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Historia del Canon del Antiguo Testamento

Antiguo Testamento

No sabemos con certeza cuándo comenzaron los judíos a reunir los Libros Sagrados en colecciones. Pero sí sabemos con plena seguridad que los judíos poseían libros que consideraban como sagrados y los rodeaban de gran veneración. El canon judío de los Libros Sagrados ignoramos cuándo fue definitivamente cerrado. Para unos sería en tiempo de Esdras y Nehemías (s. V a.C.); para otros, en la época de los Macabeos (s. II a.C.). Lo cierto es que los judíos tenían en el siglo I de nuestra era una colección de libros Sagrados, que consideraban como inspirados por Dios, y contenían la revelación de la voluntad divina hecha a los hombre. En este sentido tenemos testimonios clarísimos de Josefo Flavio1, del cuarto libro de Edras2 y del Talmud3.

Jesucristo, los apóstoles y la Iglesia primitiva recibieron de los judíos el canon del Antiguo Testamento. Por consiguiente, parece conveniente estudiar los testimonios históricos que han llegado hasta nosotros acerca dela formación del canon del Antiguo Testamento. 

I. EL CANON DEL ANTIGUO TESTAMENTO ENTRE LOS JUDÍOS.

1. LOS LIBROS PROTOCANÓNICOS.- Primeramente hablaremos de la formación del canon de los libros protocanónicos del Antiguo Testamento, que eran aceptados por todos los judíos. Ateniéndonos a los testimonios bíblicos, parece que la formación del canon tuvo la siguiente evolución.

Antes del destierro existen muchos lugares en la Sagrada Escritura que demuestran que los hebreos tuvieron especial cuidado en conservar ciertos libros escritos por Moisés, Josué, Samuel y otros grandes hombres del pueblo israelítico. En diversas ocasiones Dios manda a Moisés que ponga por escrito las leyes, tanto civiles como cultuales (cf. Ex 17,14; 34,27; Núm 33,2; Deut 31,9-14). También escribió el libro de la alianza (Ex 24,4; Deut 27,8; cf. Ex 20,22-23,19). La Ley mosaica, dada por el gran legislador al pueblo elegido, fue posteriormente aumentada con n8evas leyes y adaptada a las necesidades del os tiempos. Esta Ley, designada por los hebreos con el nombre de “Torah”, gozó siempre de gran autoridad entre ellos. Josué, el sucesor de Moisés, añadió nuevas leyes y ordenaciones, “escribiéndolas en el libro de la Ley de Dios” (Jos 24,25). Samuel, profeta, “escribió el derecho real en un libro, que depositó ante Yahvé” (1 Sam 10,25). Ezequías, rey, mandó coleccionar las sentencias de Salomón (Prov 25,1).

Pero es sobre todo en la época de Josías, rey (640-608 a.C.), cuando se comienza a hacer recurso a la autoridad de un texto escrito, cuyo carácter de código sagrado parece que había sido reconocido oficialmente. Antes del reinado de Josías no consta que la Ley mosaica haya gozado de una autoridad “canónica” universalmente reconocida. Según el testimonio de la Sagrada Escritura, antes de la reforma de Josías existían muchas prácticas de culto que no eran conformes con las prescripciones del Levítico (cf. 2 Re 23,4-15). Sin embargo, después que el sumo sacerdote Helcías encontró en el templo de Yahvé “el libro de la Ley” (cf. 2 Re 22-23; 2 Crón 34,35), las cosas cambiaron radicalmente. No se sabe si el libro encontrado ha de ser identificado con el Pentateuco entero, o más bien con sólo el Deuteronomio. Pero el hecho es que, a partir de este momento, “el libro de la Ley” fue considerado como algo muy sagrado y como la colección de las leyes dadas por Dios a Israel. En los libros de los Reyes encontramos ya las primeras citas explícitas de “la Ley de Moisés” (cf. 1 Re 2,3 = Deut 29,8; 2 Re 14,6 = Deut 24,26).

Los profetas Isaías (Is 30,8; 34,16) y Jeremías (Jer 36, 2-4.27-32) escribieron sus profecías. Y la obra del profeta Jeremías está inspirada indudablemente en el espíritu de la reforma de Josías. Este mismo profeta tiene citaciones de profetas anteriores (Jer 26,18s; 49,14-16 = Miq 3,12; Abd 1.4), lo cual parece indicar que ya existían colecciones de profecías.

Después del destierro tenemos testimonios escriturísticos importantes, de los cuales podemos deducir que casi todos los libros protocanónicos estaban ya reunidos en colecciones y eran considerados como canónicos. Los textos bíblicos de esta época nos dan a conocer tres clases de Libros Sagrados: la Ley (Torah), los Profetas (Nebi’im) y los Escritos o Hagiógrafa (Ketubim).

El primer testimonio en este sentido es el del libro de Nehemías (c. 8-9). En él se narra que Esdras, sacerdote y escriba, leyó y explicó la Ley de Moisés delante del pueblo (444 a.C.). Y, después de escuchar su lectura, el pueblo prometió con juramento observarla, lo cual parece indicar que reconocían autoridad canónica al Pentateuco. 

El profeta Daniel afirma que “estaba estudiando en los libros el número de los setenta años… que dijo Yahvé a Jeremías profeta” (Dan 9,2; cf. Jer 25,11; 29,10). Esto demuestra con bastante claridad que en aquel tiempo ya existía una colección de Libros Sagrados.

El libro del Eclesiástico, escrito en hebreo en Palestina hacia el año 180 a.C. por Jesús, hijo de Sirac, y traducido al griego por su nieto hacia el año 130 a.C., contiene un prólogo añadido por el traductor que es de la máxima importancia para la historia del canon. En él el nieto de Jesús ben Sirac habla de su abuelo, el cual “se dio mucho a la lección de la Ley, de los Profetas y de los otros libros patrios” (Eclo prólogo; el traductor emplea por tres veces la misma expresión en el prólogo). De aquí podemos deducir que la Biblia ya estaba dividida por aquel entonces en tres grupos. Dos de los cuales, la Ley y los Profetas, es muy posible que ya estuvieran definitivamente completos y cerrados. El tercero, en cambio, designado con un término indefinido, los otros libros, parece como insinuar que aún estaba en etapa de formación y que todavía no había alcanzado la meta final. Además, Jesús ben Sirac, en el himno de alabanza a los padres (Eclo c. 44-49), sigue ordinariamente el orden de los escritos bíblicos, probando de esta manera que conocía todos los libros que los hebreos colocaban bajo el título de profetas anteriores y posteriores. Por otra parte, de las citas que tiene de otros libros del Antiguo Testamento se puede concluir que conocía casi todos los libros del canon hebreo. De los únicos que parece no hacer referencia alguna son el Cantar de los Cantares, Daniel, Ester, Tobías, Baruc, Sabiduría.

En el libro segundo de los Macabeos, escrito en griego hacia el año 120 a.C., se encuentra una carta de los judíos de Jerusalén, escrita poco después del 164 a.C., dirigida a Aristóbulo y a los judíos de Egipto (cf. 2 Mac 1,10-2,19). En ella se habla de un ejemplar de la Ley, que el profeta Jeremías habría entregado a los deportados (2 Mac 2,1). También se hace referencia a los escritos sagrados que Nehemías había reunido en su biblioteca, y a los que Judas Macabeo –siguiendo su ejemplo- había juntado, después de haber sido desperdigados por la guerra (2 Mac 2,13-15). Los libros que reunieron tanto Nehemías como Judas Macabeo se designan bajo los títulos generales de “libros de los reyes”, “libros de los profetas”, “libros de David” y “las cartas de los reyes sobre las ofrendas” (2 Mac 2,13).

El libro primero de los Macabeos habla de Daniel y de sus tres amigos: Ananás, Azarías y Misael, que por su inocencia y su gran fe fueron librados de la boca de los leones y del horno de fuego (1 Mac 2,59s). Esto nos demuestra que el libro de Daniel ya formaba parte del canon de las Sagradas Escrituras hacia el fin del siglo II (cf. 1 Mac 12,9).

Siglo I de nuestra era.– En este tiempo se nos da ya claramente el número de los Libros sagrados y su triple división: Ley, Profetas y Hagiógrafos. Sin embargo, en algunos ambientes judíos existían ciertas dudas sobre la canonicidad del Cant, Eclo, Prov, Ez y Est. Para unos debían ser excluidos de la colección de los Libros Sagrados y de la lección pública de la sinagoga; para otros tenían la misma autoridad que los demás Libros Santos. Esto supone que ya por aquel entonces habían sido recibidos en la canon del Antiguo Testamento.

Filón (+38 d.C.), el filósofo judío alejandrino, no trata ex professo del canon del Antiguo Testamento, pero cita el Pentateuco –al que atribuye mayor grado de inspiración-, Jos, Jue, Re, Is, Jer, los Profetas Menores, Salmos, Prov, Job, Esd4.

El Nuevo Testamento contiene innumerables citas del Antiguo Testamento, aunque no nombra explícitamente los libros. Parece que no se alude a los libros de Rut, Esd-Neh, Est, Ecl, Cant, Abd, Nah y a los deuterocanónicos del Antiguo Testamento. Pero es indudable que los autores del Nuevo Testamento admitían y usaban los libros canónicos recibidos por los judíos.

Josefo Flavio (a. 38-100 d.C.), en su libro Contra Apión (1,7-8), compuesto hacia el año 97-98 d.C., escribe que los judíos no tenían millares de libros en desacuerdo y contradicción entre sí, como sucedía entre los griegos, sino sólo veintidós5, que eran justamente considerados como divinos y contenían la historia del pasado. Los 22 libros los distribuye de la siguiente manera: cinco de Moisés, trece de los profetas6 y otros cuatro libros que contenían himnos de alabanza a Dios y preceptos de vida para los hombres7. Este texto de Josefo Flavio es de gran importancia, aunque no nos dé los nombre de los libros.

El cuarto libro de Esdras, escrito hacia el final del siglo I d.C., afirma que el número de los libros sagrados es de veinticuatro8. El autor de este libro de Esdras nos da una descripción de tipo legendario sobre la manera como Edras, escriba y sacerdote, logró rehacer los libros sagrados destruidos por Nabucodonosor. Movido por el espíritu profético, estuvo dictando a cuatro escribas, durante carente días consecutivos, noventa y cuatro libros. De éstos, veinticuatro debían ser leídos por los dignos y los indignos, y los otros setenta había que entregarlos a los hombres instruidos (4 Esd 14,44s). El número de veinticuatro libros corrobora evidentemente la cifra de 22 libros que nos da Josefo Flavio, y que se consigue juntando Rut con Jueces y las Lamentaciones con Jeremías. En consecuencia, la pequeña diferencia de veinticuatro y de veintidós es sólo aparente y depende del cálculo que se siga.

