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¿Existe vida después de la muerte?

vida despues muerte

Del cuarto capítulo del libro Las sectas frente a la Biblia  

(Lo que el autor en su libro ha escrito en forma de nota al pie de página, en esta edición digital se encuentra entre [ ])

NOTA SOBRE LAS VERSIONES DEL TEXTO SAGRADO: A lo largo de la obra he utilizado con preferencia mi propia traducción directa del griego para el Nuevo Testamento, y del hebreo y arameo para el Antiguo. En el primer caso me he valido del Greek-English New Testament, de Nestlé y Aland, Editio XXVI, Stuttgart 1981, y en el segundo de la Biblia Hebraica Stuttgartensia, Editio Minor, Stuttgart 1984. Cito también de las versiones prestigiosas de la Biblia comunes en el mundo de habla hispana y de las propias ediciones de las sectas. Las siglas siguientes son las utilizadas en relación con las diversas traducciones de la Biblia: VNM: Versión del Nuevo Mundo o Biblia de los Testigos de Jehová; EP: La Santa Biblia, de Ediciones Paulinas; BJ: Biblia de Jerusalén; NC: Nácar Colunga; VP: Versión Popular; VM: Versión Moderna; NBE: Nueva Biblia Española; RV: Reina-Valera. Cuando no se indica referencia, la traducción es mía.

No hace mucho asistí a la proyección de una película altamente sugestiva, que se titulaba Jesús de Montreal. La cinta, discutible, pero sin duda de lo más genial que se produjo en los años ochenta, narraba la historia de un pequeño grupo de actores que escriben un “vía crucis” (un tanto heterodoxo, dicho sea de paso) y lo representan en el recinto de un santuario católico. Progresivamente irán viendo cómo el contacto con la persona de Jesús cambia sus vidas. Ahora bien, en medio de las inquietudes de aquellos hombres y mujeres surge el interrogante de la muerte como algo innato al ser humano; y, frente a él, la esperanza que proporciona Jesús de que con la muerte no concluye todo.

En buen número de casos, esa intuición grabada en el interior del hombre (que lleva en su corazón el anhelo de eternidad según el autor de Qo 3,1 l) [“Anhelo de infinito” ha traducido, muy acertadamente a nuestro juicio, la Biblia de Ediciones Paulinas. La expresión hebrea olam (eternidad) ha sido, sin embargo, traducida en la versión del Nuevo Mundo por “tiempo indefinido”.] aparece vinculada a la certeza de que no sólo nuestra vida prosigue tras la muerte física, sino que además existe una remuneración para el bien y el mal, consecuencia de un juicio divino. Quizá uno de los ejemplos paradigmáticos de cómo llegar a esta conclusión se halle en la filosofía de Kant, que, en su Crítica de la razón práctica formulaba la necesidad imperativa de que el alma fuera inmortal y de que se produjera un juicio retributivo tras esta vida.

Pues bien, este cúmulo de anhelos y certidumbres milenarios que aparecen, nos atrevemos a decir, en el propio inconsciente colectivo de los pueblos, es negado obstinadamente por las sectas. En ellas existe una testarudez absoluta en negar la posibilidad de un castigo del mal, bien porque se afirma que el tal no existe (Adventistas del Séptimo Día y Testigos de Jehová), bien porque se difiere eternamente (caso de las sectas que enseñan la reencarnación). En el caso de adventistas y testigos se rechaza además la idea de un juicio de los inicuos. [Como ya he señalado anteriormente, los Testigos de Jehová (mal que les pese) no son nada originales en sus planteamientos, pues se limitan a copiar de manera directa la teología de los adventistas sobre el tema (cf. CÉSAR VIDAL MANZANARES, El infierno de los sectas, pp. 65ss; J. VAN BAALEN, El caos de las sectas, p. 239, y E. C. GRUSS, Apostles of denial, p. 55). Otro tanto podría señalarse de la Iglesia del Dios universal, creación del “profeta” recientemente fallecido Herbert Armstrong.]

Intentaremos, pues, mostrar primero qué enseñan las sectas citadas sobre la vida después de la muerte, y posteriormente lo que la Biblia indica realmente al respecto.

  1. Los argumentos de las sectas para negar la supervivencia tras la muerte, así como la existencia del infierno

Las sectas dicen: “La Biblia enseña que con la muerte acaba todo, puesto que el alma es mortal”; la enseñanza de adventistas y testigos insiste en que el alma es mortal y que no se produce consciencia tras la muerte. Examinemos, pues, los supuestos argumentos al respecto.

– Ezequiel 18,4: “Miren. Todas las almas… a mí me pertenecen. Como el alma del padre, así igualmente el alma del hijo… a mí me pertenecen. El alma que peca…. ella misma morirá” (VNM).

De este texto (dotado, por cierto, de una sintaxis horripilante en la versión de los testigos) deducen las sectas que el alma es mortal y, por lo tanto, que todo concluye con la muerte física. Tal tesis se basa en una ignorancia bíblica de considerable calibre.

Los sectarios no han sabido distinguir (como lo hace la Biblia) entre muerte espiritual y muerte corporal. La muerte implica en la Biblia fundamentalmente la idea de separación. La muerte corporal no es sino la separación entre el cuerpo y el alma. Repetidos pasajes de la Biblia hacen referencia a una concepción que indica que la muerte está marcada por la salida del alma del interior del cuerpo (cf Gén 35,18).

