Baluarte del progresismo radical y de la heterodoxia, este conocido doctor en teología, sacerdote, y antiguo consultor del Concilio Vaticano II, vive exigiendo cambios radicales en la Iglesia, por medio de lo que el mismo reconoce es una “crítica destructiva” ofrecida “al servicio de la construcción, de la reforma y la renovación” . Pero un análisis de los puntos en los cuales pide renovación, permiten darse cuenta de cómo el progresismo puede ser, para la fe católica, uno de sus mayores enemigos, al afectar su contenido esencial.
Al leer a Küng, no se puede evitar encontrar sino un profundo resentimiento contra la jerarquía eclesiástica, y especialmente contra Juan Pablo II y Benedicto XVI, a quienes culpa por que se le retirara el permiso para enseñar teología católica. Para él ninguna institución a diferencia de la Iglesia Católica “polariza la sociedad y la política mundiales con tan alto grado de rigidez” . El problema se agrava cuando le leemos que se refiere al aborto, la homosexualidad y la eutanasia. Acusa también de discriminación hacia la mujer, acusando a Juan Pablo II de librar “una batalla escalofriante contra las mujeres modernas que ansían una forma de vida acorde con los tiempos, prohibiendo el control de la natalidad y el aborto (incluso en caso de incesto o violación), el divorcio, la ordenación de las mujeres y la modernización de las órdenes religiosas femeninas” .
No es difícil de entender porqué en su libro La Iglesia Católica hace copiosos esfuerzos por demostrar que estructura jerárquica de la Iglesia es de origen humano y no divino.
La Iglesia ¿Fundada por Jesús?
Escribe Küng:
¿Fundada por Jesús?
Según los Evangelios, el hombre de Nazaret prácticamente nunca utilizó la palabra «iglesia». No hay citas de Jesús dirigiendo públicamente a la comunidad de los elegidos una llamada programática a la fundación de una iglesia. Los estudiosos de la Biblia coinciden en este punto: Jesús no proclamó una iglesia ni a sí mismo, proclamó el reino de Dios. Guiado por la convicción de hallarse en una época próxima a su fin, Jesús deseaba anunciar la inminente llegada del reino de Dios, del gobierno de Dios, con vistas a la salvación del hombre.”
Llama poderosamente la atención que Küng inicie su argumentación poniendo en duda (para posteriormente negarlo) el hecho de que la Iglesia haya sido fundada por Jesús. Sorprende también la mención de que Jesús “prácticamente nunca utilizó la palabra «iglesia»”. Lo cierto es que aunque los evangelios no pretenden recopilar todo lo dicho por Jesús (Juan 20,30; 21,25), por ellos mismos sabemos que tenía el propósito claro de fundarla: “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mateo 16,18). No es de extrañar que ya en las primeras predicaciones de Jesús la Iglesia se perfile como la máxima autoridad de apelación: “Si tu hermano peca contra ti, vete y corrígele a solas tú con él.…Si no escucha, toma entonces contigo a uno o dos…Pero si no quiere escucharlos, díselo a la Iglesia. Si tampoco quiere escuchar a la Iglesia, tenlo por pagano y publicano” (Mateo 18,15-17). No se explica de otra manera que Jesús eligiera apóstoles, a los que confirió autoridad (Lucas 9,1; 1 Tesalonicenses 2,7), para que pudieran hacer discípulos a todas las personas bautizándolas y enseñándoles a guardar todo lo que les mandó (Mateo 28,19-20). De allí que la solemne orden de “apacentar” sus ovejas y corderos (Juan 21,15-18) no es otra cosa sino la encomienda del gobierno de su Iglesia.
¿Cuántas veces tenía que haber quedado escrita la intención de Cristo de fundar una Iglesia para que pudiéramos tomarla en serio? ¿Es que si acaso los diez mandamientos aparecieran una sola vez en toda la Escritura, ya por eso habría razón para dudar de su origen divino?
