Recientemente tuve la oportunidad de conversar con unos buenos amigos sobre este tema, y me pareció útil conservarlo aunque sea retocado y parafraseado, porque puede servir de ayuda y guía a la hora de explicar a nuestros hermanos cristianos de otras denominaciones exactamente que creemos y por qué. Los nombres, como de costumbre los he cambiado, ya que lo relevante aquí son las ideas y opiniones.
Marlene: Yo no entiendo por qué los católicos tienen que rezar a los santos, ¿acaso no es eso idolatría?
José: Ok, permíteme que te explique exactamente que creemos.
Miguel: Adelante, explícate.
José: Lo que sucede es que los católicos creemos que “el que cree en Cristo tiene vida eterna“, tal como dice la Biblia (Juan 3,36)
Miguel: Bueno, es que eso creemos todos.
José: Si, pero si realmente aceptamos eso como un hecho, también aceptaremos las implicaciones lógicas que esto tiene, y una de ellas es que una vez que estamos unidos a Cristo, esta vida eterna no cesa ni se interrumpe con la muerte sino que llega a su plenitud. Precisamente por eso le llamamos vida eterna y no vida interrumpida o algo por el estilo, pues es una vida que no cesa durante toda la eternidad. Nosotros por eso creemos que quienes mueren en gracia de Dios pasan a gozar de su presencia, y desde allí siguen formando parte de la comunidad de amor que llamamos Iglesia, porque la Iglesia es…
Miguel: El cuerpo de Cristo.
José: Exacto. Una vez que pasas a formar parte del cuerpo de Cristo, no eres desmembrado al morir, sigues en su comunión de una manera incluso más intensa. Es en esa comunidad de amor donde ellos no pierden la capacidad de hacer peticiones a Dios. Si antes en vida podían interceder con sus oraciones por nosotros, ahora lo hacen con mayor fervor porque están en la plenitud del amor de Dios. Ellos no dejan de amar, ni dejan de preocuparse por nosotros. He allí la clave para entender el dogma de la comunión de los santos: como miembros del cuerpo de Cristo, que están unidos entre sí, siguen unidos incluso en el más allá.
Esta es la razón por la que los católicos decimos que la Iglesia está dividida en la Iglesia militante (aquellos que peregrinan por esta vida), la Iglesia triunfante (aquellos que ya triunfaron en el camino de la fe) y la Iglesia purgante (aquellos que se purifican antes de gozar de la visión de Dios, en lo que llamamos purgatorio, tema que quizá podamos platicar en otra ocasión).
Miguel: Oye, pero yo tengo entendido que cuando una persona muere “duerme en el Señor”. En la Biblia se ve por ejemplo, que cuando Lázaro muere está dormido: “Dijo esto y añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle.»” (Juan 11,11). Lo mismo con Esteban al morir se durmió: “Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y diciendo esto, se durmió.” (Hechos 7,60)
Marlene: Efectivamente, los que mueren duermen en el Señor.
José: Ok, déjame explicarte algo. Cuando la Biblia utiliza la palabra “dormir” para referirse a los difuntos se refiere a sus cuerpos, no a sus almas. En el mismo caso que mencionas de Esteban se ve como antes de “dormir” ve que el cielo se abre para recibirle: “Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios; y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios.»”(Hechos 7,55)
Quienes creen que aquellos que mueren están inconscientes o incluso que no existen fuera del cuerpo son algunas sectas como los testigos de Jehová y adventistas que no creen en la inmortalidad del alma. Realmente ni los católicos ni los evangélicos creemos eso (los reformadores por ejemplo no pensaban así) sobre todo porque hay muchos textos bíblicos en donde esto se ve claro.
Miguel: ¿Como por ejemplo?
José: San Pablo confiesa que quiere morir para estar con Cristo: “Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia… por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros”(Filipenses 1,21-24)
Miguel: Por supuesto, pero eso quiere decir que quiere morir para dormir en el Señor.
