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La Sola Fides, la Iglesia primitiva y los Padres de la Iglesia

Cristo y los apóstoles

¿Creían los padres de la Iglesia en la doctrina de la salvación por la Sola Fe? 

Durante la época en que yo coqueteaba con el protestantismo nunca reparé en esta pregunta, pues llegué a esta doctrina por considerar que no tenía sustento en la Escritura, sin embargo, hoy día puede llegar a ser clarificador responderla, pues aunque para un fundamentalista pudiera parecer irrelevante conocer que creían los primeros cristianos respecto a esto, hay razones fundamentales para que a mí no me lo parezca. Y es que si esta doctrina fue una novedad del siglo XVI no habría -a fin de cuentas- justificación alguna para la “reforma” protestante.

Como católico estoy abierto a lo que considero legítimos desarrollos en la doctrina cristiana, pero quien se ha tomado el tiempo de estudiar la historia y los textos patrísticos va a llegar a una cruda conclusión: La doctrina de salvación por la Sola Fe (Sola Fides) no solo no fue creída antes de Lutero, sino explícitamente anatemizada y rechazada. 

¿Cómo podría ocurrir esto de ser esta una doctrina verdadera? ¿Quiere decir esto que la Iglesia estuvo ciega durante quince siglos? A un protestante se le puede hacer fácil aceptar esto, pues la mayoría de fundamentalistas sostienen que la Iglesia se “paganizó” a raíz de la conversión del emperador Constantino el Grande y su decretó sobre la libertad de culto en el edicto de Milán, sin embargo  siglos antes de Constantino, esta doctrina era rechazada como herética.

A continuación pretendo hacer una recopilación de textos patrísticos de los más preeminentes padres y escritores eclesiásticos de la Iglesia, comenzando desde los discípulos directos de los apóstoles, y con ellos demostrar que el consenso de los padres de la Iglesia creía que:

  • El hombre aunque tiene libre albedrío, no puede salvarse sin la gracia de Dios. Dios por su gracia tiene la primera iniciativa de su salvación y ejerciendo esta libertad el hombre responde y coopera con la gracia. (Entendiendo que gracia es el favor gratuito e inmerecido de Dios)
  • Dios llama a todos los hombres a la salvación y sobre todos derrama su gracia a través de Cristo, porque quiere que todos los hombres se salven. Quienes se condenan lo hacen por su propia voluntad.
  • La gracia de Dios mueve al hombre a creer en Cristo y obedecer. Sin la gracia no puede ni lo uno ni lo otro, y ni siquiera tiene la iniciativa para hacerlo.
  • Así, la salvación es gracia pero nosotros debemos cooperar haciendo uso de nuestra libertad o libre albedrio.
  • Por medio de la fe el hombre es justificado. Al ser justificado no solo es declarado justo sino hecho  justo (regenerado).
  • Luego el hombre justificado movido por la gracia debe vivir de acuerdo a la voluntad de Dios, obrando el bien y cumpliendo los mandamientos, pero es libre de no hacerlo y caer del estado de gracia de Dios.

En este sentido para salvarse no basta solo creer (Sola Fe), sino creer y luego obrar. Las obras y el cumplimiento de los mandamientos son necesarios para la salvación, pero no como moneda de pago por ella, porque es gracia.

Esto solo pretende ser un breve resumen de la doctrina católica referente a la justificación, para quienes deseen estudiar a fondo la doctrina católica respecto a estos puntos sugiero leer  los decretos de Trento [1] y el artículo sobre el mérito del Cardenal Charles Journet  [2]

La Didaché 

Considerado uno de los más antiguos escritos cristianos no-canónicos, incluido en la categoría de “padres apostólicos” y considerado por mucho tiempo anterior a muchos escritos del Nuevo Testamento. Es recientemente cuando estudios recientes señalan una posible fecha de composición posterior no más allá del 160 d.C. La traducción de J. B. Lightfoot puede consultarse en Internet. [3]

Ya en este primitivo testimonio de la fe de la Iglesia se advierte que de nada servirá haber tenido fe durante toda la vida si en el último momento no somos perfectos:

“Vigilad sobre vuestra vida; no se apeguen vuestras linternas ni se desciñan vuestros lomos, sino estad preparados, porque no sabéis la hora en que va a venir el Señor. Reuníos con frecuencia, inquiriendo lo que conviene a vuestras almas. Porque de nada os servirá todo el tiempo de vuestra fe, si no sois perfectos en el último momento.” [4]

Clemente Romano

Clemente ha sido citado frecuentemente por apologetas protestantes como partidarios de la doctrina de la Sola Fe, en base al siguiente texto:

“En conclusión, todos fueron glorificados y engrandecidos, no por méritos propios ni por sus obras o justicias que practicaron sino por voluntad de Dios. Luego tampoco nosotros, que fuimos por su voluntad llamados en Jesucristo, nos justificamos por nuestros propios méritos, ni por nuestra sabiduría, inteligencia, piedad, o por las obras que hacemos en santidad de corazón, sino por la fe, por la que el Dios omnipotente justificó a todos desde el principio.” [5]

Clemente realmente dice lo mismo que establece el concilio de Trento cuando declara que “Nada de lo que precede a la justificación, ya sea fe u obras, merece la gracia de la justificación. Porque si es por la gracia no lo es por las obras. Además como dice el Apóstol, la gracia ya no es más gracia.” (Trento, Sesión VI, “Decreto sobre la Justificación”, Cap. 8). Trento enseña así que no hay nada anterior a la justificación, incluyendo las obras (de cualquier tipo) que merezca la justificación.

En otros textos sin embargo Clemente habla de cómo los profetas fueron declarados justos no solo al creer, sino al obedecer:

“Unámonos, pues, a aquellos a quienes fue dada la gracia de parte de Dios; revistámonos de concordia manteniéndonos en el espíritu de humildad y continencia, justificados por nuestras obras y no por nuestras palabras [6]

“Tomemos por ejemplo a Enoc, quien, hallado justo en la obediencia, fue trasladado, sin que se hallara rastro de su muerte”  [7]

Abraham, que fue dicho amigo de Dios, fue encontrado fiel por haber sido obediente a las palabras de Dios” [8]

Clemente viene siendo un excelente exponente de la doctrina católica de la justificación. El hombre se justifica por la fe, pero se salva a condición de que guarde los mandamientos y cumpla de modo acabado la voluntad de Dios (las obras no son solo producto de la fe, sino condición para salvarse):

“Por nuestra parte, luchémonos por hallarnos en el número de los que le esperan, a fin de ser también participes de los dones prometidos. Mas ¿cómo lograr esto, carísimos? Lo lograremos a condición de que nuestra mente esté fielmente afianzada en Dios; a condición de que busquemos doquiera lo agradable y acepto a Él; a condición, finalmente, de que cumplamos de modo acabado cuanto dice con sus designios irreprochables y sigamos el camino de la verdad, arrojando lejos de nosotros toda injusticia y maldad, avaricia, contiendas, malicia y engaños, chismes y calumnias, odio a Dios, soberbia y jactancia, vanagloria y inhospitalidad. Porque los que tales cosas hacen son odiosos a Dios, y no sólo los que las hacen, sino quienes las aprueban y consienten. Dice en efecto la Escritura: Al pecador empero le dijo Dios: ¿A qué fin explicas tu mis justificaciones y tomas en tu boca mi alianza? Pues tú aborreciste la disciplina y te echaste mis palabras a la espalda” [9]

Clemente también advierte sobre el peligro de perder la salvación, por lo que advierte que para salvarse hay que perseverar hasta el fin llevando una conducta digna de Dios y obedeciendo los mandamientos.

Vigilad, carísimos, no sea que sus beneficios que son muchos, se conviertan para nosotros en motivo de condenación, caso de no hacer en toda concordia, llevando conducta digna de Él, lo que es bueno y agradable en su presencia. Dice, en efecto en alguna parte la Escritura: El Espíritu del Señor es lámpara que escudriña los escondrijos del vientre.

