Del libro Catolicismo y Fundamentalismo: El ataque de los “cristianos bíblicos” al “romanismo”.
Capítulo XVIII: La Infalibilidad Papal
Supongamos, por un momento, que el Papa es infalible, no solamente en lo que respecta a los temas morales y de la fe, sino también en trigonometría. Se le presenta entonces con un examen que consiste de cien problemas de trigonometría. ¿Cuál es el menor número de problemas que él puede contestar correctamente?
Pudiera ser que alguien que entiende de trigonometría dijera, “cien” pero tal persona no entiende de infalibilidad más que lo que entiende el promedio de los que no son católicos. La respuesta correcta es: cero. Aunque fuera infalible en trigonometría, el Papa puede no resolver ninguno de los problemas. Ser infalible en trigonometría significa entonces el estar imposibilitado de dar respuestas incorrectas en vez de ser capaz de responder correctamente cada pregunta. La hoja de respuestas puede ser dejada en blanco, y de hecho, debiera ser dejada en blanco si el Papa no se ha preparado de antemano para responderlas.
Lo mismo sucede en la vida real. Bajo la vigilancia del Espíritu Santo, al Papa se le garantiza que no enseñará errores en lo que respecta a fe y moral (presuponiendo, por supuesto, que él intenta hacer una declaración ex cathedra y que no está pronunciándose privadamente y meramente como un estudioso). El Papa no puede enseñar que algo es verdad a menos que él mismo sepa primero que es efectivamente así, y recordemos que él aprende las cosas de la misma manera que las aprendemos nosotros.
Los católicos que fallan en entender este examen pueden al menos apreciar por qué la mayoría de los fundamentalistas no pueden entender la infalibilidad. Estos no entienden lo que significa infalibilidad. La gran mayoría escucha la palabra “infalibilidad” y piensan “impecabilidad”. Los fundamentalistas piensan que los Católicos creen que el Papa no puede pecar.
Otros que no cometen este error elemental, imaginan que el Papa es como Joseph Smith, el fundador del Mormonismo que declaraba que haber tenido en cierta ocasión el Urim y Tumim que se mencionan en el Antiguo Testamento. Smith dijo haber usado este artefacto para traducir el Libro de Mormón de las placas doradas, o al menos eso dijo haber hecho, y muchos de quienes no son católicos piensan que el Papa se apoya en alguna especie de amuleto o endriago mágico cuando es preciso hacer una definición infalible. Considerando esto entonces, es esperar demasiado del fundamentalista promedio que entienda los detalles finos de la infalibilidad. Lo primero que tendría que percibir (luego que se le aclarara que el asunto consiste en la ausencia de error y no en la ausencia de pecado) es que la infalibilidad pertenece al cuerpo de obispos en su totalidad, cuando, en unidad moral, enseñan una doctrina como verdad. “El que a vosotros escucha, a mí escucha” (Lucas 10:16); “todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos” (Mateo 18:18).
El Concilio Vaticano II lo expresa así:
Aunque cada uno de los prelados por sí no posea la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, si todos ellos, aun estando dispersos por el mundo, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y con el Sucesor de Pedro, convienen en un mismo parecer como maestros auténticos que exponen como definitiva una doctrina en las cosas de fe y de costumbres, en ese caso anuncian infaliblemente la doctrina de Cristo. la Iglesia universal, y sus definiciones de fe deben aceptarse con sumisión. Esta infalibilidad que el Divino Redentor quiso que tuviera su Iglesia cuando define la doctrina de fe y de costumbres, se extiende a todo cuanto abarca el depósito de la divina Revelación entregado para la fiel custodia y exposición.
La infalibilidad pertenece de una manera especial al Papa como cabeza de los obispos (Mateo 16:17-19; Juan 21:15-17) y por lo tanto (continúa el mismo documento):
Esta infalibilidad compete al Romano Pontífice, Cabeza del Colegio Episcopal, en razón de su oficio, cuando proclama como definitiva la doctrina de fe o de costumbres en su calidad de supremo pastor y maestro de todos los fieles a quienes ha de confirmarlos en la fe (cf. Lc., 22,32). Por lo cual, con razón se dice que sus definiciones por sí y no por el consentimiento de la Iglesia son irreformables, puesto que han sido proclamadas bajo la asistencia del Espíritu Santo prometida a él en San Pedro, y así no necesitan de ninguna aprobación de otros ni admiten tampoco la apelación a ningún otro tribunal. Porque en esos casos el Romano Pontífice no da una sentencia como persona privada, sino que en calidad de maestro supremo de la Iglesia universal, en quien singularmente reside el carisma de la infalibilidad de la Iglesia misma, expone o defiende la doctrina de la fe católica. La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el cuerpo de los Obispos cuando ejercen el supremo magisterio juntamente con el sucesor de Pedro. A estas definiciones nunca puede faltar el asenso de la Iglesia por la acción del Espíritu Santo en virtud de la cual la grey toda de Cristo se conserva y progresa en la unidad de la fe.[1]
La infalibilidad del Papa es con certeza una doctrina que se ha desarrollado con el tiempo, pero no es algo que saliera súbitamente de la nada en 1870 sino que está implícita en los siguientes textos petrinos: Juan 21:15-17 (“Alimenta a mis ovejas“); Lucas 22:32 (“He orado por ti para que tu fe no falle“); Mateo 16:18 (“Tu eres Pedro…”). Cristo instruyó a la Iglesia a predicar las buenas nuevas (Mateo 28:19-20) y prometió la protección del Espíritu Santo “para guiarlos en toda verdad” (Juan 16:13). Ese mandato y aquella promesa garantizan que la Iglesia nunca se apartaría de sus enseñanzas (1 Timoteo 3:15), aun cuando ciertos católicos individualmente pudieran hacerlo. La incapacidad de la Iglesia de enseñar error es en sí la infalibilidad y es una protección por pasiva. Significa que lo que se enseñe oficialmente no puede ser erróneo. No significa que los maestros oficiales tendrán la inteligencia de ponerse de pie y enseñar lo correcto cuando sea que se necesite enseñar algo.
