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¿Enseña la Biblia la doctrina de la Trinidad?

Santisima Trinidad

Nota sobre las versiones del texto Sagrado: A lo largo de la obra he utilizado con preferencia mi propia traducción directa del griego para el Nuevo Testamento, y del hebreo y arameo para el Antiguo. En el primer caso me he valido del Greek-English New Testament, de Nestlé y Aland, Editio XXVI, Stuttgart 1981, y en el segundo de la Biblia Hebraica Stuttgartensia, Editio Minor, Stuttgart 1984. Cito también de las versiones prestigiosas de la Biblia comunes en el mundo de habla hispana y de las propias ediciones de las sectas. Las siglas siguientes son las utilizadas en relación con las diversas traducciones de la Biblia: VNM: Versión del Nuevo Mundo o Biblia de los Testigos de Jehová; EP: La Santa Biblia, de Ediciones Paulinas; BJ: Biblia de Jerusalén; NC: Nácar Colunga; VP: Versión Popular; VM: Versión Moderna; NBE: Nueva Biblia Española; RV: Reina-Valera. Cuando no se indica referencia, la traducción es mía.

El que haya seguido pacientemente los dos capítulos anteriores sobre la divinidad de Cristo y la divinidad del Espíritu Santo, cuya lectura supongo en el presente capítulo) seguramente habrá llegado a la conclusión de que la Trinidad es una enseñanza plenamente bíblica, además de capital para la comprensión del cristianismo. Católicos, protestantes y ortodoxos, aun separados por cuestiones teológicas de no escaso relieve, coinciden en la aceptación de la misma como verdad revelada y esencial de la fe cristiana, lo que resulta lógico.

Desearía, no obstante, y aunque sea brevemente, hacer algunas referencias a esta doctrina, no ya en los aspectos parciales de la divinidad plena del Hijo y del Espíritu Santo, sino en los de la vinculación de las tres personas en el texto bíblico. A esta cuestión, aunque sea someramente, dedicaremos las páginas siguientes.

l. La prefiguración de la doctrina de la Trinidad en el AT

Resulta evidente que la manifestación plena de la doctrina de la Trinidad se encuentra en el Nuevo Testamento. No obstante, el Antiguo parece contener algunas prefiguraciones de la pluralidad de personas dentro de la divinidad que fueron señaladas por los primeros cristianos y que constituyeron un auténtico quebradero de cabeza para sus oponentes judíos. Veamos alguno de estos textos: “Y Dios pasó a decir: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza… Y Dios procedió a crear al hombre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó” (Gén 1,26-27) (VNM). “Y Jehová Dios pasó a decir: Mira que el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros al conocer lo bueno y lo malo” (Gén 3,22). “Y Jehová procedió a bajar para ver la ciudad y la torre que los hijos de los hombres habían edificado. A continuación dijo Jehová: Mira, son un solo pueblo y hay un solo lenguaje para todos ellos, y esto es lo que comienzan a hacer. Pues ahora no hay nada que tengan pensado hacer que no les sea posible lograr. Vamos. Bajemos y confundamos allí su lenguaje para que no escuche el uno el lenguaje del otro. Por consiguiente, Jehová los esparció desde allí sobre toda la superficie de la tierra, y poco a poco dejaron de edificar la ciudad” (Gén 11,5-9) (VNM). “Y empecé a oír la voz de Jehová que decía: ¿A quién enviaremos y quién irá por nosotros? Y yo procedí a decir: Aquí estoy yo. Envíame a mí” (Is 6,8) (VNM).

