Doctrina de los Padres de la Iglesia de los siglos I a IV.
Nota Introductoria: ¿Cuál es el sentido de traer a colación la enseñanza de los Padres de la Iglesia sobre la sucesión apostólica? Queremos simplemente presentar al lector la doctrina que existía en los primeros siglos del cristianismo sobre la autoridad de los obispos, y el motivo es sencillo: hoy en día muchos cristianos no-católicos dicen que la “sucesión apostólica” es un invento de la Iglesia Católica y que no sirve de nada. Se comprende muy bien esta posición, ya que si lo que enseña la Iglesia Católica sobre la sucesión apostólica de los obispos es verdad, entonces todo el que no está con el obispo no está con Jesucristo. Con el presente artículo quedará claro que los grandes pastores, reconocidos por toda la iglesia post-apostólica, y muchos de los cuales dieron su vida por Jesucristo, creían firmemente que los obispos de la Iglesia Católica sucedían a los Apóstoles de Jesús en el oficio de guiar la Iglesia con autoridad. En otras palabras, si hoy en día un cristiano dice que en el evangelio “no hay huella” de la doctrina de la sucesión apostólica, con el presente artículo quedará en claro lo que pensaban otros cristianos, con la diferencia que estos últimos (los Padres de la Iglesia) están cronológicamente mucho más cerca de Jesús y los Apóstoles que cualquiera de nosotros (con una diferencia de uno 1800 años). Si alguien en el siglo XXI se cree con la autoridad de enseñar cómo debemos interpretar la Biblia, ¿porqué no escuchar a estos otros reconocidos cristianos y ver cómo la interpretaba la Iglesia establecida por los Apóstoles y sus discípulos? Mal no nos va a hacer… Lo que quedará en claro, al menos, es que la Iglesia Católica hoy tiene LA MISMA doctrina que la Iglesia del siglo I, II, III y IV sobre la autoridad de los obispos como sucesores de los apóstoles. Luego cada uno debe sacar sus propias conclusiones.
Véase la enseñanza bíblica sobre la autoridad post-apostólica, el artículo de A. Lang sobre el sentido de la doctrina de la sucesión apostólica y también el magisterio de la Iglesia sobre el tema.
Ofrecemos solo los párrafos que tocan el tema directamente. Para un estudio más en profundidad confrontar la abundante literatura existente.
1.- Carta de Clemente Romano a la iglesia de Corinto (alrededor del año 97)[1].
“Los apóstoles fueron constituidos por el Señor Jesucristo los predicadores del Evangelio para nosotros; Jesucristo fue enviado por Dios. Así, pues, Cristo fue enviado por Dios, los apóstoles por Cristo y ambas cosas se realizaron ordenadamente, según la voluntad de Dios. Así, pues, recibido el mandato los apóstoles y plenamente asegurados por la resurrección del Señor Jesucristo y confirmados en la fe por la palabra de Dios, salieron con la plena seguridad que les infundió el Espíritu Santo, dando la buena noticia de que el reino de Dios estaba para llegar. Y así, a medida que iban predicando por lugares y ciudades, iban estableciendo – después de probarlos en el espíritu – a las primicias de ellos, como obispos y diáconos de los que habían de creer.
Y también nuestros apóstoles conocieron por nuestro Señor Jesucristo que habría de haber emulación por el episcopado. Por esta razón, con pleno conocimiento de lo que había de suceder, establecieron a los susodichos y dieron para lo sucesivo la norma de que cuando ellos murieran, otros hombres probados les sucedieran (griego “diadéksontai” = “suceder”, n.d.r.) en le ministerio. Así pues, los hombres establecidos por ellos, o después por otros varones eximios, en comunidad de sentimientos con toda la Iglesia; hombres que han servido irreprochablemente al rebaño de Cristo con espíritu de humildad, pacífica y desinteresadamente; que durante mucho tiempo han gozado de la aprobación de todos; estos hombres creemos que en justicia no pueden ser apartados de su ministerio”.[2]
2.- Carta de Ignacio de Antioquia a los Tralianos (alrededor del año 110).
