Luego de haber estudiado la comprensión del nuevo nacimiento desde la perspectiva católica y la protestante, toca abordar ahora cómo entendían los primeros cristianos y la Iglesia primitiva el nuevo nacimiento.
A continuación presento una recopilación de algunos textos patrísticos de los primeros cuatro siglos cristianos que he considerado dignos de mención. Debido al alcance de esta obra, y a la abundancia de textos sobre este tema, se hace imposible recopilarlos todos. Téngase en cuenta que algunos padres de la Iglesia predicaron y escribieron tantas veces sobre este tema, que una recopilación completa exigiría uno o quizá varios volúmenes dedicados a cada uno de ellos.
El Pastor de Hermas (141 – 155 d.C.)
El «Pastor de Hermas» es un libro que fue muy apreciado en la Iglesia primitiva, hasta el punto de que algunos de los Santos Padres llegaron a considerarlo como canónico, esto es, perteneciente al conjunto de la Sagrada Escritura. Sin embargo, gracias al Fragmento Muratoriano (un pergamino del año 180 que recoge la lista de los libros inspirados, descubierto y publicado en el siglo XV), sabemos que fue compuesto por un tal Hermas, hermano del Papa Pío I, en la ciudad de Roma entre los años 141 y 155.
El autor del Pastor de Hermas narra cómo recibe una visión desde lo alto en la que se le muestra una gran torre sobre el mar que representa a la Iglesia, que es construida tomando piedras de diferentes lugares y que a su vez representan a los creyentes que fueron purificados y vivificados por Dios a través de las aguas del bautismo:
“Le supliqué por el Señor que me mostrara la visión que me había prometido. Y ella, otra vez me tomó de la mano, me levantó y me hizo sentar en el banco a su izquierda. Se sentó también ella, a la derecha, y, levantando una vara brillante, me dijo:
-¿Ves una cosa grande?
-Señora-le contesté-, no veo nada.
-¡Cómo!-me replica-; ¿conque no ves delante de ti una torre que se está construyendo sobre las aguas con brillantes sillares?
Es un cuadrilátero, en efecto, se estaba construyendo la torre por mano de aquellos seis jóvenes que habían venido con ella; y juntamente, otros hombres, por millares y millares, se ocupaban en acarrear piedras, unos de lo profundo del mar, otros de la tierra, y se las entregaban a los seis jóvenes. Estos las tomaban y edificaban.
Todas las piedras sacadas de lo profundo del mar las colocaban sin más en la construcción, pues estaban ya labradas y se ajustaban unas con otras al punto que no parecía juntura alguna y la torre parecía construida como de un solo bloque.
De las piedras traídas de la tierra, unas las tiraban, otras las colocaban en la construcción, otras las hacían añicos y las arrojaban lejos de la torre. Había además, gran cantidad de piedras tiradas en torno de la torre y que no empleaban en la construcción, pues de ellas unas estaban carcomidas, otras con rajas, otras desportilladas, otras eran blancas y redondas y no se ajustaban a la construcción.
Veía también otras piedras arrojadas lejos de la torre, que venían a parar al camino, pero que no se detenían en él, sino que seguían rodando del camino a un paraje intransitable; otras caían al fuego y allí se abrasaban; otras tendían a parar cerca de las aguas, pero no tenían fuerza para rodar al agua por más que deseaban rodar y llegar hasta ella.
Yo le rogué por el Señor que me mostrara la visión que me había prometido. Entonces ella me tomó de nuevo por la mano, y me levantó, y me hizo sentar en el sofá en el lado izquierdo, en tanto que ella se sentaba en el derecho. Y levantando una especie de vara reluciente, me dijo: «¿Ves algo muy grande?» Y yo le dije: «Señora, no veo nada.» Ella me dijo: «Mira, ¿no ves enfrente de ti una gran torre que es edificada sobre las aguas, de piedras cuadradas relucientes?»
Y la torre era edificada por los seis jóvenes que habían venido con ella. Y muchísimos otros traían piedras, y algunos de ellos de lo profundo del mar y otros de la tierra, y las iban entregando a los seis jóvenes. Y éstos las tomaban y edificaban. Las piedras que eran arrastradas del abismo las colocaban, en cada caso, tal como eran, en el edificio, porque ya se les había dado forma; y encajaban en sus junturas con las otras piedras; y se adherían tan juntas la una a la otra que no se podía ver la juntura; y el edificio de la torre daba la impresión como si fuera edificado de una sola piedra.
Pero, en cuanto a las otras piedras que eran traídas de tierra firme, algunas las echaban a un lado, otras las ponían en el edificio, y otras las hacían pedazos y las lanzaban lejos de la torre. Había también muchas piedras echadas alrededor de la torre, y no las usaban para el edificio; porque algunas tenían moho, otras estaban resquebrajadas, otras eran demasiado pequeñas, y otras eran blancas y redondas y no encajaban en el edificio.
Y vi otras piedras echadas a distancia de la torre, y caían en el camino y, con todo, no se quedaban en el camino, sino que iban a parar a un lugar donde no había camino; y otras caían en el fuego y ardían allí; y otras caían cerca de las aguas y, pese a todo, no podían rodar dentro del agua, aunque deseaban rodar y llegar al agua.
Habiéndome mostrado todas estas cosas, quería retirarse. Le dije:
-Señora, ´¿de qué me sirve haber visto todo esto, si no sé lo que significa cada cosa?
Me respondió diciendo:
-Astuto eres, hombre, queriendo conocer lo que se refiere a la torre.
-Sí, señora-le respondo-; quiero conocerlo para anunciarlo a los hermanos y así se pongan más alegres y, luego de haber oido estas cosas, reconozcan al Señor en mucha gloria.
Y ella me dijo:
… La torre que ves que se está edificando, soy yo misma, la Iglesia…Y la torre está edificada sobre las aguas porque vuestra vida se salvó por el agua y por el agua se salvará; mas el fundamento sobre el que se asienta la torre es la palabra del Nombre omnipotente y glorioso y se sostiene por la virtud invisible del Dueño.”[1]
“Explícame, Señor -le dije-, todavía otra cosa.
