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¿Las religiones no cristianas son instrumentos de salvación de Dios?

símbolo de religiones

“He aquí que el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer y los dos formarán una sola carne. Este misterio es grande, me refiero a Cristo y a la Iglesia” Ef 5, 31-32

En octubre del 2006 la agencia de noticias Zenit entrevistó a José Antonio Galindo, oar, sobre su libro “Guía para el cristiano ante el actual pluralismo religioso”. En dicha entrevista el autor explica el lugar de Cristo y el lugar de las otras religiones en el plano de la salvación. Galindo dice que las otras religiones “no salvan” pero sí son “instrumento de salvación”. ¿No viene a ser lo mismo?

–Las otras religiones también son instrumentos de salvación de Dios. ¿Cómo se concilian con Jesucristo, causa personal única de la salvación de toda la humanidad?

–Galindo: Las otras religiones también son instrumentos de salvación de Dios, porque teniendo verdades y valores, según varios documentos de la Iglesia, pueden servir, y de hecho sirven para que Dios salve a los fieles de esas religiones aunque siempre por los méritos de Cristo, que es el único Salvador de todos.

Los fundadores de las grandes religiones son maestros y, en alguna medida, modelos para la humanidad (Laotsé, Budha, Krisna, Mahoma, etc.) pero sólo Cristo, y en exclusiva, (además de supremo Maestro y Modelo perfecto) es el Salvador de toda la humanidad en general y de todos y cada uno de los seres humanos en particular.

Las religiones, cualesquiera que sean, y Cristo no se sitúan en el mismo plano. Las religiones, incluso la cristiana, son medios o instrumentos, mientras que Cristo es la causa personal de la salvación, es el sujeto, la persona que salva (la salvación es una acción de un ser personal) sirviéndose de esos medios o instrumentos que son las religiones

Quien salva es único (Cristo), mientras que los medios de que se sirve, unos mejores que otros, pueden ser y son varios y diferentes, y estos medios son las diversas religiones. Se concilian ambas verdades si hablamos de las religiones y de Cristo con precisión.

Las religiones no salvan, (ninguna), sino que son instrumentos de los que el único agente personal (Cristo) se sirve para salvar; sin embargo, tampoco es correcto decir que las religiones son ajenas al hecho de la salvación de los seres humanos, puesto que son medios o instrumentos de la misma por sus verdades y valores.

Según esta explicación, se intenta conciliar la unicidad y universalidad de la mediación salvífica de Cristo con las otras religiones y no deja de ser contradictorio, porque mientras que por un lado asegura que Jesús “ha fundado una religión superior a las demás” también menciona que no “es correcto el absolutismo de afirmar que sólo el cristianismo tiene razón” y dice que esta posición es “contraria a la doctrina de la Iglesia“.

Si es verdad que “las religiones, incluso la cristiana, son medios o instrumentos” y que “Cristo salva sirviéndose de esos medios o instrumentos que son las religiones” ¿Por qué Dios se tomó la molestia de encarnarse y fundar una Iglesia? Con utilizar como “instrumentos de salvación” al budismo, hinduismo, etc., hubiera bastado….

Si es verdad que las otras religiones son “instrumento de salvación” ¿Por qué Jesús dio como mandato final: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” y “El que crea y se bautice, se salvará; pero el que se resista a creer, se condenará

Los fundadores de religiones no son Dios entre nosotros; son hombres que no han vencido a la muerte. Su cadáver está entre nosotros como el de David (Hech 2, 29). No han resucitado. Han fundado por ello religiones que no garantizan la victoria sobre el pecado, el maligno y la muerte. La palabra de sus escritos (como se dijo más arriba) no tiene la garantía de ser palabra de Dios y sus sacerdotes no obran in persona Christi, sino como meros delegados de la comunidad. Por ello con elementos positivos y buenos en los que actúa la gracia de Cristo no son más que preparación evangélica. La religión cristiana, fundada por el Hijo de Dios, vencedor del pecado y de la muerte, es el único camino establecido por Dios para la salvación de los hombres. Nacidas tales religiones de esfuerzos humanos religiosos por buscar a Dios, no carecen de errores que apartan a los hombres de Dios, no sólo en el campo de la doctrina, sino también en la moral. No podemos olvidar que en la Tradición de la Iglesia se ha tenido conciencia de que la misión libera del contacto con el maligno a todo lo que de bueno haya en las religiones (LG 35). Por todo esto es oportuna la precisión de Dominus Iesus cuando distingue la fe teologal, como respuesta del hombre a Cristo que se revela, de la creencia, que en las religiones paganas, se debe a una experiencia de búsqueda del absoluto