Consideremos cuan cerca de nosotros está y cómo no se le oculta uno solo de nuestros pensamientos ni propósito que concibamos. Justo es, por ende, que no desertemos del puesto que su voluntad nos ha asignado [10] 

(Nótese que en el texto anterior Clemente reconoce que se puede caer del estado de gracia y condenarse, a diferencia de la doctrina protestante “Salvo siempre Salvo”)

“Ahora, pues, como sea cierto que todo es por Él visto y oído, temámosle y demos de mano a los execrables deseos de malas obras, a fin de ser protegidos por su misericordia de los juicios venideros. Porque ¿dónde podrá nadie de nosotros huir de su poderosa mano? ¿qué mundo acogerá a los desertores de Dios?” [11]

“…Porque vive Dios y vive el Señor Jesucristo y el Espíritu Santo, y también la fe y la esperanza de los elegidos, que sólo el que en espíritu de humildad y perseverante modestia cumpliere sin volver atrás las justificaciones y mandamientos dados por Dios, solo ése será ordenado y escogido en el número de los que se salvan por medio de Jesucristo… [12]

También tiene un claro exponente de la doctrina católica del mérito:

“Bien está, pues, que seamos prontos y fervorosos para el bien obrar, pues de Él nos viene todo. Previénenos, en efecto: He aquí al Señor y su recompensa delante de su cara, a fin de dar a cada uno según su trabajo. Con todo lo que nos incita, a los que creemos en Él con todo nuestro corazón, a que no seamos perezosos ni remisos para toda obra buena” [13]  

Pero si esto no fuera poco, reconoce que por medio de la caridad se puede obtener el perdón de los pecados:

Dichosos de nosotros, carísimos, si hubiéremos cumplido los mandamientos de Dios en la concordia de la caridad, a fin de que por la caridad se nos perdonen nuestros pecados [14]

Policarpo

Se conserva una carta dirigida a la Iglesia de Filipos, (La traducción de J. B. Lightfoot puede consultarse en Internet [15] ) en la cual al igual que establece como condición para salvarse no solo la fe sino el cabal cumplimiento de la voluntad de Dios y la obediencia a los mandamientos:

“Por lo cual, ceñidos vuestros lomos, servid a Dios en temor y en verdad, dando de mano a la vana palabrería y al extravío del vulgo, creyendo al que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y le dio gloria y asiento a su diestra; a él fueron sometidas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra; a Él rinde adoración todo aliento; Él ha de venir de juez de vivos y muertos; y Dios requerirá su sangre de mano de quienes no quieren obedecerle. Ahora bien, el que a Él le resucitó de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, con tal que cumplamos su voluntad y caminemos en sus mandamientos y amemos lo que él amó, apartados de toda iniquidad, defraudación, codicia de dinero, maledicencia, falso testimonio…; no volviendo mal por mal, ni injuria por injuria, ni golpe por golpe, ni maldición por maldición. Acordémonos, más bien, de lo que dijo el Señor para enseñanza nuestra: No juzguéis, para que no seáis juzgados, perdonad y se os perdonará; compadeced para que seáis compadecidos. Con la medida que midiereis se os medirá también a vosotros. Y: Bienaventurados los pobres y los que sufren persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” [16]

El Pastor de Hermas

Hermas habla de haber tenido una visión donde ve una torre que se construye sobre las aguas, y donde se traen piedras para edificarla. Llama la atención que no todas las piedras son utilizadas, unas eran lanzadas lejos de la torre, otras hechas añicos, otras colocadas cerca de la torre pero que no utilizaban por estar carcomidas, otras por su forma descartadas por no ajustarse a la construcción, Posteriormente la Dama explica que la Torre es la Iglesia y nosotros las piedras:

“Los que entraban en la construcción sin necesidad de labrarlos son los que aprobó el Señor, porque caminaron en la rectitud del Señor y cumplieron sus mandamientos [17] 

“-Y los que rechazaban y tiraban ¿quiénes son? Estos son los que han pecado, pero están dispuestos a hacer penitencia; por esta causa, no se los arrobaba lejos de la torre, pues cuando hicieran penitencia serán útiles para la construcción…” 

¿Quieres conocer las piedras que eran hechas trizas y se las arrojaba lejos de la torre? Estos son los hijos de iniquidad; se hicieron creyentes hipócritamente y ninguna maldad se apartó de ellos. De ahí que no tienen salvación, pues por sus maldades no son buenos para las construcción…” [18] 

“Respecto a las otras, que viste tiradas en gran número por el suelo y que no entraban en la construcción, de ellas, las piedras carcomidas representan a los que han conocido la verdad, pero no perseveraron en ella ni se adhirieron a los santos. Por eso son inútiles. -¿Y quiénes representan las piedras con rajas? -Estos son los que guardan unos contra otros algún resentimiento en sus corazones y no mantienen la paz mutua….

Las piedras desportilladas representan a los que han creído y mantienen la mayor parte de sus actos dentro de la justicia, pero tienen también sus porciones de iniquidad. De allí que están desportillados y no enteros” [19]

“En cuanto a las otras piedras que viste arrojar lejos y caer en el camino y que rodaban del camino a parajes intransitables, éstas representan a los que han creído; pero que luego, arrastrados de sus dudas, abandonan su camino, que es el verdadero. Imaginándose, pues que son capaces de hallar camino mejor, se extravían y lo pasan miserablemente andando por soledades sin senderos” [20] 

Establece así que no basta creer, sino también perseverar y cumplir los mandamientos, de lo contrario uno vendrá a representar una de esas piedras carcomidas arrojadas lejos de la torre. 

Más adelante cuando el autor del pastor le pregunta a la Dama si se salvaría, esta le contesta afirmativamente pero si guarda los mandamientos y persevera en ellos.

“Yo -dijo- estoy encargado de la penitencia, y a todos los que se arrepienten les concedo inteligencia. ¿O es que no te parece -me dijo- que este mismo arrepentimiento es un género de inteligencia? Si -prosiguió-, el arrepentimiento es una inteligencia grande. Porque el pecador que hace penitencia cae en la cuenta que hizo el mal delante del Señor y sube a su corazón el remordimiento de la obra que ejecutó y se arrepiente y ya no vuelve a obrar el mal, sino que se entrega a la práctica del bien por múltiples modos y humilla y atormenta su alma por haber pecado. Ya ves, pues, cómo la penitencia es un género de inteligencia grande.

Pues por eso justamente, señor -le dije, te quiero preguntar a ti todo puntualmente; primero, porque soy pecador y quiero saber qué obras he de practicar para vivir, pues mis pecados son muchos en número y de muy variadas formas. Vivirás -me contestó- si guardares mis mandamientos y caminares en ellos. Y quien quiera que guardare estos mandamientos, vivirá para Dios” [21] 

Ignacio de Antioquía

Para San Ignacio no basta proclamar la fe, sino perseverar en ella hasta el final, por eso la fe y la caridad deben estar trabadas en unidad. El premio del atleta de Dios es la vida eterna, donde recibirá la recompensa de sus buenas obras. También establece que la salvación está a disposición del hombre que quien por su libre albedrío elige entre la vida y la muerte, pero si no se está incluso dispuesto a morir por Cristo no se tiene la vida eterna:

“Nada de todo eso se os oculta a vosotros, como tengáis en grado acabado para con Jesucristo aquella fe y caridad que son principio y término de la vida. El principio, quiero decir, la fe; el término, la caridad. Las dos, trabadas en unidad, son Dios, y todo lo demás, que atañe a la perfección y santidad se sigue de ellas.

Nadie, que proclama la fe, peca; ni nadie, que posee la caridad, aborrece. El árbol se manifiesta por sus frutos. Del mismo modo, los que profesan ser de Cristo, por sus obras se pondrán de manifiesto. Porque no está ahora el negocio en proclamar la fe, sino en mantenerse en la fuerza de ella hasta el fin [22]  

 “Se sobrio, como un atleta de Dios. El premio es la incorrupción y la vida eterna, de la que también tú estás persuadido. En todo y por todo, rescate tuyo soy, y conmigo mis cadenas, que tú amaste” [23] 

“Atended al obispo, a fin de que Dios os atienda a vosotros. Yo me ofrezco como rescate por quienes se someten al obispo, a los ancianos y a los diáconos. ¡Y ojalá que con ellos se me concediera entrar a la parte en Dios! Trabajad unos junto a otros, luchad unidos como administradores de Dios, como sus asistentes y servidores.

Tratad de ser gratos al Capitán bajo cuyas banderas militáis, y de quien habéis de recibir el sueldo. Que ninguno de vosotros sea declarado desertor. Vuestro bautismo ha de permanecer como vuestra armadura, la fe como un yelmo, la caridad como una lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas. Vuestra caja de fondos han de ser vuestras buenas obras, de las que recibiréis luego magníficos ahorros.” [24] 

“Ahora bien, las cosas están tocando a su término, y se nos proponen juntamente estas dos cosas: la muerte y la vida, y cada uno irá a su propio lugar. Es como si se tratara de dos monedas, una de Dios y otra del mundo, y que lleva cada una grabado su propio cuño: los incrédulos, el de este mundo; más los fieles, por la caridad, el cuño de Dios Padre grabado por Jesucristo. Si no estamos dispuestos a morir por Él, para imitar su pasión, no tendremos su vida en nosotros.” [25] 

Justino Mártir

San Justino hace referencia a la salvación del hombre no solo en base la fe, sino a su caminar en la virtud y el mérito de sus acciones:

“Nosotros somos vuestros mejores auxiliares y aliados para el mantenimiento de la paz, pues profesamos doctrinas como la de que no es posible que se le oculte a Dios un malhechor, un avaro, un conspirador, como tampoco un hombre virtuoso, y que cada uno camina, según el mérito de sus acciones, al castigo o a la salvación eterna. Porque si todos los hombres conocieran esto, nadie escogería la maldad por un momento, sabiendo que caminaba a su condenación eterna por el fuego, sino que por todos los medios se contendría y se adornaría de virtud, a fin de alcanzar los bienes de Dios y verse libre de los castigos” [26]

“…ahora, alcanzar inmortalidad a nosotros se nos ha enseñado que sólo la alcanzan los que viven en santa y virtuosamente cerca de Dios, así como creemos que han de ser castigados con fuego eterno quienes vivieren injustamente y no se conviertan” [27] 

Mas aquellos que se vea no viven como El enseñó, sean declarados como no cristianos, por más que con la lengua repitan las enseñanzas de Cristo, pues El dijo que habían de salvarse no los que sólo hablaran, sino que también practicaran las obras. Y efectivamente dijo así: No todo el que me diga “Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi padre que está en los cielos.” [28] 

También tiene una perspectiva clara del libre albedrío y con casi 1400 años de antelación rechaza la posición calvinista donde el hombre es virtualmente un títere que no puede resistir la gracia (de donde concluyen que quien se condena es porque Dios nunca derramó la gracia sobre él sino que le abandonó a su maldad).

