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Atar, desatar y obrar de buena fe.

apóstoles de Jesús

Comentarios sobre la infalibilidad pontificia.

La acusación es el lenguaje de la oscuridad, el lenguaje de la luz es la intercesión. (Harold Caballeros, autor de “De Victoria en Victoria”)

Le parecerá curioso al amable lector que un apologista católico comience su presentación así, citando a un escritor protestante. Eso es posible porque esta frase de Harold Caballeros está llena de buen sentido y de buena fe. Nunca he leído sus libros, la frase me llegó en esencia, por medio de un amigo que asiste a una iglesia bautista. Hablábamos de la intercesión y mi amigo me leyó esta hermosa parte que me pareció tan exacta. Dios tiene una manera de mostrarnos el camino a los misterios de su propósito, a veces en paradojas otras veces en maravillosos reflejos. Un ejemplo clásico de esto es la simetría entre Adán y Jesús. El primero comió del fruto del árbol (xylon) del bien y del mal y nos legó la muerte, mientras Jesús, en el milagro de la Eucaristía nos llama a comer del fruto de ese otro árbol, la cruz, (xylon) para que heredemos la vida. Estas simetrías maravillosas aparecen constantemente en las Sagradas Escrituras y en la Tradición y hombres santos de todos los tiempos se han maravillado al observar esta secreta trama que revela la inmanente gracia de Dios. Y la frase de Harold Caballeros, la contraposición luz-oscuridad con intercesión-acusación es contundente porque nos recuerda la diferencia entre Nuestro Señor el mediador para todos los tiempos, y el Diablo, el acusador que acusa a nuestros hermanos día y noche delante de Dios.

Y, ¿Qué tiene esto que ver con la infalibilidad papal o con la infalibilidad del Magisterio de la Iglesia? si el lector me tiene un poco de paciencia, entramos en tema.

En el centro de todo esto está la buena fe del creyente. Cuando Jesucristo promete que la Iglesia fundada sobre Pedro prevalecerá a pesar de los ataques del mal, está implícitamente diciendo que ese barco frágil, con un hombre tan falible como Pedro al timón, simplemente no se puede hundir porque el poder de Dios está detrás de esa obra y la evidencia de ese poder es la supervivencia del barco y el que su rumbo no sea alterado. Esto le es claro a quienquiera que lea los Evangelios con buena fe. Jesús, el mismo que parece dudar cuando dice: “Y cuando el Hijo del Hombre venga, ¿Hallará la fe sobre la tierra?”, ahora pone el destino de su Iglesia en manos de Pedro, el impulsivo discípulo que duda, niega, se retrae y falla tan humanamente en una situación tras otra. En la frase de Jesús “todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos” no se implica que los posibles errores de Pedro serán replicados en los cielos de Dios porque tal idea es inconcebible. Si analizamos la frase con cuidado tenemos que concluir que los cielos han otorgado una garantía especial, según la cual, las acciones de Pedro en lo que toca al “alimentar a las ovejas” serán cuidadosamente guiadas para que sean totalmente compatibles con la justicia de los cielos. Este arreglo otorga a la Iglesia recién fundada dos cosas, la primera es autoridad y la segunda es una seguridad absoluta de que el desempeño de sus hombres y mujeres no pondrá en peligro la certeza del Evangelio ni la supervivencia de la Iglesia en su totalidad. Jesús hace evidente este don cuando dice “El que os escucha, a mí me escucha” ¿Hay algo más asombroso que esta revelación que los apóstoles y sus sucesores obran como la boca de Jesús en este mundo? Esto nos recuerda a los tiempos antiguos de Israel, cuando el rey nombraba a su visir o mayordomo por medio de darle las llaves y el anillo de sellar real. Todo, absolutamente todo lo que el rey poseía estaba a disposición del visir y como era común entre los orientales, se ordenaba públicamente al visir que “atara y desatara” en nombre del rey tal como José, por ejemplo, fue en su tiempo la mano derecha del Faraón de Egipto. Lea la historia de José en el Génesis y observe la ceremonia en la que el Faraón otorga a José el gobierno de Egipto. Esa ceremonia tiene un trasfondo realmente simple: José tiene una conexión sobrenatural con Dios y el Faraón, reconociendo esa situación le otorga a José el poder completo de su reino, el poder de atar y desatar como si José fuera el mismo Faraón. De la misma manera, a la diestra de Dios, Jesús es el Rey indiscutido del Reino de los Cielos y bajo su infalible dirección la iglesia militante en la tierra predica la verdad del Evangelio sin distorsionarla, sabiendo que lo que sea atado o desatado será infaliblemente guiado desde el cielo, la autoridad apostólica reside justamente en que ha sido delegada desde los cielos y continúa en la historia bajo la vigilancia celestial especialmente en lo que concierne a la enseñanza de fe y moral. Esta es la forma en los católicos razonamos la entrega de las llaves por Jesús a Pedro. Tenemos la ventaja de haber recibido de nuestros hermanos que vivieron antes, no solamente el Evangelio sino también la confirmación de esa autoridad porque simplemente siempre ha estado allí. La gente pasa pero la Iglesia queda. Como un cuerpo hemos estado vivos desde aquel día en que el Señor Jesús impuso sus manos sobre el frágil, falible, impulsivo Simón Bar Jonás para que fuera Pedro, la roca, a quien se le encarga “fortalecer a sus hermanos”. Estimo que Jesús decidió poner esta enorme responsabilidad sobre un hombre tan evidentemente frágil para que la gloria de sus logros fuera a Dios y no a los hombres. La gracia de Dios es magnificada en las debilidades de los hombres. Esto es comparable a un técnico de fútbol que ganara el campeonato con un equipo formado por malísimos jugadores. ¡Es obvio que la gloria y la fama asociadas con ese logro descenderían sobre el técnico! Pero si por lo contrario, el técnico dispusiera de los once mejores jugadores de la liga ¿sería tan meritorio para él ganar el campeonato? Por supuesto que no.