(Pbro. Dr. Miguel A. Barriola – La Declaración ‘Dominus Iesus’ Nuevo signo de contradicción)

Jesucristo

Cristo único mediador, la Iglesia necesaria para la salvación

No se puede asegurar que las religiones no cristianas “son instrumentos de salvación de Dios” mientras que la Declaración Dominus Iesus afirma que ”No se puede ignorar que otros ritos no cristianos, en cuanto dependen de supersticiones o de otros errores (cf. I Cor 10, 20 – 21), constituyen más bien un obstáculo para la salvación”.

En conexión con la unicidad de la mediación salvífica de Cristo está la unicidad de la Iglesia que él fundó. En efecto, el Señor Jesús constituyó su Iglesia como realidad salvífica: como su Cuerpo, mediante el cual él mismo actúa en la historia de la salvación. Como sólo hay un Cristo, así existe un solo cuerpo suyo: “una sola Iglesia católica y apostólica” (cf. Símbolo de fe, DS 48). El concilio Vaticano II dice al respecto: “El santo Concilio (…), basado en la sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación” (Lumen gentium, 14).

Por consiguiente, es erróneo considerar a la Iglesia como un camino de salvación al lado de los que constituyen otras religiones, las cuales serían complementarias con respecto a la Iglesia, encaminándose juntamente con ella hacia el reino escatológico de Dios. Así pues, se ha de excluir cierta mentalidad de indiferentismo “marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que “una religión vale la otra”” (Redemptoris missio, 36). Es verdad que, como recordó el concilio Vaticano II, los no cristianos pueden “conseguir” la salvación eterna “con la ayuda de la gracia” si “buscan a Dios con sincero corazón” (Lumen gentium, 16). Pero en su búsqueda sincera de la verdad de Dios están de hecho “ordenados” a Cristo y a su Cuerpo, la Iglesia (cf. ib.). De todos modos, se encuentran en una situación deficitaria si se compara con la de los que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvíficos. Así pues, comprensiblemente, siguiendo el mandato del Señor (cf. Mt 28, 19-20) y como exigencia del amor a todos los hombres, la Iglesia “anuncia y tiene la obligación de anunciar sin cesar a Cristo, que es “camino, verdad y vida” (Jn 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas” (Nostra aetate, 2).

(Discurso de SS Juan Pablo II a la Congregación para la Doctrina de la Fe 28/01/2000)

El Concilio ha reclamado ampliamente el papel de la Iglesia para la salvación de la humanidad. A la par que reconoce que Dios ama a todos los hombres y les concede la posibilidad de salvarse (cf. 1 Tim 2, 4),15 la Iglesia profesa que Dios ha constituido a Cristo como único mediador y que ella misma ha sido constituida como sacramento universal de salvación (…) Así lo ha querido Dios, y para esto ha establecido y asociado a la Iglesia a su plan de salvación: « Ese pueblo mesiánico —afirma el Concilio— constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por él como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra »
(Redemptoris missio)

“En consecuencia, ninguna religión humana puede garantizarnos una presencia plena del Espíritu y tampoco puede pretender una actuación del mismo independiente de Cristo y su Iglesia. Las mediaciones salvíficas de las otras religiones no pueden ser mediaciones que instituyan regímenes alternativos de salvación cristiana, como sostenía Dupuis[134], el cual viene a decir también que no podemos admitir la mediación universal de la Iglesia, pues los hombres se salvan a través de otras mediaciones. El cristianismo no sólo es la plenitud de estas religiones, sino el origen de la gracia que en ellas opera. No hay gracia alguna, conferida por el Espíritu Santo, que no deba referirse a Cristo y a su misterio pascual, presente en la Iglesia.” (Dr. Miguel A. Barriola)

Pero lo que más llama mi atención es cuando dice “Las otras religiones también son instrumentos de salvación de Dios, porque teniendo verdades y valores, según varios documentos de la Iglesia” Y esa es la pregunta que me hago: ¿Cuándo ha dicho el Concilio Vaticano II que “las otras religiones son instrumentos de salvación de Dios“? Esta es una INTERPRETACIÓN de los documentos del Concilio.

