(séptimo capítulo del libro Las sectas frente a la Biblia)
(Lo que el autor en su libro ha escrito en forma de nota al pie de página, en esta edición digital se encuentra entre [ ])
NOTA SOBRE LAS VERSIONES DEL TEXTO SAGRADO: A lo largo de la obra he utilizado con preferencia mi propia traducción directa del griego para el Nuevo Testamento, y del hebreo y arameo para el Antiguo. En el primer caso me he valido del Greek-English New Testament, de Nestlé y Aland, Editio XXVI, Stuttgart 1981, y en el segundo de la Biblia Hebraica Stuttgartensia, Editio Minor, Stuttgart 1984. Cito también de las versiones prestigiosas de la Biblia comunes en el mundo de habla hispana y de las propias ediciones de las sectas. Las siglas siguientes son las utilizadas en relación con las diversas traducciones de la Biblia: VNM: Versión del Nuevo Mundo o Biblia de los Testigos de Jehová; EP: La Santa Biblia, de Ediciones Paulinas; BJ: Biblia de Jerusalén; NC: Nácar Colunga;VP: Versión Popular; VM: Versión Moderna; NBE: Nueva Biblia Española; RV: Reina-Valera. Cuando no se indica referencia, la traducción es mía.
La prohibición de consumir ciertos alimentos es algo habitual en la inmensa mayoría de las sectas. Como se ha hablado en una obra anterior [Psicología de las sectas, Paulinas, Madrid 1990, 53 ss] la dieta de las sectas no viene provocada por razones higiénicas o culturales, como es el caso del judaísmo o del islam, sino que es consecuencia directa de una política de sus dirigentes, encaminada a conseguir que el adepto adquiera una identidad claramente diferenciada. A ello se debe que haya prescripciones dietética en los mormones, los adventistas, los Testigos de Jehová y la práctica totalidad de las sectas orientalistas. Pocas cosas sirven mejor para marcar distancias que la diferencia en la dieta o en la manera de vestir.
Vamos a centrarnos en este caso concreto en las dos sectas más numerosas de la actualidad: mormones y adventistas del Séptimo Día. Ambas nacieron en Estados Unidos, ambas enseñan que determinados alimentos están prohibidos para los creyentes cristianos, ambas aceptan la Biblia como palabra de Dios y ambas pretenden poseer una revelación posterior a la Biblia (el Libro de Mormón y otras obras en el caso de los mormones, las profecías de la señora White en el de los adventistas), que, al fin y a la postre, tiene un peso mucho más decisivo y que, en la práctica, excluye la enseñanza de las Escrituras. Pese a estas semejanzas, nada despreciables por otra parte, llegan (como es natural al partir de profetas diferentes) a conclusiones distintas en cuanto a lo que no puede ingerir un cristiano. En el caso de los adventistas, la prohibición se extiende a una dieta que pretende ser la lev tica; y en el de los mormones, al alcohol y bebidas excitantes, como el café. ¿Pero prohíbe la Biblia tales cosas?
- El AT no prohíbea los no-judíosningún alimento
Como hemos tenido ocasión de señalar en el capítulo anterior, el Antiguo Testamento establece una diferenciación evidente entre los hijos de Israel y el resto de la humanidad. Ciertamente, los primeros se hallan sometidos (a partir de Moisés) a una dieta, que se ha denominado convencionalmente levítica, en la que no sólo entra en juego la prohibición de ciertos alimentos, sino también de ciertas formas de sacrificarlos y cocinarles. De ahí que la pretensión de los adventistas de seguir la normativa mosaica resulte radícula; pues si bien las prohibiciones dietéticas se aproximan, no sucede así en absoluto con los preceptos relativos al sacrificio de animales y a la manera de cocinarlos [Para un acercamiento a la normativa alimenticia judía, suficientemente revelador de la distancia que media entre ésta y la de los adventistas, consultar, por ejemplo, rabí HAYIM HALEVY DONIN, El ser judío, Jerusalén 1978, 104 ss.].
Ahora bien, para los no-judíos no existía ninguna obligatoriedad de guardar esas normas dietéticas. Ya hemos visto en Dt 14,21 cómo incluso podían tomar animales que no habían sido sacrificados ritualmente, y que, por tanto, resultaban impuros por estar sin desangrar. También hemos tenido ocasión de contemplar cómo en el pacto de Dios con Noé no aparece la más mínima mención de que deban los no-judíos hacer distinción, a la hora de comer, entre alimentos puros e impuros. Por el contrario, hay una mención explícita a que todo, sin excepción, es entregado al ser humano para que lo coma: “Infundiréis temor y pavor a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar; vuestros son. Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento: todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba verde” (G n. 9,2-3).
Naturalmente, el Antiguo Testamento aceptaba la posibilidad de que un no-judío se circuncidara, entrara a formar parte de Israel y luego siguiera las leyes dietéticas en su totalidad. Pero lo que resultaba inconcebible es que un no-judío (como es el caso de los adventistas) no se circuncidara, no entrara en el pueblo de Israel y luego guardara a medias las leyes dietéticas. Semejante absurdo y despropósito era algo inimaginable en el pensamiento del Antiguo Testamento.