“Ciertamente, cuando os sometéis al obispo como os someteríais a Jesucristo, entonces resulta claro que estáis viviendo no al modo puramente humano, sino como lo quiere Jesucristo, quien murió por nosotros, para que por medio de la fe en su muerte podáis escapar a la muerte. Es necesario, por lo tanto – y eso es lo que ya hacéis – que no hagáis nada sin el obispo, y que seáis sumisos también al presbiterio, como si fuera a los apóstoles de Jesús, nuestra esperanza, en el cual seremos encontrados, supuesto que vivamos con Él […].
Del mismo modo, que todos respeten a los diáconos como respetarían a Jesucristo, del mismo modo como respetan al obispo como una imagen del Padre, y a los presbíteros como al consejo de Dios y al colegio de los Apóstoles. Sin estos, no puede llamarse “iglesia”. Estoy seguro que entenderéis estas cosas, ya que he recibido el buen ejemplo de vuestro amor, y lo tengo conmigo en la persona de vuestro obispo […]”. [3]
3.- Carta de Ignacio de Antioquia a los Filadelfos (alrededor del año 110).
“Por cierto, los que pertenecen a Dios y a Jesucristo, esos están con el obispo. Y los que se arrepienten y retornan a la unidad de la iglesia – ellos también serán de Dios, y vivirán según Jesucristo. Que nadie se equivoque, hermanos amados: si alguien sigue a un cismático, ese tal no entrará en el Reino de Dios. […] Sed solícitos de tener una sola eucaristía, de modo que cualquier cosa que hagáis esté en consonancia con Dios: porque hay una sola Carne de Nuestro Señor Jesucristo, y un solo cáliz en unión con su Sangre; hay un solo altar, al modo como hay un solo obispo con sus presbíteros y mis compañeros servidores, los diáconos”.[4]
4.- Carta de Ignacio de Antioquia a los de Smirna (alrededor del año 110).
“Porque vosotros todos debéis seguir al obispo, al modo como Jesucristo sigue al Padre, y debéis seguir a los presbíteros como seguiríais a los Apóstoles. […] Que nadie haga ninguna cosa que sea importante con respecto a la iglesia sin el obispo. Considerar como válida sólo aquella eucaristía que es celebrada por el obispo, o por uno que él designe. Que la gente se reúna allí donde haya un obispo, al modo como la iglesia católica está allí donde está Cristo[5]. Y tampoco se permite bautizar sin el obispo, o celebrar el ágape; pero cualquier cosa que el obispo apruebe, eso será grato a Dios, de modo que lo que se haga así será válido y seguro.”[6]
5.- Testimonio de Egesipo (alrededor del año 180)[7].
“Egesipo, sin duda, en los cinco libros de Memorias que nos han llegado, ha dejado clara cuál fue su opinión. En estos libros él muestra que viajó hasta Roma, y se encontró con muchos obispos, y que de todos ellos escuchó siempre la misma y única doctrina. Es interesante ver lo que dice, luego de hacer algunos comentarios sobre la carta de Clemente a los Corintios; dice: Y la iglesia en Corinto ha continuado en la sana doctrina hasta el tiempo de Primus, que es el obispo de Corinto, y con el cual he conversado prolongadamente en mi camino a Roma, cuando pasé unos días con los de Corinto: durante esas conversaciones nos animábamos mutuamente en la doctrina verdadera. Cuando llegué a Roma hice una lista de la sucesión (de obispos de Roma, n.d.r.) hasta Aniceto, cuyo diácono fue Eleuterio. Y después de Aniceto le sucedió Soler, y luego de él Eleuterio. En cada sucesión y en cada ciudad hay una continuación en lo que se proclama en la Ley, los Profetas y el Señor.”
