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Respuesta a cuestionamientos varios sobre el sacerdocio

sacerdotes

Un comentarista, Gonzalo de Chile, tuvo la amabilidad de dejar ayer un largo comentario en el post anterior, sobre el tema del orden sacerdotal en la Iglesia primitiva. Por ser muy larga mi respuesta, he preferido dedicar un post a ella.

Estimado Gonzalo:

Gracias por tu comentario. Dices: “Es una pena que tu refutación este llena de errores e ignorancia supina sobre la Iglesia primitiva, porque conociéndote no creo que lo hagas con mala intención”. Como comprenderás, no voy a entrar en un concurso de “quién sabe más sobre Escritura”, así que me centraré en los asuntos concretos que tocas.

0) Dices: “En ella [en la Iglesia] había muchos cargos como el diaconado, el presbiterio (o anciano en su correcta traducción), el obispo, los maestros, los profetas, etc.

Bien, según eso, si lees el Nuevo Testamento en griego, también tendrías que decir que la “correcta” traducción de diácono es sirviente, la de “obispo” es supervisor y la de “profeta” es portavoz o apoderado, en el sentido de que es el primer sentido de diccionario de esas palabras griegas.

Sin embargo, como soy traductor, te explicaré un principio esencial de la traducción: en todas las lenguas, existen diversos registros del lenguaje, que determinan la interpretación que hay que dar a palabras homófonas como éstas. Si estuviéramos hablando sobre el ámbito doméstico y encontráramos διακονος, traduciríamos siervo o sirviente. Sin embargo, en un ámbito específicamente religioso y cristiano, la traducción correcta es “diácono”, ya que se refiere a un ministerio concreto de la Iglesia. Del mismo modo, επισκοπος debe traducirse como “obispo”, πρεσβυτερος como “presbítero” y προφήτης o נְבִיא como “profeta”. Traducir de otra forma esos términos en el NT implica o bien ignorar el registro adecuado del lenguaje o introducir una ideología ajena al mismo.

1) Dices: “El servicio que prestaban era de donación absoluta a sus hermanos, en lo que les llevaba incluso su propia vida muchas veces”.

Sí. Como ahora. Y, como ahora sucede, había quien lo cumplía mejor y quien lo cumplía peor.

2) Dices: “Este servicio no era una “vocación como un llamado”, era la comunidad entera quien los elegía y designaba para el puesto, ejemplo típico de esto: Agustín de Hipona”.

Es una afirmación contraria a prácticamente cada una de las páginas del Nuevo Testamento. Los ministerios en la Iglesia (y en Israel) siempre han sido una vocación de Dios. Y eso al margen de que elija un obispo, la comunidad, sea sucesión hereditaria en caso de los reyes o cualquier otra cosa, las tareas en la Iglesia siempre suponen una llamada de Dios. Se pueden citar literalmente cientos de textos: “Nosotros actuamos como enviados de Cristo, en cuanto que Dios mismo exhorta por medio de nosotros” (2 Cor 5,20). “Como el Padre me envió, así también yo os envío. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,21-22).

Siempre es Dios quien envía, quien elige, quien llama, aunque sea la Iglesia la que, por encargo suyo, confiera el sacramento. En cuanto a la forma concreta, todos sabemos que ha variado mucho según las épocas y según los diversos ministerios. No es cierto que la forma más antigua sea la elección por toda la comunidad. San Pablo le dice a Tito, a quien él mismo había ordenado obispo: “El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad como yo te mandé” (Tt 1,5). Simplemente, para cada situación la Iglesia ha determinado la mejor forma de actuar (hoy en día, por ejemplo, el Papa es elegido por los cardenales y muchos abades, abadesas y superiores religiosos son elegidos por los frailes o monjas). Eso, claramente, es secundario.

3) Dices: “En la Iglesia primitiva, no había alguien que mandaba, por ejemplo el Obispo, y los demás obedecían calladitos. Era toda la comunidad, reunida en torno a la fracción del pan, la encargada de su propio destino”.

Esa afirmación proviene de ideologías actuales (bueno, en realidad de ideologías de hace cincuenta años). Si de verdad lees el Nuevo Testamento, lo que encuentras es algo diferente. En primer lugar, porque teológicamente la Iglesia no está encargada de su propio destino. Decir lo contrario es una barbaridad teológica y de la vida espiritual. Es Dios quien lleva a la Iglesia y sus caminos no son nuestros caminos.

En segundo lugar, decir que no había quien mandaba en la Iglesia primitiva es como reconocer que no se ha leído nunca el Nuevo Testamento: “Obedeced y someteos a vuestros dirigentes, pues ellos se desvelan por vuestro bien, sabiéndose responsables” (Heb 13,17). También San Pablo habla del “poder que el Señor nos dio para edificar, no para destruir” (2 Co 10,8; 13,10), decía “tengo en Cristo bastante libertad para mandarte lo que conviene” (Flm 1,8) y esperaba “obediencia” (Flm 1,21). Y lo mismo dice de los que “os presiden en el Señor (literalmente en griego, “están por encima de vosotros”) y os amonestan (1 Ts 5,12).