Todos estos pasajes fueron interpretados por los primeros cristianos como prueba irrefutable de que el Antiguo Testamento ya hacía referencia a la pluralidad de personas que hay en Dios. Prueba de que fue así es que el Talmud y otros escritos teológicos judíos registran la manera en que los rabinos judíos intentaron desvirtuar su contenido para así negar la posibilidad de que Dios fuera una Trinidad. Así, por ejemplo, leemos en Gen. R., VIII, 9: “R. Simlai dijo: En todo lugar donde encontréis un texto que es utilizado por los minim [Uno de los nombres despectivos con que se califica a los cristianos (y otros herejes) en la literatura judía. El decreto contra los minim, anterior, en nuestra opinión, al año 70 d.C., implicó la excomunión generalizada de todos los judeo- cristianos que aún seguían conectados con el judaísmo.] en apoyo de sus opiniones, encontrarais la refutación al lado. Volvieron y le preguntaron: ¿Qué pasa con lo que está escrito: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza? Él contestó: Leed lo que sigue; no se dice: Y dioses creó al hombre a su imagen, sino Dios creó al hombre a su propia imagen. Cuando se hubieron marchado, sus discípulos le dijeron: Te los has quitado de encima con una tontería; ¿Qué respuesta nos darás a nosotros? Él les dijo: En el pasado Adán fue creado del polvo de la tierra, y Eva fue creada de Adán. Por eso es a nuestra imagen, según nuestra semejanza; queriendo dar a entender que el hombre no puede llegar a existir sin la mujer, ni la mujer sin el hombre, ni ninguno de ellos sin la Shejinah”.

El texto es sumamente revelador por varias razones. La primera, porque se alude al hecho de que los primeros cristianos (y al tratarse aquí de cristianos judíos debe ser una época muy temprana) creían en la Trinidad y trataban de demostrársela a los judíos apelando a textos del Antiguo Testamento como los que yo he señalado arriba. La segunda, porque queda claro que el mismo judaísmo rabínico no sabía muy bien cómo refutar a los cristianos primitivos y tenía que recurrir para ello a respuestas alambicadas. La tercera, porque pone de manifiesto que la única manera de negar la Trinidad consiste en forjar una caricatura de ella que la equipare con el politeísmo (lo que no es), exponiéndola al ridículo. Tal ha sido hasta ahora la táctica del rabinismo talmúdico, del racionalismo y del islamismo. En ninguno de los tres casos parece, sin embargo, que llegue a entenderse lo que implica este dogma.

Otra muestra de hasta qué grado debió impresionar al judaísmo rabínico la creencia trinitaria de los primeros cristianos la tenemos en la afirmación, contenida en los Principios de Fe del judaísmo, de que Dios es una unidad (clara contraposición a Trinidad). Debe notarse, sin embargo, que la palabra que se usa en los Principios de Fe en hebreo para decir “unidad” es yajid. Esto implica un cambio sustancial sobre el término hebreo que se utiliza al decir que Dios es uno en, por ejemplo, Dt 6,4. Allí el término empleado es ejad. ¿A qué se debe este cambio? A nuestro juicio, la idea es clara: ejad aparece en el Antiguo Testamento en multitud de ocasiones como “uno”; pero no “uno simple”, sino “uno formado por varios”. Citemos algunos ejemplos: “Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y tiene que adherirse a su esposa, y tienen que llegar a ser una sola carne” (Gén 2,24) (VNM). “Ahora bien, toda la tierra continuaba siendo de un solo lenguaje y de un solo conjunto de palabras” (Gén 11,1) (VNM). “Son un solo pueblo y hay un solo lenguaje para todos ellos” (Gén 11,6) (VNM). “Y haz que se acerque el uno al otro hasta formar un solo palo para ti, y realmente llegarán a ser uno solo en tu mano” (Ez 37,17).

En todos los casos precedentes la palabra hebrea que aparece es ejad, pero conserva la idea de “uno formado por varios”: un matrimonio formado por un hombre y una mujer, una lengua que hablan varios, un solo pueblo formado por todos los hombres, etc.

