“Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta”[1]
“Os alabo porque en todas las cosas os acordáis de mí y conserváis las tradiciones tal como os las he transmitido”[2]
“Hermanos, os mandamos en nombre del Señor Jesucristo que os apartéis de todo hermano que viva desordenadamente y no según la tradición que de nosotros recibisteis”[3]
Uno de los pilares del protestantismo es la doctrina de la Sola Escritura. Esta doctrina que afirma que la Biblia y solamente la Biblia, bajo la libre interpretación de cada creyente es la única regla de fe y moral, ha sido la causante de las continuas y exponenciales divisiones protestantes, cada una pretendiendo regirse exclusivamente por la Biblia, pero siendo incapaz de ponerse de acuerdo en las doctrinas más fundamentales de la fe cristiana.
La Iglesia primitiva no era solo escriturista. Ella reconocía la gran autoridad de la Escritura (máxima norma de fe), pero nunca pretendió que todo, absolutamente todo lo referente a doctrina tuviese que estar contenido en las Escrituras, y mucho menos que fuera un aval para no someterse a la autoridad de la Iglesia y a sus pronunciaciones dogmáticas.
Sin embargo, el protestantismo ha creado una especia de historia alternativa casi mitológica donde afirman que efectivamente la Iglesia primitiva si era solo escriturista. No es raro verles citar textos de los padres donde ellos hablan de la autoridad de las Escrituras, creyendo que esto implica un rechazo a la Sagrada Tradición. Un análisis más cuidadoso de sus escritos revelará que ocurre todo lo contrario.
Algunas objeciones protestantes.
Un ejemplo de las objeciones que utilizan los protestantes para argumentar que la Sola Escritura era una doctrina creída por la Iglesia primitiva lo he tomado del sitio ChristianAnswers.net, del artículo “¿Qué creía la Iglesia Primitiva acerca de la autoridad de las Sagradas Escrituras?”. Ellos escriben:
“El concilio de Trento en el siglo XVI declaró que la revelación de Dios no estaba contenida solamente en las Escrituras. Declaró que en parte está contenida en las Sagradas Escrituras y en parte en la tradición; por lo tanto, materialmente las Escrituras no eran suficientes.
Esta fue la postura de la iglesia católica romana durante varios siglos después del concilio de Trento”
Este sitio afirma que fue a raíz del concilio de Trento (siglo XVI) cuando la Iglesia Católica tomó la postura de creer que no todo estaba contenido en las Escrituras. Bastaría decir que casi un milenio atrás el segundo concilio de Nicea había decretado “Si alguno rechaza toda tradición eclesiástica, escrita o no escrita, sea anatema” sin embargo es oportuno citar textos patrísticos de mayor antigüedad para contrastar dichas afirmaciones.
El artículo más adelante afirma:
”El punto de vista promovido por el concilio de Trento estaba en directa contradicción con lo que creía y practicaba la Iglesia Primitiva. La Iglesia Primitiva siempre sostuvo el principio de “Sola Scriptura”. Sostenía que todas las doctrinas deberían ser sometidas a la prueba de las Escrituras y si la doctrina no lograba pasar el examen, entonces debería ser rechazada”
En este comentario se deja claro la posición protestante que afirma que la Iglesia primitiva profesaba y creía en la Sola Escritura.
¿Qué creía la Iglesia primitiva? Ignacio de Antioquía (? – 107 d.C.)
En el siguiente texto el célebre obispo de Antioquía, discípulo de Pedro y Pablo, rechaza la posición Solo Escriturista:
“Yo hice, pues, mi parte, como un hombre amante de la unión. Pero allí donde hay división e ira, allí no reside Dios. Ahora bien, el Señor perdona a todos los hombres cuando se arrepienten, si al arrepentirse regresan a la unidad de Dios y al concilio del obispo. Tengo fe en la gracia de Jesucristo, que os librará de toda atadura; y os ruego que no hagáis nada en espíritu de facción, sino según la enseñanza de Cristo. Porque he oído a ciertas personas que decían: Si no lo encuentro en las escrituras fundacionales (antiguas), no creo que esté en el Evangelio. Y cuando les dije: Está escrito, me contestaron: Esto hay que probarlo. Pero, para mí, mi escritura fundacional es Jesucristo, la carta inviolable de su cruz, y su muerte, y su resurrección, y la fe por medio de Él; en la cual deseo ser justificado por medio de vuestras oraciones”[4]
Papías de Hierápolis (69 – 150 d.C.)
Importante su testimonio ya que según San Ireneo fue discípulo de San Juan y amigo de San Policarpo. Por ser considerado uno de los padres apostólicos sus escritos son sumamente importantes para entender el cristianismo primitivo.
Sorprendentemente San Papías nos deja un testimonio de no ser solo Escriturista, sino de haber dado preferencia a la tradición oral:
“Junto con las interpretaciones, no vacilaré en añadir todo lo que aprendí y recordé cuidadosamente de los ancianos, porque estoy seguro de la veracidad de ello. A diferencia de la mayoría, no me deleité en aquellos que decían mucho, sino en los que enseñan la verdad; no en los que recitan los mandamientos de otros, sino en los que repetían los mandamientos dados por el Señor. Y siempre que alguien venía que había sido un seguidor de los ancianos, les preguntaba por sus palabras: que habían dicho Andrés o Pedro, o Felipe, o Tomás, o Jacobo, o Juan, o Mateo o cualquiera otro de los discípulos del Señor, y lo que Aristión y el anciano Juan, discípulos del Señor, estaban aún diciendo. Porque no creía que la información de libros pudiera ayudarme tanto como la palabra de una voz viva, sobreviviente”[5]
Ireneo de Lyon (130 – 202 d.C.)
No menos importante es el testimonio San Ireneo (obispo, mártir y discípulo de San Policarpo) . En su célebre tratado Contra las Herejías combate las herejías de su tiempo, en especial las de los gnósticos, y se encuentra en sus escritos suficiente evidencia para descartar que fuese partidario de la Sola Escritura.
La exposición sobre la importancia de la Tradición es tan clara en San Ireneo que los protestantes han tratado de diluirla. Un ejemplo lo tenemos en el siguiente comentario del sitio Web ya citado:
“Ambos maestros [refiriéndose a Tertuliano y San Ireneo] proporcionan el contenido doctrinal real de la Tradición Apostólica que fue predicada en las Iglesias. A partir de eso podemos claramente ver que toda la doctrina era extraída de las Escrituras. No existe doctrina a la que ellos se refieran como tradición apostólica que no estuviera bien fundada en las Escrituras”
Sin embargo un cuidadoso estudio de las obras de San Ireneo echa por tierra esta afirmación. San Ireneo explica como la Iglesia combate a los herejes por medio de la Tradición custodiada por medio de la sucesión apostólica. Inclusive teniendo las Escrituras –afirma-, no se puede en ella descubrir la verdad si no se conoce la Tradición. Objeta también que los herejes no pueden probar que han sido instituidos por los apóstoles y al rechazar la Tradición terminan contradiciendo no solo la Tradición sino también las Escrituras.
“Porque al usar las Escrituras para argumentar, la convierten en fiscal de las Escrituras mismas, acusándolas o de no decir las cosas rectamente o de no tener autoridad, y de narrar las cosas de diversos modos: no se puede en ellas descubrir la verdad si no se conoce la Tradición. Porque, según dicen, no se trasmitiría (la verdad) por ellas sino de viva voz, por lo cual Pablo habría dicho: «Hablamos de la sabiduría entre los perfectos, sabiduría que no es de este mundo». Y cada uno de ellos pretende que esta sabiduría es la que él ha encontrado, es decir una ficción, de modo que la verdad se hallaría dignamente unas veces en Valentín, otras en Marción, otras en Cerinto, finalmente estaría en Basílides o en quien disputa contra él, que nada [847] pudo decir de salvífico. Pues cada uno de éstos está tan pervertido que no se avergüenza de predicarse a sí mismo depravando la Regla de la Verdad.
Cuando nosotros los atacamos con la Tradición que la Iglesia custodia a partir de los Apóstoles por la sucesión de los presbíteros, se ponen contra la Tradición diciendo que tienen no sólo presbíteros sino también apóstoles más sabios que han encontrado la verdad sincera: porque los Apóstoles «habrían mezclado lo que pertenece a la Ley con las palabras del Salvador»; y no solamente los Apóstoles, sino «el mismo Señor habría predicado cosas que provenían a veces del Demiurgo, a veces del Intermediario, a veces de la Suma Potencia»; en cambio ellos conocerían «el misterio escondido», indubitable, incontaminado y sincero: esto no es sino blasfemar contra su Creador. Y terminan por no estar de acuerdo ni con la Tradición ni con las Escrituras”[6]
San Ireneo a continuación afirma que la unidad doctrinal que existe en las Iglesias no se debe solo a las Escrituras, sino a la sucesión apostólica que garantiza la ortodoxia y de salvaguardar la Tradición sin “recortarla”.
