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El Rosario diseccionado

santo rosario 5

Respuestas a las objeciones más frecuentes.

Quizás el sacramental mas emblemático en el Catolicismo es el Rosario, ese collar de cuentas con un crucifijo al final. El famoso teleevangelista Jimmy Swaggart lo explicó a su manera en la polvorienta chaqueta de su libro anti-católico “Catolicismo y Cristianismo” [1]. Swaggart escribió “El Rosario (u oración de “cuentas”) fue introducido por Pedro el Ermitaño en el 1090 DC. fue copiado de los hindúes y los mahometanos (sic). Recitar oraciones repetitivamente es una práctica pagana y está condenado  explícitamente por Cristo” (Mt 6:5-7) [2].

A excepción de la aseveración de que las cuentas del Rosario se asocian a una oración cada una, Swaggart no atina en absoluto en todo lo demás. Y es lamentable, ya que tales representaciones tan groseramente deformadas asustan a cristianos sin formación, alejándolos de un arma poderosa de oración y contemplación.

La Tradición asocia el Rosario no a Pedro el Ermitaño sino a Sto. Domingo de Guzmán (1170-1221), de quien se dice que lo recibió de la Virgen María para combatir la herejía albigense. Esta leyenda parece ser que viene de los escritos de Alan de la Roche (1428-1475), aquel infatigable predicador dominicano del Rosario. Estudios críticos mas modernos llevados a cabo por dominicos y otros estudiosos del tema, revelan que la historia es bastante más complicada, aunque ciertamente sin ninguna relación con hindúes o musulmanes.

Los monjes del medioevo tenían la costumbre de rezar diariamente los 150 salmos. Como quiera que los hermanos laicos de las ordenes eran iletrados y no podían leerlos, entre ellos surgió la práctica de recitar el Padrenuestro 150 veces.

Usaban cuentas para contabilizarlos. Esta práctica se extendió entre los laicos y así, otras oraciones fáciles de recordar fueron añadidas. Durante los siglos XV y XVI el Rosario se estableció tal como lo conocemos hoy, consistiendo en el Credo de los Apóstoles, el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria.

El Credo de los Apóstoles apareció por primera vez como credo bautismal en Roma en el siglo II, y tomó su forma presente en el siglo V. Aunque no estaba escrito por los Apóstoles, está generalmente aceptado que pudo muy bien haber sido de origen apostólico.

El Padrenuestro se corresponde con las cuentas que aparecen en solitario,

separadas de los grupos de 10 cuentas (las “décadas”). A todo cristiano le suena esa oración: es la que se encuentra, en su versión larga, en Mt 6:9-13. Curiosamente está en el mismo pasaje de la Escritura en el que Jesús dice “Pero cuando oréis, no uséis vanas repeticiones como hacen los paganos, que creen que serán oídos por sus muchas palabras” (Mt 6:7). Este es el versículo queJimmy Swaggart dice que condena la “práctica pagana” de “recitar oraciones”. Aunque Jesús mismo nos dio el Padrenuestro, algunos cristianos fundamentalistas intentan disuadir a los demás cristianos de usarlo más que como una oración modelo, ya que creen que rezarlo constituiría una “vana repetición”.

Pero miremos el contexto del versículo en cuestión. Mateo 6:5-6 trata de las prácticas de oración de los mismos judíos. Jesús las tacha de hipócritas. No condena las oraciones repetitivas judías, de las cuales había muchas. Por ejemplo, el libro de los Salmos es una colección de himnos y oraciones usadas repetidamente en celebraciones judías en las cuales el mismo Jesús participaba. Uno de los salmos, el 136, es en sí mismo una oración repetitiva, en forma de letanía. La Pascua, celebrada por Jesús antes de su crucifixión, incluía oraciones fijas que eran repetidas anualmente, entre ellas los salmos del 113 al 118. A continuación de la Ultima Cena, Jesús fue al Huerto de Getsemaní y oró la misma oración tres veces seguidas (Mt 26:39-44). Así pues, también El recurrió a la oración repetitiva.