Cuando hablamos de la infalibilidad, del carisma petrino de atar y desatar con autoridad real, muchos nos preguntan por qué entonces Dios no hizo a Pedro perfecto en todo respecto antes de otorgarle tamaña responsabilidad. Aquí conviene recordar que la limitación de la infalibilidad a asuntos de fe y de moral no es caprichosa. Primeramente, Dios ha querido darnos en el nuevo pacto, una iglesia nueva, una que no perecerá porque su oficio no es “una sombra de las cosas por venir” sino la mismísima realidad que se anuncia por medio de símbolos y tipos proféticos en el Antiguo Testamento. El propósito de este nuevo pacto es el hacer perfectos a los hombres y mujeres de la Iglesia, pero esa perfección no se realiza de inmediato sino que requiere que vivamos en la carne y que contendamos con el pecado en la “lucha que tenemos, no contra carne y sangre, sino contra la autoridad del aire, las potestades de esta oscuridad”. Es por eso que el otorgamiento de la garantía de infalibilidad es un carisma de la Iglesia, de los obispos y del heredero de Pedro que sólo aplica a asuntos de fe y moral. Extender una garantía de impecabilidad sería negarle a la Iglesia su libre albedrío. La Iglesia no es perfecta, es infalible en enseñar fe y moral pero puede fallar en otras cosas porque está compuesta por hombres tan pecaminosos como cualquier descendiente de Adán. Si decimos que la Iglesia es santa es porque su misión es santa. El pecado inevitable en toda organización humana es lo que magnifica la gracia de Dios que ha encerrado este tesoro, el Evangelio, en vasos de barro y garantiza que cumplirá su propósito a pesar de las imperfecciones humanas: “mi palabra no volverá a mí sin resultados”.

Al leer recientemente un artículo que ataca la doctrina de la infalibilidad papal he notado varios puntos salientes que trataré de analizar por separado. Lo primero que salta a la vista en este artículo es la cita que se hace del Catecismo Católico primero y del libro de Karl Keating después. Las citas del Catecismo son, a mi juicio, muy claras y el autor las quiere presentar como pruebas de que la infalibilidad es antibíblica. Para eso, el autor depende de la “alergia” que muchos tienen por los escritos católicos. Pocos saben que antes de que tan siquiera hubiera Evangelios escritos, formas incipientes de diversos catecismos circulaban en Oriente y Occidente en plenos tiempos apostólicos. Eso es, lo sé, harina de otro costal e invito a los que deseen investigar este interesante tema a que lo hagan con la mayor imparcialidad comenzando por la historia del Didaké y concentrándose en los métodos de enseñanza y dispersión utilizados por la iglesia primitiva.