A medida que los conceptos de la autoridad magistral de la Iglesia y de la primacía papal se hicieron más claros a los cristianos, también se les hizo más clara la noción de la infalibilidad papal. Esto ocurrió temprano en la historia de la Iglesia. En 433 el Papa Sixto III declaró que “el estar de acuerdo con las decisiones del Obispo de Roma es estar de acuerdo con Pedro, quien vive en sus sucesores y cuya fe no falla“. [2]
San Cipriano de Cartago, que escribiera alrededor del año 256, preguntó: “¿Se atreverían los herejes a acercarse a la misma silla de Pedro de la cual se deriva la fe apostólica y desde la cual no puede emanar error?” [3] San Agustín de Hipona resumió este antiguo concepto remarcando, “Roma ha hablado; el caso está cerrado.” [4]
Leslie Rumble y Charles M. Carty, los notables sacerdotes de la radio americana de dos generaciones atrás, lo presentan de esta manera:
Antes de la definición de infalibilidad en 1870, los Papas no sabían que eran infalibles con la misma certeza de fe que llegaron a tener los papas posteriores. Pero de hecho eran infalibles. El don de la infalibilidad papal es parte esencial de la Iglesia y no la definición del don en sí. Os preguntáis por qué fue definido recién en 1870. Y es que las definiciones no se dan innecesariamente. Si un punto cualquiera no se discute y nadie lo disputa, entonces no hay necesidad de una definición. Sin embargo en el siglo XVII la cuestión de la autoridad doctrinal del Papa pasó a estar en la palestra, hasta que en 1870 el Concilio Vaticano fue llamado a resolver la cuestión de una vez por todas. Había llegado el momento de que la Iglesia se reconociera completamente en este respecto.[5]
Un pronunciamiento papal infalible se realiza solamente cuando una doctrina es cuestionada. No ha habido dudas de parte de la vasta mayoría de los católicos en lo que respecta a la mayor parte de dichos pronunciamientos, sin embargo, en casi cualquier época uno podría encontrar a alguien que negara una creencia dada. Fíjese el lector en el Catecismo y mire que gran cantidad de doctrinas hay allí que nunca han sido formalmente definidas por una declaración papal ex cátedra. De hecho pocos tópicos existen en los que un Papa pudiera emitir una decisión infalible sin secundar pronunciamientos infalibles de alguna otra fuente, como ser un concilio ecuménico o una enseñanza unánime de los Padres de la Iglesia. [6]
Por lo menos el bosquejo, aunque no las referencias textuales de los párrafos precedentes, debiera ser familiar para católicos bien entrenados, para quienes este asunto debiera ser razonablemente claro. Es otra cosa con los fundamentalistas. Para ellos la infalibilidad papal es algo oscuro porque la idea que ellos mismos tienen del asunto es oscura.
Joseph Zacchello, que fuera ordenado sacerdote en Italia y enviado a los Estados Unidos a servir a la comunidad ítaloamericana, se convirtió al así llamado “cristianismo bíblico” en 1944. Cuatro años después publicó “Secrets of Romanism” (Secretos del Romanismo). Debido a la reciente resurgencia del sentimiento anticatólico, el libro ha sido impreso nuevamente. Zacchello argumenta en contra de la infalibilidad papal sobre la base de que “carece del poder de prevenir divisiones. Hay papas que han anatematizado a otros papas, concilios que contradicen otros concilios y doctores en teología que se han opuesto con violencia a otros doctores.” Además, nos dice, “la Iglesia de Roma tuvo frecuentemente dos papas; y en una ocasión hubo tres papas rivales al mismo tiempo (el Gran Cisma de Occidente 1378-1417).” [7]
Esto es confuso e inexacto. Nunca un católico afirmó que la infalibilidad papal “prevendría divisiones“. Si, es cierto que ciertos papas han contradicho a otros papas, en sus opiniones privadas o en lo que respecta a normas disciplinarias; pero nunca ha habido un Papa que oficialmente contradijera lo que un Papa anterior enseñara oficialmente en materia de fe y moral. Lo mismo puede ser dicho de los concilios ecuménicos, que también enseñan con infalibilidad. No ha habido un concilio ecuménico que contradijera la enseñanza de un concilio ecuménico anterior en lo que toca a fe y moral. ¿Ha habido “doctores en teología que se han opuesto con violencia a otros doctores“? Por supuesto, pero los católicos no afirman que los doctores en teología sean infalibles, de modo que los desacuerdos entre ellos es irrelevante y ciertamente el hecho de que ellos puedan no estar de acuerdo unos con otros no quita ni agrega nada al tema de la infalibilidad papal.
