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Conversando con mis amigos evangélicos sobre la Eucaristía

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Continuando con la serie de conversaciones entre amigos sobre temas de apologética, les comparto un nuevo diálogo ficticio en donde reflexionamos sobre el tema de la Eucaristía. En esta ocasión los argumentos los he tomado de algunas páginas webs de apologética protestante. Los nombres de quien participan no son reales.

Miguel: José, me gustaría que nos explicaras porqué los católicos creen que en la Santa Cena, el pan y el vino se convierten literalmente en cuerpo y sangre de Jesús.

Marlene: Y además me parece muy grave que  adoren ese pedazo de pan como si fuera Jesús mismo, porque eso es idolatría.

José: Sería idolatría sólo si no se convierten, pero si lo hacen, en cada Eucaristía recibimos un don precioso y de valor infinito, que es el cuerpo y sangre de Jesucristo, quien es también verdadero Dios al que se le debe adorar[1].

Y lo creemos porque es lo que dice la Biblia, que Jesús en la última cena con sus discípulos antes de la crucifixión “tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este ES mi cuerpo.» Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: «Esta ES mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos” (Marcos 14,22-24).

Es Jesús mismo quien nos dice que en la Cena del Señor el pan es su cuerpo y el vino es su sangre[2].

Marlene: No veo por qué esas palabras en particular haya que interpretarlas literalmente. Cristo acostumbraba hablar de manera simbólica por medio de metáforas. Por ejemplo, Cristo dijo: “Yo soy la vid” (Juan 15,5) y no por eso vamos a entender que Cristo es una planta. También dice que él es la puerta de las ovejas (Juan 10,7) y no por eso creemos que tiene pomo.

La Biblia debe tomarse literalmente siempre que ese sea su significado, pero no cuando signifique una analogía o simbolismo y cuando la atención exagerada a la letra violaría la lógica o las leyes de Dios.

Déjame darte otros ejemplos. El salmista dijo “Con sus plumas [Dios] te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro” (Salmo 91,4). ¿Debemos imaginarnos que Dios es un pájaro enorme?

Cuando Jesús lloró sobre Jerusalén, dijo: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!” (Lucas 13,34). Seguramente que no estaba hablando literalmente, aunque se estaba identificando como Aquel de quien Moisés escribió en el Salmo 91.

Jesús llamó a que la humanidad creyera en él. Le habló a Nicodemo de creer, para que “todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3,16), y que creyendo en él traería aparejado un nuevo nacimiento. Sin embargo, no quiso decir un nacimiento físico, sino un nacimiento espiritual, un hecho que aun ustedes los católicos reconocen. Le prometió dar a la mujer junto al pozo “agua viva” y hasta una “fuente de agua” que salte dentro de ella (Juan 4,10-14), pero seguramente que no quiso decir agua física. Le dijo a los judíos que el que creyera en él,  “de su interior correrán ríos de agua viva” (Juan 7,38), pero tampoco quiso decir un vientre físico ni ríos físicos reales[3].

José: Tienes razón, en numerosas ocasiones Cristo habló simbólicamente, pero hay varias razones por las cuales no creemos que se pueda entender simbólicamente las palabras de Cristo en ese momento. Permíteme explicarme.

Marlene: Adelante.

José: Leamos como punto de partida el capítulo 6 del evangelio de Juan, donde se narra lo acontecido luego de que Jesús hizo el milagro de la multiplicación de los panes:

Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.» Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.

Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?… «El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. «Pero hay entre vosotros algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.» Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»  Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6,26-68)

Yo sé que al leer este texto ustedes entienden que Jesús al hablar de comer y beber su sangre, se refería a tener fe en él y a alimentarse de la Palabra de Dios[4]. Bajo esa forma de entenderlo, también aquí Jesús al decir que él es el pan de vida hablaba metafóricamente, como cuando decía que él era la vid (Juan 15,1.4.5) o la puerta de las ovejas (Juan 10,7), sin embargo hay varias problemas en esta interpretación:

Primero: Si aquí Jesús hablara simbólicamente, estaría utilizando lo que se conoce como “metáfora”. Como sabrás, una metáfora es una figura retórica que consiste en identificar un término real con uno simbólico entre los cuales existe una relación de semejanza o analogía. Cuando Jesús dice por ejemplo, que él es la vid, se compara el elemento real (Jesús mismo) con uno simbólico (la vid), y la relación es que así como las ramas deben estar unidas al árbol, nosotros debemos estar unidos a Cristo. Cuando dice que él es la puerta de las ovejas se hace lo mismo (Jesús es el elemento real y la “puerta” el simbólico), la relación es que así como para entrar a un corral hay que entrar por la puerta, para llegar al Padre hay que hacerlo por medio de Jesús. Lo mismo sucede cuando dice que Él es la luz del mundo, nosotros la sal de la tierra, Yo soy el pan de vida, etc.

