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La Iglesia Siria de Antioquia

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Este artículo es gentileza de la Revista Tierra Santa

El pueblo sirio es descendiente directo de aquellas antiguas poblaciones arameas que en tiempos bíblicos estaban asentadas entre los ríos Tigris-Eufrates y la costa mediterránea. Los arameos no formaron un Estado unitario pero su lengua conoció una prodigiosa expansión. El arameo se convirtió a partir del primer milenio a.C. en la lengua “franca” de los países del Creciente Fértil. Era la lengua de los comerciantes y de las cancillerías de los imperios asirio y persa. Este florecimiento lingüístico duró hasta la conquista de Alejandro Magno, cuando el arameo fue suplantado por el griego como lengua cultural. No olvidemos que el arameo era la lengua comúnmente hablada en la Palestina del tiempo de Jesús. El declive como lengua hablada comienza con la invasión musulmana del año 636. El arameo fue poco a poco sustituido por el árabe. Hoy sigue hablándose en reducidos enclaves del Oriente Medio: en la zona montañosa de Maalula, Siria, y entre los cristianos de las montañas de Hakkari y de Tur Abdón en Turquía. También se usa junto con el árabe, en la liturgia siria. “Para nosotros, decía en 1984 el patriarca siro-ortodoxo, Ignacio Zakka I, es una gracia de Jesucristo. Somos, por tanto, responsables de su conservación”.

Los inicios de la Iglesia siria

Fue en Antioquia donde los discípulos de Jesús recibieron el nombre de “cristianos”. En esta ciudad residieron los apóstoles Pedro y Pablo. De allí salieron los primeros misioneros que evangelizaron Asia y Europa. En la cosmopolita Antioquia los discípulos de Jesús encontraron el ambiente propicio para su expansión, de tal manera que a mediados del siglo IV la ciudad contaba con 100.000 fieles (Juan Crisóstomo. In S. Ignatius PG 50,591).

Siria fue también el campo de las controversias cristológicas que originaron la división religiosa en Oriente. En efecto, en el año 451 el concilio ecuménico de Calcedonia condenó el monofisismo –creencia en una sola naturaleza en Cristo- y proclamó la doctrina oficial católica: dos naturalezas en Cristo, la divina y la humana, en una sola persona. La mayor parte de la población siria no aceptó las decisiones conciliares, probablemente por discrepancias terminológicas más que por divergencias teológicas, y se separó de la Iglesia católica. Sin embargo la constitución de la Iglesia separada no fue inmediata. Se consumó después del segundo concilio de Constantinopla, año 553, a raíz del cual el poder imperial bizantino presionó contra los insumisos monofisitas. Fue entonces cuando aparece la figura carismática del monje sirio Jacobo Baradai enarbolando la bandera nacionalista-religiosa. Consagrado en secreto obispo por el patriarca de Alejandría en exilio, Jacobo se lanzó a la organización de la Iglesia monofisita, llamada también jacobita, en su honor.

No toda la Siria, sin embargo, se alió a la nueva Iglesia. La sociedad más culta y helenizada aceptó sin problemas las decisiones de Calcedonia, por lo que recibió el nombre de “melquita” -de melek = rey- es decir, partidaria del emperador bizantino.

La conquista musulmana del 636 no hizo más que consagrar esta división. No parece que la conquista fue recibida por la población siria como una liberación del yugo bizantino, como ordinariamente se cree. El patriarca siro-ortodoxo, Miguel el Siro escribía este respecto: “Ellos (los musulmanes) mataron a mucha gente… Todo lo que pueda decirse de los males que Siria tuvo que sufrir no se pueden contar debido a su número, ya que los taiyanes (los árabes) eran el gran azote de la cólera divina” (Chronique, ed. Chabot, t.I, Paris 1901,421).

A partir de esa fecha la Iglesia siria se fue replegando más sobre sí misma con el fin de conservar su identidad, estrechándose en torno a sus obispos que fueron dotados por el régimen islámico de prerrogativas jurídicas y civiles. Al mismo tiempo mermaba el ímpetu misionero de la Iglesia y el número de fieles.

