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¿Debe olvidar la Iglesia lo que no quedó escrito?

La Biblia 4

Es por todos conocido el hecho que tantas religiones y movimientos religiosos evangélicos veneran las Sagradas Escrituras con una reverencia y amor encomiables. De ellos, creo yo, bien pueden aprender tantos católicos que, por un motivo u otro, no llevan a la practica aquellas palabras del último Concilio Universal de la Iglesia, a saber, el Concilio Vaticano II, cuando nos enseña que “es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual… Los fieles deben tener fácil acceso a la Sagrada Escritura” (DV 21 y 22).

Ahora bien, también es conocido por todos el rechazo que estos hermanos nuestros manifiestan, en general, por todo aquello que no se contiene explícita o, al menos, implícitamente en las Sagradas Escrituras.

el amor y la veneración a las Sagradas EscriturasEs decir, coincidimos con estos hermanos nuestros en el amor y la veneración a las Sagradas Escrituras, pero diferimos cuando ellos dicen que solo aquello que se encuentra en las Sagradas Escrituras es digno de ser tomado como mensaje cierto de Dios para nuestra salvación. El católico afirma que la Palabra de Dios escrita se contiene, si, exclusivamente en las Sagradas Escrituras, pero que la Palabra de Dios no es solo aquella que se puso por escrito en las Escrituras, sino que la Palabra de Dios excede las Escrituras: la prueba esta en que Jesús, el gran revelador del Padre, “hizo y dijo muchas otras cosas que no se encuentran escritas en este libro“, y que, obviamente, podemos considerar como Palabra de Dios, aunque no escrita, sino oral. Esta Palabra de Dios trasmitida por Jesús y los Apóstoles oral y literalmente es llamada técnicamente Tradición, escrita aquí a propósito con mayúscula, para diferenciarla de lo que entendemos habitualmente por “tradiciones”, es decir, costumbres de origen más o menos desconocido que se van repitiendo de generación en generación, y cuya sola autoridad es “que así se hace”, y basta. Semejantes “tradiciones”, cuando son de carácter religioso, pueden ser buenas o malas, pueden cambiar o permanecer, pueden aumentar o disminuir, pueden desaparecer.

La Tradición (con mayúsculas) de la Iglesia tiene su origen en Jesucristo y los Apóstoles y se entrega de generación en generación por medio de la predicación y la celebración de los misterios de salvación, bajo la guía del Espíritu Santo. La palabra “tradición”, como se sabe, viene del latín “tradere”, que significa “entregar”. En este sentido las Sagradas Escrituras son parte de la Tradición que hemos recibido de nuestros antepasados en la fe; es decir, la Biblia es un mensaje que ha sido “entregado” de generación en generación, bajo la guía del Espíritu Santo.

Pero, según hemos dicho, los cristianos así llamados “evangélicos” niegan que debamos prestar oído a cualquier otra “Tradición” que no sea esta Tradición escrita, o sea la Biblia. La Iglesia Católica, en cambio, sostiene que aquella Sagrada Tradición (o “enseñanza de salvación entregada”) que debemos mantener y conservar es más amplia que la Sagrada Escritura, y, digámoslo desde ya, no se opone a ella ni la contradice, ya que se trata de una misma Tradición que se “entrega” bajo dos formas distintas: escrita y oral. Creo que no hay mejor manera de decirlo que como lo dijo el mismo San Pablo: “hermanos: estad firmes y mantened las tradiciones que habéis recibido como enseñanza ya sea de palabra ya sea por nuestras cartas” (2 Tes. 2,15). Algunas traducciones de este pasaje, dicho sea de paso, vierten la palabra del texto original “paradoseis” como “doctrinas”, lo cual es perfectamente licito en caso de no tratarse de una traducción tendenciosa: no se debe olvidar que la palabra “paradosis” significa inequívocamente “tradición” (al margen del significado de “traición”, “arresto” que no aplica aquí), de la raíz verbal “para-didomi”, y que es la misma palabra que usa Jesús al decirle a los fariseos: “Así habéis invalidado la palabra de Dios por causa de vuestra tradición (paradosis)”.

