(Nota para el lector católico: Paul Blizard es ahora pastor de una iglesia evangélica; no obstante algunos pasajes de caris “evangélico”, el lector católico podrá encontrar un vibrante testimonio de los sufrimientos que ocasionó la pertenencia a la secta al autor, y la “liberación” que Dios tenía preparada para ellos, por caminos que sólo Él conoce. Le agradecemos al autor el habernos enviado este escrito)
Para el cristiano promedio, el nombre “Testigos de Jehová” trae a la mente un grupo de personas nítidamente vestidas que van de casa en casa por el vecindario vendiendo la revista La Atalaya, o tal vez algún libro. Sin embargo, cuando pienso en los Testigos de Jehová, lo que me viene a la mente es una larga esclavitud a un culto al cual serví durante los primeros 28 años de mi vida. Mi abuelo se hizo miembro de la Sociedad Watchtower a principios de los años 1900. Mis padres eran Testigos de Jehová activos. Mi padre todavía es un anciano presidente en el Salón del Reino local.
Me enseñaron que los Testigos de Jehová tienen la única religión verdadera, una religión gobernada desde la central mundial de la Sociedad Watchtower en Brooklyn, N.Y. El cuerpo gobernante tiene control de 3.2 millones de personas. Uso la palabra “control” porque los Testigos de Jehová creen que todo lo que este escrito en la Watchtower viene de Dios y no debe ponerse en duda. Ellos creen que el cuerpo gobernante recibe “nueva luz” de los angeles, la cual lo explica todo acerca de la Biblia. Ellos creen que la Watchtower es el único conducto que Dios este usando. Por eso, creen que aparte de la organización de la Watchtower, la gente no tiene esperanza alguna. Creen que ellos son los únicos que tienen la verdad, que son los únicos que serán salvados y que todas las demás personas serán destruidas por Jehová Dios en la batalla de Armagedón.
Comencé mi servicio de tiempo cabal en la Watchtower en 1971, después de abandonar la escuela secundaria. Como trabajador misionero fui de casa en casa tratando de convencer a la gente de que deberían hacerse Testigos de Jehová para complacer a Dios y así, quizás, recibir la salvación.
Digo “quizás” porque los Testigos de Jehová no están seguros de su salvación. El modo de salvación de la Watchtower se basa en las obras, y no en la gracia salvadora de la sangre de Jesucristo, la cual recibimos gratuitamente por medio de la fe.
El sistema de obras de vender libros de la Watchtower pone al Testigo de Jehová en la posición de ser salvo solo si Éste es fiel a la organización y hace todo lo que Ésta le dice. La fidelidad a la organización envuelve obediencia a una hueste de reglas y reglamentos, que los ancianos de la Watchtower ponen en vigor con gran celo.
La violación de cualquiera de estas reglas establecidas por el cuerpo gobernante de la Sociedad Watchtower puede resultar en castigo y restricciones, dependiendo de la ofensa cometida. Los ancianos tienen el poder de quitar la salvación, restringir la vida de oración, interrumpir la comunicación entre miembros de la familia o cualquier otra cosa que crean que pueda llevar al arrepentimiento al Testigo vacilante.
Los Testigos de Jehová tienen que informar a los ancianos el tiempo que dedican a la obra de la Sociedad. Los ancianos a su vez registran la información en un archivo. Se conserva un archivo para cada miembro de la congregación.
Este archivo también contiene información acerca de cualquier pecado grave que el Testigo cometa. Toda la información relacionada con la vida privada del Testigo se mantiene en los archivos maestros de la sociedad en Nueva York. Nunca son destruidos.
Puesto que yo había vivido en este sistema toda mi vida, yo sabía lo que se esperaba de mí. Yo tenía que seguir las reglas para poder ganar la salvación. Yo había ido de casa en casa desde que era un niño pequeño. De modo que me fue fácil adaptarme al servicio de tiempo cabal.
continué en ese servicio por varios años, pero fe muy poca la satisfacción que recibí. La presión de mantenerme al día con las cuotas mensuales de 100 horas al mes, así como la venta de un mínimo de 100 revistas y 40 libros al mes, comenzó a desanimarme. Todo ese trabajo es voluntario y no se recibe salario alguno por Él. Los Testigos tienen que encontrar empleo que los mantenga en esta obra.