Considere el comentario capcioso de Zacchello acerca del Gran Cisma de Occidente. Sucedió así. En 1378 Urbano VI fue legalmente elegido Papa. Algunos cardenales juzgaron que no había sido elegido apropiadamente, así que eligieron a otro hombre, Clemente VII. Hubo hombres buenos en ambos lados, que dieron apoyo a cada aspirante al papado pensando honestamente que estaban apoyando al verdadero Papa. Nadie imaginó que pudiera haber dos papas al mismo tiempo. Para resolver la disputa, otro grupo de cardenales se excedió en sus derechos y eligió a un tercer Papa, Alejandro V. Durante todo este tiempo, Urbano VI era el auténtico Papa. Con el tiempo él murió así como también sus rivales. El tercer sucesor de Urbano fue Gregorio XII. Para terminar con la confusión, que para entonces ya había durado casi cuarenta años, se llamó a un concilio y Gregorio XII renunció. Los sucesores de Clemente y Alejandro fueron declarados impropiamente elegidos y fue elegido un nuevo Papa, Martín V. En todos esos años nunca se cuestionó el hecho de que hubiera más de un Papa; tan sólo hubo confusión entre los fieles respecto a quién era el legítimo sucesor del Príncipe de los Apóstoles.
Igualmente errado es lo que dice Ralph Woodrow, autor de Babylon Mystery Religion. El dice, “La gente naturalmente cuestiona cómo la infalibilidad puede ser asociada con el oficio papal cuando algunos de los papas han sido tan pobres ejemplos en lo que toca a moral e integridad”. Sin embargo inmediatamente reconoce que está confundiendo infalibilidad con impecabilidad y por eso se ataja diciendo, “Y si la infalibilidad fuera aplicada sólo a las doctrinas pronunciadas por los papas, ¿por qué es que algunos papas están en desacuerdo con otros papas?”[8] Este autor quiere ganar a dos puntas, su argumento rinde más si el lector piensa que la infalibilidad y la impecabilidad son idénticas, pero deja lugar para algún lector que pueda conocer la diferencia.
Después de contar el caso del Papa Formoso (admitimos que es un caso realmente macabro), cuyo cuerpo fue desenterrado y puesto en el banquillo de los acusados durante un juicio póstumo, Woodrow reclama que “tan agudo desacuerdo entre papas es ciertamente un argumento en contra del ideal de la infalibilidad papal”.[9] Esto es evidencia de una confusión básica, desde que el asunto siempre debe ser expresado de esta manera: ¿Ha habido dos papas oficialmente en desacuerdo en lo que toca a cuestiones de fe y moral? El caso del Papa Formoso no tuvo nada que ver con ninguna enseñanza ni desacuerdo de esa clase.
Formoso era el obispo de Porto (Portugal), y fue elegido Papa en un momento en que se consideraba impropio el traslado de un obispo de una diócesis a otra. Esto era meramente una regla disciplinaria y no invalida su elección. Su segundo sucesor, Esteban VII, a instancias de el emperador Lamberto, halló políticamente conveniente el declarar que Formoso había llegado al papado por medios impropios y que las ordenaciones hechas por él eran, en consecuencia, inválidas. De ahí surge el juicio ya mencionado. Formoso fue hallado “culpable” y sus ordenaciones fueron declaradas nulas. Así que, hubo ciertamente un desacuerdo (si tal cosa fuera posible) entre Formoso, que estaba muerto para ese entonces, y Esteban; sin embargo el juicio póstumo, sin importar cuán repugnante nos parezca, no tuvo nada que ver con una definición de fe o moral, de modo que la cuestión de la infalibilidad papal no corresponde a este caso.
Woodrow continúa señalando que ese “Papa Sixto V hizo preparar una versión de la Biblia a la que declaró auténtica. Dos años después el Papa Clemente VIII declaró que estaba llena de errores y ¡ordenó que se hiciera otra!“[10] y agrega “Cuando consideramos los cientos de veces y maneras en que los papas se han contradicho por siglos, podemos entender por qué la idea de la infalibilidad papal es difícil de aceptar para mucha gente. En tanto es cierto que la mayoría de las pronunciaciones papales no son hechas dentro de los limitados confines de la definición de ‘ex cathedra’ de 1870, aún así si los papas han errado de tantas otras maneras, cómo podemos creer que les ha sido garantizada la infalibilidad divina por unos momentos en caso de que decidan hablar ex cathedra”[11]
No nos sorprende que Woodrow termine su capítulo sobre la infalibilidad papal con un ejercicio de numerología, anotando que “tan temprano como en 1612 se señaló, como Andreas Helwig dice en su libro ‘El Anticristo Romano’, que el título ‘Vicario de Cristo’ tiene un valor numérico de 666.” Cuando se escribe ‘Vicario del Hijo de Dios’ (Vicarius Filii Dei), las letras suman 666, si se usan caracteres romanos. El número nos recuerda a Revelación 13:18 por supuesto, ‘Que el que tenga entendimiento cuente el número de la bestia: que es número de hombre; y su número es seiscientos sesenta y seis.'”