Las metáforas tienen que tener siempre esta estructura para cobrar significado: siempre un elemento simbólico está acompañado a un elemento real. En cambio hay una parte del texto en donde no ocurre así, y en el cual Jesús dice:

“el PAN que yo le voy a dar, ES MI CARNE por la vida del mundo”  (Juan 6,51)

Aquí el pan como elemento simbólico no podría simbolizar (valga la redundancia) otro elemento simbólico, sino uno real, y si el pan es el simbólico, ¿cuál es el real? evidentemente su carne, de lo contrario en vez de clarificar induce a la confusión.

Imaginen que Jesús hubiese dicho en los ejemplos ya citados: “La puerta de las ovejas es la vid”, o “la vid es la luz del mundo”, no se entendería a que se refiere, porque se estarían utilizando dos elementos simbólicos y se ausenta el elemento real, que es el que les da significado.

Por tanto, lo que allí Jesús hizo fue dar significado a la metáfora que acababa de utilizar: “Yo soy el pan de vida”  (Juan 6,48). Allí el elemento real es Jesús y el pan de vida el simbólico. Luego Jesús explica exactamente a qué se refiere con el pan que nos dará en alimento: “el pan que yo le voy a dar es mi carne” (v. 51). Es bastante significativo que al explicar el significado real del pan que nos dará no dice  “el pan que yo les voy a dar es la fe” que le hubiera vinculado al elemento simbólico (el pan) un significado real (la fe), sino que dice “mi carne”. Dicho de otro modo, entendido a su manera, tendríamos que concluir que el pan simboliza la carne que a su vez simboliza la fe, y eso no tiene sentido.

Luego Jesús insiste una y otra vez en la necesidad de comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna[5]:

En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.” (v. 53)

El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día.” (v. 54)

Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.” (v. 55)

El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (v. 56)

“…el que me coma vivirá por mí” (v. 57)

El que coma este pan vivirá para siempre” (v. 58)

Segundo: Cuando Jesús hablaba simbólicamente, o el significado era tan obvio que quedaba claro a su audiencia, y si no era así él lo explicaba y aclaraba por lo menos a sus discípulos. Revisemos los ejemplos que ustedes mismos han citado. Cuando Jesús conversa con Nicodemo y le dice que hay que nacer de nuevo para entrar al reino de los cielos (Juan 3,3), éste lo malinterpreta pensando que se refiere a volver a nacer físicamente. Jesús le clarifica a que se refiere “el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Juan 3,5). En otra ocasión Jesús les dice a los discípulos: “Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis” (Juan 4,32), y cuando ellos no entienden les explica: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Juan 4,34). Cuando Jesús les dice a los discípulos  “Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos” (Mateo 16,6)  y ellos lo malentendieron por interpretarlo allí literalmente, él les aclaró: “¿Cómo no entendéis que no me refería a los panes? Guardaos, sí, de la levadura de los fariseos y saduceos.»  Entonces comprendieron que no había querido decir que se guardasen de la levadura de los panes, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos” (Mateo 16,11-12). De la misma manera les explica el significado de las parábolas cuando no las entendían (Marcos 4,13-20; Mateo 14,18-23). Aquí sin embargo ocurre algo distinto, pues le entienden literalmente y Jesús no les dice que habla simbólicamente aunque algunos de sus discípulos le dejan de seguir (Juan 6,66). Jesús no los hubiera dejado marchar por un malentendido.

Miguel: Espera un momento, yo creo que sí les aclaró que hablaba simbólicamente, ya que él les dice: “El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (Juan 6,63)

José: Decir que las palabras que ha dicho son espíritu y vida, no es equivalente a decir que habla simbólicamente. Allí lo que Jesús hace es rechazar que sus palabras se interpreten a la manera cafarnaítica, como si fuera a comer su cuerpo como se come un carnero en una mesa a la manera canibalística, y por eso aclara “El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada”.

No se trata de entender sus palabras como la entendieron los fariseos. Tenemos que distinguir entre su cuerpo natural y el cuerpo sacramental. Cristo está presente realmente, pero no en su manera natural de ser, en la que vivió en esta tierra, padeció y murió, sino en una manera de ser sacramental[6]. Esta distinción es de capital importancia para una profunda comprensión de la Eucaristía y solo sería aclarada después cuando en la última cena Jesús tomaría pan y dijera “Esto es mi cuerpo”. Allí es que el discurso cobraría pleno significado y los apóstoles entenderían que lo que estaban recibiendo no era un mero símbolo sino realmente el cuerpo y la sangre del Señor,  como verdadera comida y verdadera bebida, pero no la carne del cuerpo natural que tenía en ese momento.