“De lo anteriormente por nosotros dicho no tiene nadie que sacar la consecuencia de que nosotros afirmamos que cuanto sucede, sucede por necesidad del destino, por el hecho de que decimos ser de antemano conocidos los acontecimientos. Para ello, vamos a desatar también esta dificultad. Nosotros hemos aprendido de los profetas, y afirmamos que ésa es la verdad, que los castigos y tormentos, lo mismo que las buenas recompensas, se dan a cada uno conforme a sus obras; pues de no ser así, sino que todo sucediera por destino, no habría en absoluto libre albedrío. Y, en efecto, si está determinado que éste sea bueno y el otro malo, ni aquel merece alabanza, ni éste vituperio. Y si el género humano no tiene poder para huir por libre determinación de lo vergonzoso y escoger lo bello, es irresponsable de cualesquiera acciones que haga. Mas que el hombre es virtuoso y peca por libre elección, lo demostramos por el siguiente argumento: Vemos que el mismo sujeto pasa de un contrario a otro. Ahora bien, si estuviera determinado ser malo o bueno, no sería capaz de cosas contrarias ni se cambiaría con tanta frecuencia. En realidad, no podría decirse que unos son buenos y otros malos, desde el momento que afirmamos que el destino es la causa de buenos y malos y que obra cosas contrarias a sí mismo, o habría que tomar por verdad lo que ya anteriormente insinuamos, a saber, que virtud y maldad son puras palabras y que sólo por opinión se tiene algo por bueno o por malo. Lo cual, como demuestra la verdadera razón, es el colmo de la impiedad y de la iniquidad. Lo que si afirmamos ser destino ineludible es que a quienes escogieron el bien, les espera digna recompensa y a los que lo contrario, les espera igualmente digno castigo. Porque no hizo Dios al hombre a la manera de las otras criaturas, por ejemplo, árboles o cuadrúpedos, que nada pueden hacer por libre determinación; pues en este caso no sería digno de recompensa o alabanza, no habiendo por sí mismo escogido el bien, sino nacido ya bueno; ni, de haber sido malo, se le castigaría justamente, no habiéndolo sido libremente, sino por no haber podido ser otra cosa que lo que fue.” [29]

Teófilo de Antioquía 

Solo se conservan tres libros escritos aproximadamente en el 180 d.C. (A Autólico) pero ya en su primer libro habla de cómo seremos juzgados de acuerdo nuestras obras, y de como los que perseveran en las buenas obras obtienen la vida eterna:

“Y si quieres, lee tú también con interés las Escrituras de los profetas y ellas te guiarán con más claridad para escapar a los eternos castigos y alcanzar los bienes eternos de Dios. Porque El, que nos ha dado la boca para hablar y formó el oído para oír e hizo los ojos para ver, lo examinará todo y juzgará con justicia, dando a cada uno según sus méritos. A los que, conforme a paciencia, buscan la incorrupción por las buenas obras, les hará gracia de la vida eterna, de alegría, paz, descanso y muchedumbre de bienes…” [30] 

Ireneo de Lyon

Para San Ireneo la gracia también es resistible porque Dios hizo libre al hombre, y como Dios derrama su gracia sobre todos los hombres, quien se condena es por propia elección, al igual que el que se salva es porque persevera en las buenas obras:

Esta frase: «¡Cuántas veces quise recoger a tus hijos, pero tú no quisiste!» (Mt 23,37), bien descubrió la antigua ley de la libertad humana; pues Dios hizo libre al hombre, el cual, así como desde el principio tuvo alma, también gozó de libertad, a fin de que libremente pudiese acoger la Palabra de Dios, sin que éste lo forzase. Dios, en efecto, jamás se impone a la fuerza, pues en él siempre está presente el buen consejo. Por eso concede el buen consejo a todos. Tanto a los seres humanos como a los ángeles otorgó el poder de elegir -pues también los ángeles usan su razón-, a fin de que quienes le obedecen conserven para siempre este bien como un don de Dios que ellos custodian. En cambio no se hallará ese bien en quienes le desobedecen, y por ello recibirán el justo castigo; porque Dios ciertamente les ofreció benignamente este bien, mas ellos ni se preocuparon por conservarlo ni lo tuvieron por valioso, sino que despreciaron la bondad suprema. Así pues, al abandonar este bien y hasta cierto punto rechazarlo, con razón serán reos del justo juicio de Dios, de lo que el Apóstol Pablo da testimonio en su Carta a los romanos: «¿Acaso desprecias las riquezas de su bondad, paciencia y generosidad, ignorando que la bondad de Dios te impulsa a arrepentirte? Por la dureza e impenitencia de tu corazón amontonas tú mismo la ira para el día de la cólera, cuando se revelará el justo juicio de Dios» (Rom 2,4-5). En cambio, dice: «Gloria y honor para quien obra el bien» (Rom 2,10).

Dios, pues, nos ha dado el bien, de lo cual da testimonio el Apóstol en la mencionada epístola, y quienes obran según este don recibirán honor y gloria, porque hicieron el bien cuando estaba en su arbitrio no hacerlo; en cambio quienes no obren bien serán reos del justo juicio de Dios, porque no obraron bien estando en su poder hacerlo.

Si, en efecto, unos seres humanos fueran malos por naturaleza y otros por naturaleza buenos, ni éstos serían dignos de alabanza por ser buenos, ni aquéllos condenables, porque así habrían sido hechos. Pero, como todos son de la misma naturaleza, capaces de conservar y hacer el bien, y también capaces para perderlo y no obrarlo, con justicia los seres sensatos (¡cuánto más Dios!) alaban a los segundos y dan testimonio de que han decidido de manera justa y han perseverado en el bien; en cambio reprueban a los primeros y los condenan rectamente por haber rechazado el bien y la justicia.

Por este motivo los profetas exhortaban a todos a obrar con justicia y a hacer el bien, como muchas veces hemos explicado; porque este modo de comportarnos está en nuestra mano pero, habiendo tantas veces caído en el olvido por nuestra mucha negligencia, nos hacía falta un buen consejo. Por eso el buen Dios nos aconsejaba el bien por medio de los profetas.” [31] 

Enfatiza también que la salvación se obtiene mediante mucho esfuerzo y “luchando”:

Por eso el Señor dice que el reino de los cielos es de los violentos: «Los violentos lo arrebatan» , quiere decir aquellos que se esfuerzan, luchan y continuamente están alerta: éstos lo arrebatan. Por eso el Apóstol Pablo escribió a los corintios: «¿No sabéis que en el estadio son muchos los que corren, pero sólo uno recibe el premio? Corred de modo que lo alcancéis. Todo aquel que compite se priva de todo, y eso para recibir una corona corruptible, en cambio nosotros por una incorruptible. Yo corro de esta manera, y no al acaso; yo no lucho como quien apunta al aire; sino que mortifico mi cuerpo y lo someto al servicio, no vaya a suceder que, predicando a otros, yo mismo me condene». Siendo un buen atleta, nos exhorta a competir por la corona de la incorrupción; y a que valoremos esa corona que adquirimos con la lucha, sin que nos caiga desde afuera. Cuanto más luchamos por algo, nos parece tanto más valioso; y cuanto más valioso, más lo amamos. Pues no amamos de igual manera lo que nos viene de modo automático, que aquello que hemos construido con mucho esfuerzo. Y como lo más valioso que podía sucedernos es amar a Dios, por eso el Señor enseñó y el Apóstol transmitió que debemos conseguirlo luchando por ello. De otro modo nuestro bien sería irracional, pues no lo habríamos ganado con ejercicio. La vista no sería para nosotros un bien tan deseable, si no conociésemos el mal de la ceguera; la salud se nos hace más valiosa cuando experimentamos la enfermedad; así también la luz comparándola con las tinieblas, y la vida con la muerte. De igual modo el Reino de los cielos es más valioso para quienes conocen el de la tierra; y cuanto más valioso, tanto más lo amamos; y cuanto más lo amamos, tanto más gloria tendremos ante Dios.” [32] 