Hay varias aspectos erróneos en este argumento. Vicarius Filii Dei nunca ha sido usado como título por ningún Papa. El título completo del Papa es Obispo de Roma, Vicario de Jesucristo (o simplemente Vicario de Cristo, Vicarius Christi), Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, Supremo Pontífice de la Iglesia Universal, Patriarca de Occidente, Primado de Italia, Arzobispo y Metropolitano de la Provincia de Roma y Soberano de la Ciudad del Vaticano.
El latín, como muchos otros idiomas antiguos, usó letras para representar números. Las letras de Vicarius Filii Dei suman, ciertamente, 666. No así las letras de Vicarius Christi. Los sabihondos anticatólicos, incapacitados de usar ventajosamente Vicarius Christi—el verdadero título del Papa—lo reemplazan por un título similar y ¡listo!—concluyen que el Papa es la bestia del Apocalipsis.[12]
En esto, los opositores al catolicismo dejan de lado una importante realidad. El último libro de la Biblia fue escrito en griego y no en latín. Debiéramos esperar que el “número de la bestia” se manifestara numerológicamente en griego y no en latín. El nombre o título que suma 666 debiera fundamentarse en el idioma griego. Hay una manera de hacer entrar el latín en este asunto pero, no favorece al argumento anticatólico.
Al fin del segundo siglo estaban en circulación manuscritos que daban el número de la bestia como 616 en vez de 666. ¿Por qué la discrepancia? Aparentemente algunos copistas estaban confundidos y esa confusión da lugar a que creamos en la teoría, generalmente aceptada, sobre la identidad de la bestia que correspondería a Nerón César.
El nombre de Nerón en griego, cuando se lo escribe con caracteres hebreos es NRWN QSR. Cada letra se entiende como un número (la suma correspondiente es 50+200+6+100+60). AL sumar las letras se obtiene 666. La forma latina de su nombre, escrita en caracteres hebreos, es ligeramente diferente: NRWQSR. Esta última suma 616, lo que corresponde con la lectura alternativa de los manuscritos. Debe haber resultado lo más natural para los copistas cuya lengua era el latín, y que sabían que se hacía referencia a Nerón, el asumir que 666 era un error y que 616 debía ser el número correcto. De esa forma vemos en los primeros manuscritos la forma 666 y otros posteriores—copiados cuando el latín se había convertido en la lengua franca del Mediterráneo—encontramos la forma 616.
No sólo corresponde el nombre de Nerón con esta aritmética, también lo identifica con la bestia la evidencia en los mismos manuscritos; y además su perfil histórico coincide con el contexto del Apocalipsis. El fue el primer emperador que persiguió a los cristianos y hubiera sido el mejor para representar a la bestia. Sus persecuciones habían sido tan vigorosas que se rumoreaba que Nerón había vuelto a la vida en uno de sus sucesores, Domiciano, que también fue un perseguidor. Domiciano era conocido como Nero Redivivus, Nerón Resucitado.
De todos modos, cualquiera sea la identidad real de la bestia, Ralph Woodrow no da ninguna buena razón para conectar el número 666 con el papado. Lo mejor que puede hacer es usar una argucia como prueba. Como muchos otros anticatólicos, está tan desesperado por identificar a la bestia con el papado que no se preocupa por atenerse a los hechos.
Woodrow y sus argumentos son muy fáciles de descartar. Un mejor ataque fundamentalista es presentado, como es usual, por Loraine Boettner en su libro Catolicismo Romano. Como mencionamos en el capítulo previo, él con un error mayúsculo (mayor aun de lo que nos tiene acostumbrados). “No se afirma que toda declaración del Papa sea infalible” nos dice, “sino solamente aquellas en las que él habla ex cathedra, eso es, sentado en su silla papal, la silla de San Pedro, y hablando en calidad oficial como cabeza de la iglesia.”[13] A esta altura hay un asterisco que lleva al lector a una de las notas al pie y que declara que la silla venerada como si fuera la de Pedro proviene del siglo IX y es de origen francés. “No es una antigϋedad del primer siglo”, el punto que aparentemente quiere remarcar es que, aun si la infalibilidad papal fuera en teoría posible, no es posible en la práctica dado que los papas de hoy no se pueden sentar en la verdadera silla de Pedro.
