Muchos conversos se sintieron atraídos por la seguridad doctrinal y moral de la Iglesia católica
- Del 2 al 4 de noviembre se celebró en Madrid el VI Congreso internacional Path to Rome (Camino a Roma), un encuentro –iniciativa del Instituto católico Miles Iesu– en el que varios conversos explicaron su itinerario espiritual hasta llegar a la Iglesia católica.
El congreso puso de relieve las abundantes conversiones que se dan en nuestros días. En Estados Unidos, por ejemplo, el año pasado se convirtieron 171.000 adultos y en estos últimos años han sido admitidos cerca de quinientos ministros protestantes.
En Inglaterra, la Iglesia católica recibe un promedio de entre cinco y seis mil nuevos fieles adultos cada año. En la última década se convirtieron un total de tres obispos y alrededor de trescientos sacerdotes anglicanos.
En Francia, donde se bautizan anualmente 9.000 adultos, se acaba de convertir el primer “inspector” luterano, Michel Viot (ver artículo).
Las conversiones y bautizos de adultos siguen siendo muy abundantes en Corea (140.000 al año), mientras África alcanza ya el millón de incorporaciones anuales.
Por Enrique Carlier
Junto a los testimonios de Mons. Leonard Graham –antiguo Obispo anglicano de Londres– y de John Gummer, Parlamentario británico y ex-ministro en los gobiernos conservadores de Margaret Thatcher y John Major, otra intervención destacada en el congreso Path to Rome fue la remitida por Linda Anne Poindexter, una norteamericana recientemente conversa (en 1999), que en su etapa anterior episcopaliana llegó a ser “ordenada” sacerdotisa en 1986.
Nacida en Indianápolis en 1938, fue bautizada en los Discípulos de Cristo, una rama protestante a la que perteneció hasta 1959.
influjo católico
De pequeña recibió cierto influjo católico (amigos, películas, la capilla donde se casaron sus tíos, un chico católico con el que salía), “pero nunca se me pasó por la cabeza convertirme”.
Durante el noviazgo con quien sería luego su marido, John, acudía con él al oficio episcopaliano en la Academia Naval de Annapolis. “Allí nos acostumbramos ambos a la liturgia episcopaliana. Después nos resultó natural hacer de aquello nuestra casa espiritual. Nuestros cinco hijos fueron bautizados en la fe episcopaliana“.
En 1980, Linda Poindexter siente inquietud por ayudar activamente en su iglesia, que a partir de 1976 “ordenaba” mujeres. El obispo la admite en el “seminario” de Alexandria, donde viaja a diario durante tres difíciles años.
Al ser “ordenada”, explica, “me encontré frente a obligaciones contrapuestas: las necesidades de mi familia y las necesidades de mi comunidad. Me resultaba complicado atender unas y otras. Mis hijos ya no vivían en casa, pero me daba cuenta de que la maternidad no acaba nunca. Cuando llegaron los nietos, fue duro no poder estar con ellos. Ahí comencé a entender la lógica del celibato sacerdotal como una auténtica bendición de Dios“.
CUESTIONES MORALES
Linda Poindexter afirma que nunca en su vida se sintió anticatólica, “pero por aquel entonces tenía una visión típicamente episcopaliana. Sentía orgullo de nuestra liturgia y creía que nuestros servicios eran más poéticos y hermosos que los católicos. También me sentía orgullosa de poder decidir con independencia en lo doctrinal, según un individualismo muy propio de la mentalidad americana. Rechazaba recibir la interpretación de la Palabra de Dios de una persona o de una institución“.
Sin embargo, todo aquello comenzó a entrar en crisis cuando “vi que la convención de la Iglesia episcopaliana se situaba siempre contra cualquier legislación restrictiva del aborto. La convención de 1997 ni siquiera quiso condenar parcialmente el aborto. Yo estaba muy preocupada ante una iglesia que no censuraba abiertamente el asesinato de niños inocentes”.
“Al principio sostenía equivocadamente que no podía imponer mi propia moral a nadie, pero empecé a darme cuenta de que el aborto voluntario es siempre contrario al querer de Dios. Que yo llegara a este convencimiento tuvo que ver en parte con el testimonio valiente de la Iglesia católica y de algunos líderes, como por ejemplo el presidente Reagan“.
a disgusto
Por aquel entonces los debates sobre sexualidad acaparaban el interés de la comunión episcopaliana. “Me llegué a sentir muy a disgusto con bastantes clérigos episcopalianos que se manifestaban a favor de la ordenación de homosexuales y de que las uniones homosexuales fueran bendecidas por la iglesia. A quienes no estábamos de acuerdo se nos tachaba de poco cristianos y de faltar a la caridad.”