Siglo II después de Cristo.- El Talmud9 babilónico nos da finalmente el canon completo del Antiguo Testamento. Enumera 24 libros según el orden y da los nombres de los autores. El número coincide, pues, con el que nos da el 4 Esd y Josefo Flavio. Lo cual nos indica que en aquel tiempo ya se encontraba cerrado el canon de los judíos. Este hecho parece que tuvo lugar, según la tradición rabínica, en el sínodo de Yamnia (hacia el año 100 d.C.). Después de la destrucción de Jerusalén, los judíos doctos se consagraron con gran ahínco a conservar lo que aún subsistía del pasado, en modo especial las Sagradas Escrituras. A partir del sínodo de Yamnia, que fijó definitivamente el canon ya admitido desde hacía dos siglos, la gran preocupación de los rabinos fue la conservación del texto sagrado. Los trabajos de los Masoretas no perseguían más que este fin.

El testimonio del Talmud babilónico está contenido en una Baraita10 del ensayo titulado Baba Bathra (la “última puerta”). El texto es posterior al siglo II d.C., pero recoge una tradición de época bastante anterior. Dice así: “Nuestros doctores nos transmitieron la enseñanza siguiente: El orden de los Profetas es éste: Jos, Jue, Sam, Re, Jer, Ez, Is y los Doce (Profetas Menores)… El orden de los hagiógrafos es el que sigue: Rut, Sal, Job, Prov, Ecl, Cant, Lam, Dan, Est, Esd y Crón. ¿Y quién fue el que los escribió? Moisés escribió su libro y la sección de Balaam11 y Job. Josué escribió su libro y los ocho últimos versículos de la Ley12. Samuel escribió su libro, el de los Jueces y Rut. David escribió su libro por medio de los diez ancianos: Adán, Melquisedec, Abrahán, Moisés, Hemán, Jedutun, Asaf y los tres hijos de Coré. Jeremías escribió su libro, el libro de los Reyes y las Lamentaciones. Ezequías y sus asociados escribieron los libros de Isaías, Proverbios, Cantar de los Cantares y Eclesiastés. Los miembros de la Gran Sinagoga escribieron Ezequiel, los Doce (Profetas Menores), Daniel y Ester. Esdras escribió su libro y las genealogías de las Crónicas hasta su época, y Nehemías las completó”13.

En este catálogo no se dice nada de los siete libros deuterocanónicos: Tobías, Judit, Baruc, Eclo, 1 y 2 Macabeos y Sabiduría.

De lo dicho podemos concluir que el canon judío fue formado sucesivamente. Que contenía los libros protocanónicos, siguiendo el canon palestinense. Sin embargo, es muy posible que los libros deuterocanónicos no estuvieran absolutamente excluidos del canon judío palestinense, pues, como veremos después, algunos deuterocanónicos eran usados por los judíos de Palestina. El canon, fijado definitivamente en el sínodo de Yamnia, debía de estar ya terminado muy probablemente en el siglo II a.C., como nos lo demuestra la versión del os Setenta, empezada en el siglo III y terminada a fines del siglo II a.C.

2. ¿FUE ESDRAS EL AUTOR DEL CANON JUDÍO?.– Son bastantes los autores antiguos que atribuyen el canon de 24 libros del Antiguo Testamento a Esdras14. Por eso se le suele llamar canon esdrino. Esta opinión fue de nuevo resucitada en el siglo XVI por el judíos Elías Levita (+1549), el cual afirmó que Esdras había sido ayudado en su labor por los “miembros de la Gran Sinagoga”15. A Elías Levita siguieron muchos protestantes y católicos, de tal forma que se convirtió en la opinión común hasta nuestros días. Hoy, sin embargo, ha sido abandonada por todos los autores. Para los protestantes, Esdras habría cerrado de modo definitivo el canon, de tal manera que en lo futuro no se permitió añadir más libros; para los católicos, en cambio, la compilación canónica de Esdras no había sido definitiva. Por eso, los judíos alejandrinos pudieron añadir más tarde los libros deuterocanónicos.

Varios eran los argumentos en que se apoyaba esta opinión. En primer lugar, el celo de Esdras por la Ley16. El 2 Mac 2,13 afirma que Nehemías hizo una biblioteca para recoger los Libros Sagrados. Josefo Flavio17 atribuye la formación del canon al tiempo de Artajerjes I Longímano (a. 465-425 a.C.), es decir, al período en que tuvo lugar la actividad religiosa de Esdras y Nehemías. Y el relato del 4 Esd 14,18-47 demuestra que era creencia común entre los judíos que el canon había sido determinado por Esdras.

Sin embargo, las dificultades que se opone a esta teoría son muy fuertes. Si Esdras fue el que cerró el canon de los libros protocanónicos, no se explicarían las dudas que surgieron más tarde a propósito de ciertos libros protocanónicos. Además, los libros de las Crónicas y de Esdras no fueron escritos hasta el tiempo de los griegos, es decir, bastante después de la muerte de Esdras; y, sin embargo, son enumerados entre los Libros Sagrados del canon esdrino. Por otra parte, ¡cómo nos explicaríamos la introducción posterior de los libros deuterocanónicos en le canon de los judíos alejandrinos? En cuanto a los testimonios de 2 Mac 2,13-14, de Josefo Flavio, del 4 Esdras y del Talmud, tan sólo demuestran que en tiempo de fueron coleccionados los libros protocanónicos y desde entonces se los trató con gran veneración. La afirmación de un grupo de Padres que atribuyen a Esdras la formación del canon del Antiguo Testamento no tiene valor probativo, ya que se apoya en la leyenda del 4 Esd, a la que aluden frecuentemente.

Los judíos palestinenses admitían, en tiempo de Cristo, todos los libros protocanónicos como sagrados. Esto parece estar fuera de toda duda. Existen incluso algunos indicios que parecen indicar que los mismo judíos palestinenses conocían y usaban algunos de los libros deuterocanónicos. En Qumrán se han encontrado algunos fragmentos de tres libros deuterocanónicos: del Eclesiástico (gruta 2), de Tobías (gruta 4) y de Baruc (gruta 7)18.

Los judíos alejandrino, en cambio, consideraban como canónicos no solamente los libros protocanónicos, sino también los deuterocanónicos, tal como  se encontraban en la versión de los Setenta. De aquí ha nacido la división del canon en palestinense y alejandrino, como veremos a continuación. 

3. LOS LIBROS DEUTEROCANÓNICOS.-  La versión griega de los Setenta, ejecutada en Egipto entre el 300-130 a.C., contenía, además de los libros protocanónicos, recibidos por todos los judíos, otros siete libros llamados deuterocanónicos: Tobías, Judit, Baruc, Eclesiástico, 1 y 2 Macabeos, Sabiduría y fragmentos de Ester (10,4-16,24) y Daniel (3,24-90; 13; 14).

La Iglesia cristiana, ya desde los tiempos apostólicos, recibió, entre los Libros Sagrados, los deuterocanónicos, sin hacer distinción alguna entre libros protocanónicos y deuterocanónicos. De este modo, el canon de los judíos alejandrino se convirtió en el canon de la Iglesia católica.

Pero podemos preguntarnos, ¿Qué autoridad tenían los libros deuterocanónicos entre los judíos palestinenses y helenistas? ¡Eran recibidos también como sagrados por los judíos de Palestina?

Opiniones:

a) Según la sentencia de varios autores, el canon judío habría sido único para todos los judíos. Y sería el canon breve, que no abarcaría los libros deuterocanónicos. Este modo de pensar es muy común entre los protestantes, y también es seguido por algunos católicos. Pero éstos suponen que no es necesario que la Iglesia haya recibido el canon de los judíos. Basta que lo haya recibido de los apóstoles y éstos de Cristo, el cual habría dado instrucciones particulares a sus discípulos respecto de la inspiración de los deuterocanónicos. Propuesta de esta forma la hipótesis, es totalmente ortodoxa; pero no parece apoyarse en los datos históricos, como veremos después.

Para otros autores, el canon del Antiguo Testamento habría sido único tanto para los judíos palestinenses como para los alejandrinos. Ente canon único contendría todos los libros protocanónicos y deuterocanónicos. Solamente en tiempo posterior (s. I-II d.C.), los fariseos habrían rechazado los deuterocanónicos por motivos particulares. Los judíos helenistas, por el contrario, los habrían conservado.

c) Una tercera opinión, que nos parece la más probable, sostiene que entre los judíos existió un doble canon. El canon breve de los judíos de Palestina, que no contenía los libros deuterocanónicos, y el canon amplio de los judíos alejandrinos, que comprendía los libros deuterocanónicos.

Esta divergencia entre los judíos palestinenses y alejandrinos se explica fácilmente si tenemos en cuenta el ambiente en que cada grupo vivía. Los judíos alejandrinos tenían un concepto más amplio de la inspiración bíblica que los palestinenses. Estaban convencidos que poseían la sabiduría divina, y ésta, derramándose a través de las edades en las almas santas, puede suscitar dondequiera y cuandoquiera amigos de Dios y profetas19. Por otra parte, esta divergencia era provocada en cierto sentido por la gran estima y reverencia que algunos grupos de judíos palestinenses tenían por ciertos libros deuterocanónicos20.

Es indudable que la versión griega alejandrina, llamada de los Setenta, contenía los los deuterocanónicos. El lugar que ocupan en los Setenta no es al final, como si fueran un apéndice o de un género inferior, sino que están mezclados con los libros protocanónicos. Lo cual parece ser un indicio claro de que se les reconocía la misma autoridad y dignidad y se les atribuía el mismo valor21.

Hay, además, testimonios que nos demuestran que la mayor parte de los deuterocanónicos del Antiguo Testamento eran leídos y venerados por los judíos palestinenses y de la diáspora.

El Eclesiástico fue escrito en hebreo y conservado durante mucho tiempo en esta lengua22. Es alabado por el Talmud con frecuencia23 y citado muchas veces por los rabinos hasta el siglo X d.C. En algunos lugares incluso se le cita como escritura canónica24. De donde parece deducirse que en la antigüedad el Eclesiástico fue tenido como canónico, al menos por ciertos círculos de judíos.