Silla o no silla, los papas siguen publicando sus decisiones y Boettner debe enfrentarse a esa realidad. “Es interesante notar que los papas, al extender sus decretos o declaraciones no los identifican como ex cathedra o non ex cathedra. Podemos estar seguros que si tal poder fuera una realidad ellos no vacilarían en etiquetarlos, y que de hecho sería ventajoso si así lo hicieran. Seguramente sería de un valor inestimable el saber cuáles declaraciones son ex cathedra y cuáles no lo son; cuáles son infalibles y autorizadas y cuáles son meramente observaciones y por ende falibles como las de todo el mundo.”[14] La capacidad de Boettner para apreciar la naturaleza humana es más bien modesta. Si se insertara en toda declaración no infalible la nota “esto no es ex cathedra” sería invitar a todos a cometer el mismo error de Boettner; el creer que las enseñanzas no infalibles del Papa son “por ende falibles como las de todo el mundo”. Precisamente porque el Papa “hace sus deberes” y como resultado de la manera en que prepara sus declaraciones, y debido a que él es quien es, estas declaraciones son menos propensas a ser falibles, equivocadas, que aquellas hechas por otras personas. El Papa no habla lo primero que se le ocurre sino que se expresa dentro de una recta tradición de enseñanzas.
El autor de Roman Catholicism no puede resistir el citar a un famoso historiador católico: “Qué ciertas las palabras de Lord Acton, de Inglaterra, él mismo un católico romano, quien luego de visitar Roma y ver en persona las labores del papado escribió ‘Todo poder corrompe y el poder absoluto corrompe en forma absoluta.'”[15]
Para comenzar, Boettner cita la más común de las citas erróneas. Acton realmente dijo: ‘El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe en forma absoluta.’” Esto lo escribió en una carta a un obispo anglicano, Mandell Creighton el 15 de abril de 1887, bastante tiempo después del Concilio Vaticano I. En segundo lugar Boettner imagina que Acton se escandalizó de la misma manera que supuestamente se escandalizara Martín Lutero cuando, siendo un monje, visitó Roma por primera vez. Sin embargo Acton estaba familiarizado con el lugar desde mucho tiempo antes. Aparte de esto, su aforismo no se refiere solamente a los papas, sino también a los reyes y a todos los hombres en posiciones de autoridad. Implicar que el comentario está limitado al papado, sugerir que indica un rechazo de la infalibilidad papal, es dar una falsa impresión de lo que Acton dijo.
De todas maneras, Boettner es mucho más preciso que Woodrow; “La doctrina de la infalibilidad no significa que el Papa es infalible como hombre. No está relacionada con sus hábitos personales. No significa que él sea sin pecado. Tampoco significa que él sea inspirado como lo fueron los apóstoles de tal manera que pueda ser autor de las Escrituras.” Hasta ahí está en lo correcto. Pero se equivoca inmediatamente después, aunque no de tan egregia manera como otros lo han hecho: “Más bien significa que en su capacidad oficial de maestro de la iglesia, tiene la guía del Espíritu Santo de tal manera que puede interpretar y declarar claramente y en forma positiva las doctrinas que, alégase, forman parte de la herencia de la iglesia desde un principio.”[16] Boettner no alcanza a comprender lo que realmente implica la infalibilidad. No entiende que es una protección por pasiva y que un Papa que fuera demasiado haragán en “hacer sus deberes” no sería capaz de tomar una decisión infalible en nada. El carisma de la infalibilidad no ayuda al Papa a saber lo que es verdad, tampoco lo inspira a enseñar lo que es verdad.
Boettner también yerra, de una manera un poco más sutil, al decir que “por siglos antes que la doctrina de la infalibilidad papal fuera adoptada había muchas diferencias de opinión en lo que toca a dónde exactamente residía la infalibilidad… Pero en 1870 se declaró que reside solamente en el Papa y que todo buen católico está ahora obligado a aceptar este punto de vista.” [17] El Concilio Vaticano I no dijo que la infalibilidad reside solamente en el Papa, por la buena razón de que ella también reside en los obispos que enseñan en unión con el Papa.
Queriendo dar un ejemplo bíblico de la falibilidad de los papas, Boettner presenta esto: “Que Pedro, de quien se alega es el primer papa, no fue infalible como maestro de fe y moral es evidente por su conducta en Antioquía cuando rehusó comer con cristianos gentiles por no ofender a ciertos judíos de Palestina (Gálatas 2:11-16). En cambio hubiera adherido las obligaciones rituales del judaísmo a la nueva iglesia cristiana. Esto no hubiera sido para él un problema si hubiera tenido la guía del Espíritu Santo que la Iglesia de Roma reclama para el Papa.“[18] Aquí Boettner imagina que la infalibilidad es algo parecido a la inspiración y, como otros escritores fundamentalistas, nunca parece aplicar las pautas del Concilio Vaticano I a ningún caso en particular. Esto puede deberse a que, como sus seguidores, confunde doctrina y moral con disciplina y costumbres. La conducta de Pedro en Antioquía no fue un intento de enseñar formalmente en asuntos de doctrina o moral.