Mons. Ladaria, menciona en la presentación del documento de la Comisión Teológica Internacional “El Cristianismo y las religiones”, que los documentos conciliares no se ocupan del “valor de salvación” de las religiones no cristianas:

“El problema que más había ocupado la atención en la teología de las religiones era el posible valor de salvación que éstas pudieran tener. Es el primer punto que estudia la Comisión Teológica (nn. 81-87).Ni los documentos conciliares ni la encíclica Redemptoris missio se habían pronunciado expresamente sobre este asunto, aunque se había hablado de la presencia en las culturas y las religiones de semillas del Verbo, de rayos de la verdad y también de acción del Espíritu”

La Comisión Teológica (1996) fue la primera en plantear el “valor de salvación” que las religiones pudieran tener. Cuatro años después (2000) se publicó la Dominus Iesus. Según Mons. Ladaria “la Comisión afrontó el estudio de este tema con la intención de explorar (…) con clara conciencia de su ambigüedad para la salvación de sus adeptos” y que “quiere ofrecer unas pautas de reflexión, ciertamente no dar soluciones definitivas” pero también menciona que “la cautela es también obligada dada la ambigüedad del fenómeno religioso” y que “en todo caso se evita identificar expresamente estos elementos en las religiones. Solamente en la religión de Israel, en cuanto se reconoce en ella la auténtica revelación divina, podemos afirmar con seguridad su existencia“.

El Concilio, después de haber afirmado la centralidad del misterio pascual, afirma: « Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual».

(Redemptoris missio)

-“Por vías que no conocemos” o “en la forma de sólo Dios conocida”

Cuando se dice que Dios da su gracia a los que ignoran invenciblemente a Cristo “por vías que no conocemos” no significa que la Iglesia Católica es ajena a la distribución de esas gracias entre los no cristianos. Cristo y la Iglesia forman una unidad como el marido y la mujer forman una carne. La mediación salvífica de la Iglesia Católica alcanza a hombres y mujeres fuera de sus límites visibles.

El magisterio de los Papas ha repetido que los paganos pueden recibir la gracia “por vías que no conocemos” o “en la forma de sólo Dios conocida”, pero, que yo sepa, no hay ningún fundamento en la Tradición oral y escrita para afirmar de qué manera la gracia se hace presente entre los paganos, tan solo se dice que obra y sin saber cómo…

Se está pasando de una gracia dada “en la forma de sólo Dios conocida “a aceptar que la gracia puede actuar a través de ritos y costumbres de religiones no cristianas…

Mons. Ladaria dice lo siguiente sobre la unicidad de la mediación salvífica de la Iglesia:

Es precisamente esta universalidad la que lleva a tratar de la Iglesia como sacramento universal de salvación (nn. 62-79). Se plantea el problema de si la Iglesia tiene una significación sólo para los que pertenecen a ella o también para los demás. Dado que la segunda respuesta es la que se considera justa, la necesidad de la Iglesia para la salvación se entiende en un doble sentido: la necesidad de la pertenencia a ella y la necesidad del ministerio de la Iglesia al servicio de la venida del reino de Dios. Por ello se trata de la vieja cuestión del extra Ecclesiam nulla salus a partir de las nuevas perspectivas abiertas a partir del concilio Vaticano II, de la vinculación a la Iglesia, cuerpo de Cristo, de todos los justificados, y sobre todo, de la misión salvadora de la Iglesia en su triple aspecto de martyría, leitourgía y diakonía. En virtud de su testimonio la Iglesia anuncia a todos los hombres la Buena Nueva. En su liturgia celebra el misterio pascual y cumple así «su misión de servicio sacerdotal en representación de toda la humanidad. En un modo que, según la voluntad de Dios, es eficaz para todos los hombres, hace presente la representación de Cristo que “se hizo pecado por nosotros” (2 Cor 5,21)» (n. 77). En el servicio al prójimo de su diakonía da testimonio de la donación amorosa de Dios a los hombres. Es claro que al señalar estos aspectos de la función de la Iglesia como sacramento universal de salvación no se pretendía haber agotado un tema tan complejo.”