-¿Qué es lo que quieres saber?- me contestó.
-¿Por qué, Señor-le dije-, subieron las piedras del fondo del agua y fueron colocadas en la construcción de la torre, siendo así que antes habían llevado estos espíritus?
-Me contestó-: necesario les fue subir por el agua, a fin de ser vivificados, pues no les era posible entrar de otro modo en el reino de Dios, sino deponían la mortalidad de su vida anterior. Así, pues, también éstos, que habían ya muerto, recibieron el sello del Hijo de Dios, y así entraron en el reino de Dios. Porque antes -me dijo- de llevar el hombre del sello del Hijo de Dios, está muerto; mas una vez que recibe el sello, depone la mortalidad y recobra la vida. Ahora bien, el sello es el agua y, consiguientemente, bajan al agua muertos y salen vivos. Así, pues, también aquellos les fue predicado este sello, y ellos lo recibieron para entrar en el Reino de Dios.”[2]
Carta a Bernabé (70 – 130 d.C.)
Clemente de Alejandría, a principios del siglo III, dio el nombre de Epístola de Bernabé a un breve escrito en lengua griega. Los estudios modernos han dejado claro que este escrito no fue compuesto por el apóstol San Bernabé, compañero de San Pablo en sus viajes apostólicos, sino que es obra de un autor desconocido que a su vez, se valió probablemente de documentos preexistentes de diversas épocas. Su composición se sitúa entre los años 70 y 130 d.C.
Aunque no habla explícitamente del nuevo nacimiento, da a entender que por medio del bautismo se nos perdonan nuestros pecados y participamos en la muerte y resurrección de Cristo naciendo a una vida nueva:
“Mas inquiramos si tuvo el Señor interés en manifestarnos anticipadamente algo acerca del agua y de la cruz. Ahora bien, acerca del agua se dice contra Israel cómo no habían de aceptar el bautismo, que trae la remisión de los pecados, sino que se construirían otros lavatorios para sí mismos… Daos cuenta cómo definió en uno el agua y la cruz. Pues lo que dice es esto: Bienaventurados quienes, habiendo puesto su confianza en la cruz, bajaron al agua; porque su recompensa dice que será en el tiempo debido.
Entonces—dice—daré la paga. Lo que luego añade sobre que las hojas no caerán significa que toda palabra que saliere de vuestra boca en fe y caridad, será para conversión y esperanza de muchos.
Además, otro profeta dice: Y era la tierra de Israel celebrada sobre toda otra tierra. Lo que quiere decir: El Señor glorifica el vaso de su Espíritu. ¿Qué dice seguidamente? Y el río fluía por la derecha y brotaban de él hermosos árboles; y quien comiere de ellos vivirá para siempre. Esto quiere decir que nosotros bajamos al agua rebosando pecados y suciedad, y subimos llevando fruto en nuestro corazón, es decir, con el temor y la esperanza de Jesús en nuestro espíritu. Y el que comiere de ellos, vivirá para siempre, quiere decir: quien escuchare, cuando se le hablan estas cosas, y las creyere, vivirá eternamente..”[3]
Justino Mártir (100 – 168 d.C.)
Mártir de la fe cristiana hacia el año 165 (decapitado), es considerado el mayor apologeta del Siglo II.
Enseña que nacemos de nuevo en el bautismo, en el cual se nos perdonan los pecados y somos regenerados espiritualmente. La fórmula para el bautismo ha de ser en nombre de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo:
“Vamos a explicar ahora de qué modo, después de renovados por Jesucristo, nos hemos consagrado a Dios, no sea que, omitiendo este punto, demos la impresión de proceder en algo maliciosamente en nuestra exposición.
Cuantos se convencen y tienen fe de que son verdaderas estas cosas que nosotros enseñamos y decimos y prometen poder vivir conforme a ellas, se les instruye ante todo para que oren y pidan, con ayunos, perdón a Dios de sus pecados anteriormente cometidos, y nosotros oramos y ayunamos juntamente con ellos.
Luego los conducimos a sitio donde hay agua, y por el mismo modo de regeneración con que nosotros fuimos también regenerados, son regenerados ellos, pues entonces toman en el agua el baño en el nombre de Dios, Padre y Soberano del Universo, y de nuestro Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo. Y es así que Cristo dijo: Si no volviereis a nacer, no entraréis en el reino de los cielos.
Ahora bien, evidente es para todos que no es posible, una vez nacidos, volver a entrar en el seno de nuestras madres…La razón que para esto aprendimos de los apóstoles es ésta:
Puesto que de nuestro primer nacimiento no tuvimos conciencia, engendrados que fuimos por necesidad de un germen húmedo por la mutua unión de nuestros padres y nos criamos en costumbres malas y en conducta perversa; ahora, para que no sigamos siendo hijos de la necesidad y de la ignorancia, sino de la libertad y del conocimiento, y alcancemos juntamente perdón de nuestros anteriores pecados, se pronuncia en el agua sobre el que ha determinado regenerarse y se arrepiente de sus pecados el nombre de Dios Padre y Soberano del Universo, y este solo nombre aplica a Dios el que conduce al baño a quien ha de ser lavado…
Y el iluminado se lava también en nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo, que por los profetas nos anunció de antemano todo lo referente a Jesús.”[4]
Ireneo de Lyon (130 – 202 d.C.)
San Ireneo (obispo y mártir) fue discípulo de San Policarpo que a su vez fue discípulo del Apóstol San Juan. Es célebre por su tratado “Contra las Herejías”, donde combate las herejías de su tiempo, en especial la de los gnósticos. En el año 177 era presbítero en Lyon (Francia), y poco después ocupó la sede episcopal de dicha ciudad. Murió martirizado el año 200.