Cristo y los apóstolesComo se ve, la palabra “tradición” puede ser tomada como sinónimo de la doctrina de Jesús y de los apóstoles y también como sinónimo de las doctrinas de los fariseos o de sus antepasados. En una palabra, el termino “tradición” puede usarse en un sentido positivo y también en un sentido más peyorativo, de donde no tiene lugar el escandalizarse cuando en la Iglesia se habla de Tradición, como hablaba San Pablo. (En 2 Tes 3,6 también se usa el termino griego “paradosin”, que, otra vez, en algunas versiones españolas se traduce como “doctrinas”: “…conforme a las doctrinas que recibieron de nuestra parte” – Reina de Valera -; también vale aquí lo que dijimos para 2,13: si, podemos traducir “paradosin” como “doctrina”, pero no perdamos de vista que lo que dice el texto original es: “…conforme a la tradición que recibieron de nuestra parte”; podríamos agregar que el texto de Mt 15,3 y 6, donde tenemos en el original la misma palabra que en 2 Tes 3,6, es decir, “paradosin”, es traducido por casi todas la versiones españolas – incluso la Reina de Valera – como “tradiciones”. Nos preguntamos: ¿porqué no traducir aquí “paradosin” como “doctrinas”, como se traduce 2 Tes 3,6, que hace referencia a una realidad similar – enseñanzas, tradiciones, doctrinas -? Ciertamente la sospecha de imparcialidad de la traducción no es del todo infundada: parecería que cuando el termino “paradosin” aparece para indicar la enseñanza de Jesús o de los Apóstoles se lo traduce como “doctrinas”, mientras cuando se trata de las enseñanzas y preceptos humanos de los judíos se lo traduce como “tradiciones”. Repetimos una vez más que, si bien el traductor puede elegir los sinónimos que él crea conveniente, sin embargo en este caso me parece que se cumple el dicho “traduttore tradittore”, pues puede llevar a los lectores sencillos a pensar que “tradición” es una suerte de “mala palabra” que hace alusión a las tradiciones humanas, en contra de la doctrina de Jesús, cuando de hecho en el texto original se trata de una misma palabra, la cual cobra su valor positivo o negativo según el “contenido” de la mencionada tradición. Sin embargo no es tanto sobre cuestiones de exégesis que quería atraer la atención del lector, sino más bien sobre cuestiones de historia de la doctrina cristiana en sus primeros pasos, apenas recibido el Espíritu Santo en Pentecostés.

Es un hecho obvio y aun registrado en las Sagradas Escrituras que “hay muchas otras cosas que hizo Jesús que, si se escribieran una por una, pienso que no cabrían ni aun en el mundo los libros que se habrían de escribir” (Jn 21,25). Jesús pasó los años de su vida publica predicando y obrando el bien, cosa que luego hicieron también los Apóstoles del Señor, que son considerados por todas las iglesias cristianas como fuentes de la Revelación, es decir, la Revelación publica del misterio de Jesucristo culmina con la muerte del ultimo de los Apóstoles, que fue Juan.

Nadie puede decir basado en ningún texto bíblico que los autores de los textos del Nuevo Testamento quisieron limitar la enseñanza de Jesús o de los Apóstoles a lo que ellos estaban escribiendo. O puesto de otra manera, ni a Mateo, ni a Marcos, ni a Lucas, ni a Juan, ni a Pedro, ni a Pablo, ni a Santiago, ni a Judas ni a ningún otro que haya podido formar parte de los autores del Nuevo Testamento jamás se les ocurrió poner por escrito todo lo que Jesús enseñó, pues eso hubiese sido algo de nunca acabar, como lo dice Juan (21,25). Jesús tampoco les había mandado escribir nada. Ni siquiera todos los Apóstoles escribieron algo, sino solo cinco, alguno de los cuales escribieron apenas dos o tres paginas (ver la carta de Judas, o de Santiago; de Pedro tenemos dos cartas).

