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La Iglesia de Etiopía

catedral del Salvador

Este artículo es gentileza de la Revista Tierra Santa

“Etiopía” es un término griego con el significado literal de el-que tiene-cara-tostada. Designaba antiguamente a los habitantes negroides establecidos al sur de la segunda catarata del Nilo. La región corresponde a la bíblica tierra de Cush, nombre del hijo de Cam y nieto de Noé (Gn 10,6- 8; Is 11,11). A estos habitantes autóctonos se fueron agregando, en época más reciente, elementos semitas procedentes del sur de la península arábiga, los habashat, de donde deriva el nombre de Abisinia. Conviene notar que a los etíopes de hoy no les gusta ser llamados abisinios, por el sentido peyorativo que tiene este nombre.

Las etapas de la evangelización

Etiopía, aunque no pertenezca al mundo árabe ni al Oriente Medio, entra a formar parte, desde el punto de vista religioso, de las Iglesias orientales por haber sido evangelizada por misioneros orientales y su rito es tributario de la familia copta de Alejandría. Los orígenes del cristianismo en el país se remontan al bautismo del eunuco de la reina de Candace en el camino de Jerusalén a Gaza (Hch 8,27-40). La tradición etíope asegura que la evangelización verdaderamente tal comenzó en el siglo IV por parte de dos monjes sirios: Frumencio – el Fremonatos de los etíopes – y Edesio, los cuales, volviendo de un viaje a India, fueron apresados por los piratas y vendidos al rey de Aksum, reino etíope fundado en el siglo I de nuestra era. Aquí predicaron libremente la fe cristiana y Frumencio fue ordenado obispo del país por San Atanasio de Alejandría. Este hecho explica por qué la Iglesia etíope ha estado hasta época reciente bajo la jurisdicción directa del patriarcado copto de Alejandría. La implantación masiva del cristianismo fue obra, sin embargo, de nueve monjes sirios, monofisitas, “Los Nueve Santos”, que llegaron a Etiopía en el siglo V, huyendo de la reacción bizantina contra los monofisitas sirios. A estos Nueve deben los etíopes la transmisión de la cristología monofisita y la traducción del Nuevo Testamento en gueez, la antigua lengua del país.

La lucha por la supervivencia

La conquista musulmana de Egipto, años 640-642, perturbó las relaciones fluidas entre las dos Iglesias hermanas, de tal manera que quedó vacante durante largas temporadas la sede de la Iglesia etíope. Esto creó un ambiente de aislamiento de lucha por la supervivencia religiosa y nacional del pueblo cristiano, amenazado por el Islam que atacaba del norte y del este. En el siglo IX cayó en poder de los musulmanes el reino cristiano de Aksum, cuyo rey ostentaba el título de negus neguesti, rey de reyes. Tres siglos después, en 1270, vemos subir al trono la dinastía salomónica, cuyos reyes se dicen descendientes del rey Salomón y de la reina de Saba, restauradora del reino de Aksum. La dinastía permanecerá en el poder hasta 1974. Es la época en la que florece en el país un respetable movimiento artístico y literario, además de evangelizador hacia los paganos, que marcará para siempre la identidad cristiana de la nación.

La llegada providencial de los portugueses

La llegada de los portugueses a finales del siglo XV fue providencial para los cristianos etíopes, en situación desesperada ante el Islam. A partir de 1514 los portugueses llevan a cabo intercambios diplomáticos con los reyes de Etiopía. Éstos reclaman ayuda militar contra los emires de Harar ayudados por los turcos. Las embajadas portuguesas habían identificado el país con el fabuloso reino del Preste Juan. Una expedición de 400 voluntarios portugueses mandados por Cristóbal de Gama logran alejar el peligro musulmán y salvan el cristianismo.

Con los portugueses llegaron también los jesuitas, que trataron de llevar la Iglesia local a la obediencia a Roma y de latinizar las instituciones eclesiásticas. Los excesos de la latinización provocaron la expulsión de los jesuitas. El país se cerró a Occidente. De la herencia jesuita quedó el gusto, entre los monjes etíopes, por las discusiones cristológicas que desgraciadamente dividieron, por un cierto tiempo, el cristianismo etíope en dos partidos rivales. La vuelta, tres siglos después, de un poder central fuerte, bajo el mando del emperador Menelik (1889-1913) puso las bases de un estado moderno y fin a estas divisiones. Respaldados por el poder, los medios eclesiásticos se aplicaron a la emancipación de la Iglesia etíope de la tutela de Alejandría. El negus Heile Silasie 1930-l974 consiguió del patriarcado copto el nombramiento de obispos etíopes. Conviene notar que hasta entonces el único obispo de la Iglesia etíope era el Abuna o monje de nacionalidad egipcia nombrado directamente por el Patriarca de Alejandría. Sus poderes eran muy limitados. No podía nombrar obispos.