En 1973 recibí la invitación de ir a la Central Mundial en Brooklyn como parte de un vasto personal de obreros que producen la literatura. En una carta del presidente de la Sociedad Watchtower, Nathan H. Knorr, recibí la seguridad de que “cuatro años en la central mundial eran mucho mejor que cualquier educación seglar que uno pudiera recibir en cualquier otro lugar.”
Con ansias subí el avión que me llevaría a la ciudad de Nueva York. Mientras estaba en el avión recordaba la envidia que sintieron todos mis amigos, debido a que yo iba a vivir con los miembros del cuerpo gobernante, y lo maravilloso que sería estar en el centro de actividad de una obra de alcance mundial. Los hermanos me celebraron fiestas de despedida y me hicieron regalos y encomiaron a mis orgullosos padres por criarme en la organización de tal modo que ahora podían ver a su hijo ir a un lugar tan maravilloso.
Poco después de llegar a Nueva York aquella ilusión comenzó a desvanecerse al ser asignado a trabajar en la fábrica. La “educación” que recibí en la central mundial de la Watchtower consistió en trabajar arduamente y en observar los métodos de la organización desde su interior.
El espacio no permite dar los detalles de lo que yo experimenté mientras trabajaba largas horas en el departamento de encuadernación. Allí alimenté máquinas para la “organización de Dios.” Recuerdo la presión mental que me produjo el tremendo número de reglas y reglamentos que era necesario obedecer. El plan maestro de los líderes de la Watchtower controlaba adonde yo iba, lo que yo hacía y cómo lo hacía.
Después de pasar tres años en la central mundial, sin dinero alguno para comenzar en el mundo (nuestra paga era $14.00 al mes), aprendí la dura realidad de tratar de ganarme la vida sin tener ningún oficio ni entrenamiento. A los Testigos de Jehová no se les permite ir a la universidad.
Me casé con una buena Testigo de Jehová, y nos propusimos tratar de complacer a Dios de la mejor manera que sabíamos. Es decir, fuimos buenos Testigos de Jehová y seguimos todas las reglas y leyes. Mi esposa Pat había sido misionera por ocho años. A ella la habían enviado a varias partes de los Estados Unidos en su obra, bajo la dirección de la Sociedad Watchtower.
Después de regresar con un “archivo limpio” de la oficina de Nueva York, los ancianos locales me usaron extensamente para enseñar desde la plataforma. La mayoría de los Testigos de Jehová concuerdan en que cualquiera que haya pasado algún tiempo en la central mundial es merecedor de mayor responsabilidades en la congregación local.
A medida que mi posición aumentaba en la congregación, comencé a recibir entrenamiento en la obra clandestina de los ancianos. Era emocionante salir de noche a seguir tras los miembros de la congregación que estaban bajo sospecha de estar cometiendo algún mal. También recibí acceso a los archivos de la congregación que revelan la información confidencial de todos los miembros de la congregación. Me usaban en la misma clase de operaciones clandestinas que yo había presenciado en la central mundial, operaciones que controlaban a los obreros que vivían allí.
Durante todo ese tiempo yo no recibí ninguna satisfacción y tampoco sentí paz. La presión de tratar de servir a un Dios vengativo y colérico es más de lo que se puede describir. La organización siempre ha pintado a Jehová como un Dios listo para “derramar su venganza.” Todo lo que yo sabía era lo que leía en la Watchtower. Sí, nosotros leíamos la Biblia, pero se nos decía que si la leíamos sin la ayuda de los libros de la Watchtower para interpretarla, estábamos destinados a caer en el error y la apostasía.
En ese entonces un amigo me mostró un libro que había sido escrito por un ex-testigo de Jehová intitulado “Treinta años como esclavo de la Watchtower.” Yo sabía que mi deber como buen Testigo era entregar a mi amigo a los ancianos, pues teníamos prohibido leer material que estuviera en contra de los Testigos.
Pero por rebeldía, leí el libro. Me perturbó mucho, pues el autor había trabajado en la central mundial, y yo podía simpatizar con muchas de las cosas que Él decía en el libro. Muchas de las cosas que yo había tratado de borrar de mi memoria resurgieron, y las dudas que el libro hacía surgir sobre la autoridad de la Watchtower me dejaron muy nervioso. El autor mencionó que Él había hallado la verdad espiritual estudiando la Biblia aparte de las publicaciones de la Watchtower.