Tobías y Judit eran muy leídos por los judíos, como se ve por los Midrashim, en donde se les comenta25. En tiempo de San Jerónimo, todavía se usaba el texto arameo o el hebreo26.

Baruc era leído públicamente por los judíos, aun en el siglo IV, en el día de la Expiación, según el testimonio de las Constitutiones apostolicae27. Además, la versión griega de Bar fue hecha por el mismo autor que hizo la de Jer 29-41. En consecuencia, Bar paree que ya estaba unido a Jer cuando hicieron la versión griega de este último.

El 1 de los Macabeos, según el testimonio del Talmud babilónico28, era leído entero en la fiesta de las Encenias o de la dedicación del templo (Hanukkah)29. También es citado por Josefo Flavio30, y en tiempo de Orígenes31 y de San Jerónimo se conservaba aún el texto hebreo del 1 Mac32.

El 2 de los Macabeos fue escrito originariamente en lengua griega, por cuyo motivo es menos citado por los escritores judío-palestinenses.

El libro de la Sabiduría, cuya lengua original también fue el griego, es citado varias veces en el Nuevo Testamento33, lo cual supone que era conocido de los judíos. San Epifanio nos informa que los judíos de su tiempo (s. IV) disputaban acerca del libro de la Sabiduría34. Lo que parece indicar que algunos admitían su canonicidad, como se deduce de las palabras de San Eustacio de Antioquía35.

Las partes deuterocanónicas de Ester (10,4-16,24) pertenecen probablemente al texto original. Esto parece confirmado por el hecho de que en los Setenta los fragmentos deuterocanónicos no están formando un apéndice a la parte protocanónica, como en la Vulgata, sino mezclados con ella. Son usados por Josefo Flavio.

Los fragmentos deuterocanónicos de Daniel (3,24-90; 13; 14), escritos en lengua hebrea o aramea, también debieron de formar parte del texto original. Es de suma importancia el que estas partes deuterocanónicas se encuentren en la versión de Teodoción (finales del s. II d.C.), hecha directamente del he reo. San Jerónimo tomó estos fragmentos deuterocanónicos de Daniel de la versión de Teodoción y los incorporó a su versión latina hecha sobre el original hebreo. Es también probable que la historia de Susana36 se encontrara en la versión de Símaco.

De lo dicho podemos concluir que muchos de los deuterocanónicos del Antiguo Testamento gozaban de gran autoridad entre los judíos palestinenses. Esto no quiere decir, sin embargo, que los considerasen como canónicos. Lo más verosímil parece ser que los libros deuterocanónicos fueron recibidos en el canon de las Sagradas Escrituras por los judíos helenistas, independientemente de los judíos palestinenses. Más tarde la Iglesia, guiada por la autoridad de Jesucristo y de los apóstoles, aprobó este canon y lo hizo suyo, como veremos en su lugar. De este modo, el canon más amplio de los judíos alejandrinos se vino a convertir en patrimonio de la Iglesia de Cristo. La Iglesia en su elección no se dejó guiar por el espíritu particularista de los fariseos, sino por el espíritu universalista de Jesucristo y de los apóstoles.

II. EL CANON DEL ANTIGUO TESTAMENTO ENTRE LOS CRISTIANOS.

1. CRISTO Y LOS APÓSTOLES.– En tiempo de Cristo, como ya hemos visto, existía ciertamente entre los judíos una colección de Libros Sagrados del Antiguo Testamento, a la que se atribuía la máxima autoridad normativa. Jesucristo y los apóstoles recibieron también esta colección de libros con suma reverencia y la aprobaron, considerándola como sagrada y normativa. Esto se deduce de la manera de proceder de Cristo y de sus discípulos. Con frecuencia recurren al testimonio de las Sagradas Escrituras, considerándolas como palabra de Dios37.

La colección de Libros Sagrados aceptada por Cristo contenía sin duda alguna todos los libros protocanónicos admitidos ntonces por los judíos. Entre éstos hay que incluir también siete libros protocanónicos (Rut, Esd-Neh, Est, Ecl, Cant, Abd, Nah) que no son citados en ningún lugar del Nuevo Testamento. Cristo y los a apóstoles se conformaron en esto indudablemente a la opinión que era común entonces entre los judíos palestinenses. Y si bien a veces son citados sin ir precedidos de la fórmula introductoria que indicaba el carácter divino del libro38, esto no quiere decir que negasen ese carácter divino a los libros así citados39.

Por lo que se refiere a los deuterocanónicos, es más difícil determinar si eran admitidos por Cristo y sus discípulos como canónicos. Porque si bien los autores del Nuevo Testamento conocían los libros deuterocanónicos, sin embargo nunca los citan con la fórmula “está escrito”. De aquí que no podamos concluir con absoluta certeza que los escritores neotestamentarios los consideraban como inspirados y canónicos. No obstante, podemos demostrar de un modo indirecto que los apóstoles los consideraban como de origen divino. En efecto, el texto sagrado usado por los apóstoles fue la versión de los Setenta, como se desprende del hecho de que de unas 350 citas del Antiguo Testamento que aparecen en el Nuevo, unas 300 concuerdan con el texto de los Setenta40. Esto demuestra que los apóstoles se servían del texto griego de los Setenta como del texto sagrado por excelencia. Lo cual indica que era aprobado por los mismos apóstoles, como afirma San Agustín41. Y, por consiguiente, admitían como canónicos e inspirados todos los libros en ella contenidos, incluso los deuterocanónicos, que formaban parte de dicha versión. Como los apóstoles eran los custodios del depósito de la fe, cuya fuente es la Sagrada Escritura, si no hubieran considerado los libros deuterocanónicos como inspirados, tendrían obligación estricta de advertirlo a los fieles. Tanto más cuanto que los deuterocanónicos estaban mezclados con los protocanónicos en la versión de los Setenta. Ahora bien, en ningún documento antiguo encontramos la mínima huella de una tal advertencia. Todo lo contrario, los testimonios antiguos afirman que la Iglesia recibió la colección completa de los libros del Antiguo Testamento de los apóstoles, como vamos a ver en seguida.

No se dan en el Nuevo Testamento citas explícitas de los libros deuterocanónicos. Pero se encuentran frecuentes alusiones que demuestran que los autores neotestamentarios conocían los deuterocanónicos del Antiguo Testamento. Basten los siguientes ejemplos:

Eclo 5,13           –       Sant 1,19

Eclo 24,17 (23)   –       Jn 15, 1

Eclo 24,25         –        Mt 11,28s

Eclo 28,2           –       Mt 6,14

Eclo 51,1           –        Mt 11,25-27

Eclo 51,23s         –       Mt 11, 28s

2 Mac 6,18-7,42 –        Heb 11,35

Sab 2,13.18-20   –       Mt 27,43

Sab 3,8             –       1 Cor 6,2

Sab 5,18-21       –       Ef 6,13-17

Sab 6,18           –       Rom 13,9s

Sab 7,25           –       Heb 1,3

Sab 12,12          –       Rom 9,20

Sab 13-15          –       Rom 1,19-32

Sab 17,1           –       Rom 11,33

2. LA IGLESIA PRIMITIVA (S. I-II).- Nadie pone en duda que la Iglesia primitiva haya recibido como libros canónicos e inspirados- siguiendo el ejemplo de Jesucristo y de los apóstoles- todos los protocanónicos del Antiguo Testamento. En cambio, no sucede lo mismo con los libros deuterocanónicos. A propósito de éstos se han dado ciertas discusiones en la edad patrística.

Primeramente hubo un período de unanimidad (s.I-II), durante el cual no aparece ninguna duda acerca de la autoridad y la inspiración de los libros deuterocanónicos. Al menos no ha llegado hasta nosotros ningún rastro de dudas en los escritos de los Padres. Los escritores cristianos antiguos citan los libros proto y deuterocanónicos sin hacer ninguna distinción. Tenemos testimonios muy importantes de los Padres de los siglos I-II. Los Padres apostólicos, aunque no afirman explícitamente que los deuterocanónicos son inspirados, citan, sin embargo, sus palabras con las mismas fórmulas que las demás Escrituras.

La Didajé (hacia 90-100) 4,5 alude claramente al Eclo 4,31 (36). También Didajé 5,2 se refiere a Sab 12,7, y Didajé 10,3 a Sab 1,4.

San Clemente Romano (+101) aduce el ejemplo de Judit y la fe de Ester42. También alude al libro de la Sab y al Eclo43.

La Epístola de Bernabé (hacia 93-97 d.C.) parece aludir en 6,7 a Sab 2,12, y en 19,9 a Eclo 4,36.

San Policarpo (+ 156) cita, aunque no expresamente, en la Epistola ad Pililippenses 10,2 a Tob 4,11, o bien 12,944.

San Ignacio de Antioquía (+ 109) alude al libro de Judit 16,14 en su Epistola ad Ephes. 15,1.

El Pastor de Hermas (hacia 140-154) tiene bastantes alu­siones a diversos libros deuterocanónicos: al Eclo, a To­bías, al 2 Mac y a la Sab45.

Cuando comenzaron en el Oriente las disputas de los cris­tianos con los judíos, los apologistas se vieron obligados a ser­virse únicamente de los libros protocanónicos, porque los ju­díos no admitían la canonicidad de los deuterocanónicos. Así nos lo dice expresamente San Justino46.

San Justino (+ 165), en su Apología 1,46, alude a las partes deuterocanónicas de Dan 3. Y en el Diálogo con Trifón 71 acusa a los judíos de rechazar de la versión griega de los Setenta las Escrituras que testificaban en favor de Cristo.

Atenágoras (hacia 177), en su obra Legatio pro Christianis 9 cita explícitamente a Bar 3,36, considerándolo como uno de los pro­fetas.

San Ireneo (+ 202) cita a Baruc bajo el nombre de Jeremías47. Aduce los capítulos 13 y 14 de Daniel, atribuyéndolos a este profe­ta48. También se sirve frecuentemente del libro de la Sabiduría49.

Clemente Alejandrino (+ 215) conoce todos los libros y pasajes deuterocanónicos, si exceptuamos el 1 y 2 Mac, y los considera como sagrados y canónicos50.

Orígenes (+ 254) se sirve con frecuencia de todos los libros deute­rocanónicos, que él considera como inspirados, siguiendo en esto -como él mismo confiesa- la autoridad de la Iglesia51“Ausi sumus uti in hoc loco Danielis exemplo, non ignorantes, quoniam in hebraeo positum non est, sed quoniam in Ecclesiis tenetur” (“…sabemos que este ejemplo de la vida de Daniel no está en el texto hebreo, pero lo usamos porque es aceptado en las Iglesias”).

