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San Juan Calvino….según Cesar Vidal Manzanares

Juan Calvino

Ya sé que el título de este post es injusto, y no solo eso, es una falacia de muñeco de paja en toda regla, pues eso no es lo que sostiene Cesar Vidal en su artículo Juan Calvino y la inquisición, pero ya que él mismo echa mano de esos recursos, pensé: ¿Por qué yo no?

Sarcasmos aparte, lo que también es una falacia y con todo rigor, es la argumentación que hace Cesar Vidal en dicho artículo, el cual es el primero de una serie de apologías donde pretende tratar “de algunos mitos difundidos sobre el protestantismo”.

¿Dónde está el mito?

Pero ¿Qué mito pretende revelar aquí el historiador? Según comenta él mismo respecto a sus conversaciones con católicos “lo único que suelen comentar es que la inquisición católica no fue tan grave porque… Servet fue quemado en Ginebra por Calvino”.

Debo decir que durante aproximadamente 12 años en los cuales he podido leer y participar en debates entre católicos y protestantes (unos más cultos otros menos) nunca he escuchado esa argumentación, tal cual la expone Don Cesar Vidal.

Y es que quien la presentase una objeción similar llanamente estaría diciendo que la gravedad de un error es relativa a la gravedad de otro. Así, si por ejemplo yo hoy matara una persona, podría alegar que no es tan grave porque alguien más mató tres, y ella podría alegar que tampoco es tan serio porque hay quien mató diez.

Las veces que he encontrado a católicos y protestantes debatiendo estos temas ha sido cuando algún protestante de turno llega rasgando sus vestiduras y despotricando porque en la Santa Inquisición se condenaron a muerte “millones y millones” de cristianos. Pasando por alto que el 99% de las veces dicha persona viene con unas cifras astronómicamente exageradas (por no decir francamente ridículas), la mayoría de las veces se muestra incapaz de hacer cualquier distinción basada en el contexto histórico del momento y pretende juzgar con la óptica del presente a quienes vivieron en siglos pasados.

Es allí donde los católicos suelen referirle a sus interlocutores protestantes como en esa época los protestantes no actuaban de manera muy distinta a los católicos, y de allí que suela mencionarse el caso de Servet, pero no para justificar los errores de exceso de nuestros antepasados en la fe, sino para que puedan comprender que existen circunstancias que deben ser tomadas en cuenta a la hora de hacer un juicio de valor sobre esos acontecimientos. No hay que olvidar el contexto histórico, sociológico y cultural de aquellos países durante el siglo XVI, donde estaba unida la Iglesia y el Estado, y había poca tolerancia religiosa. La herejía era temida por poner en peligro el orden civil, el cual estaba indisolublemente unido al orden religioso[1].

Justo Gonzales, también historiador protestante, no tiene empacho en reconocer que “en la misma época, y en diversas partes de Europa, tanto católicos como protestantes estaban procediendo de manera semejante contra quienes consideraban herejes” [2]

Pero algo que definitivamente no puede dejar de llamar la atención en el artículo es que:

1) Se insinúa que respecto al terreno de la libertad de conciencia que Calvino era mucho más tolerante que San Tomás Moro pues este último a diferencia del reformador “se expresó una y otra vez en contra de la libertad de conciencia

2) Servet ardió en la Ginebra de Calvino… “aunque no por orden de Calvino sino del gobierno de la ciudad en el que el reformador no tenía cargo alguno

Pero ¿tuvo Calvino responsabilidad en la condena de Servet? (Pareciera deducirse de las palabras de Don Cesar Vidal que no). También alega que Tomás Moro se expresó una y otra vez contra la libertad de consciencia ¿Calvino no?.

Calvino y la dictadura teocrática

Para comprender como Calvino logró instaurar una dictadura teocrática en donde no se permitiese sino aquello que fuese su voluntad, hay que comprender como estaban organizados los poderes civiles y religiosos en Ginebra.

El gran consejo o consejo de los doscientos: máxima autoridad civil con potestad de hacer la paz y la guerra, decidir alianzas, establecer y anular leyes, y juzgar definitivamente las causas civiles.

El consejo de los sesenta: de carácter meramente diplomático.

El pequeño consejo o consejo estrecho: comuna de cuya elección era responsable el gran consejo.