sucesión apostólicaJesús, sin embargo, les dio a sus Apóstoles el mandamiento de ir por todo el mundo anunciando el Evangelio a toda la creación, “enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt. 28,20). Los Apóstoles y también los otros discípulos del Señor, una vez recibido el Espíritu Consolador, cumplieron con lo que el Señor les había ordenado y predicaron día y noche, aun a precio de su Sangre, lo que ellos habían “visto y oído” acerca de Jesús. Ahora bien, como queda claro los Apóstoles hicieron esto predicando, es decir, entregando oralmente el misterio de la Salvación, ya que, como dijimos, solo algunos de los Apóstoles, pasado ya mucho tiempo de predicación, y sin pretender resumir en sus escritos aquel “todo” que Jesús les había mandado (ver arriba la cita de Mt. 28,20) escribieron algo de lo que predicaban (notemos que muchos de los escritos del Nuevo Testamento son cartas circunstanciales). Con esto queremos decir que:

A ninguno de los Apóstoles se le ocurrió jamás limitar las enseñanzas de Jesús a lo que estaban escribiendo en ese momento;

La comunidad cristiana del comienzo no se fundó sobre los escritos del Nuevo Testamento, sino sobre la enseñanza oral de los Apóstoles y discípulos del Señor;

Miles de cristianos de la primitiva Iglesia nunca leyeron ningún texto del Nuevo Testamento.

¿Podríamos concluir de esto que la comunidad de los primeros cristianos no conocía la Palabra de Dios? Claro que no. La conocía y muy bien, pero para ellos (y para muchas iglesias particulares durante siglos) la Palabra de Dios fue entregada de manera oral, al menos en su casi totalidad.

He sentido decir por ahí que, llegado el tiempo, Dios hizo que se pusiesen por escrito las enseñanzas evangélicas, para que no fuesen tergiversadas por el correr de los años; hoy debemos quedarnos con lo que quedó escrito, que sin duda no contiene error, todo lo demás es peligroso, poco confiable.

Con respecto a esto digamos que tal afirmación queda aun por demostrarse: no se basa en ningún mandamiento – al menos que conozcamos – del Señor, ni en ninguna decisión de algún Concilio de la Iglesia (como por ejemplo el Concilio de Jerusalén, en Hch. 15, donde la Iglesia decide cuestiones que iban apareciendo y sobre las cuales Jesús, aparentemente, no había dejado una norma clara de comportamiento). Es decir, la afirmación de que “Dios, viendo que algunas doctrinas corrían el riesgo de irse desviando, nos da los escritos del Nuevo Testamento” puede sonar muy bien para alguno, pero a menos que conozcamos los pensamientos de Dios directamente, no la podemos defender con ningún dato ni histórico ni bíblico, es una hipótesis. Yo podría decir, como hipótesis, que no, que ese no fue el pensamiento de Dios, que ese no fue el motivo por el cual aparecieron los escritos del Nuevo Testamento, y ¿quién me podría decir que me equivoco?.

Sobre este punto podríamos aducir otros aspectos, pero no es lo que más nos concierne ahora.

Dejamos por asentado, pues, que Jesús y los Apóstoles dijeron e hicieron muchísimo más de lo que esta escrito, y que en la vida de los apóstoles se dieron hechos importantes que no quedaron por escrito (¿o acaso alguien puede pensar que la labor de los Doce se limita a lo poco que el libro de los Hechos de los Apóstoles relata, casi exclusivamente, sobre Pedro y Pablo?). Y dejamos por asentado también que si alguno piensa que lo único importante para nosotros es lo que quedo escrito, ese pensamiento no es ni bíblico – no esta en ninguna parte en la Biblia, ni siquiera insinuado, más bien al contrario; ni es tampoco histórico – nunca nadie pensó así hasta los últimos siglos de nuestra era.

