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La gran mentira

Papa Pio XII

Reflexiones sobre los modernos ataques a Pío XII.

“He dicho que Pío XII da la impresión de ser un hombre esperando con paciencia su martirio. Ya ha escapado de él a duras penas. En su coronación se le oyó al embajador de Alemania: “Muy emocionante, muy bonita, pero será la última” y el momento llegó durante la guerra, bajo la ocupación alemana, cuando se esperaba el fin. Se dijo que Hitler había proferido la amenaza de arrasar el Vaticano hasta los cimientos, y desde luego es cierto que el administrador recibió un día órdenes de “el de ahí arriba” para elaborar un plan para convocar instantáneamente a los embajadores de las grandes potencias en San Pedro, de forma que el Papa, si fuera necesario, pudiese hacer un anuncio de extrema importancia. Pero la amenaza de muerte o exilio pasó: la orden fue anulada. Ahora el peligro amenaza otra vez…”

Esto escribía Graham Greene en 1951, en un ensayo sobre Pío XII. El peligro que él vio y que se acercaba amenazador procedía de detrás del Telón de Acero; el peligro que había pasado era el de la Alemania nazi.

Greene escribía en un tiempo en que el heroísmo de Pío XII durante la guerra era universalmente alabado. Los esfuerzos del cuerpo diplomático del Vaticano en los distintos países ocupados por los alemanes, en los cuales el siniestro Eichmann buscaba sus presas, habían recibido los parabienes de todos los hombres libres, y sobre todo de los habitantes del nuevo estado de Israel. Había arboledas plantadas en honor del Papa y de muchos de sus nuncios, en especial del cardenal Roncalli quien, siendo nuncio en Estambul, había sido el brazo derecho de Pío en el rescate de los judíos. Pío XII escapó al martirio en vida, pero tras su muerte ha sido víctima del martirio del vilipendio, la difamación y la increíble falsificación.

La campaña para denigrar a Pío XII ha tenido un éxito que llega más allá de los sueños de la mendacidad. Los esfuerzos de Stalin para minar la autoridad papal no tuvieron más éxito que los de Hitler. De hecho, en vida del Papa, no hubo serios cuestionamientos de sus esfuerzos durante la guerra y en especial de antes de la guerra, cuando era Secretario de Estado del Vaticano en tiempos de Pío XII. Por ese motivo, hay y hubo pocas críticas acerca del modo en que Pío condujo los diversos asuntos de la Iglesia distintos de las actividades públicas y diplomáticas que interesan al historiador laico. En su encíclica de 1950, Humani generis Pío XII había tratado sumariamente el renacer del modernismo en la denominada Nouvelle theologie (“nueva teología”). Entregó a su sucesor Juan XXIII (Roncalli) una Iglesia en la que todo estaba en su sitio, de manera que cuando Juan convocó el concilio ecuménico que sería conocido como Vaticano II, dijo que quería un concilio pastoral, puesto que no había disputas ni dificultades doctrinales. Cuando Pío XII murió en 1958, el coro de admiración se incrementó. Todos los líderes mundiales –con la excepción de los soviéticos y de aquellos que se hallaban bajo la bota rusa– elevaron hasta los cielos a Pío XII. Pocos años después, todo eso cambió.

La causa principal del cambio fue la obra de Ralf Hochnuth The Deputy. En ella, el papa de la guerra es retratado como indiferente al destino de los judíos bajo Hitler y hasta colaborando con los nazis en el Holocausto. Una obra así sólo podía salir de una Alemania que había visto al arte de la propaganda mentirosa alcanzar cotas insuperadas de perfección con Göbbels y Hitler. La técnica era lanzar una mentira tan descomunal que cualquier intento de refutarla sería visto al menos como una parcial admisión de la culpa. Rolf Hochnuth había crecido bajo el régimen nazi. Entró en las Juventudes Hitlerianas a la edad de diez años. Más tarde describiría su experiencia como algo similar a los Boy Scouts, pero por supuesto esto no era del todo exacto. Como muchos alemanes, como su familia, Rolf creía en la propaganda del régimen, y esperaba un Reich de mil años. Más aplastante que la derrota de 1945, más deprimente que la montaña de escombros a que Alemania se había visto reducida, era el aborrecimiento hacia su país. Sin duda como muchos otros alemanes, el joven Rolf creyó en la Solución Final, el esfuerzo de Hitler por exterminar a los judíos de Europa. Una nación derrotada era también un paria moral.