Tertuliano (+ hacia 225) cita todos los libros deuterocanónicos, excepto Tob y las partes deuterocanónicas de Est. Acusa, además, a los judíos de rechazar muchas cosas de los Libros Sagrados que eran favorables a Cristo52 

San Cipriano (+ 258) coloca entre las Escrituras canónicas todos los libros deuterocanónicos, a excepción de Judit53.

San Hipólito Romano (+ 235) admite todos los deuterocanónicos, exceptuando Judit y las partes deuterocanónicas de Ester54.

Esta tradición unánime acerca de los libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento es confirmada por el testimonio de los monumentos, de las pinturas y esculturas, con las cuales se adornaban los cementerios cristianos de los primeros siglos. En las pinturas, sobre todo, se representan hechos y personajes de los cuales nos hablan los libros deuterocanónicos. Se han en­contrado tres pinturas y dos esculturas de Tobías. Se representa a los tres jóvenes del libro de Daniel en el horno con los brazos levantados en ademán de orar55. De esta escena se nos han conservado 17 pinturas y 25 esculturas. Se muestra también a Susana entre los dos viejos en 6 pinturas y 7 esculturas, y a Daniel en actitud de pronunciar la sentencia contra los dos viejos malvados (dos pinturas y una escultura). También se ve con frecuencia a Daniel en el lago de los leones (39 pinturas Y 30 esculturas)56.

Esto nos demuestra que los cristianos a partir del siglo II d.C.57 se servían tanto de los libros protocanónicos como de los deuterocanónicos. Y les atribuían igual autoridad que a los protocanónicos.

La unanimidad de la tradición cristiana acerca de los libros deuterocanónicos en los dos primeros siglos de nuestra era es admirable. Y esta unanimidad aún resalta más si tenemos en cuenta que la Iglesia todavía no había dado ninguna decisión oficial sobre el canon de las Sagradas Escrituras.

3. PERÍODO DE DUDAS ACERCA DE LOS DEUTEROCANÓNICOS (S. III-V).- Al final del siglo II y comienzos del III empiezan a manifestarse las primeras dudas sobre la inspiración de los deuterocanónicos. Estas dudas, más bien de tipo teórico, per­durarán hasta finales del siglo V. Las llamamos de tipo teórico porque los autores que dudan de la autoridad divina de los deuterocanónicos, en la práctica continúan citando y sirvién­dose de ellos al lado de los protocanónicos como escritura sa­grada.

Las causas que originaron estas dudas debieron de ser va­rias. En primer lugar, las disputas con los judíos. Como éstos ne­gaban la autoridad de los deuterocanónicos, los apologistas, al disputar con ellos, se veían obligados a servirse sólo de los libros protocanónicos. Esto debió de influir sobre ciertos escritores que comenzaron a dudar de la autoridad divina de los deu­terocanónicos. Y estas dudas se fueron extendiendo más y más en diversas regiones. Los primeros testimonios son:

San Melitón de Sardes (hacia el año 170 d.C.), después de un viaje a Palestina para conocer exactamente los lugares en que tuvieron lugar los hechos narrados en el Antiguo Testamento y para saber cuáles y cuántos eran los libros de la antigua economía, manda la lista de ellos al obispo Onésimo. En esta lista solamente están presentes los libros protocanónicos, excepto Ester, seguramente porque en aquel tiempo algunos judíos dudaban de la autoridad divina de Ester58.

Orígenes (+ 254) refiere -hacia el año 231- que muchos cristianos dudaban de la inspiración de ciertos libros del Antiguo Testamen­to59. El mismo, escribiendo al diácono Ambrosio, no juzga suficien­te apoyar sus razones con argumentos tomados de dos libros deute­rocanónicos. Lo cual indica que en aquel tiempo había bastantes cristianos que dudaban de los deuterocanónicos o los rechazaban. En el comentario al salmo 1 da la lista de 22 libros, es decir, la de los protocanónicos60. Y en su obra De Principiis 4,3 afirma que el li­bro de la Sabiduría es escritura, pero no canónica, porque “no todos le reconocen autoridad”. En la práctica, sin embargo, Orígenes em­plea con frecuencia los deuterocanónicos sin hacer distinción alguna con los protocanónicos61.

En el siglo III encontramos otra causa que debió de influir poderosamente sobre el ánimo de muchos escritores de aquella época: los libros apócrifos. Estos se divulgaban amparados en nombres de gran autoridad que, sin embargo, nada tenían que ver con dichos libros. De aquí surgieron mayores dudas aún acerca de los deuterocanónicos, de los que ya se dudaba.

En el siglo IV, muchos Padres griegos admiten solamente los libros protocanónicos y atribuyen a los deuterocanónicos menor autoridad, al menos teóricamente. Sin embargo, en la práctica no hacen apenas distinción entre los proto y deutero­canónicos.

San Atanasio (+ 373) enumera solamente 22 libros del Antiguo Testamento, es decir, los protocanónicos. Además, omite Ester, pero añade Baruc con la carta de Jeremías. Después cita otros libros no canónicos (gr: “ou kanonizómena”), compuestos por los Padres, que han de ser leídos a los catecúmenos: la Sabiduría, Eclo, Est, Jdt, Tob, Didajé, Pastor de Hermas62. De éstos han de ser distinguidos los apócrifos, que no deben ser leídos. En la práctica parece que también San Atanasio usa los deuterocanónicos como inspirados, sin distin­guirlos de los protocanónicos63.

San Cirilo de Jerusalén (+ 386) admite solamente los 22 libros protocanónicos, incluyendo entre ellos a Baruc y la carta de Jeremías. También conoce los libros apócrifos y aquellos “de los cuales se duda” (gr. “amfiballómena”), probablemente los deuterocanónicos, los cuales son casi todos citados en su Catequesis como inspirados64. San Cirilo prohíbe a los catecúmenos leer tanto los libros apócrifos como los inciertos o deuterocanónicos65. Sin embargo, esta prohibición no le impide usar los deuterocanónicos como Libros Sagrados con fuerza probativa.

SAN EPIFANIO (+ 403), de igual manera, nos da la lista de los libros protocanónicos del Antiguo Testamento, que, según él, son 22, conforme a las letras del alefato hebreo. Entre los protocanónicos enumera a Est, Bar y la carta de Jer. Respecto del libro de la Sabiduría y del Eclesiástico afirma que son dudosos (gr. “en amfilekto”). Los demás los considera como apócrifos (enapókryfa)66. En la práctica también cita los deuterocanónicos con frecuencia, y a veces con la fórmula: “movido por el Espíritu Santo”, o “dicho del Espíritu Santo”67.

San Gregorio Nacianceno (+ 389) sólo admite 22 libros del An­tiguo Testamento, de entre los cuales falta Ester. No alude para nada a libros de otras categorías. En sus obras, sin embargo, usa con cierta frecuencia muchos de los deuterocanónicos68

San Anpiloquio (+ después de 394) habla de tres, categorías de libros: los ciertos (gr. “asfaléis”), que son los protocanónicos, menos Es­ter. Todos los demás son pseudónimos(gr. “pseudónymoi”). Pero entre éstos hay dos grupos: “los intermedios y próximos a la verdadera doctrina”, que tal vez sean los deuterocanónicos, y los “apócrifos”, que son falsos y seductores69. Pero, a semejanza de los anteriores Padres, cita también los deuterocanónicos70.

Durante el siglo V las dudas acerca de los deuterocanónicos van disminuyendo bastante sensiblemente. Sólo encontramos algún que otro testimonio de escritores orientales que todavía rechazan los deuterocanónicos[71]. Sin embargo, las dudas de los Padres orientales fueron penetrando en Occidente, logrando influir sobre ciertos Padres latinos, que llegaron a dudar o re­chazar la inspiración de los libros deuterocanónicos. Así pien­san, entre otros:

San Hilario de Poitiers (+ 366), que admite solamente los 22 li­bros protocanónicos, según las letras hebreas. Pero él mismo advierte que algunos añaden Tobías y Judit, con lo que obtienen el número 24 de las letras griegas72. En la práctica, empero, usa casi todos los libros deuterocanónicos73, considerándolos corno Escritura sagrada o profecía.

Rufino (+ 410) distingue tres clases de libros: los que fueron reci­bidos por los Padres en el canon, es decir, los protocanónicos, de los que enumera 22; los eclesiásticos, que han de ser leídos en la iglesia, pero que no pueden ser aducidos como autoridad para confirmar la fe. Estos son: Sab, Eclo, Tob, Jdt, 1-2 Mac. Y, finalmente, los apócri­fos, que no pueden ser leídos en la iglesia74. Sin embargo, también él cita los deuterocanónicos, y a veces como Escritura sagrada75. Por otra parte, es de Rufino la siguiente afirmación: “Id pro vero so­lum habendum est in Scripturis divinis, quod LXX interpretes tran­stulerunt: quoniam id solum est quod auctoritate apostolica confirma­tum est” (“debemos considerar como verdadero en las Escrituras divinas sólo aquello que los traductores de la versión de los LXX nos transmitieron, ya que sólo eso ha sido confirmado por la autoridad apostólica”)76. Ahora bien, la versión griega de los LXX contenía tam­bién los libros deuterocanónicos; luego parece que Rufino admitía de algún modo la autoridad canónica de dichos libros.