“Como antes hemos dicho, la Iglesia recibió esta predicación y esta fe, y, extendida por toda la tierra, con cuidado la custodia como si habitara en una sola familia. Conserva una misma fe, como si tuviese una sola alma y un solo corazón, y la prédica, enseña y transmite con una misma voz, como si no tuviese sino una sola boca. Ciertamente son diversas las lenguas, según las diversas regiones, pero la fuerza de la Tradición es una y la misma. Las iglesias de la Germania no creen de manera diversa ni transmiten otra doctrina diferente de la que predican las de Iberia o de los Celtas, o las del Oriente, como las de Egipto o Libia, así como tampoco de las iglesias constituidas en el centro del mundo; sino que, así como el sol, que es una creatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también la luz, que es la predicación de la verdad, brilla en todas partes e ilumina a todos los seres humanos que quieren venir al conocimiento de la verdad. Y ni aquel que sobresale por su elocuencia entre los jefes de la Iglesia predica cosas diferentes de éstas -porque ningún discípulo está sobre su Maestro -, ni el más débil en la palabra recorta la Tradición: siendo una y la misma fe, ni el que mucho puede explicar sobre ella la aumenta, ni el que menos puede la disminuye”[7]
Afirma de forma tajante que la verdad hay que buscarla en la Iglesia, ya que los apóstoles la depositaron en ella y se mantiene en la Tradición apostólica.
“Siendo, pues, tantos los testimonios, ya no es preciso buscar en otros la verdad que tan fácil es recibir de la Iglesia, ya que los Apóstoles depositaron en ella, como en un rico almacén, todo lo referente a la verdad, a fin de que «cuantos lo quieran saquen de ella el agua de la vida». Esta es la entrada a la vida. «Todos los demás son ladrones y bandidos». Por eso es necesario evitarlos, y en cambio amar con todo afecto cuanto pertenece a la Iglesia y mantener la Tradición de la verdad.
Entonces, si se halla alguna divergencia aun en alguna cosa mínima, ¿no sería conveniente volver los ojos a las Iglesias más antiguas, en las cuales los Apóstoles vivieron, a fin de tomar de ellas la doctrina para resolver la cuestión, lo que es más claro y seguro? Incluso si los Apóstoles no nos hubiesen dejado sus escritos, ¿no hubiera sido necesario seguir el orden de la Tradición que ellos legaron a aquellos a quienes confiaron las Iglesias?”[8]
El artículo protestante citado también escribe:
“Para Ireneo, con toda certidumbre, la doctrina de la Iglesia nunca es simple tradición. Por el contrario, la noción de que pueda existir alguna verdad transmitida exclusivamente de “viva voce” (oralmente) corresponde a la línea de pensamiento de los gnósticos”
San Ireneo no pretende limitar la transmisión del evangelio a tradición oral, pero el hecho es que tampoco lo limita al medio de transmisión escrita. Lo que creía el santo hace casi dos milenios es exactamente lo que cree un católico hoy, al no limitar la transmisión de la revelación ni a la Escritura ni a la Tradición. Sin embargo, es llamativo su comentario donde puntualiza que los bárbaros sin haber contado con medios de transmisión escritos, han recibido el evangelio “sin papel y tinta”, y pueden reconocer una doctrina herética de una ortodoxa.
Muchos pueblos bárbaros dan su asentimiento a esta ordenación, y creen en Cristo, sin papel ni tinta en su corazón tienen escrita la salvación por el Espíritu Santo, los cuales con cuidado guardan la vieja Tradición, creyendo en un solo Dios Demiurgo del cielo y de la tierra y de todo cuanto se encuentra en ellos, y en Jesucristo su Hijo, el cual, movido por su eminentísimo amor por la obra que fabricó, se sometió a ser concebido de una Virgen, uniendo en sí mismo al hombre y a Dios. Sufrió bajo Poncio Pilato, resucitó y fue recibido en la luz. De nuevo vendrá en la gloria como Salvador de todos los que se salvan y como Juez de los que son juzgados, para enviar al fuego eterno a quienes desfiguran su verdad y desprecian a su Padre y su venida.
Cuantos sin letras creyeron en esta fe, son bárbaros según nuestro modo de hablar; pero en cuanto a su juicio, costumbres y modo de vivir, son por la fe sapientísimos y agradan a Dios, al vivir con toda justicia, castidad y sabiduría.
Si alguien se atreviese a predicarles lo que los herejes han inventado, hablándoles en su propia lengua, ellos de inmediato cerrarían los oídos y huirían muy lejos, pues ni siquiera se atreverían a oír la predicación blasfema. De este modo, debido a la antigua Tradición apostólica, ni siquiera les viene en mente admitir razonamientos tan monstruosos. El hecho es que, entre ellos (los herejes) no se encuentra ni iglesia ni doctrina instituida”[9]
La prueba de que esta Tradición ha sido conservada en la Iglesia -afirma- es que ellos pueden enumerar a quienes han sido constituidos obispos y sucesores de los apóstoles hasta ellos.
“Para todos aquellos que quieran ver la verdad, la Tradición de los Apóstoles ha sido manifestada al mundo en toda la Iglesia, y podemos enumerar a aquellos que en la Iglesia han sido constituidos obispos y sucesores de los Apóstoles hasta nosotros, los cuales ni enseñaron ni conocieron las cosas que aquéllos deliran. Pues, si los Apóstoles hubiesen conocido desde arriba «misterios recónditos», en oculto se los hubiesen enseñado a los perfectos, sobre todo los habrían confiado a aquellos a quienes encargaban las Iglesias mismas. Porque querían que aquellos a quienes dejaban como sucesores fuesen en todo «perfectos e irreprochables», para encomendarles el magisterio en lugar suyo: si obraban correctamente se seguiría grande utilidad, pero, si hubiesen caído, la mayor calamidad”[10]
Y como en su tratado considera demasiado largo enumerar la sucesión de todas las Iglesias, se limita a enumerar la sucesión apostólica de la Iglesia de Roma, a la cual llama “la más antigua”. Enumera así a la Iglesia de Roma fundada por Pedro y Pablo.
“Pero como sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias en este volumen, indicaremos sobre todo las de las más antiguas y de todos conocidas, la de la Iglesia fundada y constituida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo, la que desde los Apóstoles conserva la Tradición y la fe anunciada a los hombres por los sucesores de los Apóstoles que llegan hasta nosotros. Así confundimos a todos aquellos que de un modo o de otro, o por agradarse a sí mismos o por vanagloria o por ceguera o por una falsa opinión, acumulan falsos conocimientos. Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con esta Iglesia, cuya fundación es la más garantizada -me refiero a todos los fieles de cualquier lugar-, porque en ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición apostólica”[11]
Más adelante en el quinto libro de la misma obra refiriéndose a los herejes escribe:
“Porque todos éstos vinieron mucho después de los obispos, a los cuales los Apóstoles encomendaron las Iglesias; y esto lo hemos expuesto con todo cuidado en el tercer libro. Todos los predichos herejes tienen pues necesidad, por su ceguera acerca de la verdad, de caminar por otros y otros atajos, y por eso las huellas de su doctrina se dispersan de modo desacorde e inconsecuente. Mas el camino de los que pertenecen a la Iglesia recorre el mundo entero, porque posee la firme Tradición que viene de los Apóstoles, y al verla nos ofrece una y la misma fe de todos…”[12]
Clemente de Alejandría (150 – 217 d.C.)
San Clemente enfatiza la importancia de preservar la Tradición para que no se pierda:
“Bien, ellos preservaban la tradición de la bendita doctrina derivada directamente de los santos apóstoles, Pedro, Santiago, Juan, y Pablo, los hijos que la recibían del padre (pero pocos fueron como los padres), vino por la voluntad de Dios a nosotros también para depositar aquellas ancestrales y apostólicas semillas. Y bien sé que se exultarán; No quiero decir encantado con este tributo, sino solamente a causa de la preservación de la verdad, según como la entregaron. Para un bosquejo como este, bien, pienso, sean conforme a un alma deseosa de preservar de perderse la bendita tradición”[13]
“Los dogmas enseñados por las sectas notables serán aducidos; y a éstos se opondrá todo aquello que debería ser premisa de acuerdo con la más profunda contemplación del conocimiento, el cual, como nosotros procede del renombrado y venerable canon de la tradición…De modo de poder tener nuestros oídos atentos para la recepción de la tradición del verdadero conocimiento; el suelo que es previamente despejado de las espinas y de cada mala hierba por el sembrador, en orden de la plantación de la vid”[14]
Hipólito de Roma (? – 235 d.C.)