En el siguiente par de versículos (Mt 6:7-8), Jesús nos previene contra las prácticas de oración de los paganos, quienes tenían una visión mágica de la oración y cuyas oraciones repetitivas El condenó. El versículo 7 dice, en la traducción protestante “King James”, “No uséis vanas repeticiones (la palabra original griega es “battalogeo”) como hacen los paganos. Battalogeo se traduce mejor como “parlotear” o usar muchas palabras, y así es como se traduce en la “Nueva Versión Internacional” (NIV). La “Versión Standard Revisada” (RSV) traduce por “frases vacías” [3]. Jesús no condena la mera repetición -algo que El mismo hizo como otros buenos judíos- sino la charlatanería de los paganos.

¿Qué tipo de charlatanería practicaban los paganos? Miremos en 1 Reyes 18:26-29 donde los profetas paganos en el Monte Carmelo trataban de invocar a Baal durante todo el día, invocando repetidamente su nombre y llevando a cabo danzas rituales: “Tomaron el novillo, lo prepararon y estuvieron rogando desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: «Baal, respóndenos.» Pero no se oyó ni una respuesta, y danzaban junto al altar que habían hecho… Ellos gritaron más fuerte y, según su costumbre, empezaron a hacerse tajos con un cuchillo hasta que les brotó la sangre. Pasado el mediodía cayeron en trance hasta la hora en que se ofrecen los sacrificios de la tarde, pero no se escuchó a nadie que les diera una respuesta o una señal de aceptación”. Una vez que los profetas paganos desistieron, Elías llamó al Dios de Israel y su oración fue respondida inmediatamente.

Las oraciones de los profetas paganos eran “vanas” porque, después de pasar el día entero llamando desesperadamente a Baal, este nunca les respondía. No era un dios real, a diferencia del Dios de Israel, que siempre responde a la oración sincera. El argumento de Jesús en Mt 6:7 es que no necesitamos pasarnos todo el día saltando sobre altares, cortándonos con cuchillos o delirando para ser escuchados por nuestro Padre del Cielo. El escucha nuestras oraciones al margen de qué tipo de oración sea, larga o corta, compuesta o improvisada, en grupo o individual, repetitiva o única, eso sí, siempre y cuando sea sentida, entendida, y no “de corridillo”, en cuyo caso es “vana”, vacía, reducida a palabrería.

Y así, Jesús dice en el siguiente versículo: “Por tanto no seáis como ellos [los paganos], ya que vuestro Padre sabe las cosas que necesitáis antes de que se las pidáis” (Mt 6:8). Esto no significa que como Dios ya conoce nuestras necesidades no tengamos que orarle. Como Jesús enseña en la parábola de la viuda perseverante (Lc 18:1-8), tenemos que ser tenaces en la oración, libre o repetida (repetitiva) llevando nuestra petición ante Dios. Por otra parte, al pedir perseverantemente la intercesión de alguien “justo” como María, esta orará por nosotros perseverantemente también, lo cual ante Dios tiene “mucho poder” (Sant 5:16). Y, ¿qué manera hay más fácil de hacer una oración perseverante, que repitiéndola? Algunos argumentan que si nuestra oración es la misma, al menos ha de espaciarse en el tiempo para que no sea repetitiva. Sin embargo Dios está por encima del tiempo, le da igual que le pidamos lo mismo cada quince segundos que cada mucho rato; por tanto, en el primer caso podemos perseverar mucho más que en el último, ya que en un tiempo razonable presentamos nuestra oración más veces, mientras que rezar un Avemaría cada mucho rato, difícilmente nos permitiría rezar el Rosario entero en un día, aparte de que interrumpiría constantemente nuestras actividades.