Y he aquí otro hecho interesante, porque cuando Jesús les dice “El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada”, ni sus propios discípulos entendieron que estaba diciendo que hablaba simbólicamente, de lo contrario no hubiesen dejado de seguirle. ¿Por qué hemos de entenderlo nosotros de esa manera?

Tercero: Otra evidencia de que Jesús no hablaba simbólicamente, es que en sentido metafórico, comer la carne de alguien y beber su sangre significan según el lenguaje bíblico «perseguir sangrientamente» o «destruir» a una persona[7].  Ejemplos abundan: “Cuando se acercan contra mí los malhechores a devorar mi carne, son ellos, mis adversarios y enemigos, los que tropiezan y sucumben.” (Salmo 27,2); “Haré comer a tus opresores su propia carne, como con vino nuevo, con su sangre se embriagarán. Y sabrá todo el mundo que yo, Yahveh, soy el que te salva, y el que te rescata, el Fuerte de Jacob.” (Isaías 49,26); “Los que han comido la carne de mi pueblo y han desollado su piel y quebrado sus huesos, los que le han despedazado como carne en la caldera, como vianda dentro de una olla, clamarán entonces a Yahveh, pero él no les responderá: esconderá de ellos su rostro en aquel tiempo, por los crímenes que cometieron.” (Miqueas 3,3-4)

De Jesús hablar allí simbólicamente habría elegido la figura más confusa para darse a entender, ya que comerlo simbólicamente a él era querer destruirlo y exterminarlo. Nada puede ser más contradictorio que escucharle decir que para tener vida eterna había que querer destruirlo. Sin embargo Jesús insiste y los discípulos tienen que aceptar su enseñanza tal cual es aunque no la comprendan a plenitud en ese momento: “Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6,67-68)

Marlene: Es muy claro que Jesús se refería a sí mismo como el Pan de Vida y animaba a sus seguidores a comer su carne en Juan 6. Pero no creo que necesitemos concluir que Jesús estaba enseñando lo que ustedes lo que los católicos han entendido como transubstanciación. Cuando Jesús dio ese discurso la Cena del Señor aún no había sido instituida. Jesús no instituyó la Cena del Señor hasta mucho después, al punto que se narra siete capítulos después, en el capítulo 13 del evangelio de Juan. Por lo tanto, el leer la Cena del Señor en Juan 6 es injustificado[8]. Como se sugiere arriba, es mejor entender este pasaje a la luz de venir a Jesús, en fe, para salvación. Cuando lo recibimos como Salvador, poniendo toda nuestra confianza en Él, estamos “consumiendo su carne” y “bebiendo su sangre”. Su cuerpo fue partido (en su muerte) y su sangre fue derramada para proveer nuestra salvación. Así lo dice la Biblia “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga.” (1 Corintios 11,26).

José: Que Jesús haya dado su discurso antes de instituir la Cena el Señor, no implica que ambas cosas no estén relacionadas, por el contrario, es de lo más natural que preparara a sus discípulos con antelación para que cuando llegara el momento de la última cena entendieran lo que iban a recibir. Así, cuando ellos le escucharan a Jesús tomar el pan y el vino y decir que eso era su cuerpo y su sangre, podrían recordar el discurso y entender que no se trataba de un mero símbolo. San Pablo nos deja testimonio de que así lo entendieron pues dice: “La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan.” (1 Corintios 10,16-17). Es el propio San Pablo quien relaciona la Cena del Señor con comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo, que es precisamente de lo que habló Jesús en el capítulo 6 de Juan. ¿Cómo vamos a decir que ambos acontecimientos no están relacionados si el propio apóstol es quien los relaciona y quedó escrito en la Biblia?

Más adelante, cuando San Pablo sigue hablando de la Cena del Señor,  les habla de la gran responsabilidad de quienes se acercan a participar de la eucaristía sin las disposiciones convenientes, no haciendo de distinción entre el cuerpo de Cristo y una comida ordinaria, con lo que convierten en “pan de muerte” lo que es de suyo “pan de vida”. Dice así: “Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo. Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos.” (1 Corintios 11,27-29). No se entienden esas duras advertencias si tomasen indignamente un símbolo, al punto de llegar a ser reos del cuerpo y sangre del Señor y ser castigados con enfermedades e incluso con la muerte.