En su Exposición de la Doctrina Apostólica enseña que el nuevo nacimiento ocurre por medio del bautismo en nombre de la Tres Divinas Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
“Nuestro nuevo nacimiento, el bautismo, se hace con estos tres artículos, y nos otorga el nuevo nacimiento en Dios Padre, por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que llevan el Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir, al Hijo; el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les confiere la incorruptibilidad.”[5]
Añade que el bautizado es regenerado en su nuevo nacimiento, que ese poder fue dado a los discípulos y que sin el bautismo no podríamos hacernos uno con Cristo y recibir el Espíritu Santo:
“Al darles a los discípulos el poder de la regeneración en Dios, les dijo: «Id y enseñad a todas las naciones, y bautizadlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Por los profetas había prometido que lo derramará en los últimos tiempos sobre sus siervos y siervas, para que profeticen. Por eso también descendió sobre el Hijo de Dios hecho Hijo del Hombre, para acostumbrarse a habitar con él en el género humano, a descansar en los hombres y a morar en la criatura de Dios, obrando en ellos la voluntad del Padre y renovándolos de hombre viejo a nuevo en Cristo.
Este Espíritu es el que David pidió para el género humano, diciendo: «Confírmame en el Espíritu generoso». De él mismo dice Lucas que descendió en Pentecostés sobre los Apóstoles, con potestad sobre todas las naciones para conducirlas a la vida y hacerles comprender el Nuevo Testamento: por eso, provenientes de todas las lenguas alababan a Dios, pues el Espíritu reunía en una sola unidad las tribus distantes, y ofrecía al Padre las primicias de todas las naciones.
Para ello el Señor prometió que enviaría al Paráclito que nos acercase a Dios. Pues, así como del trigo seco no puede hacerse ni una sola masa ni un solo pan, sin algo de humedad, así tampoco nosotros, siendo muchos, podíamos hacernos uno en Cristo Jesús, sin el agua que proviene del cielo.
Y así como si el agua no cae, la tierra árida no fructifica, así tampoco nosotros, siendo un leño seco, nunca daríamos fruto para la vida, si no se nos enviase de los cielos la lluvia gratuita. Pues nuestros cuerpos recibieron la unidad por medio de la purificación (bautismal) para la incorrupción; y las almas la recibieron por el Espíritu. Por eso una y otro fueron necesarios, pues ambos nos llevan a la vida de Dios.” [6]
Y si por el nuevo nacimiento recibimos la gracia de la salvación, y la salvación es para todos, de allí deduce que los niños también deben ser bautizados para poder salvarse y ser santificados:
“Porque vino a salvar a todos: y digo a todos, es decir a cuantos por Él renacen para Dios, sean bebés, niños, adolescentes, jóvenes o adultos. Por eso quiso pasar por todas las edades: para hacerse bebé con los bebés a fin de santificar a los bebés; niño con los niños, a fin de santificar a los de su edad, dándoles ejemplo de piedad, y siendo para ellos modelo de justicia y obediencia; se hizo joven con los jóvenes, para dar a los jóvenes ejemplo y santificarlos para el Señor.”[7]
Clemente de Alejandría (150 – 217 d.C.)
Nació hacia el año 150, probablemente en Atenas, de padres paganos. Después de hacerse cristiano, viajó por el sur de Italia y por Siria y Palestina, en busca de maestros cristianos, hasta que llegó a Alejandría; las enseñanzas de Panteno hicieron que se quedara allí. Hacia el año 202, la persecución de Septimio Severo le obligó a abandonar Egipto, y se refugió en Capadocia, donde murió poco antes del año 215.
Su conocimiento de los escritos paganos y de la literatura cristiana es notable; según Johannes Quasten, en sus obras se encuentran unas 360 citas de los clásicos, 1500 del Antiguo Testamento y 2000 del Nuevo Testamento.
Enseña en su obra El Pedagogo, que por medio del bautismo recibimos la filiación divina y nos hacemos hijos adoptivos de Dios, perfectos e inmortales. El bautismo es por lo tanto, una regeneración, en donde somos iluminados, nuestros pecados son perdonados y recibimos al Espíritu Santo:
“Lo mismo ocurre con nosotros de quienes el Señor fue el modelo: una vez bautizados, hemos sido iluminados; iluminados, hemos sido adoptados como hijos; adoptados, hemos sido hechos perfectos; perfectos, hemos sido inmortales. Está escrito: «Yo os dije: dioses sois, y todos hijos del Altísimo. Esta obra recibe diversos nombres: gracia, iluminación, perfección, baño.
Baño, por el que somos purificados de nuestros pecados; gracia, por la que se nos perdona la pena por ellos merecida; iluminación, por la que contemplamos aquella santa y salvadora luz, es decir, aquella por la que podemos llegar a contemplar lo divino; y perfección, decimos, finalmente, porque nada nos falta.
Pues, ¿Qué puede faltarle a quien ha conocido a Dios? Sería realmente absurdo llamar gracia de Dios a lo que no es perfecto y completo: quien es perfecto concederá, sin duda, gracias perfectas.
Así como todas las cosas se producen en el instante mismo en que Él lo ordena, así también, al solo hecho de querer Él conceder una gracia, ésta se sigue en toda su plenitud; pues por el poder de su voluntad se anticipa el tiempo futuro. Además, principio de salvación es la liberación del mal.
Solo quienes hemos alcanzado las fronteras de la vida, somos ya perfectos, y ya vivimos quienes hemos sido separados de la muerte. Seguir a Cristo es la salvación: «Lo que fue hecho en Él, es vida» (Jn 1,3). «En verdad, en verdad os digo -asegura-, el que escucha mi palabra y cree en quien me ha enviado, tiene la vida eterna, y no es sometido a juicio, sino que pasa de la muerte a la vida» (Jn 5,24).
De modo que el solo hecho de creer y ser regenerado es la perfección en la vida, porque Dios no es jamás deficiente. Así como su voluntad es su obra y se llama «mundo», así también su decisión es la salvación de los hombres y se llama Iglesia…
El que ha sido regenerado, como el nombre indica, siendo iluminado ha sido liberado al punto de las tinieblas y, por eso mismo, ha recibido la luz.