En cuanto a la organización de la iglesia están los pastores (como sucesores de los apóstoles), los doctores (profesores de exégesis que cuidaban de que la doctrina de los fieles sea ortodoxa según la doctrina de Calvino), los presbíteros (elegidos por el consejo, habían de vigilar las costumbres de la ciudad), los diáconos (inspirados en el capítulo 6 de Hechos de los apóstoles administraban los bienes de la iglesia)[3].

Es en este contexto donde Calvino formó un órgano ministerial denominado consistorio, el cual era un verdadero tribunal inquisitorial con jurisdicción inclusive más extensa que la inquisición. Estaba formado por predicadores y doce ancianos, cuya misión consistía en vigilar exactamente toda la vida religiosa de cada uno de los ciudadanos y castigar las faltas. Las penas consistían en amonestación, reprensión, excomunión, obligación de pedir perdón públicamente y entrega al consejo para que castigase la reo. Se empleaba la tortura, y a los que cometían pecados graves, como los blasfemos, adúlteros y adversarios obstinados de la nueva fe, eran entregados al consejo. En cada barrio de la ciudad estaba encomendado un vigilante, que recibía incluso las denuncias de parientes y vecinos. Los mismos diáconos pueden ser sometidos a proceso solo por hacer alguna afirmación irreverente, criticar a Calvino, bailar, jugar cartas, o faltar a algunas otras prohibiciones inclusive ridículas.

Es por medio de este organismo y del recurso de la excomunión que Calvino sin ostentar ningún poder civil logra someter a todos los poderes a su voluntad. Queda así rebajado el consejo a un órgano puramente ejecutivo y servil, pues aquel que se le oponía se exponía a no ser admitido a la cena del Señor, la cual negaba a aquellos cuya conducta moral le pareciera reprobable. Las consecuencias de la excomunión eran enormes, quien la sufría quedaba muerto civilmente, a nadie le era lícito hablarle, comerciar con él, y si aun así no capitulaba le seguía el destierro.

Por supuesto que Calvino no logró imponer este régimen teocrático sin lucha y de la noche a la mañana. En 1537 presenta la Instrucción y Confesión de fe usada en la Iglesia de Ginebra, constituida por 23 artículos los cuales debían jurar dos veces al año los ciudadanos bajo pena de destierro. La reacción de los ginebrinos fue de protesta, a lo cual Calvino y Farel llegaron al extremo de excomulgar al pueblo. Debido a la inflexibilidad del reformador que no cede un milímetro en sus exigencias las protestas continúan y luego por decisión del Gran Consejo se les prohíbe predicar por haber ido más allá de sus tareas de predicadores, terminando desterrados.

Sin embargo ya con el reformador fuera de Ginebra, los partidarios de la reforma, inclusive aquellos que le eran adversos, comienzan a temer avances por parte de los católicos y piden que Calvino regrese. Es en esta situación donde éste se hace de rogar y solo decide volver con la condición de que se estableciese una disciplina eclesiástica separada de la jurisdicción civil. De esta manera las Ordonnances eclésiastiques aceptadas por el consejo se convierten poco a poco, en manos de Calvino, en el medio de organizar la vida pública, erigiendo una teocracia según el antiguo reino judío y la república platónica[4].

Es ya aquí con un fortalecido y casi todo poderoso Calvino que el caso de Servet, aunque emblemático, no es ni por mucho la excepción. Los países reformados están comenzando a sufrir las consecuencias prácticas de los principios por ellos predicados. Las doctrinas de la Sola Escritura y Juicio Privado estaban comenzando a dinamitar la reforma dividiéndola en múltiples sectas y para evitar el desmembramiento de su reforma comenzaron a ser incluso más intolerantes con los disidentes de lo que jamás soñó ser la Santa Inquisición.

Como un pequeño resumen basta mencionar que hasta 1546 se cuentan sesenta y siete condenas a muerte (treinta y cuatro en 1545, en solo tres meses, entre brujas y presuntos propagadores de la peste), otras tantas condenadas al exilio y cerca de ochocientos encarcelados[5]. Entre otras víctimas de renombre del régimen Calvinista están Santiago Gruet, por negar la divinidad de Cristo y ser acusado de colocar un cartel que contenía burlas sobre Calvino fue apresado, torturado dos veces por día hasta confesar para finalmente ser decapitado en 1547[6]. Raoul Monnet, quien fue acusado de hereje y blasfemo por haber compuesto un Nuevo Testamento para uso de sus discípulos, y hecho grabar caricaturas de los personajes bíblicos. Fue condenado y decapitado en la colina de Champel[7]. Valentín Gentil, también condenado a muerte pero salvó la vida retractándose.