Las alabanzas a Pío XII tras su muerte incrementaron el sordo resentimiento de Rolf. Rolf era protestante, y le irritaba sobremanera que un Papa recibiera tal canonización laica. Con este humor, Rolf encontró inesperadamente un libro, escrito por un católico, que detallaba los esfuerzos de Pío XII por salvar a los judíos. En él, el autor pronunciaba el vacuo juicio de que el Papa “podía haber hecho más”. Rolf se apoderó de él, y lo convirtió en el retrato de un Papa en connivencia con los nazis, negándose a pronunciar la palabra que lo habría detenido todo, de hecho más culpable que alemanes como Rolf Hochnuth. El antiguo miembro de las Juventudes había hallado la válvula de escape para liberar su propia carga de culpa. Y la de su país.

Que la obra era un evidente disparate histórico es cosa que ha sido demostrada una y otra vez a lo largo de las décadas transcurridas desde la aparición de The Deputy. Pero la mentira es tan gigantesca que las refutaciones más bien parecen indicaciones nimias de un sentimiento de culpa. Además, la obra hizo posible la aparición de ataques contra Pío XII que vinieron no ya de detrás del Telón de Acero sino de escritores judíos. ¿Por qué atacarían los judíos a un hombre que había hecho tanto por ellos durante los años de Hitler? En respuesta a estos sorprendentes ecos de Hochnuth en la obra de historiadores judíos, Pinchas Lapide,  que había participado como soldado judío en el ejército británico en la liberación de un campo en Italia, contraatacó haciendo una estimación sistemática de lo que el Papa y sus nuncios habían hecho de veras durante los años terribles de la Segunda Guerra Mundial. Concluyó que el número de judíos a los que Pío XII salvó de una muerte cierta a manos de los nazis podía alcanzar el millón, pero que podía fijarse con seguridad en torno a 860.000 vidas judías. ¡Ochocientas sesenta mil!

Teniendo en cuenta que unos dos millones de judíos en total fueron rescatados de las garras de Hitler, la hazaña de Pío resulta clara. También está claro que ninguna otra persona o grupo llegó siquiera a acercarse a la hazaña de Pío XII y sus nuncios. Pero ¿zanjó la cuestión el libro de Lapide? ¡Ay!, no lo logró. El estruendo de las críticas contra el Papa Pío prosigue, incluso aumenta. ¿Por qué? Los autores judíos pueden estar motivados por algo similar a lo que motivó a Rolf Hochnuth. Hubo muchos heroicos esfuerzos por parte judía en el rescate de sus correligionarios de los territorios ocupados durante la Segunda Guerra Mundial, pero dicho esfuerzo se vio comprometido por la lucha entre judíos sionistas y no sionistas, con el resultado de que, como admiten los historiadores judíos, por parte de los judíos de otros lugares se hizo menos de lo que se podría haber hecho por los judíos europeos. Pío XII era un héroe en Israel al final de la guerra, y siguió siéndolo en el momento de su muerte. Hoy en día ya no hay judíos en las primeras filas de sus admiradores.