Cambios de la sede patriarcal, reflejo de la historia de esta Iglesia

Uno de los medios más seguros para conocer las vicisitudes afrontadas por la Iglesia siria en el curso de la historia es enumerar los cambios de la sede patriarcal de Antioquía. De esta sede pasó a Alepo, Racca, Edesa y Qinnesrín-Calcis, para fijarse en fecha imprecisa en el Gran Monasterio de Teleda, al norte de Alepo. Allí estuvo hasta el año 1034, cuando fue trasladada a Amida-Malatya. En 1293 la sede patriarcal se fijó en el monasterio de Deir Zaafarán, a 4 Km. de Mardín. Allí estuvo hasta 1920 cuando la soldadesca turca ocupó manu militari el monasterio. Seguidamente el patriarca se estableció en Mosul, entonces bajo dominio británico. Nuevo traslado en 1932 a Homs, bajo mandato francés, y finalmente, en 1959, a Damasco, donde hoy reside.

Los años más cruciales fueron los de la Primera Guerra Mundial. En 1915 los cristianos de Tur Abdón, unos 200.000, fueron atacados por bandas de kurdos fanatizados por la proclamación de la Guerra Santa. Un tercio pereció en la matanza. Entre los que quedaron con vida, una parte se refugió en Siria y Líbano, la otra en Irak.

Desde entonces el centro de gravedad de la Iglesia siria se desplazó de las regiones turcas de Tur Abdón, Mardín y Nisibín, a los países limítrofes. En Tur Abdón quedaron 15.000 fieles, número que va disminuyendo año tras año.

Actualmente la parte más activa de las comunidades sirias está emigrando a Occidente, lejos de la asfixia turco-kurda, lejos de la dictadura irakí y de la inestabilidad libanesa.

Lejos de sus hogares tradicionales, el pueblo cristiano sirio se desgasta en contacto con el modo de vivir occidental. Hay peligro que los miembros de esta Iglesia mártir pierdan sus raíces religioso-culturales y se diluyan en la sociedad amorfa de Occidente.

Patriarca de Antioquia y de todo Oriente

La Iglesia siria, como todas las orientales, es de estructura patriarcal. Su jefe supremo ostenta el título de “Patriarca de Antioquía y de todo Oriente”. Se considera el heredero directo y legítimo de la primitiva Iglesia apostólica de Antioquía, regida por el primer obispo-mártir, S. Ignacio. De ahí que los patriarcas antepongan a su nombre el de Ignacio, como referencia de continuidad apostólica. Reciben el tratamiento honorífico de “Su Santidad”, título que recibe también el patriarca copto de Alejandría.

En el siglo V el Patriarcado de Antioquía comprendía las provincias de Isauria, Cilicia I (Tarso por capital), Cilicia II, Osrhoena (Edesa), Mesopotamia, Siria I (Antioquía), Siria II (Apamea), Fenicia I (Tiro), Fencia II (Damasco), Arabia (Bosra) y Eufratasia (Hierápolis-Menbej).

Los obispos son elegidos entre los monjes. Unos y otros son célibes, no así el clero rural. Para la formación del clero ha abierto un seminario patriarcal el patriarca Ignacio Zakka en el pueblo cristiano de Seidnaya, al norte de Damasco. “San Efrén” -es su nombre- tiene una capacidad para 63 seminaristas y está dotado de capilla, biblioteca y 10 habitaciones para profesores. Alrededor de él se ha construido un monasterio de religiosas y un orfanato.

La Iglesia jacobita está presente en Tierra Santa en el monasterio de San Marcos o Casa de María, madre de Juan-Marcos, santuario erigido sobre la casa a la que se dirigió S. Pedro luego de ser liberado por un ángel de la cárcel (Hech. 12 ,3-17). Desde 1471 es la sede de un arzobispo-vicario patriarcal. Los monjes d este monasterio -son cuatro- cuidan la llamada tumba de José de Arimatea, capilla oscura situada detrás de la tumba del Señor, dentro de la basílica del Santo Sepulcro. El vicario-patriarcal, Mar Swerios Murad, tiene jurisdicción sobre los 2.100 siro-ortodoxos de Tierra Santa y de Jordania. De ellos 150 viven en Jerusalén, 900 en Belén y unos 1000 en Jordania.

