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La Confesión, un acto de amor

La confesion

La confesión consiste en pedir perdón, arrepentidos de las ofensas hechas a nuestro Padre y tomar una decisión firme de no volver a ofenderle, todo esto por un motivo esencial: por que le amamos. Y aún en el caso de no amarle deberíamos hacerlo por temor a desobedecer al Rey de reyes. Nuestro Dios y Padre, como el padre natural, se encuentra con tres clases de hijos: malos, aceptables y buenos, cada uno de los cuales ofende de forma diferente y de forma diferente deberían confesarse. Consideremos cada caso:

a) El mal hijo. Es el que de forma habitual roba al padre, le maltrata, le miente, no le obedece; lo que es más grave, le ignora, no le cuida y hasta se avergüenza de él. En una palabra: no le ama. Para este parecen hechos los mandamientos negativos: no matar, no mentir, no robar, … y para este parecen hechos los libritos que tratan de las confesiones en general. Son casos extremos pero relativamente frecuentes. Para un buen hijo, que adora a su padre es incomprensible que le impongan estos mandamientos. ¿Nos imaginamos un marido muy bueno, porque no hace nada malo? Todo el día sentado, paseando o durmiendo: no roba, no mata, no miente, no, no, no, …A final de mes si no ha trabajado, si no ha hecho algo bueno, su mujer le pedirá dinero para mantener la casa y los hijos. Si no lo trae, la mujer le mandará al cuerno ¡por bueno! Yo tengo un cenicero que no hace daño a nadie, y no creo que vaya al cielo.

b) Hijo aceptable. Es aquel que pocas veces ofende gravemente. No podemos decir que haga nada malo ni casi nada bueno. O sea, no roba mucho, ni le pega, ni miente en casos graves, obedece de vez en cuando y hecha una mano en el trabajo de higos a brevas; sin embargo, apenas si sabe que su padre existe, no le ayuda, ni le habla sonriente, le gruñe, apenas si le mira, no está pendiente de sus deseos, no se le ocurre hacerle un regalito por su santo o cumpleaños y apenas le dirige una palabra amable. En definitiva el padre se siente aislado, no querido y sólo útil para dar dinero, casa y comida. También a este le va bien el uso de los libritos.

c) El buen hijo. Para éste no están promulgados los mandamientos negativos, pues ni se le ocurre robar a su padre, zaherirle, mentirle, desobedecerle, ni dejar de estar pendiente de él. Realmente, quiere a su padre. Sus pecados, están en la medida de su amor no en sus ofensas. En la confesión no le sirven los libritos. En estos no se considera pecado la falta de amor y es esta falta casi la única que puede cometer: No amarle demasiado sería su pecado pues para el amor no existen límites. Su confesión sería: No le hablé cariñosamente, no le escuché con atención, se me fue la lengua y le hablé alto, no le cedí el mejor asiento, no le llevé en coche a donde quería porque fui comodón, no le mostré con palabras o hechos mi cariño, le eché en cara rudamente sus errores, no le tapé sus faltas, etc. Para los que nos confesamos varias veces al mes y comulgamos diariamente son estos últimos los pecados que cometemos y de los que tenemos que confesarnos; pero por inercia en nuestra formación son también los únicos de los que nunca nos confesamos, confesando una y otra vez los pecados antiguos ya confesados y perdonados. Recordemos que nuestra religión no es una religión de negaciones: No matarás, no mentirás, no, no… Cuando muramos – decía San Juan de la Cruz- “solo se nos examinará de amor”. Nuestra Religión es la Religión del amor. En Mt. 22, 36-40 se lee:

Jesucristo“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? El (Jesús) le dijo:Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. El segundo, semejante a éste, es: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos (amar y amar) penden toda la Ley y los Profetas”. 

En consecuencia: Cualquiera que sean nuestras actividades si no están empapadas de amor a Dios y al prójimo tienen poco valor ante el Señor nuestro. Esas negaciones no son más que unos límites mínimos que nunca deberíamos traspasar. El buen hijo nunca miente, roba, maltrata u ofende de cualquier otra forma a su Padre, pero el Padre no se conforma con eso, quiere ser amado, que se le trate con cariño, que nos acordemos de su cumpleaños, le quitemos trabajo, le hagamos un regalito de vez en cuando, mantengamos conversaciones con él. Tampoco olvidemos que “El que me ama es el que cumple mis mandamientos”.

Hay otras muchas cosas de las que tampoco se nos ocurre confesarnos: a) De no hacer nuestros trabajos con la mayor perfección posible, de las chapuzas. Un tornillo mal puesto puede acarrear un accidente de coche; b) de conducir peligrosamente o con dos copas de más. No matarás. c) De perder nuestro tiempo y hacérselo perder a los demás, una forma de robo como otra cualquiera, en unos tiempos en que la hora de trabajo cuesta 3.500 ptas y más. d) De no hacer la vida amable a los demás gruñendo, criticando, murmurando, sin decir una palabra de estímulo o amable a nadie; cosas que no matan pero hacen la vida triste.

Los padres, y demás familia con niños pequeños los quieren a rabiar; pero – excepto las madres- no a todos por igual, dependiendo de la forma como los pequeños muestren su amor por nosotros. Los hay esquivos a los que nos cuesta trabajo darles un beso, los hay que enseguida y siempre nos echan los brazos al cuello. En estos se vuelca todo nuestro amor. La receta es simple: da amor y recibirás amor; gruñe y te gruñirán; alaba y serás alabado. ¡Qué trabajo nos cuesta reconocer las buenas obras ajenas!

También tenemos olvidados a los gravísimos pecados de omisión. Lc 12, 46-48 nos dice :

“Ese siervo que, conociendo la voluntad de su amo, no se preparó ni hizo conforme a ello, recibirá muchos azotes… A quien mucho se le da, mucho se le reclamará, y a quien mucho se le ha entregado, mucho se le pedirá”.

La parábola de los talentos es más que expresiva.

Desgraciadamente, en nuestros días, hablamos muy poco de confesarse, y tampoco se dan demasiadas facilidades. Por una parte, parece como si no estuviese de moda; pero, afortunadamente, en otros sectores de la Iglesia empieza a calar de nuevo su importancia trascendental.

confesionarioPara confesarse hay que ir al confesionario y arrodillarse ante el sacerdote, pero ¿cuándo y dónde? Pues resulta que las confesiones, sobre todo para las personas que no frecuentan la Iglesia,no saben a que hora son, en qué iglesia y en qué días. No hay una parroquia donde esté expuesto, donde pueda ser visto (¡no de puertas adentro!) los horarios de misas, de confesiones y los nombres de los confesores, como sucede en algunas poblaciones. Y la confesión es el primer paso para que el hijo perdido regrese al hogar del Padre. Cualquier empresa o comercio, que tiene algo que ofrecer, da todas las facilidades a sus clientes. En la Iglesia católica, donde empieza a haber competencia, el que quiera algo tiene que venir expresamente a preguntar; así que mejor será que demos un poco más de facilidades a los alejados, no sea que “los buenos hijos” no seamos tan buenos hermanos.

 

Autor: Alejo Fernández Pérez

Fuente: Apologetica.org

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