen y a los pobres, podemos entender hasta donde puede llegar el amor en un corazón que se abre a la gracia. Al venerar a los santos damos gloria a Dios de quien proceden todas las gracias. Vea: Que es venerar y la diferencia con la adoración que le atribuye solo a Dios

Sin duda hay quienes se desvían de una sana devoción y hasta existen personajes que son venerados popularmente al margen de la Iglesia y no son sino falsos santos. Estos errores no justifican que se descuide la auténtica devoción sino mas bien resalta la importancia de la catequesis.

Autor: Pbro. Jordi Rivero

Fuente: Corazones.org

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