San Pablo dice que tenemos que “orar constantemente” (1Tes 5:17); no dice “orar con moderación, no sea que nos repitamos” (lo cual es inevitable en la oración continua). Uno de los beneficios del Rosario es que nos lleva de una forma natural a una oración y meditación continuas, lo cual nos lo manda la Escritura.

Por si aún quedara alguna duda sobre si Dios acepta la repetición en la oración, podemos ver también en Ap 4:8-11 cómo los cuatro seres vivientes hacen uso de la misma, “Los cuatro Vivientes tienen cada uno seis alas, están llenos de ojos todo alrededor y por dentro, y repiten sin descanso día y noche: «Santo, Santo, Santo, Señor, Dios Todopoderoso, ‘Aquel que era, que es y que va a venir’»”, seguidos de antífonas repetitivas de los Ancianos.

El Avemaría es el corazón del Rosario y se dice diez veces, una por cada una de las cuentas agrupadas en décadas, quince en total, totalizando por tanto 150 Avemarías, tantas como salmos tiene el salterio. La primera parte de la oración está compuesta de dos versículos bíblicos, “Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor está contigo” (Lc 1:28) y “ bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús” (Lc 1:42).

El resto de la oración es “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”. Así como fue llamada en la Tierra objeto de la Divina Gracia (Lc 1:28) y está ahora glorificada en el Cielo, María es llamada “Santa”.

El título “Madre de Dios” (que proviene de “Theotokos” en el original griego, o “quien porta a Dios”) es muy antiguo. Aparece en un papiro encontrado en Egipto y fechado entre el año 250 y el 270 (no es por tanto un “invento” del Concilio de Nicea del año 431 como muchos protestantes sostienen) e invoca la intercesión de la “Theotokos” [4]. Los católicos mantenemos que la persona nacida de la Virgen María es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, la Palabra de Dios (en griego, Logos), y por tanto, es Dios (Jn 1:1,14). Como Jesús es Dios, humanidad y divinidad unidas completamente en una Persona, la madre de Jesús es por tanto la madre (que no la creadora) de Dios; la Theotokos [5].

Muchos no católicos se oponen a la práctica de pedir a los santos del Cielo, incluida María, que rueguen por nosotros. A menudo citan 1 Tim 2:5 “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también”. Como Jesús es el único mediador, argumentan que María (o cualquier otro santo) no debería ser invocada para pedir por nosotros. Al rezar “Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”, los católicos se entrometen en la única mediación de Cristo. Pero esta idea se puede mantener sólo si uno cree que la muerte crea un abismo entre los cristianos de la Tierra y los del Cielo.

Los católicos creemos que los cristianos no están separados de Cristo o unos de otros tras la muerte (Rom 8:38-39). El Cuerpo de Cristo es uno aunque tiene muchos miembros (1 Cor 12:12), y los cristianos no son amputados del Cuerpo cuando van al Cielo. Ni hay dos Iglesias, una en el Cielo y otra en la Tierra, separadas por la muerte y por tanto sin comunión una con la otra. La Iglesia es la Esposa de Cristo (Ap 21:9 y ss) y Jesús es un estricto monógamo. Por tanto rechazamos cualquier idea que nos separe a unos de otros y por tanto destruya la unidad de la Iglesia.

Como se dice en el Credo de los Apóstoles, los católicos creemos en la “comunión de los santos”. Esto significa que como somos todos uno en Cristo, podemos pedir a los santos en el Cielo que recen por nosotros de igual forma que se lo podemos pedir a nuestros hermanos y hermanas en Cristo que aún están en la Tierra (como hizo San Pablo en Rom 15:30). Como se nos ha mandado pedir unos por otros (1 Tim 2:1, Ef 2:1, Heb 4:16) y como la palabra del Señor “se mantiene firme en los Cielos” así como en la Tierra (Sal 119:89), no vamos contra la Escritura si pedimos oraciones a los santos del Cielo. Es precisamente por la mediación de Cristo que los cristianos en el Cielo pueden rezar por los que están en la Tierra. Y así es como se entiende que aunque San Pablo proclame la única mediación de Cristo en 1 Tim 2:5, cuatro versículos antes pida a los cristianos “intercesiones” por “todos los hombres”.