Señala luego que “Los estudiosos de la Biblia coinciden en que Jesús no proclamó una iglesia ni a sí mismo, proclamó el reino de Dios” . Pasando por alto su conveniente omisión de a que estudiosos se refiere, hay que decir que una cosa no excluye la otra. Jesús si se proclamó a sí mismo como Mesías, Hijo de Dios, y como camino hacia el Padre (Juan 3,36; 14,6), prometió que fundaría su Iglesia (Mateo 16,18) y proclamó el reino de Dios (Marcos 1,15). Todo eso forma parte del Plan Divino, sin embargo, Küng lo presenta como conceptos excluyentes para ir preparando a sus lectores a aceptar la conclusión que presentará luego: que la fundación de la Iglesia fue cosa de los apóstoles luego de la muerte de Jesús, y no de Cristo mismo.
Autoridad versus Servicio
Escribe Küng:
“Está fuera de toda duda que había apóstoles en la primera comunidad. Pero más allá de los Doce, a los que el propio Jesús escogió como símbolo, todos aquellos que predicaban el mensaje de Cristo y fundaron comunidades como primeros testigos y primeros mensajeros eran también apóstoles. Sin embargo, junto a ellos se mencionan también otras figuras en las epístolas de Pablo: profetas y profetisas que anunciaban mensajes inspirados, y maestros, evangelistas y colaboradores de muy variada índole, hombres y mujeres.
¿Podemos hablar de «ministerios» en la iglesia primitiva? No, pues el término secular ministerio (arche y otros términos griegos similares) no se utiliza en ninguna fuente para los diferentes oficios y llamamientos de la iglesia. Es fácil advertir por qué. «Ministerio» designa una relación de dominación. En su lugar el cristianismo primitivo usaba un término que Jesús acuñó como estándar cuando dijo: «El mayor entre vosotros será como el menor, y el que manda como el que sirve» (Lucas 22, 26; estas palabras se han interpretado en seis versiones diferentes). Más que hablar de ministerios, el pueblo se refería al diakonia, el servicio, originalmente similar a servir la mesa. Así pues, esta era una palabra con connotaciones de inferioridad que no podía evocar ninguna forma de autoridad, norma, dignidad o posición de poder. Ciertamente también había una autoridad y un poder en la iglesia primitiva, pero de acuerdo con el espíritu de esas palabras de Jesús no debía favorecer el establecimiento de un gobierno (para adquirir y defender privilegios), sino solo el servicio y el bienestar comunes.
Así nos hallamos ante un «servicio de la iglesia», no ante una jerarquía».
Küng intenta ahora presentar como conceptos contrapuestos la autoridad y el servicio. No es casualidad que intente reducir la elección de los 12 apóstoles a un simple símbolo, pues ya la existencia de ellos evidencia una jerarquía que poseía de manos del mismo Cristo, una autoridad que no compartían otros miembros de la Iglesia. ¿Cómo podría Küng negar la existencia de una jerarquía eclesiástica con capacidad de gobernar la Iglesia, cuando los mismos apóstoles son evidencia indiscutible de ese hecho?. Pablo se muestra convencido de esto, cuando escribe: “Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos” (1 Tesalonicenses 2,7). De allí que eran ellos quienes instituían presbíteros en cada Iglesia (Hechos 14,23) y establecían junto con estos presbíteros las normas a ser obedecidas (Hechos 14,6).
Aunque a lo largo de la historia, muchas personas han buscado y buscarán ocupar altos cargos en la Iglesia para adquirir privilegios, esto no quiere decir que la autoridad esté reñida con el servicio. Pablo escribiendo como apóstol pedía que le tuvieran los hombres “por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Corintios 4,1). Es evidente que el administrador cuenta con un poder o autoridad de gobierno, pero esta le fue conferida, no para ser servido, sino para servir, de allí que las palabras del Señor exhorten a que el mayor de ellos debe hacerse “el menor de todos”.