Durante todo ese tiempo el Espíritu Santo me estaba llamando a estudiar la Palabra de Dios. Aunque teníamos nuestra propia Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras (traducida por la Sociedad Watchtower, la cual según declaran los eruditos en los idiomas hebreo y griego es una traducción muy prejuiciada), compré una versión de la New American Standard Bible. En secreto mi esposa y yo estudiábamos nuestra nueva Biblia hasta muy tarde en la noche, descubriendo que muchas de las doctrinas principales por las cuales habíamos estado dispuestos a morir eran falsas. Al fin, confronté a mi padre con algunas de estas cuestiones. Puesto que Él era anciano, se dio cuenta de que yo estaba poniendo en duda algunas de las enseñanzas principales de la Watchtower y me reportó a mí y a mi esposa a los ancianos, y nos hicieran un juicio por apostasía.
Después de un juicio largo en el cual derramamos muchas lágrimas, nos arrepentimos de dudar de la Sociedad Watchtower y se nos permitió permanecer como Testigos de Jehová, pero a mí me quitaron todas mis responsabilidades en la congregación. Yo tendría que ser vigilado por cierto período de tiempo antes de poder volver a servir en alguna posición de la congregación.
Una cambio de trabajo a otro pueblo me trajo una muy bienvenida medida de alivio. Me ilusioné con la idea de ir a otra congregación y tener un nuevo comienzo. Pero pronto quedé desilusionado cuando recordé que mi juicio estaría en mi archivo y que Éste me seguiría adondequiera que yo fuera por el resto de mi vida.
Por supuesto, los ancianos de la nueva congregación recibieron mi archivo poco después que yo comencé a asistir a las reuniones. Me dijeron que me estarían vigilando por cierto tiempo para asegurarse de que mis ideas apóstatas no volverían a resurgir. Me advirtieron de que si yo trataba de compartir esas ideas con algún miembro de la congregación me excomunicarían. Yo prometí lealtad a la organización y dije que no volvería a leer o hablar acerca de nada que fuera diferente de la posición de la Watchtower sobre las Escrituras.
Pasaron dos años. El estar bajo el escudriñamiento de los ancianos me dejó muy vacío. Nada, ni siquiera mis hijos, que me habían traído tanto gozo, llenaban de plenitud mi vida. Yo necesitaba algo, pero no sabía lo que era. Mi esposa y yo a menudo bebíamos en exceso tratando de hallar alguna clase de gozo. Pero esto nos dejaba vacíos.
Como teníamos dos varoncitos añorábamos que naciera una niña y esmerábamos que el tener una hijita completaría la felicidad que faltaba en nuestra familia. El 10 de agosto de 1980, Jenny Leigh Blizard nació. Nos sentíamos muy emocionados. Pero la tragedia nos azotó. A las cinco semanas de edad, se descubrió que Jenny padecía de una enfermedad muy rara de la sangre.
Los médicos locales nos enviaron a San Antonio, Texas, para tratar la condición de Jenny. La llevamos a los doctores del Centro Médico Santa Rosa, un hospital para el cuidado especial de infantes, en busca del tratamiento que le restablecería la salud a Jenny. ¿Por qué estaba Jenny sangrando internamente? ¿Por qué no se le coagulaba la sangre? Los doctores pasaron varios días tratando de llegar a una conclusión.
Finalmente los doctores nos notificaron que a fin de salvarle la vida a Jenny era preciso darle una transfusión de sangre. Este era un problema muy difícil para nosotros porque la ley de la Watchtower no le permite a ningún Testigo de Jehová recibir sangre en forma alguna. Los Testigos de Jehová llevan tarjetas que declaran que bajo ninguna circunstancia ellos recibirán sangre.
Yo les pedí a los doctores que salieran de la habitación y les dije que les daría una contesta prontamente. Mi esposa y yo oramos y clamamos a Dios pidiendo que nos respondiera. Recuerdo que pensé: “¡O Jehová como puedes pedirme que tome una decisión como ésta… un sí o un no en cuanto a si Jenny vive o muere! ¡Qué clase de Dios eres tú!” Finalmente mi esposa y yo llamamos a los doctores y les informamos que teníamos que obedecer la ley de Dios y que tendríamos que dejar que Jenny muriera.