Sabemos que los santos en el Cielo están atentos a lo que nos pasa (Heb 12:1, Lc 15:7, Ap 19:2-3) y que ofrecen oraciones (Ap 5:8-10, 8:3) incluso pidiéndole a Dios que intervenga en la Tierra (Ap 6:9-10). Hebreos 12:22-24 nos dice que nos aproximemos no sólo a Jesús, el “mediador de la nueva alianza”, sino también a la Jerusalén celestial y a la “asamblea de los primogénitos inscritos en el Cielo” y a los “espíritus de los justos llegados ya a su perfección”. No dudamos en pedirles sus oraciones por nosotros porque “la oración perseverante del justo  tiene mucho poder” (Sant 5:16b). Es cierto que podemos pedirle a Dios directamente, pero seguro que se complace más si, generosamente, intercedemos por otros o, confiadamente, pedimos su intercesión, reforzando así el lazo familiar que El ha creado entre nosotros y que tan a menudo nos cuesta reconocer. Por ello, si lo hacemos, le damos una alegría; ¿no escuchará entonces con mayor agrado nuestra oración o la de quienes intercedan por nosotros?. Además, fue gracias a la intercesión de María que Jesús actúo en favor de los novios de Caná, ya que El mismo se negaba (Jn 2,4), argumentando que no había llegado aún su hora, es decir, que no era la voluntad de su Padre (ya que su misión fue encomendada por el Padre (Jn 3,16-17; 10,36)). Aquí vemos cómo aunque “el alimento de Jesús sea hacer la voluntad de su Padre” (Jn 4,34), Jesús acaba haciendo la voluntad de su madre (ciertamente que debió ser con el visto bueno final del Padre). ¿Tiene o no, poder, la intercesión de María?.

Algunos objetan que los santos están muertos y que la Biblia prohíbe la comunicación con los muertos (Lev 19:31, 20:6,27) a través de mediums y otras prácticas ocultistas (nigromancia).

Pero los católicos no pretendemos conseguir información de espíritus, como se hace en las sesiones de espiritismo. La Iglesia condena el ocultismo. En realidad, los santos en el Cielo no están “muertos”; están más vivos que nosotros. “Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, dice Jesús citando del Éxodo. “No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para El todos viven” (Mc12:26-27 o Lc 20:38). Si Jesús no pretendiera que los santos de la Tierra se comunicaran con los del Cielo, habría escogido un mal ejemplo al aparecerse a Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor (Mt 17:1-8).

A veces, fundamentalistas como Jimmy Swaggart dicen que rezar diez Avemarías por cada Padrenuestro confirma sus peores sospechas acerca del catolicismo: los católicos prefieren a María en una proporción de 10 a 1 sobre Dios. Tal aseveración no solo es ofensiva para los católicos sino que además es lógicamente absurda. En la versión protestante de la Biblia King James aparece el nombre de San Pablo en los Hechos de los Apóstoles 126 veces, mientras que el de Jesús solo aparece 68. Implica esto que el autor de los Hechos daba doble importancia a San Pablo que a Jesús?. Y el hecho de que en la traducción protestante del libro de Ester no aparezca ni una sola vez la palabra “Dios” o “Señor”, significa que el autor de ese libro era ateo? Tales “pruebas” estadísticas no prueban nada en absoluto. El Rosario es una devoción en honor a la Bienaventurada Virgen María quién, bajo inspiración divina, profetizó que todas las generaciones le llamarían bienaventurada (Lc1:48). En tales devociones, los católicos felizmente dan cumplimiento a la profecía, recordando que Dios nos bendice cuando bendecimos a aquellos a quien El ha favorecido especialmente (Gen 12:3, 27:29, Num 24:9).