Rechaza lo que se conocería más de un milenio después como la doctrina de Salvo siempre Salvo:

“Por eso decía aquel presbítero, no debemos sentirnos orgullosos ni reprochar a los antiguos; sino hemos de temer, no sea que después de conocer a Cristo hagamos lo que no agrada a Dios, y en consecuencia no se nos perdonen ya nuestros pecados, sino que se nos excluya de su Reino. Pablo dijo a este propósito: «Si no perdonó las ramas naturales, él quizá tampoco te perdone, pues eres olivo silvestre injertado en las ramas del olivo y recibes de su savia»”. [33] 

Clemente de Alejandría

Su rechazo a la doctrina de la Sola Fe es tan diáfano que no hace falta comentar nada:

“Hay también otras ovejas” dice el Señor, «las cuales no son de este redil» – consideradas dignas de otro redil y morada, en proporción a su fe. «Pero mis Ovejas oyen mi voz» entendiendo intuitivamente los mandamientos. Y estos deben ser tomados en magnánima y digna aceptación así como también la recompensa fruto del trabajo. Así que cuando oímos, «Tu fe te ha Salvado», no pensamos que El dice absolutamente que los que han creído serán salvados, a no ser que también trabajen para ello. Pero fue solo para los judíos que él dijo estas palabras, quienes guardaban la ley y vivían de manera blasfema, quienes querían solo fe en el Señor. Nadie entonces puede ser un creyente y al mismo tiempo licencioso; pero aunque renuncie a la carne, el creyente debe vencer las pasiones, para así se capaz de alcanzar su propia morada. Ahora sabemos que es más que creer, al ser coronado con el más alto honor inmediatamente ser salvo es algo mayor que el salvado. En consecuencia el creyente, a través de una gran disciplina, quitándose las pasiones, pasa a la morada que es mejor que la anterior, a sabiendas que el mayor tormento, es llevar con él, el arrepentimiento por los pecados cometidos después del bautismo.” [34] 

Hipólito de Roma

Al igual que el resto de los padres reconoce que el hombre por medio de la fe se prepara para la vida eterna a través de sus buenas obras, por las cuales alcanzarán el reino de los cielos:

“Y de igual manera, los gentiles por la fe en Cristo, preparan para ellos la vida eterna a través de buenas obras  [35]

Él, al administrar el justo juicio del Padre a todos, dará a cada quien lo que es justo de acuerdo a sus obras…la justificación será vista en dar a cada uno lo que es justo; desde aquellos que han hecho bien, tendrán un justo gozo eterno, y los amantes de la iniquidad tendrán un castigo eterno . . Pero los justos recordarán sólo las buenas obras por las cuales alcanzaron al reino de los cielos, en la cual no hay sueño, ni dolor, ni corrupción” [36] 

Orígenes

Orígenes fue escritor eclesiástico, teólogo y comentarista bíblico. Vivió en Alejandría hasta el 231, se pasó los últimos 20 años de su vida en Cesárea del Mar, Palestina y viajando por el imperio romano. Fue el mayor maestro de la doctrina cristiana en su época y ejerció una extraordinaria influencia como intérprete de la Biblia.

Orígenes es cuidadoso en alertar que los cristianos deben ser instruidos para entender que no basta solo creer, sino también obrar:

“Ahora consideremos el justo juicio de Dios, en el que se recompensa a cada uno según sus obras. En primer lugar debemos rechazar los herejes que dicen que las almas buenas o malas por naturaleza y mantener en su lugar que Dios recompensará a cada uno según sus obras y no según su naturaleza. En segundo lugar, los creyentes serán instruidos para no pensar que es suficiente solamente creer; ellos deben darse cuenta que el justo juicio de Dios recompensará a cada uno según sus obras [37] 

Que nadie piense que alguien que tiene fe suficiente para estar justificado y tener gloria ante Dios al mismo tiempo tener maldad viviendo en él. Porque la fe no puede coexistir con la incredulidad, ni la justicia con la maldad, como la luz y las tinieblas no pueden vivir juntas [38] 

También reconoce que los creyentes justificados pueden caer del estado de gracia cuando por su propia voluntad cometen pecados graves y no cumplen los mandamientos (si el hombre puede hacer o dejar de hacer algo que luego de justificado lo haga perder su salvación, entonces nuevamente ya la salvación no es solo fe):

“…Incluso en la iglesia, si alguien es «circunciso» por la gracia del bautismo y luego se convierte en transgresor de la ley de Cristo, la circuncisión del bautismo cuenta para él como incircuncisión, porque «la fe sin obras es muerta».” [39]

“El Salvador también diciendo, «yo os digo: no resistan al mal» y, «El que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio», y «quien mira a una mujer para desearla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón», y así como en otros mandamientos, no se transmite otra cosa sino que está es facultad nuestra observar lo que se ha mandado. Por lo tanto, somos con razón responsables de condenación si transgredimos los mandamientos que somos capaces de cumplir. Y, por tanto, también él mismo declara: «Quien oye mis palabras, y las practica es como un hombre sabio que edificó su casa sobre una roca». También la declaración: «Quien oye estas cosas, y que no haga, es como un hombre necio que edificó su casa sobre la arena»”. Incluso las palabras que ha dirigido a aquellos que están en su mano derecha, «Venid a mí, benditos de mi Padre», «Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber», muestra claramente que dependía de ellos mismos, quienes deberían ser merecedores de alabanza por hacer lo que fue mandado y recibiendo lo que fue prometido, o merecedores de censura quienes oído o recibido lo contrario les fue dicho «Apartaos de mi, malditos, al fuego eterno».

Observemos también lo que el apóstol Pablo nos enseñó sobre tener el poder sobre nuestra propia voluntad, poseedores de cualquiera de las causas de nuestra salvación o ruina: «¿Desprecias las riquezas de su bondad, paciencia y generosidad, ignorando que su bondad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en hacer el bien, buscan gloria, honra e inmortalidad; pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia. Tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, sobre el judío en primer lugar, y también sobre el griego; en cambio, gloria, honra y paz a todo el que hace lo bueno: al judío en primer lugar y también al griego»

Encontrarán también innumerables pasajes de la Sagrada Escritura que claramente demuestran que tenemos libre albedrío. De lo contrario sería una contrariedad los mandamientos datos a nosotros, por observar aquello que nos podría salvar, o por transgredir aquello que nos condenaría, si el poder de mantenerlos no fuera dado a nosotros” [40] 

En su obra más importante conocida como De principiis o el Peri-Archon (Περί αρχών) escribe:

“La enseñanza apostólica es que el alma, teniendo una substancia y vida propia, será, luego de su partida del mundo, recompensada de acuerdo con sus merecimientos, siendo destinada a obtener la herencia de vida eterna y bienaventuranza, si sus acciones lo han procurado, o será entregada al fuego y penas eternas, si la culpa de sus crímenes la ha llevado a ello.” [41]

Cipriano de Cartago

San Cipriano también establece como condición para salvarse el cumplimiento de los mandamientos y las buenas obras:

“Profetizar y echar fuera demonios, y hacer grandes actos en la tierra, son sin duda, cosas sublimes y admirables, pero uno no alcanza el reino de los cielos aunque haga todas esas cosas, a no ser que camine en la observancia del derecho y la justicia. El Señor denuncia, y dice, “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y yo les diré «Nunca los conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad». Existe la necesidad de justicia, que uno puede bien merecer de Dios el juez; debemos obedecer sus preceptos y advertencias, para que nuestros méritos puedan recibir su recompensa [42]

“Creemos, en efecto, que los méritos de los mártires y las obras de los justos son de gran valor con el Juez, pero que será cuando el día del juicio venga, cuando, después de la conclusión de esta vida y el mundo, su pueblo estará en pie ante el tribunal de Cristo” [43]

En De opere et eleemosynis (Las buenas obras y las limosnas) escribe:

“El Espíritu Santo habla en las Sagradas Escrituras, y dice, «por la limosna y la fe se purgan los pecados». Seguramente no los pecados que habían sido previamente contraídos, sino aquellos que son limpiados por la sangre y santificación de Cristo. Además, Él dice que de nuevo «como en el lavado del agua salvífica el fuego del infierno es extinguido, así también es sojuzgada la llama por la limosna y por las buenas obras». Porque en el bautismo se concede la remisión de los pecados una vez para siempre, el ejercicio constante e incesante de las buenas obras, a semejanza del bautismo, otorga de nuevo la misericordia de Dios…; los que después de la gracia del bautismo se han descarriado, pueden ser limpiados otra vez [44] 

En este texto habla de cómo por medio de buenas obras se obtiene también el perdón de los pecados cometidos luego del bautismo (un concepto totalmente ajeno a la doctrina protestante). Es notorio también que cite como Escritura no solo a proverbios (16,6) , sino a Eclesiástico (3,30) , y en el capítulo 5 cita Tobías, dos libros que los protestantes han sacado de sus Biblias acusándolos de ser “apócrifos” (por lo visto, para San Cipriano no).