Los oficiales del hospital se comunicaron con el Departamento de Bienestar de Infantes de Texas y nos entablaron juicio por abuso y descuido de infantes. La corte emitió una orden para asegurarse de que Jenny recibiría la sangre que ella necesitaba para salvar su vida. El alguacil del Departamento del Condado de Bexar nos entregó a mi esposa y a mí citaciones y advirtió al personal del hospital que no nos permitieran llevarnos a Jenny del hospital. Los Testigos de Jehová tienen un extenso historial de llevarse clandestinamente a los pacientes de los hospitales para así evitar transfusiones de sangre a toda costa.
Mi esposa y yo sentimos un gran alivio secreto pues sabíamos que de ese modo Jenny recibiría la ayuda que ella necesitaba con la transfusión de sangre. Yo sentí que había hecho todo lo que podía para tratar de impedir que ella recibiera la sangre, sin darme cuenta de que la corte intervendría.
Los reporteros de los periódicos The San Antonio Express/News y The San Antonio Light, se enteraron de lo que había pasado y publicaron el relato, aunque nosotros nos negamos a hablar con los reporteros. Al mirar atrás me doy cuenta de que lo que ellos hicieron es digno de elogio.
Mientras tanto, ciertos amigos nuestros se comunicaron con los ancianos de la congregación local, y estos vinieron a visitarnos prontamente. Los ancianos se sintieron aliviados cuando descubrieron que todavía había tiempo para sacar a Jenny del hospital antes de que le pusieran la transfusión.
Yo les expliqué que el asunto ya no estaba en nuestras manos y que bajo orden de la corte yo no podía sacar a Jenny del hospital. Esto no les interesó en lo más mínimo. Su único interés era sacarla del hospital.
Yo sabía que Jenny moriría en poco tiempo si la removía de la máquina que la mantenía viva y que me acusarían de asesinato. Le expliqué esto a los ancianos. Me contestaron: “¡Ese es un riesgo que tienes que correr! ¡No puedes permitir que lo pongan sangre a tu hija!”
Sin más discusión, les pedí que se marcharan, declarando que no podía permitir que mi hija muriera de ese modo. “Si ese es el Dios a quien sirvo, no quiero saber más de El.”
Los ancianos se marcharon del hospital sumamente irritados conmigo porque no me había sometido a sus dictámenes. Uno de ellos me dijo al partir: “¡Espero que la sangre le ocasione hepatitis a tu hija!. ¡Así verás lo malo que es aceptar sangre!”
Cuando por fin trajimos a Jenny a nuestra casa, los Testigos de nuestro pueblo se habían enterado de que aunque habíamos protestado por la transfusión, al fin habíamos permitido que le pusieran sangre a Jenny. Debido a ello eramos como parias para los testigos, pero no tomaron acción para excomunicarnos. La ley que exige excomunicación nos hubiera aplicado solo si hubiéramos consentido libremente a que le hicieran la transfusión.
En ese momento Dios intervino en el asunto. Nuestros vecinos cristianos venían a nuestra casa y nos ayudaban con alimento y dinero y en cualquier otra cosa en que pudieran. El testimonio vivo de esas personas nos afectó tanto a mi esposa y a mí, que decidimos reanudar nuestro estudio de la Biblia. Esos meses de un intenso estudio secreto de la Biblia nos llevaron a la conclusión de que habíamos estado viviendo una mentira. Habíamos estado esclavizados a un sistema de interpretación de las Escrituras que había aplastado nuestro libre pensar. En las cuestiones y puntos doctrinales con los cuales yo había tenido tantas dificultades, la Biblia estaba clara. Leí la Biblia en contexto, sin la ayuda de un libro o revista que me instruyera.
El resultado de ese estudio fue que hallé que todos necesitamos la salvación que ofrece nuestro Señor Jesucristo. Hallamos que Dios es un Dios de Amor y no un Dios de ira.