Como aquellos que, sacudidos del sueño, se despiertan en seguida interiormente, o mejor, como aquellos que intentan quitarse de los ojos las cataratas, y no pueden recibir la luz exterior, de la que se ven privados, pero, desembarazándose al fin de lo que obstruía sus ojos, dejan libre su pupila, así también nosotros, al recibir el bautismo, nos desembarazamos de los pecados que, cual sombrías nubes, obscurecían al Espíritu Divino; dejamos libre, luminoso y sin impedimento alguno el ojo del espíritu, con el único que contemplamos lo divino, ya que el Espíritu Santo desciende desde el cielo para estar a nuestro lado.” [8]
Al igual que todos los primeros padres, admite que por el bautismo recibimos el perdón de nuestros pecados, y lo considera el filtro por el que corremos hacia la luz eterna:
“Nuestros pecados son lavados por el único remedio curativo: el bautismo del Logos. Quedamos lavados de todos nuestros pecados y, de repente, ya no somos malos; es la gracia singular de la iluminación, por la que nuestra conducta ya no es la misma que la de antes del baño bautismal…
Así también nosotros, cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y renunciamos a sus males pasando «por el filtro» del Bautismo, corremos hacia la luz eterna, como hijos hacia el Padre.”[9]
Orígenes (185 – 254 d.C.)
Orígenes fue escritor eclesiástico, teólogo y comentarista bíblico. Vivió en Alejandría hasta el año 231, se pasó los últimos 20 años de su vida en Cesarea del Mar, Palestina y viajando por el imperio romano. Fue el mayor maestro de la doctrina cristiana en su época y ejerció una extraordinaria influencia como intérprete de la Biblia. Para Orígenes el bautismo es el sello de la fe que lava toda mancha de pecado, es fuente de dones divinos y nos hace «nacer de nuevo»:
“Que cada uno de los fieles se acuerde de las palabras que pronunció al renunciar al demonio, cuando vino por primera vez a las aguas del bautismo, tomando sobre sí el primer sello de la fe y acudiendo a la fuente salvadora.”[10]
“El lavatorio por medio del agua es símbolo de la purificación del alma, que lava toda mancha de maldad, sin que deje de ser por ello principio y fuente de los dones divinos para aquel que se entrega a sí mismo al poder divino de las invocaciones de la Trinidad adorable…
Pero el bautismo, que es un nuevo nacimiento, no es el que otorgaba Juan, sino el que otorgaba Jesús por medio de los discípulos, y se llama «lavatorio de regeneración» que se hace con una renovación del Espíritu. Este Espíritu que entonces viene, puesto que es el Espíritu de Dios, aletea sobre las aguas; pero no se comunica a todos simplemente con el agua.”[11]
Pero si por medio del bautismo nacemos de nuevo y se nos perdonan nuestros pecados, ¿para qué habrían de ser bautizados los niños, si ellos no han cometido pecado?, a esta pregunta responde Orígenes en su homilía sobre el evangelio de Lucas:
“Si los niños son bautizados “para la remisión de pecados” cabe preguntarse ¿de qué pecados se trata?, ¿Cuándo pudieron pecar ellos?, ¿Cómo se puede aceptar semejante testimonio para el bautismo de niños si no se admite que “nadie está exento de pecado, aun cuando su vida en la tierra no haya durado más que un solo día”?.
Las manchas del nacimiento son borradas por el misterio del bautismo. Se bautiza a los niños porque “si no se nace del agua y del espíritu, es imposible entrar al reino de los cielos.”[12]
Orígenes también señala que esta es la razón por la cual la Iglesia recibió de los apóstoles la tradición de bautizar a los niños:
“La Iglesia ha recibido de los Apóstoles la costumbre de administrar el bautismo incluso a los niños. Pues aquellos a quienes fueron confiados los secretos de los misterios divinos sabían muy bien que todos llevan la mancha del pecado original, que debe ser lavado por el agua y el Espíritu.” [13]
De tal manera que tanto los niños como los adultos nacen de nuevo a través de lo que Orígenes llama “baño de regeneración”:
“Había muchos leprosos en Israel en los días del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, solo Naamán el sirio, que no pertenecía al pueblo de Israel. Consideren el gran número de leprosos que había hasta ese momento “en Israel según la carne”.
Vean, por otro lado, al Eliseo espiritual, nuestro Señor y Salvador, que purifica en el misterio bautismal a los hombres cubiertos por las manchas de lepra y les dirige estas palabras: “Levántate, vete al Jordán, lávate y tu carne quedará limpia”. Naamán se levantó, se fue y al bañarse se cumplió el misterio del bautismo, “su carne quedó igual a la carne de un niño”. ¿De qué niño? De aquel que “en el baño de la regeneración” nace en Cristo Jesús.”[14]
Tertuliano (160 – 220 d.C.)
Nació aproximadamente en el año 160 y falleció hacia el 220. Tertuliano no es considerado un padre de la Iglesia, sino un apologeta y escritor eclesiástico de gran erudición. Al final de su vida cae en herejía y se hace montanista, pero fue muy leído antes de abandonar la Iglesia Católica.
Tertuliano dedicó un tratado exclusivamente al bautismo, el cual es la primera exposición completa y exhaustiva del sentido y la función del bautismo escrita antes del Concilio de Nicea. En ella intenta defender el sentido del bautismo de un tal Quintilla, un miembro de la secta de los cainitas, derivada del gnosticismo, que creían que toda materia era esencialmente mala, por lo cual también el agua como elemento material del bautismo lo era.