De este mismo texto comenta Quasten:

Cipriano enseña aquí la eficacia de las buenas obras para la salvación. Puesto que nadie está exento «de alguna herida de la conciencia», todo el mundo está obligado a practicar la caridad. No puede haber excusa para nadie. Los que temen que sus riquezas disminuyan por el ejercicio de la generosidad y se vean expuestos en el futuro a la pobreza y a la necesidad, deberían saber que Dios cuida de aquellos que socorren a los demás. «Que nadie, carísimos hermanos, impida y retraiga a los cristianos del ejercicio de las obras buenas y rectas, con la consideración de que alguno pueda excusarse de ellas en beneficio de sus hijos, puesto que en los desembolsos espirituales debemos pensar solamente en Cristo, que ha declarado que es Él quien los recibe, prefiriendo, no nuestros semejantes, sino el Señor a nuestros hijos». «Si realmente quieres a tus hijos, si les demuestras plenamente la suavidad de tu amor paternal, deberías ser tanto más caritativo, a fin de que por tus buenas obras puedas recomendar tus hijos a Dios». Este tratado de Cipriano fue una de las lecturas favoritas de la antigüedad cristiana. Las actas del concilio general de Éfeso (431) citan varios pasajes, aunque no sabemos de ninguna traducción griega de esta obra” [45] 

“Los remedios para propiciar a Dios son dados en las palabras de Dios mismo; las instrucciones divinas han enseñado lo que los pecadores deben hacer, que por obras de justicia de Dios es satisfecho….” [46] 

Lactancio

En Divinae institutiones haciendo referencia al libre albedrío advierte que podemos ganar la vida eterna por nuestra virtud o perderla por nuestros vicios (nuevamente nada de Sola Fe):

“Por esta razón El nos ha dado la vida, que podemos o perder aquella verdad y vida eterna por nuestros vicios, o ganarla por nuestra virtud [47]

Hilario de Poitiers

San Hilario habla de cómo el perseverar en la fe es también un don de Dios, pero eso no excluye el libre albedrío:

“Perseverar en la fe es un don de Dios, pero el primer movimiento de la fe comienza en nosotros. Nuestra voluntad debe ser tal que, propiamente y por sí misma lo haga. Dios le dará el aumento después que ha sido hecho el comienzo. Nuestra debilidad es tal que no podemos llevar por nosotros mismos llevarla a término, pero él recompensa el comienzo en vista de haber sido hecho libremente” [48] 

“La debilidad humana es impotente si espera lograr algo por sí misma. El deber de tal naturaleza es simplemente esto: hacer el comienzo con la voluntad, con el fin de adherirse al servicio del bien. La misericordia divina es tal que ayudará a los que están dispuestos, fortaleciendo aquellos que han comenzado y asistiendo a aquellos que están tratando. El comienzo sin embargo, es parte nuestra, tal que él pueda traernos a la perfección” [49] 

Rechaza con antelación la doctrina calvinista de la predestinación donde se atribuye la elección a un juicio divino inescrutable. Para San Hilario esta distinción se basa en el mérito (nuevamente nada de Sola Fe)

“Porque de acuerdo al evangelio, muchos son los llamados y pocos los escogidos…La elección, por lo tanto, no es cuestión de juicio accidental. Es una distinción hecha por medio de una selección basada en el mérito. Beato, entonces, es él que elige a Dios: bendecido por la razón que él es digno de la elección.” [50] 

Atanasio

Afirma que en el juicio se verá si hemos perseverado en la fe y cumplido los mandamientos:

“Para esto no es productivo de la virtud, ni es ninguna muestra de bondad. Para ninguno de nosotros se juzga por lo que no sabe, y nadie es llamado santo por su aprendizaje y conocimiento, sino que cada uno será llamado a juicio en esos puntos – si han mantenido la fe y realmente observado los mandamientos”[51]

Él ha de venir, no a sufrir, sino a hacernos frutos de su propia cruz, el cual es la resurrección y la incorrupción, y ya no para ser juzgado, sino a juzgar a todos, por lo que cada uno ha hecho en la vida mortal, ya sea el bien o el mal…Así, el Señor mismo también dice «verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder, y viniendo en las nubes del cielo en la gloria del Padre»…De acuerdo al beato Pablo: «Todos tenemos que estar ante el tribunal de Cristo para que cada uno reciba lo que hizo en su vida mortal, ya sea el bien o el mal»” [52]  

En su obra Contra los arrianos, en el capítulo 25 del tercer discurso declara que es posible caer del estado de gracia y perder la salvación al cometer pecados graves y no hacer penitencia:

Por lo que la Palabra tiene por naturaleza, como yo dije, en el Padre, que El desea nos sea dada irrevocablemente por el Espíritu, a sabiendas de que el Apóstol dice, «¿Quién nos separará del amor de Cristo?», pues «los dones de Dios» y «la gracia de Su llamado son irrevocables». Este es el Espíritu del que está en Dios, y no el que vemos en nosotros mismos; y como somos hijos y dioses porque la Palabra Es en nosotros, así deberíamos estar en el Hijo y el Padre, y seremos considerados para ser uno con el Hijo y el Padre, porque el Espíritu esta en nosotros, el cual está en la Palabra y en el Padre. Cuando entonces un hombre cae del Espíritu por cualquier maldad, si se arrepiente de haber caído, la gracia queda irrevocablemente a como este dispuesto, de lo contrario, si el que ha caído no está más en Dios (porque el Espíritu Santo y Paráclito que está en Dios lo ha abandonado) pero el pecador estará en aquel que lo ha sometido, como ocurrió en el caso de Saúl, el Espíritu de Dios se apartó de él y un espíritu maligno lo afligía. [53] 

“Por lo tanto, la meditación de la ley es necesaria, mi amado, y el continuo conversar con la virtud, «para que el santo se encuentre perfecto y preparado para toda obra buena». Por estas cosas es la promesa de vida eterna, como Pablo escribió a Timoteo, llamándolo al constante ejercicio y meditación, y diciendo «ejercítate para la piedad. Porque el ejercicio corporal es provechoso para un poco; mas la piedad a todo aprovecha, porque tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera»” [54] 

Cirilo de Jerusalén

Concibe la salvación desde una perspectiva completamente opuesta a los reformadores. Para salvarse no hay solo que creer, sino perseverar unido a Cristo como el sarmiento a la vid, de lo contrario la posibilidad de que Jesús nos maldiga por no producir frutos está latente. Es por eso que al cristiano le corresponde aportar fruto para no ser cortado.

“Eres hecho partícipe de una vid santa: si permaneces en la vid, crecerás como un sarmiento fructífero; pero si no permaneces, serás consumido por el fuego. Así pues, produzcamos fruto dignamente. Que no nos suceda lo mismo que a aquella vid infructuosa, no sea que, al venir Jesús, la maldiga por su esterilidad. Que todos puedan, en cambio, pronunciar estas palabras. «Pero yo, como verde olivo en la casa de Dios, confió en el amor de Dios para siempre jamás». No se trata de un olivo sensible, sino inteligible, portador de la luz. Lo propio de él es plantar y regar; pero a ti te corresponde aportar el fruto. Por ello, no desprecies la gracia de Dios: guárdala piadosamente cuando la recibas [55] 

Basilio el Grande

Para San Basilio para salvarse no basta ni siquiera solo renunciar al pecado, sino que los frutos (obra) también son requeridas:

“La mera renuncia del pecado no es suficiente para la salvación de los penitentes, sino también los frutos dignos de penitencia, que también se requiere de ellos”[56]

“Quien obedezca el evangelio debe ser purgado de todos las deshonras de la carne y el espíritu para que pueda ser aceptable a Dios en orden de las buenas obras de santidad” [57]

Es de acuerdo a tus méritos el «estar siempre con el Señor», y si esperas ser arrebatado «en las nubes al encuentro con el Señor en el cielo para estar siempre con el Señor»” [58]

También reconoce que aquellos que se salven serán aquellos que fueron fieles. Habla también de como aquellos que reciben al Espíritu Santo pueden ser apartados de Él si comienzan a vivir una vida pecaminosa:

“Ellos, entonces, que fueron sellados por el Espíritu hasta el día de la redención, y preservaron puros e intactos los primeros frutos que recibieron del Espíritu, son ellos los que oirán las palabras «¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de muchas cosas». De la misma manera que los que han ofendido al Espíritu Santo por la maldad de sus caminos, o no han forjado para él lo que Él les dio, serán privados de lo que han recibido, y su gracia será dada a otros; o, de acuerdo con uno de los evangelistas, serán totalmente cortados en pedazos – cuyo significado es ser separados del Espíritu” [59]

“Dios es el Creador del universo, y el justo juez que recompensa todas las acciones de la vida de acuerdo a sus méritos [60] 

“..Espera el descanso eterno a los que han luchado a través de la vida atento de las disposiciones de la ley, no como pago adeudado de sus obras, pero otorgado como un don de Dios en la magnificencia a los que han de esperado en él” [61] 

Gregorio de Nisa

Para ilustrar la necesidad de no solo la fe sino de las obras para la salvación, San Gregorio utiliza la figura de la armadura del hoplita, soldado élite de la armada griega que poseía una coraza especial que constaba de dos placas que protegían ambos lados del torso. Gregorio compara al hoplita bien armado por ambos lados, con el cristiano que tiene fe y obras.