La idea de la muerte espiritual o muerte del alma arranca del mismo concepto de separación. Cuando se habla de un alma muerta, se hace referencia en la Biblia a la separación que opera el pecado entre ésta y Dios, pero no se implica en absoluto que el alma sea mortal o que en el momento de la muerte el ser humano como tal deje de existir. Es cierto que el pecado significa la muerte del alma; pero éste es un término simbólico que no indica ni inconsciencia ni mortalidad real. Un ejemplo claro de que esto es así lo hallamos por ejemplo en Ef 2,1, donde leemos: “Además, a ustedes (Dios los vivificó), aunque estaban muertos en sus ofensas y pecados” (TNM).

Cualquier adventista o testigo sabe que Pablo habla en este pasaje de muerte en sentido espiritual y, por lo tanto, simbólico. No está diciendo que aquella gente pecadora estuviera literal y físicamente muerta, sin sentir ni padecer. No. Lo que Pablo dice es que sus pecados les habían producido una muerte espiritual, una separación de Dios, una alienación del creador, si bien, no cabe la menor duda, habían seguido vivos y sintiendo en medio de esa muerte espiritual, puesto que posteriormente escucharon la predicación del apóstol y la aceptaron como mensaje de salvación.

En el mismo sentido dice Sant 5,20 (otro de los textos preferidos por estas sectas) que el que hace que un pecador se arrepienta salva su alma de la muerte. La exégesis es sencilla: aquel que hace que un pecador se vuelva de su estado pecaminoso, está logrando que se salve de un estado de muerte del alma; no porque no se sienta ni se sufra, sino porque hasta entonces ha habido una separación absoluta entre él y Dios.

El sentido de los textos en que se habla de “muerte del alma” es tan palpable que estamos seguros de que si no fuera por las anteojeras que coloca la secta a sus adeptos, éstos lo verían con toda su claridad. Y es que la Biblia lo enseña con transparencia meridiana. Vayamos, por ejemplo, a Apocalipsis (Revelación en la denominación groseramente anglosajona de los testigos) 6,9-11: “Y cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían sido degollados a causa de la palabra de Dios y a causa de la obra de testimonio que solían tener. Y clamaban con voz fuerte, y decían: ¿Hasta cuándo, Señor soberano santo y verdadero, te abstienes de juzgar y de vengar nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y a cada uno de ellos se dio una larga ropa blanca; y se les dijo que descansaran por un poco de tiempo más, hasta que se completara también el número de sus coesclavos y de sus hermanos, que estaban a punto de ser muertos como ellos también lo habían sido”.

No parece que el texto ofrezca la menor duda acerca de lo que sucede con las almas de los muertos (justos en este caso). No sólo no han muerto y han dejado de sentir, sino que además claman ante Dios, pueden esperar (¿nos imaginamos esperando a algo o alguien que carezca de vida?) y pronuncian frases completas. Para estar muertas, estas almas parecen muy poco coherentes… a menos que las doctrinas de testigos y adventistas al respecto sean erróneas.

-Qohélet 9,5: Dice así en la Versión del Nuevo Mundo: “Porque los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto, ni tienen ya más salario, porque el recuerdo de ellos se ha olvidado”.

De acuerdo con la muy peculiar exégesis de adventistas y testigos, aquí se nos enseña que los muertos están inconscientes, de lo que se desprende que no hay vida tras la muerte. Antes de pasar a contestar a esa objeción desearía hacer algunas puntualizaciones. En primer lugar hay que tener en cuenta el contexto que proporciona el libro de Qohélet. En éste, hasta llegar al capítulo 12, el autor reproduce lo que el hombre carnal ve “debajo del sol”; de tejas para abajo, que diríamos nosotros. No pretende sino hacerse eco de lo que pensaría uno que no contara con lo que hay “arriba del sol”. Teniendo esto en cuenta, se explica el tono de cierto epicureísmo despreocupado y de una innegable amargura que rezuman algunas de sus expresiones. Por ello, intentar basar una doctrina en frases aisladas del Qohélet es mala teología y peor exégesis. No obstante lo anterior, hay que señalar que el pasaje de Qo 9,5 no enseña que los muertos estén inconscientes, sino que ignoran algunas circunstancias. La expresión hebrea que la VNM traduce por “no tienen conciencia de nada en absoluto” es “‘ynm yodtsym m’umh“, literalmente traducido: “no saben nada”. Ahora bien, el no saber, el ignorar, no es lo mismo (como pretenden adventistas y testigos) que estar inconscientes, sin sentir ni padecer. Millones de personas en este planeta ignoran o no saben, pero viven, sufren y sienten.

A los muertos se les olvida generalmente con el tiempo y ya no reciben nada de los vivos, y además ignoran en términos generales qué sucede “debajo del sol”; pero de eso no se desprende que no sientan. Pretender dar ese contenido al texto implica un prejuicio interpretativo injustificable en un lector imparcial y honesto del texto sagrado. Esta cuestión la examinaremos más atentamente en el apartado siguiente de este capítulo.