La Iglesia de Jerusalén guarda un recuerdo especial por su santo obispo Yuhanna al-Karkari, crucificado en 1587 por los musulmanes a la entrada de la Iglesia de Deir el-´Adas, situada junto a la Vía Dolorosa. A raíz de este martirio se desencadenó una persecución que casi aniquiló a la Iglesia Siria. Desde entonces se redujo su presencia en la Ciudad Santa a una minoría testimonial.

La Iglesia siro-ortodoxa, la más cercana a la católica

La Iglesia jacobita tiene una larga tradición teológica, representada en escritores tan conocidos como S. Efrén, proclamado en 1920 Doctor de la Iglesia universal, autor fecundo en tratados teológicos, exegéticos y litúrgicos. Severo de Antioquia y Filomeno de Mabbug, siglo VI, otros como Jacobo de Edesa, siglo VII, otros conocidos teólogos y escritores de esta Iglesia hermana. En el siglo XII sobresale Miguel el Siro quien escribió una preciosa Crónica que abarca desde la creación del mundo hasta su época. El último Padre de esta Iglesia es Bar Hebreus, políglota, canonista y médico, autor de una suma teológica. Marca el fin de la cultura Siria.

La Iglesia jacobita ha conocido en su territorio una extraordinaria floración monástica en os primeros siglos. En el floreció una pléyade de monjes de las más variadas formas de ascesis cristiana: estilitas, reclusos voluntarios, hipetros, etc., cuyos restos arqueológicos han llegado hasta nosotros. Actualmente la actividad monástica es muy reducida. En Tur Abdín quedan cuatro monasterios: Deir Zaafarán, con un solo monje, Mar Gabriel con seis monjes y una decena de religiosas, Mar Matta con unos diez monjes y Mar Yacub de Salah habitado por religiosas. Los célebres monasterios de Mar Abraham y Abel junto a Midiat, Mar Eugen cerca de Nísive y Mar Malke en el monte Izala, siguen siendo centros de peregrinación, pero vacíos de monjes.

Están custodiados por familias cristianas. Todavía sigue en pie el monasterio de Mar Matta en Irak, no lejos de Mosul.

Hace 15 años el obispado jacobita de Alepo compró los terrenos donde se asentaba el Gran Monasterio de Teleda, al norte de Alepo, fundado hacia el año 341 y abandonado en el siglo XII. La reconstrucción del monasterio ha chocado con la oposición de los musulmanes de la región y el proyecto ha quedado en punto muerto. Mejor suerte ha tenido la fundación del monasterio de S. Efrén en Glane-Losser, Holanda, el primer monasterio sirio en Europa, inaugurado en 1984. Ocupa el lugar de un antiguo convento católico cedido por los Hermanos Maristas.

La Iglesia jacobita es, entre las Iglesias orientales no-unidas, la más cercana a la católica. Los siro-ortodoxos no son herejes, pues no están divididos por cuestiones de fe (herejía) sino de precedencia (cisma). La declaración común firmada por el Papa Juan Pablo II y el patriarca jacobita, Ignacio Zakka I, en Roma el 23 de junio de 1984 ha reconocido que ambas partes profesan la misma fe en Cristo y han atribuido a diferencias culturales las divergencias en la terminología cristológica. De hecho, las relaciones entre las dos Iglesias son hoy excelentes. El Patriarca siro-ortodoxo declaraba en una conferencia pronunciada en Damasco el 10 de marzo de 1985: “Podemos utilizar las iglesias, las salas, y los centros católicos con previo acuerdo” para las actividades de nuestros fieles, y añadía: “A los sacerdotes católicos les está permitido administrar los sacramentos a nuestros fieles en ausencia de un sacerdote de nuestro rito… así como al sacerdote siro-ortodoxo de administrar los sacramentos a los fieles católicos en idénticas condiciones”.