Sembrando la duda sobre el Primado de Pedro
Escribe Küng:
“Ya durante la actividad pública de Jesús, el pescador Simón, a quien Jesús tal vez apodó «la piedra» (en arameo «Cepha», en griego «Peter»), era el portavoz de los discípulos”
“Pero hoy en día incluso los estudiosos católicos del Nuevo Testamento aceptan que la famosa cita según la cual Pedro era la piedra sobre la que Jesús edificará su iglesia (Mateo 16,18).: la afirmación aparece en tiempo futuro, y de la que los otros Evangelios no dicen nada, no son palabras del Jesús terrenal sino que fueron compuestas después de Pascua por la comunidad palestina, o más tarde en la comunidad de Mateo”.
No pasa desapercibido que Küng comience poniendo en duda que fue Cristo quien cambio el nombre de Simón a Pedro. Es falso que es un hecho aceptado por estudiosos del Nuevo Testamento que esas palabras fueron una invención tardía de los primeros cristianos, por lo que no es de extrañar que no mencione ni a que estudiosos se refiere (generalización gratuita) ni de argumentos para probar lo que sostiene. El evangelio de Juan atestigua la intención de Cristo de cambiar el nombre de Simón a Cefas (Piedra) al comienzo de su ministerio: “Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» – que quiere decir, “Piedra””(Juan 1,42). No sería lógico que Pedro conservara dicho nombre a lo largo del tiempo (como consta por las continuas menciones por parte de San Pablo en 1 Corintios 3,22; 15,5; Gálatas 2,9.11.14) si no lo hubiese recibido del Señor.
La finalidad de esto no es otra sino introducir este razonamiento: Si Cristo no fue quien cambio el nombre a Pedro, y quien le dijo la frase “Tu eres Pedro, y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”, entonces no fue intención de Cristo instituir un Primado entre sus apóstoles. Siendo todos los apóstoles iguales, el Papado también pasaría a ser una invención humana y por tanto también podría ser cambiado, o desechado.
Atacando el episcopado monárquico
Escribe Küng:
“… el episcopado monárquico se introdujo en Roma relativamente tarde…Una investigación cuidadosa de las fuentes del Nuevo Testamento en los últimos cien años ha mostrado que la constitución de esta iglesia, centrada en el obispo, no responde en modo alguno a la voluntad de Dios ni fue ordenada por Cristo, sino que es el resultado de un desarrollo histórico largo y problemático. Es obra humana y, por lo tanto, en principio, puede cambiarse…”
“Históricamente más bien puede demostrarse que en una primera fase post apostólica los presbíteros-obispos locales se establecieron junto con los profetas, los doctores y otros ministros como los únicos líderes de las comunidades cristianas (y también en la celebración de la eucaristía); así pues, ya en una primera fase tuvo lugar una división entre el «clero» y el «laicado». En una fase posterior el episcopado monárquico de un obispo individual desplazó de forma paulatina a la pluralidad de los obispos presbíteros en cada ciudad y más tarde en toda la región de una iglesia. En Antioquía, alrededor del 110, estando allí el obispo Ignacio, se formó la orden de los tres oficios que se convirtió en habitual por todo el imperio: obispo, presbítero y diácono. La eucaristía ya no podía celebrarse sin un obispo. La división entre el «clero» y el «pueblo» ya era un hecho.”
La hipótesis de que en la Iglesia Primitiva no existía un episcopado monárquico, sino que este fue un desarrollo normal de la organización de la Iglesia a lo largo del tiempo no luce muy coherente. Y es que, aunque en el Nuevo Testamento parecen utilizarse las palabras “obispo” y “presbítero” de forma intercambiable, la explicación más plausible corresponde a que lo que ocurrió fue que la terminología fue afinándose a través del tiempo, dejando la palabra obispo solamente para aquel presbítero, jefe de la Iglesia local, con jurisdicción sobre otros presbíteros. Se explicaría así porque en el Nuevo Testamento, Pablo habla del obispo en singular como “el encargado de la casa de Dios” (Tito 1,7), y sea tan especifico en los requisitos del candidato a obispo (1 Timoteo 3,1-2).