Ahora bien, supongamos que en la comunidad cristiana del comienzo sucede un hecho que no quedó por escrito, y pongamos ya mismo un ejemplo para hacer la cuestión más practica y entendible: digamos que la Madre del Señor, conocida y querida por todos los Apóstoles, que había estado junto a Jesús durante toda su vida, llegado el día determinado por Dios murió, y que cuando fue visitada en su tumba por algunas personas, digamos para los ritos propios de los funerales judíos, se encontraron con que su cuerpo no estaba más. Este hecho, que los católicos toman por una “enseñanza entregada”, una “Tradición” con mayúscula (la Asunción de la Virgen), lo tomamos acá pura y exclusivamente como una suposición, ya que, según hemos visto, ciertamente sucedieron cosas que no quedaron por escrito.

En este supuesto caso, y en todos los demás casos que ciertamente ocurrieron, es decir, en los miles de hechos acaecidos durante la vida de Jesús y de los Apóstoles, y en la extensísima enseñanza de Jesús y los Apóstoles que no quedó por escrito (que “no cabrían en el mundo los libros que se escribiesen” Jn 21,25) ¿qué cosa debía hacer la Iglesia, es decir, la comunidad de creyentes? ¿Olvidarse? ¿Porqué debía olvidarse, si su misión era precisamente transmitir todo lo que ellos habían visto y oído? ¿En qué momento de la historia de la Iglesia se tomó la decisión de “olvidar” los eventos que los autores sagrados no habían dejado por escrito?

Que debe hacer un creyente del siglo XX al leer 2 Tes 2,13-15?

“…así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta.”

¿Basado en qué principio debo decir ahora que aquello que se enseñó “de viva voz” hay que olvidarlo y quedarse solo con lo que se entrego “por carta”?

¿No se dio cuenta San Pablo de lo “peligroso” que era decir que había que obedecer las tradiciones orales…?

* * *

la veneración a las Sagradas EscriturasLos católicos, por su parte, siguen manteniendo que hay que conservar ambas doctrinas, la que fue entregada por carta y la que fue entregada oralmente por los pastores de la Iglesia; “ambas” doctrinas que son una misma doctrina comunicada por distintos canales, pero que se complementan, se perfeccionan, se explican mutuamente. Así era en el comienzo y ellos no ven porqué ahora deban limitar la enseñanza a lo que quedo escrito. Si Dios así lo enseñase, por ejemplo a través de alguno de los Apóstoles, entonces habría que aceptarlo con gusto. Pero, como dijimos, no existe ningún motivo que nos permita pensar razonablemente que ahora debemos dejar de prestar atención a la Tradición oral.

¿En que consiste esa Tradición? En todo el mensaje evangélico de salvación que predicó la Iglesia comenzando con los Apóstoles a lo largo de los siglos a través de sus pastores, quienes deben predicar a toda la creación, “enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado; y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, aun desaparecidos ya los Apóstoles del Señor, como por ejemplo en el siglo XX… También hoy Jesús esta con aquellos a los cuales los Apóstoles imponían las manos, obispos, presbíteros y diáconos (1 Tim 5:22; Tito 1,7; Fil 1,1), que tienen la obligación de predicar en nombre de Jesús, de tal modo que “quien a vosotros oye a mi me oye, y quien a vosotros rechaza a mi me rechaza, y rechaza a aquel que me envío” (Lc 10:16). Pero ese ya es otro tema, que con gusto trataremos, si Dios quiere, en otro escrito.

Querido hermano evangélico que me has leído hasta este punto: te agradezco tu interés y paciencia, que hablan bien de tu empeño por la verdad que nos hará libres a ti y a mi. Te pido que reflexiones estas cosas, porque son asuntos importantes, de vida eterna. Te agradecería enormemente me envíes alguna línea de respuesta a estos interrogantes que te he planteado, o sobre algún otro tema sobre el que estés profundizando, o alguna traducción que quieras corroborar, etc. Gracias a Dios puedo leer (¡al menos intentarlo!) los textos originales en hebreo y griego, y te puedo ayudar. Tengo un solo interés: hacerte el bien.

Un abrazo a todos en Cristo Jesús.

Autor: Pbro. Juan Carlos Sack

Tomado de Apologetica.org

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