Después de las diez Avemarías, se dice el Gloria correspondiente a la cuenta que aparece en solitario inmediatamente después de las anteriores diez y justo antes de la siguiente década. Es una “doxología” (aclamación final) usada desde tiempos de la Iglesia primitiva en que había controversias sobre la Trinidad. “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por lo siglos de los siglos. Amén”. Se encuentra también, como el Credo de los Apóstoles y el Padrenuestro, en la mayor parte de las principales iglesias protestantes.

Pero hay más en el Rosario que simplemente recitar oraciones. El Rosario es una contemplación de los Evangelios. Con cada década se asocial un “misterio”, un episodio del Evangelio que se medita, siendo la palabra “misterio” usada en el sentido de “revelación divina”. Hay quince misterios divididos en tres grupos de cinco: los gozosos, los dolorosos y los gloriosos.

Los misterios gozosos son la Anunciación (Lc 1:26-38), la visitación de María a su pariente Isabel (Lc 1:39-56), el Nacimiento de Jesús (Lc 2:1-20), la presentación de Jesús en el Templo (Lc2:22-38), y el hallazgo del Niño Jesús en el Templo (Lc 2:41-52).

Los misterios dolorosos son la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní (Lc 22:39-53), la flagelación (Jn 19:1, Is 53:5), la coronación de espinas (Mc 15:17-20), Jesús con la cruz a cuestas (Mc 15:20-22) y la crucifixión (Jn 19:18-30).

Los misterios gloriosos comprenden: la resurrección (Jn 20:1-29), la ascensión (Hechos 1:6-12), la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles (Hechos 2:1-13), la Asunción de María (Ap 12:1) y la coronación de María en el Cielo (Ap 12:1-2,5).

Excepto los dos últimos, todos los demás están explícitamente detallados en la Biblia. Examinemos más de cerca esos dos que sólo lo están implícitamente.

La asunción en cuerpo y alma de María al Cielo al final de su vida, ni se muestra explícitamente ni se contradice por la Biblia, aunque hay precedentes (Heb 11:5 menciona la asunción de Henoc, 2 Reyes 2:11 da fe de la de Elías; San Pablo admite la posibilidad de su propia asunción corporal en 2 Cor 12:2-4). No hay indicio de que los restos de María fueran venerados como reliquias (una práctica habitual en la Iglesia primitiva), y la creencia en su asunción se mantiene tanto en Oriente (ortodoxos) como en Occidente (católicos).

María es percibida en el pensamiento católico como la proto-cristiana y el símbolo de la Iglesia como un todo. De aquí que su asunción se vea como un signo del destino final de la Iglesia. Cristo vendrá al final para llevar a su Esposa al reino y glorificarla (2 Tes 4:16-17). La creencia en la asunción está reafirmada por todas las comunidades cristianas que tienen vínculos con la primitiva Iglesia –a la cual nuestro Señor prometió llevar a la plenitud de la verdad (Jn 16:12-13, cf. Mt 16:18 y 28:20). La creencia es muy antigua y muy extendida, y aquellos que niegan esta enseñanza lo hacen sin fundamento bíblico, ya que los cristianos están llamados a seguir todas las tradiciones apostólicas, escritas o no en el Nuevo Testamento (2 Tes 2:15).

La coronación de María en el cielo debe entenderse a la luz del trasfondo judío del primitivo cristianismo. En Judá, debido en parte al cuarto Mandamiento (Ex 20:12), la madre del que era ungido como rey desempeñaba una función de considerable importancia, y su nombre estaba, con sólo dos excepciones, asociado en la inclusión del rey en los anales oficiales [6]. La madre del rey llevaba el prestigioso título de Gebirah [7], que le confería grandes poderes, y recibía honores de primer orden. Tenía un lugar oficial en la corte, era ama del harén, tenía suficiente poder como para hacerse con el control absoluto de la nación en caso de muerte del rey (como hizo Atalía en el 842 AC, 2 Reyes 11:1-3), era enviada al destierro junto con el rey (como Nejusta en el 597 AC, Jer 29:2), y podía ser depuesta (como lo fue la abuela idólatra del rey Asa, Maaká, quien primero fue reina madre durante el reinado de su hijo Abijam, 1 Reyes 15:2,10,13; 2 Cr 15:16). La Gebirah era una institución monárquica y tenía un trono y una corona [8].