Y no solo los apóstoles lo entendieron así, sino todos los cristianos de manera unánime durante 16 siglos, por ejemplo, San Ignacio de Antioquía, discípulo de San Pedro y San Pablo en el año 107 condena duramente a los gnósticos que creían que Cristo no tenía cuerpo verdadero y por tanto negaban su presencia real en la Eucaristía, a lo que responde: “Apártanse también de la Eucaristía y de la oración [los docetas], porque no confiesan que la Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo, la misma que padeció por nuestros pecados, la misma que, por su bondad, la resucitó el Padre. Así, pues, los que contradicen al don de Dios, mueren y perecen entre sus disquisiciones. ¡Cuánto mejor les fuera celebrar la Eucaristía, a fin de que resucitaran![9]. Testimonios adicionales abundan en otros textos cristianos primitivos, como la Didaché, las obras de San Justino, San Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría, San Hipólito, Orígenes, San Cipriano, Firmiliano, Novaciano, y muchos otros.[10]

Hagamos un resumen de los hechos: Cristo da un discurso donde se presenta él como “el pan de vida” y nos aclara que el pan que nos dará es su carne. Luego insiste una y otra vez en que para tener vida eterna hay que comer su carne y beber su sangre (Juan 6). En la última cena le da sentido a este discurso y consagra el pan y vino diciendo que ellos son “su cuerpo” y “su sangre”. Los primeros cristianos entienden que al recibir el pan y vino consagrados tienen comunión con el cuerpo y sangre del Señor (1 Corintios 10,16-17) y que comer indignamente de ese pan es hacerse reo de su cuerpo y su sangre (1 Corintios 11,27-29). Los primeros cristianos creyeron unánimemente en la presencia Real y hay testimonios que datan desde el siglo I en adelante, hasta la llegada de un tal Ulrico Zwinglio, que no conoció a los apóstoles, ni tuvo contacto con la Iglesia primitiva porque nació dieciséis siglos después, y terminó oponiéndose a Martín Lutero, inició la primera ola de divisiones dentro del protestantismo, sólo porque asume en base a su interpretación personal de la Biblia todos los cristianos han estado equivocados por siglos. Paradójicamente  defiende y difunde la posición que adoptaron los herejes gnósticos en el siglo I que ni siquiera eran cristianos sino paganos.

Autor: José Miguel Arráiz

 

NOTAS

[1] El cristianismo evangélico acepta la divinidad de Cristo al igual que nosotros los católicos. Hay sin embargo denominaciones protestantes que se identifican a sí mismas como evangélicas que no lo hacen, pero se pueden considerar una excepción por ser una pequeña minoría. Evidentemente para estos últimos estos argumentos no serán convincentes, pues si no adoran a Jesucristo, menos adorarán su cuerpo y su sangre. Al dialogar con estas personas, primero habría que explicarles la Fe Católica respecto a la doctrina de la Trinidad, para que puedan comprender lo que aquí se explica.

[2] La primera controversia entre protestantes al interpretar estos textos ocurrió entre Martín Lutero (que entendía las palabras de Cristo “Esto es mi cuerpo y esto es mi sangre” en forma literal y defendía la presencia Real), y Ulrico Zunglio (que creía solo en una presencia espiritual). En 1529 se convocó el Coloquio de Marburgo en 1529 en donde ambos reformadores intentarían llegar a un acuerdo y mantener la unidad doctrinal pero fracasaron estrepitosamente (Puede consultar en detalle los argumentos utilizados por ambas partes en la obra de Ricardo García-Villoslada, Martín Lutero, Tomo II, en lucha contra Roma, Biblioteca de Autores Cristianos, Segunda edición, Madrid 1976, pág. 304-322). Lutero cercano a su muerte publica una clara confesión de fe eucarística  donde proclama de forma firme su creencia en las palabras de Cristo: Esto es mi cuerpo y ésta es mi sangre, entendidas literalmente,  al mismo tiempo fulminó violentos anatemas calificando de herejes y tergiversadores a los que falseaban su sentido literal con improperios durísimos: “Esa boca blasfema no estará nunca conmigo, Dios mediante; no le dirigiré una sola palabra; no quiero hablar con él, ni verlo, ni oírlo. Que él o su maldita pandilla de fanáticos zuinglianos y otros semejantes me alaben o censuren, me importa lo mismo que si me alabasen o censurasen los judíos, los turcos, el papa o el mismo demonio. Y, pues me hallo a un paso de la muerte, quiero dar este testimonio de mi fe delante del tribunal de mi Señor y Salvador Jesucristo, declarando que a los fanáticos y enemigos del sacramento, a Karlstadt, Zwingli, Ecolampadio, Schwenckfeld y a sus discípulos de Zurich, o de donde sean, los he condenado con toda severidad y los he evitado, conforme al mandato del Apóstol: Al hombre herético, tras la primera y segunda amonestación, evítalo”  (Martín Lutero, Kurzes Bekenntnis vom heiligen Sakrament: WA 54.141-67).