El cardenal Journet en su “Charlas acerca de la Gracia” explica la mediación salvífica de la Iglesia de la siguiente manera:

“Nos queda por hablar de la gracia tal como se encuentra en las almas no movidas por Cristo más que a distancia (…) Antes de su Ascensión, envía Jesús a los apóstoles por el mundo:

Id, enseñad a todas las gentes…”. Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaría y hasta los extremos de la Tierra” (Hechos 1, 8). “Yo estaré con vosotros -les dice Jesús- siempre, hasta la consumación del mundo” (Mat. fin.) Allá donde la jerarquía esté, con sus poderes de orden y de jurisdicción, dispensará las gracias de contacto, de las que hemos hablado, que constituirán a la Iglesia en su acto acabado. Y como los discípulos son enviados por Cristo a todas las naciones, la Iglesia, en derecho y en régimen normal, debería existir en su forma plena, perfecta, acabada, en toda la superficie de la tierra.

Pero, ¿Qué sucedió en realidad? La venida de la Verdad y del Amor, de manera plena, en los días de la Encarnación y de Pentecostés, ha exasperado de rechazo a las fuerzas del mal. En oposición a las fuerzas evangélicas de luz y de amor, se coaligan las fuerzas del error, del odio, de la mentira, fogosamente dispuestas a librar la gran batalla de la que habla el Apocalipsis, batalla que ha de durar hasta el fin de los tiempos. ¿Cuáles son esas fuerzas del mal? ¿Dónde y en quién residen?

(…) Las fuerzas del mal trabajan también, ciertamente, entre los no-cristianos. Cuando los apóstoles se esparcen por el mundo, tropiezan con formaciones religiosas procedentes de las aberraciones del paganismo (…) Hoy mismo, después de veinte siglos, esas formaciones religiosas no han sido disueltas. !Cuántas regiones de África y de Asia que todavía no han sido evangelizadas! Son bloques en los que la orientación magisterial, la savia de los Sacramentos, no puede penetrar, de suerte que si existe la gracia en esas regiones, no será la gracia de contacto, sacramental y orientada, plenamente crística y cristoconformante.

Además de esos bloques no eliminados, de la herencia del paganismo, hay otros que se constituyen en el transcurso de los tiempos y que crearán nuevos obstáculos a la misión de los poderes jerárquicos y a la difusión de las gracias de contacto. Así aparecerá el error del judaísmo. ¿En qué consiste? En que cuando vino el Mesías, el pueblo judío, depositario de la promesa mesiánica, no le reconoce. Habrá, sí un “resto” que integrará la Iglesia, constituida al principio únicamente por judíos, con la Virgen y los apóstoles; pero el conjunto del pueblo judío a causa de la falta de sus jefes, no sabrá ver en el Evangelio el cumplimiento de las promesas milenarias hechas a Israel. (…)

Ha habido después la extraordinaria formación religiosa del Islam.(…) He aquí de nuevo, una vasta formación religiosa en la que la mezcla de grandes errores con grandes verdades constituirá una traba para la predicación apostólica. Las gracias de contacto que sólo ella puede procurar quedarán descartadas desde el umbral.