Comienza su obra exclamando “¡Dichoso sacramento el del agua (cristiana), que lava los pecados de nuestra pasada ceguera y nos engendra a la vida eterna!” Y termina con esta comparación: “Mas nosotros, pececitos, que tenemos nuestro nombre de nuestro pez, Jesucristo, nacemos en el agua y no tenemos otro medio de salvación que permaneciendo en esta agua saludable.”[15]
Añade que aunque el bautismo es una obra exterior, su efecto es espiritual, no solo porque nos hace nacer de nuevo sino porque nos purifica de nuestros pecados y nos hace recibir al Espíritu Santo:
“Al salir del baño saludable se hace sobre nosotros una unción santa… La unción que recibimos se hace, en verdad, sobre la carne, pero su efecto se extiende en el alma. Del mismo modo, la acción del bautismo es exterior, dado que es el cuerpo el que es sumergido en el agua, sin embargo, su efecto es enteramente espiritual, puesto que somos purificados de nuestros pecados.” [16]
“Es en ese momento cuando el Espíritu Santo desciende gustosamente desde el seno del Padre sobre los cuerpos así purificados y benditos; reposa sobre las aguas del bautismo como si reconociera su antiguo trono…
Tan pronto como nuestro cuerpo ha sido lavado de sus antiguos pecados en las aguas saludables del bautismo, el Santo Espíritu, esa celeste paloma, vuela sobre nosotros trayéndonos la paz de Dios.”[17]
Cipriano de Cartago (200 – 258 d.C.)
Obispo de Cartago nacido hacia el año 200, probablemente en Cartago, de familia rica y culta. Se dedicó en su juventud a la retórica. El disgusto que sentía ante la inmoralidad de los ambientes paganos, contrastado con la pureza de costumbres de los cristianos, le indujo a abrazar el cristianismo hacia el año 246 y entregar todas sus riquezas a los pobres. Poco después, en el año 248, fue elegido obispo. Al arreciar la persecución de Decio, en el año 250, juzgó mejor retirarse a un lugar apartado, para poder seguir ocupándose de su grey.
San Cipriano llama al bautismo “baño de salvación” en el cual “el Espíritu Santo se da por entero al creyente”[18]. Añade que en el bautismo comienza para el creyente una nueva vida de gracia en la cual el hombre queda liberado del demonio por la misericordia divina:
“Debemos creer que cuando se llega al agua de salvación y a la santificación por el bautismo, allí es aplastado el demonio, y el hombre consagrado a Dios queda liberado por la misericordia divina.”[19]
Una controversia sobre el bautismo de infantes que atendió San Cipriano arroja mucha luz sobre su doctrina acerca bautismo como sacramento de salvación.
La controversia comienza cuando Fido le consulta sobre si está de acuerdo en la opinión de posponer el bautismo de los recién nacidos hasta el octavo día de nacido, en semejanza a la circuncisión, a lo que San Cipriano contesta negativamente razonando que dado que por el bautismo somos admitidos a la gracia de Cristo, no hay razón alguna para posponerlo:
“Pero en relación con el caso de los niños, en el cual dices que no deben ser bautizados en el segundo o tercer día después de su nacimiento, y que la antigua ley de la circuncisión debe considerarse, por lo cual piensas que alguien que acaba de nacer debe no ser bautizado y santificado dentro de los ocho días, todos nosotros pensamos de manera muy diferente en nuestro Concilio. Porque en este curso que pensabas tomar, nadie está de acuerdo, sino que todos juzgamos que la misericordia y gracia de Dios no debe ser negada a ningún nacido de hombre.
Porque como dice el Señor en su Evangelio: «El Hijo del hombre no ha venido a destruir la vida de los hombres, sino a salvarlas», en la medida que podamos, debemos procurar que, si es posible, ningún alma se pierda…
Por otra parte, la fe en la Escritura divina nos declara que todos, ya sean niños o mayores, tenemos la misma igualdad en los divinos dones… Razón por la cual creemos que nadie debe ser impedido de obtener la gracia de la ley, por la ley en la que fue ordenado, y que la circuncisión espiritual no debe ser obstaculizada por la circuncisión carnal, sino que absolutamente todos los hombres tienen que ser admitidos a la gracia de Cristo, ya que también Pedro en los Hechos de los Apóstoles, habla y dice: «El Señor me ha dicho que yo no debería llamar a ningún hombre común o inmundo.»
Pero si nada podría obstaculizar la obtención de la gracia a los hombres, ni el más atroz de los pecados puede poner obstáculos a los que son mayores.
Pero si hasta a los más grandes pecadores, y los que habían pecado en contra de Dios, cuando creen, se les concede la remisión de los pecados y nadie se ve impedido del bautismo y de la gracia, ¿Cuánto más deberíamos obstaculizar un bebé?, ¿que, siendo recién nacido, no ha pecado, salvo en que, habiendo nacido de la carne de Adán, ha contraído el contagio de la muerte antigua en su nacimiento?…
Y por lo tanto, querido hermano, esta era nuestra opinión en el Concilio, que por nosotros, nadie debe impedirse el bautismo y la gracia de Dios, que es misericordioso y amable y cariñoso para con todos. Que, puesto que es lo observado y mantenido respecto a todos, nos parece que debe respetarse aun más en el caso de los lactantes…”[20]
Basilio de Cesarea (329 – 379 d.C.)
Santo, obispo de Cesarea y doctor de la Iglesia, nació en el año 330 y falleció en el año 379. Es reconocido como uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia de Oriente, junto con San Atanasio, San Gregorio nacianceno y San Juan Crisóstomo.
San Basilio enseña que cuando Cristo habla de que para poder entrar en el Reino de los Cielos hay que nacer de nuevo, se refiere a recibir la gracia del bautismo:
“Todos nosotros, que anhelamos el reino de Dios, e igual y necesariamente nos apresuramos por conseguir la gracia del bautismo, conforme al mandato del Señor que ha dicho: Quien no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de los Cielos, estamos obligados a conformarnos al único significado del bautismo”[21]
Cirilo de Jerusalén (315 – 386 d.C.)
Nació en Jerusalén o en sus cercanías, hacia el año 313 o 315 y se estima que murió en el año 386. Fue padre de la Iglesia y arzobispo de Jerusalén. Sus padres eran cristianos y le dieron una excelente educación. Conocía muy bien las Sagradas Escrituras y las citaba frecuentemente en sus instrucciones. Se cree que fue ordenado sacerdote por el obispo de Jerusalén San Máximo, quien le encomendó la tarea de instruir a los Catecúmenos, cosa que hizo por varios años. Sucedió a Máximo en la sede de Jerusalén el año 348 y fue obispo de esa ciudad por unos 35 años.