Además del motivo ya indicado –culpar al Papa por su éxito a causa de lo inadecuado del esfuerzo judío – se encuentra la actitud del Vaticano hacia el estado de Israel. Los Papas no han firmado la agenda israelí, particularmente en el asunto del destino de Jerusalén, y esto causa resquemor. Lapide, que formó parte del gobierno israelí, se unió a los otros judíos en las críticas. Por estas y por otras razones ha llegado a ser opinión comúnmente admitida entre los judíos que Pío XII simpatizaba con los nazis e hizo poco o nada por rescatar a judíos de las garras de la Gestapo. Hochhuth, el digno sucesor de Josef Goebbels, diseñó una mentira sobre Pío XII que a lo largo de los años ha ido agrandándose como una bola de nieve desde que él la echó a rodar.

El punto más bajo en este asesinato de un personaje lo alcanzan aquellos autores que continúan denominándose católicos a pesar de su rechazo de dogmas centrales de la fe. Disfrazados de católicos avergonzados, se unen al asalto de Pío XII. Los infames esfuerzos de Gary Wills y James Carroll en este nuevo capítulo del anticatolicismo han sido saludados por los viejos enemigos de la Iglesia con la misma alegría que una vez manifestaron los lectores de Maria Monk. Estos supuestos católicos recuerdan mucho a aquellos judíos ignorantes que se unieron al partido nazi. Ha ido haciéndose cada vez más claro que para estos Judas el blanco no es en realidad Pío XII. Más bien es la Iglesia y sus enseñanzas, las cuales estos escritores se niegan a aceptar,  e intentan oponerse a ella denigrando a la Iglesia como institución. No sorprende en absoluto que tales críticos estén obsesionados con el sexo.

La gran cruz de estos “católicos” es la encíclica del papa Pablo VI Humanae vitae, de 1968. Que la Iglesia no quisiera dar su aprobación a la revolución sexual de los años 60 supuso una gran conmoción para muchos católicos que habían malinterpretado la intención del Vaticano II. Durante más de un cuarto de siglo han tratado de presentar la insistencia de Pablo VI sobre la naturaleza del acto marital como una traición del Vaticano II. Pero estos nuevos conciliaristas ni tienen apoyo en el Concilio. Ni en la larga tradición de la enseñanza de la Iglesia. Ni tampoco en la moral común. En estos tiempos en que Occidente se ve arrastrado por una oleada de sexualidad incontrolada que ha supuesto el debilitamiento de la familia, del lazo marital y de la relación natural entre padres e hijos –por no hablar de la enfermedad y la miseria física que han acompañado al sexo “sin culpa”– ¡la Iglesia se ve atacada por no querer hacerse ciudadana de Sodoma y Gomorra! No sólo es cierto que la verdad libera, también lo es que la falsedad esclaviza. Ahora los matones vilipendiadores se lanzan contra Juan Pablo II, que es el archienemigo de aquellos “católicos” que presumen de hablar en nombre del Concilio.

Los historiadores buenos y malos, con prejuicios o sin ellos, harán sus juicios sobre el Papa. Haciendo eso se guiarán por el criterio con que acometan su tarea, criterio de la mayor o menor relevancia del papel que ese Papa haya desempeñado en la Iglesia. Esto da lugar a variaciones en las historias que se escriben, e indica, como sugirió el cardenal Newman, que todas las historias son parciales. Los ataques contra Pío XII no pueden explicarse por estas honorables variaciones en los informes históricos. Hay algo diabólico en esta campaña por mostrar a la Iglesia de Cristo como una enemiga de la humanidad, como un obstáculo para el progreso y la felicidad. Diabólico, pero no nuevo. Desde el relato del Génesis, y a lo largo de toda la Biblia, Satán es retratado como un mentiroso. No hay verdad en él. Bajo su bandera marchan aquellos que muestran el bien como el mal, la verdad como la falsedad, y a Pío XII, el mejor amigo que jamás haya tenido el pueblo judío, como su enemigo.

Autor: Ralph McInerney, es editor de Catholic Dossier y el autor de The defamation of Pius XII (St. Augustine Press).

Fuente: Catholic Dossier, Enero-Febrero 2001, pp. 5-7.

Traductor: Joaquín Zaragoza Rojas (España)

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