José: No tendría sentido que Pablo quisiera morir para quedarse dormido, por el contrario, el dice que incluso fuera del cuerpo puede afanarse por agradar al Señor, y alguien dormido no se afana:“Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. Por eso, bien en nuestro cuerpo, bien fuera de él, nos afanamos por agradarle” (2 Corintios 5,9). Observa cuan convencido está que al salir del cuerpo estará con Cristo gozando de la visión de Dios: “Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión… “ (2 Corintios 5,6)
Hay muchos ejemplos más en la Biblia donde se ve que aquellos que han muerto no están inconscientes, recuerda el caso del profeta Samuel cuando se apareció luego de haber muerto a Saúl y le dijo todo lo que iba a suceder (1 Samuel 28,6-20). Un adventista te diría que no era realmente él sino un demonio, pero si te fijas bien en el texto, allí no dice eso sino que era el propio Samuel. Por otro lado todo lo que dijo fue cierto al punto que finalmente se cumplió. No parece ser la forma de actuar del Demonio que es el padre de la mentira.
También tenemos el caso del buen ladrón, al que Cristo le dice que ese mismo día estaría con él en el paraíso: “Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.» “ (Lucas 23,43) . Sabemos por palabras de Cristo que la resurrección ocurrirá el último día (Juan 6,44.54; 11,24), sin embargo ya él desde ese día estaría con Cristo, no dormido, no inconsciente.
Miguel: Pero entonces ¿por qué la Biblia dice que cuando venga Cristo, los que vivamos nos uniremos a los que ya durmieron en el Señor y será allí que estaremos con Cristo para siempre?. Recuerda que dice: “El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor.” (1 Tesalonicenses 4,16-17)
Carlos: Cierto, eso tampoco yo lo entiendo, si ya los que mueren están en el cielo en presencia de Dios, ¿para qué van a resucitar el último día?
José: Porque la obra redentora de Cristo tiene que restaurar todo aquello que el pecado ha afectado. Una de las consecuencias del pecado fue que los hombres padeciéramos la muerte física, en donde se separa el alma del cuerpo. Pero Dios no nos creó originalmente así, y Dios tiene que restaurarnos completamente y eso ocurrirá en el último día. En ese entonces ya estaremos en el cielo pero con un cuerpo similar al de Cristo.
Miguel: Con nuestros cuerpos glorificados.
José: Efectivamente, pues eso es lo que explica San Pablo cuando habla de la resurrección: “Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual.” (1 Corintios 15,42).
Y precisamente por todo eso, si se acepta que quienes murieron y se salvaron están con Cristo, no habría por qué dudar que pueden hacerle peticiones.
Marlene: No sé, yo no lo entiendo de esa manera, yo acepto que si pueden estar con Cristo, pero tranquilos, y en santa paz, sin saber nada de lo que ocurre en la tierra ni estar preocupados por ello.
José: En la misma Biblia puedes ver que aquellos que están en presencia de Dios pueden hacerle peticiones. En al Apocalipsis por ejemplo, se ve a los mártires clamando a Dios: “Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantuvieron. Se pusieron a gritar con fuerte voz: «¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra?» Entonces se le dio a cada uno un vestido blanco y se les dijo que esperasen todavía un poco, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a ser muertos como ellos.” (Apocalipsis 6,9-11). Observa en primer lugar que pueden pedir y sus oraciones son escuchadas, y en segundo, como ellos estaban enterados de lo que había ocurrido en la tierra, ya que de lo contrario no sabrían si ya se les había hecho justicia.
Miguel: Pero ¿Cómo podrían enterarse de lo que ocurre si solo Dios lo ve y lo sabe todo? ¿Cómo podría por ejemplo, la Virgen María, atender simultáneamente las millones de peticiones que recibe en un mismo instante de parte de millones de personas?
José: Lo que pasa es que estamos acostumbrados a ver las cosas al modo humano y pensamos que en el más allá el tiempo y los sucesos transcurren tal como ocurren aquí, pero eso no es así. Nosotros aunque no podemos entender como es el más allá, si podemos saber gracias a la Biblia que aquellos que están en presencia de Dios se enteran de lo que acontece.
Miguel: ¿En donde dice eso en la Biblia?
José: Jesús por ejemplo nos dice que los ángeles en el cielo se alegran cada vez que un pecador se convierte: “Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»” (Lucas 15,10). Imagina que en distintas partes del mundo se conviertan muchos pecadores al mismo tiempo, ¿dejarían por eso los ángeles de enterarse solo por no ser omniscientes?
Miguel: No, pero ellos se enteran a través de Dios.