Como Jesús es el último y definitivo Rey de los Judíos, cumplimentando la profecía mesiánica de 2 Sam 7:10-17, sería verdaderamente extraño que María no tuviera su corona como la última y definitiva reina madre. La naturaleza monárquica del reino de Dios, completa con la reina madre, puede ser difícil de valorar por aquellos que viven en una cultura democrática, pero era algo aceptado como natural en el primitivo cristianismo, como atestiguan el arte y la literatura.

En 1 Reyes 1:16,31 vemos a la reina Betsabé suplicando al rey David, su esposo, “arrodillándose y postrándose a sus pies” y diciéndole “Viva por siempre mi señor el rey David”. Este era el protocolo habitual en la corte de un monarca oriental, aunque la posición de la reina parece haber sido en cierto modo más alta en otros países orientales cercanos de lo que lo fue en Judá e Israel (comparar, aún así, con Jezabel en 1 Reyes 21:7-11).

Contrastemos este primer capítulo de 1 Reyes con el siguiente. En él (versículos del 13 al 20), Salomón, el hijo de David, es investido rey. Adonías se aproxima a “Betsabé, la madre de Salomón” con una petición:“Habla, por favor, al rey Salomón, que no te rechazará”. Betsabé le promete (vers. 18) interceder ante Salomón por él (comparar con Jn 2:1-11, donde María intercede ante Jesús) sin percibir los planes de Adonías para quedarse con el trono. “Entró Betsabé donde el rey Salomón para hablarle acerca de Adonías” (vers. 19). El uso del título “Rey Salomón” indica que Salomón actúa en su rango oficial de rey (cf. vers. 23)

En lugar de postrarse ante Salomón como lo había hecho previamente ante el rey David, “se levantó el rey, fue a su encuentro y se postró ante ella, y se sentó después en su trono; pusieron un trono para la madre del rey y ella se sentó a su diestra. Ella dijo: «Tengo que hacerte una pequeña petición, no me la niegues.» Dijo el rey: «Pide, madre mía, porque no te la negaré»” (vers. 19 y 20). Salomón no estaba siendo simplemente un buen hijo, sino que era una costumbre en todo el mundo antiguo hacer del asiento de la derecha, un lugar de honor y de autoridad delegada, lo cual es la razón por la que el Nuevo Testamento habla de Jesús como sentado a la derecha del Padre. El status de Betsabé en la sociedad había cambiado: pasaba a ser la “reina madre”.

La Biblia enseña que los prototipos del Antiguo Testamento (como el cordero pascual, el Diluvio, Agar o Sara) encuentran la plenitud de su cumplimiento en el Nuevo Testamento (Jn 1:29, 1 Pe 3:18-21, Gal 4:21-31). Así como Cristo es superior al cordero pascual, que le prefigura, el cumplimiento del prototipo en cuestión es siempre mayor que el prototipo. Los cristianos reconocen que Jesucristo, el Hijo de David y Rey de Israel por excelencia, es el cumplimiento perfecto del Rey Salomón, el original hijo de David. De igual forma, los cristianos también reconocen que la Virgen María cumplimenta perfectamente el rol de la madre de Salomón, la original Gebirah, que prefigura a la madre del Mesías.

Los católicos creemos que Jesús se levantó de su trono en el cielo y, como Salomón, se abajó para encontrarse con su madre y elevarla para que estuviera con El (la asunción). Entonces la llevó a un trono preparado para ella a su derecha, en una posición de autoridad y honor (la coronación). Desde aquí, como Betsabé, intercede a nuestro favor como la reina madre de la Iglesia, el Israel espiritual (Rom 11:17 y ss, 1 Pe 2:9). De humilde sierva del Señor a Gebirah del reino de Dios: “porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí… ha derribado del trono a los poderosos y ha enaltecido a los humildes” (Lc 1:48-49,52).