La Iglesia siro-católica

Los católicos de rito sirio son en su origen jacobitas pasados a la unión con Roma a partir del siglo XVII, conservando su lengua, su rito y su legislación eclesiástica propia. Constituyen una Iglesia aparte con jerarquía propia bajo la autoridad de un patriarca.

Es sabido que en siglos pasados hubo varios intentos de unión, sobre todo durante las cruzadas. Los Papas enviaron en los siglos XIII-XIV misioneros dominicos y franciscanos con el fin de sellar la unión de las dos Iglesias. Los resultados fueron parciales. Recordemos el tanteo de unión propuesto en el concilio de Lyon en 1245 y la efímera unión del año 1444 a raíz del concilio de Florencia de 1439.

Fue en el siglo XVII cuando la voluntad unionista concluyó con la formación de la Iglesia siro-católica. En efecto, a mediados de ese siglo los misioneros capuchinos y jesuitas consiguieron llevar a la unión con Roma a la mayoría de los jacobitas de Alepo, de tal manera que en el año 1656 fue consagrado el primer obispo siro-católico de la ciudad, Andrés Ahijan, quien más tarde, en 1662, sería reconocido por la Sublime Puerta turca como patriarca católico de Antioquia. Los siro-ortodoxos, con el fin de parar este movimiento de conversiones, recurrieron al brazo secular turco, persiguiendo duramente a los siro-católicos durante todo el siglo XVIII. Las violencias contra ellos fueron tantas que la pequeña Iglesia siro-católica estuve a punto de desaparecer, pues quedó sin patriarca desde 1706 a 1782.

En esta última fecha Miguel Jarwe, arzobispo siro-ortodoxo de Alepo, pasó al catolicismo y años después, en 1774 fue nombrado ¡sorprendentemente! Patriarca de la Iglesia siro-católica. El primer paso del nuevo patriarca fue dirigirse a la sede patriarcal jacobita de Deir Zaafarán par tomar posesión de su nuevo cargo, pero sin renunciar al primero. En Deir Zaafarán convenció a un arzobispo y a dos obispos siro-ortodoxos de pasar al catolicismo. Después se hizo reconocer patriarca de todos los sirios y pidió confirmación de su cargo a Roma. Mientras llegaba ésta los jacobitas reaccionaron y eligieron un nuevo patriarca de su partido que fue confirmado inmediatamente por la Sublime Puerta. Ante este inesperado cambio el patriarca Jarwe huyó precipitadamente a Bagdad y desde allí a la montaña libanesa, estableciéndose en 1801 en el monasterio de Sharfe, al norte de Beirut, célebre por su Biblioteca donde se conservan más de 3000 manuscritos siríacos y árabes.

En 1830 el gobierno turco aprobó la separación civil y religiosa entre las dos Iglesias hermanas, pero fue en 1843 cuando el patriarca siro-católico fue reconocido como jefe civil de su comunidad por el Sultán turco. El patriarca Pedro Jarwe trasladó en 1831 la residencia de Sharfe a Alepo y, a raíz de un motín de los musulmanes de esta ciudad contra los cristianos, en 1851, cambió la sede patriarcal a Mardín donde residía una importante comunidad jacobita. A principios de este siglo la sede pasó de nuevo a Sharfe, donde reside actualmente.

El título de Jefe religioso de los siro-católicos, hoy Ignacio Hayek, es “Patriarca de Antioquia, la ciudad de Dios y de todo Oriente”, con jurisdicción sobre todos los fieles de rito siro-católico en Oriente Medio y en la diáspora.

En Jerusalén los siro-católicos están representados por un vicario patriarcal establecido en 1890. Desde 1973 tiene residencia en la Calle de los Caldeos, número 6. Cuenta con un complejo moderno formado por la Iglesia de S. Tomás, una hospedería de 26 habitaciones para peregrinos y un centro juvenil. La Iglesia cuenta con 315 fieles residentes en Jerusalén, Jafa, Lot y Haifa, además de 117 en Belén, donde cuenta con iglesia, escuela adjunta y hospedería de 30 habitaciones. A éstos hay que añadir los 274 fieles de Amán y Zarqá en Jordania, es decir, un total de 700 almas.

Autor: P. Ignacio Peña

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