Una noche mi esposa y yo nos cogimos de las manos y entregamos nuestra vida al Señor Jesucristo. De súbito sentimos que nuestro espíritu había sido desencadenado. Aquel desencadenamiento nos trajo liberación, libertad y salvación. Habíamos “nacido de nuevo.” Nunca me había sentido así durante todas las miles de horas de trabajo que había pasado tratando de complacer a Dios como buen Testigo de Jehová. Sabíamos que habíamos sido cambiados. Eramos una “nueva creación.” Como dijo el apóstol Juan: “para que sepáis que tenéis vida eterna.” (1 Juan 5:13)
Por supuesto, rápidamente fuimos expulsados de los Testigos de Jehová. Bajo las reglas de excomunicación, no podemos tener contacto alguno con nuestra familia y nuestros anteriores amigos en la organización. Nuestros propios padres no pueden ni siquiera asistir a nuestro funeral. Según la ley de la Watchtower los Testigos tienen que considerarnos como si estuviéramos muertos. A cualquier Testigo que encuentren hablando con nosotros lo pueden someter a una acción judicial, e incluso expulsarlo.
Sin embargo, tengo que decir que no estamos muertos, sino muy vivos. Sí, estamos muertos a nuestro modo de vivir anterior, pero vivos en Jesucristo, llenos del Espíritu Santo y poder, salvados por la sangre del Cordero.
En conclusión, la condición de nuestra hija era tan seria que no podía ser corregida permanentemente por una transfusión de sangre. Las transfusiones que les suministraron cuando era una infante le prolongaron la vida, pero el 3 de marzo de 1987, a los seis años de edad Jenny se marchó a casa a estar con el Señor.
La consideramos como el “mensajero especial de Dios” para nuestra vida. Por medio de su enfermedad y breve vida, llegamos a reconocer el engaño de la Sociedad Watchtower, profesamos y recibimos a Jesucristo como Salvador y Señor, y compartimos el conocimiento redimidor del Salvador con muchos Testigos de Jehová por todo el país.
Además, durante los 39 días finales de la vida de Jenny, en el Centro médico para Infantes de Dallas, pasamos mucho tiempo orando y dando testimonio de Cristo a las familias de otros niños que estaban graves o mortalmente enfermos en aquel hospital.
Finalmente, algunos de los detalles del funeral de Jenny dan testimonio de la naturaleza de la Sociedad Watchtower y del control que esta tiene sobre sus miembros.
En el memorial de Jenny, las primeras cuatro hileras de asientos fueron reservadas para los miembros de la familia (incluso abuelos, tíos, primos, etc.). El resto de las hileras de asientos estaban disponibles para los miembros de la iglesia y para la gente del pueblo. Esta última parte de la iglesia estaba completamente llena. Gente de todas partes vino a compartir nuestro dolor por la pérdida de nuestra hijita. Sin embargo, las hileras asignadas para la familia de Jenny estaban ocupadas por solamente cinco personas… yo mismo, Pat, los dos hermanos de Jenny y su hermanita menor. Ningún otro miembro de la familia asistió al funeral. La dureza que la Sociedad Watchtower mostró al prohibir que los otros parientes de Jenny asistieran a su funeral es increíble. Oramos que por medio de nuestro testimonio, las personas que estén atrapadas en el cautiverio despierten a la libertad que solo se puede encontrar en Cristo Jesús.
Si usted es Testigo de Jehová, usted y yo sabemos que a usted se le ha prohibido leer esta información. Si lo atrapan con este folleto, los ancianos de los Testigos de Jehová tomarán acción judicial contra usted. En la organización de la Watchtower no hay lugar para el pensamiento individual. Sin embargo, puesto que usted ha leído hasta aquí, por favor tome el paso que le traerá la verdad satisfacción que usted no ha podido hallar. Medite en las numerosas horas que usted ha invertido trabajando para la organización, las cuales han resultado en un vacío espiritual que no puede ser llenado sirviendo a una organización de hechura humana. Ponga su confianza en Jesucristo, quien murió por usted, y podrá descubrir que solo El puede proveer la paz que usted este buscando. Ponga al lado sus publicaciones de la Watchtower y lea la Palabra de Dios, la Biblia, y permita que el Espíritu Santo lo guíe a la salvación en Jesucristo. ¿Qué le costará esto? La vida eterna es un don gratuito.
Autor: Paul Blizard