– Salmo 146,4: Dice así en la VNM: “Sale su espíritu, él vuelve a su suelo; en ese día de veras perecen sus pensamientos”.
La exégesis de testigos y adventistas interpreta el pasaje como una clara referencia a que tras la muerte el ser humano deja de pensar y, por lo tanto, queda inconsciente, aniquilado. Pero el texto no está hablando para nada de actividad mental o psicológica. La palabra hebrea que se traduce aquí por “pensamientos” es ‘stnio, es decir, “sus proyectos” [Así, por citar sólo unos ejemplos, la versión latinoamericana traduce “proyectos”, la versión de Ediciones Paulinas vierte “proyectos” y la Biblia de Jerusalén “proyectos”.]. Lo que el salmista está diciendo no es que el hombre queda deshecho con la muerte (como la doctrina de adventistas y testigos enseña), sino que no confiemos en los hombres poderosos (v. 3); y esto por una razón muy simple: se mueren, y todos los proyectos que tenían desaparecen con ellos (v. 4) Nuestra esperanza, por el contrario, debe descansar en Dios (v. 5ss). Mucho nos tememos que adventistas y testigos, que han puesto su confianza en seres humanos poderosos que les enseñaban que no había nada tras la muerte, pueden llevarse una sorpresa; y no es para menos si consideramos que su punto de vista se basa en un desconocimiento de lo que significa la muerte del alma en la Biblia y en un par de pasajes descontextuados.

Como hemos tenido ocasión de ver, y seguiremos contemplando en las siguientes páginas, la Biblia enseña que el ser humano sigue viviendo tras la muerte y que afronta un juicio por aquello que haya sido su vida.

Las sectas dicen: “La Biblia enseña que el infierno es un lugar de inconsciencia y destrucción”.

El siguiente punto que pretende demostrar la teología de testigos y adventistas es que el infierno no es una enseñanza bíblica. La palabra española “infierno” (según pretenden ellos) traduce el hebreo sheol en el Antiguo Testamento y su equivalente hades del Nuevo Testamento, así como la expresión gehenna. Según ambas sectas, ninguno de estos términos significa ni un lugar en que se tenga consciencia tras la muerte, ni mucho menos un sitio donde se reciba un castigo. Sheol y hades equivaldrían entonces a “sepulcro”, y gehenna a un quemadero o basurero asentado a las afueras de Jerusalén, que simbolizaría, por tanto, la destrucción eterna de los inicuos, pero no un lugar de castigo o tormento. Dado el encono con que los adeptos de ambas sectas defienden tales interpretaciones, presuntamente basadas en el hebreo y el griego, el profano en la materia puede llegar a pensar que algo de razón tendrán. Lo más triste es que sólo están repitiendo los disparates que les han enseñado sus dirigentes y que ellos han tragado sin el menor juicio crítico.

En primer lugar, hay que dejar bien sentado que ni sheol ni hades significan sepulcro o tumba, como pretenden estas sectas. El hebreo tiene una palabra específica para sepulcro, que es qbr, y como tal es utilizada en el Antiguo Testamento; v.g.: Gén 23,4. En cuanto al griego, también cuenta con una expresión muy concreta para decir sepulcro, que es mnemeion; v.g., Lc 24,2. De esta manera una de las primeras presuposiciones de ambas sectas se revela falsa de arriba abajo.

En segundo lugar hay que señalar que la Biblia no indica que tanto en el sheol como en su equivalente griego hades haya ausencia de consciencia. En el Antiguo Testamento, por el contrario, hay diversos ejemplos de que los seres que lo pueblan actúan, comprenden y hablan. Citemos algunos de estos casos, que serán más elocuentes que mis explicaciones:

“Aun el sheol debajo se ha agitado a causa de ti a fin de venir a tu llegada. A causa de ti ha despertado a los que están impotentes en la muerte, a todos los caudillos de la tierra semejantes a cabras. Ha hecho que todos los reyes de las naciones se levanten de sus tronos. Todos ellos se expresan y dicen: ¿A ti mismo también se te ha hecho débil como nosotros? ¿A nosotros se te ha hecho comparable?” (Is 14,910) (VNM).

El pasaje no puede ser más evidente. El rey de Babilonia desciende al sheol (que, como puede verse, no es el sepulcro); y aquello provoca una viva reacción entre las gentes, especialmente los dirigentes, que habían llegado al mismo con anterioridad. Y no sólo eso, sino que además gritan y preguntan al rey de Babilonia. Desde luego, no deja de ser una conducta curiosa para sujetos que, de aceptar la tesis de adventistas y testigos, no tienen consciencia, ni sufren ni padecen. El profeta Isaías, como podemos ver en su libro, sustenta una tesis diametralmente opuesta a la de estas sectas.

Veamos un ejemplo más: “Los hombres de nota de los poderosos hablarán aún a él, con sus ayudantes, de en medio del sheol” (Ez 32,21).

El pasaje (traducido del inglés a un castellano pésimo) una vez más expresa una tesis similar a la de Isaías. En este caso se anuncia el descenso al sheol del faraón de Egipto. Pues bien, el profeta indica sin lugar a dudas que cuando descienda al mismo el monarca egipcio, de en medio del sheol se alzarán voces que le hablen a él y a sus ayudantes. Pero ¿cómo va a hablar nadie si ni sienten ni padecen, según las doctrinas jehovistas y adventistas? Y ¿cómo hablan si las almas del faraón y de sus ayudantes, de ser cierta la teología jehovista y adventista, no podrían oír, porque son mortales y no están conscientes? El texto no deja lugar a dudas: una vez más un profeta de Dios sostiene una doctrina contraria a los “profetas”, Ellen White y Russell. Los muertos están conscientes en un lugar y desde su interior se dirigen unos a otros.

Y es que ambas sectas desconocen lo que significa el sheol en el Antiguo Testamento. Aquél no es, como hemos tenido ocasión de ver, un lugar en que se está inconsciente, ni tampoco es el sepulcro, sino una manera de designar el estado posterior a la muerte física, pero sin implicar en absoluto inconsciencia.