José: Exacto, y es precisamente esa la misma forma por la que también se enteran los salvos que están en presencia de Dios de lo que aquí ocurre, recuerda que Jesús también dice que en el cielo seremos como ángeles (Mateo 22,30).
Si vamos a la carta a los hebreos encontramos otro ejemplo. En el capítulo 11 el autor menciona a todos los santos y profetas fallecidos en la antigüedad, y luego en el capítulo 12 versículo 1 se refiere a ellos como una nube de testigos de tenemos a nuestro alrededor: “por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone” (Hebreos 12,1). Por si eso fuera poco más adelante les menciona como la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo junto con los ángeles: “Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, reunión solemne, y asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos, y a Dios, juez universal, y a los espíritus de los justos llegados ya a su consumación” (Hebreos 12,22-23)
Por tanto, si unimos las piezas podemos veremos que la enseñanza de la Iglesia tiene mucho sentido, pues por la misma Biblia sabemos: 1) quienes están salvados están en presencia de Dios, 2) pueden hacer peticiones, 3) a través de Dios se enteran de lo que ocurre, 4) No dejan de amarnos, ni son indiferentes a nuestros sufrimientos, necesidades 5) desean nuestro bien. Tomando en cuenta todo esto no es ilógico pensar que pueden orar por nosotros.
Marlene: Pero igual yo no creo que sea necesario pedirles que oren por mí, porque yo puedo acudir directamente a Jesucristo.
Miguel: Es cierto, en la Biblia dice “Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.” (Juan 14,6)
Marlene: También dice que hay “hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús” (1 Timoteo 2,5).
José: Ok, te explico. Lo primero que tenemos que distinguir es entre los distintos tipos de mediación. Una es aquella que solo Cristo puede hacer, ya que él como Dios y Hombre verdadero era el único que podía morir por nosotros y redimir el género humano. Otra sin embargo es la intercesión, en la que los cristianos unidos a Cristo oramos e intercedemos unos por otros.
Ustedes por ejemplo, aceptan que se pueden orar unos por otros, ¿no?
Miguel: Claro.
José: Pero incluso estando vivos no por eso usurpan el papel de Cristo como único mediador ¿cierto?
Miguel: No, claro que no.
José: De la misma manera aquellos que están en el cielo no lo hacen, porque sus oraciones y las nuestras siempre van en nombre de Cristo, tal como decimos en la Santa Misa: “POR CRISTO, CON EL y EN EL, a ti Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos, AMEN”.
Marlene: Pero tengo que volver sobre lo mismo: yo pienso que no necesito pedir a ningún santo que interceda por mi porque yo puedo acudir a Cristo directamente.
José: Razonando de esa manera también yo podría decir que no necesito que nadie vivo ore por mí, ya que yo también puedo pedir por mí mismo. Es evidente que si, que cada quien puede hacer peticiones para sí, pero recuerda que Dios nos ha querido hacer partícipes de su obra salvadora y por eso le complace que también oremos unos por otros. No hay por qué ver como excluyentes la oración personal con la oración comunitaria, pues no se trata de sustituir la propia oración por la intercesión de los santos, sino de añadir a la propia oración la de ellos, todos unidos como una comunidad de amor.
Si volvemos sobre las palabras de San Pablo cuando dijo que Cristo es el único mediador, vemos que antes también dijo: “Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombre…Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador”, lo que demuestra que el propio apóstol no ve la intercesión de unos por otros como un conflicto con la única mediación de Cristo.
Miguel: Aun así yo sigo sin encontrar en la Biblia un solo texto donde alguien vivo se comunique con alguien muerto y este le haya escuchado.
José: No, claro que lo hay.
Marlene: ¿Dónde?
José: En el libro de los hechos de los apóstoles se narra que una cristiana de nombre Tabitá murió, y Pedro luego de orar se dirige a ella y le manda a resucitar, ella no solo le escucha, sino que le obedece: “Pedro hizo salir a todos, se puso de rodillas y oró; después se volvió al cadáver y dijo: «Tabitá, levántate.» Ella abrió sus ojos y al ver a Pedro se incorporó.” (Hechos 9,40)
Miguel: Si, pero quien le resucitó fue Dios.