Más tarde vendrán las disidencias. ¿Puede suponerse, en el origen de éstas, que alguien, víctima de un error, no sea sin embargo culpable? Lo creo posible en ciertas circunstancias; pero en otros casos puede haber jefes de fila que ante Dios son culpables y que a menudo nos aparecen como tales. Son, propiamente hablando, los heresiarcas que rompen a sabiendas la unidad de la Iglesia y de la fe cristiana. Así se constituyen nuevos bloques que arrastrarán verdades cristianas: veneración de la Santa Escritura, validez de ciertos Sacramentos, etc., mezclados con un principio de escisión. Suele decirse que el agua regia es el único líquido que disuelve el oro; pues bien, las disidencias son como una mezcla de oro y de agua regia. Ellas son las que de manera más o menos grave detienen el impulso de la jerarquía: “Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas…”

(…) Habrá que señalar el advenimiento del mundo ateo. (…)

¿Cuál será la actitud de Dios respecto a las formaciones religiosas de que acabamos de hablar? No las aniquila. Dios es Amor. Es “la luz verdadera que alumbra a todo hombre“. Si sube a la cruz es para atraer todos los hombres a El. “Dios nuestro Salvador quiere que todos los hombres sean salvados y vengan al conocimiento de la verdad” (1Tim 2, 4)

Ante los obstáculos a la predicación apostólica que surgen de todos lados ¿qué hará Dios? Abrirá un diálogo con cada una de las almas que se encuentran cogidas en las redes de esos bloques, en los que se ven indisolublemente mezcladas la verdad y el error, la luz y las tinieblas. Para suplir las gracias de contacto, les enviará las gracias a distancia.

(…)Pero ¿es un régimen normal el que las gracias vengan a los hombres a distancia cuando Cristo, desde hace dos mil años, ha confiado a sus discípulos la misión de ir hasta las extremidades de la tierra, prometiéndoles solemnemente su asistencia? No, es anormal que haya sobre la tierra regiones y almas que no hayan sido beneficiadas con el anuncio del Mensaje evangélico. Que Dios utilice un rodeo, que en los lugares a donde no llegan las gracias normales de contacto, envíe gracias anormales de suplencia, gracias a distancia, todo eso atestigua a un mismo tiempo, el deseo infinito que tiene de salvarnos y el pavoroso poder del mal en nuestro mundo.

(…) la Iglesia entera suplica a Jesús envíe rayos de su gracia a las almas que ella no puede alcanzar. Es eso lo que pedimos cuando en el Pater decimos fervorosamente: “Venga a nosotros tu reino“. La Iglesia en su acto acabado, suplica, por medio de las almas más santas de su redil, por su liturgia y en todas partes donde verdaderamente está establecida “por nuestra salvación y del mundo entero” (Ofertorio de la Misa). En cuanto no pueda, dice ella, ir a llevarles la plenitud del mensaje evangélico, adelantaos, ¡Oh Dios! enviando a esas almas y a esas regiones gracias supletorias. No es, pues, extraña la Iglesia a la distribución de esas gracias que, allá donde son acogidas, la establecen en su estado inicial, imperfecto, dificultado.

Las almas que aceptan esas gracias de suplencia formarán ya parte espiritualmente de la Iglesia, pero de una manera iniciada, dificultada. Allá donde un alma dice un “si” por la plena aceptación de las gracias a distancia, es una luz cristiana que se enciende. Seguirá siendo budista o judío, o musulmán, o disidente; pertenecerá todavía corporalmente a las formaciones religiosas de los tiempos precristianos, pero pertenecerá ya espiritualmente a la Iglesia. Y comenzará, inconscientemente quizás, a influir en su medio para modificarlo, insistirá espontáneamente en todo lo que posee de auténtico y se desprenderá poco a poco del resto.”

San Pablo compara la relación matrimonial con la comunión esponsal que existe entre Cristo y la Iglesia (”El hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer y los dos formarán una sola carne. Este misterio es grande, me refiero a Cristo y a la Iglesia” Ef 5, 31-32). “El gran misterio es, pues, la unión de Cristo y de la Iglesia, descrita con los términos mismos con que Gén. 2, 24 describe la unión del hombre y la mujer. El misterio consiste en que Cristo y la Iglesia forman una unidad, como el marido y la mujer forman una carne, Este misterio estuvo escondido por siglos, pero ahora, después de la glorificación de Cristo, ha sido revelado a los profetas de la nueva alianza, y por esto Pablo puede fundar en esta unión matrimonial de Cristo y su Iglesia la moral de los casados” (La Sagrada Escritura – comentario por Profesores de la Compañía de Jesús, B.A.C., 1965).