San Cirilo de Jerusalén dedica una catequesis completa al bautismo en la que entre otras ideas reafirma que para poder entrar en el Reino de los cielos hay que recibir el sello de Dios a través del agua del bautismo:
“Al estar el hombre compuesto de alma y cuerpo, la purificación es doble: incorpórea para la parte no corporal, corporal para el cuerpo. Pues a la vez que el agua limpia el cuerpo, así el Espíritu sella el alma, para que, asperjados, con el corazón a través del Espíritu, y lavados por el agua, también con el cuerpo tengamos acceso a Dios. El descenderá al agua. Por eso no debes fijarte en la pobreza del elemento material, pues habrás de recibir con eficacia la salvación: sin ambas cosas no puedes recibir la salvación. No soy yo quien lo dice, sino el Señor Jesucristo que es quien tiene la potestad sobre este asunto, pues Él dice: El que no nazca de nuevo, añadiendo, del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
Tampoco posee perfectamente la gracia quien es bautizado con agua, pero no recibe el Espíritu Santo. Incluso si alguien, estado instruido en las obras de las virtudes, no recibe el sello a través del agua, tampoco entrará en el reino de los cielos. Esta afirmación parece atrevida, pero no es mía, pues es Jesús quien la ha pronunciado; la prueba para ella tómala tú de la Sagrada Escritura.”[22]
San Efrén de Nísibe (306 – 373 d.C.)
Efrén nació en Siria, en Nisibe hacia el año 306, de una familia probablemente cristiana, según unos; según otros, sus padres fueron paganos, su padre aún sacerdote del ídolo Abnil o Abizal; y el joven habría sido arrojado del hogar por su conversión al cristianismo. Se ordenó diácono y permaneció como tal durante toda su vida, fundó una escuela de exégesis que gracias a él llegó a tener una gran celebridad. Sus últimos diez años los pasó en una actividad intelectual intensa. Allí murió en 373.
“Nicodemo respondió: “¿Es posible que un hombre anciano vuelva a entrar en el seno de su madre y nazca de nuevo?. Según la ley, el seno de la madre y también su hijo están impuros a causa del parto. Pero nuestro Señor no abandona a Nicodemo en su debilidad, le da una indicación luminosa: “si alguien no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Si Nicodemo hubiera querido, podría haber comprendido, gracias a los símbolos antiguos y el argumento del Señor, que la inmersión del cuerpo en el agua, con la comunicación del Espíritu, era necesaria: “lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu, es espíritu”.
Instruía su fe explicándole que hay un nacimiento visible, el de la carne, y un nacimiento invisible, el del bautismo, que es espíritu.”[23]
Juan Crisóstomo (347 – 407 d.C.)
Santo, Patriarca de Constantinopla y doctor de la Iglesia, nacido en Antioquía, Siria en el año 347, es considerado uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia de Oriente. En la Iglesia Ortodoxa griega es reconocido como uno de los más grandes teólogos y uno de los tres Pilares de la Iglesia, juntamente con San Basilio y San Gregorio.
Enseña que el bautismo es un don de Dios en el que regenera al creyente, haciéndolo nacer a una vida nueva en la que recibe la el Espíritu Santo y le confiere la máxima dignidad, la adopción como hijo de Dios:
“Cuando veas al sacerdote que te da el pan consagrado, no pienses que es el sacerdote quien te lo da, sino mira la mano de Cristo mismo tendida hacia ti. Porque al modo que, cuando te bautiza, no es el sacerdote quien te bautiza, sino Dios mismo quien con poder invisible sostiene tu cabeza y ni un ángel ni un arcángel ni otro alguno se atrevería a acercarse y a tocarla, así también es aquí. Siendo, pues, Dios el único que regenera, don suyo únicamente es el bautismo.”[24]
“Y una vez bañado Jesús, subió del agua, y he aquí que se le abrieron los cielos. ¿Por qué razón, pues, se abren los cielos?- Para que os deis cuenta de que también en vuestro bautismo se abre el cielo, os llama Dios a la patria de arriba y quiere que no tengáis ya nada en común con la tierra…La paloma apareció entonces para señalar como con el dedo a los allí presentes y a Juan mismo que Jesús era Hijo de Dios; mas no solo para eso, sino para que tú también adviertas que en tu bautismo viene también sobre ti el Espíritu Santo.”[25]
“Porque solo el bautismo de Cristo contiene el don del Espíritu Santo, el de Juan nada tiene que ver con ese don. De allí que ningún prodigio se cumple en ninguno de los otros bautizados; si solo al bautizarse Aquel que nos había de dar este bautismo. Con ello quiso el Señor que advirtierais, aparte de lo ya dicho, que no fue la pureza del que bautizaba, sino la virtud del que era bautizado, la que hizo todo aquello. Solo por Él se abrieron los cielos y descendió el Espíritu Santo.
Porque, desde aquel momento, nos saca de la vida vieja a la nueva, nos abre las puertas de arriba, nos manda desde allí al Espíritu Santo y nos convida a nuestra patria celeste. Y no solo nos convida, sino que, a par, nos otorga la máxima dignidad. Porque no nos hizo ángeles o arcángeles, sino hijos amados de Dios, de este modo nos conduce a aquella herencia celeste.”[26]
Agustín de Hipona (354 – 430 d.C.)
Santo y doctor de la iglesia, es reconocido como uno de los cuatro doctores más reconocidos de la Iglesia Latina. Nació en el año 354 y llegó a ser obispo de Hipona durante treinta y cuatro años. Combatió duramente todas las herejías de la época y murió el año 430.