Actualmente los luteranos siguen creyendo en la presencia Real de Cristo en la Eucaristía, pero a diferencia de los católicos, creen en la consubstanciación (permanencia del pan y vino juntamente con el cuerpo y sangre de Cristo), mientras que los católicos y ortodoxos creemos en la transubstanciación (conversión total de la hostia y del vino en cuerpo, sangre, alma y divinidad  de nuestro Señor Jesucristo.  A pesar de que el pan y el vino siguen conservando su aspecto y sabor originales (accidentes), creemos que son realmente Cuerpo y Sangre del Señor ocultos bajo la apariencia de pan y vino). Los calvinistas creen en una presencia solo espiritual, y la gran mayoría de denominaciones cristianas evangélicas no creen en ninguna presencia, sino que el pan y vino son solamente símbolos y la Cena del Señor sólo un memorial.

[3] Estos argumentos los he tomado del artículo Transubstanciación, ¿Milagro o Fraude? del apologeta evangélico de denominación bautista Daniel Sapia, y es en esencia el mismo argumento utilizado por Zwinglio contra Lutero en el ya mencionado Coloquio de Marburgo, y el mismo que es utilizado por la rama de denominaciones evangélicas que a diferencia de los Luteranos no creen en la presencia Real de Cristo en la Eucaristía.

[4] Los hermanos evangélicos alegan que como Jesús comienza el discurso diciendo “El que cree, tiene vida eterna” (Juan 6,47) al hablar de comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna se refiere también a creer en Él.

[5] El sentido natural de las palabras también enfatiza la presencia real, así como las expresiones realistas que usa Jesús “verdadera comida” y “verdadera bebida”

[6] Como explica Santo Tomás, en orden a Cristo no son lo mismo su ser natural y su ser sacramental (Tomás de Aquino, Suma Teológica III, q. 76, art. 6)  La forma sacramental de ser de Cristo está más cerca de la forma gloriosa que logró con su resurrección que de la histórica, aunque no coincide con ella. Como la forma de existencia gloriosa está caracterizada, sobre todo, por no estar sometida a las leyes del espacio y del tiempo (Para una explicación especializada se recomienda consultar  Michael Schmaus, Manual de Teología Dogmática, Tomo IV, Ediciones Rialp, Madrid 1961, p. 312s).

[7] Un artículo titulado ¿Cuál es el sacramento católico de la Sagrada Eucaristía?” publicado por el sitio de apologética evangélica GotQuestion.org intenta demostrar que el comer y beber en la cultura judía se entendía como leer y entender los pactos de Dios, por tanto cuando Jesús hablaba de comer y beber su carne lo que quería decir es que había que creer en Él. Citan para ello el libro del Eclesiástico o Siracides que no está en sus Biblias y consideran apócrifo: “Los que me comen quedan aún con hambre de mí, los que me beben sienten todavía sed. Quien me obedece a mí, no queda avergonzado, los que en mí se ejercitan, no llegan a pecar.” (Eclesiástico 24,21-22). Allí sin embargo no se está hablando ni de comer la carne de alguien ni de beber su sangre, expresión que sí aparece relacionada simbólicamente en varios textos bíblicos como perseguir, exterminar y destruir a alguien (Ya se ha citado a este respecto el Salmo 27,2; Isaías 49,26; Miqueas 3,3-4)

[8] Este argumento es tomado literalmente del sitio de apologética evangélica GotQuestion.org en su artículo ¿Cuál es el sacramento católico de la Sagrada Eucaristía?

[9]  Ignacio de Antioquia, Carta a los Esmirniotas 7,1
Daniel Ruiz Bueno, Padres Apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos 65,  Quinta Edición, Madrid 1985, pág. 492

[10] Para un resumen de los escritos cristianos primitivos sobre la presencia Real de Cristo en la Eucaristía, sugiero consultar mi otro libro: Compendio de Apologética Católica, Editorial Lulu, Segunda Edición, Venezuela 2014, p. 364s. Para una compilación más completa y especializada se recomienda la obra: Textos Eucarísticos Primitivos, Tomos I y II por Jesús Solano, de la Biblioteca de Autores Cristianos.

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