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De regreso a casa. Testimonio de un ex pastor Metodista

Metodistas

Hermoso testimonio de un ex pastor metodista.

Mi nombre es Javier Arturo González Valdez, soy originario y vivo en la Ciudad de México, actualmente tengo 34 años y soy soltero Nací en el seno de una familia católica por tradición y no por convicción. De clase media acomodada. Mi padre es Ingeniero en electrónica y mi madre ama de casa. Soy el mayor de dos hermanos. 

Desde niño empecé a dar muestras de una profunda devoción religiosa. Me gustaba mucho ir a la Iglesia, rezar y solía construir ermitas en el jardín de mi casa para jugar a que yo era sacerdote y arrastraba a mi hermano y a mis primos en estos juegos tan curiosos. Nadie en mi casa era inclinado a la religión, nadie me inculcó ir a misa o tener devociones, todo ello surgía dentro de mí como cosa natural. Desde los cinco años tuve el deseo de llegar a ser sacerdote, era mi máximo anhelo, poder servir a Dios a quien tanto había aprendido a amar. Pero existía un gran problema en vida. Tenía una sería dislexia, que es un trastorno del aprendizaje, por lo que me iba bastante mal en la escuela. Mi padre había obtenido durante toda su vida académica excelentes calificaciones, por lo que yo era una vergüenza para él. Por lo mismo tanto mi padre como mi madre me golpeaban mucho, especialmente mi madre. Fui un niño que sufrió fuertes golpizas durante toda su infancia. Dios y mi vocación era lo único que me sostenía. Mi padre tenía planes de enviarme a Roma a estudiar si es que yo seguía manteniendo el deseo de ser sacerdote, pero dudaba que pudiera hacerlo por mis problemas de aprendizaje. 

A los nueve años, tuve el deseo de hacer mi Primera Comunión. La experiencia del Catecismo fue fabulosa. Tuve una catequista extraordinaria que nos enseñó a amar mucho a Jesús. Me preparó y llegó el anhelado día. Para mí fue uno de los días más hermosos de mi vida. 

De aquella experiencia mis padres comprendieron que debían hacer algo para ayudarme, así que me enviaron con una Pedagoga para que tratara mi problema. Ella me enseñó a estudiar, fue entonces que nació en mí un interés en la lectura y el conocimiento. Me devoraba los tomos de la enciclopedias. Como que se abría ante mis ojos un mundo nuevo. Desarrollé una excelente memoria. Mis calificaciones en la escuela mejoraron muchísimo. En todo ello vi claramente la mano de Dios. Deseaba ya terminar la preparatoria para poder ingresar entonces al seminario. 

Cuando entré en la secundaria, conocí a uno de mis profesores que era evangélico pentecostal y me invitaba a sus reuniones. Él había escuchado acerca de mi porque mis compañeros me decían “el padrecito” por mis deseos de ser sacerdote y mi forma de ser tan diferente a la de ellos. A fuerza de tanta insistencia de su parte finalmente asistí. Lo que vi aquella tarde me impresionó. Yo contaba con solo 13 años, cualquier cosa me impresionaba. Vi el amor y la unidad de aquellas personas, su amabilidad y sinceridad. La forma de alabar palmeando y levantando las manos no me eran ajenas ya que yo había llegado a asistir a “misas carismáticas”, pero el fervor y el compromiso de esa gente era mayor del que había visto hasta ese momento en la Iglesia Católica. Comencé pues a asistir a un estudio bíblico entre semana, pero los domingos seguía asistiendo a la Iglesia Católica. Hice muy buenos amigos entre los pentecostales con los que empezaba a salir a tomar el café y a asistir a campamentos y retiros. Entonces se llegó el tiempo de que ellos confrontaran mi fe católica. Empezaron atacar el hecho de que yo tuviera imágenes religiosas, que venerara a la virgen María y a los santos, que todo aquello era una abominable idolatría y superstición, cosas que Dios aborrecía, que la misa era falsa y supersticiosa, que la Iglesia Católica era la gran ramera del libro del Apocalipsis, que el papa era el anticristo, que las devociones católicas eran babilónicas, que dónde en la Biblia aparecía la palabra rosario, escapulario, veladora, misa o Papa, etc. etc. Me bombardeaban con versículos bíblicos a diestra y a siniestra. Yo no tenía en ese momento las armas ni conocimiento necesario para defenderme. Sus argumentos me parecían muy convincentes en aquel momento. Además, en verdad estimaba a mis nuevos amigos. Así que con todo el dolor de mi corazón abandoné la Iglesia Católica. Me obligaron a destruir mis imágenes, el rosario de mi primera comunión, mi vela, mi libro de oraciones, una pequeña cruz que me había regalado un fraile misionero franciscano (porque ese grupo era muy fundamentalista e incluso rechazaban la cruz de Cristo). De todo ello ahora me arrepiento, especialmente por los recuerdos de mi Primera Comunión que había sido una experiencia hermosa. 