6.- San Irineo, Tratado contra las Herejías (alrededor del año 190)
“Pero la tradición de los apóstoles está bien patente en todo el mundo y pueden contemplarla todos los que quieran contemplar la verdad. En efecto, podemos enumerar a los que fueron instituidos por los apóstoles como obispos sucesores suyos hasta nosotros: y éstos no enseñaron nada semejante a los delirios (de los herejes). Porque si los apóstoles hubiesen sabido «misterios ocultos» para ser enseñados exclusivamente a los «perfectos» a escondidas de los demás, los hubiesen comunicado antes que a nadie a aquellos a quienes confiaban las mismas Iglesias, pues querían que éstos fuesen muy «perfectos» e irreprensibles (1 Tim 3, 2) en todos los aspectos, como que los dejaban como sucesores suyos para ocupar su propia función de maestros. De su recta conducta dependía un gran bien; en cambio, si ellos fallaban, se había de seguir una gran ruina.”[8]
“Seria muy largo en un escrito como el presente enumerar la lista sucesoria de todas las Iglesias. Por ello indicaremos cómo la mayor de ellas, la más antigua y la más conocida de todas, la Iglesia que en Roma fundaron y establecieron los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo, tiene una tradición que arranca de los apóstoles y llega hasta nosotros, en la predicación de la fe a los hombres (cf. Rom 1, 8), a través de la sucesión de los obispos. Así confundimos a todos aquellos que, de cualquier manera, ya sea por complacerse a si mismos, ya por vana gloria, ya por ceguedad o falsedad de juicio, se juntan en grupos ilegítimos. En efecto, con esta Iglesia (de Roma), a causa de la mayor autoridad de su origen, ha de estar necesariamente de acuerdo toda otra Iglesia, es decir, los fieles de todas partes; en ella siempre se ha conservado por todos los que vienen de todas partes aquella tradición que arranca de los apóstoles.”[9]
“En efecto, los apóstoles (Pedro y Pablo), habiendo fundado y edificado esta Iglesia, entregaron a Lino el cargo episcopal de su administración; y de este Lino hace mención Pablo en la carta a Timoteo. A él le sucedió Anacleto, y después de éste, en el tercer lugar a partir de los apóstoles, cayó en suerte el episcopado a Clemente, el cual había visto a los mismos apóstoles, y había conversado con ellos; y no era el único en esta situación, sino que todavía resonaba la predicación de los apóstoles, y tenia la tradición ante los ojos, ya que sobrevivían todavía muchos que habían sido enseñados por los apóstoles. En tiempo de este Clemente, surgió una no pequeña disensión entre los hermanos de Corinto, y la Iglesia de Roma envió a los de Corinto un escrito muy adecuado para reducirlos a la paz y para restaurar su fe y dar a conocer la tradición que hacía poco habían recibido de los apóstoles, a saber, que hay un solo Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, creador del hombre, que causó el diluvio y llamó a Abraham, que sacó a su pueblo de Egipto, habló a Moisés, estableció la ley, envió a los profetas y «preparó el fuego para el diablo y para sus ángeles» (Mt 25, 41). Que este Dios es predicado por las Iglesias como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, pueden comprobarlo a partir de este mismo escrito los que quieran. Asimismo pueden conocer en él cuál es la tradición apostólica de la Iglesia, ya que esta carta es más antigua que los que ahora enseñan falsamente e inventan un segundo Dios por encima del creador y hacedor de nuestro universo.
A Clemente sucedió Evaristo. y a éste Alejandro. Luego, en el sexto lugar a partir de los apóstoles, fue nombrado Xisto, y después de éste Telesforo, que tuvo un martirio gloriosísimo. Luego, Higinio; luego, Pío, y luego Aniceto; y habiendo Sotero sucedido a Aniceto, ahora, en el duodécimo lugar después de los apóstoles, ocupa el cargo episcopal Eleuterio. Según este orden y esta sucesión, la tradición de la Iglesia que arranca de los apóstoles y la predicación de la verdad han llegado hasta nosotros. Esta es una prueba suficientísima de que una fe idéntica y vivificadora se ha conservado y se ha transmitido dentro de la verdad en la Iglesia desde los apóstoles hasta nosotros.”[10]
“Policarpo no sólo fue instruido por los apóstoles, y trató con muchos de los que habían conocido a Cristo personalmente, sino que también fue nombrado obispo de la Iglesia de Smirna, por los apóstoles de Asia. Lo conocí en mi temprana juventud; vivió muchos años, y se murió dando un glorioso ejemplo con su martirio. Siempre enseñó las cosas que él había aprendido de los apóstoles, y que la Iglesia trasmite, y que son por cierto verdaderas. De esta cosas dan testimonio todas las iglesias de Asia, como lo hacen también todos los sucesores de Policarpo hasta el presente. […] Una vez se encontró con Marción, quien la preguntó: “¿Me reconoces?”, a lo cual Policarpo respondió: “¡Te reconozco como el primogénito de Satanás!”.[11]