No defendemos un eclesiocentrismo que siente temor de perder poder (por cierto prácticamente inexistente en estos tiempos) sino la unión matrimonial entre Cristo y su Iglesia.

En la Nostra Aetate se lee lo siguiente: “La Iglesia católica no rechaza nada de lo que es verdadero y santo en esas religiones. Ella considera con respeto sincero esas maneras de obrar y de vivir, esas reglas y esas doctrinas que, aunque difieren en muchos puntos de lo que ella misma sostiene y propone, sin embargo aportan a menudo un rayo de la verdad que ilumina a todos los hombres y mujeres“.

En la Encíclica Evangelii Praecones (2 de junio de 1951), de Pío XII, se dice que la “Iglesia católica no despreció las creencias de los paganos ni las rechazó, sino que más bien las libró de todo error e impureza, y las consumó y perfeccionó con la sabiduría cristiana“.

Si reconocemos alguna virtud de nuestro vecino, no anula sus errores evidentes. El Judaísmo venera las Sagradas Escrituras, ellos lo llaman Tanaj y nosotros Antiguo Testamento. Ese reconocimiento no anula que ellos han rechazado al Mesías y que un día -según San Pablo- se convertirán a Cristo y formarán parte de la Iglesia.

Pero, una cosa no quita la otra, lo erróneo está mezclado con lo bueno. Se ha de rechazar aquello en toda religión y cultura y se ha de elogiar y respetar lo segundo. En nuestra misma vivencia de la fe se incrustan tantas imperfecciones, que la Iglesia va puliendo pacientemente a lo largo de su tradición. Con todo, ha de ser posible dar con un “criterio” que faculte a acertar con lo valedero universalmente y lo desechable asimismo para todos.

De ahí, también las serias advertencias frente a una tolerancia fofa, un sincretismo poco iluminado y un indiferentismo, para el que valdría lo mismo tanto la perla como el estiércol. Por eso, equilibradamente sigue recordando Dominus Iesus, 22: ”Con la venida de Jesucristo Salvador, Dios ha establecido la Iglesia para la salvación de todos los hombres (cfr Hech 17, 30 – 31). Esta verdad de fe no quita nada al hecho de que la Iglesia considera las religiones del mundo con sincero respeto, pero al mismo tiempo excluye esa mentalidad indiferentista, «marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que ‘una religión es tan buena como otra’»[127]. Si bien es cierto que los no cristianos pueden recibir la gracia divina, también es cierto que objetivamente se hallan en una situación gravemente deficitaria, si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvíficos”[128].
(Dr. Miguel A. Barriola)

Hay confusión de términos

– Se exalta la ‘ignorancia invencible’ como un bien

Es verdad que la ignorancia invencible hace inculpable el acto y no hay pecado desde el punto de vista moral, pero la persona no mejora, no adquiere virtudes, es menos perfecta. Una persona que no ha aprendido a leer no tiene ninguna culpa, pero no sabe leer, y no alcanza muchas perfecciones humanas. Así ocurre en todo arte (pintar, cantar, recitar, etc.), y por supuesto en la moral (lealtad, simpatía, elegancia, cortesía, fortaleza, castidad, responsabilidad, sinceridad, sencillez, magnanimidad y todas las gracias humanas). (p. Enrique Cases).

– Se ignora totalmente las consecuencias fatales de la ‘ignorancia vencible’

No todos los que ignoran a Cristo sufren de ignorancia invencible, también hay quien padece de ignorancia vencible y, por lo tanto, son responsables y culpables de su rechazo a Cristo. La persona que sufre de ignorancia vencible y se encuentra en una religión que le dice que ‘Jesús no es Dios y que no es el único salvador del hombre’ y alegremente se le dice que su religión es un “instrumento de salvación”, estaríamos reafirmando su error y hasta nos hacemos responsables de su condenación.

– ¿Basta con ser bueno para salvarse?