El judaísmo poscristiano no podía negar que había referencias en el Antiguo Testamento susceptibles de servir de argumento en favor de la Trinidad (igual que de apoyar la idea de que el mesías sería un siervo sufriente) y fue reinterpretando los pasajes para evitar su utilización apologética por los cristianos primitivos. No obstante, como vimos arriba, esa reinterpretación distó mucho de ser sólida. Así, por citar sólo un ejemplo, el mismo término “Dios” en hebreo es Elohim, que significa literalmente “dioses”; y, aunque generalmente lleva el verbo en singular, en repetidas ocasiones éste va también en plural; v.gr.: Gén 20,13; 35,7, etc. No sólo eso; también en repetidas ocasiones el adjetivo calificativo que acompaña a Elohim, aunque se traduzca como singular, es plural; v.gr.: Dt 4,7, Jos 24,19, etc.

No es de extrañar por ello que brotes seculares de esta consciencia hayan aparecido, acá y allá, en la literatura judía de todos los tiempos como vestigios de la época en que, no habiendo aún aparecido el cristianismo, no había por qué oponerse ferozmente a la idea de la divinidad del mesías o del Dios plural. Quisiera concluir este apartado con una cita al respecto tomada del Zohar, uno de los clásicos de la literatura de espiritualidad judía:

“Escucha, oh Israel: Yahveh nuestro Dios, Yahveh es uno. ¿Por qué hay necesidad de mencionar el nombre de Dios en este versículo? El primer Jehová es el Padre de arriba. El segundo es la descendencia de Jesé, el mesías que vendrá de la familia de Jesé pasando por David. Y el tercero es el Camino que está debajo (es decir, el Espíritu Santo, que nos muestra el camino), y estos tres son uno”.

Difícilmente un autor trinitaria lo hubiera podido expresar mejor.

2. Las referencias trinitarias en el NT

Por todo lo que hemos visto en las páginas precedentes no debería resultarnos chocante que el Nuevo Testamento una de manera repetida al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Tal conducta sería ilógica de no creer sus autores en la Trinidad, porque, ¿Cuál sería la razón para justificar la presentación conjunta del Dios omnipotente, un mini-dios y una fuerza sin personalidad? No vamos a tratar este tema de manera exhaustiva, pero sí podemos ver algunos ejemplos antes de concluir este capítulo:

Los primeros cristianos utilizaban fórmulas trinitarias. “La bondad inmerecida del Señor Jesucristo y el amor de Dios y la participación en el Espíritu Santo estén con todos ustedes” (2Cor 13,13) (en la VNM aparece numerado por razones desconocidas como versículo 14).

“Pero ustedes han sido lavados, pero ustedes han sido santificados, pero ustedes han sido declarados justos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y con el espíritu de nuestro Dios” (1Cor 6,11) (VNM).

“Un cuerpo hay y un espíritu, así como ustedes fueron llamados en una sola esperanza a la cual fueron llamados; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, que es sobre todos y por todos y en todos” (Ef 4,4-6) (VNM).

Aquellos primeros cristianos no se sentían avergonzados de concluir sus cartas, como la Segunda a los Corintios, con una triple invocación en la que se unían el Padre, el Hijo y el Espíritu; tampoco les avergonzaba recordar que toda la labor de salvación en su vida era fruto del Padre, del Hijo y del Espíritu, y sentían un especial orgullo al poder decir que en su vida estaba presente un solo Señor, un solo Espíritu y un solo Padre. Ésa era su experiencia vital y su fe, y jamás se les hubiera podido pasar por la cabeza que el Espíritu que movía a la Iglesia era una simple fuerza activa sin personalidad, y que el Hijo no era sino un dios, un arcángel encarnado.

Los primeros cristianos creían que los carismas entregados a la Iglesia procedían de la Trinidad. No era sólo el testimonio de los apóstoles lo que movía a los primeros cristianos a confirmarse en aquella fe trinitaria, sino también la propia experiencia cotidiana de vida eclesial. Existía en ellos la absoluta convicción de que su vida de fe edificada por los carismas divinos era alimentada por las tres personas de la Trinidad: “Ahora bien, hay variedades de dones, pero hay el mismo Espíritu, y hay variedades de ministerios, y sin embargo hay el mismo Señor, y hay variedades de operaciones, y sin embargo es el mismo Dios quien ejecuta todas las operaciones en todos” (1Cor 12,4-6).

