Banner-07

Orígenes: vida y obra

Orígenes

Queridos hermanos y hermanas: 

En nuestras meditaciones sobre las grandes personalidades de la Iglesia antigua, conocemos hoy a una de las más destacadas. Orígenes de Alejandría es, en realidad, una de las personalidades determinantes para todo el desarrollo del pensamiento cristiano. Recoge la herencia de Clemente de Alejandría, sobre quien meditamos el miércoles pasado, y la proyecta al futuro de manera tan innovadora que lleva a cabo un cambio irreversible en el desarrollo del pensamiento cristiano. Fue un verdadero “maestro”; así lo recordaban con nostalgia y emoción sus discípulos:  no sólo era un brillante teólogo, sino también un testigo ejemplar de la doctrina que transmitía. Como escribe Eusebio de Cesarea, su biógrafo entusiasta, “enseñó que la conducta debe corresponder exactamente a la palabra, y sobre todo por esto, con la ayuda de la gracia de Dios, indujo a muchos a imitarlo” (Hist. Eccl. VI, 3, 7).

Durante toda su vida anhelaba el martirio. Cuando tenía diecisiete años, en el décimo año del emperador Septimio Severo, se desató en Alejandría la persecución contra los cristianos. Clemente, su maestro, abandonó la ciudad, y el padre de Orígenes, Leónidas, fue encarcelado. Su hijo anhelaba ardientemente el martirio, pero no pudo realizar este deseo. Entonces escribió a su padre, exhortándolo a no desfallecer en el supremo testimonio de la fe. Y cuando Leónidas fue decapitado, el joven Orígenes sintió que debía acoger el ejemplo de su vida. Cuarenta años más tarde, mientras predicaba en Cesarea, declaró:  “De nada me sirve haber tenido un padre mártir si no tengo una buena conducta y no honro la nobleza de mi estirpe, esto es, el martirio de mi padre y el testimonio que lo hizo ilustre en Cristo” (Hom. Ez. 4, 8).

En una homilía sucesiva —cuando, gracias a la extrema tolerancia del emperador Felipe el Árabe, parecía haber pasado la posibilidad de dar un testimonio cruento— Orígenes exclama:  “Si Dios me concediera ser lavado en mi sangre, para recibir el segundo bautismo habiendo aceptado la muerte por Cristo, me alejaría seguro de este mundo… Pero son dichosos los que merecen estas cosas” (Hom. Iud. 7, 12). Estas frases revelan la fuerte nostalgia de Orígenes por el bautismo de sangre. Y, al final, este irresistible anhelo se realizó, al menos en parte. En el año 250, durante la persecución de Decio, Orígenes fue arrestado y torturado cruelmente. A causa de los sufrimientos padecidos, murió pocos años después. Tenía menos de setenta años.

Hemos aludido a ese “cambio irreversible” que Orígenes inició en la historia de la teología y del pensamiento cristiano. ¿Pero en qué consiste este “cambio”, esta novedad tan llena de consecuencias? Consiste, principalmente, en haber fundamentado la teología en la explicación de las Escrituras. Hacer teología era para él esencialmente explicar, comprender la Escritura; o podríamos decir incluso que su teología es una perfecta simbiosis entre teología y exégesis. En verdad, la característica propia de la doctrina de Orígenes se encuentra precisamente en la incesante invitación a pasar de la letra al espíritu de las Escrituras, para progresar en el conocimiento de Dios. Y, como escribió von Balthasar, este “alegorismo”, coincide precisamente “con el desarrollo del dogma cristiano realizado por la enseñanza de los doctores de la Iglesia”, los cuales —de una u otra forma—  acogieron la “lección” de Orígenes.