Küng también falsea la historia cuando atribuye a la Iglesia de Antioquia, cuyo obispo era San Ignacio (discípulo de Pedro y Pablo) la creación de la figura del episcopado monárquico. Un estudio de las siete epístolas que escribió camino al martirio demuestra que no fue que el resto de Iglesias imitó la organización de la Iglesia de Antioquia, sino que estas ya contaban con esta estructura jerárquica y con un obispo que las gobernaba. San Ignacio solo atestigua la estructura de esas Iglesias, no la establece. Unos cuantos ejemplos para ilustrarlo servirán:
“Por lo tanto es apropiado que andéis en armonía con la mente del obispo; lo cual ya lo hacéis. Porque vuestro honorable presbiterio, que es digno de Dios, está a tono con el obispo, como si fueran las cuerdas de una lira…. ”
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Efesios, 3-4
“Por cuanto, pues, me fue permitido el veros en la persona de Damas vuestro piadoso obispo y vuestros dignos presbíteros Bassus y Apolonio y mi consiervo el diácono Socio, en quien de buena gana me gozo, porque está sometido al obispo como a la gracia de Dios y al presbiterio como a la ley de Jesucristo.”
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Magnesianos, 2
“VI. Siendo así, pues, que en las personas antes mencionadas yo os contemplé a todos vosotros en fe y os abracé, os aconsejo que seáis celosos para hacer todas las cosas en buena armonía, el obispo presidiendo a la semejanza de Dios y los presbíteros según la semejanza del concilio de los apóstoles, con los diáconos también que me son muy caros, habiéndoles sido confiado el diaconado de Jesucristo, que estaba con el Padre antes que los mundos y apareció al fin del tiempo. Por tanto, esforzaos en alcanzar conformidad con Dios y tened reverencia los unos hacia los otros; y que ninguno mire a su prójimo según la carne, sino que os améis los unos a los otros siempre en Jesucristo. Que no haya nada entre vosotros que tenga poder para dividiros, sino permaneced unidos con el obispo y con los que presiden sobre vosotros como un ejemplo y una lección de incorruptibilidad.”
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Magnesianos, 6
“Por tanto, tal como el Señor no hizo nada sin el Padre, [estando unido con Él], sea por sí mismo o por medio de los apóstoles, no hagáis nada vosotros, tampoco, sin el obispo y los presbíteros“.
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Magnesianos, 7
A los Trallianos habla nuevamente de un obispo (singular) “tipo del Padre” y un colegio de presbíteros (plural) como concilio de Dios.
“De la misma manera, que todos respeten a los diáconos como a Jesucristo, tal como deben respetar al obispo como tipo que es del Padre y a los presbíteros como concilio de Dios y como colegio de los apóstoles”
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Trallianos, 3
“…Porque os conviene a cada uno de vosotros, y de modo más especial a los presbíteros, el alegrar el alma de vuestro obispo en el honor del Padre [y en el honor] de Jesucristo y de los apóstoles. “
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Trallianos, 12
Otros ejemplos cuando escribe a otras iglesias:
“…si son unánimes con el obispo y los presbíteros que están con él, y con los diáconos que han sido nombrados en conformidad con la mente de Jesucristo, a los cuales Él de su propia voluntad ha confirmado y afianzado en su Santo Espíritu.”
Ignacio de Antioquía, Epístola a los Filadelfianos, Prologo
“Prestad atención al obispo, para que Dios también os ténga en cuenta. Yo soy afecto a los que están sometidos al obispo, a los presbíteros y a los diáconos. Que me sea concedido el tener mi porción con ellos en la presencia de Dios. Laborad juntos los unos con los otros, luchad juntos, corred juntos, sufrid juntos, reposad juntos, levantaos juntos, como mayordomos y asesores y ministros de Dios.”