Epíceto, en el segundo siglo dijo que “si tu corazón encaja en una corona, ponle rosas y tendrá una mejor apariencia”. “Rosario” viene del latín “rosarium”, que significa “jardín de rosas”, lo cual sugiere que entregamos una corona de rosas a nuestra Señora.

Esta es la coronación de la Madre del Rey (Ap 12:1) y, más importante, la del Rey de Reyes mismo (Ap 6:2). Es a través de perseverar en la fe que esperamos recibir nuestras propias coronas (Ap 2:10), y ninguna otra devoción sobrepasa al Rosario en obtener la fortaleza y la Gracia necesaria para este fin. “Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, lo hacemos por una incorruptible” (1 Cor 9:25).


El autor escribe desde el área de Los Angeles, donde reza el Rosario regularmente.

Autor: T. L. Frazier, This Rock 1994.
Traductor: Fernando Sales-Mayor

Fuente: Apologetica.org

Notas

1. Jimmy Swaggart, <Catholicism and Christianity> (Baton Rouge: Jimmy Swaggart Ministries, 1986).

2. Ibid., 160-161.

3. Battalogeo, palabra griega usada muy rara vez, excepto en escritos neotestamentarios; quizá esté conectada con la palabra aramea “battal” (sin valor, anodino, inútil). Battal viene en un papiro arameo de Qumran, con el significado de “sin efecto”. El manuscrito sirio sinaítico de Mateo traduce este versículo por “no os pongáis a decir cosas sin significado”.

4. Papiro 470, John Rylands Library, ManchesterEngland. (C. H. Roberts (ed.), Catalogue of Greek and Latin Papyri in the John Rylands Library, Manchester vol. III, Theological and LiteraryTexts (Nos. 457 – 551) (1938) no. 470.

5. Si buscamos un texto bíblico para apoyar el uso del título Theotokos, podemos fijarnos en la visitación de María a su pariente Isabel, quien mira a María y exclama: “¿cómo es que se me concede que la madre de mi Señor (ha mater tou kyriou mou, en el original griego) venga a mí?” (Lc 1:43). Todo aquel que tenga algo de práctica con la Biblia, sabrá que el título “Señor” (kyrios) es prácticamente sinónimo del Dios de Israel (Sal 110:1-4). De hecho, la traducción griega del Antiguo Testamento (la Septuaginta) usa esa palabra para traducir el tetragramatón, YHWH (Yahvé), aunque kyrios sea realmente la traducción al griego de “Adonai”, Señor, en hebreo. Así que lo que Isabel dijo se puede reescribir asi: “¿cómo es que se me concede que la madre de mi Dios venga a mí?”.

6. Ver 1 Reyes 14:21; 15:2,10; 22:42; 2 Reyes 8:26; 9:6-7,22; 12:1; 14:2; 15:2,33; 18:2; 22:1; 23:31,36; 24:18

7. Literalmente, “dama” o “ama”, usado seis veces en la Biblia y siempre como título de reina, bien como esposa (1 Reyes 11:19) o madre del rey (1 Reyes 15:13, 2 Reyes 10:13, 2Cr 15:16, Jer13:18, 29:2). Este título se usa sólo una vez en referencia a la esposa de un rey, e incluso ahí se refiere a Tajfenés, reina de Egipto, no de Judá, donde el título se asocia con la reina madre.

8. Comparar con Jeremías 13:18, donde el profeta proclama al rey Joaquín, de 18 años y a la reina madre, Nejusta, “Di al rey y a la reina madre, ‘Humillaos, sentaos, porque ha caído de vuestras cabezas vuestra diadema preciada’”.

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