“Siendo nuestros argumentos de tanto peso, no hay para qué ir a buscar todavía de otros la verdad que tan fácilmente se encuentra en la Iglesia, ya que los apóstoles depositaron en ella, como en una despensa opulenta, todo lo que pertenece a la verdad, a fin de que todo el que quiera pueda tomar de ella la bebida de la vida. Y esta es la puerta de la vida: todos los demás son salteadores y ladrones. Por esto hay que evitarlos, y en cambio hay que poner suma diligencia en amar las cosas de la Iglesia y en captar la tradición de la verdad (quae sunt Ecclesiae summa diligentia diligere et aprehendere veritatis traditionem). Y esto ¿Qué implica? Si surgiese alguna discusión, aunque fuese de alguna cuestión de poca monta, ¿no habría que recurrir a las iglesias antiquísimas que habían gozado de la presencia de los apóstoles, para tomar de ellas lo que fuere cierto y claro acerca de la cuestión en litigio? Si los apóstoles no nos hubieran dejado las Escrituras, ¿acaso no habría que seguir el orden de la tradición, que ellos entregaron a aquellos a quienes confiaban las Iglesias? Precisamente a este orden han dado su asentimiento muchos pueblos bárbaros que creen en Cristo; ellos poseen la salvación, escrita por el Espíritu Santo sin tinta ni papel en sus propios corazones (cf. 2 Cor 3, 3) y conservan cuidadosamente la tradición antigua, creyendo en un solo Dios.”[12]
“Es necesario obedecer a los presbíteros de la Iglesia, aquellos que, como hemos mostrado, pertenecen a la sucesión de los apóstoles; aquellos que han recibido, trámite la sucesión del episcopado, el carisma cierto de la verdad, según la voluntad del Padre. Pero los demás, aquellos que no tienen parte en la sucesión primigenia, se reúnan donde se reúnan, son para ser tenidos bajo sospecha”.[13]
“La auténtica doctrina (gr. “gnosis”) es la doctrina de los apóstoles, y la antigua organización de la Iglesia en todo el mundo, y la manifestación del cuerpo de Cristo según la sucesión de obispos, por la cual los obispos han trasmitido la Iglesia que se encuentra en todas partes; y también la completa transmisión de las Escrituras, que nos ha llegado hasta nosotros gracias a que fue preservada de toda falsificación, y que hemos recibido sin agregados ni supresiones; y la lectura sin falsificación, y una diligente y legítima exposición (de la doctrina) según las Escrituras…”.[14]
7.- Tertuliano, Prescripción contra los herejes (alrededor del año 200)
“Si aparece cualquier herejía que pretenda tener sus orígenes en el tiempo apostólico, de modo que parezca una doctrina entregada por los mismos apóstoles porque son -dicen ellos- de aquel tiempo, podemos decirles: que nos muestren los orígenes de sus iglesias, que nos muestren el orden de sus obispos en sucesión desde los comienzos, de tal modo que su primer obispo tenga como su autor y predecesor a uno de los apóstoles o de los hombres apostólicos que trabajaron codo a codo con los apóstoles. Porque es así que las iglesias apostólicas transmiten sus listas: como la iglesia de Smirna, que sabe que Policarpo fue puesto allí por Juan; como la iglesia de Roma, donde Clemente fue ordenado por Pedro. Es así que todas las demás iglesias muestran quiénes han tenido ellas como brotes de las raíces apostólicas, habiendo recibido el cargo episcopal de manos de los apóstoles. Tal vez los herejes quieran inventar listas ficticias: después de todo, si han sido capaces de blasfemar, ¿Qué les parecerá ya pecaminoso? […] Por lo tanto, que le hagan esta prueba, incluso las iglesias que son de origen posterior en el tiempo – surgen nuevas iglesias todos los días – y que no tienen como fundador inmediato un apóstol o un varón apostólico, ya que los que tienen la misma doctrina que las iglesias de origen apostólico son consideradas también ellas apostólicas, por el estrecho parentesco de sus doctrinas.”[15]
8.- Clemente de Alejandría, Homilía sobre el hombre rico (alrededor del año 200)
“Después de la muerte del tirano, el apóstol Juan volvió a Éfeso desde la isla de Patmos. Y al ser invitado, fue a las ciudades vecinas de los paganos ya sea para nombrar obispos, ordenar las iglesias, o bien establecer ministros según el Espíritu los designaba”.[16]
9.- Cipriano de Cartago, Carta 69 (75), 3 (año 253)
“La Iglesia es una sola, y así como ella es una, no se puede estar a la vez dentro y fuera de la Iglesia. Porque si la Iglesia está con doctrina del (hereje) Novaciano, entonces está en contra del (Papa) Cornelio. Pero si la Iglesia está con Cornelio, el cual sucedió en su oficio al obispo (de Roma) Fabián mediante una ordenación legítima, y al cual el Señor, además del honor del sacerdocio concedió el honor del martirio, entonces Novaciano está fuera de la Iglesia; ni siquiera puede ser considerado como obispo, ya que no sucedió a ninguno, y despreciando la tradición evangélica y apostólica, surgió por su propia cuenta. Porque ya sabemos que quien no fue ordenado en la Iglesia no pertenece a ella de ningún modo”.