San Jerónimo (+ 420) parece que en un principio consideró todos los deuterocanónicos como sagrados y canónicos, pues seguía la ver­sión de los LXX, que los contenía todos. Sin embargo, a partir del año 390 en que empezó su versión directa del hebreo, influido, según parece, por sus maestros judíos, sólo admite los libros conte­nidos en la Biblia hebrea. En este sentido nos dice en el Prólogo galeato: “Hic prologus Scripturarum, quasi galeatum principium, omni­bus libris, quos de hebraeo vertimus in latinum, convenire potest, ut scire valeamus, quidquid extra hos est, inter apocrypha esse ponen­dum. Igitur, Sapientia quae vulgo Salomonis inscribitur, et lesu filii Sirac liber (Eclo) et Iudith et Tobias et Pastor non sunt in canone. Machabaeorum primum librum hebraicum repperi. Secundus grae­cus est” (“este prólogo de las Escrituras, como inicio galeato, lo encuentro oportuno en este lugar, donde traducimos los libros del hebreo al latín, de modo que sea a todos conocido que lo que no se encuentra entre estos libros debe ser considerado entre los apócrifos. Y así, la Sabiduría que popularmente se atribuye a Salomón, y el Eclesiástico o libro del Ben Sirach, y Judit y Tobías y el Pastor no están en el canon. El primer libro de los Macabeos lo encontré en hebreo, el segundo en griego”)77. Hacia el año 397 confirma su pensamiento negando a los deuterocanónicos todo valor probativo en materia dogmática: “Sicut ergo Iudith et Tobi et Machabaeorum libros legit quidem Ecclesia, sed inter canonicas scripturas non recipit: sic et haec duo volumina (Eclo y Sab) legat ad aedificationem plebis, non ad auctoritatem ec­clesiaticorum dogmatum confirmandam” (“Y así como la Iglesia lee sin duda los libros de Judit, Tobías y Macabeos, pero no los recibe en las Escrituras canónicas, del mismo modo estos dos volúmenes -Eclesiástico y Sabiduría- los lea la Iglesia para la edificación de los fieles, pero no para confirmar la autoridad de los dogmas eclesiásticos”)78En el año 403, en una carta a Leta, en la que le da instrucciones para la educación cristiana de su hija, después de proponer el canon de los hebreos, añade esta advertencia: Caveat omnia apocrypha. Et si quando ea non ad dogma­tum veritatem, sed ad signorum reverentiam legere voluerit, sciat… multa his admixta vitiosa” (“Tenga cuidado con todos los apócrifos. Y si de todos modos quisiera leerlos, no para fundamentar la verdad de los dogmas, sino por la reverencia de lo que representan, sepa que… en ellos hay mucho de defectuoso”)79. Rechaza las partes deuterocanónicas de Ester y de Daniel (en los prefacios a ambos libros)80, lo mismo que Baruc y la carta de Jeremías, porque los hebreos no los consideran como sagrados y canónicos81.

En otros lugares de sus obras no se muestra tan tajante respecto de los deuterocanónicos. De ahí que traduzca hacia 390-391 el libro de Tobías a instancias de algunos amigos. Advierte, sin embargo, que los hebreos lo consideraban como apócrifo; pero justifica su decisión de traducirlo diciendo: “melius esse iudicans pharisaeorum displicere iudicio et episcoporum iussionibus deservire” (“es mejor oponerse al juicio de los fariseos y obedecer las ordenanzas de los obispos”)82. De igual modo tra­duce Judit, después que varios amigos se lo hablan pedido, pero pro­testa que los hebreos lo tenían por apócrifo, y afirma que su “auctori­tas ad roboranda illa quae in contentionem veniunt, minus idonea iudicatur” (“la autoridad de estos libros para fundamentar aquellas verdades que se ponen en discusión es tenida por menos idónea”)83. En el año 394 dice refiriéndose a Judit: “Legimus in Iudith, si cui tamen placet volumen recipere” (“Leemos en el libro de Judit –si se quiere aceptar este libro- que…”)84; en 397 pone el libro de Judit al lado de Rut y Ester: “Rut et Esther et Iudith tantae gloriae sunt, ut sacris voluminibus nomina indiderint” (“Rut, Ester y Judit son nombres de tanta gloria que llegaron a dar sus nombres a los libros santos”)85.Y hacia 405, hablando del mismo libro de Judit, escribe: “Hunc librum syno­dus nicaena in numero sanctarum Scripturarum legitur computas­se” (“el concilio de Nicea consideró que este libro forma parte de las Sagradas Escrituras”)86. De Tobías dice también en otra ocasión: “Liber… Tobiae, licet non habeatur in canone, tamen usurpatur ab ecclesiasticis vi­ris” (“El libro de Tobías, si bien no está en el canon, sin embargo lo usan frecuentemente los hombres de iglesia”)87.

El santo Doctor cita también frecuentemente los deuterocanónicos, considerándolos como Escritura sagrada88. Han sido contadas alrededor de unas doscientas citaciones de los libros deuterocanónicos en San Jerónimo89.

Sin embargo, es hoy opinión bastante común que San jerónimo, después del año 390, negó la inspiración de los deuterocanónicos del Antiguo Testamento y los excluyó del canon. Téngase en cuenta que ésta era una opinión suya personal y privada, que nada tenía que ver con la doctrina y la enseñanza de la Iglesia, como veremos.

Se debe advertir, sin embargo, que la opinión que rechazaba los deuterocanónicos o les atribuía menor autoridad fue patri­monio de una minoría de Padres. La mayor parte de los Padres griegos y latinos de los siglos IV y V consideran los deuterocanó­nicos como sagrados e inspirados90. Entre estos podemos con­tar a San Basilio Magno (+379)91, San Gregorio Niseno (+395)92, San Ambrosio (+396)93, San Juan Crisóstomo (+407)94, Orosio (+ hacia 417)95, San Agustín (+430)96, San Círilo Alejandrino (+444)97, Teodoreto de Ciro (+458)98, San León Magno (+461), San Isidoro de Sevilla (+636) y los Padres de la Iglesia siríaca, Afraates y San Efrén99.

Los Padres citados, y otros más que pudiéramos citar, con­sideran los deuterocanónicos como Libros Sagrados. Pero no todos citan el catálogo completo de los libros deuterocanónicos, porque se sirven de ellos de ordinario de una manera ocasional. Basta que citen alguno de los deuterocanónicos como Escritura sagrada para que se salve el principio de que los deuterocanóni­cos tienen la misma autoridad que los protocanónicos.

Los códices griegos de los siglos IV y V que han llegado hasta nosotros confirman la tradición patrística, pues contienen los deuterocanónicos. Pero éstos no están puestos al final, como en apéndice, sino en su lugar determinado. Así nos los presentan los códices principales Sinaítico (S), Vaticano (B) y Alejandrino (A).

Otra prueba fuerte de la canonicidad de los deuterocanóni­cos nos la dan los concilios provinciales africanos de Hipona (año 393 d.C.) y el III y IV de Cartago (años 397 y 419), que nos presentan el catálogo completo de los Libros Sagrados, incluyendo también los deuterocanónicos. El papa S. Ino­cencio I, en una carta al obispo de Tolosa, Exuperio, del año 405, da también el catálogo completo de los libros canó­nicos100.

4. RETORNO A LA UNANIMIDAD.- (s. VI y posteriores).- A par­tir de fines del siglo V las dudas acerca de los deuterocanónicos van desapareciendo. De este modo se restablece en el siglo VI la unanimidad, que no es oscurecida por algunas voces discor­dantes, las cuales todavía dudan de la inspiración de los deu­terocanónicos. Estas son bastante raras en Oriente; menos ra­ras en Occidente, en donde la autoridad de San Jerónimo ejerció un gran influjo, haciendo que algunos dudasen hasta la época del concilio Tridentino. Sin embargo, ya en el siglo VII, San Isidoro de Sevilla expresaba muy bien el sentir de la Iglesia con estas palabras: “Quos (deuterocanónicos libros) li­cet Hebraei inter apocrypha separent, Ecclesia Christi tamen inter divinos libros et honorat et praedicat” (“aunque los hebreos cuenten a estos libros –los deuterocanónicos- entre los apócrifos, sin embargo la Iglesia de Cristo los honora y predica como libros divinos”)101.

 Entre los griegos todavía no admiten el canon comple­to los siguientes Padres: Teodoro de Mopsuestia (+428)102, Leoncio Bizantino (+ 543)103, San Juan Damasceno (+ hacia 754)104 y Nicéforo Constantinopolitano (+829)105. Entre los latinos dudan aún de la canonicidad e inspiración de los deuterocanónicos: Yunilio Africano (+ hacia 550)106, San Gregorio Magno (+604)107, Walafrido Estrabón (+849)108, Roberto de Deutz (+1135)109, Hugo de San Víctor (+1141)110, Hugo de San Caro (+1263)111, Nicolás de Lira (+1340)112, Alfonso Tostado (+1455 )113, San Antonino de Florencia (+1459)114, Dionisio Cartujano (+1471)115 y el cardenal Tomás de Vío Cayetano (+1534)116.

Santo Tomás de Aquino (+1274) equipara los deuteroca­nónicos a los demás libros de la Sagrada Escritura, como se ve claramente por un discurso académico del 1252, descubierto en 1912 por el P. Salvatore117, en el cual menciona todos los libros de la Biblia tanto los proto como los deuterocanónicos. Por eso, las dudas expresadas con anterioridad por algunos autores respecto del pensamiento de Santo Tomás 219, no tie­nen apoyo alguno.

5. DECISIONES DE LA IGLESIA RESPECTO DEL CANON BÍBLICO.-  La Iglesia cristiana ha considerado siempre los libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento como inspirados, y los ha recibido con la misma reverencia y veneración que los protocanónicos. Esta fue la causa de que dichos libros fueran leídos en las asambleas litúrgicas ya desde los primeros siglos de la Iglesia. 

Las primeras decisiones oficiales de la Iglesia de nosotros conocidas son del siglo IV. El concilio Hiponense (año 393) establece, en efecto, que “praeter Scripturas canonicas nihil in Ecclesia legatur sub nomine divinarum Scripturarum” (“en la Iglesia no se lea con el nombre de Escrituras divinas nada sino sólo las Escrituras canónicas”), y a continuación da el catálogo completo de los Libros Sagrados118. Este mismo canon es propuesto por los concilios III y IV de Cartago, celebrados los años 397 y 419 respectivamente119, y por el papa San Inocencio I en una carta suya al obispo tolosano Exuperio (año 405)210.

Los griegos recibieron el canon completo del concilio IV de Cartago en el concilio Trulano II (año 692)121. Y lo mismo hizo Focio (+891)122. Hay ciertos autores que afirman que el sínodo Niceno (año 325) ya había determinado el canon de los Libros Sagrados; sin embargo, parece más verosímil negar esto, ya que en los cánones conciliares que han llegado hasta nosotros nada se dice del canon de los Libros Sagra­dos. En cuanto al canon 60 del concilio Laodicense (ha­cia 360), que enumera del Antiguo Testamento solamente los libros protocanónicos, incluyendo Baruc, se sabe hoy que no es auténtico, sino una adición antigua hecha a los cánones de dicho concilio123.

El Decreto Gelasiano da el canon completo de las Sagradas Escrituras124. Este decreto es atribuido también a San Dá­maso I (366-384) y a San Hormisdas (514-523). Sin embargo, hoy día los críticos suelen negar su autenticidad. No se trata­ría de un documento proveniente de una autoridad pública, como un concilio, o un papa, sino de una obra privada compues­ta por un clérigo en la Galia meridional o en la Italia septen­trional a principios del Siglo VI. Otros críticos, en cambio, defienden su autenticidad.