Ignacio de Antioquía, Epístola a Policarpo, 6
No hay en ninguna de las epístolas de San Ignacio evidencia que permita suponer que estas Iglesias adoptaron el modelo del episcopado monárquico de Antioquia, y es harto difícil creer que a escasos 10 años de la muerte del último apóstol todas se lo hubiesen inventado.
San Ignacio no es el único testigo de la primitiva organización de la Iglesia. Un testimonio importante lo tenemos también de la mano de San Ireneo, discípulo de San Policarpo, a su vez discípulo del apóstol San Juan. En su obra Contra los herejes (3,3,2) atestigua que las iglesias apostólicas cuentan con listas de sucesiones de obispos que llegan hasta los apóstoles (por cuestión de extensión se limita a mencionar solo la de la Iglesia de Roma a la que llama la “más grande, más antigua y mejor conocida por todos, fundada y establecida en Roma por los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo” ). Tertuliano posteriormente combate a los herejes retándoles a que demuestren que sus iglesias cuentan con un episcopado monárquico, como las Iglesias apostólicas (Tertuliano. “Prescripciones contra todas las herejías”. 33,1-2)
Continua Küng :
“Pero resulta sorprendente que incluso Ignacio, defensor e ideólogo del episcopado monárquico, no se dirigiera a un obispo en su carta a la comunidad romana, no más que Pablo. Y no se mencionaba a ningún obispo de Roma en ninguna otra de las primeras fuentes, como la Epístola de Clemente (alrededor del 90).”
Es cierto que hay una diferencia entre la carta que escribe a la iglesia de Roma respecto al resto de las iglesias, pero es sobre todo una evidencia al favor de su primado. Para el obispo de Antioquia, Roma es “la Iglesia que alcanzó misericordia en la magnificencia del Padre altísimo y de Jesucristo su único Hijo; la que es amada y está iluminada por la voluntad de Aquel que ha querido todas las cosas que existen, según la fe y la caridad de Jesucristo Dios nuestro; Iglesia, además, que preside en la capital del territorio de los romanos; digna ella de Dios, digna de todo decoro, digna de toda bienaventuranza, digna de alabanza, digna de alcanzar cuanto desee, digna de toda santidad; y puesta a la cabeza de la caridad “ (Epístola de Ignacio a los romanos, Firma y saludo), por lo que mientras solicita a todas las iglesias a las que escribe orar por su la iglesia de Antioquia, él nunca encarga esta al cuidado de otra iglesia, sino solamente a Roma, la cual según sus propias palabras “preside en la caridad” .
Para un análisis más detallado del episcopado monárquico puede consultar:
Concluyendo…
Cada uno de los puntos de la argumentación de este teólogo heterodoxo no tenían otra finalidad negar que la Iglesia es una Institución Divina. Pero la Iglesia es “columna y fundamento de la verdad” (1 Timoteo 3,15), sobre la cual “las puertas del infierno no prevalecerán” (Mateo 16,19). Al poner en duda la intención de Cristo de fundar una Iglesia organizada jerárquicamente (obispos, presbíteros y diáconos) intenta abrir una puerta para conseguir una “reestructuración” de la Iglesia a un modelo mucho más “democrático” y menos autoritativo, tolerante con teólogos heterodoxos como él y abierta a sus propuestas aberrantes.
Si Küng gusta de una Iglesia que apruebe el aborto, ya existen muchas iglesias protestantes que lo aprueban. Si desea que se apruebe el matrimonio gay o que hayan sacerdotisas, bien puede irse con los episcopales y anglicanos. Si no quiere creer en los dogmas de fe, pues eso ya lo hacen todos los protestantes. Todo lo que pide ya lo tienen aquellos que se han apartado de la Barca de Pedro, pero de todo esto, lo menos coherente, es que viva amargado porque se le negara el permiso de enseñar teología católica, cuando lo que pretendía era enseñar es todo menos eso. Supérelo y deje de engañarse llamándose a si mismo católico, cuando el mismo sabe que desde hace mucho ya no lo es.
“Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!” Isaías 5,20
Autor: José Miguel Arráiz