Así la tradición y el magisterio, fundamento y garantía de la investigación teológica, llegan a configurarse como “Escritura en acto” (cf. Origenes:  il mondo, Cristo e la Chiesa, tr. it., Milán 1972, p. 43). Por ello, podemos afirmar que el núcleo central de la inmensa obra literaria de Orígenes consiste en su “triple lectura” de la Biblia. Pero antes de ilustrar esta “lectura” conviene echar una mirada de conjunto a la producción literaria del alejandrino. San Jerónimo, en su Epístola 33, enumera los títulos de 320 libros y de 310 homilías de Orígenes. Por desgracia, la mayor parte de esta obra se ha perdido, pero incluso lo poco que queda de ella lo convierte en el autor más prolífico de los tres primeros siglos cristianos. Su radio de interés va de la exégesis al dogma, la filosofía, la apologética, la ascética y la mística. Es una visión fundamental y global de la vida cristiana.

El núcleo inspirador de esta obra es, como hemos dicho, la “triple lectura” de las Escrituras desarrollada por Orígenes en el arco de su vida. Con esta expresión aludimos a las tres modalidades más importantes —no son sucesivas entre sí; más bien, con frecuencia se superponen— con las que Orígenes se dedicó al estudio de las Escrituras. Ante todo leyó la Biblia con el deseo de buscar el texto más seguro y ofrecer su edición más fidedigna. Por ejemplo, el primer paso consiste en conocer realmente lo que está escrito y conocer lo que esta escritura quería decir inicialmente.

Orígenes realizó un gran estudio con este fin y redactó una edición de la Biblia con seis columnas paralelas, de izquierda a derecha, con el texto hebreo en caracteres hebreos —mantuvo también contactos con los rabinos para comprender bien el texto original hebraico de la Biblia—, después el texto hebraico transliterado en caracteres griegos y a continuación cuatro traducciones diferentes en lengua griega, que le permitían comparar las diversas posibilidades de traducción. De aquí el título de “Hexapla” (“seis columnas”) atribuido a esta gran sinopsis. Lo primero, por tanto, es conocer exactamente lo que está escrito, el texto como tal. En segundo lugar Orígenes leyó sistemáticamente la Biblia con sus célebres Comentarios, que reproducen fielmente las explicaciones que el maestro daba en sus clases, tanto en Alejandría como en Cesarea. Orígenes avanza casi versículo a versículo, de forma minuciosa, amplia y profunda, con notas de carácter filológico y doctrinal. Se esfuerza por conocer bien, con gran exactitud, lo que querían decir los autores sagrados.

Por último, incluso antes de su ordenación presbiteral, Orígenes se dedicó muchísimo a la predicación de la Biblia, adaptándose a un público muy heterogéneo. En cualquier caso, también en sus Homilías se percibe al maestro totalmente dedicado a la interpretación sistemática del pasaje bíblico analizado, fraccionado en los sucesivos versículos. En las Homilías Orígenes aprovecha también todas las ocasiones para recordar las diversas dimensiones del sentido de la sagrada Escritura, que ayudan o expresan un camino en el crecimiento de la fe:  la primera es el sentido “literal”, el cual encierra profundidades que no se perciben en un primer momento; la segunda dimensión es el sentido “moral”:  qué debemos hacer para vivir la palabra; y, por último, el sentido “espiritual”, o sea, la unidad de la Escritura, que en  todo  su desarrollo habla de Cristo. Es el Espíritu Santo quien nos hace entender el contenido cristológico y así la unidad de la Escritura en su diversidad.

Sería interesante mostrar esto. En mi libro Jesús de Nazaret he intentado señalar en la situación actual estas múltiples dimensiones de la Palabra, de la sagrada Escritura, que ante todo debe respetarse precisamente en el sentido histórico. Pero este sentido nos trasciende hacia Cristo, a la luz del Espíritu Santo, y nos muestra el camino, cómo vivir. Por ejemplo, eso se puede percibir en la novena Homilía sobre los Números, en la que Orígenes compara la Escritura con las nueces:  “La doctrina de la Ley y de los Profetas, en la escuela de Cristo, es así —afirma Orígenes en su homilía—:  la letra, que es como la corteza, es amarga; luego, está la cáscara, que es la doctrina moral; en tercer lugar se encuentra el sentido de los misterios, del que se alimentan las almas de los santos en la vida presente y en la futura” (Hom. Num. IX, 7).