También son testimonios de la tradición eclesiástica de esta época los catálogos de los Libros Sagrados que se encuentran en algunos antiguos códices de la Sagrada Escritura. El códice Claromontano (DP), compuesto en el siglo V-VI, contiene el canon del siglo III-IV, con los libros deuterocanónicos125. El Canon Mommseniano, del siglo IV, también nos presenta el canon completo126.

La enseñanza tradicional sobre el canon fue confirmada solemnemente por el concilio Florentino, el cual en el decreto pro Iacobitis (4 febrero 1441), da el canon completo de los Libros Sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento, incluyen­do todos los deuterocanónicos127. “(La Iglesia) profesa-afir­ma el concilio-que el mismo y único Dios es el autor M Antiguo y del Nuevo Testamento…. ya que bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo hablaron los santos de uno y otro Testamento, cuyos libros recibe y venera …”128.

Y, finalmente, el concilio Tridentino, para salir al paso de los protestantes, que negaban los deuterocanónicos del Anti­guo Testamento, define solemnemente el canon de las Sagradas Escrituras. En la sesión 4ta., del 8 de abril de 1546, se promul­ga el solemne decreto, que dice: “El sacrosanto ecuménico y general concilio Tridentino… admite y venera con el mismo piadoso afecto y reverencia todos los libros, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento… Y si alguien no recibiera como sagrados y canónicos estos libros íntegros con todas sus par­tes, como ha sido costumbre leerlos en la Iglesia católica, y se contienen en la antigua versión Vulgata latina, o si desprecia­re a ciencia y conciencia las predichas tradiciones, sea ana­terna”129.

El concilio Vaticano I, con el propósito de disipar algunas dudas aisladas, que aún subsistían en algún que otro autor católico acerca de la autoridad de los libros deuterocanónicos, renovó y confirmó el decreto del concilio Tridentino. Y de­claró solemnemente: “Si alguno no recibiere como sagrados y canónicos los libros de la Sagrada Escritura íntegros, con todas sus partes, como los describió el santo sínodo Tridentino, o negase que son divinamente inspirados, sea anatema”130.

Finalmente, el concilio Vaticano II vuelve a repetir y con­firmar la doctrina de los dos precedentes concilios, con estas palabras: “La santa madre Iglesia, fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Tes­tamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia” (Const. dogmática Dei Verbum c.3 n.11).

6. El canon del Antiguo Testamento en las otras iglesias cristianas.-

a) La Iglesia siríaca: Entre los sirios ha existido una tradición bastante parecida a la de la Iglesia cató­lica, en lo que se refiere a los libros deuterocanónicos del An­tiguo Testamento. La mayor parte de sus escritores los consi­deran como inspirados y canónicos. El monofisita Jacobo Ede­seno (+ 708) admite Bar, Est, Jdt, Sab, Eclo. Gregorio Barhebreo (+ 1286) comenta en sus escritos Dan 3 y 13, Sab, Eclo y también cita Bar y Mac. El escritor nestoriano Iso’dad (+852) presenta un canon de 22 libros; Pero Ebed Jesu (+1318) enumera en su catálogo la mayoría de los deutero­canónicos, lo mismo que Ibn Chaldun (+ 1406). La antigua Iglesia siríaca también admitía los deuteroca­nónicos, como nos lo prueba el catálogo de los Libros Sagrados del siglo IV que ha llegado hasta nosotros131.

b) La Iglesia etiópica también admite el canon completo del Antiguo Testamento, al cual ha incorporado algunos libros apócrifos, como el 4 Esd, 3 Mac, Henoc132.

c) La Iglesia copta y la armena admiten el canon completo del Antiguo Testamento. Pero, a semejanza de los etíopes, admiten ciertos libros apócrifos. Los coptos añaden el sal­mo 151 y el 3 Mac133, y los armenos incluyen el 3 Esd, 3 Mac, Testamento de los XII patriarcas, etc.

d) Griegos ortodoxos. La Iglesia griega admitió el canon completo del Antiguo Testamento desde el concilio de Trulo (año 692) hasta el siglo XVII. Focio mismo, autor del cisma, admitió los deuterocanónicos134. Sin embargo, en el siglo XVII, bajo la influencia de los protestantes, comenzaron a aparecer ciertas dudas acerca de dichos libros. Fue principalmente Ci­rilo Lucaris (+ 1638), patriarca de Constantinopla, el cual, contagiado de calvinismo, rechazó los deuterocanónicos con­siderándolos como apócrifos135. Empero, el sínodo de Cons­tantinopla celebrado el año 1638 bajo el sucesor de Cirilo Lucaris, Cirilo Contar¡, y los sínodos de Yassi (año 1642) y de Jerusalén (1672), condenaron la sentencia de Cirilo Lucaris y aceptaron el canon completo de los Libros Sagrados, inclu­yendo los deuterocanónicos.

A mediados del siglo XVIII, bajo la influencia de la Iglesia rusa, comenzaron a reaparecer las dudas sobre los deutero­canónicos, que encontraron eco en bastantes teólogos grie­gos. Hoy la canonicidad de estos libros es rechazada por mu­chos. Y como no ha habido todavía una decisión oficial de la Iglesia griega a este respecto, la admisión o la negación de los deuterocanónicos es en la actualidad una opinión libre.

e) La Iglesia rusa hasta el siglo XVII aceptó el canon com­pleto del Antiguo Testamento. Pero a finales del siglo XVII el emperador Pedro el Grande (1689-1725), por razones nacio­nalistas, separó la Iglesia rusa de la griega ortodoxa y suprimió el patriarcado, instituyendo en su lugar el Santo Sínodo. En esta obra fue ayudado eficazmente por el obispo Teófanes Pro­kopowitcz, el cual, entre otras cosas, negaba la canonicidad de los deuterocanónicos del Antiguo Testamento136. Esta opinión fue aceptada por muchos teólogos, e incluso llegó a ser apro­bada por el Santo Sínodo137. De ahí que hoy día sean muchos los que rechazan la canonicidad de los Deuterocanónicos 251.

f) Los protestantes, por el hecho de negar la autoridad de la Iglesia, se vieron obligados a determinar el canon apoyán­dose en testimonios históricos o en criterios internos y subjetivos. Por esta razón, los protestantes conservadores, siguiendo la autoridad de San Jerónimo, rechazan todos los deuterocanónicos del Antiguo Testamento, considerándolos como apó­crifos138. El primero en negar la canonicidad de los deuterocanóni­cos fue Carlostadio, en 1520, cuyo nombre verdadero era An­drés Bodenstein139. Por eso, la Biblia de Zurich de 1529 los coloca en apéndice. Pronto le siguió Lutero, el cual, en su pri­mera traducción alemana de la Biblia (año 1534), los coloca en apéndice bajo el título de apócrifos140. En 1540 también Calvino rechazó los deuterocanónicos.

Las diversas confesiones protestantes rechazaron igualmen­te la canonicidad de los deuterocanónicos. No obstante, la Confesión galicana (1559)141, la Confesión anglicana (1562), la Confesión belga (1562) y la II Confesión helvética (1564) aún los conservan en apéndice al final de la Biblia. En el sí­nodo de Dordrecht (Holanda), año 1618, algunos teólogos calvinistas pidieron que los libros apócrifos142, es decir, los deuterocanónicos, fueran eliminados de las Biblias. El sínodo decidió seguir un camino medio, ordenando que en adelante se imprimieran en caracteres más pequeños. Esta costumbre la han seguido en general los luteranos hasta hoy día. En­tre los años 1825-1827, y de nuevo en los años 1850-1853, tuvieron lugar en Inglaterra duras controversias acerca de la recepción en la Biblia de los deuterocanónicos. Esto llevó a la Sociedad Bíblica Inglesa a la determinación (3 mayo 1826) de no imprimir en adelante los libros deuterocanónicos junto con el resto de la Sagrada Escritura. Los protestantes liberales mo­dernos, como niegan el orden sobrenatural, también niegan el concepto de inspiración y de canonicidad. Para éstos, todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento son escritos meramente humanos, y el canon se ha ido formando bajo el influjo de causas fortuitas, como puede suceder en cualquier otra literatura profana143.


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NOTAS


[1] Contra Apion 1,8.

[2] 4 Esdr 14,37-48.

[3] Talmud de Babilonia (Baba bathra 14b-15a)

[4] Cf. H. E. Ryle, Philo and Holy Scripture (Londres 1895).

[5] El número 22 corresponde a las letras del alefato hebraico. Esta misma cifra de 22 libros es corroborada por Melitón de Sardes (Eusebio, Histo Eccl 4,26), Orígenes (Expos. in Ps. I), San Atanasio (Epist. Fest. 39), San Cirilo de Jerusalén (Catech. 4,33,35I, San Gregorio Nacianceno (Carm. 1,12), Rufino (In symb. 37), San Jerónimo (Prol. gal.), San Epifanio (Mens. et pond. 4s.22.)San Isidoro de Sevilla (Etim.. 16,10).

[6] Los 13 libros de los profetas son: Jos, Jue-Rut, Samuel, Re, Crón, Esdras-Nehemías, los 12 profetas menores, Is, Jer-Lam, Ez, Dan, Job, Est.

[7] Esos otros cuatro libros deben de ser: Salmos, Prov, Cant, Ecl. Cf. W. Fell, Der Bibelkanon des Josephus: BZ (1909) 1-16. 113-122. 235-244)

[8] El número 24 proviene probablemente del alfabeto griego. Esta enumeración reúne de dos en dos los libros de Sam, los dos de los Re, los dos de las Crónicas y los de Esd y Neh; los 12 profetas menores forman también una sola unidad.

[9] Talmud significa “enseñanza, doctrina”, porque recoge la enseñanza de los rabino. Consta el Talmud de dos partes: la Mishna y la Guemara. La Mishna fue compilada a finales del siglo II d.C., en Tiberíades, por el rabino Judá han-Nasi, en la que se mencionan cerca de 150 rabinos, que ordinariamente se llaman Tannaítas. La Guemara es como el complemento del Talmud por los rabinos posteriores, llamados Amoraim, que expusieron la Mishna en Palestina desde el año 219 al 359, y en Babilonia desde el 219 al 500 d.C. Por eso, la primera es conocida como la revisión palestinense, y la segunda como revisión babilónica.