“Un obispo episcopaliano incondicional de los derechos gays empezó a escribir cosas muy extrañas que no dejaban en pie ninguna verdad del credo. Nadie le censuraba ni le rebatía oficialmente. Me di cuenta dónde conducía tanto subjetivismo”.
“A menudo daba gracias a Dios por el testimonio tan coherente de la Iglesia católica en cuestiones de moral y de doctrina y empecé a sentir un enorme respeto por el Santo Padre y a rezar por él”.
“Llegó un momento en que no podía rezar en la iglesia donde trabajaba: había demasiadas cuestiones pendientes”.
EN BUSCA DE PAZ
“En busca de refugio y paz, me fui a un templo católico cercano. Entré, hice la genuflexión y me arrodillé para rezar. Desde el primer momento sentí una paz y un bienestar enormes. Me pregunté si debía hacerme católica”.
“Empecé a ir con frecuencia a rezar. También iba a hurtadillas a la misa del mediodía. Me iba enamorando del catolicismo”.
“También compré varios libros sobre la Virgen y se me ocurrió la idea de rezar el rosario. Me hizo un gran bien.
También me compré un catecismo católico. ¡Qué gran regalo aquella exposición tan clara de la fe! Los anglicanos tenemos tres fuentes de autoridad: Escritura, Tradición y Razón. Sin embargo, yo comenzaba a tener en gran estima el Magisterio de la Iglesia. En la Apología Pro Vita Sua del Cardenal John Henry Newman leí que no sorprende a inteligencia alguna que Dios estime conveniente establecer una autoridad investida con la prerrogativa de la infalibilidad en materia de fe”.
“Comencé a asistir a misa una o dos veces entre semana y continué leyendo, rezando y reflexionando sobre mi posible conversión. Los domingos, seguía yendo con mi marido a la iglesia episcopaliana, pero la liturgia se me hacía aburrida. No sentía ninguna devoción. Los domingos que mi marido no quería ir a la iglesia, me escapaba a misa”.
RELATOS DE CONVERSOS
“Leí un montón de relatos de conversos. Vi un vídeo de Scott Hahn y su conversión me impresionó mucho. Hablé entonces con mi director espiritual episcopaliano. No podía compartir mi entusiasmo”.
“Pensaba en mis hijos (dos han permanecido episcopalianos y los otros tres son protestantes) y dudaba sobre si Dios quería que me quedase donde estaba para intentar reformarlo. Tenía dudas sobre la ordenación de mujeres, la contracepción y la validez de las órdenes anglicanas”.
“Entonces hice algo que resultó decisivo: ir a misa todos los días de Adviento de 1998. Experimenté un aluvión de gracia.”
“Llegó entonces a mis manos una revista editada por el converso y ahora sacerdote Richard John Neuhaus. Allí Jennifer Mehl Ferrara, antigua pastor luterana, ahora católica, relataba su conversión. Entre otras cosas citaba el fragmento de la Lumen Gentium donde se dice que no podrá salvarse quien, sabiendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios como medio de salvación, rehuse entrar o permanecer en ella. Esto me hizo pensar y me dio una razón positiva para convertirme. Estaba convencida de que la Iglesia Católica Romana era la verdadera Iglesia fundada por Cristo, pero quería esperar a que mi marido estuviera preparado para convertirnos juntos. Finalmente llegamos a un acuerdo con la bendición del párroco. Yo fui recibida en la vigila de Pascua. John comenzó a ir a Misa conmigo y ha sido recibido y confirmado en la Iglesia católica el 14 de agosto de este año”.
DEL RAP A LA FE
Otro testimonio de conversión emocionante nos lo cuenta David. Nació hace 25 años en Chicago, en el seno de una familia de padre musulmán y madre baptista.
“Salvo mi abuela materna, nadie era religioso en la familia. Nunca íbamos al servicio dominical y, para evitar conflictos, no celebrábamos la Navidad. Pero un año mi madre se empeñó en poner el árbol y celebrarla. Mi padre entonces se marchó de casa y, al poco tiempo, mis padres se divorciaron”.