San Hipólito enfatiza la importancia de preservar la Tradición para mantenerse inmune al error en su obra titulada La Tradición Apostólica:
“Ahora pasamos, de la caridad que Dios ha testimoniado a todos los santos, a lo esencial de la tradición que conviene a las iglesias, a fin de que los que han sido bien instruidos guarden la tradición que se ha mantenido hasta el presente, según la exposición que de ella hacemos, y al comprenderla sean fortalecidos, a causa de la caída o del error que se ha producido recientemente por ignorancia o a causa de los ignorantes”[15]
En la tercera parte de esta misma obra aconseja:
“Aconsejo a los sabios que observen esto. Porque, si todos prestan oído a la Tradición apostólica y la guardan, ningún hereje los inducirá a error”[16]
Orígenes (185 – 254 d.C.)
Orígenes mantiene la misma idea que Ireneo, la cual expone que la enseñanza de la iglesia ha sido salvaguardada por la sucesión apostólica. Afirma también la importancia de lo que llama “la tradición eclesial y apostólica” y tajantemente sostiene que no se ha de aceptar como verdad más que aquello que en nada difiera de la tradición eclesiástica y apostólica:
“Aunque haya muchos que creen que ellos mismos mantienen las enseñanzas de Cristo, hay todavía algunos entre ellos que piensan diferente de sus predecesores. La enseñanza de la iglesia se ha impuesto de hecho con una orden la sucesión de los apóstoles y de los restos en las iglesias incluso al tiempo actual. No se ha de aceptar como verdad más que aquello que en nada difiera de la tradición eclesiástica y apostólica”[17]
No es de extrañar que Orígenes para apoyar ciertas doctrinas no recurra solo a la Escritura sino a la Tradición de la Iglesia. Así precisamente defiende el bautismo de infantes, alegando que es una tradición que han recibido de los apóstoles.
“La Iglesia ha recibido de los Apóstoles la costumbre de administrar el bautismo incluso a los niños. Pues aquellos a quienes fueron confiados los secretos de los misterios divinos sabían muy bien que todos llevan la mancha del pecado original, que debe ser lavado por el agua y el espíritu”[18]
No solo rechaza aquello que difiere de la tradición eclesiástica y apostólica, sino que afirma que aquellos que difieren de esta y se vuelven herejes no pueden salvarse. Proclama que fuera de la Iglesia no hay salvación “Extra hanc domum, id est Ecclesiam, nemo salvatur” [19]. Así, para el escritor eclesiástico, las doctrinas y leyes que Cristo trajo a la humanidad solamente se encuentran en la Iglesia. Por lo tanto afirma no puede haber fe fuera de esta Iglesia. La fe de los herejes no es fides, sino una credulitasarbitraria [20].
Tertuliano (160 – 220 d.C.
La visión pre-montanista de Tertuliano claramente define que los herejes no pueden afirmar tener una Iglesia legítima sino pueden comprobar que su origen desciende de las Iglesias fundadas por los apóstoles que conservan la verdadera Tradición (sucesión apostólica).
Absurdo sería pensar que hubiera sido Solo Escriturista si inclusive negaba a los herejes apelar a la Escrituras ya que estas pertenecían a la Iglesia:
“Por lo demás, si algunas [herejías] se atreven a insertarse en la edad apostólica para parecer transmitidas por los Apóstoles por cuanto existieron en tiempo de los Apóstoles, nosotros podemos decir: publiquen, entonces, los orígenes sus iglesias, desplieguen la lista de sus obispos, de modo que, a través de la sucesión que discurre desde el principio, aquel primer obispo haya tenido como garante y antecesor a alguno de los Apóstoles o a alguno de los varones apostólicos, pero que haya perseverado con los Apóstoles.
En efecto, de esa manera dan a conocer sus orígenes las iglesias apostólicas: como la iglesia de los esmiornitas cuenta que Policarpo fue puesto por Juan, como la de los romanos que Clemente fue ordenado por Pedro. De igual modo, ciertamente, también las otras iglesias muestran que vástagos de semilla apostólica poseen destinados al episcopado por los apóstoles. Inventen algo semejante los herejes. Pues, luego de tanta blasfemia ¿Qué es ilícito para ellos?”[21]
Al igual que otros padres y escritores eclesiásticos no consideraba válido que cualquiera basado en solo la Escritura intentara imponer su interpretación de ella sobre la de la Iglesia. Tertuliano ante el hecho de que los herejes suelen cubrir sus doctrinas en una amalgama de textos bíblicos les rechaza de plano escribiendo:
“Ellos [los herejes] ponen por delante las Escrituras y, con semejante audacia, inmediatamente impresionan a algunos. Pero en el debate mismo fatigan, ciertamente, a los fuertes, captan a los débiles, dejan llenos de escrúpulos a los de condición intermedia. Por eso los atajamos adoptando esta posición, la mejor: no admitirlos a ninguna discusión sobre las Escrituras. Si éstas son sus fuerzas, para que ellos puedan usarlas, primero debe ser discernido a quién corresponde la posesión de las Escrituras, a fin de que no sea admitido a ellas aquél a quien de ningún modo corresponde. Podría haber introducido este planteamiento por desconfianza o por gusto de acometer de otro modo la cuestión, sino existiesen razones. En primer lugar, la de que nuestra fe debe obediencia al apóstol, que prohíbe emprender discusiones, prestar oídos a palabras nuevas, visitar al hereje luego de una corrección…”[22]
Otro punto importante es que Tertuliano hace referencia en numerosas ocasiones a la Regla de fe (la cual era una tradición oral que mantenía la Iglesia que resumía las principales doctrinas de la fe cristiana). Dicha regla permitía identificar cuando un hereje torcía las Escrituras para apoyar sus doctrinas heréticas.
“Si las cosas están de forma que la verdad se nos adjudica a nosotros, a cuantos caminamos por esa regla que las iglesias han transmitido de parte de los apóstoles, los apóstoles de parte de Cristo, Cristo de parte de Dios, entonces permanece firme la razón de nuestra resolución, que establece que no deben ser admitidos los herejes para emprender un desafío sobre las Escrituras, pues sin las Escrituras probamos que ellos no tienen nada que ver con ellas” [23]
Inmediatamente critica la actitud de los herejes en cuanto a su uso de la Escritura, donde admiten algunas, o no las admiten enteras, sino que las deforman para apoyar sus posturas.
“Esta herejía no admite ciertas Escrituras, y si admite algunas, no las admite íntegras, las cambia, sin embargo, componiendo interpretaciones contrarias a la fe cristiana. Tanto se opone a la verdad una inteligencia falsificadora como una pluma corruptora. Sus vanas conjeturas necesariamente se niegan a reconocer aquellos pasajes mediante los cuales son refutadas; se apoyan en aquellos que han retocado fraudulentamente y en los que han elegido por razón de su ambigüedad”[24]
Para Tertuliano conocer el verdadero sentido de la Escritura exige recurrir a la escuela de Cristo, o sea, a los apóstoles, por tanto, solo en las Iglesias apostólicas, puede darse la correcta interpretación de las Escrituras.
“Así que, partiendo de lo anterior, dirigimos esta prescripción: si el Señor Jesús envió a los Apóstoles a predicar, no deben ser admitidos otros predicadores que los que Cristo instituyó, 2. porque nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo lo reveló, ni a nadie parece que el Hijo se reveló sino a los Apóstoles que envió a predicar, se entiende, lo que él les había revelado.
3. Ahora bien, qué hayan predicado, esto es, qué les haya revelado Cristo, también aquí deduciremos esta prescripción: esto no se debe probar de otro modo sino por medio de las mismas iglesias que los apóstoles fundaron, predicándoles ellos mismos ya sea de viva voz, como se dice, ya sea, después, por medio de cartas.