[10] Baraita = “externo”, indica el material que ha sido transmitido por los rabinos, pero que no ha sido incorporado a la Mishna.

[11] Núm 23-24.

[12] Se refiere a Deut 34,5-12: muerte de Moisés.

[13] Baba Bathra 14b-15a. Cf. H. Strack – P. Billerbeck, Kommentar zum N.T. aus Talmud und Midrasch IV p. 424s.

[14] Así San Ireneo, Clemente de Alejandrino, Orígenes, Tertuliano, San Juan Crisóstomo.

[15] Ch. D. Ginsburg, The Massoreth hammasoreth (Londres 1867) p. 111.

[16] Esd 7,6.11; Neh 8-10.

[17] Contra Apión 1,8.

[18] Cf. J. T. Milik, Dieci anni di scoperte nel deserto di Giuda (Turín 1957) p. 23.

[19] Cf. Sab 7,27.

[20] Por los documentos de Qumrán sabemos que éstos leían y usaban algunos de los deuterocanónicos. Cf. J. T. Milik, Dieci anni di scoperte nel deserto de Giuda (Turín 1957) p. 23.

[21] Este es el orden que tienen en el códice Vaticano (B): Gén, Ex, Lev, Num, Deut, Los, Jue, Rut, 1-2 Sam, 1-2 Re, 1-2 Crón, Esd-Neh, Sal, Prov, Ecl, Cant, Job, Sap, Eclo, Est, Jdt, Tob, Os, Am, Miq, Jl, Abd, Jon, Nah, Hab, Sof, Ag, Zac, Mal, Is, Jer, Bar, Lam, Carta de Jer (=Bar 6), Dan. Faltan 1-2 Mac, pero se encuentran en el Sinaítico y en el Alejandrino. El B reproduce el orden de manuscritos antiguos griegos.

[22] En la Geniza de una Antigua sinagoga de El Cairo se ha encontrado una gran parte del texto hebreo del Eclo, entre los años 1896-1900.

[23] Cf. Chagiga 2,1; Sanhedrin 10b. Ver S. Schechter, The Quotations from Ecclesiasticus in Rabbinic Literature, Jewish Quarterly Review (1891) 687-706.

[24] Talmud babilónicoErubin 65a; ibid. baba kama 92b.

[25] Los Midrashim son una exposición libre y a veces arbitraria del texto bíblico.

[26] Praef. In Tob.

[27] Const. Apost. 5,20.

[28] Yoma 29a.

[29] Hanukkah significa “consagración”. Ver 1 Mac 4.

[30] Contra Apión 1,1.

[31] En Eusebio, Hist. Ecl. 6,25.

[32] San Jerónimo, Prol. gal.

[33] Sab 2,13.18 = Mt 27,43; Sab 3,8 = 1 Cor 6,2; Sab 4,10 = Heb 11,5; Sab 5,18-21 = Ef 6,14.16s; Sab 6,4.8 = Rom 2,11; 13,1; Sab 12,24-15.19 = Rom 1,19-32.

[34] San Epifanio, Haer. 8,6.

[35] C. Orig. 18.

[36] Dan 13.

[37] Mc 7,13; Rom 3,2.

[38] Est formula era: “está escrito”, “se halla escrito”, y otras semejantes.

[39] Cristo y los apóstoles atribuyen a la Sagrada Escritura una autoridad absoluta. De ahí que todo lo que esté escrito en ella ha de verificarse (Mt 21,42; 26,24.31.54.56; Lc 4,21; 18,31; Jn 5,34-39, etc.). El motIVo por el cual Jesucristo y los apóstoles atribuyen a las Escrituras tan gran autoridad es por su origen dIVino. Este origen dIVino se expresa en el N. T. con dIVersas fórmulas: «Predijo el Espíritu Santo por boca de David, (Act 1,16; 3,18.21); «Dios, que por sus profetas había prometido en las santas Escrituras» (Rom 1,2); «bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías» (Act 28,25).

[40] Cf. R. CORNELY, Introductio generalis: CSS (París 1894) n.31; H. H. SWETE-R. R. OTTLEY, An Introduction to the Old Testament in Greek (Cambridge 1914) 381-405.

[41] Cf. Epist 82 ad Hieron5,35. Dice literalmente que dicha traducción grieta (LXX) era “ab Apostolis approbata”.

[42] Cf. Epist. 1 ad Cor 22,4-6.

[43] Cf. Epist. 1 ad Cor 27,5 (=Sap 11,22; 12,12); 59,3 (=Eclo 16,18s).

[44] Cf. Epist. ad Philip. 10,2.

[45] Cf. Sim 5,3,8 (=Eclo 18,30); Mand. 5,2,3 (=Tob 4,19); Mand. 1,1 (=2 Mac 7,28); Mand. 1,1 (=Sab 1,14).

[46] Cf. Diálogo con Trifón 120.

[47] Cf. Adv. Haer. 5,31,1.

[48] Cf. Adv. Haer. 4,5,2; 4,26,3.

[49] Cf. Adv. Haer. 4,38,3.

[50] Aduce Jdt 8,27 en Strom. 2,7,35: MG 8,969; Tob 4,16 en Strom. 2,23: MG 8,1089; cita el libro de la Sab 25 veces, el de Bar 24 veces y el del Eclo 50 veces, especialmente en el Pedagogo. También alude a las partes deuterocanónicas de Dan y Est en Strom. 1,21; MG 8,852s. Es probable que también aluda al 2 Mac 1,10 en Strom. 5,14: MG 9,145.

[51] In Matth. Comm., serm. N. 61. Cita unas 40 veces la Sab y unas 70 veces el Eclo, y los llama “palabra divina” (Conra Celso 3,72; 8,50). Tob y Jdt, Dan y Est son considerados como sagrados y recibidos por la Iglesia (Ep. Ad Africanum n. 2.4.9,13). También aduce 2 Mac 7,28 en De Princ. 2,1,5, y bar 3,9-13 en Hom. In  Jer. 7,3).

[52] Cf. De cultu fem. 1,3.

[53] Cf. ML 4,651-780.

[54] Cf. MG 10,677-807.

[55] Cf. Dan 3,24ss mejor que Dan 3,19.

[56] Cf.G. Wilpert, Pitture delle catacombe romane (Rorna 1903) pp .39, 52, 112, 265, 307-316, 327-337; C. Kaufmann, Handbuch der christlichen Archeologie (Paderborn 1922) 316ss; F. Grossa-Gondi, I monumenti crisitiani iconografici e architettonici dei sei primi secoli (Roma 1923) 12-14; O. Marucchi, Manuale de Archeologia cristiana (Roma 1933) pp. 312-314; G. Wilpert, La fede della Chiesa nascente (Cittá del Vaticano 1938) pp. 121ss.

[57] Las pinturas de las catacumbas romanas van desde el siglo II hasta el V.

[58] Cf. Eusebio, Hist. Eccl. 4,26,12-14.

[59] Cf. De Or. 14,4.

[60] Cf. Comm. In Protocanónicos. 1 en Eusebio, Hist. Ecl. 6,25,1s.

[61] Cf. A. Merk, Origenes und der Kanon des A. T.: Bi (1925) 200-205; J. Ruwet, Les «antilegomena» dans les oeuvres d’Origéne: Bi 23 (1942) 18-42; 24 (1943) 18-53; idem, Les apocryphes dans les oeuvres d’Origéne: Bi 25 (1944) 143-166.311-344.

[62] Cf. Epist. Fest.. 39.

[63] Cf. J. Ruwet, Le canon alexandrin des Écrittires. S. Athanase. Appendice: Le canon ale­xandrin d’aprés S. Athanase: Bi 33 (1952) 1-29.

[64] Cita el Eclo en Catech. 2,15; 9,6; 11,19: MG 33,404.644.716; la Sab en Catech. 9,2: MG33,640, y Dan en ibid., 2,15s; 14,25; 16,31: MG 33,421.639.857.961.

[65] Cf. Catech. 4,33-36.

[66] Cf. Haer. 8,6; 76,5; De mens. et pond.4 y 22s.

[67] Cf. Haer. 24,6; 30,25.

[68] Cita el libro de la Sab en Or. 28,8: MG 36,34; el Eclo en Or. 37,6,18: MG 36,290.304; el libro de Bar en Or. 30,13: MG 36,121; el de Dan 3,14 en Carm. praecept, ad virg. 177-184: MG 37,592s, y Dan 13, en Or. 36,7; MG 36,273;Carm. 1,12: De veris Scripturae libris: MG 37,472

[69] Cf. Carm. ad Seleucum 251-324.

[70] Cf. Or. 2,4; 1,2.

[71] Cf. Cánones apostólicos (hacia 400): cf. F. X. Funk, Didascalia,et constitutiones apostolo­rum (Paderbom 1905) p. 590s. El Pseudo-Atanasio, en su obra Synopsis Scripturae Sacrae 1,2.3.39.41s, da 22 libros.

[72] Cf. Prol. in Ps. 15.

[73] Cf. In Ps. 52,19: ML 9,335; In Ps. 66,9: MI- 9,441; In Ps. 78,9: ML 9,482; Trin. 4,42: ML 10,127; In Ps. 118,2.8; 127,9; 135,11: ML 9,514.708.775; In Ps. 125,6: ML 9,688.

[74] Cf. Comm. in symb. apost. 36-38.

[75] Cf. Comm. in symb. apost. 5 y 46: ML 21,344.385; Bened. Ioseph 3; Bened. Beniamin 2: ML 21,332s; Apol. 2,32-37: ML 21,611-616.

[76] Cf. Interpretatio historiae Eusebianae 6,23, en Rufini vita 17,2: ML 21,270. Cf. M. Stenzel, Der Bibelkanon des Rufin von Aquileia: Bi 23 (1942) 43-61.

[77] Cf. Prol. in libr. Samuelis et Malachim.

[78] Cf. Praef. in libr. Salomonis.

[79] Cf. Epist. 107 ad Laetam, 12.

[80] Rufino se escandalizaba de que San Jerónimo rechazase las partes deuterocanónicas de Daniel y las defiende valientemente contra el monje de Belén (cf. Rufino, Apol. 2,32-35).