Sobre todo por este camino Orígenes llega a promover eficazmente la “lectura cristiana” del Antiguo Testamento, rebatiendo brillantemente las teorías de los herejes —sobre todo gnósticos y marcionitas— que oponían entre sí los dos Testamentos, rechazando el Antiguo. Al respecto, en la misma Homilía sobre los Números, el Alejandrino afirma:  “Yo no llamo a la Ley un “Antiguo Testamento”, si la comprendo en el Espíritu. La Ley es “Antiguo Testamento” sólo para quienes quieren comprenderla carnalmente”, es decir, quedándose en la letra del texto. Pero “para nosotros, que la comprendemos y la aplicamos en el Espíritu y en el sentido del Evangelio, la Ley es siempre nueva, y los dos Testamentos son para nosotros un nuevo Testamento, no a causa de la fecha temporal, sino de la novedad del sentido… En cambio, para el pecador y para quienes no respetan el pacto de la caridad, también los Evangelios envejecen” (Hom. Num. IX, 4).

Os invito —y así concluyo— a acoger en vuestro corazón la enseñanza de este gran maestro en la fe, el cual nos recuerda con entusiasmo que, en la lectura orante de la Escritura y en el compromiso coherente de la vida, la Iglesia siempre se renueva y rejuvenece. La palabra de Dios, que ni envejece ni se agota nunca, es medio privilegiado para ese fin. En efecto, la palabra de Dios, por obra del Espíritu Santo, nos guía continuamente a la verdad completa. Pidamos al Señor que nos dé hoy pensadores, teólogos y exégetas que perciban estas múltiples dimensiones, esta actualidad permanente de la sagrada Escritura, su novedad para hoy. Pidamos al Señor que nos ayude a leer la sagrada Escritura de modo orante, para alimentarnos realmente del verdadero pan de la vida, de su Palabra.

Catequesis del 2 de Mayo del 2007

Orígenes: el pensamiento

Queridos hermanos y hermanas: 

La catequesis del miércoles pasado estuvo dedicada a la gran figura de Orígenes, doctor alejandrino que vivió entre los siglos II y III. En esa catequesis, hablamos de la vida y la producción literaria de este gran maestro alejandrino, encontrando en la “triple lectura” que hacía de la Biblia el núcleo inspirador de toda su obra. No traté —para retomarlos hoy— dos aspectos de la doctrina de Orígenes, que considero entre los más importantes y actuales:  me refiero a sus enseñanzas sobre la oración y sobre la Iglesia.

En realidad, Orígenes, autor de un importante tratado “Sobre la oración”, siempre actual, mezcla constantemente su producción exegética y teológica con experiencias y sugerencias relativas a la oración. A pesar de toda la riqueza teológica de su pensamiento, nunca lo desarrolla de modo meramente académico; siempre se funda en la experiencia de la oración, del contacto con Dios. En su opinión, para comprender las Escrituras no sólo hace falta el estudio, sino también la intimidad con Cristo y la oración. Está convencido de que el camino privilegiado para conocer a Dios es el amor, y de que no se puede conocer de verdad a Cristo sin enamorarse de él.

En la Carta a Gregorio, Orígenes recomienda:  “Dedícate a la lectio de las divinas Escrituras; aplícate a ella con perseverancia. Comprométete en la lectio con la intención de creer y agradar a Dios. Si durante la lectio te encuentras ante una puerta cerrada, llama y te la abrirá el guardián, de quien Jesús dijo:  “El guardián se la abrirá”. Aplicándote de este modo a la lectio divina, busca con lealtad y confianza inquebrantable en Dios el sentido de las divinas Escrituras, que en ellas se encuentra oculto con gran amplitud. Ahora bien, no te contentes con llamar y buscar:  para comprender los asuntos de Dios tienes absoluta necesidad de la oración. Precisamente para exhortarnos a la oración, el Salvador no sólo nos dijo:  “buscad y hallaréis”, y “llamad y se os abrirá”, sino que añadió:  “Pedid y recibiréis”” (Carta a Gregorio, 4).