Por eso no es de extrañar que Jacob o Job en momentos de tremenda desesperación ansiaran ir al sheol o, dicho en lenguaje vulgar, quisieran morirse y salir de la tristeza de este mundo. No esperaban dejar de existir (poco consuelo era ése), sino pasar a un plano diferente en el que ya no padecerían los sufrimientos de este mundo, pero en el que tampoco todo sería inconsciencia.

Pasemos ahora al significado del término gehenna. Argumentan testigos y adventistas que el mismo sólo es un símbolo de destrucción, que arrancó de un basurero situado a las afueras de Jerusalén. ¿Es esto cierto? Es cierto que el nombre gehenna o gehinnon deriva del valle del Hinnon, que era un basurero ya mucho antes de la época de Jesús, pero no lo es que simbolizara un lugar de aniquilación. Todo lo contrario. El significado que le han dado siempre los judíos ha sido el de un lugar de castigo consciente para los malvados [Para un estudio más amplio del pensamiento del rabinismo judío sobre el gehenna y su significado de castigo consciente de los malvados después de esta vida, cf A. COHEN, Everyman’s Talmud, New York 1975, pp. 376ss; A. EDERSHEIM, The life and times of Jesus the Messiah, vol. II, Grand Rapids 1976, 79lss.].

La idea del gehenna (denominado gehinnon o valle del Hinnon en algunas de las fuentes judías) como lugar de tormento consciente viene en buena parte de los rabinos judíos anteriores y contemporáneos a Jesús, del estudio del texto de Dan 12,2, donde se dice: “Y habrá muchos de los que están dormidos en el suelo de polvo que despertarán, éstos a vida de duración indefinida y aquéllos a oprobios (y) a aborrecimiento de duración indefinida” (VNM). El destino de la humanidad queda claro: para unos es vida eterna y para otros oprobio eterno.

Así en Eccles. R. III, 9 enseñaban los rabinos: “En el más allá los inicuos serán sentenciados a la gehenna y murmurarán contra el Santo, bendito sea, diciendo: ‘Buscamos tu salvación y nos ha caído esta desgracia’. Pero él les contesta ‘¿Cuando estabais en la tierra no luchabais y peleabais y cometíais toda clase de mal?”‘

El texto rabínico es elocuente: los malos son destinados al gehenna o gehinnon; y éste es un lugar de castigo consciente, y no un lugar de aniquilación total, como pretenden jehovistas y adventistas.

No es menos clara una obra atribuida al historiador judío Flavio Josefo, casi contemporáneo de los apóstoles, titulada el Discurso a los griegos acerca del hades. En ella Josefo intenta explicar a los no-judíos lo que el pueblo de Israel entendía por hades y por gehenna, y dice así:

“El hades es un lugar donde están retenidas las almas de los justos y los injustos… En esta región hay un cierto lugar aparte, como un lago de fuego inextinguible… Los injustos y aquellos que han sido desobedientes a Dios y han honrado a los ídolos, como lo han sido las vanas invenciones de los hombres, serán enviados por el juicio de Dios a este castigo eterno” [Hemos traducido del texto griego publicado en Josephus, Complete Works, Grand Rapids 1978.]5.

Desde luego queda patente que cuando Josefo mostró a los no-judíos lo que pensaban sus correligionarios acerca del hades y la existencia de ultratumba, ni lejanamente hizo referencia a algo que se pareciera a las doctrinas de adventistas o testigos.

Lo primero que uno debe hacer cuando estudia una cultura es aprender lo que significan los distintos términos en la lengua hablada por la misma. Si los “profetas” jehovistas y adventistas hubieran sido más honestos y prudentes, habrían consultado las fuentes judías, bíblicas y extrabíblicas para saber qué entendían éstas por términos como sheol y gehenna. Así se hubieran ahorrado la formulación de despropósitos como los de enseñar que el sheol es el sepulcro, que el gehenna es la destrucción y que no hay consciencia (mucho menos un castigo consciente) tras la muerte. Y se lo hubieran ahorrado, porque las fuentes de que disponemos son claras al respecto.

Pero es que, por si esto fuera poco, el Nuevo Testamento enseña claramente la doctrina de un castigo eterno. Podrá gustar o no gustar, podrá resultar más o menos atrayente; pero lo que no se puede negar es que la enseñaron Jesús y los apóstoles. Brevemente vamos a acercarnos a la misma.

Jesús enseñó acerca de un castigo para los malos, en el que habría tinieblas, llanto y crujir de dientes. Veamos algún ejemplo: “Los hijos del reino serán echados a la oscuridad de afuera. Allí es donde será su llanto y el crujir de (sus) dientes” (Mt 8,12) (VNM). “Y los arrojarán en el horno de fuego. Allí es donde será (su) llanto y el crujir de (sus) dientes” (Mt 13,42) (VNM). “Y lo castigará con la mayor severidad y le asignará su parte con los hipócritas. Allí es donde será (su) llanto y el crujir de (sus) dientes” (Mt 24,51) (VNM). Otros textos similares: Mt 25,30 y Lc 13,28.

Contra lo que puedan pensar testigos y adventistas, el castigo no es un estado de inconsciencia. Es llanto y crujir de dientes. Mucho nos tememos que, salvo que esas acciones pueda desarrollarlas un ser insensible e inconsciente, la doctrina de estas sectas no es la misma que la que enseñó Jesús.