- Jesús declaró puros todos los alimentos
Naturalmente, los adventistas pueden alegar, como hacen los Testigos de Jehová al defender su prohibición de transfusiones de sangre, que el Antiguo Testamento no es la base de su doctrina, porque son cristianos, y que fundamentalmente se apoyan en la revelación del Nuevo Testamento. Como poder alegarlo, pueden hacerlo. Cuestión aparte es que tenga los visos más mínimos de verosimilitud.
Pablo nos ha transmitido la clara convicción de la Iglesia primitiva de que Cristo había nacido bajo la ley y la había cumplido para rescatarnos de la misma: “Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Gal 4,4-5).
Por lo tanto, el que Jesús cumpliera con las leyes dietética de la ley de Moisés (que no son las de los adventistas, por otra parte) está fuera de discusión; como también lo está el que ciertamente fue circuncidado y el que celebró las fiestas judías (circunstancias ambas no seguidas por los adventistas). Ahora bien, lo que sí es evidente es que Jesús se preocupó de marcar los senderos por los que discurrirá con posterioridad la Iglesia apostólica; y entre ellos se hallaba el de la emancipación de la ley de Moisés, que no tenía sentido teológico tras su venida. Que esto incluía abolir las distinciones entre alimentos puros e impuros se desprende de los mismos evangelios: “Luego llamó de nuevo a la gente y les dijo: Escuchadme bien todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, cuando entra en él, pueda convertirlo en impuro. Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír que oiga. Y luego, tras retirarse de la gente, cuando entró en casa le preguntaron sus discípulo sobre la parábola. Él les dijo: ¿Tampoco vosotros lo entendéis? No comprendéis que todo lo que entra en el hombre desde fuera no puede hacerle impuro, porque no penetra en su corazón, sino en el vientre y va a dar en el retrete? Así declaraba puros todos los alimentos. Y añadía: Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre” (Mc 7,14-20).
La enseñanza de Jesús no puede quedar más clara. No hay nada en los alimentos que tenga un contenido espiritual impuro. Es precisamente lo que sale del interior del hombre lo que puede resultar malo. Aquella declaración, que por otro lado aparece preñada de lógica, declaraba puros todos los alimentos… Cuestión aparte es que la “profetisa” White se sintiera con arrestos suficientes como para enmendarle la plana al propio Jesús de Nazaret.
- Los apóstoles enseñaron que los cristianos podían tomar todos los alimentos
Lo grave de la tesis sustentada por los adventistas es que además contradice frontalmente la enseñanza clarísima de los apóstoles. Ya hemos visto en el capítulo anterior cómo ni siquiera en el concilio de Jerusalén se pensó, para evitar escándalo, en prohibir alimentos determinados a los cristianos. Da la impresión de que los apóstoles estaban dispuestos a evitar situaciones de tropiezo en la evangelización a los judíos prohibiendo la sangre, sí ; prohibiendo lo estrangulado, sí ; prohibiendo lo sacrificado a los ídolos, sí ; pero jamás imponiendo la dieta mosaica, que ni siquiera la ley había cargado sobre los no-judíos. Que no cayeran en tales excesos es lógico, dada la propia experiencia de Pedro al respecto. Lucas nos narra en los Hechos de los Apóstoles una visión que los adventistas no parecen conocer. Merece la pena citar in extenso el episodio: “Al Día siguiente, mientras iban de camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la terraza para hacer oración. Le dio hambre y sintió deseos de comer algo. Mientras se lo preparaban le sobrevino un éxtasis y vio los cielos abiertos y una cosa que se asemejaba a un gran lienzo que descendía hasta la tierra, atada por sus cuatro extremos. En su interior había todo tipo de animales de cuatro patas, reptiles de la tierra y aves del cielo. Y una voz le dijo: Levántate, Pedro, mata y come. Pedro respondió: De ninguna manera, Señor; jamás he comido nada profano e impuro. La voz le dijo por segunda vez: Lo que Dios ha purificado no lo llames profano. Aquello se repitió por tres veces e inmediatamente la cosa fue elevada hacia el cielo” (He 10,9-16).
Parece difícil que la enseñanza de purificación de todos los animales pudiera haber sido enseñada a Pedro de una manera más clara, y no es de extrañar que además la visión sirviera para abrir camino a los no-judíos (que comían todo tipo de alimentos) en la Iglesia cristiana.
No es de admirar que tal enseñanza de libertad no quedara limitada a las palabras de Jesús o de Pedro. Pablo, posiblemente, es el autor del Nuevo Testamento que más hincapié hace en lo absurdo de mantener una dieta que no proporciona mayor espiritualidad a los cristianos y que a la vez puede ser plataforma de un orgullo pseudo ascético, defecto éste tan aprovechado por las sectas en las personas de sus adeptos.