Cuando San Agustín comenta el capítulo tres del evangelio de Juan, identifica el nuevo nacimiento con el bautismo, y haciendo un paralelo con el bautismo natural recuerda que solo se puede bautizar una sola vez:
“Pero él [Nicodemo], que solo tenía experiencia del sabor de su carne, ya que su boca no había gustado todavía el sabor de la carne de Cristo, responde al Salvador: ¿Cómo puede un hombre que es ya viejo volver a nacer? ¿Puede acaso entrar otra vez en el vientre de su madre y nacer de nuevo? No conoce otro nacimiento que el de Adán y de Eva, e ignora el que se origina de Cristo y de la Iglesia. Solo entiende de la paternidad que engendra para la muerte, no de la paternidad que engendra para la vida. No conoce otros padres que los que engendran sucesores, e ignora los que, siendo inmortales, engendran para la inmortalidad.
Existen dos nacimientos; mas él solo de uno tiene noticia. Uno es de la tierra y otro es del cielo; uno de la carne y otro del espíritu; uno de la mortalidad, otro de la eternidad; uno de hombre y de mujer y otro de Cristo y de la Iglesia. Los dos son únicos. Ni uno ni otro se pueden repetir. ¡Qué bien comprende Nicodemo el nacimiento de la carne! ¡Ojalá comprendas tú el nacimiento del espíritu como él comprende el nacimiento de la carne!
¿Qué entiende Nicodemo? ¿Puede acaso el hombre volver al vientre de su madre y renacer? A quien quiera que te dijese que tienes que renacer espiritualmente, contéstale como Nicodemo: ¿Puede un hombre volver a entrar en el vientre de su madre y renacer? Yo ya nací de Adán, ya no me puede Adán engendrar otra vez. He nacido ya de Cristo, ya no me puede Cristo engendrar otra vez. Como el vientre no se puede repetir, tampoco el bautismo.” [27]
En el mismo tratado insiste en que a través del bautismo los creyentes reciben la adopción divina y se les perdonan sus pecados:
“Los ya renacidos del agua y del Espíritu Santo, ¿Qué es lo que oyen decir al Apóstol? Fuisteis en algún tiempo tinieblas, mas ahora ya sois luz en el Señor; caminad ya como hijos de la luz. Y en otro lugar: Seamos sobrios, porque somos del día. Luego los ya renacidos fueron hijos de la noche, pero ahora son ya del día. Eran tinieblas, pero ahora son ya luz. A éstos ya se confía Jesús. No se llegan a Jesús de noche, como Nicodemo; no buscan el día en las tinieblas. Públicamente lo confiesan: Ya se dio Jesús a ellos, ya obró en ellos la salud; por eso dijo Él mismo: Quien no come mi carne ni bebe mi sangre, no tendrá en sí mismo la vida.
Los catecúmenos llevan la señal de la cruz en la frente: son ya de la casa grande; solo les falta que de esclavos pasen a ser hijos; ya son algo, ya son de la casa grande.
¿Cuándo comió el maná el pueblo de Israel? Cuando hubo atravesado el mar Rojo. Oye del Apóstol qué significa el mar Rojo: Quiero que sepáis, dice el Apóstol, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y que todos pasaron por el mar Rojo. ¿Para qué pasaron el mar Rojo? Sigue el Apóstol, como si contestara a su pregunta: Y todos fueron bautizados por Moisés en la nube y en el mar.
Si lo que era solo figura tuvo tanto poder, ¿Qué poder no tendrá el verdadero bautismo? Si lo que era solo figura llevó al pueblo, que pasó por ella hasta el maná, ¿Qué dará Cristo en la realidad de su bautismo después de haber pasado por él su pueblo? Por su bautismo hace que pasen los creyentes, y allí da muerte a todos sus pecados, que, como enemigos, nos perseguían, al modo como perecieron en el mar todos los egipcios. ¿Adónde nos lleva, hermanos míos? ¿Adónde nos lleva por su bautismo Jesús, cuyo tipo era entonces Moisés, que conducía al pueblo por el mar? ¿Adónde nos lleva? Al maná. ¿Qué es el maná? Yo soy, dice, el pan vivo que del cielo descendí.”[28]
Autor: José Miguel Arráiz
Notas
[1] El Pastor de Hermas, Visión III, 2, 3-7; 3, 1-5
Daniel Ruiz Bueno, Padres Apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos 65, Quinta Edición, Madrid 1985, p. 950-952.
[2] El Pastor de Hermas, Comparación Novena, 16, 1-4
Ibíd., p. 1071.
[3] Carta a Bernabé 11, 1-9
Ibíd., p. 793-795
[4] Justino Mártir, Apología I, 61, 1-5.9-10.13
Daniel Ruiz Bueno, Padres Apologetas Griegos, Biblioteca de Autores Cristianos 116, Tercera Edición, Madrid 1996, p. 250-251
[5] Ireneo de Lyon, Demostratio, 7
José Vives, Los Padres de la Iglesia, Herder Editorial, 4a edición, Barcelona 1971, p. 159
[6] Ireneo de Lyon, Contra las herejías, Libro III, 17, 1-2
[7] Ireneo de Lyon, Contra las herejías Libro II, 22,4
[8] Clemente de Alejandría, El Pedagogo, Libro I, 26-28
Clemente de Alejandría, El Pedagogo, Traducción por Joan Sariol Díaz, Editorial Gredos, 118, Madrid 1988, p. 64-66
[9] Clemente de Alejandría, El Pedagogo, Libro I, 29, 5; 30, 1; 32, 1-2
Ibid., p. 68 y 70
[10] Orígenes, Hom. in Num. 12, 4
José Vives, Los Padres de la Iglesia, Herder Editorial, 4a edición, Barcelona 1971, p. 330
[11] Orígenes, Com. in Jo. VI, 165-168
Ibíd., p. 331
[12] Orígenes, In Luc. hom. 14, 1.5
Enrique Contreras osb, El Bautismo, Padres de la Iglesia, Editorial Patria Grande, Argentina 1978, p. 41
[13] Orígenes, In Rom. Com. 5,9: EH 249
Johannes Quasten, Patrología I, Biblioteca de Autores Cristianos 206, Quita Edición, Madrid 1995, p. 395
[14] Orígenes, In Luc. hom. 33, 5
Enrique Contreras osb, El Bautismo, Padres de la Iglesia, Editorial Patria Grande, Argentina 1978, pág. 43
[15] Johannes Quasten, Patrología I, Biblioteca de Autores Cristianos 206, Quinta Edición, Madrid 1995, p. 577
[16] Tertuliano, Sobre el Bautismo 7