—¿Cuál es su primer acercamiento al cristianismo?
—Mi abuela materna murió de cáncer y, en honor a ella, mi madre comenzó a llevarnos al servicio dominical. Yo creía en Dios, pero no sabía nada de doctrina cristiana, ni rezar. Los pastores baptistas me bautizaron a los once años, pero no daba catequesis.
Después de algunos meses, mi hermana dejó de ir a la iglesia. Como tenía 16 años, mi madre no la obligaba.
A mí me daba rabia tener que ir a la iglesia. Además, me producía unas migrañas terribles. Finalmente, después de muchas protestas, dejé de ir.
En los cuatro últimos años de escuela me dediqué a divertirme, a ir a fiestas y a tocar en un grupo de rap.
—¿Cuándo se produjo el cambio de orientación religiosa?
—Comencé a darme cuenta de que algo iba mal. Sin tener la noción de pecado, estaba descontento con la vida que llevaba y por mis malas calificaciones.
Un día, caminando, una voz interior me animó a dejar todo aquello. Tenía 17 años. A partir de entonces quise hacer bien las cosas, pero no sabía cómo. Mi ignorancia era completa. Por ejemplo, creía que el libro de Job (job en inglés significa empleo) hablaba de cómo conseguir trabajo o algo así.
Pero Dios me ayudó. En una ocasión, hablando con dos amigos salió en la conversación lo que decía la gente por entonces: que el mundo se iba a acabar en el año 2000. Uno de esos amigos me preguntó si había leído en el Apocalipsis los tremendos acontecimientos que acaece rían.
A mí todo aquello me asustó mucho. Creía en la Biblia, pero no la leía porque en casa teníamos una versión en inglés antiguo que no comprendía.
Fue entonces cuando, cambiando de canal en la televisión, me topé con un telepredicador protestante. Me llamó la atención por el pelo estilo “afro” que llevaba, pero acabé enterándome de lo que decía. Me aficioné a escuchar aquellas explicaciones de los telepredicadores y comencé a leer la Biblia al llegar de la escuela. Había dejado el grupo de rap y las fiestas.
—¿Y el encuentro con la Iglesia católica?
—Tenía 17 años y todo ocurrió muy rápido. La compañía de televisión por cable cambió los canales y cuando buscaba mi canal favorito de música clásica, apareció la EWTN de la Madre Angélica. Un sacerdote mostraba algunos templos católicos conocidos mientras sonaba música clásica. Me quedé sintonizando aquello y fue cuando me enteré que había diferentes tipos de cristianos.
Al poco tiempo de ver aquel canal, me empezó a gustar más lo católico que lo protestante. Pero yo era baptista y debía defender la religión de mi familia. Así que me dediqué a analizar con detenimiento las enseñanzas católicas.
Sobre todo, me dio mucho que pensar la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Cuando leí las palabras del Señor en el Evangelio de San Juan me di cuenta de su radicalidad. Me puse del lado católico. Aquellas palabras no dejaban lugar a dudas. Incluso comencé a tener grandes deseos de recibir al Señor.
También las lecturas sobre historia de la Iglesia me daban mucha luz. No podía aceptar que la doctrina protestante fuera la verdadera, cuando habían comenzado a difundirla quince siglos después de Jesucristo.
Me impresionó el rosario, al escucharlo por la EWTN. Luego me sorprendí repitiendo avemarías. Quizás mi afición al rap me llevaba a repetir esas frases de memoria. Casi no me las podía quitar de la cabeza.
luz especial
—¿Notó alguna gracia sobrenatural?
—Todo era providencia, pero después de un año de razonamientos, en la fiesta de año nuevo de 1994 tuve una luz muy particular para comprender todo con más facilidad. Como si hubiera franqueado de pronto el umbral hacia la comunión con Roma. Entonces me di cuenta que creía en la Iglesia católica, no en otra.
Con el permiso de mi madre, me fui a la iglesia católica más cercana. Era la fiesta de la Epifanía. Hablé con el sacerdote y me llevaron a otra parroquia donde comencé enseguida la catequesis. En Pascua realicé el rito de admisión a la Iglesia. Tenía 18 años.
—¿Cómo fue la acogida que le dispensó aquella comunidad católica?
—Fue normal. Me sorprendió la frialdad con que algunos vivían la fe. Pensé que no se daban cuenta de lo que tenían. También me apenó ver pocos jóvenes.