José: Por supuesto, pero él hecho es que Pedro (una persona viva) se dirigió a Tabitá (una persona muerta) y le escuchó, a través de Dios claro, en eso estamos de acuerdo, pero le escuchó.
Marlene: No sé, yo veo a mis amigos y familiares que son católicos puro rezar a los santos y olvidarse de Dios.
José: Si eso ocurre es porque es un exceso o una desviación de la fe que tiene que ser corregida, pero las desviaciones no se corrigen negando una verdad, sino enseñándola correctamente. No se trata pues, de abandonar la oración a Dios para sustituirla por la de los santos, sino de acompañarla con la de ellos. No es ya una sola voz clamando a Dios, sino miles, millones, todos en comunión intercediendo unos por otros porque nos amamos.
Marlene: Ok, pero pasas por alto que Dios no comparte su gloria con nadie. La Biblia dice “Yo, Jehová, ese es mi nombre, mi gloria a otro no cedo, ni mi prez a los ídolos.” (Isaías 42,8)
José: La gloria que corresponde a Dios como Dios no la comparte con nadie, pero Dios también glorifica sus criaturas porque al glorificarlas glorifica la obra de sus manos. San Pablo por ejemplo nos dice que si somos hijos “también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados” (Romanos 8,17). Jesús mismo dice de sus discípulos “Yo les he dado la gloria que tú me diste” (Juan 17,22). Como ves pues, no se trata de quitar gloria a Dios para dársela a los santos, se trata de dar gloria a Dios por lo que ha hecho en sus santos, y a eso llamamos veneración.
Marlene: Pero cuando un católico se pone de rodillas ante un santo, ¿eso es solo veneración?, porque San Pedro no permitió que otro cristiano (Cornelio) se arrodillara ante él: “Pedro le levantó diciéndole: «Levántate, que también yo soy un hombre.»” (Hechos 10, 26). Lo mismo hizo el ángel cuando el apóstol Juan se postró ante él: “Yo, Juan, fui el que vi y oí esto. Y cuando lo oí y vi, caí a los pies del Ángel que me había mostrado todo esto para adorarle. Pero él me dijo: «No, cuidado; yo soy un siervo como tú y tus hermanos los profetas y los que guardan las palabras de este libro. A Dios tienes que adorar.» “ (Apocalipsis 22,8-9).
José: Claro, pero si te fijas, el problema en ambas ocasiones fue que ambos se pusieron de rodillas con la intención de adorar, y eso si sería idolatría. Hay gestos y actos simbólicos cuyo significado está ligado a la intención con la que se realizan, el caso de la genuflexión es uno de ellos. Por eso se explica que en otras ocasiones en la misma Biblia se ve personas de rodillas unas a otras y en esos casos no estuvo mal. Un ejemplo lo tienes cuando el Rey Salomón le puso un trono a su madre a su lado y se puso de rodillas ante ella, y nadie pensó que la estaba adorando (1 Reyes 13,35-36). ¿Recuerdan ese caso?
Miguel: Yo sí.
José: Otro caso lo tenemos cuando Abdías se arrodilló ante el profeta Elías y este no le dice nada (1 Reyes 18,7). La comunidad de profetas se puso de rodillas ante Eliseo (2 Reyes 2,15) y Daniel se puso de rodillas ante el ángel Gabriel (2 Reyes 2,15). Así como estos hay muchos ejemplos en la Biblia, pero con estos basta para mostrar que lo que hacía malo el acto de Cornelio o de Juan era la intención de adorar.
Si te fijas bien, el texto bíblico lo dice, porque en el caso de Cornelio se dice cual fue su intención: ” Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirlo y, postrándose a sus pies, lo adoró.” (Hechos 10,25). En el otro suceso el texto bíblico nuevamente aclara: “caí a los pies del Ángel … para adorarle “ (Apocalipsis 22,8)
No podría nadie saber si otra persona está de rodillas para adorar o venerar, a menos que ella misma lo diga, porque no puede ver el interior de su corazón. Hacerlo y pretender juzgar la intención del corazón del prójimo acusándole de idolatría es muy peligroso porque podemos estarlo juzgando mal. Los católicos a ese tipo de conductas las llamamos “juicio temerario”.
Al llegar a este punto, nos tocó a cada uno el momento de partir, y luego de despedirnos amablemente seguimos nuestro camino.
Autor: José Miguel Arráiz