Entre los más emblemáticos desterrados están Jerónimo Bolsec, quien se opuso a Calvino y su concepción respecto a la predestinación, e inclusive un librero de nombre Belot, quien se identificaba como anabaptista, y fue encarcelado, torturado y finalmente desterrado so pena de ser ahorcado en caso de volver, todo por cometer la “insolencia” de distribuir libros y folletos sin el permiso del reformador[8].

No puede dejar de mencionarse a Sebastian Castellion, quien escribe De haereticis y Contra libellum Calvini. Aún desterrado por Calvino se le opone y sostiene que los herejes no deben ser condenados a la pena de muerte. Posteriormente es procesado y la muerte natural le salva de probablemente sufrir el destino de Servet.

Antecedentes con Servet

Mucho antes de la llegada de Servet a Ginebra, esté había tenido un intercambio epistolar con Calvino en el cual cada uno intentó infructuosamente convencer al otro de sus doctrinas. Para colmo Servet tuvo la “osadía” de enviar a Calvino un manuscrito donde denunciaba lo que él consideraba errores en su obra Institución de la Religión Cristiana, (no deja de ser paradójico pero si muy común en aquella época que un heresiarca intentara “corregir” a otro). Por su puesto esto no cayó bien a Calvino, que había logrado que el Consejo reconociese su obra como la doctrina santa de Dios[9]. De este modo escribió a Farel diciéndole “Servet acaba de enviarme con sus cartas un grueso volumen con sus delirios. Si se lo permitiera, vendría aquí, pero no le empeño mi palabra, pues caso de venir, si es que mi autoridad sirve para algo, no toleraré que salga vivo[10]

No faltaban así motivos para que Calvino por medio de Guillermo Trie hiciese llegar a manos del arzobispo de Viena algunos pliegos del tratado de Servet, lo arrestan, y posteriormente remite más pruebas en su contra compuestas del intercambio de la correspondencia que habían mantenido en el pasado. Un ejemplo de lo lejos que puede llegar Calvino, colaborando con la inquisición que detestaba, con tal de conseguir sus objetivos. Sin embargo, Servet logra escapar inexplicablemente a Ginebra donde termina arrestado y a merced del reformador.

Es aquí donde, conociendo los hechos, suenan simplemente pobres los intentos de excusar a Calvino de parte de Cesar Vidal, al alegar que la condena de Servet fue “no por orden de Calvino sino del gobierno de la ciudad en el que el reformador no tenía cargo alguno”, un gobierno de la ciudad que le profesaba una sumisión casi perruna, en un régimen teocrático donde el Estado estaba sometido a la Iglesia la cual regía éste con guante de hierro.

Que Calvino tenía motivos para querer ver en la hoguera a Servet, es algo que no puede dudarse, ya que él mismo lo reconoce en su carta a Farel. Que el consejo era un títere de Calvino es también indiscutible. Que no solo no rectificó sino que reiteradamente se opuso a la libertad de conciencia, es algo que es obvio, y de allí su enfrentamiento con Sebastián Castellio el cual sostenía exactamente lo contrario. “Bellianismo” fue bautizada la “herejía” con la que el discípulo fiel y sucesor de Calvino (Teodoro de Beza) se refiere a sostener que los herejes no deben ser castigados con la pena de muerte.

Así, Calvino no solo no rectifica sobre la condena de Servet sino que la justifica cuando escribeFidelis expositio errorum Michaelis Serveti & brevis eorundem refutatio, obra en la cual justifica la pena de muerte para los herejes[11].