[81] Cf. Prol. comm. in Ier. A propósito de San Jerónimo se pueden consultar los siguientes trabajos: L. Sanders,Études sur Saint Jéróme (Bruselas-Paris 1903) p.196-267; P. Gaucher, St. Jéróme et l’inspiration des livres deutérocanoniques: Science catholi­que 18(1904) 193-210-334-359.539-555.703-726; L. Schade, Die Inspirationslehre des Heiligen Hieronymus: BS 15,4-5 (1910) 163-211; L. H. Cottineau, Chronologie des versions bibliques de St. Jéróme: Miscellanea Geronimiana (Roma 1920) 43-68; F. Cavallera, St. Jéróme: Sa vie et son oeuvre (París 1922) 23-63.153-165; A. Penna, Principi e carattere del’esegesí  di S. Gerolamo (Roma 1950); H. H. Howort, The Influence of  St. Jerome on the Canon of the Western Church: JTS (1909) 481-496; (1910) 231-247; (1912) 1-8 (véase Bi, 1920,  554.561).

[82] Cf. Prol. in Tob y Prol. in Io.

[83] Praef. in libr. Iudith

[84] Cf. Epist. 54 ad Furiam, 16.

[85] Cf. Epist. 65 ad Principiam 1-2.

[86] Cf. Praef. in libr. Iudith

[87] Cf. Prol. in Io.

[88] En 406 cita Sab, diciendo: “Scriptum est, si cui tamen placet librum recipere” (“Está escrito –si se quiere aceptar este libro- que…”), en Comm. in Zach. 8,4; el Eclo es aducido con la fórmula: “dicente Scriptu­ra Sancta” (“como dice la Escritura Santa”), en Comm. in Is 3,12 y Epist. 118 ad Iulian. 1;  Judit es citado anteponiendo la expresión “legimus in Scripturis” (“leemos en las Escrituras”), en Comm. in Matth. 5,13; de Tobias habla en elComm in Ecl 8.

[89] Cf. J. Ruwet, De Canone, en Institutiones Biblicae 1, p. 113 n. 31.

[90] Los textos de los Padres en que hablan de los deuterocanónicos como inspirados y ca­nónicos se pueden ver en S. M. Zarb, De historia canonis… p.151ss.

[91] Este Padre cita todos los deuterocanónicos. Véase S. M. Zarb, o.c., p.16s.

[92] También San Gregorio emplea todos los deuterocanónicos: S. M. Zarb, o.c., p. 168s.

[93] Usa igualmente todos estos libros. Cf. J. Balestri, Biblica introductionis generalis elementa (Roma 1932) n. 284; S. M. Zarb, o. c., p. 175s.

[94] Este gran comentarista emplea también todos los deuterocanónicos. Cf. S. M. Zarb, o. c., p. 157-160; L. Dennefeld, Der alt. Kanon der antiochenischen Schule: BS 14,4 (1909) 29-38; Ch. Baur, Der Kanon des Hl. Johan. Chrysostomus: ThQ (1924) 258-271.

[95] Cita la mayor parte de los deuterocanónicos: S. M. Zarb, o. c., p. 190.

[96] Da el catálogo de los Libros Sagrados, entre los cuales están todos los deuterocanónicos (Doct. Christ. 2,8,13: ML 34,41). Cf. C. J. CostelloSt. Augustine’s Doctrine on the Inspira­tion and Canonicity of Scripture(Washington 1930) p. 65-97.

[97] Cf. A. Kerrigan, St. Cyril of Alexandria Interpreter of the 0. T. (Roma 1952) p. 17ss.

[98] Usa la mayor parte de los deuterocanónicos: S. M. Zarb, o. c., p. 164s.

[99] 199 Cf. T. J. Lamy: RB 2 (1893) 13-17; J. Holzmann, Die Peschitta zum Buche der Weisheit (Friburgo 1903) 10.

[100] Cf. EB n. 16-21.

[101] Etymologiae 6,1,9.

[102] Teodoro de Mopsuestia, apoyándose en razones de crítica interna, no sólo rechazó los deuterocanónicos, sino también ciertos libros protocanónicos, como Job, Cantar de los Cantares, Esdras-Nehemías, Ester y Paralipómenos. Pero sus opiniones fueron condenadas por el concilio II de Constantinopla (a1o 553). Cf. L. Pirot,L’oeuvre exégétique de Théodore de Mopsueste (Roma 1913); J. M. Vosté, L’oeuvre exégétique de Théodore de Mopsueste au II concile de Constantinopla, RB 38 (1929) 382-395.542-554.

[103] Da el catálogo de sólo 22 libros. En la práctica, sin embargo, cita Bar, Eclo y Sab (De sectis act. 2,1-4: MG 86,1200-4).

[104] Cita 22 libros y advierte que Sab y Eclo no pertenecen al canon (De fide orthod. 4,17: MG 94,1176-80).

[105] Cf. MG 100, 1056-60.

[106] Cf. De  part. div. legis 1,3.

[107] No considera los libros de los Mac como canónicos (Moralia 19,21,34: ML 76,119).

[108] Duda de Bar y de la carta de Jer (Glossa ordin. in Bar: ML 114,63s)

[109] Tiene alguna duda sobre Sab: ML 169,1379; 170,331s.

[110] Hace distinción entre los libros canónicos, que son 22, y los libros de lectura (De Scripturis et scriptoribus sacris 6: MI- 175,15s).

[111] También distingue entre libros canónicos (son 22) y libros de edificación. Sin embargo, en sus Postiliaecomenta tanto los proto como los Deuterocanónicos.

[112] Tiene la misma división que Hugo de San Caro.

[113] No parece muy claro su pensamiento. Cf. E. Martín Nieto, Los libros deuterocanó­nicos del A. T. según el Tostado: EstAbulenses (1953) 107.

[114] Cf. Chron. 1,3,5.9; Summa Theol. 3,18,6.

[115] Niega la canonicidad de los deuterocanónicos, siguiendo a San Jerónimo.

[116] Cayetano escribió: “Iudith, Tobiae et Machabacorum libri a divo Hieronymo extra canonicos libros supputantur et inter apocrypha locantur, cum libro Sapientiae et Eccieslas­tico… Nec turberis, novitie, si alicubi repereris libros istos inter canonicos supputari vel in sacris Conciliis vel in sacris Doctoribus. Nam ad Hieronymi limam reducenda sunt tam verba Conciliorum quam Doctorum …” (“Los libros de ”), en In omnes authenticos V. T. libros comm., Paris 1546, 481s. Cf. A. Colunga, El Card. Cayetano y los problemas de introducción bíblica:CT (1918) 26-30; J. M. Vosté, Thomas de Vio Card. Caietanus sacrae paginae magister (Roma 1935) 9-12.

[117] Cf. F. Salvatore, Due Sermoni inediti di S. Tommaso d’Aquino (Roma 1912) 17-20.

[118] Cf. Mansi, Sacrorum Conciliorum nova et ampl. collectio (Florencia 1759) 3.924.

[119] Cf. EB n.19; Denz. 92.

[120] Cf. EB n.21. Cf. C. H. Turner, Latin Lists of the Canonical Books.III: From Pope Innocent’s Epistle to Exuperius of Toulouse: JTS 12 (1911s) 77-82.

[121] Se puede ver el texto en S. M. Zarb, De historia… p. 193-7.

[122] Cf. MG 104, 589-592.

[123] Cf. EB n. 12.

[124] Cf. EB n. 26.

[125] Se puede ver el texto en J. Ruwet, De Canone,  en Instituciones Bibl. I (Roma 1951) 228ss.

[126] Cf. W. Sanday, The Cheltenham List of the Canonical Books of the O. and N. T. and of the Writinqs of Cyprian: Studia biblica et ecclesiastica 3 (1891) 217-303.

[127] Cf. EB n.47; Denz. 706.

[128] «(Ecclesia) unum atque eumdem Deum veteris et novi testamenti… profitetur aucto­rem, quoniam eodem Spiritu sancto inspirante utriusque testamenti sancti locuti sunt, quo­rum libros suscipit et veneratur» (EB . 47).

[129] Sacrosancta oecumenica et generalis Tridentina synodus, omnes libros tam veteris quam novi testamenti… pari pietatis affectu ac reverentia suscipit ac veneratur… Si quis autem libros ipsos integros cum omnibus suis partibus, prout in ecelesia catholica legi con­sueverunt et in veteri vulgata latina editione habentur, pro sacris et canonicis non susceperit, et traditiones praedictas sciens et prudens contempserit, anathema sit» (EB n.57.6o).

[130] “Si quis sacrae Scripturae libros integros cum omnibus suis partibus, prout illos sancta Tridentina Synodus recensuit, pro sacris et canonicis non susceperit, aut eos divinitus inspi­ratos esse negaverit: anathema sit” (EB n. 79; Denz. 1787).

[131] Cf. A. S. Lewis, Catalogue of the Syriac Mss… : Studia Sinaitica I (Londres 1894) 11-14.

[132] Cf. A. Baumstark, Der äthiopische Bibelkanon: Oriens Christianus 5 (1905) 162-173; M. Chaine, Le canon des livres saints dans l’église éthiopienne: RSR 5 (1914) 22-39.

[133] Cf. I. Guidi, Il canone biblico della chiesa copta: RB 10 (1901) 161-174.

[134] Cf. Focio, Syntagma canonum 3: MG 104,589-592.

[135] En su obra Orientalis Confessio christianae fidei (Ginebra 1629), afirma que acepta el canon del sínodo de Laodicea que no contiene los deuterocanónicos, excepto Bar.

[136] Cf. T. Prokopowitcz, Christiana orthodoxa theologia (Leipzig 1792).

[137] Para los rusos es, pues, casi un dogma de fe la negación de la canonicidad de los deu­terocanónicos.

[138] Cf. W. H. Daubney, The Use of the Apocripha in the Christian Church (Londres 1900); H. H. Howort, The Origin and Authority of the Biblical Canon in the Anglican Church: JTS, 8 (1906s) 1-40.231-265; 9 (1907s) 188-230; 10 (1908s) 182-232.

[139] Karlstadt, De canonicis scripturis libellus (Wittenberg l520).

[140] A este propósito dice: “Apócrifos, es decir, libros que no han de ser estimados de igual modo que la Sagrada Escritura, pero que son buenos y se pueden leer útilmente”.

[141] En la Confesión de 1559 se lee: “Utiles non sunt tamen eiusmodi, ut ex iis constitui possit articulus fidei” (“son útiles pero no de tal modo que la fe pueda basarse en ellos”).

[142] Sabido es que los protestantes llaman apócrifos a los deuterocanónicos del Antiguo Testamento; y a los libros propiamente apócrifos del A. T. los designan con el apelativo de pseudoepigrafos.

[143] E. Von Dobschutz, The Abandonment of the Canonical Idea: The American Journal of Theology 19 (1915) 416-429.     

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