Podríamos dar cientos de ejemplos de los Padres de la Iglesia, pero para no cansar sólo daremos uno, de San Ignacio de Antioquía, discípulo de los Apóstoles que murió el año 107 y transmite la doctrina más primitiva que conocemos después del Nuevo Testamento (ya que es contemporáneo de éste). San Ignacio, en su Carta a los Magnesios elogia al diácono Soción porque “se somete a su obispo como a la gracia de Dios, y al colegio de los presbíteros como a la ley de Jesucristo” y señala con claridad los tres grados del sacramento del orden “…bajo la presidencia del obispo, que ocupa el lugar de Dios; y de los presbíteros, que representan al colegio de los apóstoles; desempeñando los diáconos….”. Y enseña que la obediencia al obispo es obediencia a Cristo mismo: “Es necesario que no tengáis en menos la poca edad de vuestro obispo, sino que, mirando en él el poder de Dios Padre, le tributéis toda reverencia. Así he sabido que vuestros santos presbíteros no menosprecian su juvenil condición, que salta a la vista, sino que, como prudentes en Dios, le son obedientes, o por mejor decir, no a él, sino al Padre de Jesucristo, que es el obispo o supervisor de todos. Así pues, para honor de aquel que nos ha amado, es conveniente obedecer sin ningún género de fingimiento, porque no es a este o a aquel obispo que vemos a quien se trataría de engañar, sino que el engaño iría dirigido contra el obispo invisible; es decir, en este caso, ya no es contra un hombre mortal, sino contra Dios, a quien aun lo escondido está patente”.

Dices: “Te repito por enésima vez, los cargos NO ERAN PARA MANDAR SINO PARA SERVIR, y nunca por la fuerza (ni psicológica ni menos “vis”)

Creo, la verdad, que no entiendes lo que es la autoridad en la Iglesia. Pensar que “servir” excluye “mandar” es una postura ideológica ajena a dos mil años de cristianismo y los siglos anteriores del Antiguo Testamento. La autoridad, entre cristianos, siempre se ha considerado un servicio. Si el obispo no gobierna, está siendo infiel al servicio que debe hacer a la Iglesia.

El mejor ejemplo es Cristo. Él “se humilló a sí mismo y tomó la condición de esclavo”, lavó los pies a los apóstoles, es el Siervo de Yahvé que anunció Isaías y, sin embargo, muestra constantemente su autoridad en el Nuevo Testamento: “Habéis oído que se dijo, pero yo os digo…”, “quien me escucha a mí, escucha a Dios”, “os doy un mandato nuevo”, “me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”, etc. Es evidente que mandar y servir no sólo no son excluyentes, sino que ambas cosas forman parte del ejemplo que Cristo nos dio.

En cuanto a lo de la “fuerza”, que no defines, dice San Pablo: “estamos dispuestos a castigar toda desobediencia” (2Co 10,6). Es sabido también que el primer caso de excomunión en la Iglesia se debe a San Pablo (1Co 5,2-6).

4) Dices: “Hasta muy entrado el siglo III, JAMÁS se le designó a estos cargos de “servicio”(igualito que los de hoy día) en clave de sacramento del “Orden””.

Para estas cosas, viene bien tener un traductor a mano. Hoy se habla de “ministerio sacerdotal”, ¿no es cierto? Pues bien, “ministerio” es una palabra que viene del latín y significa precisamente “servicio”. Así que sí, “igualito que los de hoy día”.

Por otra parte, el Nuevo Testamento muestra una y otra vez la imposición de manos que se hacía a obispos, presbíteros y diáconos (entre otros) (Hch 6,6; 14,22; 1 Tim 4,14, 1Tim 1,6). Igual que se hace hoy en las ordenaciones, porque el episcopado, el sacerdocio y el diaconado no son trabajos humanos, sino una presencia especial de Cristo entre nosotros, a través del espíritu santo.

Por cierto, la afirmación de que el orden sacerdotal no es un sacramento es una negación de dogmas de fe y te coloca fuera de la Iglesia.

5) “En la Iglesia Primitiva, no había ninguna diferencia entre los creyentes, ni castas escogidas y separadas del resto por ser los “elegidos”

Basta leer un poco el Nuevo Testamento para ver lo erróneo de esta frase. ¿No había ninguna diferencia entre los creyentes? Escuchemos a San Pablo: “Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? O ¿todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Todos con poder de milagros? ¿Todos con carisma de curaciones? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos?” (1Co 12,28-30).