Ángel Barahona y Sol Gavira, El Bautismo según los padres de la Iglesia, Caparrós Editores, Madrid 1994, p.59
[17] Tertuliano, Sobre el Bautismo 8
[18] Cipriano de Cartago, Carta 69,12-16
Enrique Contreras osb, El Bautismo, Padres de la Iglesia, Editorial Patria Grande, Argentina 1978, p.61
[19] Ibíd., p.63
[20] Cipriano de Cartago, A Fido sobre el bautismo de infantes, Carta 58
Traducido de Early Church Fathers,
http://www.ccel.org/print/schaff/anf05/iv.iv.lviii
También en New Advent Encyclopedia,
http://www.newadvent.org/fathers/050658.htm
[21] Basilio de Cesarea, Sobre el bautismo, II,1
Enrique Contreras osb, El Bautismo, Padres de la Iglesia, Editorial Patria Grande, Argentina 1978, p. 71
[22] San Cirilo de Jerusalén, Catequesis III El Bautismo, 4
Carlos Elorriaga, Bautismo y Catecumenado en la tradición Patrística y Litúrgica, Grafite Ediciones, Baracaldo 1998, p. 316
[23] San Efrén de Nísibe, Comentario al Diatessaron, IV, 1-3; XVI,12-14
Enrique Contreras osb, El Bautismo, Padres de la Iglesia, Editorial Patria Grande, Argentina 1978, p. 90-91
[24] San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, Homilía 50,3
Daniel Ruiz Bueno, Obras de San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, Tomo II , Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2007, p.78-79
[25] San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, Homilía 12,2
Daniel Ruiz Bueno, Obras de San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, Tomo I, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2007, p.225
[26] San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, Homilía 12,3
Ibíd., p.228
[27] San Agustín, Sobre el evangelio de Juan, 11,8
Obras de San Agustín, Tomo XIII, Tratado sobre el evangelio de San Juan, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1955, p. 321
[28] San Agustín, Sobre el evangelio de Juan, 11,4
Ibíd., p.317
[29] Se produce una falacia por falsa disyunción cuando los términos en disyuntiva no son exhaustivos o no son excluyentes. Convierte en falaces a los argumentos disyuntivos que se formen a partir de ella.
[30] La falacia lógica del falso dilema involucra una situación en la que se presentan dos puntos de vista como las únicas opciones posibles, cuando en realidad existen una o más opciones alternativas que no han sido consideradas.
[31] Martín Lutero, Artículos de Esmalcalda, Sobre la falsa penitencia de los papistas.
[32] Comienza Lutero su obra “De servo arbitrio” proclamando “Das der freie wille nichts sey” (“Que el libre albedrío es una nada”) en donde desarrolla su comprensión del libre albedrío.
[33] Según el pensamiento de Lutero, la gracia no puede sanar a la naturaleza humana totalmente corrompida por el pecado original, ni es capaz de renovarla o santificarla internamente. La justificación no realiza más que un encubrimiento externo de esa pecaminosidad persistente. Ante la gracia, la voluntad se comporta de modo puramente pasivo; la gracia es la única que obra. (Lutero, In Genesim, c. 19)
[34] Es importante aclarar que no se trata de entender las palabras como las entendieron los fariseos. Desde la fe católica se distingue entre el cuerpo natural de Cristo y su cuerpo sacramental. Cristo está presente realmente en la Eucaristía, pero no en su manera natural de ser, en la que vivió en esta tierra, padeció y murió, sino en una manera de ser sacramental.
Como explica Santo Tomás, en orden a Cristo no son lo mismo su ser natural y su ser sacramental (Tomás de Aquino, Suma Teológica III, q. 76, art. 6) La forma sacramental de ser de Cristo está más cerca de la forma gloriosa que logró con su resurrección que de la histórica, aunque no coincide con ella. Como la forma de existencia gloriosa está caracterizada, sobre todo, por no estar sometida a las leyes del espacio y del tiempo (Para una explicación especializada se recomienda consultar Michael Schmaus, Manual de Teología Dogmática, Tomo IV, Ediciones Rialp, Madrid 1961, p. 312s).
[35] Alguno dirá que el texto también dice que es “el que no crea quien se condenará”, a lo que habría que responder que, el que no crea evidentemente no se bautizará. El hecho de que Jesús no agregue en la segunda parte de su sentencia que el que no crea “y no se bautice” se condenará, se debe a que asume como un hecho que el que crea pedirá el bautismo.
[36] Esta posibilidad se funda en que las fuerzas naturales del hombre no se perdieron por el pecado original («naturalia permanserunt integra»), aunque sí sufrieron un debilitamiento por la pérdida de los dones preternaturales; cf. Dz 788, 793, 815. El papa Clemente XI reprobó la proposición jansenística de que nosotros, sin la fe, sin Cristo, sin caritas, no somos más que tinieblas, extravío y pecado; Dz 1398; cf. 1391. El concilio del Vaticano elevó a la categoría de dogma la cognoscibilidad natural de Dios, claramente testimoniada en Sap 13, 1 ss, y Rom 1, 20; Dz 1785, 1806; cf. 2145 (posibilidad de demostrar la existencia de
Dios). La cognoscibilidad natural de la ley moral se halla testimoniada en Rom 2, 14 s. (Vease Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, Editorial Herder, Barcelona 1966, p.360)
[37] No todas las obras que se hacen sin la gracia actual son pecado. El Papa Pío V condenó la siguiente proposición de Bayo: «Liberum arbitrium, sine gratiae Dei adiutorio, nonnisi ad peccandum valer»; Dz 1027; cf. 1037, 1389. (Ibíd., p. 362).
[38] Dz 1786
[39] Dz 806, 832
[40] Dejando claro que la gracia, por ser gracia, no puede merecerse de condigno ni de congruo por las obras naturales.