Se enseña que es meramente accidental el haber nacido en tal o cual tradición religiosa por eso para salvarse da igual qué religión profesas con tal que seas bueno.

Esta proposición aparentemente evidente permite algunas conclusiones. Muestra, en efecto, hasta qué punto es falsa la opinión extendida, según la cual cada uno debe vivir según su convicción y será salvado en razón de su fidelidad a su conciencia. ¿De qué manera? ¿El heroísmo del hombre de las SS, la cruel precisión de su obediencia pervertida, podría ser una especie de votum ecclesiae? ¡Jamás!

Pero este ejemplo extremo hace aparecer toda la problemática de esta opinión y de su punto de partida. Porque, identificando el grito de la conciencia con la convicción de cada uno, que engendra un estatuto social e histórico, tal tesis conduce a la concepción, según la cual un hombre es salvado cada vez que por la aplicación concienciosa del sistema en el que se encuentra o al que se ha ligado. La conciencia degenera en adhesión escrupulosa a sus ideas, el sistema en cada caso llega a ser «el camino de la salvación». Se da la impresión de ser humano y misericordioso, cuando se dice, partiendo de esa posición, que un musulmán debe, para ser salvado, ser «un buen musulmán» (¿Qué significa esto exactamente?), un hindú ser un buen hindú, etc.[123]. Pero, entonces, ¿no se debe decir que un caníbal debe ser un «buen caníbal» y un SS convencido ser un SS completo? Evidentemente algo falla; una «teología de las religiones», que se haya desarrollado a partir de tales premisas, lleva necesariamente a un callejón sin salida… Es sólo en apariencia que tales tesis (que un musulmán sea un buen musulmán…) son «progresistas»; en realidad, exaltan el conservatismo a la altura de cosmovisión: cada uno llegaría a la salvación por su sistema[124]… Si las religiones y los sistemas dados como tales salvaran al hombre, constituyeran para él el camino de la salvación, la humanidad se quedaría eternamente encerrada en sus particularismos. La fe en Cristo significa, por el contrario, la convicción de que existe un llamado a la superación de estos particularismos y que sólo así, en la marcha hacia la unidad del espíritu, la historia va hacia su cumplimiento”[125]. (Dr. Miguel A. Barriola)

Hoy en día al teólogo se le tiene por “maestro de la fe” supliendo el papel que le corresponde a los obispos. Basta que uno publique un libro para que otros acepten sus enseñanzas sin distinguir entre doctrina católica, un documento que explora un tema sin intención de definir, y una interpretación personal.

– Un comentario de CICLA – Confederación Interprovincial Claretiana de América Latina y el Caribe

“A veces pensamos celosamente que nosotros somos los poseedores exclusivos, propietarios de la salvación”

– Un comentario en el sitio de la Vicaria Episcopal de Pastoral de la Arquidiócesis de México:

“La religión que tenemos no depende muchas veces de nosotros, sino que es consecuencia de haber nacido en un lugar o en otro, en una familia que tiene tal religión concreta. Por eso nuestra salvación no depende de la religión que profesamos, sino de que seamos buenos; de modo que a todos los que viven sinceramente su religión Dios los salvará. Pero también es verdad que estar en la verdadera religión, como estamos los católicos, nos ayuda mucho. Es como un atleta que tiene el mejor preparador y los entrenamientos apropiados; ese atleta cuenta con los mejores recursos para triunfar.

http://www.vicariadepastoral.org.mx/proyectos/jesucristo/jesucristo_05.htm

A pesar de la recomendación de cautela de Mons. Ladaria y que solamente en la religión de Israel, en cuanto se reconoce en ella la auténtica revelación divina, podemos afirmar con seguridad la existencia de un valor salvífico; a pesar de todas las aclaraciones, en especial, la Dominus Iesus, hay un aumento de la difusión del “pluralismo religioso” que promueve un decidido rechazo al “eclesiocentrismo” que se traduce en un rechazo de la mediación salvífica de la Iglesia y del cristianismo y que conduce al indiferentismo religioso.

Autor: Beatriz Aparicio

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