Nunca acepté rebautizarme (práctica común en este grupo) porque yo infería que mi bautizo católico era válido aunque los líderes del grupo decían lo contrario, pero respetaron mi decisión. En realidad yo no había tenido una mala experiencia en el catolicismo, sino todo contrario, pero me habían convencido de que solo ellos tenían la verdad. Este grupo era verdaderamente recalcitrante. Todo era malo, todo era pecado. Ni siquiera había de tener templos, así que nos reuníamos en casas o en salones de fiesta. No celebraban Navidad ni Semana Santa porque esas eran tradiciones de hombres. El culto era ruidoso, se saltaba y aplaudía al ritmo de la música mientras se gritaban “amenes” y “aleluyas”. A mi madre también la convencieron pero mi padre se mantuvo al margen. Mi hermano era pequeño así que también asistía con nosotros a este grupo. 

Mis deseos de ser sacerdote quedaron opacados, ahora debía ser pastor, si es que Dios me llamaba. Sin embargo este grupo no creía en los seminarios, que también eran cosas de hombres, así que ellos sabrían cuando el Señor me llamaría para el ministerio, solo que debía estar casado. ¡Casado! Eso nunca había estado en mis planes. Yo jamás me imaginé con mujer ni hijos porque yo quería ser sacerdote. Desde niño sabía que Dios me había llamado a ser célibe, que era un don que Dios me había dado, que no tenía ninguna desviación sexual, sino que simplemente mi llamado era a la castidad. Así que este asunto lo puse en manos de Dios secretamente. Doy gracias a Dios porque hasta el día de hoy me ha mantenido en este estado, no por mis fuerzas, sino por el don que hay en mi. 

Si no había la posibilidad de entrar al Seminario entonces había de pensar en alguna carrera. Desde niño me había también gustado la Historia, así que me inscribí en la carrera de Historia en la UNAM. 

En el tercer semestre de la carrera llevé la materia de “Historia de España” fue allí donde encontré y conocí a la mujer que mas ha influido mi vida: Teresa de Jesús. El profesor de la materia era español y cuando habló de aquella Santa, nos dijo cómo ella había influido en el pensamiento espiritual no solo de su país, sino de todo el mundo. Nos habló de sus escritos, de su vida, de sus éxtasis y experiencias místicas. Solo habló de ella una clase, pero eso bastó para que aquella enigmática mujer me atrapara en sus redes amorosas. Para mis compañeros de clase (la mayoría ateos y marxistas) aquello no les decía nada, les parecía la historia de una mujer neurótica y fanática. Pero a mí me había movido mis más profundas fibras espirituales. Corrí a la biblioteca de la universidad para leer algunos de sus poemas, me impresionó “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”. Embelesado contemplaba la pasión de esta mujer por Dios, una pasión desbordante, plena, libre, una pasión que nunca había yo conocido ni inferido. Desde aquel momento comenzó una relación muy especial al grado que solía llamarla “mi novia”. Nunca había escuchado de ella cuando estaba en la Iglesia Católica. Cuando había sido católico tenía varios santos de mi devoción como San Judas Tadeo, San Martín de Porres y Santa Rita Casia, pero nunca había escuchado de Santa Teresa de Jesús. 