10.- Firmiliano de Cesárea, Carta a Cipriano (alrededor del año 256)
“De modo que el poder de perdonar los pecados fue dado (por Cristo) a los apóstoles, y a las iglesias fundadas por ellos, y a los obispos que los sucedieron al ser ordenados en su lugar (qui iis ordinatione vicaria successerunt)”.[17]
11.- Jerónimo, Carta 14:8 (año 396)
“Lejos de mí el hablar contra uno sólo de estos clérigos que, perteneciendo a la sucesión que viene desde los apóstoles, confeccionan por sus santas palabras el Cuerpo de Cristo, y por cuyos esfuerzos hemos llegado a ser cristianos”.
12.- Agustín de Hipona, Contra la Carta de Mani llamada “La fundación”, 4:5 (año 397)
“Hay muchas otras cosas que pueden hacer que con toda propiedad permanezca yo en si seno [de la Iglesia Católica]. Me mantienen en él la unanimidad de pueblos y naciones; su autoridad, inaugurada con milagros, fortalecida por la esperanza, aumentada por el amor y confirmada por su venerable edad, todo eso me mantiene en su seno. Y la sucesión de los sacerdotes, desde la misma sede de Pedro, a quien el Señor, después de su resurrección, encomendó la tarea de alimentar a sus ovejas (Jn 21,15-17) hasta el presente orden episcopal, esto también me mantiene en su seno. Finalmente, el mismo nombre de “católica” que, no sin razón, se aplica única y exclusivamente a esta Iglesia, siendo que hay tantos y tantos herejes; y tanto es así, que aunque todos los herejes quieren apoderarse del nombre de “católicos”, cuando un extraño pregunta “¿Dónde se reúne la Iglesia Católica”, ninguno de los herejes en cuestión se animaría a responderle señalándole su propia basílica o su propia casa”.
Fuente: Las Obras Patrísticas
NOTAS
[1] De la autoridad de esta carta del obispo de Roma, escrita entorno al año 97, baste mencionar que en la iglesia de Siria se la consideró por un tiempo como canónica. Según Eusebio (HE 3,15), este Clemente es el colaborador de San Pablo (Flp 4,3); y sucedió en la dirección de la Iglesia de Roma a Lino y Cleto (cf. Ireneo, Adv. Haer. 3,3,3).
[2] Carta a los Corintios, 42 y 44, en J. Collantes, La fe de la Iglesia Católica, Madrid 1995, p. 430.
[3] Carta a los Tralianos 2,1-3,2.
[4] Carta a los Filadelfos 3,2-4,1.
[5] Esta es la primera vez, de la que tengamos conocimiento, que la Iglesia es llamada “katoliké”, “católica”. Notemos que esta expresión nace en labios de Ignacio, obispo de Antioquia, la ciudad donde los creyentes comienzan a ser llamados “cristianos” (Hechos 11,26).
[6] Carta a los de Smirna 8,1-2.
[7] El testimonio lo trae Eusebio de Cesárea, Hist. Eccl. 4,22,1-3.
[8] III, 3, 1
[9] III, 3,2.
[10] III,3,3.
[11] III, 3, 4.
[12] III, 4, 1ss.
[13] IV, 26,2.
[14] IV, 33,8.
[15] 32,1.
[16] 42,2.
[17] 75,16.