CUBANA CONVERSA
Otra conversión nos la cuenta Tania, una joven cubana de Camagüey. Sus padres fueron bautizados de niños, pero abandonaron toda práctica religiosa tras la revolución. El padre, además, era miembro del Partido Comunista.
—¿Cuál fue su primer paso hacia la fe?
—Yo no estaba bautizada, ni tenía formación religiosa alguna. No sabía rezar absolutamente nada. Me marché de casa para hacer el pre-universitario. Era en el curso 1991-92. Allí conocí a dos amigas católicas. Una me invitó a ir a Misa. En ese tiempo se podía ir libremente a la iglesia, pero a los católicos se les vigilaba.
Cuando fui a misa me di cuenta que los católicos eran diferentes: eran personas instruidas, educadas y delicadas en su manera de hablar. Notaba una gran diferencia humana y cultural entre el católico y el comunista.
necesidad de perdón
—¿Qué fue lo que contribuyó más al acercamiento suyo al cristianismo?
—Sobre todo, encontrar respuesta a las preguntas que me inquietaban desde la adolescencia: el sentido del sufrimiento humano, la paradoja de la injusticia en el mundo, lo que estaba pasando en mi país… También otros problemas familiares.
En mi conversión influyó también un momento muy especial que nunca olvidaré. Fue clave. Se ve que el Espíritu Santo ya trabajaba en mi alma. Era el curso 92-93. Venía de la universidad leyendo en el autobús, completamente abarrotado. Una mujer muy pobre llevaba un vaso con un batido de chocolate. En Cuba este tipo de productos es un lujo. Al llegar mi parada, esta mujer me ayudó con los bultos que yo traía y, sin querer, al moverme para bajarme, le tumbé el vaso. Cuando me di cuenta ya estaba fuera del autobús. Ni siquiera tuve tiempo de pedirle perdón. Entonces, la sensación que experimenté fue increíble. Aquello me había llegado al corazón. Me fui a casa llorando y cuando llegué, sola, me puse a escribir, porque necesitaba hablar con alguien. Sentía una necesidad muy viva de que alguien me perdonase. Y no sólo por el episodio del batido; también por otras cosas. Necesitaba del perdón. No conocía el sacramento de la penitencia, pero buscaba algún camino para encontrar el perdón.
—¿Cómo se concreta finalmente su conversión?
Con mi amiga católica había comenzado el proceso de mi conversión. En la parroquia por donde me llevó yo no me sentía digna de pertenecer a aquel grupo, porque no sabía nada y no creía en nada. No sabía siquiera el padrenuestro ni el avemaría.
Buscaba dónde podía encajar y, ya en mi ciudad, empecé a ir por mi cuenta a una iglesia protestante. Después de acudir unas cuantas veces, vi que aquello no iba con mi manera de ser. Desde mi punto de vista, me parecían raras aquellas escenas de conmoción, los desmayos, el estruendo de la música…
Por entonces estudiaba la carrera de Defectología (lo que en España se denomina Educación Especial). Me gustaba mucho leer a los clásicos. Y eso influyó mucho, porque me ayudaba a tener una apreciación más profunda acerca de la verdad del hombre, como un ser espiritual.
Comencé a ir a otra iglesia católica más lejana a mi casa. Finalmente me percaté que había una, pequeña y antigua, muy cerca de donde vivía, que no había descubierto nunca. Era la parroquia de Santa Ana. Comencé a ir por allí asiduamente y a recibir clases de catecismo.
Aquella comunidad católica influyó muchísimo. Me atraía su mentalidad abierta y trascendente, así como la sencillez de las personas.
último obstáculo
—¿Hubo alguna dificultad para su conversión?
—Mi padre era miembro del Partido Comunista. No le gustaba la idea de mi conversión. No le convenía. Yo no le decía nada de mi proceso interior, por si acaso.
Estuve un año asistiendo a la catequesis y el 26 de julio de 1994, fiesta de Santa Ana y San Joaquín, me bauticé, junto a varios adultos más. Resultó una ceremonia muy emocionante. Asistió mi madre, que ya había comenzado a practicar, y uno de mis hermanos, que también estaba en proceso de conversión.
Luego me involucré bastante en el grupo de jóvenes de mi parroquia. Sentía un gran fervor y un gran deseo de que se convirtieran todos mis conocidos, porque me sentía completamente enamorada del Señor, y lo sigo estando.