La Iglesia etíope llega a la plena emancipación

La conquista italiana marcó una nueva etapa en la emancipación de la Iglesia etíope. El Sínodo nacional de 1937 depuso a Abuna Cirilo, egipcio, y designó como sucesor a Abraham, monje etíope. El Patriarca copto, como respuesta, excomulgó a los responsables del cambio, reclamando la vuelta al statu quo ante. En 1948 se produjo un compromiso entre ambas partes, según el cual Abuna Cirilo, refugiado en El Cairo después de su deposición, volvería a ocupar sus funciones hasta su muerte. Su sucesor sería un etíope con facultad para consagrar obispos. El Patriarca etíope recibiría la consagración del Patriarca Copto. Las dos partes aceptaron este acuerdo y en 1959 fue elegido el primer Patriarca de la Iglesia autocéfala de Etiopía, el archimandrita Basilio. Pero la revolución marxista que siguió a la caída del Negus en 1974, no aceptó la cláusula de la consagración por el Patriarca copto. De esta forma poco diplomática se consumó la plena emancipación de la Iglesia etíope. Como símbolo de esta emancipación el patriarca Basilio ha prescindido del título de Abuna y se ha autoproclamado “Patriarca Catholicós”, en el sentido de “Universal” para la Iglesia etíope. El actual patriarca Paulos ha sido elegido en 1992. En 1991, a raíz de la caída de la dictadura marxista y sobre todo a partir de la independencia de Eritrea en 1993, la Iglesia de este país, hasta entonces simple diócesis de Adis Abeba, ha cortado los lazos con la Iglesia Madre y se ha proclamado independiente.

Organización de la Iglesia etíope

La Iglesia está organizada en diócesis. Etiopía cuenta con 12 diócesis, más una en Yibuti y otra en Jerusalén. No existen seminarios para la formación del clero. El obispo de cada diócesis ordena colectivamente en fechas señaladas a cuantos fieles lo desean. La costumbre fija, como sola condición, gratificar al obispo con una ofrenda – hasta hace unos años eran dos bloques de sal -. La Iglesia cuenta con unos 60.000 sacerdotes diocesanos, de escaso nivel teológico. En cambio, el nivel de los monjes – unos 12.000 repartidos en 800 monasterios – es netamente superior. Los monjes gozan en la vida religiosa y civil de un gran prestigio. Los más sabios tienen el titulo de daptaras. El esheguie, o superior general de los monjes, tiene tanta autoridad como el patriarca. En cuanto a los fieles – unos 18 millones en Etiopía – muestran gran apego a la Iglesia y a sus instituciones.

La vida litúrgica

La liturgia etíope ha recibido influencias de las tradiciones judía y siria, así como de la copta alejandrina. A estos elementos venidos del exterior hay que añadir numerosos factores autóctonos, propios de la piedad popular e imaginativa de los etíopes: ceremonias folclóricas de cantos y danzas de ritmo africano acompañadas por instrumentos musicales de percusión. El calendario litúrgico conoce ocho grandes festividades vinculadas a las etapas más importantes de la vida del Señor, y 33 en honor de la Virgen María, así como numerosas fiestas de santos del Antiguo Testamento: Melquisedec, Sansón, etc. – influencia del judaísmo junto con la circuncisión – y fiestas de los ángeles – San Miguel cuenta con 12 festividades anuales – además de los mártires locales. El ayuno ocupa un lugar de honor en la vida de la Iglesia. Los etíopes ayunan durante largos períodos, además de los miércoles y viernes de cada semana. Se cuentan 286 días de ayuno para los monjes y 186 para los simples fieles.