Jesús simbolizó este castigo de los injustos por medio del fuego: “Mejor es entrar en la vida manco y cojo, que con dos manos o dos pies ser echado al fuego eterno” (Mt 18,8) (VNM). “Mejor te es entrar con un solo ojo en el reino de Dios que con dos ojos ser arrojado al gehena, donde su cresa no muere y el fuego no se apaga” (Mc 9,47-48) (VNM) “…el rico murió y fue sepultado. Y en el hades alzó los ojos, mientras existía en tormentos, y vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en (la posición del) seno con él. De modo que llamó y dijo: Padre Abrahán, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy en angustia en este fuego llameante” (Lc 16, 2lb-24) (VNM). Otros textos similares en Mt 3,12; 5,29-30, y Mc 9,43.

Desearía detenerme un poco más en este último pasaje. Aunque admitamos que puede existir en el mismo un cierto colorismo hiperbólico propio del entorno semita de Jesús, lo cierto es que enseña que tras la muerte los seres humanos son separados en salvados y condenados, y mientras los primeros reciben un premio, los segundos ven recaer sobre ellos su justo castigo. Adventistas y Testigos de Jehová aducen que el pasaje es una parábola, y por tanto lo que dice no puede tomarse como muestra del pensamiento de Jesús sobre el tema. Tal afirmación, aparte de ser totalmente gratuita, sólo denota un desconocimiento absoluto de lo que es una parábola. Ésta, que en hebreo recibe el nombre de mashal, es un relato absolutamente verosímil y tomado de la vida cotidiana, con un significado didáctico adicional. Así, en la parábola del sembrador no se nos dice que el sembrador arrojaba simiente de trigo y crecían melones, sino que se nos narra un hecho real: hay simiente que se pierde y otra que da fruto. En la parábola de la red tampoco se nos dice que recogían del mar dragones, sino peces, que luego se separaban de manera lógica. No hay una sola parábola de Jesús que no relate hechos lógicos, naturales y verosímilmente reales; y cuesta creer que la del hombre rico y Lázaro fuera a ser una excepción simplemente porque así les complace a adventistas y testigos.

En esta parábola (que, por supuesto, tiene también un significado más profundo) se narra algo que, como hemos visto, todo judío contemporáneo de Jesús sabía: que Dios juzga tras la muerte; que mientras unos son salvos, otros se ven condenados, y que esa condena implica tormento y angustia.

Pero es que, además, la parábola resultaba tan clara en su enseñanza (en contra del enrevesamiento de adventistas y testigos), que los discípulos de Jesús no tuvieron que preguntarle por su significado, como sucedió en otros casos. ¿No lo hubieran hecho de ver que Jesús no sólo les daba una enseñanza extraña sino que además lo hacía contradiciendo las ideas bíblicas acerca del infierno y la supervivencia tras la muerte, como pretenden adventistas y testigos? Indudablemente que sí; sólo que para los discípulos, como para los que lo oían, lo que hubiera resultado antibíblico no era la enseñanza de Jesús sobre el castigo de ultratumba, sino una semejante a la de jehovistas y adventistas.

Jesús enseñó que el castigo de los malvados era eterno. Ya ha quedado esto apuntado en algunos de los textos que hemos visto, pero vamos a observarlo en uno más. Se trata de Mt 25,46: “E irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”.

El texto no puede ser más claro: en el juicio en el que todo ser humano se enfrentará ante Dios habrá dos clases de personas: los justos, que tendrán vida eterna, y los injustos, que tendrán un castigo también eterno. El texto es tan revelador que los dirigentes de la Wachtower no han tenido el menor reparo en falsearlo de la siguiente manera: “Y éstos partirán al cortamiento eterno” (VNM).

Ahora bien, la palabra que se traduce por “castigo” o “tormento” en todas las versiones es el término griego kólasis, que sólo vuelve a aparecer en el Nuevo Testamento en 1Jn 4,18, y que no puede traducirse por “cortamiento” bajo ningún concepto (como, de hecho, no lo hacen los testigos en este último caso). Su forma verbal (koladso) aparece en He 4,21 y 2Pe 2,9. Curiosamente, en el primer caso la Wachtower traduce correctamente por “castigar” (traducir que los sumos sacerdotes amenazaron a los apóstoles con “cortarlos” hubiera sido excesivo hasta para la Wachtower), pero en el segundo vuelve a repetir el despropósito de “cortar”. La idea, sin embargo, queda clara en el idioma griego del original, como se revela en He 4,21. La palabra significa “castigo”, y el “castigo eterno” ya hemos visto que va unido a ideas como las de fuego, angustia, llanto, crujir de dientes, etc.

Jesús enseñó que había diversos grados en el castigo. Si la tesis de adventistas y testigos fuera cierta, no cabría esperar que nadie recibiera un castigo mayor que otro. A fin de cuentas, todos los injustos recibirían una destrucción similar Pero como la Biblia no enseña tal doctrina y además Dios es justo, lo que Jesús dejó bien claro en multitud de ocasiones es que el castigo varía en intensidad de unos a otros. Veamos algún ejemplo: “Les será más soportable en el día del juicio a Tiro y a Sidón que a ustedes” (Mt 11,22) (VNM). “Ellos son los que devoran las casas de las viudas y por pretexto hacen largas oraciones; éstos recibirán juicio más pesado” (Mc 12,40) (VNM). Ver en el mismo sentido Lc 20,47 y 1Ped 2,20.

Lo cierto es que el sentido común hace que uno espere que el ladrón irredento reciba menos castigo, por ejemplo, que el asesino voluntario y no arrepentido de millones de personas. Así mismo parece evidente que no se puede juzgar igual el pecado del que recibió luz (como algunos fariseos de la época de Jesús) y, además, so capa de religión quebrantó la ley de Dios, que el de la persona que no recibió el mismo grado de luz. Tan evidente es esto que no nos extraña que así lo enseñara Jesús. Pues bien, la señora White y los testigos no lo consideraron así. No sólo se permitieron negar el castigo consciente de los condenados, sino que además igualaron las suertes de los seres humanos sin contar con que hasta entre los injustos hay diferencias no despreciables.