Boettner corona su ataque con un comentario de John Henry Newman “Es bien sabido que el Cardenal Newman se oponía fuertemente a la promulgación de la doctrina de la infalibilidad.” Hasta ahí esto es cierto, pero en la próxima oración Boettner se desvía. “Pero habiendo dejado la Iglesia de Inglaterra para unirse a la Iglesia Romana y habiéndole tributado tan altos elogios, carecía del poder para prevenir el cambio y no tuvo el coraje para salirse de ella… Esto fue un trago amargo para Newman, pero se sometió y reconoció la infalibilidad papal.” [19] Hay dos cosas erradas en este análisis (o psicoanálisis). Primero, la implicación de que se estaba cambiando la doctrina. No se estaba cambiando la doctrina, se la estaba haciendo explícita. Este punto lo podemos dejar pasar. La calumnia a Newman es otra cosa completamente diferente. Boettner aparentemente nunca leyó, y si lo hizo, prontamente se olvidó, la séptima parte de la obra de Newman Apologia Pro Vita Sua, la parte titulada “Respuesta general al señor Kingsley”. Es aquí que Newman examina la infalibilidad. Lo escribió en 1864─seis años antes de que el Concilio Vaticano I diera su definición─sobre un problema con el que tuvo que contender antes de su conversión en 1845.
Boettner nos quiere hacer pensar que Newman no tenía sospecha de que la infalibilidad papal pudiera ser un hecho y que, cuando pareció que iba a ser proclamada, encontró que se había convertido a una religión peor. Aun si esto fuera una versión verdadera del pensamiento de Newman, que no lo es, ¿por qué no dejó Newman la Iglesia Católica si la infalibilidad le parecía inexistente? Después de todo en 1845 había dejado una iglesia aceptable, segura y socialmente establecida, por lo que en Inglaterra era la insignificante y desdeñada Iglesia Católica Romana. Convertirse de nuevo al anglicanismo hubiera sido fácil en comparación, especialmente si se hubiera podido referir a alguna usurpación papal. ¿Por qué no lo hizo? No lo hizo porque, no solamente aceptó la infalibilidad papal, sino que también llegó a creer en ella─y desde entonces se había convertido en un católico. El no se opuso al contenido de la definición dada en el Concilio Vaticano I, sino a la promulgación de la definición en ese momento; el pensó que la promulgación era inoportuna pero no inexacta.
Como muchos otros escritores anticatólicos, Boettner cita una cantidad de “errores de los papas“. Con respecto a lo que él identifica como materias doctrinales, enumerando una docena de instancias, la mayoría de las cuales no tiene nada que ver con lo que se trata. Por ejemplo: “Zózimo ( 417-418) pronunció a Pelagio como maestro ortodoxo pero luego revirtió su posición por insistencia de Agustín.” [20] Esto no demuestra sino que Agustín proveyó a Zózimo con información adicional con respecto a Pelagio, de tal manera que el Papa pudo apreciar más completamente las doctrinas de aquel hombre. Aparte, declarar que un individuo sea ortodoxo o no ortodoxo no es un intento de ejercitar la infalibilidad. Continuando, Boettner pregunta, “Como es que el decreto de Clemente XIV (Julio 21 de 1773) suprimiendo a los Jesuitas puede ser armonizado con el decreto contrario de Pio VII (Agosto 7 de 1814) restaurando a los mismos?” [21] Otra vez, ningún decreto tiene nada que ver con enseñar fe o moral, en cada caso se trata de un asunto disciplinario.
El argumento de Boettner se reduce realmente a tres casos, los de los papas Liberio, Vigilio y Honorio, los únicos casos en que reparan todos los oponentes a la infalibilidad papal porque son los únicos que no se desarman ni bien expuestos. Ninguna de estas instancias se ajusta a la definición de 1870.
Boettner reclama “Liberio, en 358, se adhirió a la herejía arriana con el objeto de ganar el obispado de Roma bajo el emperador hereje Constancio.” [22] Si Liberio hizo esto lo que, aparentemente, no hizo nada se prueba, porque el adherirse a una herejía antes de ser elegido Papa no tiene nada que ver con el ejercicio de la infalibilidad papal. La infalibilidad no es retroactiva. La elección al papado no valida las enseñanzas anteriores de un hombre.
La mayoría de los comentaristas que traen a colación a Liberio, debemos decirlo, plantean un cargo diferente al de Boettner. Dicen que Liberio aceptó la fórmula herética cuando ya era Papa. De hecho, dicen, firmó un documento ambiguo que podía ser entendido a la manera ortodoxa o a la manera herética. Cuando lo hizo, no estaba libre, desde el momento en que había sido enviado por fuerza al exilio por el emperador. Aun si el documento hubiera sido estrictamente herético y que no hubiera admitido una interpretación ortodoxa, el asunto de la infalibilidad no se hubiera presentado todavía porque él firmó el documento como un teólogo particular y así no estaba firmando algo que se presentaba como una enseñanza a la que todo cristiano debiera adherirse. Lo requerido para que fuera un caso de enseñanza papal infalible simplemente, no se dió.