El bautismo en el nombre de la Trinidad. A fin de cuentas, todo lo que hemos visto con anterioridad no tenía nada de extraño para los primeros cristianos. En la enseñanza de los apóstoles se había transmitido la orden dada por el propio Jesús en el sentido de que el sacramento de entrada en la comunión de los creyentes, el bautismo, se celebrara en el nombre común del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: “Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo” (Mt 28,19) (VNM).

Fíjese bien el lector que Jesús no atribuyó nombres distintos a cada una de las tres personas de la Trinidad, sino que enseñó la existencia de un nombre común a los tres. Pero ¿es siquiera verosímil que Dios iba a tener un nombre común con un arcángel y una fuerza que ni siquiera tiene personalidad? Resulta patente que no; como también le resultará seguramente claro al lector, tras la lectura de las evidencias bíblicas indicadas en las páginas anteriores, que la Biblia sí enseña la doctrina de la Trinidad.

3. Conclusión

Al autor de estas líneas, y no dice esto con petulancia, le parece que el concepto de la divinidad que aparece en el Nuevo Testamento es con mucho el más grandioso que podría captar la atención del ser humano. Frente a la grosería de los politeísmos o la frialdad del panteísmo, surge la grandeza moral del monoteísmo. Pero no se trata de un monoteísmo como el islámico (y, en buena medida, el del judaísmo), en el que Dios es un ser lejano e inaccesible a nosotros. El Nuevo Testamento enseña que ese Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, que creció como un ser humano, que conoce hasta la fibra más íntima de nuestro ser y que, por ello, hace posible que nos acerquemos a él con toda confianza (Heb 2,17-18; 4,15-16). Este mismo Dios, lleno de amor y compasión, no retrocedió ante nada en favor nuestro, hasta el punto de verse injustamente juzgado, escarnecido, escupido, torturado, condenado y, finalmente, muerto en uno de los suplicios más terribles que ha ideado el ser humano: la cruz.

Pero la muerte no podía contener al autor de la vida (He 3,15) y, vuelto de entre los muertos, provocó entre sus discípulos una convicción más firme aún de que era su Señor y su Dios (Jn 20,28).

Aquello no era el final, sino casi el principio. El Espíritu Santo enviado por el Padre ha guiado desde entonces a la Iglesia redimida por la sangre del Hijo. La ha impulsado, le ha dado dones y carismas, ha intercedido por ella. La misma vida eclesial sería inconcebible sin su presencia continua.

Frente a estas realidades gloriosas, las sectas ofrecen un panorama que, en realidad, arranca de concepciones paganas: Jesús fue sólo un hombre o, como mucho, un arcángel, un dios. Su obra fue de mucho menos valor del que señalan las Escrituras, e incluso necesita ser enmendada por las revelaciones de los profetas o mesías de turno.

El Espíritu Santo es una mera fuerza, como la electricidad. Un impulso desprovisto de razón o personalidad que, en la mayoría de las teologías de las sectas, ya no actúa en medio del pueblo de Dios.

Puede que a alguien le resulte consoladora una visión tan patética, tan capitidisminuida, tan tergiversada del Dios de la Biblia. Al que escribe estas líneas, sin embargo, le atrae más la gloriosa realidad que sólo hemos podido ver a vuelo de pájaro en las páginas anteriores. Le convence más el Dios de amor encarnado que el arcángel enviado en sustitución de Dios a salvarnos. Le conmueve más el Dios-Espíritu Santo que intercede por él con gemidos indecibles (Rom 8,26-27) que esa fuerza activa impersonal que, a semejanza de la electricidad, ni siente ni padece y se mueve ciega y sin saber adónde la llevan. A ese Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sea la gloria por los siglos de los siglos.

Fuente: Tercer capítulo del libro “Las Sectas frente a la Biblia”

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