4. Si así están las cosas, es cierto, igualmente, que toda doctrina que concuerde con la doctrina de aquellas iglesias apostólicas, matrices y fuentes de la fe, debe ser considerada verdadera, pues sin duda mantiene aquello que las Iglesias recibieron de los Apóstoles, los Apóstoles de Cristo, Cristo de Dios;
5. pero toda doctrina que sepa a algo contrario a la verdad de las iglesias y de los Apóstoles de Cristo y de Dios ha de ser prejuzgada como proveniente de la mentira.
6. Queda, pues, por demostrar, si esta doctrina nuestra cuya regla hemos formulado arriba, procede de la tradición de los Apóstoles y , por lo mismo, las otras provienen de la mentira. 7. Nosotros estamos en comunión con las iglesias apostólicas, lo que no cumple ninguna doctrina contraria: esto es prueba de la verdad”[25]
“Un tratado sobre esta materia no será del todo inútil para instruir tanto a los que están todavía en un estadio de formación como a los que, satisfechos con su fe sencilla, no investigan los fundamentos de la tradición, y, debido a su ignorancia, poseen una fe que está a merced de todas las tentaciones”[26]
Cipriano de Cartago (200 – 258 d.C.)
San Cipriano tampoco era solo escriturista, por el contrario, manda con toda diligencia a guardar la tradición divina y prácticas apostólicas:
“Con toda diligencia hay que guardar la tradición divina y las prácticas apostólicas, y hay que atenerse a lo que se hace entre nosotros que es lo que se hace casi en todas las provincias del mundo…”[27]
Rechaza también que cualquiera ostente autoridad en la Iglesia sin tener sucesión apostólica, a lo que llama un desprecio a la tradición evangélica, al surgir por su propia cuenta:
“La Iglesia es una sola, y así como ella es una, no se puede estar a la vez dentro y fuera de la Iglesia. Porque si la Iglesia está con doctrina del (hereje) Novaciano, entonces está en contra del (Papa) Cornelio. Pero si la Iglesia está con Cornelio, el cual sucedió en su oficio al obispo (de Roma) Fabián mediante una ordenación legítima, y al cual el Señor, además del honor del sacerdocio concedió el honor del martirio, entonces Novaciano está fuera de la Iglesia; ni siquiera puede ser considerado como obispo, ya que no sucedió a ninguno, y despreciando la tradición evangélica y apostólica, surgió por su propia cuenta. Porque ya sabemos que quien no fue ordenado en la Iglesia no pertenece a ella de ningún modo”[28]
San Cipriano es muy citado por protestantes debido a su conflicto con el Papa Esteban donde se obstinó en su posición de rebautizar herejes. Si bien su caso podría citarse como un ejemplo de un obispo que en un momento dado resistió la autoridad del obispo de Roma, no hay fundamento alguno para insinuar que San Cipriano fuera solo escriturista. De hecho, su escrito sobre la unidad de la Iglesia (De Ecclesiae unitate) escrito aproximadamente en el 251, combate el cisma de Novaciano y se muestra como exponente excepcional de la doctrina católica, de su unidad, universalidad y exclusividad. Su visión de la Iglesia como un organismo visible es opuesta radicalmente a la visión protestante de una iglesia invisible (tal como inclusive reconocen historiadores protestantes como Philip Schaff) donde cada quien so pretexto de regirse por la sola Biblia se separa de la Iglesia produciendo cismas y divisiones.
En el mismo escrito (c.12) compara a la Iglesia con el Arca de Noé “Fuera del arca de Noé nadie se salvó; lo mismo sucede con la Iglesia” y alerta contra los herejes que abandonando la Iglesia fundan sus propios grupos religiosos: “Se engañan a sí mismos interpretando erróneamente las palabras del Señor: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». No se puede entender este pasaje correctamente sin tener en cuenta su contexto. Los que citan tan sólo las últimas palabras, omitiendo el resto, corrompen el Evangelio”
“El Señor habla a San Pedro y le dice: «Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella…» Y aunque a todos los apóstoles confiere igual potestad después de su resurrección y les dice: «Así como me envió el Padre, también os envío a vosotros. Recibid el Espíritu Santo. Si a alguno perdonareis los pecados, le serán perdonados; si alguno se los retuviereis, le serán retenidos», sin embargo, para manifestar la unidad estableció una cátedra, y con su autoridad dispuso que el origen de esta unidad empezase por uno. Cierto que lo mismo eran los demás Apóstoles que Pedro, adornados con la misma participación de honor y potestad, pero el principio dimana de la unidad. A Pedro se le da el primado, para que se manifieste que es una la Iglesia de Cristo…El que no tiene esta unidad de la Iglesia ¿cree tener fe?.. El que se opone y resiste a la Iglesia, ¿Tiene la confianza de encontrarse dentro de la Iglesia?...El episcopado es uno solo, cuya parte es poseída por cada uno in solidum. La Iglesia también es una, la cual se extiende con su prodigiosa fecundidad en la multitud, a la manera que son muchos los rayos del sol, y un solo sol, y muchos los ramos de un árbol, pero uno solo el tronco fundado en firme raíz, y cuando varios arroyos proceden de un mismo manantial, aunque se haya aumentado su número con la abundancia de agua, se conserva la unidad de su origen. Separa un rayo del cuerpo del sol: la unidad no admite la división de la luz, corta un ramo del árbol: este ramo no podrá vegetar, ataja la comunicación del arroyo con el manantial y se secará. Así también la Iglesia, iluminada con la luz del Señor, extiende sus rayos por todo el orbe; pero una sola es la luz que se derrama por todas partes, sin separarse la unidad del cuerpo; con su fecundidad y lozanía extiende sus ramos por toda la tierra, dilata largamente sus abundantes corrientes, pero una es la cabeza, uno el origen y una la madre, abundante en resultados de fecundidad. De su parto nacemos, con su leche nos alimentamos y con su espíritu somos animados”[29]
Eusebio de Cesarea (263 – 340 d.C.)
Reconocido como el más grande historiador de la Iglesia primitiva escribe:
“Entre los que florecieron en la iglesia en este tiempo estuvieron Hegesipo, a quien hemos visto antes. El obispo Dionisio de Corinto, el obispo Pinito de Creta Felipe, Apolinar, Melitón, Musano, Modesto y, sobre todos, Ireneo. Su ortodoxia y fervor por la tradición apostólica nos han llegado en forma escrita”[30]
Eusebio nos da un dato significativo cuando narra el conflicto que hubo entre el Papa San Esteban y San Cipriano de Cartago. El Papa se oponía el rebautismo de los herejes, mientras San Cipriano los hacía rebautizar. El Papa escribe una carta donde dice “que no se innove nada que haya sido transmitido”[31] . Es interesante este evento porque el mismo Eusebio entiende que San Cipriano introducía una novedad contraria a la Tradición.
“Pero Cipriano, pastor de la sede de Cartago, fue el primero en su tiempo en insistir en que fuesen readmitidos sólo después de su purificación mediante el bautismo. En cambio Esteban consideraba erróneo hacer ninguna innovación contraria a la tradición establecida desde el principio, y se enojó mucho”[32]
Atanasio de Alejandría (295 – 373 d.C.)
La siguiente carta no es trabajo exclusivo de San Atanasio, sino de noventa obispos de Egipto y Libia reunidos en un sínodo en Alejandría en el 369, lo que la hace más relevante como testimonio de cuan importantes y autoritativos eran los concilios ecuménicos para la Iglesia:
“Pero las palabras del Señor las cuales vinieron a través del concilio ecuménico de Nicea permanecerán por siempre”[33]
En su carta en defensa de los decretos del concilio de Nicea (De Decretis Nicaenae sysynodi), pide a los arrianos que prueben de donde han sacado sus opiniones (maestro o tradición) acerca de la creación del Verbo, lo cual sería absurdo sino diera crédito a la importancia de la Tradición. Lo mismo se aprecia cuando afirma que los decretos de Nicea mantienen la misma doctrina que ellos han recibido por Tradición.