Vigilio, dice Boettner, “rehusó condenar ciertos maestros heréticos al tiempo de la controversia monofisista y se negó a asistir al Concilio Ecuménico V que se reunió en Constantinopla en 553. Cuando el Concilio procedió sin su presencia y amenazó con excomunicarlo y anatemizarlo, se sometió a las opiniones del Concilio, confesando que había sido utilizado como una herramienta de Satanás.” [23] Esto pierde de vista lo que realmente pasó. El emperador Justiniano publicó un decreto condenando los escritos de tres hombres que llevaban muertos ya mucho tiempo. Estos escritos eran conocidos como “Los Tres Capítulos” y se adherían a la herejía nestoriana, que declaraba que en Cristo hubo dos personas conjuntas. (La doctrina ortodoxa es que en Cristo hay una sola persona, la divinidad, pero dos naturalezas.) El decreto de Justiniano estaba diseñado para complacer a los monofisistas. El monofisismo fue una herejía que surgió como reacción al nestorianismo; declarando que en Cristo hay una sola naturaleza, la divina. El decreto fue firmado por los patriarcas de Oriente, sin embargo otros obispos lo objetaron diciendo que el decreto debilitaba la posición ortodoxa al dar la apariencia de favorecer al monofisismo por defecto. Al principio Vigilio rehusó condenar “Los Tres Capítulos”, pero en 548 lo hizo, afirmando al mismo tiempo la posición ortodoxa. Luego se retractó de su condena original. El Concilio condenó a “los Tres Capítulos” y finalmente Vigilio se rindió, uniéndose a la condena conciliar. Mientras todo esto sucedía siempre apoyó la posición ortodoxa. Esta controversia concierne a la conveniencia de condenar ciertos escritos y juzgar a tres hombres que hacía ya tiempo habían sido juzgados por Dios. Vigilio intentó condenar solamente lo que “Los Tres Capítulos” tenían de condenable, no lo que hubiera en ellos de ortodoxo. El prolongado incidente es ciertamente confuso, pero no da apoyo a los argumentos de los que se oponen a la infalibilidad porque Vigilio nunca afirmó que esta creencia herética debiera ser aceptada como verdad.
Llega el último de los tres casos más comunes. Boettner cita a cierta autoridad en la materia que dice: “El mayor de los escándalos de esta naturaleza es el Papa Honorio quien enseñó específicamente la herejía monotelista en dos cartas al patriarca de Constantinopla.” [24] (El monotelismo surgió como una reacción al monofisismo. Afirmaba que en Cristo hay solamente una voluntad, la divina. La posición ortodoxa es que en El hay dos voluntades, la divina y la humana y que ambas están en perfecto acuerdo.)
En realidad, Honorio eligió no enseñar nada en absoluto. Ronald Knox, en una carta a Arnold Lunn que se publica en el libro de ellos “Difficulties” (“Dificultades”), puso el asunto en estos términos: “Y Honorio, en vez de pronunciar una opinión infalible en la cuestión de la controversia monotelista, “se negó en forma más bien extraordinaria“ (como Gore solía decir) a pronunciar decisión alguna en absoluto. Lo mejor que su humana sapiencia pudo concluir, fue que la controversia debiera ser dejada sin resolver para mayor beneficio de la paz de la Iglesia. De hecho, él fue un inoportunista. Nosotros, sabios después de consumado el hecho, decimos que se equivocó. Pero nadie, creo yo, ha afirmado que el Papa es infalible en dejar de definir una doctrina.” [25]
Resumiendo, Knox le pregunta a Lunn, “Se le ha ocurrido a usted cuán escasas son las así llamadas ‘fallas de la infalibilidad’? Quiero decir, si alguien propusiera en vuestra presencia la tesis de que todos los reyes de Inglaterra han sido impecables, usted no murmuraría. ‘Ah, bueno, hay quien dice ciertas cosas poco placenteras de Jane Shore… y los mejores historiadores piensan que Carlos II de Inglaterra pasaba demasiado tiempo con Nell Gwynn.’ Aquí tenemos a estos papas que han fulminado anatema seguido de anatema por siglos en la certeza de que la humana probabilidad es de contradecirse a sí mismos o entre ellos una y otra vez ¡en cambio lo que obtenemos es una mezquina cosecha de dos o tres fallas bastante cuestionables!”[26] Aquí él argumenta que esto no prueba la infalibilidad pero que hace que el argumento contra la infalibilidad aparezca más bien débil.
Después de examinar lo que alega como fallas relacionadas con definiciones de fe, Boettner mira a “infalibilidad en la esfera moral” e inmediatamente tropieza. Se olvida de lo que ha citado del Concilio Vaticano I en páginas anteriores y considera casos que se expresan no en contra de la infalibilidad sino en contra de la impecabilidad. Cita ciertas instancias bien gastadas de inmoralidad papal, nombrando a los papas Juan XI, Juan XII y Alejandro VI, pero no menciona ni una sola afirmación papal incorrecta en cuestiones de moral. Si un Papa proclama ex cathedra que mentir es un pecado e inmediatamente después dice una mentira, la infalibilidad no queda probada falsa aunque la impecabilidad de tal Papa si lo sería. Para probar falsa la infalibilidad, Boettner debiera mostrar una definición ex cathedra que afirmara que el mentir es moralmente bueno. No ofrece ningún ejemplo de ese estilo porque ninguno existe.