En las comunidades de los primeros siglos había, como ahora, “ministros de la nueva alianza” (2 Co 3,6), “ministros de Dios” (2 Co 6,4), “embajadores de Cristo” (2 Co 5,20), “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Co 4,1).

El propio Cristo, que tuvo un gran número de discípulos, eligió doce con una misión especial en la Iglesia. Se ve que no sabía eso de las “castas escogidas y separadas del resto”.

6) Dices: “La creación del “orden”, provino del Emperador. Así como estaba el “Orden Ecuestre” y el “Orden Senatus”, los encargados de la nueva religión oficial del Imperio (después del Edicto de Milán) debían estar al servicio del Emperador (obviamente), razón por la cual se les “anexó” al aparataje burocrático del Imperio y para ello se creó un nuevo “Ordo””.

Esta idea es tan absurda que produce sonrojo. Vamos a repasar un poco la Historia. El Edicto de Milán de Constantino no convirtió al cristianismo en religión oficial del Estado sino que proclamó la tolerancia del cristianismo en el Imperio, poniendo fin a la persecución. El cristianismo se convirtió en religión oficial del Imperio con el Edicto de Tesalónica, más de medio siglo después. ¿Recuerdas el año del Edicto de Tesalónica? Muy bien, el 380, con el emperador Teodosio.

Pues bien, ciento treinta años antes, en el 252, el Papa Cornelio, en su carta a Fabiano, hablaba ya de las órdenes mayores y menores: presbíteros, diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores y ostiarios. Esto muestra claramente que la realidad del orden sacerdotal, incluso con sus divisiones más finas y técnicas, era una realidad mucho antes de que terminaran las persecuciones en la Iglesia. El hecho de que se utilizaran palabras latinas con otros significados en el ámbito civil se debe, simplemente, a que se usaban las palabras existentes, como es lógico. Ese uso no autoriza en ningún caso a asimilar el sacerdocio a categorías políticas del Imperio.

La demostración de que no era una categoría política es sencilla. Como todo el mundo sabe, junto al orden sacerdotal, de tipo sacramental, existían en la Iglesia primitiva otros órdenes, no sacramentales: el orden de los catecúmenos, el orden de las vírgenes, el orden de las viudas… Supongo que ni la imaginación más desbocada defenderá que, por el hecho de usar la palabra “orden” para esos grupos, debamos pensar que fue el emperador de Roma el que instituyó el orden de las pobres viudas o de los humildes catecúmenos en la Iglesia como parte del “aparataje burocrático del Imperio”. Esto muestra, sin lugar a dudas, que la idea de que la palabra “orden” indica que el sacerdocio era un cargo político es una deducción errónea, absurda y sin ninguna base real.

7) Dices: “En la Iglesia Primitiva, nunca hubo asociación entre presbítero y sacerdote. Eran funciones distintas en situaciones diversas. Ni histórica ni bíblicamente es sostenible este fundamento”.

En primer lugar, una precisión: en la Iglesia Católica son sacerdotes tanto los presbíteros como los obispos.

En cualquier caso, de nuevo es una afirmación totalmente ajena a los textos de la Iglesia Primitiva. Un ejemplo, entre los diversos que podríamos dar, la Tradición Apostólica de Hipólito Romano, en la segunda mitad del siglo II (doscientos años antes del Edicto de Tesalónica), dice, en la liturgia que establece para la ordenación del obispo: “¡Oh Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, …que preordinaste desde el principio a la raza de los justos según Abrahán, instituyendo a los príncipes y a los sacerdotes y no dejando a tu santuario sin ministros; …derrama ahora ese Poder que viene de ti, el Espíritu soberano que diste a tu amado Hijo Jesucristo y que El derramó sobre tus santos Apóstoles, que establecieron la Iglesia …otorga a este tu siervo que Tú has escogido para el episcopado el poder de alimentar a tu rebaño, de ejercer tu sacerdocio soberano sin reproche, sirviéndote de día y de noche, para que él pueda tener propicio tu semblante y ofrecerte los dones de tu santa Iglesia, y para que, en virtud del espíritu del sacerdocio soberano, tenga poder de perdonar los pecados de acuerdo con tu mandamiento, para distribuir cargos según tu precepto, para desatar todo lazo en virtud del poder que Tú diste a los Apóstoles…”. Creo que es algo clarísimo: el sacerdocio cristiano, de obispos y presbíteros es un verdadero sacerdocio, prefigurado por el sacerdocio de la Antigua Alianza y está destinado al culto de Dios, a la predicación, a los sacramentos y al gobierno de la Iglesia.

Por cierto, tu afirmación es herética y, de nuevo, te coloca fuera de la Iglesia.

8) “La mayoría de los distintos servidores en la Iglesia Primitiva eran casados, y se ganaban el pan de cada día, cada uno trabajando en sus propios oficios.”