Guste o no a los adventistas o testigos, sus tesis carecen de la más mínima base histórica, lingüística y exegética; y, lo que es peor, incurren en ocultar al hombre su estado de perdición y las consecuencias terribles del mismo. Sobre este aspecto volveremos más adelante.

Las sectas dicen: “La Biblia enseña que sólo resucitarán los justos”. Como triste colofón de las tesis adventistas y jehovistas sobre el estado de los muertos aparece la afirmación de que sólo resucitarán los justos. En cierta medida, y visto desde su óptica, es lógico: ¿Qué finalidad tiene resucitar a unos seres inconscientes para volverlos a deshacer eternamente? Mejor que se queden como están, sin sentir ni padecer.

El problema es que esta enseñanza colisiona frontalmente con la enseñanza de la Biblia. Ya hemos visto antes cómo Dan 12,2 indica que al final de los tiempos resucitará la humanidad o para recibir vida eterna o para ver cómo recae encima de ella el castigo del oprobio eterno.

En armonía con esta enseñanza del Antiguo Testamento, tanto Jesús como los apóstoles enseñaron que habría resurrección de justos e injustos, de buenos y malos, y no sólo de los primeros. Veámoslo: “No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz, y saldrán los que hicieron cosas buenas a una resurrección de vida; los que practicaron cosas viles, a una resurrección de juicio” (Jn 5,2829) (VNM). “Tengo esperanza en cuanto a Dios, esperanza que estos mismos también abrigan, de que va a haber resurrección, así de justos como de injustos” (He 24,15) (VNM). “Y el mar entregó a los muertos que había en él y la muerte y el hades entregaron los muertos que había en ellos, y fueron juzgados individualmente según sus hechos” (Ap 20,13).

Precisamente esta negación de la doctrina bíblica de una resurrección universal hace que adventistas y jehovistas puedan negar con una aparente seguridad la doctrina también escrituras de un castigo eterno. Un ejemplo de ello se encuentra en su exégesis viciada de Ap 20. En este capítulo se nos dice en primer lugar lo siguiente: “El diablo que los estaba extraviando fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde (ya estaban) tanto la bestia salvaje como el falso profeta, y serán atormentados día y noche para siempre jamás” (Ap 20,10) (VNM).

A cualquiera que sepa leer el pasaje le resulta evidente: el diablo fue arrojado al lago de fuego y de azufre, que, como ya hemos visto en el judío Josefo, es el nombre que se le daba al lugar de castigo de los injustos, y en él será atormentado eternamente junto al anticristo y el falso profeta.

Sólo unos versículos más abajo se señala que éste es el destino que espera también a la humanidad no redimida: “Y la muerte y el hades fueron arrojados al lago de fuego. Esto significa la muerte segunda: el lago de fuego” (Ap 20,14).

La idea es clara: la muerte (los cuerpos de los muertos injustos) y el hades (los espíritus de los muertos injustos) fueron arrojados a la muerte segunda [Es evidente que nos hallamos aquí ante una figura literaria, consistente en expresar el continente por el contenido. Así nosotros hablamos de bebernos un vaso, cuando en realidad lo que bebemos es el vino que hay dentro. De la misma manera decimos que Gran Bretaña declaró la guerra a Francia, cuando en realidad son los habitantes de Gran Bretaña (y no sus ríos o sus montañas) los que entran en guerra con los de Francia. Esta misma figura es la empleada aquí por el autor de Apocalipsis: la muerte (los cuerpos) y el hades (los espíritus) fueron arrojados al tormento eterno.]. Ahora bien, puede preguntarse el lector: ¿Qué es la muerte segunda? La respuesta es fulminante: el lago de fuego, es decir, el lugar en que, según el versículo 14 de este mismo capítulo, serán atormentados eternamente los réprobos.

Los adeptos adventistas y jehovistas se sienten muy orgullosos de lo que entienden como una comprensión correcta sobre el estado del hombre tras la muerte y su destino eterno. Resulta patético ver hasta qué punto tales ilusiones no se corresponden en absoluto con lo que enseña la Biblia.

  1. La esperanza del creyente en la Biblia

Puede que algún lector sienta un cierto regusto amargo tras leer las páginas precedentes. Es comprensible. Conceptos como los de pecado, responsabilidad personal, juicio final e infierno no resultan agradables para los oídos del hombre moderno; pero si creemos lo que cuenta Lucas en los Hechos de los Apóstoles en relación con el romano Félix (He 24,25), ése no ha sido nunca tema grato para oídos poco dispuestos al arrepentimiento.

La enseñanza de la Biblia es clara y contundente: el hombre se ha separado de Dios por su propio pecado y nada puede hacer por sí mismo para reparar esa situación. El amor de Dios se ha manifestado precisamente en el hecho de enviar a su Hijo a morir en nuestro lugar en la cruz para darnos vida eterna (Jn 3,16). No es de poco de lo que nos salva el amor de Dios, sino de un castigo de dimensiones posiblemente inconcebibles para nosotros; y ser conscientes de ello resulta indispensable para comprender, aunque sea en mínima parte, el amor de Dios.