“Pablo, uniendo la virtud a la fe y tejiéndolas juntas, construye de ellas la coraza del hoplita, armando al soldado propia y seguramente de ambos lados. Un soldado no puede considerarse satisfactoriamente armado cuando una parte de la armadura no está unida a la otra. La fe sin las obras de justicia no son suficientes para la salvación, ni tampoco sin embargo, es justo vivir seguro en si mismo para la salvación, si se separa de la fe” [62] 

Ambrosio

Habla de cómo las obras serán puestas en el juicio en una balanza en la cual se decidirá si nos salvaremos o nos condenaremos, por tanto la vida eterna no se basa solo en el conocimiento de las cosas divinas sino también en el fruto de las buenas obras:

“Los méritos de cada uno de nosotros serán colocados en una balanza, en la cual un poco de peso, ya sea de buenas obras o de mala conducta la balancearán a su destino, si el mal prevalece, ¡hay de mi! si lo hace bien, se recibe el indulto. Ningún hombre está libre del pecado, pero donde el bien prevalece, el mal se aleja, se eclipsa, y cubre. Por tanto, en el día del juicio nuestras obras nos socorrerán o nos hundirán a la profundidad con el peso de una piedra de molino…” [63]

Pero las Sagradas Escrituras dicen que la vida eterna se basa en el conocimiento de las cosas divinas y en el fruto de buenas obras. El Evangelio es testigo de ambas de estas sentencias. Porque el Señor Jesús habló así del conocimiento: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien tu haz enviado”. Sobre las obras dio esta respuesta: Todo el que abandone casa, hermanos, hermanas, padre, madre, esposa, hijos, o tierras por ni nombre, recibirá el ciento por uno, y heredará la vida eterna”  [64]

Juan Crisóstomo

Es tajante en recordar que para tener vida eterna no basta creer, porque si no se lleva una vida recta la fe no vale de nada para salvarse:

«¿Es entonces suficiente», dijo uno «creer en el Hijo, para tener vida eterna?». De ninguna manera. Y escuchar esta declaración de Cristo mismo, y decir: «No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos», y la blasfemia contra el Espíritu es suficiente para lanzar un hombre al infierno. Pero, ¿por qué hablo de esta porción de doctrina? Aunque el hombre crea debidamente en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, sino lleva una vida recta su fe no le valdrá nada para su salvación. Por lo tanto cuando Él dijo « Esta es la vida eterna, que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero», no debemos suponer que el (conocimiento) de que habla es suficiente para nuestra salvación…Aunque se ha dicho aquí, «El que cree en el Hijo tiene vida eterna»…todavía ni siquiera de esto afirmamos que la fe sola es suficiente para la salvación. Y las directrices de vida dadas en muchos lugares del evangelio muestran esto” [65] 

«No piense» dice él, “que porque habéis creído, que esto es suficiente para su salvación…a menos que exhiba una conducta intachable”  [66]

Jerónimo

San Jerónimo al igual que otros padres declara que los bautizados pueden caer del estado de gracia y perder su salvación por medio de las elecciones de su libre albedrio. Aquellos que por medio de la gracia soporten las pruebas recibirán la corona de la vida:

“No va de acuerdo a la justicia divina olvidar las buenas obras, y las acciones que has ministrado y ministras a los santos por su nombre, y para recordar solamente los pecados. El apóstol Santiago también, a sabiendas de que los bautizados pueden ser tentados, y caer de su propia libre elección, dice «Bienaventurado el hombre que soporta la tentación, porque cuando ha sido aprobado recibirá la corona de la vida que el Señor les prometió a quienes le aman». Y que no podemos pensar que somos tentados por Dios, como leemos en el Génesis que Abraham fue, añade: «Que nadie diga cuándo es tentado, es tentado de Dios: porque Dios no puede ser tentado por el mal ni tienta a nadie. Sino que cada uno es tentado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce. Después la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte». Dios nos creó con libre albedrío, y no somos forzados por la necesidad ni a la virtud ni al vicio. De lo contrario, si no estamos obligados por necesidad, no hay corona. Como en las buenas obras es Dios quien los trae a la perfección, ya que no es de quien quiera, ni de lo que corre, sino de Dios que piadosamente nos ayuda a ser capaces de llegar a la meta” [67]

Agustín de Hipona

San Agustín es muy citado por protestantes (tanto luteranos y calvinistas) como un exponente de la doctrina de la Sola Fe y por sus textos relacionados con la predestinación. Particularmente no puedo explicarme el porqué existiendo también textos tan claros del mismo Agustín sobre el purgatorio, la oración por los difuntos, doctrinas opuestas a la Sola Fe.

La mayoría de los textos citados por protestantes son textos donde San Agustín combate al pelagianismo (una herejía que predicaba que el hombre se salvaba por obras y no por gracia). Pelagio vendría siendo algo así como la Némesis de Lutero (Pelagio predicaba “Solo Obras”, Lutero “Solo Fides”, San Agustín la doctrina ortodoxa: La católica)

Un ejemplo lo tenemos en lo referente al libre albedrío, que Lutero declaró ser “pura mentira” (en De Servo Arbitrio), sin embargo, cuando Agustín es acusado por los pelagianos de negar el libre albedrío se defiende vigorosamente:

Afirmas que en otro de mis libros dije: «Se niega el libre albedrío si se defiende la gracia, y se niega la gracia si se defiende el libre albedrío». Pura calumnia. No dije esto; lo que dije fue que esta cuestión presenta tan enormes dificultades que pudiera parecer que se niega uno si se admite la otra. Y como mis palabras son pocas las voy a repetir para que vean mis lectores cómo amañas mis escritos y con qué mala fe abusas de la ignorancia de los tardos y romos de inteligencia, para hacerles creer que me has respondido porque no sabes callar.

Dije hacia el final del primer libro, dedicado al virtuoso Piniano, cuyo título es De gratia contra Pelagium: «En esta cuestión que trata del libre albedrío y de la gracia de Dios es tan difícil delimitar el campo, que, cuando se defiende el libre albedrío, parece se niega la gracia de Dios, y cuando se defiende la gracia de Dios, parece se destruye el libre albedrío». Pero tú, varón honesto y verás, suprimes las palabras que dije y pones otras de tu invención. Dije, sí, que esta cuestión era difícil de resolver, no que fuera imposible. Y mucho menos afirmé, como falsamente me acusas, que, si se defiende la gracia, se niega el libre albedrío, si se defiende el libre albedrío, se niega la gracia de Dios. Cita mis palabras textuales y se evaporan tus calumnias”  [68]

No es cierto, como dices “que llamamos pelagianos o celestianos a todo el que reconoce en el hombre el libre albedrío y afirme que Dios es el creador de los niños”, sino que damos este nombre a los que no atribuyen la libertad, a la que hemos sido llamados, a la gracia divina; y a los que rehúsan reconocer a Cristo como Salvador de los niños; a los que no admiten en los justos la necesidad de dirigir a Dios petición alguna de la oración dominical. A éstos sí, los llamados pelagianos y celestianos, porque participan de sus criminales errores.” [69]

“Dices que “alabo la continencia de los tiempos cristianos no para encender a los hombres en amor a la virginidad, sino para condenar el matrimonio, instituido por Dios”. Mas para que nadie crea te atormenta la sospecha de una mala interpretación de mis sentimientos, me dices, como queriendo aprobar: “Si con sinceridad exhortas a los hombres a la virginidad, has de confesar que la virtud de la castidad puede ser observada por los que quieran, de suerte que cualquiera puede ser santo en el cuerpo y en el espíritu”. Respondo que lo admito, pero no en tu sentido. Tú atribuyes este poder sólo a las fuerzas del libre albedrío; yo lo atribuyo a la voluntad, ayudada por la gracia de Dios. Sin embargo, pregunto: ¿Sobre qué ejerce el espíritu su poder para no pecar sino sobre un mal que, si vence, nos hace caer en pecado? Y para no tener que decir, con los maniqueos, que este mal viene de una naturaleza mala, a nosotros extraña y con la cual se mezcla, nos resta confesar que existe en nuestra naturaleza una herida que es necesario curar, y cuya mancha nos hace culpables si no es lavada por el sacramento de la regeneración” [70] 