“Déjenlos decirnos de que maestro o de que tradición, ellos derivaron esas nociones referentes al Salvador”[34]
“En efecto, lo que nuestros Padres han entregado, esto es la doctrina verdadera, y esto es verdaderamente el símbolo de los doctores, que confiesan lo mismo unos con otros, y ni discrepan entre ellos ni de sus padres; mientras ellos que no tienen esta característica son llamados no verdaderos doctores sino malvados”[35]
“Pero los sectarios, que han caído fuera de la enseñanza de la Iglesia, han naufragado en lo relacionado a su fe”[36]
“desde los orígenes, la auténtica tradición, doctrina y fe de la Iglesia Católica, que el Señor dio, los apóstoles predicaron y los padres conservaron”[37]
“Pero después de él y con él están todos los inventores de impías herejías, que en realidad se refieren a las Escrituras, pero no mantienen las opiniones como los santos han dictado, y recibiéndoles como la tradición de hombres, se equivocan, porque les conocen correctamente, ni su poder”[38]
La carta a Epiteto (Epistula ad Epictetum episcopum Corinthi), la cual tuvo una gran reputación y fue muy citada en las controversias cristológicas al punto que el concilio de Calcedonia la adoptó como la mejor expresión de sus convicciones[39], es bastante ilustrativa al punto que nos acopia, ya que inclusive estando convencido San Atanasio de que la doctrina Trinitaria tenía profundo sustento escriturístico, replica que para refutar a los herejes basta con mostrarles que lo que profesan es distinto a la enseñanza de la Iglesia y de los padres.
“Es suficiente sólo para responder a ese tipo de cosas lo siguiente: estamos contentos con el hecho de que esta no es la enseñanza de la Iglesia Católica, ni la que los padres mantienen. Pero para evitar que los inventores de maldades hagan del entero silencio de nuestra parte un pretexto para la desvergüenza, será bueno mencionar unos cuantos puntos de la Sagrada Escritura”[40]
Agustín de Hipona (354 – 430 d.C.)
Los protestantes suelen presentar a San Agustín como un partidario de la Sola Escritura, sin embargo la evidencia apunta a todo lo contrario.
“No creería en el Evangelio, si a ello no me moviera la autoridad de la Iglesia católica”[41]
El texto que cito a continuación es particularmente revelador, porque San Agustín enseña como en la Iglesia se debe guardar todo lo que provenga de la Tradición, aunque no se halle escrito. Esto ocurrió más un milenio antes de Trento, en el cual -según el artículo protestante citado- fue cuando esto comenzó a profesarse en la Iglesia Católica.
“…Todo lo que observamos por tradición, aunque no se halle escrito; todo lo que observa la Iglesia en todo el orbe, se sobreentiende que se guarda por recomendación o precepto de los apóstoles o de los concilios plenarios, cuya autoridad es indiscutible en la Iglesia. Por ejemplo, la pasión del Señor, su resurrección, ascensión a los cielos y venida del Espíritu santo desde el cielo, se celebran cada año. Lo mismo diremos de cualquier otra práctica semejante que se observe en toda la Iglesia universal”[42]
En Sobre el bautismo, Contra los donatistas, escribe comentando la posición del Papa respecto al rebautizo de los conversos:
“Los apóstoles, de hecho, no dieron instrucciones en este punto, pero la costumbre que se opone a Cipriano, puede suponerse tuvo su origen en la tradición apostólica, así como hay muchas cosas que son observadas por toda la Iglesia, y por lo tanto son firmemente sostenidas por haber sido impuestas por los apóstoles, y que no se mencionan en sus escritos”[43]
Para San Agustín la autoridad de los concilios y del obispo de Roma es indiscutible. Fue él quien en la controversia pelagiana dio la causa por finalizada cuando el Papa Inocencio emitió un edicto aprobando los concilios de Cartago y Milevis.
“Los que no están en la comunión católica y se glorían, sin embargo, del nombre cristiano, se ven obligados a oponerse a los creyentes; osan engañar a los indoctos como si se valiesen de la razón, siendo así, que el Señor vino cabalmente a traer esta medicina de la fe impuesta a los pueblos. Pero los herejes se ven obligados a hacer eso, como he dicho, porque sienten que serían repudiados con desdén si comparasen su autoridad con la de la Iglesia Católica”
Tratan, pues, de superar la autoridad de la Iglesia inconmovible con el nombre y promesa de la razón. Esta temeridad es normal en todos los herejes. Pero aquel emperador clementísimo de la fe, nos dotó también a nosotros del magnífico aparato de la invicta razón, valiéndose de selectos varones y piadosos y doctos y verdaderamente espirituales. Y al mismo tiempo fortificó la Iglesia con la ciudadela de la autoridad, valiéndose de concilios famosos de todos los pueblos y gentes y de las mismas sedes apostólicas”[44]
En una epístola que escribe contra los maniqueos (Contra epistolam Manichaei quam vocant fundamenti liber I) rechaza las objeciones que estos hacían en base a la Escritura para atacar a la Iglesia Católica. Responde que él cree en las Escrituras precisamente por su autoridad, y que si ellos inclusive lograran por medio de las Escrituras encontrar un testimonio contra ella, lo que lograrían es hacer que dejara de creer tanto en la Iglesia Católica, como en las Escrituras.
“En la Iglesia Católica, sin hablar de la sabiduría más pura, al conocimiento de la cual pocos hombres espirituales llegan en esta vida, de manera que la sepan, de la manera más extensa, efectivamente, porque son hombres, todavía con incertidumbre (ya que el resto de la multitud de gente deriva toda su seguridad no de la agudeza de intelecto, sino de la simpleza de la fe,) – Aun prescindiendo de la sincera y genuina sabiduría…, que en vuestra opinión no se halla en la Iglesia Católica, muchas otras razones me mantienen en su seno: el consentimiento de los pueblos y de las gentes; la autoridad, erigida con milagros, nutrida con la esperanza, aumentada con la caridad, confirmada por la antigüedad; la sucesión de los obispos desde la sede misma del apóstol Pedro, a quien el Señor encomendó, después de la resurrección, apacentar sus ovejas, hasta el episcopado de hoy; y en fin, el apelativo mismo de Católica, que son sin razón sólo la Iglesia ha alcanzado….Estos vínculos del nombre cristiano – tantos, tan grandes y dulcísimos- mantienen al creyente en el seno de la Iglesia católica, a pesar de que la verdad, a causa de la torpeza de nuestra mente e indignidad de nuestra vida, aún no se muestra…
… Si tú te encuentras con una persona que no cree aun en las Escrituras, ¿Cómo le contestarías si esta te dice que no cree? Por mi parte, no creeré en las Escrituras a menos que la autoridad de la Iglesia Católica me mueva a ello. Así que cuando aquellos en cuya autoridad yo he aceptado creer en las Escrituras me dicen que no crea en Maniqueo, ¿Qué más puedo hacer sino aceptarlo?. Escoge. Si tú dices, cree a los Católicos: Su consejo para mi es que no ponga mi fe en lo que tú dices; así que, creyéndoles, soy prevenido de creerte; – Si tú dices, No creas a los Católicos: Tú no puedes con rectitud utilizar las Escrituras para traerme a la fe en Maniqueo; porque fue bajo el mandato de los Católicos que yo creí en las Escrituras. – Nuevamente, si tú me dices, estabas en lo correcto al creer a los Católicos cuando ellos te dijeron que creas en las Escrituras, pero estabas equivocado al creer su vituperaciones en contra de Maniqueo: ¿Me crees tan tonto como para creer lo que a ti te da la gana y no te da la gana, sin ninguna razón? Así que es por eso más justo y más seguro, habiendo puesto a primera instancia mi fe en los católicos, no ir a ti, hasta que, en vez de que me insistas que te crea, me hagas entender algo de la manera más clara y abierta. Para convencerme, entonces, tienes que poner de lado las Escrituras. Si mantienes las escrituras, yo me apegaré a aquellos quienes me mandaron a creer en las Escrituras; y, en obediencia a ellos, no te creeré en lo absoluto.
Pero si por casualidad tienes éxito en encontrar en las Escrituras un testimonio irrefutable del apostolado de Maniqueo, debilitarías mi consideración para con la autoridad de los Católicos quienes me dicen que no te crea; y el efecto de esto será, que yo no creeré más en las Escrituras tampoco, porque fue a través de los Católicos que yo recibí mi fe en ellas; y así lo que sea que me traigas de las Escrituras no tendrá más peso para conmigo. Así que, si no tienes una prueba clara apostolado de Maniqueo encontrada en las escrituras, yo creeré a los Católicos en vez de a ti. Pero si tu encuentras, de alguna manera, un pasaje claramente a favor de Maniqueo, no les creeré ni a ellos ni a ti: ni a ellos, porque ellos me mintieron con respecto a Maniqueo; ni a ti, porque me estas citando esas Escrituras en las cuales he creído bajo la autoridad de “esos mentirosos”. Pero lejos de que yo no vaya a creer en las Escrituras; creyendo en ellas, no encuentro nada en ellas que me haga creerte a ti”[45]
Juan Crisóstomo (347 – 407 d.C.)