(En la fotografía de la derecha, Karl Keating según apareciera en la portada del mensual católico en inglés “Envoy”)karl keatihg

El señor Sapia, autor de la crítica a la doctrina de la infalibilidad papal y magisterial que estamos analizando, nos cita aparentemente, una parte del libro de Keating y luego nos invita a leer el capítulo 18 entero del mismo libro, capítulo que trata de la infalibilidad papal. Doy fe que he leído el capítulo citado varias veces (en la versión en inglés) y no puedo encontrar la cita mencionada. Para que nadie se quede afuera, me he tomado el trabajo de traducir el capítulo que cita el señor Sapia.[1] Este artículo de Karl Keating me parece una defensa contundente de la infalibilidad papal ante las objeciones más comunes y me arriesgo a opinar que la cita del señor Sapia es, en el mejor de los casos, el resultado de una lectura descuidada de tal artículo y de copiar un párrafo con menos cuidado aun.[2] La cita capciosamente deja creer al lector que el señor Keating ataca la infalibilidad, cuando en realidad el capítulo citado prueba falsas todas las acusaciones que el señor Daniel Sapia hace en su previsible y muy olvidable artículo.

Y es aquí donde vuelvo a lo del principio, la cita de Harold Caballeros. Me complazco en charlar a menudo con miembros y clérigos de las iglesias protestantes locales. He encontrado entre ellos cristianos de verdadera contracción a la labor evangélica que realizan trabajos sociales y eclesiales dignos de la mejor alabanza. Y me parece que otros protestantes “de ataque” están más interesados en derribar católicos que en captar nuevos cristianos de entre el mundo secular. La retahíla de acusaciones no se detiene ante la realidad de la historia sino que falsea, tuerce, acusa sin base y menea los hechos saltando de un lado a otro cuando se les responde con la verdad. Jesús fue muy claro cuando advirtió que el que permanece en la mentira es original del primer mentiroso. Y sin faltar a la caridad que es deber católico demostrar a todos, quiero preguntar al señor Sapia si piensa que Dios necesita de todos estos subterfugios para probar Su verdad. Porque pocos han analizado el problema mejor que yo y pocos han estado más sorprendidos que yo que la verdad y la pureza doctrinal existieran en donde ya me habían dicho que no crecía nada bueno, en la Iglesia de Roma.

No me voy a molestar en argüir con el señor Sapia porque Karl Keating claramente demuestra punto por punto que el problema de Boettner, Hunt, Sapia et al, es puramente falta de información y de formación cristiana. Otras mejores cabezas analizarán el artículo de Daniel Sapia punto por punto y no dudo que lo hallarán falto.

Volvamos al tema de la infalibilidad y sus propiedades y para variar veamos dónde aparecen esbozos de la guía del Espíritu Santo en hombres con cierto oficio. No cito los textos, asumo que el lector conoce estos pasajes y si no los conoce, sea esta buena excusa para releer los Evangelios con cuidado y prestar atención a las homilías diarias que son parte de cada misa. Bastante se aprende prestando atención en misa.

Primero recuerdo el caso de Kaiphás (su nombre significa valle, depresión o bajo del terreno) que fuera Sumo Sacerdote el año en que murió Jesús. Nótese que los Sumos Sacerdotes judíos debieran haber sido cargos vitalicios según la Ley Mosaica. Sin embargo, este aspecto de la ley le resultó políticamente intragable a los romanos, quienes impusieron un sistema de rotación anual para evitar que hubiera un judío con demasiada ascendencia sobre el pueblo. Es curiosa la simetría de Kephas (el nombre que Pedro recibe de Jesús, en arameo y que significa “roca” o “promontorio”) y el nombre Kaiphás (el nombre del Sumo Sacerdote al tiempo de la designación de Simón como Pedro). Kaiphás es nombrado por el César romano y sus delegados, Kephas Pedro es nombrado por Jesús. Pedro termina heredando la misma ciudad de César como su sede mientras que Kaiphás pierde la vida, la ciudad y el templo como resultado de la invasión romana en Palestina en 70 A.D. Kaiphás, el valle opuesto simétrico de Kephas, la roca sobre la cual los poderes del infierno no prevalecerán.