Salta a la vista el “papel primordial” que ha desempeñado Orígenes en la historia de la lectio divina. San Ambrosio, obispo de Milán, que aprendió a leer las Escrituras con las obras de Orígenes, la introdujo después en Occidente para entregarla a san Agustín y a la tradición monástica sucesiva.

Como ya hemos dicho, el nivel más elevado del conocimiento de Dios, según Orígenes, brota del amor. Lo mismo sucede entre los hombres:  uno sólo conoce profundamente al otro si hay amor, si se abren los corazones. Para demostrarlo, se basa en un significado que en ocasiones se da al verbo conocer en hebreo, es decir, cuando se utiliza para expresar el acto del amor humano:  “Conoció Adán a Eva, su mujer, la cual concibió” (Gn 4, 1). De esta manera se sugiere que la unión en el amor produce el conocimiento más auténtico. Como el hombre y la mujer son “dos en una sola carne”, así Dios y el creyente llegan a ser “dos en un mismo espíritu”.

De este modo, la oración de Orígenes roza los niveles más elevados de la mística, como lo atestiguan sus Homilías sobre el Cantar de los Cantares. A este propósito, en un pasaje de la primera Homilía, confiesa:  “Con frecuencia —Dios es testigo— he sentido que el Esposo se me acercaba al máximo; después se iba de repente, y yo no pude encontrar lo que buscaba. De nuevo siento el deseo de su venida,  y a  veces él vuelve, y cuando se me ha aparecido, cuando  lo tengo  entre mis  manos, vuelve a huir, y una vez que se ha ido me pongo a buscarlo de nuevo…” (Homilías sobre el Cantar de los Cantares I, 7).

Me viene a la mente lo que mi venerado predecesor escribió, como auténtico testigo, en la Novo millennio ineunte, cuando mostraba a los fieles que la “oración puede avanzar, como verdadero diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible a la acción del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre” (n. 33). Se trata, seguía diciendo Juan Pablo II, de “un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual y encuentra también dolorosas purificaciones (la “noche oscura”), pero llega, de muchas formas posibles, al inefable gozo vivido por los místicos como “unión esponsal”” (ib.).

Veamos, por último, la enseñanza de Orígenes sobre la Iglesia, y precisamente, dentro de ella, sobre el sacerdocio común de los fieles. Como afirma Orígenes en su novena Homilía sobre el Levítico (IX, 1), “esto nos afecta a todos”. En la misma Homilía, refiriéndose a la prohibición hecha a Aarón, tras la muerte de sus dos hijos, de entrar en el Sancta sanctorum “en cualquier tiempo” (Lv 16, 2), exhorta así a los fieles:  “Esto demuestra que si uno entra a cualquier hora en el santuario, sin la debida preparación, sin estar revestido de los ornamentos pontificales, sin haber preparado las ofrendas prescritas y sin ser propicio a Dios, morirá… Esto vale para todos, pues establece que aprendamos a acercarnos al altar de Dios. ¿Acaso no sabes que el sacerdocio también ha sido conferido a ti, es decir, a toda la Iglesia de Dios y al pueblo de los creyentes? Escucha cómo habla san Pedro a los fieles:  “Linaje elegido”, dice, “sacerdocio real, nación santa, pueblo que Dios ha adquirido”. Por tanto, tú tienes el sacerdocio, pues eres “linaje sacerdotal”, y por ello debes ofrecer a Dios el sacrificio… Pero para que lo puedas ofrecer dignamente, necesitas vestidos puros, distintos de los que usan los demás hombres, y te hace falta el fuego divino” (ib.).