Nos deja una excelente evidencia de como la Iglesia hace más de 1600 años se interpretaba 2 Tesalonicenses 2,15 tal cual como lo hacemos los católicos hoy (como un rechazo bíblico a la doctrina de la Sola Escritura):
“Por lo tanto, los hermanos, permanezcan firmes y mantengan las tradiciones que han recibido de nosotros por palabra o por carta. De esto está claro que no dejaron todo escrito, sino que hay mucho también que no fue escrito. Como lo que fue escrito, lo que no quedó escrito es también digno de creerse. Así, miremos la tradición de la iglesia también como digna de creencia. ¿Es una tradición? No busquemos más”[46]
Basilio el Grande (330 – 379 d.C.)
Afirma que los dogmas y mensajes preservados en la Iglesia han sido recibidos tanto por medios orales como por medios escritos, y rechaza la idea de abandonar las costumbres no escritas:
“Vamos a investigar cuáles son nuestras concepciones comunes en relación con el Espíritu, así como los que han sido recogidas por nosotros a partir de la Sagrada Escritura en relación con aquellas que hemos recibido de la tradición no escrita de los Padres”[47]
“El objetivo del ataque es la fe. El único objetivo de la entera banda de opositores y enemigos de la «sana doctrina» es sacudir las bases de la fe de Cristo llevando al suelo la tradición apostólica y destruirla totalmente. Así como deudores, – por supuesto, deudores de buena fe. — Ellos piden una prueba escrita, y rechazan como inútil la tradición no escrita de los Padres”[48]
“En un solo Espíritu, dice, «fuimos todos bautizados en un solo cuerpo». Y en armonía con esto son los pasajes: «Serán bautizados en el Espíritu Santo» y «Él los bautizará con el Espíritu Santo». Pero nadie a este respecto justificaría en llamar ese bautismo un perfecto bautismo donde sólo el nombre del Espíritu Santo fue invocado. Porque la tradición que nos ha sido entregada por gracia debe seguir siendo para siempre inviolable”[49]
“De los dogmas y de los mensajes preservados en la iglesia, algunos los tenemos de la enseñanza escrita y otros recibimos de la tradición de los apóstoles…Por lo que se refiere a la piedad, ambas tienen la misma fuerza. Nadie contradirá ninguno de estos, nadie, que sea inclusive moderadamente versado en materias eclesiásticas. De hecho, si rechazáramos costumbres no escritas como si no tuvieran gran autoridad, podríamos dañar involuntariamente el evangelio en su vitalidad; o peor, podríamos reducir el mensaje a un mero término”[50]
“Me faltaría tiempo si intento enumerar los misterios no escritos de la Iglesia…Mientras las tradiciones no escritas son muchas, y su incidencia en el misterio de la Piedad es tan importante…”[51]
“Es respuesta a la objeción de que el doxología en la forma «con el Espíritu» no tiene autoridad escrita, sostenemos que si no hay otro ejemplo de lo aquello que no es escrito, entonces este no debe ser recibido. Pero si el mayor número de nuestros misterios son admitidos en nuestra Constitución, sin mandato escrito, entonces, en compañía de esos muchos otros, vamos a recibir este. Porque yo mantengo respetar también tradiciones no escritas. «Yo los alabo» , dice [Pablo], «porque en todas las cosas os acordáis de mí y conserváis las ordenanzas tal como os las he transmitido» y «Manténganse firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, por palabra o por epístola». Una de estas tradiciones es la práctica que tenemos ante nosotros, que ordenó que desde el principio, firmemente arraigada en las iglesias, entregada a sus sucesores……Si, como en un Tribunal de Derecho, perdimos las pruebas documentales, somos capaces de traer ante ustedes un gran número de testigos”[52]
Epifanio de Salamina (315 – 403 d.C.)
“Es necesario también hacer uso de la Tradición, porque no todo se puede conseguir en las Sagradas Escrituras. Los santos apóstoles dejaron algunas cosas en las Escrituras, otras cosas en la Tradición”[53]
Gregorio de Nisa (331 – 394 d.C.)
Es frecuentemente citado por protestantes como un fiel defensor de la Sola Escritura, debido a textos como este:
“No nos está permitido afirmar lo que nos plazca. La Sagrada Escritura es, para nosotros, la norma y la medida de todos los dogmas. Aprobamos solamente aquello que podemos armonizar con la intención de estos escritos”[54]
San Cirilo en estos textos habla de la suficiencia material de las Escrituras. (Distinto a la posición protestante en donde las Escrituras son el principio material y el juicio privado su principio formal). Un análisis completo del pensamiento del santo revelan que no pretende excluir la Tradición apostólica, de allí que sostenga que hay que recibir como verdad aquello que se recibe “entregado por la Iglesia con la valla de protección de toda la Escritura”
San Cirilo también proclama a la Iglesia columna y fundamento de la verdad, no es lícito para él, la separación de cristianos en sectas, y llama a cualquier grupo que se separe de la Iglesia “abominable”.
“Si es que nuestro razonamiento no está a la altura del problema, hemos de mantener siempre firme e inmóvil la tradición que hemos recibido de los Padres por sucesión”[55]
Cirilo de Jerusalén (315 – 386 d.C.)
Es frecuentemente citado por los protestantes como ejemplo de un padre de la Iglesia que era solo escriturista, por los siguientes textos:
“Ten siempre esta señal en tu mente, pues a ella se le está anunciando todo esto de modo sumario; pero si Dios lo permite, todo lo explicaremos más ampliamente, según nuestras fuerzas, demostrándolo según las Escrituras. Pues, acerca de los divinos y santos misterios de la fe, no debe transmitirse nada sin las Sagradas Escrituras, ni deben aducirse de modo temerario cosas simplemente probables y apoyadas en argumentos construidos con palabras artificiosas. Y no creas, pues, que voy a proceder de este modo, sino probando por las Escrituras lo que te anuncio. Pues esta fe, a la cual debemos nuestra salvación, no recibe su fuerza de los comentarios y las disputas, sino de la demostración por medio de la Sagrada Escritura” [56]
“Al aprender y confesar la fe, debes abrazar y guardar como tal sólo la que ahora te es entregada por la Iglesia con la valla de protección de toda la Escritura. Pero, puesto que no todos pueden leer las Escrituras —a unos se lo impide la impericia y a otros sus ocupaciones—, para que el alma no perezca por la ignorancia, compendiamos en pocos versículos todo el dogma de la fe. Quiero que todos vosotros lo recordéis con esas mismas palabras y que os lo recitéis en vuestro interior con todo interés, pero no escribiéndolo en tablillas, sino grabándolo de memoria en tu corazón. Y cuando penséis en esto meditándolo, tened cuidado de que en ninguna parte nadie de los catecúmenos escuche lo que se os ha entregado”[57]
“26. Pero el nombre de «Iglesia» se acomoda a realidades diversas, de modo que también de la multitud que se encontraba en el teatro de los efesios está escrito: «Dicho esto, disolvió la asamblea» (Hech 19,40). También alguien dijo intencionadamente que la «asamblea de malhechores» (Sal 26,5) es el conjunto de los herejes: me refiero a los marcionitas, maniqueos y a los restantes.
Por tanto, la fe te muestra muy cautamente que esto es lo que has de sostener: «Y en la Iglesia, una santa, católica», para que, huyendo de esos grupos abominables, te adhieras siempre a la santa Iglesia católica, en la cual volviste a nacer. Y si alguna vez viajas por ciudades diversas, no preguntes simplemente dónde está el «Kyriakón», pues también las restantes sectas y herejías de los impíos se esfuerzan en hacer presentables sus madrigueras con el nombre de «Kyriakón», ni simplemente dónde está la iglesia, sino dónde hay una iglesia católica, pues éste es el nombre propio de esta santa Iglesia, madre de todos nosotros. Ella es ciertamente la esposa de nuestro Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios (pues está escrito: «como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella», etc., Ef 5,25 ss) y ofrece una imagen y una imitación de «la Jerusalén de arriba», que «es libre; ésa es nuestra madre» (Gál 4,26). Habiendo sido ella anteriormente estéril, ahora es madre de una numerosa prole (cf. Gál 4,27 e Is 54.1).