La esperanza del creyente es precisamente el estar unido, de una manera que no podemos imaginar siquiera, con el Dios de amor que se encarnó para morir por nosotros. Veamos lo que enseña a este respecto el Nuevo Testamento:

El creyente tiene su esperanza en el cielo. Quizá uno de los aspectos más peregrinos de la teología de los testigos sea el de afirmar que sólo 144.000 personas irán al cielo, mientras que la inmensa mayoría de los salvos, la denominada “gran muchedumbre”, quedará en un paraíso en la tierra. He de señalar que tal doctrina es relativamente reciente en el jehovismo, que inicialmente sostenía la enseñanza bíblica al respecto [Ver al respecto CÉSAR VIDAL MANZANARES, El infierno de las sectas, Bilbao 1989, 65ss]. No obstante, es defendida de una manera tan fervorosa por los jehovistas y resulta a la vez tan fácil de refutar, que, antes de entrar en el tema propiamente dicho, merece la pena que nos refiramos a esto.

Para ello vamos a ir al texto de Ap 7,9ss, donde se habla de la “gran muchedumbre”, y veremos si se dice que está en un paraíso “made in Wachtower”.

“Después de estas cosas vi, y miren, una gran muchedumbre, que ningún hombre podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del cordero” (Ap 7,9) (VNM).

Mal que les pese a los testigos, este texto no dice que la “gran muchedumbre” esté en un paraíso en la tierra, sino que está en el cielo, delante del trono de Dios. Que esto es así queda aún más evidentemente expuesto unos versículos más abajo, cuando se explica quién es esta gran muchedumbre: “Éstos son los que salen de la gran tribulación y han lavado sus ropas largas y las han emblanquecido en la sangre del cordero. Por eso están delante del trono de Dios; y le están rindiendo servicio sagrado día y noche en su templo; y el que está sentado en el trono extenderá su tienda sobre ellos” (Ap 7,14b-15) (VNM).

Si los jehovistas leyeran con un poco de atención la Biblia, en lugar de permitir que sus dirigentes los teledirijan con las publicaciones de la Wachtower, verían lo que es evidente en este texto: el premio de los creyentes que han lavado sus pecados en la sangre de Cristo es estar ante el trono de Dios sirviéndolo en el cielo.

Que el Apocalipsis señale eso no tiene, por otro lado, nada de particular, porque ésa es la enseñanza evidente del Nuevo Testamento.

“Regocíjense y salten de gozo, puesto que grande es su galardón en los cielos” (Mt 5,12) (VNM). “Porque sabemos que si nuestra casa terrestre, esta tienda, fuera disuelta, hemos de tener un edificio procedente de Dios, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. “(2Cor 5,1) (VNM). “A causa de la esperanza que está reservada para ustedes en los cielos” (Col 1,5) (VNM). Otros textos similares: Mt 6,1920; 19,21; Lc 12,33; Ef 1,3.

Generalmente, los jehovistas suelen argumentar que estos pasajes se refieren no a la “gran muchedumbre”, sino a los 144.000. Tal división de la Escritura en dos clases de fieles, de manera que el 90 por 100 de lo escrito en ella no tenga virtualidad para la inmensa mayoría, es algo que repugna no sólo al sentido común, sino al mismo espíritu cristiano; pero es que, además, como hemos visto, la “gran muchedumbre” tiene un destino en el cielo, ante el trono de Dios, y no en el paraíso hechura de la Wachtower. La Biblia es mucho más coherente en esto que la teología de cualquier secta.

El creyente espera estar con Cristo. Quizá uno de los aspectos que resultan más chocantes en la conversación con estos adeptos es la tremenda ansia que manifiestan de recibir una parcela en el paraíso y lo poco que les importa la presencia de Cristo. Recuerdo hace años que mi padre acompañó a una conocida a hablar con unos Testigos de Jehová. Cuando en el curso de la conversación nuestra amiga preguntó por el interés que pudieran sentir los jehovistas por estar con Cristo, la respuesta que recibió fue contundente: “Yo lo que deseo es estar en un paraíso, y lo demás es secundario”. Por increíble y desagradable que pueda resultar esto para un espíritu medianamente sensible, lo cierto es que yo he tenido ocasión de atravesar por experiencias similares en multitud de ocasiones. Ahora bien, ésa no era la esperanza anhelada por los primeros cristianos. Veamos lo que al respecto señala el Nuevo Testamento: “Padre, en cuanto a los que me has dado, deseo que, donde yo esté, ellos estén también” (Jn 17,24) (VNM). Desgraciadamente, si creemos a las doctrinas de los testigos, el Padre no ha escuchado la oración de Jesús…

“Porque si nuestra fe es que Jesús murió y volvió a levantarse, así, también, a los que se han dormido (en la muerte) mediante Jesús, Dios los traerá con él… Después nosotros los vivientes que sobrevivamos seremos arrebatados, juntamente con ellos, en nubes al encuentro del Señor en el aire, y así siempre estaremos con (el) Señor” (1Tes 4,14-17) (VNM).

En buena medida, esta ansia de estar con Dios es algo que tiene sus precedentes en el Antiguo Testamento. En él se nos habla de cómo Dios se llevó a Henoc (Gén 5,22-24), a Elías (2Re 2,10), y que esta esperanza era esperada por muchos creyentes (Sal 49,16, v. 15 en la versión del Nuevo Mundo). Aunque testigos y adventistas han insistido en que ni el arrebatamiento de Elías ni el de Henoc significa que murieran, lo cierto es que el término hebreo lch, que se usa en estos pasajes que he citado, no deja lugar a dudas. Se trata de un “arrebatamiento” que Dios hace recaer sobre una persona para tenerlo con él.