Así, por una parte, “los lomos ceñidos” y los “ornamentos sacerdotales”, es decir, la pureza y la honestidad de vida; y, por otra, tener la “lámpara siempre encendida”, es decir, la fe y el conocimiento de las Escrituras, son las condiciones indispensables para el ejercicio del sacerdocio universal, que exige pureza y honestidad de vida, fe y conocimiento de las Escrituras.

Con mayor razón aún estas condiciones son indispensables, evidentemente, para el ejercicio del sacerdocio ministerial. Estas condiciones —conducta íntegra de vida, pero sobre todo acogida y estudio de la Palabra— establecen una auténtica “jerarquía de la santidad” en el sacerdocio común de los cristianos. En la cumbre de este camino de perfección Orígenes pone el martirio.

También en la novena Homilía sobre el Levítico alude al “fuego para el holocausto”, es decir, a la fe y al conocimiento de las Escrituras, que nunca debe apagarse en el altar de quien ejerce el sacerdocio. Después añade:  “Pero, cada uno de nosotros no sólo tiene en sí el fuego, sino también el holocausto, y con su holocausto enciende el altar para que arda siempre. Si renuncio a todo lo que poseo y tomo mi cruz y sigo a Cristo, ofrezco mi holocausto en el altar de Dios; y si entrego mi cuerpo para que arda, con caridad, y alcanzo la gloria del martirio, ofrezco mi holocausto sobre el altar de Dios” (IX, 9).

Este continuo camino de perfección “nos afecta a todos”, a condición de que “la mirada de nuestro corazón” se dirija a la contemplación de la Sabiduría y de la Verdad, que es Jesucristo. Al predicar sobre el discurso de Jesús en Nazaret, cuando “en la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él” (Lc 4, 16-30), Orígenes parece dirigirse precisamente a nosotros:  “También hoy, en esta asamblea, si queréis, vuestros ojos pueden fijarse en el Salvador. Cuando dirijas la mirada más profunda del corazón hacia la contemplación de la Sabiduría, de la Verdad y del Hijo único de Dios, entonces tus ojos verán a Dios. ¡Bienaventurada la asamblea de la que la Escritura dice que los ojos de todos estaban fijos en él! ¡Cuánto desearía que esta asamblea diera ese mismo testimonio:  que los ojos de todos, de los no bautizados y de los fieles, de las mujeres, de los hombres y de los niños —no los ojos del cuerpo, sino los del alma— estuvieran fijos en Jesús!… Sobre nosotros está impresa la luz de tu rostro, Señor, a quien pertenecen la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (Homilía sobre san Lucas, XXXII, 6).

Catequesis del 25 de Abril del 2007

Por Benedicto XVI

Entradas Relacionadas

La Tradición, Sola Escritura y la Iglesia primitiva

La Tradición, Sola Escritura y la Iglesia primitiva

 “Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta”[1] “Os alabo porque en todas las cosas os acordáis de mí y conserváis las tradiciones tal como os las he transmitido”[2] “Hermanos, os...

El Sacramento de la Penitencia en la historia

El Sacramento de la Penitencia en la historia

La penitencia es "un Sacramento de la Nueva Ley instituida por Cristo donde es otorgado perdón por los pecados cometidos luego del bautismo a través de la absolución del sacerdote a aquellos que con verdadero arrepentimiento confiesan sus pecados y prometen dar...

Catolicismo primitivo (4) – San Policarpo de Esmirna

Catolicismo primitivo (4) – San Policarpo de Esmirna

Introducción - La Didaché - San Clemente Romano - San Ignacio de Antioquía - San Policarpo San Policarpo fue obispo de Esmirna y uno de los discípulos del apóstol San Juan Evangelista. Gozó de gran prestigio, admiración y fama de santidad. Tuvo como discípulo al...