Extendida sin fronteras por la paciencia de los mártires
27. Repudiada la primera, en la segunda, es decir, en la Iglesia católica, como dice Pablo, los puso Dios a algunos como apóstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego los milagros; luego el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas» (I Cor 12,28) y toda clase de cualquier virtud. Me refiero a la sabiduría y a la inteligencia, la templanza y la justicia, la misericordia y la humanidad, y la paciencia invencible en las persecuciones. Fue ésta, «mediante las armas de la justicia, las de la derecha y las de la izquierda, en gloria e ignominia» (2 Cor 6,7-8), la que redimió, en primer lugar, a los santos mártires en sus persecuciones y angustias con coronas diversas, unidas entre sí por las numerosas flores del sufrimiento. Ahora, en tiempos de paz, ese sufrimiento recibe, por gracia de Dios y de mano de reyes y hombres conspicuos por la grandeza de su dignidad, los honores que le deben incluso los hombres de cualquier linaje y apariencia. Y mientras tiene fronteras determinadas el poder de los soberanos de pueblos distribuidos por lugares diversos, sólo la santa Iglesia católica posee una potestad sin fronteras en todo el mundo. Pues, como está escrito, Dios puso en su término la paz (Sal 147,14). Pero si sobre este asunto quisiera decirlo todo, necesitaría un discurso de muchas horas”[58]
Para San Cirilo todas las doctrinas católicas estaban contenidas en la Escritura tanto de manera explícita como implícita. Fue un gran defensor de la doctrina Trinitaria, creía por el bautismo nos hacemos partícipes del sacrificio de Cristo, su muerte y su resurrección, el bautismo perdona los pecados y necesario para la salvación. También explica de forma diáfana la transubstanciación “Lo que parece pan no es pan, aunque así sea sentido por el gusto, sino el cuerpo de Cristo, y lo que parece vino no es vino, aunque el gusto así lo quiera, sino le sangre de Cristo”[59], también se antepone con más de un milenio de antelación a la herejía protestante que niega el carácter sacrificial de la Eucaristía y llama a esta sacrificio espiritual e incruento, el cual se ofrece por todos los que están en necesidad incluyendo los difuntos[60].
Volvamos ahora sobre objeciones protestantes.
Antes de finalizar es importante comentar otro argumento que utilizan los protestantes en contra de la Tradición apostólica, y que más bien se vuelve en su contra. A continuación lo transcribo del artículo citado.
“Es verdad que la Iglesia primitiva también ha sostenido el concepto de tradición en referencia a la costumbre y prácticas eclesiásticas. Se creía, frecuentemente, que tales prácticas habían sido heredadas de los apóstoles, aun cuando no podían ser necesariamente validadas por las Escrituras. Esta práctica, sin embargo, no involucraba la doctrina de la fe y frecuentemente eran contradictorios entre los diferentes segmentos de la Iglesia.
Un ejemplo de este se encuentra en los inicios del segundo siglo en la controversia sobre cuando celebrar la Resurrección. Algunas iglesias del Este la celebraban en días diferentes de aquellos del Oeste, pero cada una aseguraba que su práctica particular había sido heredada directamente de los apóstoles. En realidad, esto creó un conflicto entre el obispo de Roma, el cual exigía que los obispos del Este se sometieran a la práctica del Oeste. Ellos rehusaron, creyendo firmemente que estaban cumpliendo con la tradición apostólica”
El primer error de este argumento, es afirmar gratuitamente que la Tradición que sostenía la iglesia primitiva se limitaba exclusivamente a prácticas eclesiásticas, de hecho ninguno de los textos patrísticos que se han citado permiten sacar una conclusión similar. Papías no hace excepción en cuanto a lo que aprendió por medio de las enseñanzas de viva voz, San Ireneo habla de cómo no se puede encontrar la verdad en las Escrituras si se desconoce la Tradición y como utilizaban esta Tradición para atacar las herejías (sería absurdo suponer que atacaba a los herejes con meras costumbres y prácticas eclesiásticas). Orígenes habla de la enseñanza de la Iglesia transmitida por los apóstoles a través de la tradición apostólica (aquí tampoco parece estarse limitando a cuestiones de mera disciplina eclesiástica). San Basilio el grande habla de “los dogmas y de los mensajes preservados en la iglesia” a través de la Tradición. Clemente de Alejandría habla de esta como la bendita doctrina derivada directamente de los apóstoles y San Agustín incluye en la Tradición lo expuesto por los concilios.
El segundo error es que el evento que mencionan precisamente demuestra cuán firmemente atesoraba la Iglesia primitiva la Tradición, al punto se casi producirse un cisma solo por mantenerla. A este respecto escribe el historiador José Orlandis:
“En el siglo II la Iglesia romana vio cómo se planteaban dos cuestiones de orden muy distinto, pero que cada uno tuvo a su manera una incidencia en su vida: la controversia pascual y los intentos de infiltración de las doctrinas gnósticas.
La controversia pascual surgió como consecuencia de las diferencias existentes entre la Iglesia Romana –a la que seguían casi todas las demás-, y las iglesias asiáticas a propósito del día de la celebración de la Pascua.
Pretendían esas iglesias que la celebración tuviera lugar el 14 del mes de Nisán, cualquiera que fuese el día de la Semana en que cayera -, mientras que la praxis romana, instituida oficialmente por el Papa Pio I, era que la Pascua se conmemorase siempre en domingo, el domingo siguiente a aquella fecha del 14 de Nisán. Aunque pueda parecer otra cosa, no se trataba de una cuestión baladí, puesto que la fecha de la Pascua condicionaba todo el ciclo litúrgico y era un signo tangible de comunión entre todas las iglesias.
Para tratar de resolver esta cuestión, y a pesar de su avanzada edad de más de 80 años, en tiempo del Papa Aniceto (155-166) se trasladó a Roma el venerable obispo de Esmirna (San Policarpo), que poco después moriría mártir. Pese a los esfuerzos de una y otra parte, fue imposible llegar a un acuerdo. Policarpo no podía renunciar a la tradición pascual de las iglesias de Asia, una tradición de raíz judeocristiana, que él aprendió del propio Apóstol Juan Evangelista, de quien fue discípulo directo; los dos obispos, ante la imposibilidad de lograr la unidad litúrgica, quisieron dejar constancia del mantenimiento de la paz entre ellos, y como signo visible de comunión, el Papa Aniceto hizo a Policarpo el honor de invitarle a celebrar la Eucaristía en su propia iglesia.
El problema se agravó a finales del siglo II, como consecuencia de la introducción de la liturgia de las iglesias asiáticas de algunas observancias de sabor judaizante, como el rito del cordero pascual. A la vista del sesgo que tomaba la cuestión, el Papa Víctor I (189-198), en un acto significativo de ejercicio de la potestad primacial, convocó la reunión de sínodos provinciales en las diversas iglesias, y todos ellos, salvo los de Asia, se mostraron de acuerdo con el uso romano. Los asiáticos se reafirmaron en su postura y, en nombre de ellos, el obispo Policrates de Éfeso escribió una vehemente misiva al Papa. Víctor I reaccionó con dureza y amenazó a los asiáticos con sanciones canónicas, incluida la excomunión.
La ruptura no llegó a consumarse, y a ello contribuyó la intervención apaciguadora de Ireneo de Lyon quien tras reiterar su adhesión a la observancia romana, pidió al Papa que no rompiera comunión con aquellas iglesias, por el apego que mostraban a sus antiguas tradiciones, siendo como era una misma la fe de todos. Víctor I acogió los ruegos de Ireneo, y con el tiempo, las iglesias asiáticas terminaron por aceptar la disciplina romana….”[61]
No hay que ser genio para darse cuenta del gran apego que tenían estos primeros cristianos por mantener la Tradición que habían recibido de los apóstoles, en la cual, inclusive en una cuestión litúrgica y no dogmática, estuvo a punto de producirse un cisma.
Así como la Sola Escritura no tiene fundamento bíblico, tampoco lo tiene desde el punto de vista patrístico. Si Iglesia primitiva hubiera pensado como piensa el protestantismo hoy, sufriría las consecuencia que estos están sufriendo sumergidos en una ola imparable de divisiones, en donde cada quien quiere imponer su interpretación privada de la Escritura aislados de la Tradición. El simple hecho de que los protestantes sepan cuáles son los libros de la Biblia lo deben a la Tradición, ya que en ningún libro de la Escritura se enumeran los libros de la misma. Los protestantes también se hacen los distraídos ante el hecho de que los primeros cristianos no tenían un canon del Nuevo Testamento completamente definido. El fragmento de muratori, el cual es el catálogo más antiguo de los libros del Nuevo Testamento no incluía todos los libros del canon que conocemos hoy. Así, aunque los libros que pertenecen hoy al canon del Nuevo Testamento fueron escritos en el primer siglo, el canon como tal vino a ser definido definitivamente al final del siglo IV.