Ya hemos mencionado antes la tajante afirmación de Pablo de que el cristiano puede comer sin reparos de conciencia de todo lo que se vende en la carnicería (l Cor 10,25-26). Citaremos además ahora algunas referencias suyas al respecto. La primera es una clara advertencia a todos los cristianos para no dejarse engatusar por aquellos que intentaban parecer más santos por cuestiones de comida o bebida: “Por tanto, que nadie os critique por cuestiones de comida o de bebida, en relación con fiestas, con novilunios o sábados. Todo eso es una sombra de lo que ha de venir; pero la realidad es el cuerpo de Cristo” (Col 2,16-17).
La enseñanza del apóstol no puede estar más clara. Quizá hubo un tiempo en que todo aquello (sábados, novilunios, reglas dietéticas, etc) tuvo un sentido; pero ahora, con Cristo, no deja de ser un triste anacronismo, y ningún cristiano deber a prestar oído a tales enseñanzas. Hacerlo implicar a olvidar la obra de Cristo y sujetarse a conductas mundanas impropias de un creyente en Jesús: “Una vez que habéis muerto con Cristo a los elementos del mundo, porqué sujetarse, como si siguierais viviendo en el mundo, a preceptos del tipo de ‘no tomes’ , ‘no gustes’, ‘no toques’, cosas todas destinadas a perecer con el uso y debidas a preceptos y doctrinas puramente humanos? Esas cosas poseen una apariencia externa de sabiduría, dada la piedad afectada que poseen, sus mortificaciones y su aspereza con el cuerpo; pero carecen de todo valor y en realidad satisfacen los apetitos de la carne” (Col 2,20-23).
Creemos que difícilmente se podría haber expresado mejor lo que subyace bajo las dietas de las sectas (y muy especialmente los adventistas): una serie de preceptos meramente humanos (en este caso surgidos de la mente calenturienta de Ellen White) que pueden dar una apariencia de piedad, pero que sólo cubren orgullo y que carecen de valor frente a la verdaderas tentaciones. Si alguien piensa que las tácticas de los sectarios con sus adeptos pertenecen al siglo pasado y al presente de manera exclusiva, debería descubrir a la luz de pasajes como éste cómo su antigüedad es mucho mayor.
Pablo era consciente a la vez de que en la Iglesia podían surgir personas que se vieran afectadas por este tipo de enseñanzas, y recomendó el respeto a las mismas en la esperanza de que su situación de “débiles en la fe” fuera cambiando con el tiempo (Rom 14); pero incluso en ocasiones como ésa dejó bien establecido que “el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y alegría en el Espíritu Santo” (Rom 14,17). Claro que no hace falta insistir en que Pablo era un apóstol de Dios, mientras que Joseph Smith y Ellen White distaron mucho de ser siquiera simples cristianos, aunque nadie les puede negar el dudoso privilegio de haber puesto en pie el primero y reformado la segunda las dos sectas más numerosas del mundo.
- Conclusión
Una de las características más claras de las sectas es su insistencia en la impureza de ciertos alimentos. Posiblemente los casos más claros sean los de Adventistas del Séptimo Día y mormones. Tal actitud, como hemos visto, carece de base bíblica. De hecho, podemos decir que el pretender adquirir una apariencia de santidad en base a privarse de ciertas comidas o bebidas, por ejemplo el café [No hace falta decir que la prohibición de café no aparece ni lejanamente en la Biblia. Se trata una vez más del prurito diferenciador que tanto entusiasma a dirigentes y adeptos de las sectas], sin duda reviste una utilidad psicológica para los dirigentes de las sectas, que colman así inconscientes anhelos de sus adeptos, pudiendo retenerlos con más facilidad; pero ni lejanamente tiene la más mínima base en el cristianismo bíblico. En realidad es más bien marca de los falsos profetas: “El Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe entregándose a espíritus de mentira y a doctrinas diabólicas por la hipocresía de engatusadores cuya propia conciencia está cauterizada. Éstos prohíben el matrimonio y el uso de alimentos que Dios creó para que fueran comidos con acción de gracias por los fieles que han conocido la verdad. Porque todo lo que Dios ha creado es bueno y no debe ser rechazado ningún alimento que se consuma con acción de gracias, pues ya queda santificado por la palabra de Dios y la oración” (1 Tim 4,1-5).
Creemos que estas palabras son, sin lugar a dudas, la mejor conclusión a este capitulo, pues compendian a la perfección la materia de que están formadas las sectas y la enseñanza cristiana sobre los alimentos. Esta última aparece preñada de la alegría que implica el saber que todo lo que Dios creó es bueno y que nuestro creador se ha complacido en dárselo a la humanidad para un disfrute que es incluso santo si llega a reconocer que todo, absolutamente todo, se lo debemos a Él. Difícil es que ese sentido sano y alegre de gratitud que corre a lo largo de la Biblia en relación con el disfrute de la creación se encarne en los que siguen el poco humano y menos cristiano pseudo ascetismo de las sectas.
Fuente: Apologetica.org