La Iglesia etíope en Tierra Santa

Ya en los comienzos del cristianismo existían relaciones entre Etiopía y Tierra Santa. El bautismo del eunuco de la reina de Candace no fue caso único. Los Hechos nos dicen que “había ido a Jerusalén a cumplir sus deberes religiosos” (Hch 8,27). Siglos más tarde los documentos nos hablan de contactos regulares con Jerusalén. En el siglo IV San Jerónimo nos asegura: “Recibimos a diario multitudes de monjes de India, Persia y Etiopía”. En el período cruzado el monje Teodorico, 1172, encuentra nubianos, o sea, etíopes, celebrando los oficios religiosos en la basílica del Santo Sepulcro. En 1332 Guillermo de Bondelsele anota en Jerusalén una iglesia etíope y 15 años después el franciscano Nicolás de Poggibonsi habla de los indios – coptos y etíopes – oficiando detrás de la tumba del Señor. Otro peregrino señala en 1333 un altar reservado a los etíopes en la tumba de la Virgen en el valle del Cedrón.

Hoy la presencia etíope está formada esencialmente por monjes establecidos en seis monasterios: tres en Jerusalén y el resto en Betania, Belén y Jericó. Deir es-Sultán es el principal monasterio, situado detrás de la basílica del Santo Sepulcro. Tiene 25 monjes, regidos por el obispo Mons. Absade. Tanto el obispo como los monjes viven en chozas individuales hechas por ellos mismos, según una antiquísima tradición monástica. El arzobispo Matios es el representante de la comunidad etíope en Tierra Santa.

Los etíopes de Jerusalén están en buenas relaciones con las otras comunidades religiosas. A veces recurren a los buenos oficios de la Custodia de Tierra Santa para resolver algún problema complicado. De sus hermanos los coptos ortodoxos les separa un punto de discordia. Se trata de la posesión del corredor que une Deir es-Sultán con el patio situado delante de la fachada del Santo Sepulcro. Los hechos vienen de lejos. En la noche del 25 de abril de 1970 los etíopes se apoderaron de dicho corredor y de las dos capillas adjuntas. Según ellos les pertenece desde tiempo inmemorial. Lo perdieron en 1838 cuando murieron de peste todos los monjes de Deir es-Sultán. A raíz de esta desgracia la Iglesia copta se atribuyó la propiedad. Téngase en cuenta que en aquella época gobernaba en Palestina Ibrahim Pacha, egipcio. Los coptos, por su parte, se consideran los legítimos propietarios, y su arzobispo acudió al Tribunal Supremo israelí. Los jueces replicaron que era el gobierno quien debía dirimir la cuestión. El gobierno, en aquellos años en excelentes relaciones con el negus de Etiopía, se negó a intervenir y ha dejado hasta el día de hoy las cosas en suspenso. Como reacción a este despojo el patriarca copto-ortodoxo de Alejandría publicaba un comunicado por el que prohibía a todos los coptos peregrinar a los Santos Lugares de Jerusalén hasta que no se solucionase el problema en su favor.

La Iglesia etíope católica

El catolicismo llegó a Etiopía con los portugueses. Los misioneros latinos consagraron todos sus esfuerzos a la unión de las dos Iglesias. El jesuita Pedro Páez llegó a convertir al emperador Sisinios (1607-1632). El Papa Urbano VIII creyó venido el momento de crear un patriarcado católico y lo hizo en la persona del jesuita Alfonso Méndez. Pero la política de latinización rápida provocó la reacción del clero local, de tal manera que el sucesor de Sisinios, Fasilades, expulsó del país a los jesuitas, sustituidos por los agustinos que permanecieron en el país en estado de semi-clandestinidad hasta 1797.

Hay que esperar medio siglo para ver de nuevo misioneros católicos en Etiopía. En efecto, los paúles franceses consiguieron instalarse en 1839 y convertir, con muchas dificultades, un pequeño número de etíopes. Poco tiempo después Roma creaba para ellos el Vicariato apostólico de “Abisinia”, nombrando como titular a Mons. Justino de Jacobis.

La colonización italiana de Eritrea en 1890 y después la conquista de Etiopía (1935-1936) crearon condiciones favorables para la implantación del catolicismo, pero imprimieron una imagen de religión extranjera, la llamada “religión de los italianos”. En ese tiempo los capuchinos italianos habían suplantado ya a los paúles franceses.

Los católicos etíopes – unos 150.000- están repartidos hoy en dos grupos casi iguales en número de fieles: uno sigue el tradicional rito etíope, el otro el rito latino. Los fieles católicos viven esencialmente en tres zonas: Adis Abeba – con 20 iglesias y 40 sacerdotes -, Asmarra (Eritrea) – con un centenar de iglesias – y las tres provincias meridionales de Etiopía, las solas abiertas a la evangelización católica.

Autor: P. Ignacio Peña

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