MONS. LEONARD: UNA CONVERSIÓN AL MAGISTERIO Y A LA VIDA SACRAMENTAL
Graham Leonard, antiguo obispo anglicano de Londres, se convirtió el 6 de abril de 1994, después de casi 73 años como miembro de la Iglesia de Inglaterra y casi 30 como obispo anglicano.
—¿Cuál es su dedicación actual y la de otros ministros anglicanos que se han convertido?
—Yo me he especializado en dar retiros espirituales a clérigos diocesanos. Hace poco también di un retiro para los monjes benedictinos de Inglaterra.
Otros trabajan en parroquias, como capellanes de universidades o de hospitales, como profesores, etc. Un converso es ahora el vicario general de la diócesis católica de Westminster.
—¿Cómo vio su mujer la decisión de convertirse?
—Ella quería hacerse católica antes que yo, pero no me lo dijo nunca, para no presionarme debido a mi responsabilidad dentro del anglicanismo.
—¿Qué le llevó a convertirse a usted?
—Llegué a la conclusión de que lo que la Iglesia Romana anuncia y declara es cierto y, al ser así, la obediencia a la verdad del Evangelio me mandaba convertirme.
—¿No fue su decisión una reacción a la ordenación de mujeres en la Iglesia de Inglaterra?
—La decisión que tomé fue una decisión positiva; no estuvo basada sólo en que no pudiera aceptar con limpia conciencia las ordenaciones de mujeres en la comunión anglicana. Aquello fue sólo el detonante.
—Pero la situación del anglicanismo influiría, ¿no?
—Lo que venía ocurriendo desde finales de la década de los sesenta influyó bastante. Algunos ya no consideraban el Evangelio como Revelación que exige obediencia. El relativismo cultural (nada tiene validez permanente) y el mismo deismo del siglo XVIII (Dios no llega a lo concreto) se instalaba en la Iglesia de Inglaterra.
Finalmente, la actitud sobre cuestiones doctrinales me pareció insostenible. En 1974 le fue otorgada al Sínodo general de la Iglesia de Inglaterra una gran autoridad en la interpretación de The Book of Common Prayer y de los Treinta y nueve Artículos, los textos sobre los que se funda la peculiaridad anglicana. A partir de entonces, la doctrina de la Iglesia de Inglaterra dependía de las resoluciones del Sínodo.
No podía continuar enseñando y proclamando el Evangelio en nombre de una iglesia cuyas enseñanzas variaban según el sentido de unas votaciones, como si se tratara de un ateneo o de un círculo de debate.
—Pero, ¿por qué su acercamiento a la Iglesia católica?
—Dos aspectos de la verdad católica influyeron profundamente en mí: considerar la Iglesia como testigo de la Revelación, y los Sacramentos como fuentes de vida.
Nunca he tenido la menor duda de que el Evangelio fue revelado por Dios y no es producto de la mente humana. Por tanto existe la obligación de obediencia al Evangelio.
Si el sentido de la Revelación se busca en lo que resulta de la mayoría en un debate o en los deseos y aspiraciones de generaciones futuras, entonces no existe obediencia a esa Revelación.
La necesidad del Magisterio ya fue expresada muy acertadamente por el Cardenal Newman. Si hay una Revelación, debe haber también un Magisterio, al que se encomienda la interpretación auténtica de la Palabra de Dios. Y una tradición que nos proporciona el verdadero significado de la Escritura.
—¿Y las otras razones?
—La segunda razón de mi conversión fue llegar a una comprensión más profunda y objetiva de la economía sacramental. Los sacramentos no tienen demasiada importancia en la Iglesia de Inglaterra. Dependen del valor que cada uno les dé. En la Iglesia católica son fundamentalmente acción divina, signos eficaces de la gracia que significan, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia.
Quise convertirme para ser liberado y conducido a esa nueva vida sacramental.
Otra razón más de mi conversión fue nuestro Santo Padre actual y sus propuestas sobre el ministerio petrino, que tiene su origen en la misericordia de Dios.
—¿Cuál fue su primera impresión nada más entrar en la Iglesia católica?
—Un profundo sentimiento de alivio, sosiego y gratitud, junto con una inmensa alegría, al encontrarme formando parte de una familia que se extiende a lo largo del tiempo, del espacio y de la eternidad.
Fuente: PALABRA, nº 451, diciembre-2001