No hay nada disparatado en esto. Para aquel que haya sentido, aunque sólo sea por unos instantes, la cercanía de Dios, queda claro que no se puede desear nada mejor que ésta, y que la posesión del mejor “paraíso” no tiene punto de comparación con ella. Ser creyente implica un idilio continuado con Dios. Es un idilio en el que nuestra flaqueza humana provoca que se produzcan altibajos; pero también es un idilio que no puede ser canjeado por ningún paraíso de los pregonados por las sectas por muy maravilloso que pueda parecer.

El creyente espera estar con Cristo desde el momento de su muerte. Por eso la afirmación de que ese estar con Cristo comienza desde el momento de la muerte sólo puede provocar gratitud en el alma del creyente. Los testimonios del Nuevo Testamento son al respecto terminantes: “Porque en mi caso el vivir es Cristo y el morir ganancia … ; pero lo que sí deseo es la liberación y el estar con Cristo” (Flp 1,21-23) (VNM). Las palabras del apóstol son claras. Tras su muerte no esperaba una inconsciencia de siglos. Tenía la certeza de que si moría, inmediatamente estaría con Cristo.

“Y siguieron arrojándole piedras a Esteban, mientras él hacía petición y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu” (He 7,59) (VNM). La esperanza de Esteban en el momento de su martirio no era la de pasar a la inconsciencia por siglos. No; era la que ha animado a tantos mártires de la fe a lo largo de siglos de historia del cristianismo: que su espíritu consciente fuera recibido en el momento de la muerte por Jesús. La idea de cambiar esto por una parcela de terreno no puede sino parecernos penosa [Es posible que el lector se pregunte si el “paraíso” a que hace referencia Jesús es del tipo terrenal preconizado por los testigos. La respuesta es negativa. El mismo apóstol Pablo nos dice que fue arrebatado místicamente a ese paraíso… que es el tercer cielo, y no el conjunto de parcelas que pretende la Wachtower (2Cor 12,1-4).].

De hecho tal esperanza arranca de palabras como las que Jesús dijo al ladrón arrepentido en el momento de su muerte: “Y le contestó: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43).

Vamos a detenernos en este texto con algo más de atención. El ladrón, que comenzó injuriando a Jesús, lo ha venido observando durante horas y ha descubierto que es el mesías. Arrepentido, le suplica a Jesús que se acuerde de él. Entonces Jesús le declara solemnemente que ese mismo día estará con él en el paraíso. La afirmación es tan clara que en su grandiosa sencillez contiene todo un compendio de teología del más allá. Con la muerte el creyente no entra en un estado de inconsciencia, sino que pasa a la presencia de Dios. Tan evidente es esto, que adventistas y testigos han insistido en que la frase está mal puntuada en las traducciones de la Biblia, y los últimos han tenido el descaro de pervertir el pasaje en su biblia de la siguiente manera: “Y él le dijo: Verdaderamente te digo hoy: Estarás conmigo en el paraíso” (VNM).

No hace falta decir que no hay un solo manuscrito griego del Nuevo Testamento que puntúe de esa manera el pasaje; y la razón es obvia: una frase de ese tipo es un puro disparate gramatical; resulta impensable en griego. Éste dice: “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Una vez más, como es costumbre en adventistas y testigos, a la mala teología y peor exégesis se ha unido el desconocimiento de las lenguas bíblicas [A semejanza de los Testigos de Jehová, la versión Valera del 90 ha falseado también el texto de Lc 23,43. Existen más que fundadas razones para pensar que esta revisión de la Biblia obedece a intereses de la secta adventista.].

  1. Conclusión

Hace unos quince años me encontraba visitando a unos conocidos en un pueblo de Cataluña. En el curso de la conversación alguien mencionó a los Testigos de Jehová; y uno de los presentes (no especialmente piadoso, todo hay que decirlo) comentó que le gustaría que las doctrinas de aquéllos fueran verdad, porque podría permitirse hacer lo que quisiera en esta vida sin temor a ningún juicio posterior en el que tuviera que rendir cuenta a Dios de sus actos. Tal conclusión está, desde nuestro punto de vista, preñada de lógica.

La enseñanza de adventistas y testigos de Jehová sobre el más allá priva al que la cree de una perspectiva real sobre cuál es la situación del hombre ante Dios; pero es que, además, tampoco le indica el costo de la salvación ni la maravillosa esperanza del creyente. Todo eso lo sustituye por una oferta de parcelas en una especie de urbanización colosal. De no ser tan dramático, casi se podría decir que es cómico.

Y lo peor es que tal enseñanza no libera al hombre de ningún temor. Por el contrario, debo decir que no he conocido a ningún católico ni protestante tan angustiado por su situación futura como a los adventistas o a los testigos. Ese pánico irracional que experimentan los adeptos de estas sectas a ser destruidos si las abandonan no admite prácticamente parangón con ninguna otra clase de miedo cerval. Y es que, en el fondo, es una manifestación patética del miedo propio de los esclavos. En ellos no existe esa confianza de Esteban en el momento de su muerte; ni la esperanza gozosa de Pablo, que sabe que el morir es una ganancia; ni la tranquilidad del ladrón arrepentido, que descansaba en la promesa de Jesús de que estaría con él en el paraíso ese mismo día. No; lo que hay es la horrorosa expectativa de la nada si abandonan el yugo de sus dirigentes, o la grosera ansia dirigida hacia un paraíso que, desde luego, si va a ser como el interior de estas sectas hoy en día, se nos antoja, más que tentador, repelente. Demos gracias a Dios de que afortunadamente no existe el más mínimo parecido entre lo que enseña la Biblia y lo que predican estas sectas.

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