Rechaza la posición calvinista y declara que es el hombre por su propia elección quien pierde la gracia y se hace malvado (Calvino afirmaba que quienes no fueron predestinados nunca recibieron la gracia, porque de haberla recibido, no pudieran resistirla y se salvarían)

“Pero si alguien ya regenerado y justificado tendría, por voluntad propia, que recaer en su mala vida, ciertamente ese hombre no puede decir: Yo no lo he recibido; porque él perdió la gracia que él recibió de Dios y por su propia libre elección se hizo malvado” [71]

“Él otorgó el perdón, y pagará la corona. Del perdón es donador, y de la corona deudor, pero ¿por qué deudor? ¿Él recibió algo?…El Señor se hizo a sí mismo deudor no por recibir algo, sino por prometer algo. Uno no le dice “Paga por aquello que has recibido”, sino, “Paga por aquello que has prometido” [72]  

También rechaza explícitamente la doctrina de la Sola Fe:

“Ahora, si el malvado fuera salvado por el fuego a cuenta de solamente su fe, y si esta fue la forma en que el pasaje del bienaventurado Pablo debería ser entendido –“Pero él mismo será salvado, como por fuego”–entonces la fe sin obras sería suficiente para salvarse. Pero entonces lo que el apóstol Santiago dice sería falso. Y también falso sería otra frase del mismo Pablo: “No se equivoquen”, dice, “ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni ladrones, ni los codiciosos, ni borrachos, ni los ultrajadores, ni extorsionadores, heredarán el reino de Dios” [73]  

Quizá su declaración más clara a este respecto lo tenemos en su tratado sobre la gracia y el libre albedrio:

La fe sin buenas obras no es suficiente para la salvación

Personas poco inteligentes, sin embargo, con respecto a las palabras del apóstol: «pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley» han pensado que quiere decir que la fe es suficiente para un hombre, incluso cuando lleva una mala vida, sin buenas obras. Imposible es que tal persona debiera juzgarse recipiente de la elección por el apóstol, quien, después de declarar que en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión; sino la fe que obra por la caridad. Es esa la fe infiel a Dios de los demonios impuros, -que incluso «creen y tiemblan», como dice el apóstol Santiago. Por tanto, ellos no poseen la fe por la que el hombre vive, – la fe que actúa por el caridad en tal sabiduría, que Dios la recompensa de acuerdo a sus obras con la vida eterna. Pero en la medida en que tenemos nuestras buenas obras de Dios, de quien también proviene de nuestra fe y nuestro amor, por lo que el mismo gran maestro de los gentiles ha designado a la vida eterna como un regalo de Su gracia.

Y de aquí nace otro problema de no poca importancia, que, con la gracia de Dios, hemos de resolver. Si la vida eterna se da a las buenas obras, como con toda claridad lo dice la Escritura: Porque el Hijo del Hombre. . .pagará a cada uno conforme a sus obras, ¿cómo puede ser gracia la vida eterna, si la gracia no se da por obras, sino gratis, de acuerdo con el Apóstol: Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda? Y en otro lugar: Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia y a continuación: Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. ¿Cómo, pues, será gracia la vida eterna, si a las obras responde? ¿O es que quizá no llama gracia el Apóstol a la vida eterna? Es más: tan claramente lo dice, que es de todo punto innegable. Y no es que requiera esta cuestión un ingenio agudo. Basta sólo un oyente atento. Porque cuando dijo: Porque la paga del pecado es muerte, en seguida añadió: mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

Este problema, a mi parecer, sólo puede resolverse entendiendo que nuestras buenas obras, a las que se da la vida eterna, pertenecen también a la gracia de Dios, toda vez que nuestro Señor Jesucristo dice: Sin mí nada podéis hacer. Y el mismo Apóstol, al decir: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras para que nadie se gloríe, vio que los hombres podrían entender como no necesarias las obras y bastar sólo la fe, como también que los hombres podrían gloriarse por sus buenas obras, cual si a sí mismos se bastaran para realizarlas; y por eso añadió: porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. ¿Y qué significa, pues, esto, que, recomendando el Apóstol la gracia y asegurando que no proviene de las obras, para que nadie se gloríe, da luego la razón y dice: somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras? ¿Cómo, pues, no por obras para que nadie se gloríe? Pero repara y entiende: no por obras como tuyas y de tu procedencia, sino como obras en las que el Señor te plasmó, es decir, te formó y creó, porque esto es lo que dice: Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, no con la creación que dio vida a los hombres, sino con aquella otra que ya supone al hombre y de que habla el Salmo: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y de la cual dice el Apóstol: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios. Somos plasmados, es decir, somos formados y creados para buenas obras, que no preparamos nosotros, sino Dios, para que en ellas vivamos. Así, pues, carísimos, si nuestra vida buena no es más que gracia de Dios, sin duda alguna que la vida eterna, que se da a la vida buena, don es de Dios, ambas por cierto gratuitas. Pero sólo aquella que se da es gracia; mas la que se da en este caso, ya que es premio de la vida buena, es gracia que recompensa a otra gracia, como retribución por justicia, para que se cumpla, ya que es verdadero que Dios dará a cada uno según sus obras”.  [74]

No es difícil darse cuenta porqué Lutero no pudo recurrir al testimonio de los padres de la Iglesia en su favor en la Reforma Protestante, testimonio que no solo le era hostil, sino que le declaraba hereje. De allí que tuvo que refugiarse en la Sola Scriptura (doctrina también era rechazada por la Iglesia primitiva y los padres de la Iglesia). Sin embargo ni siquiera allí encuentran apoyo las doctrinas del monje agustino. No es de extrañar que llamara a la epístola de Santiago epístola de “paja”, e intentara sacarla del Nuevo Testamento junto con la epístola a los hebreos, Judas y el apocalipsis. Y es que para justificar la doctrina de la Sola Fe hubiera tenido que mutilar media Biblia.

Quiero agradecer a mis hermanos Jorge Baca y a Berene, miembros del foro de apologética de Catholic.net, quienes me ayudaron a traducir varios de estos textos.

Autor: José Miguel Arráiz

NOTAS

[4]  La Didaché 16,1-2
Tomado de Padres Apostólicos, 5ta edición. Daniel Ruiz Bueno, BAC 65, pág. 92-93

[5]  Clemente a los Corintios XXXII,3-4
Tomado de Padres Apostólicos, 5ta edición. Daniel Ruiz Bueno, BAC 65, pág. 207

[6]  Clemente a los Corintios XXX,3
Ibid. pág. 205

[7]  Clemente a los Corintios, IX,3
Ibid. pág. 185

[8]  Clemente a los Corintios X,1
Ibid. pág. 186

[9]  Clemente a los Corintios XXXV,4-8
Ibid. pág. 210

[10]  Clemente a los Corintios XXI,1-4
Ibid. pág. 198

[11]  Clemente a los Corintios XXVIII,1-2
Ibid. pág. 204

[12]  Clemente a los Corintios LVIII,2
Ibid. pág. 231

[13]  Clemente a los Corintios XXXIV,2-4
Ibid. pág. 209

[14]  Clemente a los Corintios L,5
Ibid. pág. 224

[16]  Policarpo de Esmirna a los Filipenses 2
Ibid. pág. 662-663

[17]  El Pastor de Hermas, Visión tercera, 5,3
Ibid. pág. 954

[18]  El Pastor de Hermas, Visión tercera, 5,4
Ibid. pág. 955

[19]  El Pastor de Hermas, Visión tercera, 6,2-4
Ibid. pág. 955-956

[20]  El Pastor de Hermas, Visión tercera, 7
Ibid. pág. 957

[21]  El Pastor de Hermas, Mandamiento cuarto, 2,2-4
Ibid. pág. 977

[22]  Ignacio de Antioquía a los efesios, XIV,1-2
Ibid. pág. 455

[23]  Ignacio de Antioquía a Policarpo, II,3
Ibid. pág. 498

[24]  Ignacio de Antioquía a Policarpo, VI,1-2
Ibid. pág. 500-501

[25]  Ignacio de Antioquía a Magnesios, V,1-2
Ibid. pág. 462

[26]  Justino Mártir, Primera Apología 12,1-2
Tomado de Padres Apologetas Griegos, 2da edición, Daniel Ruiz Bueno, BAC 116, pág. 191-192

[27]  Justino Mártir, Primera Apología 21,6
Ibid pág. 205-206

[28]  Justino Mártir, Primera Apología 16,8
Ibid pág. 199

[29]  Justino Mártir, Primera Apología 43.1-8
Ibid pág. 228-229

[30]  Teófilo de Antioquía, Autólico I,14  
Ibid pág. 781

[31]  Ireneo de Lyon, Contra los herejes IV, 37,1-2
Tomado de http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/0d.htm