Autor: José Miguel Arráiz
NOTAS
[1] 2 Tesalonicenses 2,15
[2] 1 Corintios 11,2
[3] 2 Tesalonicenses 3,6
[4] Ignacio de Antioquía, Carta a los Filadelfios 8
J. B. Lightfoot, Los Padres Apostólicos, Editorial CLIE
Otra traducción en Daniel Ruiz Bueno, Padres Apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos 65, Quinta Edición, Madrid 1985, pág. 485-486
[5] Papías, fragmentos en Eusebio, Historia eclesiástica III,39
Paul L. Maier, Eusebio, Historia de la Iglesia, Editorial Portavoz, Michigan 1999, pág. 126
[6] Ireneo de Lyon, Contra las herejías III,2,1-2
Carlos Ignacio González, S.J., Ireneo de Lyon, Contra los herejes, Conferencia del Episcopado Mexicano, México 2000 (Todas las citas de esta obra están tomadas de acá)
[7] Ireneo de Lyon, Contra las herejías I,10,2
[8] Ireneo de Lyon, Contra las herejías III,4,1
[9] Ireneo de Lyon, Contra las herejías III,4,2
[10] Ireneo de Lyon, Contra las herejías III,3,1
[11] Ireneo de Lyon, Contra las herejías III,3,2
[12] Ireneo de Lyon, Contra las herejías V,20,1
[13] Clemente de Alejandría, Stromata I,1
New Advent Encyclopedia http://www.newadvent.org/fathers/02101.htm
[14] Clemente de Alejandría, Stromata I,1
Ibid.
[15] Hipólito, La Tradición Apostólica, I,1
Johannes Quasten, Patrología I, Biblioteca de Autores Cristianos 206, Quita Edición, Madrid 1995, pág. 492
[16] Hipólito, La Tradición Apostólica, III,38
Ibid., pág. 499
[17] Orígenes. Las doctrinas fundamentales 1,2 [inter A.D. 220-330]
William A. Jurgens, The Faith of the Early Fathers, Vol. I, The Liturgical Press, Minnesota 1970, pág.190
[18] Orígenes, In Rom. com. 5,9: EH 249
Johannes Quasten, Patrología I, Biblioteca de Autores Cristianos 206, Quita Edición, Madrid 1995, pág. 395
[19] In Ios. hom. 3,5
Ibid., pág. 394
[20] In Rom. 10,5
Ibid.
[21] Tertuliano. Prescripciones contra todas las herejías 32,1-4
Fuentes Patrísticas 14. Tertuliano. Prescripciones contra todas las herejías. Edición preparada por Salvador Vicastillo, Editorial Ciudad Nueva, pág. 253-255
[22] Tertuliano. Prescripciones contra todas las herejías. 15,2-4; 16,1
Ibid., págs. 197-199
[23] Tertuliano. Prescripciones contra todas las herejías 37,1
Ibid. pág. 275
[24] Tertuliano. Prescripciones contra todas las herejías 17,1-3
Ibid. pág. 199-201
[25] Tertuliano. Prescripciones contra todas las herejías 21
Ibid. págs. 211-215
[26] Tertuliano, De baptismo 1
Johannes Quasten, Patrología I, Biblioteca de Autores Cristianos 206, Quita Edición, Madrid 1995, pág. 576
[27] San Cipriano, Epist. 67, 5
New Advent Encyclopedia http://www.newadvent.org/fathers/050667.htm
[28] San Cipriano de Cartago, Ep 75,3
New Advent Encyclopedia, http://www.newadvent.org/fathers/050675.htm
[29] Cipriano de Cartago. De la Unidad de la Iglesia. 4.5
Johannes Quasten, Patrología I, Biblioteca de Autores Cristianos 206, Quita Edición, Madrid 1995, págs. 645-646
[30] Eusebio, Historia Eclesiástica IV,21
Paul L. Maier, Eusebio, Historia de la Iglesia, Editorial Portavoz, Michigan 1999, pág.157
[31] Ep. 74,1
[32] Eusebio, Historia Eclesiástica VII,3
Ibid., pág. 254
[33] Carta sinodal para los obispos de África, 2 [inter A.D. 368/372]
William A. Jurgens, The Faith of the Early Fathers, Vol. I, The Liturgical Press, Minnesota 1970, pág. 343
[34] Atanasio de Alejandría, De Decretis Nicaenae sysynodi 13
New Advent Encyclopedia, http://www.newadvent.org/fathers/2809.htm
[35] Atanasio de Alejandría, De Decretis Nicaenae sysynodi 4
Early Church Fathers, http://www.ccel.org/print/schaff/npnf204/xiv.ii.ii
New Advent Encyclopedia, http://www.newadvent.org/fathers/2809.htm
[36] Atanasio de Alejandría, Contra los paganos 6
Ibid., pág. 76
[37] Atanasio de Alejandría, Ep. Ad Serap. 1,28
Johannes Quasten, Patrología II, Biblioteca de Autores Cristianos 217, Cuarta Edición, Madrid 1985, pág. 70
[38] Atanasio de Alejandría, Cartas Festales 2,6
Dave Armstrong, The Church Fathers Were Catholic, Lulu Publishing 2007, pág. 75
[39] Mansi, Conc. 7,464
[40] Atanasio de Alejandría, Epistula ad Epictetum episcopum Corinthi, 3
Ibid., pág. 81
[41] Agustín de Hipona. C. ep. Man. 5,6; cf. C. Faustum 28,2
http://www.newadvent.org/fathers/1405.htm
[42] Agustín de Hipona, Carta a Jenaro (Ep 54,1-2)
Obras Completas de San Agustín, Tomo VIII, Biblioteca de Autores Cristianos 69, Madrid 1986, pág. 338
[43] Agustín de Hipona, Sobre el bautismo, contra los donatistas V,23,31
New Advent Encyclopedia http://www.newadvent.org/fathers/14085.htm
[44] Agustín de Hipona, Carta a Dióscoro (Ep 118,32)
Obras Completas de San Agustín, Tomo VIII, Biblioteca de Autores Cristianos 69, Madrid 1986, pág. 879
[45] Agustín de Hipona. C. ep. Man. 4,5-6.
[46] Juan Crisóstomo. Homilía sobre la segunda epístola a los tesalonicenses
William A. Jurgens, The Faith of the Early Fathers, Vol. II, The Liturgical Press, Minnesota 1979, pág. 124
[47] Basilio el Grande, El Espíritu Santo 9,22
Early Church Fathers, http://www.ccel.org
New Advent Encyclopedia, http://www.newadvent.org/fathers/3203.htm
[48] Basilio el Grande, El Espíritu Santo 10,25
Early Church Fathers, http://www.ccel.org
[49] Basilio el Grande, El Espíritu Santo 12,28
Early Church Fathers, http://www.ccel.org
[50] Basilio el Grande, El Espíritu Santo 27,66
William A. Jurgens, The Faith of the Early Fathers, Vol. II, The Liturgical Press, Minnesota 1979, pág. 18-19
[51] Basilio el Grande, El Espíritu Santo 27,67
[52] Ibid., 27,71
[53] Epifanio de Salamina, Medicina contra todas las herejías 61,6
William A. Jurgens, The Faith of the Early Fathers, Vol. II, The Liturgical Press, Minnesota 1979, pág. 73
[54] Gregorio de Nisa. De anima el resurr.: PG 46,49B
Johannes Quasten, Patrología II, Biblioteca de Autores Cristianos 217, Cuarta Edición, Madrid 1985, pág. 316
[55] Gregorio de Nisa, Quod non sint tres dii: PG 45.117
Ibid., pág. 317
[56] Cirilo de Jerusalén, Catequesis 4,17
http://www.mercaba.org/TESORO/CIRILO_J/Cirilo_06.htm
[57] Cirilo de Jerusalén, Catequesis 5,12
http://www.mercaba.org/TESORO/CIRILO_J/Cirilo_07.htm
[58] Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVIII,26-27
http://www.mercaba.org/TESORO/CIRILO_J/Cirilo_20.htm
[59] Catequesis XXII,9
http://www.mercaba.org/TESORO/CIRILO_J/Cirilo_24.htm
[60] Catequesis XXIII,8-9
http://www.mercaba.org/TESORO/CIRILO_J/Cirilo_25.htm
[61] José Orlandis, El pontificado Romano en la historia, Editorial Palabra, Segunda Edición, Madrid 2003, pág. 37-38