Invención, porque ni tú ni nadie tiene datos sobre ello, conocemos unos pocos (muy pocos) ejemplos, que no permiten hacer comentarios sobre mayorías. En cualquier caso, es algo irrelevante. Todos sabemos que el celibato sacerdotal es de orden disciplinar. En la actualidad, existen sacerdotes católicos casados en Oriente y en los ordinariatos católicos anglicanos.

En cuanto a ganarse el pan de cada día, ya San Pablo explica que él trabaja porque quiere, pero tendría derecho a ser mantenido por los hermanos por el servicio que les presta. Dice: “¿No sabéis que los ministros del templo viven del templo? ¿Qué los que sirven al altar, del altar participan? Del mismo modo, también el Señor ha ordenado que los que predican el Evangelio vivan del Evangelio” (1Co 9,13-14). Por cierto, observa la relación de la misión de los apóstoles cristianos y la misión de los sacerdotes del templo.

Por lo tanto, San Pablo defiende claramente la posibilidad y oportunidad de que los presbíteros vivan de las ayudas de los fieles, aunque él, personalmente, no quisiera ser gravoso a nadie (“de ninguno de esos derechos he hecho uso” (1Co 9,15). Es muy probable que los sacerdotes de los nuevos ordinariatos católicos tengan que tener un trabajo civil, porque serán comunidades pequeñas que no puedan mantenerlos, pero es evidente que no es lo ideal, porque no permite que el sacerdote se dedique por completo a su misión.

9) Dices: “La Iglesia no un regimiento

Cierto, tampoco es un camión, ni una cafetera.

Dices: “no es un “lugar para obedecer”

Falso. Ya hemos mostrado arriba que la obediencia es algo constante en la Iglesia. Y algo previsible en los sucesores de Aquel que “aprendió sufriendo a obedecer” y que vino a hacer la voluntad del Padre.

Dices: “es una comunidad de creyentes que se reúne para alabar y bendecir al Resucitado en quien el Padre nos ha dado la vida eterna”.

No veo de dónde sacas la idea de que creer, alabar o bendecir sean en algo contradictorios con obedecer.

10) Dices: “Finalmente, veo que quieres justificar con argumentos basados en categorías de pensamiento modernas y cosmovisiones contemporáneas, cosas, situaciones y realidades socio religiosas que distan mucho de la verdadera intencionalidad que tenían hace mas de 20 siglos atrás, como si en esa época todo fuera igual que hoy día”.

Si me permites que lo diga, eso es lo que haces tú, con ideas de democracia, castas, rechazo a la autoridad, etc. que son claramente propias de hace unos cuarenta o cincuenta años. En cualquier caso, todo el mundo tiende a introducir sus propias ideas en la Escritura. Es algo inevitable, a no ser que, en algún lugar, hoy en día se pueda acceder al modo de pensar de los mismos que redactaron los libros de la Escritura. Y, por suerte para nosotros, es así. Ese lugar se llama la Iglesia y esa forma de pensar se llama la Tradición.

Debido a que tú ignoras tanto el magisterio de la Iglesia como su Tradición al interpretar la Escritura, estás a merced de la última ideología de moda y, una y otra vez, te muestras incapaz de entender lo que evidentemente dice la Escritura, como hemos visto en todo lo anterior.

Dices: “Para qué seguir. Sólo decirte que primero hay que estudiar”.

Sí, es un buen consejo, lo recomiendo.

Dices: “Segundo estudia un post grado en Biblia, te lo recomiendo, además que no existen estudiosos biblistas de altura mundial dentro de los ultra conservadores porque o sino Bruno, esto además de ignorancia, es faltar absolutamente a la verdad”.

Entiendo que con “ultraconservadores” te refieres a personas que tienen la fe católica, es decir, católicos. Y todos los grandes biblistas han sido católicos. Los no católicos pueden tener buena intención y mucha erudición, pero les falta algo esencial para poder ser verdaderos conocedores de la Biblia: la fe católica, sin la cual no se puede entender adecuadamente la Escritura.

Dices: “y don José María Castillo, tiene una gran reputación teológica acá en Latinoamérica, y en España también. Pregunta en la Universidad de Granada

Si yo no dudo de que el ex-P. Castillo tenga gran reputación. Lo que pasa es que la tiene entre los ateos de la Universidad de Granada y entre los no católicos. Donde no tiene ninguna reputación es entre los católicos, como por otra parte es lógico por su triste costumbre de negar la fe católica.

La Biblia sólo se entiende desde la Tradición y de acuerdo con el Magisterio. Una y otra vez, los hechos lo demuestran. En ese sentido, un niño de catequesis de Primera Comunión que lee la Biblia con la fe de la Iglesia la entiende mejor que cualquiera que la lea sin esa fe, por muchos conocimientos que tenga.

Autor: Bruno Moreno

Fuente: su Blog en Infocatólica

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