Mi encuentro con Santa Teresa y la carrera me hicieron más crítico hacia el grupo religioso al que pertenecía. Me di cuenta lo ignorantes que eran mis líderes, que aquello más bien tenía forma de secta y no de iglesia. Así que empecé a cuestionarles muchas cosas. El asunto llegó tan lejos que me dijeron que eligiera entre la carrera y la iglesia, así que abandoné aquel grupo. Me tacharon de aborto, de rebelde y hereje. El amor que manifestaban al principio se desvaneció. Había estado en este grupo pentecostal por ocho años. Mi salida del grupo se dio en un tiempo difícil porque coincidió con que mis padres se estuvieran divorciando. Mi papá nos quitó toda ayuda económica y mi madre entabló un juicio contra mi padre que al cabo de dos años ganó. Tuve que dejar la carrera por falta de dinero, pero un amigo me recomendó ingresar a un Instituto Teológico muy reconocido aquí en la Ciudad de México de trasfondo metodista. Yo conocía la Iglesia Metodista como una iglesia protestante muy prestigiosa y seria, además sabía que yo debía prepararme para el ministerio así que comencé a asistir a las clases en el Instituto. En el Instituto uno de mis compañeros me invitó a asistir a los servicios en su iglesia. El pertenecía a las Asambleas de Dios, una iglesia de corte pentecostal pero mucho más seria y organizada que el grupo en donde había estado. Asistí por dos años pero tampoco me gustó así que comencé a asistir a los servicios de la Iglesia Metodista. 

Me gradué del Instituto Bíblico en 1995 como bachiller en teología. Dado mi promedio de calificaciones, obtuve una beca para estudiar en los Estados Unidos en un Seminario para obtener la Licenciatura en Teología y Ministerio. Estuve en el Estado de Texas por dos años. En ese tiempo asistí a la Iglesia Metodista de los Estados Unidos. La teología metodista me convencía bastante. Juan Wesley, el fundador del metodismo, había sido sacerdote anglicano por lo que mantenía muchos elementos católicos como la liturgia, el uso de símbolos, la Eucaristía, las vestiduras, el bautizo de infantes, el Calendario Litúrgico, el Leccionario, las ordenes ministeriales de Obispos, Presbíteros y Diáconos etc. 

Me sentí mucho más identificado en ésta Iglesia. En Estados Unidos fui ordenado Diácono y serví en una congregación hispana. Por aquel tiempo nos visitaron los hermanos de Taizé. Ellos son unos monjes que viven en comunidad en Taizé Francia, pero son de origen protestante, aunque ahora tienen monjes de la Iglesia Católica y de las iglesias orientales. Ellos nos enseñaron la oración de recogimiento, la oración contemplativa, el valor del silencio, la oración y meditación frente a los íconos, etc. Todo esto despertó en mi aquellos anhelos espirituales que tenía reprimidos, comprendí que Dios me llamaba a vivir una vida espiritual en completa libertad. 

Gradué en 1997 y regresé a México en donde tuve que seguir estudiando para mi ordenación como presbítero de la Iglesia. Me enviaron a estudiar al Seminario Metodista de la Ciudad de México. El Seminario Metodista es parte de la Comunidad Teológica de México que está integrada por el Seminario Metodista, el Seminario Anglicano, el Seminario Luterano, el Seminario Presbiteriano y el Seminario Bautista. Este ambiente multiconfesional me ayudó mucho a ampliar mi visión y a conocer los esfuerzos ecuménicos en México. 

Fui ordenado en el 2000 como presbítero de la Iglesia Metodista. Impartía clases en el Seminario de Historia del Cristianismo, Liturgia, Teología Sistemática y Teología Espiritual. 

Durante todos estos años me fui acercado cada vez más al magisterio espiritual de la madre Santa Teresa de Jesús. He leído todos sus escritos varias veces además de clásicos teresianos como los “Estudios Teresianos” de Tomás Álvarez, “Tiempo y Vida de Santa Teresa”, la “Herencia Teresiana” etc., al grado de tener una buena sección de teresianismo en mi biblioteca personal. Mi interés por Santa Teresa, me llevó a acercarme y comprender la mística del Carmelo. He conocido y leído a San Juan de la Cruz, a Santa Teresita de Liseaux, Edith Stein, (nunca olvidaré cómo me conmoví al conocer la vida de esta mujer y de su encuentro con la verdad cuando leyó la autobiografía de Santa Teresa de Jesús), Sor Isabel de la Trinidad, Ana de San Bartolomé, etc. He leído otros místicos (Ignacio de Loyola, San Bernardo, Catalina de Siena, Francisco y Clara de Asís), pero la mística del Carmelo es la que más me ha cautivado. 