[32]  Ireneo de Lyon, Contra los herejes IV, 37,7

[33]  Ireneo de Lyon, Contra los herejes IV, 27,2
Tomado de http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/0a.htm

[34]  Clemente de Alejandría, Stromata, VI, XIV
Traducido desde Stromata / Miscellanies, Chapter XIV; ANF, Vol. II
http://www.ccel.org/print/schaff/anf02/vi.iv.vi.xiv

[35]  San Hipólito, Comentarios sobre proverbios
Traducido desde Commentary on Proverbs; ANF, Vol. V, 174
http://www.ccel.org/print/schaff/anf05/iii.iv.i.vi.i

[36]  San Hipólito, Contra Platón sobre el Universo
Traducido desde Against Plato, 3; ANF, Vol. V, 222-223
http://www.ccel.org/print/schaff/anf05/iii.iv.ii.iii

[37]  Orígenes, Comentario sobre Romanos 2:5

Traducida desde Commentary on Romans [2:5]; Bray, 57-58 The Church Fathers Were Catholic, Dave Armstrong, pág. 136

[38]  Orígenes, Comentario sobre Romanos 4:2
Traducida desde Commentary on Romans [4:2]; Bray, 109-110 The Church Fathers Were Catholic, Dave Armstrong, pág. 137

[39]  Orígenes, Comentario sobre Romanos 2:25
Traducida Commentary on Romans 2:25; Bray, 76 desde The Church Fathers Were Catholic, Dave Armstrong, pág. 136

[40]  Orígenes, De Principiis, Libro III,1
Traducido de De Principiis, Book III, 1,6
http://www.newadvent.org/fathers/04123.htm
http://www.ccel.org/print/schaff/anf04/vi.v.iv.ii

[41]  Orígenes, De Principiis, Prefacio 5
Traducido desde Origen De Principiis , preface, 5; ANF, Vol. IV, 240
http://www.ccel.org/print/schaff/anf04/vi.v.i
http://www.newadvent.org/fathers/04120.htm

[42]  Cipriano de Cartago, Sobre la unidad de la Iglesia 16
Traducido de On the Unity of the Church, 16; ANF, Vol. V, 423<
http://www.newadvent.org/fathers/050701.htm
http://www.ccel.org/print/schaff/anf05/iv.v.i

[43]  Cipriano de Cartago, Sobre los lapsos, Tratado III,17
Traducido de On the Lapsed [Treatise III], 17; ANF, Vol. V
http://www.newadvent.org/fathers/050703.htm
http://www.ccel.org/print/schaff/anf05/iv.v.iii

[44]  Cipriano de Cartago, Las buenas obras y la limosna. Tratado VIII,2
Tomado de Patrología I, Johhanes Quasten, BAC 206, pág 324

[45]  Tomado de Patrología I, Johhanes Quasten, BAC 206, pág 324

[46]  Cipriano de Cartago, Las buenas obras y la limosna. Tratado VIII,2
Traducido desde On Works and Alms [Treatise VIII], 5; ANF, Vol. V
http://www.ccel.org/print/schaff/anf05/iv.v.viii
Traducido desde On Works and Alms [Treatise VIII], 5; ANF, Vol. V

[47]  Lactancio, Las instituciones divinas, VII,5
Traducido de Divine Institutes, 7:5; ANF, Vol. VII, 200
http://www.newadvent.org/fathers/07017.htm
http://www.ccel.org/print/schaff/anf07/iii.ii.vii.v

[48] Hilario de Poitiers, Sobre los salmos 118[119]:Nun,20
Traducido de The Faith of the Early Fathers, Vol I, pág. 386

[49]  Hilario de Poitiers, Sobre los salmos 118[119]:Ain,10
Ibid. pág. 386-387

[50]  Hilario de Poitiers, Sobre los salmos 64 [65], sección 5
Ibid. pág. 386

[51]  Atanasio, Vida de san Antonio 33
Traducido de Life of Antony; NPNF 2, Vol. IV, 205
http://www.newadvent.org/fathers/2811.htm
http://www.ccel.org/ccel/schaff/npnf204.xvi.ii.xi.html

[52]  Atanasio de Alejandría, La encarnación del verbo 56
Traducido de Incarnation of the Word, 56, 4; NPNF 2, Vol. IV, 66
http://www.ccel.org/print/schaff/npnf204/vii.ii.lvi

[53]  Atanasio de Alejandría, Contra los arrianos 3,25
Traducido desde Athanasius,Discourse Against the Arians,3:25 in NPNF2, Vol IV:407
http://www.ccel.org/print/schaff/npnf204/xxi.ii.iv.iii

[54]  Atanasio de Alejandría, Cartas festales XI,7
Traducido desde Athanasius, Festal Letters. Letter XI,7. NPNF2, Vol IV
http://www.ccel.org/print/schaff/npnf204/xxv.iii.iii.ix

[55]  Cirilo de Jerusalén, Catequesis I,4
Tomado de http://www.mercaba.org/tesoro/CIRILO_J/Cirilo_03.htm
La versión en inglés en Cyril of Jerusalem,Catechetical Lectures,I:4,NPNF 2,Vol. VII, 7
http://www.ccel.org/print/schaff/npnf207/ii.v

[56]  Basilio el Grande, Las Morales I,3
Traducida desde The Church Fathers Were Catholic, Dave Armstrong, pág. 142

[57]  Basilio el Grande, Las Morales II,1

[58]  Basilio el Grande, Sobre el Espíritu Santo XVIII
Traducido de De Spiritu Sancto, Chapter XXVIII; NPNF 2, Vol. VIII
http://www.ccel.org/print/schaff/npnf208/vii.xxix
http://www.newadvent.org/fathers/3203.htm

[59]  Basilio el Grande, Sobre el Espíritu Santo XVI,40
Traducido de De Spiritu Sancto Chap. XVI, 40 NPNP 2 Vol VIII, p. 25.
http://www.ccel.org/print/schaff/npnf208/vii.xvii
http://www.newadvent.org/fathers/3203.htm

[60]  Basilio el Grande, Homilía I,4
Traducido de (Homilía I; NPNF 2, Vol. VIII)
http://www.ccel.org/print/schaff/npnf208/viii.ii
http://www.newadvent.org/fathers/32011.htm

[61]  Basilio el Grande, Sobre los salmos 114, no 5
Traducido de ST. Basil the Great, On Ps. 114, no. 5 en The Faith of the Early Fathers, Vol II, pág. 22

[62]  Gregorio de Nisa, Homilías sobre el Eclesiastés 8
Traducido de The Faith of the Early Fathers, Vol II, William A. Jurgens, pág. 45-46

[63]  Ambrosio, Carta II, a Constancio, un obispo
Traducida desde The Church Fathers Were Catholic, Dave Armstrong, pág. 144

[64]  Ambrosio, Sobre los deberes del clero, Libro II, 2,5
Traducido desde On the Duties of the Clergy, Book II, 2, 5; NPNF 2, Vol. X
http://www.ccel.org/print/schaff/npnf210/iv.i.iii.ii
http://www.newadvent.org/fathers/34012.htm
http://www.vatican.va/spirit/documents/spirit_20010605_ambrogio_en.html

[65]  Juan Crisóstomo, Homilía sobre el evangelio de Juan 31,1
Traducido de Homilía XXXI, 1, Por Juan 3:35-36; NPNF 1, Vol. XIV
http://www.ccel.org/print/schaff/npnf114/iv.xxxiii
http://www.newadvent.org/fathers/240131.htm

[66]  Juan Crisóstomo, Homilía sobre la epístola a los corintios 23,2
Traducido de Homilía XXIII on Corinthians NPNF1: Vol. XII, p. 133
http://www.ccel.org/print/schaff/npnf112/iv.xxiv

[67]  Traducido de Against Jovinian, Book II, 3; NPNF 2, Vol. VI
http://www.newadvent.org/fathers/30092.htm
http://www.ccel.org/print/schaff/npnf206/vi.vi.II

[68]  Agustín de Hipona, Replica a Juliano IV,47
Tomado de Obras Completas de San Agustín XXXV. BAC 457, pag 703

[69] Agustín de Hipona, Replica a Juliano III,2
Ibid. pag 574

[70]  Agustín de Hipona, Replica a Juliano V,65 
Ibid. pag 825

[71]  Agustín de Hipona, Amonestación y Gracia 6,9
Traducido de The Faith of the Early Fathers, Vol III, William A. Jurgens, pág. 157

[72]  Agustín de Hipona, Comentario sobre los Salmos 83:16
Ibid. pág. 19

[73]  Agustín de Hipona, Manual de fe, esperanza y caridad XVIII,3
Traducido de Enchiridion of Faith, Hope, and Love, Chapter XVIII, paragraph 3; NPNF 1, Vol. III
http://www.ccel.org/print/augustine/enchiridion/chapter18

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