Y sin embargo, el Espíritu mueve a Kaiphás a declarar, durante el juicio de Jesús “mejor es que muera un hombre para que se salve el pueblo y no que perezca el pueblo por causa de un hombre”. Esto, se nos aclara en los Evangelios, lo dijo inspirado por el Espíritu Santo “porque ese año le tocaba ser Sumo Sacerdote”. He ahí una curiosa intervención impronta del Espíritu Santo en la persona de un oficial de la Iglesia (en este caso el sistema sacerdotal de Israel aun en vigencia). Y pregunto: Si esto es posible en el caso de Kaiphás, (a quien la Biblia no pinta en muy buenos colores que digamos), ¿por qué nos sorprende que se le provea a Pedro con la capacidad de atar y desatar en cuestiones de fe y moral? No soy un exegeta, esta breve exposición de “simetrías” es simplemente una observación hecha por un cristiano que lee la Biblia a menudo, nada más.

Para los que han notado las debilidades del pobre Pedro o de otros personajes que aparecen en el Nuevo Testamento, sería bueno que recordaran que la Iglesia ha sido compuesta por hombres desde el mismo principio. Sabemos por los escritos inspirados y la tradición que los discípulos de Cristo peleaban entre sí, anhelaban preeminencia y poder, malinterpretaban al Maestro y se portaban como asnos ni bien se les daba la ocasión. Y sin embargo de estas herramientas desafiladas, viejas, imperfectas; de estos hombres llenos de defectos, el Evangelio llegó al mundo y finalmente pudo conquistar la misma ciudad de César donde fué puesto por Jesús para iluminar al mundo, en un lugar alto y visible. ¿Por qué nos sorprende que los que heredaron el puesto de los apóstoles sean tan imperfectos como los originales? ¿Por qué nos escandalizamos de las faltas ajenas como si no se nos hubiera advertido en los más claros términos que el buscar faltas nos desasocia de Jesús? Yo no sé la repuesta pero espero que mi amistad y mis amables conversaciones con amigos protestantes sirvan para reparar un pedacito de la brecha que nos separa.

Meditemos en esto y en la necesidad de obrar con buena fe y de unir en vez de rasgar el cuerpo de Cristo. Usemos muestro carisma para paliar el escándalo de que existan tantas denominaciones cristianas y no para echar leña al fuego de las divisiones. Seamos intercesores como Jesús y no acusadores como Satanás. Dejemos alto el nombre de la familia eterna a la que hemos sido llamados y seamos conocidos por lo razonables que somos. Meditemos con cuidado antes de graznar contra lo que ha sido verdad cristiana por miles de años. Inmersos en la historia y en la verdad del Evangelio, no podemos fallar en encontrar a Jesús.

Si la doctrina de la infalibilidad papal molesta a algunos, es porque no han meditado en ella con cuidado y buena fe. Sin tener mucho en cuenta esta desordenada exposición mía, espero que los argumentos de Karl Keating en el capítulo adjunto, sean suficientes para que aquellos que ejercen la buena fe de Jesús se interesen en estudiar con cuidado esta importantísima doctrina, central al desarrollo y supervivencia de la Iglesia hasta el día de hoy.†

Carlos Caso-Rosendi

[1] Ver en esta misma sección La Infalibilidad Papal por Karl Keating.

[2] El señor Daniel Sapia cita lo siguiente en http://www.conocereislaverdad.org/infalibilidadpapal.htm en el internet (al 28 de Febrero de 2003 cuando este artículo se escribe):

“Lo inconcebible es que acepten que estos mismos pecadores hayan sido infalibles cuando hablaban ex cátedra -es decir, cuando hicieron pronunciamientos dogmáticos sobre fe y moral a toda la Iglesia. Estos apologistas católicos arguyen que hay una diferencia entre “impecabilidad en carácter y conducta”, algo que los papas ciertamente no tuvieron, e “infalibilidad en fe y moral”, que todo católico debe creer que tuvieron. ” (Karl Keating, Catholicism and Fundamentalism: The Attack on “Romanism” by “Bible Christians” (Ignatius Press, 1988), pp. 215-218.

Sapia está atribuyendo las palabras en itálicas a Karl Keating. Una lectura cuidadosa del cap. 18 de la obra citada prueba que la cita es espuria o en el mejor de los casos descuidadamente capciosa ya que el señor Keating, un conocido apologista católico presenta una defensa contundente de la doctrina de la infalibilidad papal allí mismo. La obra del señor Keating ha sido un best-seller por largo tiempo y a ella debo, en parte, mi propia conversión al catolicismo.

Autor: Carlos Caso-Rosendi

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