Cuando cumplí los treinta años empecé a orar para que Dios me permitiera ir a Ávila cuando tuviera 33 años y que pudiera asistir a las fiestas de la Santa. A partir de allí comenzaron a darse cosas extraordinarias en mi vida de oración personal. Gozo sobrenatural, oración de quietud, lágrimas y cosas semejantes. Comencé a tener un sueño en donde venía Santa Teresa con una vela en la mano, me tomaba del brazo, me llevaba por un largo pasillo que salía a un jardín, entonces el sueño terminaba. El fenómeno teresiano en mi vida me llevó a realizar estudios serios sobre la Iglesia Católica Romana, sus doctrinas, su historia, su organización y espiritualidad. Muchos de mis prejuicios contra el catolicismo se fueron diluyendo. Leí también algunos testimonios de protestantes que se han convertido al catolicismo como el cardenal John Newman, Scott Hahn, entre otros. 

Mi fuerte acercamiento con la Iglesia Católica, mi  devoción por Santa Teresa, mi gusto por la liturgia, mi opción por el celibato, etc. me hicieron blanco de críticas por parte de mis compañeros ministros y de muchos laicos acusándome de la Iglesia Metodista por ser “demasiado católico”.

Sin embargo Dios concede “determinada determinación” para cumplir su voluntad que es agradable y perfecta. Sabía también que solo “la obediencia da fuerzas”. 

 La Santa me fue metiendo pues en “hartos trabajos” en los que me sentí muy solo e incomprendido. Estaba decidido a volver al seno de la Santa Madre Iglesia Católica, la única fundada por Cristo y sus apóstoles, pero no sabía cómo. Mucho rogué a Dios por alguien que me ayudara y comprendiera lo que está sucediendo en mi vida. 

Finalmente pude llegar a Ávila habiendo cumplido los 33 años y precisamente en el marco de las fiestas de la Santa. Allí vine a conocer al Padre Fray Enrique Castro o.c.d., en ese momento profesor del CITES. Fue la respuesta a muchas lágrimas y oraciones. Él me ayudó a dar el paso de mi reconciliación con la Iglesia. Fue difícil explicar a mis autoridades en la Iglesia Metodista los motivos de mi reconciliación con la Iglesia Católica y la consecuente renuncia al ministerio metodista. No podían entender como era posible que renunciara a un ministerio “exitoso” en la Iglesia (en ese momento era yo pastor de una congregación ubicada en una de las mejores zonas del norte de la ciudad, con casa pastoral, automóvil, buen sueldo y prestaciones), además tenía varias responsabilidades administrativas dentro de la denominación, además de ser profesor en el seminario.

Ciertamente que mi situación económica desde mi reconciliación ha sido difícil, pero por nada cambio el gozo que ahora tengo en mi corazón y el poder vivir en plenitud mi fe. 

Poco después de aquel viaje a España, el P. Enrique regresó a México, por lo que nuestra amistad fructificó. Fue nombrado párroco del Santuario de Nuestra Señora del Carmen “La Sabatina” que es a donde actualmente asisto. 

De manera natural he retomado mis deseos de ser sacerdote, pero ahora dentro de la bendita orden del Carmelo. Los perfumes del Carmelo me han subyugado, deseo intensamente pertenecer al Carmelo (mi familia) que es en donde el Señor me ha mostrado que encontraré el espacio para vivir mi vocación contemplativa y sacerdotal.

Ruego a Dios y me acojo a la intercesión de nuestra Señora del Monte Carmelo y de Santa Teresa de Jesús para que me alcancen de Dios mi mayor sueño y anhelo: ¡SER CARMELITA DESCALZO! Dios los bendiga abundantemente.

En el amor de Jesús y María,

Javier Arturo González Valdez (aspirante al Carmelo).

“Merezcamos todos amaros, Señor; ya que se ha de vivir, vívase para vos”.

Santa Teresa de Jesús (Excl. XV,3).

Autor: Javier Arturo González.

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