El rechazo de la infalibilidad por los fundamentalistas emana de el punto de vista que tienen de la Iglesia. No piensan que Cristo estableció una Iglesia visible, lo cual quiere decir que no creen en una jerarquía de obispos encabezada por el Papa. Está fuera de los propósitos de este escrito el dar una demostración elaborada del establecimiento de una Iglesia visible. Es suficiente con notar que el Nuevo Testamento muestra a los apóstoles armando, según las instrucciones de su Maestro, una organización visible y que cada escritor cristiano de los primeros siglos de hecho casi todo cristiano hasta la época de la Reforma Protestante dio por sentado que Cristo había formado una organización.
Si El lo hizo, debe haber provisto que continuaría; que sería fácilmente identificable (de modo que tenía que ser visible para poder ser hallada) y, como El iba a estar ausente de la tierra, debía proveer también algún medio de preservar intactas todas sus enseñanzas. Todo esto se efectúa por medio de la sucesión apostólica de los obispos y la preservación del mensaje cristiano, en su totalidad, fue garantizado a través del don de la infalibilidad de la Iglesia en su totalidad, pero principalmente como se ejerce por medio de la cabeza temporal de la Iglesia, el Papa.
El espíritu Santo previene al Papa de enseñar oficialmente el error, y este carisma surge, necesariamente, de la misma existencia de la Iglesia. Si la Iglesia va a hacer lo que Cristo dijo que debía hacer y no lo opuesto a lo que Cristo decretó, por ejemplo, que las puertas del infierno prevalecieran contra ella entonces debe enseñar infaliblemente. Debe demostrar que tiene una guía estable y perfecta en lo que toca a asuntos necesarios para la salvación. No existe garantía de que un Papa en particular no desperdicie oportunidades de enseñar la verdad, o de que sea un hombre sin pecado, o que las meras decisiones disciplinarias que tome sean hechas con inteligencia. Sería conveniente si el Papa fuera omnisciente o sin pecado, pero el que no lo sea no va a subvertir a la Iglesia. Pero sí debe ser capaz de enseñar correctamente, porque tal es la función de la Iglesia. Para que los hombres sean salvados, deben saber que es lo que deben creer. Tienen que tener una roca perfectamente estable sobre la cual construir en lo que toca a enseñanzas oficiales, y es allí en donde la infalibilidad papal existe.†
Autor: Karl Keating
Traductor: Carlos Caso-Rosendi
Notas
[1] En este caso no hemos traducido la cita del señor Keating en inglés (Lumen Gentium 25) que resume los puntos principales de la infalibilidad del cuerpo de obispos en materia de fe y moral. Para beneficio del lector citamos aquí el párrafo completo de la encíclica Lumen Gentium que se refiere a la infalibilidad papal. Las partes citadas por el señor Keating en inglés están, por lo tanto, contenidas en nuestra cita ampliada junto con el resto del párrafo pertinente. Nota del Traductor.
[2] Citado por Leslie Rumble y Charles M. Carty, Radio Replies (Rockford Illinois.: TAN Books, 1979). 3:95.
[3] Epistulæ 59 (55), 14. De San Cipriano.
[4] Sermones 131, 10. De San Agustín.
[5] Replies, 3:96. De Rumble y Carty.
[6] Un ejemplo pudiera ser la encíclica papal de Paulo VI Humanæ Vitæ. La encíclica puede no haber cumplido con los requerimientos del Concilio Vaticano I, sin embargo la doctrina enunciada es de todos modos enseñada infaliblemente. Una doctrina infalible puede ser repetida en un documento que no sea infalible en su totalidad.
[7] Joseph Zacchello, Secrets of Romanism (Neptune, New Jersey: Loizeaux Brothers, 1948), 10-11. Por supuesto, nunca hubo tres papas rivales al mismo tiempo. El problema era, en ese entonces, determinar quién de los tres aspirantes era el verdadero Papa.
[8] Babylon Mystery Religion, 100. De Ralph Woodrow
[9] Babylon Mystery Religion, 101. De Ralph Woodrow
[10] Babylon Mystery Religion, 102. De Ralph Woodrow
[11] Babylon Mystery Religion, 102-3. De Ralph Woodrow
[12] El nombre de Martín Lutero, si se escribe en su forma latina, también suma 666, como así también numerosos otros nombres.
[13] Catholicism, 235. De Boettner.
[14] Catholicism, 236. De Boettner
[15] Catholicism, 238. De Boettner.
[16] Catholicism, 236. De Boettner
[17] Catholicism, 241. De Boettner
[18] Catholicism, 239. De Boettner
[19] Catholicism, 243. De Boettner
[20] Catholicism, 248. De Boettner
[21] Catholicism, 250. De Boettner
[22] Catholicism, 248. De Boettner
[23] Catholicism, 248. De Boettner
[24] Catholicism, 249. De Boettner
[25] Ronald Knox y Arnold Lunn, Difficulties (Londres: Eyre & Spottiswoode, 1952), 126-27.
[26] Knox, Difficulties, 127.