Para justificar la muerte de Servet, Beza escribe: “Hay pocas ciudades suizas o alemanas donde no se haya dado muerte a anabaptistas de acuerdo a derecho: aquí nos hemos conformado con el destierro. Bolsec blasfemó contra la providencia de Dios; Sebastián Castellion blasonó los libros de las Sagradas Escrituras; Valentín blasfemó contra la esencia divina. Ninguno de ellos está muerto, dos fueron desterrados, el tercero fue absuelto con una multa honorable para Dios y para la señoría. ¿Dónde está la crueldad? Sólo Servet fue condenado al fuego. ¿Y quién fue jamás más merecedor que ese desdichado, que durante treinta años de tantas y tantas maneras blasfemó contra la eternidad del Hijo de Dios, atribuyó el nombre de Cancerbero a la Trinidad de las tres personas en una sola esencia divina, destruyó el bautismo de los niños, acumuló la mayor parte de todos los hedores que jamás Satanás vomitara contra la verdad de Dios, sedujo a infinidad de personas y, para colmo, sin haber querido nunca arrepentirse y así dar lugar a una verdad por la cual tantas veces había estado convencido o dar esperanzas de conversión” [12]

Curiosamente es Beza, quien para justificar la muerte de Servet, echa mano del recurso que Cesar Vidal nos atribuye, cuando alega que la muerte de Servet no fue tan grave porque los demás protestantes mataban muchos anabaptistas…

Conclusión

Don Cesar Vidal está en total libertad de elevar su muñeco de paja y lanzar golpes sin ton ni son como todo un Don Quijote, intentando así derribar sus supuestos mitos difundidos sobre el protestantismo, pero desde este humilde blog, alguien con una menor preparación académica le pide dos favores. Primero, que no deforme los argumentos de sus oponentes, y segundo, que no insulte la inteligencia de sus lectores.

Autor: José Miguel Arráiz

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NOTAS

[1] Respecto a esto Juan Pablo II escribe en la carta apostólica Tertio Millennio Adveniente“Otro capítulo doloroso sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento está constituido por la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad.

Es cierto que un correcto juicio histórico no puede prescindir de un atento estudio de los condicionamientos culturales del momento, bajo cuyo influjo muchos pudieron creer de buena fe que un auténtico testimonio de la verdad comportaba la extinción de otras opiniones o al menos su marginación. Muchos motivos convergen con frecuencia en la creación de premisas de intolerancia, alimentando una atmósfera pasional a la que sólo los grandes espíritus verdaderamente libres y llenos de Dios lograban de algún modo substraerse. Pero la consideración de las circunstancias atenuantes no dispensa a la Iglesia del deber de lamentar profundamente las debilidades de tantos hijos suyos, que han desfigurado su rostro, impidiéndole reflejar plenamente la imagen de su Señor crucificado, testigo insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre. De estos trazos dolorosos del pasado emerge una lección para el futuro, que debe llevar a todo cristiano a tener buena cuenta del principio de oro dictado por el Concilio: « La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas »”

[2] Justo Gonzales, Historia del cristianismo Tomo II, pág. 62

[3] Guido Zagheni, La Edad Moderna, Curso de Historia de Iglesia III, Ediciones Palabra, Madrid 2005, pág. 138.

[4] Para más información consultar Hermann Tuchle, Nueva Historia de la Iglesia, Ediciones Cristiandad, Tomo III, 1987, pág. 121

[5] Guido Zagheni, La Edad Moderna, Curso de Historia de Iglesia III, Ediciones Palabra, Madrid 2005, pág. 139

[6] Hermann Tuchle, Nueva Historia de la Iglesia, Ediciones Cristiandad, Tomo III, 1987, pág. 122

[7] Una referencia al suplicio de Monnet puede ser encontrada en Paul Henry D.D. The Live and Times of John Calvin, the great reformer, Vol II, Whittaker and CO., Ave María Lane, 1849

[8] Este episodio lo narra un colega del mismo Vidal en protestantedigital.com en el artículo Un librero anabautista en la Ginebra de Calvino. En otras fuentes (Calvino la fuerza y la fragilidad, Bernard Cottret) se detalla como Belot fue torturado después de haberlo encadenado.

[9] Leónard E. G., Histoire genérale du protestantisme I, París 1961, pág. 301 s.

[10] Roland H. Bainton, Servet, el hereje perseguido, Taurus Ediciones, Madrid, 1973, pág. 152

[11] Cesar Cantú, Historia Universal Tomo IV, Imprenta de Gaspar y Roig Editores, Madrid, 1866, Pág. 67

[12] Bernard Cottret, Calvino: la fuerza y la fragilidad, pág. 197.

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